“El Golem” de Borges y sus implicancias matemáticas y metafísicas Stephen Kcenich y María-Elvira Luna-Escudero -Alie

En el poema “El Golem” constatamos que las apariencias distorsionan la realidad, que hay diferentes maneras de interpretar las cosas, que no podemos estar seguros de nada, que todo es posible.

Fotograma de “El Golem” (1920), película dirigida por Paul Wegener y Carl Boese

El poema “El Golem”, considerado para muchos el más interesante y sofisticado del célebre autor bonaerense Jorge Luis Borges (1899-1986), nos narra la historia del rabino holandés, hijo de judíos portugueses, Judá León (1603-1675), y su creación magna: un autómata, a quien quiso educar a su imagen y semejanza, pero fracasó de manera concluyente en su soberbio objetivo. El propio Borges y su entrañable amigo, el también escritor de literatura fantástica Adolfo Bioy Casares (1914-1999), estimaban que “El Golem” era, en efecto, uno de los poemas más logrados de nuestro exquisito autor, argentino de nacimiento pero universal por su vasta erudición omnímoda.

Borges escribió “El Golem” en 1958 y se publicó en su libro El otro, el mismo (1964). “El Golem”, como la mayoría de los poemas y relatos de Borges, es muy rico en referencias multiculturales. Este poema tiene tres fuentes principales de inspiración: el diálogo de Platón Crátilo, una antigua leyenda hebrea de Praga y la famosa novela homónima del autor austríaco Gustav Meyrink (1868-1932). A continuación tenemos el erudito poema objeto de nuestro estudio, para vuestro deleite:

El Golem

Si (como afirma el griego en el Cratilo)

el nombre es arquetipo de la cosa

en las letras de rosa está la rosa

y todo el Nilo en la palabra Nilo.

Y, hecho de consonantes y vocales,

habrá un terrible Nombre, que la esencia

cifre de Dios y que la Omnipotencia

guarde en letras y sílabas cabales.

Adán y las estrellas lo supieron

en el Jardín. La herrumbre del pecado

(dicen los cabalistas) lo ha borrado

y las generaciones lo perdieron.

Los artificios y el candor del hombre

no tienen fin. Sabemos que hubo un día

en que el pueblo de Dios buscaba el Nombre

en las vigilias de la judería.

No a la manera de otras que una vaga

sombra insinúan en la vaga historia,

aún está verde y viva la memoria

de Judá León, que era rabino en Praga.

Sediento de saber lo que Dios sabe,

Judá León se dio a permutaciones

de letras y a complejas variaciones

y al fin pronunció el Nombre que es la Clave,

la Puerta, el Eco, el Huésped y el Palacio,

sobre un muñeco que con torpes manos

labró, para enseñarle los arcanos

de las Letras, del Tiempo y del Espacio.

El simulacro alzó los soñolientos

párpados y vio formas y colores

que no entendió, perdidos en rumores

y ensayó temerosos movimientos.

Gradualmente se vio (como nosotros)

aprisionado en esta red sonora

de Antes, Después, Ayer, Mientras, Ahora,

Derecha, Izquierda, Yo, Tú, Aquellos, Otros.

(El cabalista que ofició de numen

a la vasta criatura apodó Golem;

estas verdades las refiere Scholem

en un docto lugar de su volumen.)

El rabí le explicaba el universo

“Esto es mi pie; esto el tuyo, esto la soga”.

Y logró, al cabo de años, que el perverso

barriera bien o mal la sinagoga.

Tal vez hubo un error en la grafía

o en la articulación del Sacro Nombre;

a pesar de tan alta hechicería,

no aprendió a hablar el aprendiz de hombre.

Sus ojos, menos de hombre que de perro

y harto menos de perro que de cosa,

seguían al rabí por la dudosa

penumbra de las piezas del encierro.

Algo anormal y tosco hubo en el Golem,

ya que a su paso el gato del rabino

se escondía. (Ese gato no está en Scholem

pero, a través del tiempo, lo adivino.)

Elevando a su Dios manos filiales,

las devociones de su Dios copiaba

o, estúpido y sonriente, se ahuecaba

en cóncavas zalemas orientales.

El rabí lo miraba con ternura

y con algún horror. “¿Cómo” (se dijo)

“pude engendrar este penoso hijo

y la inacción dejé, que es la cordura?”.

“¿Por qué di en agregar a la infinita

serie un símbolo más? ¿Por qué a la vana

madeja que en lo eterno se devana,

di otra causa, otro efecto y otra cuita?”.

En la hora de angustia y de luz vaga,

en su Golem los ojos detenía.

¿Quién nos dirá las cosas que sentía

Dios, al mirar a su rabino en Praga?

“El Golem” de Borges consta, en cuanto a su estructura, de setenta y dos versos distribuidos en dieciocho estrofas, donde hallamos trece serventesios (estrofas compuestas por versos de arte mayor, por lo general endecasílabos y de rima consonante y alterna) con un esquema de: 11A 11B 11A y cinco cuartetos con el esquema: 11A 11B 11A 11B.

El poema empieza invocando a Sócrates al mentar el diálogo platónico Crátilo, que trata de una reflexión sobre la verdadera naturaleza del lenguaje, sobre la capacidad de los nombres o sustantivos para designar y conocer las cosas. Este diálogo es considerado como un antecedente de la teoría del signo lingüístico, concepto que más tarde sería desarrollado a profundidad por el lingüista suizo Ferdinand de Saussure (1857-1913) y por el filósofo y científico estadounidense Charles Sanders Peirce (1839-1914). 

El poema continúa aludiendo a la creación del mundo, a la Biblia, luego nos presenta la historia de Judá León, quien tuvo la intención de emular a Dios al crear a su autómata, y darle atribuciones humanas para después intentar enseñarle a hablar, sin lograrlo. Luego, en el poema de Borges, el rabino de Praga se avergüenza de su creación imperfecta y también se arrepiente de su altivez y atrevimiento por haber querido competir con Dios al convertirse en creador de un autómata a quien pretendió darle vida semihumana, a través del poder de la palabra. Los dos últimos versos de la última estrofa del poema:

¿Quién nos dirá las cosas que sentía

Dios, al mirar a su rabino en Praga?

nos traen a la memoria la última estrofa del poema “Ajedrez”:

Dios mueve al jugador, y éste la pieza.

¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza

de polvo y tiempo y sueño y agonías?

Y asimismo nos recuerda el final del emblemático relato borgeano “Las ruinas circulares” (1941):

Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñandolo.

En el relato “El espejo y la máscara”, Borges reflexiona también sobre el poder del lenguaje y su habilidad para acceder a la verdad; de hecho, el último poema que el vate le presenta al rey sólo consta de una palabra que es impronunciable y mágica, una palabra bendita y maldita que convierte al rey en mendigo y al poeta en suicida, porque ¿acaso le está vedado al ser humano tratar de alcanzar la verdad? 

En el clásico relato “El Aleph” (1949), Borges nos invita a pensar —a través de la maravillosa enumeración lírica de todas las cosas del mundo que se observan en el Aleph— en la limitación del lenguaje de poder representar de manera fidedigna la realidad porque el lenguaje es lineal y la realidad es simultánea. La preocupación de Borges por el lenguaje y su calidad imprecisa e imperfecta, así como su carácter arbitrario, es algo que se grafica bien en estas líneas escritas en su libro El tamaño de mi esperanza (1926):

Yo, personalmente, creo en la riqueza del castellano pero juzgo que no hemos de guardarla en la inmovilidad, sino multiplicarla hasta lo infinito. Cualquier léxico es perfectible, y voy a probarlo.

El mundo aparencial es un tropel de percepciones barajadas. Una visión de cielo agreste, ese olor como de resignación que alientan los campos, la acrimonia gustosa del tabaco enardeciendo la garganta, el viento largo flagelando nuestro camino, y la sumisa rectitud de un bastón ofreciéndose a nuestros dedos, caben aunados en cualquier conciencia, de golpe. El lenguaje es un ordenamiento eficaz de esta enigmática abundancia del mundo. 

Dicho sea con otras palabras: los sustantivos se los inventamos a la realidad. 

Palpamos una realidad, vemos un montoncito de luz color de madrugada, un cosquilleo nos alegra la boca, y mentimos que esas tres cosas heterogéneas son una sola y que se llama naranja. La luna misma es una ficción, fuera de convenciones astronómicas que no deben atarearnos aquí, no hay semejanza alguna entre el redondel amarillo que ahora está alzándose con claridad sobre el paredón de la Recoleta, y la tajadita rosada que vi en el cielo de la Plaza de Mayo, hace muchas noches. Todo sustantivo es abreviatura.

El tamaño de mi esperanza, pp. 45-46.

En la poética de Borges, en sus relatos, y sobre todo en sus ensayos, vemos que el relativismo es una característica muy presente. Este relativismo nos impele a cuestionarlo todo, a dudar sobre la autenticidad de la realidad, a no distinguir entre la ficción y lo real, a confundir las apariencias, las sombras con la vida fáctica, a buscar todas las dimensiones posibles, a recorrer todos los senderos plausibles, los directos y los que se bifurcan, a indagar todas las perspectivas imaginables de interpretación, pero sin aceptar jamás verdades apodícticas que nos limiten.

En el relato “Las ruinas circulares” (1941), tanto como en el poema “Ajedrez”, en el texto “La casa de Asterión” (1947) y, desde luego, en el poema “El Golem”, constatamos que las apariencias distorsionan la realidad, que hay diferentes maneras de interpretar las cosas, que no podemos estar seguros de nada, que todo es posible, que nadie es dueño de su destino, sino que incluso podría ser producto de un poder mayor que transforma lo real en sombra, que controla nuestra vida y que nos impide ser completamente libres. Richard McElreath, en el primer capítulo de su libro Statistical Rethinking (2020), que consta de diecisiete capítulos, nos presenta el gólem de Praga y discute temas estadísticos cruciales como la inferencia bayesiana, la comparación de modelos, modelos multinivel, modelos gráficos causales. En este capítulo, que sienta la base para los dieciséis siguientes, McElreath comenta sobre los usos de modelos estadísticos en tanto anagramas de gólems. Es interesante resaltar que McElreath menciona en su libro a Borges en el segundo capítulo, titulado “The Garden of Forking Data”. Dicho título es una clara evocación y al mismo tiempo un homenaje al relato de Borges “El jardín de senderos que se bifurcan”. McElreath emplea el gólem de Praga como una analogía para describir la totalidad de las estadísticas frecuentistas, las cuales considera como un gólem de ingeniería.

A modo de conclusión podemos decir que hay muchas similitudes entre los gólems y los robots. Una de las semejanzas radica en la habilidad que tienen de realizar tareas complejas fácilmente, pero objetivos simples de manera ineficiente. Por ejemplo, un robot puede memorizar de π a 100 dígitos, pero encuentra prácticamente imposible subir escaleras. La estadística nunca podrá liberarse de sus gólems cibernéticos y Borges nunca dejará de asombrarnos y maravillarnos con sus textos plurisignificativos que nos inducen a dudar de la realidad, a sospechar incluso del lenguaje, y a cuestionarnos sobre el sentido de la vida, el tiempo y el espacio.

Bibliografía

  • Alazraki, Jaime: La prosa narrativa de Jorge Luis Borges. Editorial Gredos. Madrid, 1974.
  • Barrenechea, Ana María: La expresión de irrealidad en la obra de Jorge Luis Borges. Ediciones Paidós. Buenos Aires, 1967.
  • Borges, Jorge Luis: Obras completas 13ª edición. Emecé. Buenos Aires, 2002.
  • Kcenich, Stephen, y María-Elvira Luna-Escudero-Alie: “El infinito en aplicaciones de probabilidades y estadísticas vinculadas a ‘Los dos reyes y los dos laberintos’, de J. L. Borges”. En: Sincronía, Nº 69, Universidad de Guadalajara. México, 2016.
  • McElreath, Richard: Statistical Rethinking: A Bayesian Course with Examples in R and Stan, 2ª edición. CRC Press. Boca Ratón, Florida (Estados Unidos), 2020.

Imagen de portada: Gentileza de Letralia/Tierra de Letras

FUENTE RESPONSABLE: Letralia/Tierra de Letras

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