He salido como cada mañana,
en este por ahora, benévolo otoño
caminando con mi mascota
por las calles desiertas de la ciudad,
pienso ahora alejado para mi bien
y el suyo, del bullicioso y traumático
centro de Buenos Aires, si bien hoy
no es siquiera lo que suele ser,
razón de ese álgido y feroz demonio,
que azota con su inesperado contagio
al desprevenido que no ha guardado reparo.
Momentos de reflexión
que me permiten decirme
que la rueda sigue girando
y si bien no ser inconsciente
es la premisa que debe tenerse,
debe vivirse en forma intensa
en lo que cada uno realiza,
que es una sutil manera de alejar
la locura masificada por los medios,
sobre estadísticas y curvas aplanadas.
Haciendo lo que nos llena el alma
es lo más saludable en esta etapa,
curar heridas, recordar lo bueno
de nuestro camino ya andado,
pensando en un mejor futuro,
construyéndolo desde adentro
para que cuando todo sea pasado,
nos amiguemos con nosotros mismos
que será una manera de amigarse,
con esa profunda e infinita espiritualidad
que la mayoría ha abandonado en algún momento,
por todo lo vano e híbrido del creer ser,
disfrazándonos de lo que realmente no somos.