Filosofía o Barbarie

Cada cierto tiempo alguien viene a robar la poca paz que nos quedaba a aquellos que, en ese momento crucial en el que —se supone— das el paso a la edad adulta y coges las riendas de tu destino —seguimos dentro de la suposición—, elegimos jugárnoslo todo a la carta en blanco laboral que es la carrera de Filosofía. 

Si deseas profundizar en esta entrada; cliquea por favor donde se encuentra escrito en “negrita”. Gracias.

[Un minuto de silencio por todos los compañeros caídos en combate. A los que se quedaron en el bar, a los que pensaban que iban al live action del Club de los poetas muertos, a los que solo iban por los porros: vuestro valor sigue sin ser olvidado].

Cada cierto tiempo algún pariente gracioso de más, algún ligue de Tinder o un alumno de esas clases particulares que te quitan más años de vida que euros te pagan sus padres, te hace la pregunta: «Y eso, ¿pa’ qué sirve?». Y tú, que has perdido la cuenta de cuántas veces te has sometido a ese interrogatorio improvisado en los últimos años, del cual se ve exonerado tu amigo ingeniero industrial a pesar de que nadie sepa muy bien lo que hace, piensas: «Para cagarme en tu casta toda sin que entiendas ni una sola de las palabras que digo», pero respondes: «Jaja, para ir a la cola del paro con mucha clase». 

Las dos respuestas son ciertas, pero en ninguna se está respondiendo realmente a la cuestión. Y, miren, para una cosa que de verdad sirve la filosofía es para prestarle atención a las preguntas, para aprender que tienen una importancia radical porque, únicamente habiendo entendido el sentido pleno de lo que se enuncia interrogativamente podremos aspirar a entendernos. 

Porque, aunque hoy parezca lo contrario, el diálogo tiene sus normas (que, por cierto, se estudian en filosofía, concretamente en filosofía del lenguaje). 

Como ya tenemos identificados a los que lanzan la pregunta, que sería el primer paso, toca descifrar cuál es la intencionalidad (o fuerza ilocucionaria, que la llamaría Searle): sabemos, por mor de la experiencia y el tonito condescendiente que suelen utilizar, que lanzan la interpelación con cierta socarronería, sorna, mala leche, quizá superioridad moral, un poco de lastimica incluso… 

Por tanto, no parece que haya una intención real de conocer para qué sirve la filosofía en general, sino que están preguntando por otra cosa, bastante más concreta: por el trabajo remunerado que sea capaz de generar. 

Esto lo sabemos los que hemos sido o son estudiantes de Filosofía antes de que el temario llegue a Searle o a Austin (no Austin-Texas, sino otro filósofo del lenguaje que se apellida así), y por eso tenemos un buen repertorio de bromas y memes siempre preparado para acabar con la conversación, sí, pero igualmente para dar la respuesta a lo realmente preguntado. Porque tenemos una cabeza preciosa para lucir la gorra del McDonald’s, pero educados también somos.

Luego están aquellos que le añaden una apostilla a la consulta, complicando de primeras la dilucidación de su intencionalidad. Por ejemplo, esos debates titulados «¿Para qué sirve la filosofía en tiempos de [introduzca la palabra que prefiera. Les dejamos varios ejemplos que pueden servirles de guía: hiperconectividad, pandemia, crisis, OnlyFans]». 

El problema, en este caso, está en la presunción interna de que la filosofía es algo que huele a naftalina, que, como decía la canción de Axé Bahía del beso en la boca, «es cosa del pasado», que es incompatible con las modas porque hace tiempo que expiró su fecha de caducidad.  O, lo que es lo mismo, que parten de un prejuicio para evitar enfrentarse, otra vez, a la pregunta en sí y saltar a una cuestión relacional que obliga al filósofo invitado a estar constantemente justificando la actualidad de su oficio.

Sí, sí, han leído bien. La filosofía es un oficio. ¿Que no tiene beneficio? Si nos ceñimos a los términos económicos, tiene poco, la verdad. Sin embargo, si nos abstraemos un momento (si es que esto es posible) de la mentalidad capitalista, podremos entender mejor que lo beneficioso no es sinónimo de rentabilidad. 

Venga, otro ejemplo: una persona de cincuenta años decide plantar un campo entero de bellotas, reportando beneficios para el futuro de las encinas, de los cerdos ibéricos, del medioambiente y del paisaje, y para el presente del espíritu de quien planta que, como poco, ya puede decir que ha cumplido de sobra con el primero de esos tres deberes marcados por José Martí (lo de plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro). 

No obstante, este acto no tendrá ninguna rentabilidad para quien siembra, puesto que la encina tarda cuarenta años en dar frutos. Aún más: le va a salir a pagar teniendo en cuenta el riego semanal, los tratamientos por enfermedades y la poda, y eso contando con que el terreno fuese previamente suyo.

Pues algo así pasa con el oficio de pensar, que la vida te sale a pagar pero, a la vez, obtienes y ofreces beneficios en otro sentido. 

La base del inconveniente está en que se tiende a preguntar antes por la utilidad que por lo que ella misma es, en un ejercicio idénticamente poco considerado a cuando alguien pregunta por quién es una persona y se contesta con su profesión. 

La filosofía es la historia del pensamiento como punto de partida, para que no estemos constantemente descubriendo el Mediterráneo y es, además, un conjunto de saberes que engloban a la ética, a la política, la estética, la metafísica, el lenguaje, la epistemología, la antropología, la mente, la tecnología, la ciencia, la religión…; que, para colmo, tiene dentro de cada materia una inmensa ramificación de teorías; que se ocupa del individuo y de la sociedad en su conjunto. 

Es un saber para la vida que invita a ser vivenciada para que germine y dé frutos. Y para esto último no hace falta ni siquiera ser un profesional del pensamiento (por usar una definición que no huela a cerrado, como la de sabio). 

Basta con el acercamiento para que se produzca la apertura del mundo que teníamos configurado en nuestra mente, aprendiendo a multiplicar las preguntas, a fruncir el ceño ante el avasallamiento de información sensacionalista y/o sin contrastar, a comprender que hay múltiples modos de acercarse a la realidad y de explicarla, de ser en el mundo y de coexistir; que no es lo mismo una opinión que el conocimiento, y que las nociones de libertad, de justicia y de igualdad que manejamos ni han sido eternas ni son universales ni, por tanto, hay que dar por hecho que sean perfectas o estén aseguradas en el futuro. 

En resumen, la filosofía no te enseña a pensar, pero sí te facilita la tarea de pensar críticamente.

Si después de lo dicho todavía se ha quedado alguien con ganas de preguntar que para qué sirve, le recomendaríamos que volviese al párrafo anterior, que le diera una vuelta y que no siguiese leyendo hasta haberlo hecho. 

[Si aun así sigue insistiendo, le damos dos opciones para que elija la que más le guste:

a) la filosofía sirve para que usted mismo se responda a la pregunta;

b) la filosofía no sirve para nada, deje de dar la matraca].

Pero es solo una recomendación.

Ahora viene la auténtica encrucijada: nuestros dirigentes políticos, autonómicos y estatales, de un lado y del otro, ¿no saben lo que es la filosofía o lo saben demasiado bien? ¿Son conscientes de que están tomando la parte (la «ética» masticada y regurgitada desde una renovación de lo que una vez llamaron «Educación para la ciudadanía»; un repaso acelerado y sesgado por la historia a base de repetición de conceptos que terminan por no significar nada) por el todo (la filosofía)? 

Pregúntese por qué cada cierto tiempo se lanzan la no/presencia de la filosofía en la ESO y en Bachillerato a la cara en plenos del Congreso y en Twitter, por qué nadie se preocupa por ella hasta que aparece el siguiente borrador para reformar la ley educativa, por qué importa más que esté y no cómo esté siendo planteada, transmitida y enseñada. 

Pregúntese cuánto de lo que leen es cierto, y cuánto de lo escrito tiene voluntad de ser entendido. 

Pregúntese por qué los de un bando y los del otro quieren abanderar la filosofía cuando están en la oposición, e infórmense de cuánto la protegen cuando llegan al poder; pregúntese de dónde extraen la información.

Pregúntese por qué, a pesar de la «Ley Wert» (la LOMCE), en los últimos seis años se han disparado las matriculaciones al Grado en Filosofía. 

Pregúntese cuanto puedan y saquen sus propias conclusiones, que ya saben ustedes que la filosofía no está ni para adoctrinar ni para sentar cátedra, y aquí respetamos honradamente a la Dama y a sus principios. 

Y, por favor, la próxima vez que alguien les diga que se dedica a la filosofía denle un abrazo y un pellizco de pan —para que no se ponga metafísico, como Babieca con Rocinante (os lo dice una que lleva media vida entregada a la metafísica)—, y sigan su camino, que bastante tenemos ya.

Imagen de portada: Gentileza de Jot Down. Contemporary.Culture. Mag.

FUENTE RESPONSABLE: Jot Down. Por Ana Rosa Gómez Rosal. Abril 2022

Sociedad y Cultura/Filosofía

 

 

4 comentarios sobre “Filosofía o Barbarie

  1. En primer lugar, difícil que alguien en estos tiempos que nos toca vivir, logre abstraerse un momento de la mentalidad capitalista. Llegado el caso, podría entender que lo beneficioso no es sinónimo de rentabilidad. Pero claro, a eso se llega ejercitando el pensamiento, la buena costumbre de la reflexión. Y la gente, hoy en día, no está para perder el tiempo. ¡Todo rapidito! Y si es posible, bien masticado, para que sólo haya que tragar.
    ¡Excelente artículo! Algún día podría llegar hasta las autoridades y escucharíamos un: ¡Ah, pero era eso nada más!
    Un saludo Daniel.

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