Qué vida no guarda dolor, u opresivo tormento.
Aún aquel, que cree tenerlo todo, sufre por ello,
por su avaricia que es infinita, que ve acosada
por sus propios fantasmas.
En cambio, tantos de nosotros solo con lo necesario,
nos sentimos infelices, por aquellos que nada tienen.
Si la locura fuera decretada, muchos que se dicen cuerdos
estarían en el lugar equivocado.
Y los otros, correrían felices por las calles,
como aquel hito de Piazzolla.
No verían la luna rodando por Callao.
Verían las miserias de una ciudad,
en que el hambre pega fuerte…
Y volverían a pedir entrar en esa pocilga que alguien
se atrevió a llamar hospicio.