Parecía una mueca del destino,
lentes obscuros, tintura rubia en su cabello
recostada sobre la pared, su celular mirando,
oriunda de Paraguay, dos hijas a lo lejos,
y de fondo la leyenda escrita en el muro
del indomable bronce Alejandro Dolina,
“la mujer no nace para ser puta”.
Hace años que su cuerpo entrega,
a sus clientes los tiene registrados
son habitués de recorrerla
de sur a norte, de este a oeste,
por una buena paga que actualiza
puntualmente, según vayan las cosas.
Su familia en el Paraguay, le demanda
y ella puntualmente envía las remesas,
manutención de la familia, escuela de las niñas.
Lo contrario a otras, es discreta
si observa movimientos de control policial
se queda tranquila, lleva años en esto
no será más que una contravención
y la pérdida del tiempo, que un cliente demande.
Es la vida que le toco vivir,
y parece no padecerla,
dice que en algún momento
se retirara para regresar con la familia.
No sé si lo dice para engañarse,
o para creer en una fantasía que desea.
Pero a veces cuando la veo, tengo ganas
de decirle la frase de Dolina, pero callo porque es su vida…