La lluvia había arreciado por la mañana
los rayos del sol que luego caían sobre las veredas,
daban la sensación de múltiples dispersas lagunas
como un espejismo si uno va transitando por una ruta.
Ahí estaba ella, tratando de sortear los charcos
de esas baldosas rotas de nuestro Buenos Aires,
imposible evitarlas sus ojos de ira se llenaron
cuando me le acerque y le ofrecí un pañuelo,
debe haberse preguntado si estaba frente a un loco
ya que ese gesto de cortesía era de la era paleozoica.
No obstante, un rictus que pareció una sonrisa
iluminó su bello rostro y con un mohín dijo gracias,
íbamos hacia la misma dirección, caminamos
conversando sobre futilidades nada demasiado serio.
Llegamos a su casa y en la puerta nos detuvimos
me sorprendió cuando me dijo que mi gesto
le hizo reemplazar su ira por una inmensa paz
que como efecto espejo se le transmitió a su alma.
Sonreímos juntos le di mi teléfono y ella el suyo,
será que quizás tengamos que agradecerle a Kon
Dios de la lluvia y viento incaico que siempre venia del sur.
Las situaciones inesperadas a veces tienen un final feliz. por algo se empieza. Un abrazo
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Muchas gracias Manuel, por ser tan atento. Un abrazo.
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Por nada amigo. Es un placer leerte
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El gesto del pañuelo debería estar de moda, eso es de caballeros.
Un cálido abrazo.
Elvira
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Gracias querida, por responder. Has visto; hoy es demode…Que mal estamos. Un adorable abrazo,
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Tierno…y nada habitual en el mundo deshumanizado en el que sobrevivimos emocionalmente a la indiferencia ajena….gracias
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Muchas gracias, amiga mía. Me alegra mucho más, el hecho de que te haya producida esa ternura. Un cálido saludo.
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