Como nos
cambió la vida.
De aquel amor
joven, sensual
y pasional
hasta los huesos,
que transformaba
cada noche
en única y diferente,
a la que vendría
y a la ya pasada,
con un juego
inacabable de a dos,
rodando por
las sabanas,
buscando
la endemoniada lujuria.
¿Pero, nos cambio
la vida?
No.
Nosotros somos,
quienes
la cambiamos.
No supimos
o no quisimos,
darle al otro
cada día, cada noche
ese néctar
que vive
solo en cada gota,
de “un te amo”
de un “cuanto te extrañe”
de un “cómo te necesito”
y tantas de esas nimias,
pequeñas tan necesarias,
para beberlas
con frecuencia,
ya se volatilizaron.