Ese hombre que se esconde
en su submundo surreal,
solo lo hace para que nadie
perciba que es un ser errante
rodeado de la nada en
la perdida e infructuosa
búsqueda de la mujer amada.
Su alma vibra como un violoncelo
que arroja notas dolientes y descarnadas,
de una partitura escrita solo para el
y ese sueño imposible de alcanzar.
Ni el virtuosismo del ejecutor
puede transformar el dolor,
de la melodía que atraviesa el salón
ensañándose con el oído de ese hombre.
que rasgándose abre su camisa
e hiere su pecho, como rogando
apresurar ese último viaje eterno.
Ni siquiera su riqueza, pudo darle
esa compañía, cuando tuvo su tiempo.
La vorágine lo convirtió
en un hombre deseado,
convirtiendo su soberbia en un habito
que termino alejándolo de todas
aquellas pasajeras en transito
a las cuales ignoro
o solo utilizo para sus fines.
Los años le han pegado duro,
no goza ya de esa impronta
que el falazmente considero única.
Camina, camina alrededor
de los amplios salones,
vaso y botella en sus manos.
Ingresa en la grandiosa
y fría biblioteca, cierra su puerta.
No ha de pasar demasiado tiempo.
No desea seguir sufriendo
y continuar flagelándose,
pensando en lo imposible.
Suena un disparo,
las aves en el amplio parque,
vuelan nerviosas hacia el cielo.
Quizás con ella llevan,
el cuerpo de un hombre
que hace ya tiempo, dejo de serlo.
Él mismo se dio cuenta de sus errores, fue una mala forma de enmendarlos, siempre puede haber tiempo para cambiar.
Él como dices no tuvo la valentía de hacerlo.
Muy buen relato.
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Gracias bella Yvonne, por tu cortesia. Un cálido saludo, querida amiga.
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