No había día
en que se comportara igual,
era viento del sur
o calor desde el norte,
era fría como un tempano
o ardiente como maderas
en el fuego, crepitando.
Así era ella, esa mujer
que me acompaño,
hasta que partió
en forma trágica,
a esa otra vida,
en la que yo y otros
seguramente, creemos.
Su fina belleza
no era un cuerpo armonioso
ni siquiera un rostro hermoso,
su riqueza, era su interior único
e inigualable, de alma buena
que defendía junto a mí los ideales
de la justicia y no de las apariencias.
Al ver cada uno de estos días,
pienso en ella, fiel compañera
y más que aguerrida defensora
de los que no tienen nada.
Seguramente estará allá,
peleando con Eros
rey del inframundo,
tratando de que almas perdidas
vuelvan a ser ocupar
nuevos cuerpos
en el reino de los vivos.