Me perdí
entre la gente,
me sentía
feliz
de estar allí.
Un pueblo,
un país,
que no conocía.
Costumbres
y cultura,
que mimaban
mi Alma.
Faltaban
solo cinco minutos
para las once.
El tumulto
era cada
vez mayor,
al igual
que el murmullo.
Niños
de algún jardín
de infantes,
como en el
nuestro,
con sus
maestras,
todos en orden
en la plaza
de la ciudad vieja.
Vendedores
ambulantes,
deseosos
de que alguien
comprara sus
souvenires
tradicionales.
Todos,
frente
al “reloj astronómico”.
Aguardando
la magia…
Las once
de la mañana,
y las campanas
replicaron,
y así uno
detrás del otro,
pasaron
los 12 apóstoles,
por cada
ventanilla
que se abría.
La emoción
negaba el habla,
solo los ojos
se regocijaban.
Praga,
la ciudad
de encanto,
de Kafka,
del puente
de Carlos,
no dejaba
de sorprender
con
un espectáculo
único y
maravilloso.
Para soñar
despierto,
contradiciendo
a Calderón de la Barca.