El Gañán se enamoró locamente, y dejó el resto de su vida. Ya no dilapidábamos las madrugadas.

Si alguien me preguntara hoy qué buscaba yo en la avenida Corrientes, entre el Obelisco y Callao, todas las noches, a la salida del diario, no sabría qué contestar. Entonces tampoco. Pero no era el único, aunque eso nunca es una excusa. Formaba parte de una bohemia inocua: un restaurant parrilla, las librerías, una ginebra, el café sin culpa del insomne. Más me hubiera valido hacer gimnasia.
No tenía teléfono. La avenida Corrientes era muy parecida a la que hoy conocemos. A veces incluso la gente es la misma. Yo tenía un amigo de fuera del diario: el Gañán. No sé quién ni cómo ni por qué le había puesto el apodo, pero yo había escuchado muchas veces la palabra en canciones…
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