Platón, Aristóteles, san Agustín y Nietzsche deben quedarse en nuestras aulas.

Según lo que ha trascendido (y ojalá me equivoque o esté mal informado), un nuevo cambio en la ley de Educación supone la desaparición de facto de la Filosofía en la enseñanza media. 

Una noticia que me ha consternado. De todos los profesores que he tenido a lo largo de mi vida tal vez el que más me influyó fue mi profesor de Filosofía en el instituto, Javier. Al hilo de la lectura de ‘Los vencejos’, la última novela de Fernando Aramburu, protagonizada por Toni, profesor de Filosofía en un instituto de Secundaria en Madrid, quiero reivindicar la enseñanza de la Filosofía para aprender a pensar con más criterio y a vivir con más conocimiento y dignidad.

Es conocido que, al menos, hay dos tipos de lectores. Quienes se centran en un libro y no van a por otro hasta que no han terminado el primero. Y quienes leen varios libros a la vez, casi siempre de géneros distintos. 

Yo pertenezco al segundo tipo y suelo tener entre manos varias lecturas (novela, relato, ensayo, poesía). Estas semanas vuelo con Los vencejos (Tusquets), la última novela de Fernando Aramburu, una obra que, por si cabía alguna duda, demuestra una vez más el talento y la ambición literaria de uno de los autores más sólidos de la narrativa actual.

Hablaré de ella con más detalle en otro artículo dentro de no mucho, pero si comienzo hoy por Los Vencejos es porque está protagonizada (y narrada) por Toni, profesor de Filosofía en un instituto de secundaria en Madrid, y estas semanas se ha hablado (menos de lo que debería) del crimen que puede perpetrar el Ministerio de Educación con esta asignatura si sale adelante la reforma que prepara. Según lo que ha trascendido (y ojalá me equivoque o esté mal informado), este nuevo cambio en la ley supone la desaparición de facto de la Filosofía en la enseñanza media. Una noticia que me ha consternado.

No exagero si digo que de todos los profesores que he tenido a lo largo de mi vida tal vez el que más me influyó fue mi profesor de Filosofía en el instituto, Javier, tocayo, de quien creo haber hablado aquí alguna vez. “Sartre está bien, pero es mucho mejor Camus”, recuerdo que me dijo un día cuando me preguntó por mis lecturas en clase. 

En aquella época yo estaba inmerso en las obras literarias de los existencialistas (sobre todo, teatro y novela) y fue él quien me recomendó que leyera 

El mito de Sísifo, un libro que me marcó de por vida y que, curiosamente, tiene mucho que ver con el protagonista de Los Vencejos. Lamento mucho que Javier no llegara a escribir nunca esa novela que decía que tenía en la cabeza, de la que nos hablaba a veces mientras paseaba entre los pupitres, con el semblante pensativo.

Las preguntas que nos hacemos los humanos hoy son las mismas que ya se hicieron los clásicos (no solo en Grecia y Roma, también en la fructífera tradición oriental) y muchas de las respuestas ya nos las dieron ellos. 

Cómo entender la necesidad imperiosa de un decrecimiento frugal, por ejemplo, sin saber quién era Epicuro. Cómo saber qué es la realidad si no conocemos el mito de la caverna de Platón. Es imposible pensar en la ética o en la crítica literaria (en tantas cosas en realidad) sin Aristóteles. 

¿Ser historiador o periodista sin Heródoto? El mindfulness, que tan de moda se ha puesto y que suena muy bien porque está escrito en inglés, hunde sus raíces en la tradición de los maestros budistas, hinduistas y taoístas, quienes nos enseñaron a vivir en el momento presente. 

Nunca he creído en esa limitación dolorosa de separar el aprendizaje entre letras y ciencias porque estoy convencido de que en el instituto uno debería salir con un saber global. Para entender el mundo de hoy es tan importante haber leído La divina comedia como conocer las leyes de la termodinámica.

Javier tenía la cualidad de saber integrar los debates de nuestro tiempo con la historia de la filosofía. Era como si los sofistas, San Agustín, Santa Teresa, Nietzsche, Marx o María Zambrano se sentaran con nosotros en el aula y participaran en nuestras conversaciones, en las que con ardor adolescente algunos tratábamos de buscar una luz en las tinieblas. 

En sus clases se respiraba siempre un aire de libertad. Pero de esa libertad de la que habla ese gran filósofo y gran sabio que es Emilio Lledó. No solo la libertad de expresar lo que pensamos sino, más importante aún, la libertad de pensar. Y es imposible conquistar esa libertad sin la filosofía.

Imagen de portada: Gentileza de ‘La escuela de Atenas de Rafael’. En el centro, Platón (ropajes rojos) y Artistóteles (túnica azul). En la escalera está Diógenes (de azul) y abajo, sentado, Heráclito

FUENTE RESPONSABLE: El Asombrario y Cía. Por Javier Morales. Diciembre 2021.

Filosofía/España/Sociedad y Cultura/Pensamiento critico.

4 comentarios sobre “Platón, Aristóteles, san Agustín y Nietzsche deben quedarse en nuestras aulas.

  1. Siempre me ha parecido espantosa la respuesta esa que se da aquí, en España: «¡Ah no, yo soy de letras!» o la contraria, ante cualquier problema matemático o cuestión filosófica. Yo soy de letras, de números, de filosofía, de historia, de tecnología, de geografía, de música, de arte… y de todo lo que pueda aprender. Porque si ya desde pequeños empezamos a limitar nuestra sed de aprender, vamos muy mal. Así que espero que sólo sea un bulo y los filósofos y pensadores se queden en las aulas, para todo el mundo.

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