Acodado sobre el mostrador del bar
somnoliento por el alcohol que ha bebido,
me hizo recordar a un personaje
de una película de taitas como aquellas
que escribía nuestro ilustre Borges.
Me acerque al conocerlo, resulto ser
uno de mis amigos de la infancia, el “Tati” Parril.
Levanto su cabeza, primero no me reconoció.
Hacía ya dos décadas de la última vez
que por casualidad nos cruzamos
en una esquina de mi Buenos Aires,
que te fagocita en su jungla de acero
enviándonos al olvido de nuestra historia.
Le dije –“Tati” soy yo “Eddie”-
Un ahh…con tremendo olor a alcohol
salió de esa garganta, que fue
un murmullo de dolor,
más que de sorpresa.
Me senté a su lado, le apoye mi mano
en su hombro y no hubo necesidad
ni siquiera de preguntarle,
-sabes, mi querido amigo-
me abandono después de 30 años.
Traicionándome hace 5, pero sabes
me hacia el que no veía, muriendo de dolor
y para no perderla, permití la humillación.
Solo lo escuche, lo que no tiene remedio
no se puede curar, nada más que contener
prestarle el oído a quien sufre,
y bien sabe, que quedara solo entre los dos.