Recuerdas
esa noche helada
de aquel invierno,
en aquella
cabaña abandonada,
que habíamos
abordado
como refugio.
Saque de mi mochila
una manta,
la puse
sobre tu cuerpo.
Abriste grandes,
tus ojos
color cielo,
y una estrella
fugaz se vio
por la ventana;
justo en mi “te amo”.
Luego
de hacer nuestra
la cabaña,
cada año,
ya y desde
hace mucho tiempo,
como un rito
o ceremonia,
repetimos
ese instante,
la misma manta
sobre tus hombros,
y el mismo beso
por el que nos
juramos
amor eterno.