10 poemas de Anne Michaels

Anne Michaels es una poeta y narradora nacida en Toronto, Canadá, en 1958. Ha publicado los poemarios The Weight of Oranges (The Coach House Press, 1986), galardonado ese año con el Premio Commonealth for the Americas, Miner’s Pond (McClelland & Stewart Inc., 1991), con el que obtuvo el Premio de la Asociación de Autores Canadienses, Skin Divers (McClelland y Stewart Inc., 1999) y la antología Poems (McClelland y Stewart Inc., 2000). Deslumbró en España con la novela Piezas en fuga (Alfaguara, 1997). En el año 2000 se publicó una breve selección de sus poemas titulada Nuestra sangre es tiempo (Nómadas, 2000). La editorial Bartleby publicó El peso de las naranjas & Miner’s Pond (2001) y Buceadores de la piel (2004), ambos con traducción de Jaime Priede.

***

PROFUNDIDAD DE CAMPO

La cámara nos libera del peso de la memoria…

registra para olvidar

John Berger

Ya nos hemos contado una y otra vez la historia de nuestras vidas

cuando por fin llegamos a Duffalo.

Sale un sol difuso y prehistórico

sobre las cataratas.

Una mañana blanca,

el sol salpica de pintura el parabrisas.

Conduces, fumas, llevas gafas de sol.

Rochester, Capital de la Fotografía de América.

Apagando un puro en la tapa de la cajita de un rollo,

el agente de seguridad de Kodak nos indica el camino.

El museo es una mansión en gran angular.

Desde el césped de la entrada miras las ventanas del segundo piso,

transformas mentalmente cuartos de baño en cuartos oscuros.

Un millar de fotos después,

agotados de adivinar el movimiento

invisible de la mente que eligió el encuadre de cada foto,

echamos la siesta en el parking de un instituto

mientras el sol se reclina como los árboles

sobre el capó caldeado del coche.

Volvemos a casa. La luna tan grande y cercana

que manchó el parabrisas dibujándole un bigote.

Te hago cosquillas en el cuello para mantenerte despierto.

No recuerdo nada de nuestras vidas anterior a esta mañana.

Salimos de la ciudad de noche y regresamos de noche.

Compramos frutos secos y flotamos tranquilamente por el vecindario,

árboles frondosos que se elevan en la exuberante oscuridad

o a la íntima luz de las farolas.

Es verano y el aire de la noche se carga de nuestros olores,

aguijoneado por la fragancia verde de los jardines.

El calor no se irá del pavimento

hasta que sea casi de día.

Te amé todo el día.

Tomamos la vieja y familiar Autopista del Encuentro,

comenzamos el largo viaje del uno al otro

como a nuestra ciudad con todas sus luces encendidas.

***

LAGO TWO RIVERS

(Fragmento)

4

Cuanto más miras una cosa,

más se transforma.

El pasado de mi madre se enreda

bajo la vida de sus padres y abuelos,

vivían en una misma casa y entre ellos

recordaban cientos de años de historia.

Este amor doméstico es plano, hiere

como la luz hiere nivelando los objetos en un bodegón.

***

FLORES

Hay otra piel dentro de mi piel

que se ajusta a tu tacto como un lago a la luz;

que desliza su memoria, su lenguaje perdido

dentro de tu lengua,

borrándome para hacerme de nuevo.

Justo cuando el cuerpo cree saber

los caminos para conocerse a sí mismo,

esta segunda piel sigue buscando sus respuestas.

En la calle – las sillas de los cafés abandonadas

en las terrazas, los puestos del mercado vaciados

de su viva luz,

aunque el pavimento todavía respire

uvas y melocotones –

como la luz de todo lo que crece

en la tierra recién removida,

cada partícula de mí se ajusta a tu tacto,

el viento envolviéndonos las piernas en mi vestido,

tu camisa deshaciéndose en flores por mis manos.

***

ANIVERSARIO

Esta noche nuestra habitación es un Buick,

las ventanillas subidas embozan el viento frío del lago.

Hace treinta años que atravesamos montañas oscuras

por carreteras angostas, como si nos deslizáramos bajo mantas con una linterna.

A tres días y dos noches del mar,

dejamos atrás los silos del grano inclinados contra el horizonte

como las cabezas en Easter Island;

bajo las estrellas saltando

como ibis entre los mangles.

Treinta años desde la boda y todavía

dormimos en coches. Todavía

despiertos con la luna, la frente iluminada.

***

A LA LLEGADA

Será en una estación

con techo de cristal

tiznado de hollín

de los trenes y

abrazados milla a milla

de la llegada. No se

soltarán en todo el largo viaje,

su brazo en la curva

del deseo de ella. Caminando por una ciudad

que apenas conocen,

observando a mujeres con taleguillas

darle monedas a un cura para los veteranos de guerra;

al encontrarse con la iglesia en un agujero

del viejo muro que cruza la ciudad, la cúpula

ocupando exactamente el agujero,

como un ojo. En la morada

del invierno, bajo una madriguera

de mantas, le hace entrar en calor

cuando salta dentro desde el aire.

Hay camino por el cual nuestro cuerpo

deja de pertenecernos, y cuando él la encuentra

hay posada al fin

para aquellos a los que aman,

en el lugar que él encuentra

que ella encuentra, cada palabra de la piel

una decisión.

Hay tierra

que nunca se suelta de tus manos,

lluvia que nunca cesa

en tus huesos. Palabras gastadas que se desprenden

de nosotros porque sólo pueden

caerse. Ellos no se

soltarán porque hay un tipo de amor

que se desprende del amor,

como las piedras de

de la piedra,

la lluvia de la lluvia,

como el mar

del mar.

***

BUCEADORES DE LA PIEL

Bajo la carpa

de las estrellas, vacas

a la deriva, sus vientres cepillando

la hierba alta, listos para un copioso

festín. Tierras bajas que centellean como mica

bajo la luna. La luz de las estrellas

nos empapa los zapatos.

La pradera de algas marinas se inclina suplicante, el mismo

campo de arpillera que en invierno cruje con la helada

es salpicado por el pincel negro

de los cuervos. Gélidos diamantes de las cintas de la reina Ana.

Porque se siente amada, la luna permite que nuestros ojos

la sigan por el sembrado, pisando

su ropa, seda reluciente

esparcida por los surcos. Sintiéndose amada, la luna desea

que la miren, nadando

toda la noche por el río.

Llama a través de los estores,

extiende una tira blanca por el pasillo a oscuras,

alcanza un vaso de la mesa.

Vigila la fortaleza del sueño.

Como la luna, quiero tocar espacios

sólo con la mirada. Contarte

cosas nuevas a las tres de la mañana, cuando nos

despierta la lluvia o una preocupación, o adelgazándonos por

los juncos del sueño, emergemos en la piel. En esta habitación

donde tantas cosas han ocurrido, donde el amor

es ese tintineo de los botones al deslizarse tu camisa

al suelo, el sonido de la calderilla;

un libro entreabierto, ropa

entreabierta. Sentimos de nuevo

cómo se transparenta la superficie

del cuerpo empujado ante la puerta

del mundo. Para leer lo que hay dentro

nos alzamos el uno al otro

hacia la luz. Recogemos

a todos los que amamos o deseamos

perder de vista, los llevamos

a cada pradera nocturna y nos sentamos con ellos

mientras las vacas se demoran como barcos

que apenas se mueven en la distancia.

La lluvia goteando desde la lona de las estrellas.

Pulido por el agua, el cuerpo recuerda

como una planicie inundada, anegado de sensibilidad,

ganando terreno en la bajamar.

Terrazas de la memoria, lisas como deltas verdes.

O arrecifes y cordilleras

plegando el mundo hasta el hueso.

La luna palpa el significado

de las cosas con sus dedos ciegos,

luego nos devuelve al cerúleo

aluminio de los amaneceres. La noche,

una carretera apuntando al este.

Su hermana, la memoria, revuelve en el armario empotrado

buscando ropa que conserve la silueta de alguien.

Se frota las manos en el delantal

manchado de infancia, un olor familiar

en el pelo; traquetea con ollas y cacerolas

en la cocina circadiana.

Mientras, en la habitación de una pradera nocturna,

la luna se desviste; su salto de cama

flora eternamente a ras de suelo.

La memoria se demora por el césped de las fincas,

se mueve lentamente por la hierba húmeda, cargada

de instantes atrapados en su red nocturna, en el éter

reluciente de su falta. El aire se aviva,

la memoria alza la cabeza y casi

desaparezco. Alzas la vista, una mirada que siento

por todas partes, la lengua de una mirada,

y el amor esta pradera nocturna, la sombra de la mañana

de nuestras voces, el papel carbón púrpura

de esta oscuridad plomiza. Pesa la memoria con la joyería

de esta lluvia, pesa su falda con los brotes de mercurio

congelados que adornan las ramas,

mientras avanza oímos el castañeteo

de esos huesos tan bellos. Entonces, el amor,

tan alejado del cuerpo, se alcanza sólo

por vía del cuerpo. El tiempo es el alambique

que transforma lo conocido

en misterio. En aire,

en la mancha púrpura de la dulzura.

El laburno, el iris silvestre, los abedules tan espesos

que resplandecen por la noche, olores que nos alcanzan

por todas partes; la alquimia que nos mantiene

tan felices tumbados en el suelo, incluso si no abarcamos

nada, nada: el evasivo

troque de los pájaros. Nunca tomaremos velocidad

de crucero, más bien nos hundiremos en el húmedo

firmamento, aprenderemos a permanecer en el fondo,

respirando por la piel.

Con membranas de plata, en ríos

color de lluvia. Bajo el agua, bajo la piel;

con arcanas aletas transparentes.

Esta noche la luna deambula descalza,

deja atrás medias de seda

como jirones de río.

Las pisadas del verano en nuestros brazos y piernas

palmeando húmedos

de lodo y algas.

Rodamos desde el borde al fondo de la pradera,

nos levantamos bajo la lluvia

de nuestra silueta en la hierba húmeda.

Nadadores nocturnos, buceadores de la piel.

***

Llevas tu cámara

bajo tierra.

La lluvia hiere la nieve. Largos cortes de lodo

ennegrecen el sendero. Encendemos las lámparas

y bajamos. Tus sesenta trillones de células

y los míos. En las cuevas de Aldéne y de

Fontanet los niños del paleolítico jugaban

mientras sus padres pintaban. Pequeñas huellas

de sus pies y sus rodillas en el Iodo.

Miles de años después, los niños regresan:

Maria, que encontró el bisonte

en el cielo de piedra de Altamira;

Marcel que siguió a su perro, Robot,

hasta la boca de Lascaux.

Ocho semanas después, las manos.

Una boca sin labios.

Veinticinco semanas después, los filamentos

siguen un rastro de aliento

químico en la corteza del cerebro

y conectan orejas y ojos.

Treinta semanas después un susurro del quantum:

el pensamiento.

A ligera diferencia

del tiempo geológico,

lleva generaciones

convertirse en isleño.

Sólo los espíritus se ganan un sitio.

El viento restriega el aire, tan limpio

que incluso el corazón más abrumado

recuerda todo lo que ama.

***

Bañamos a nuestra hija,

una oración de cada lado,

como si la laváramos

con una canción.

Dedos tan frágiles como cuchillas de hierba.

Miles de huevos

ya en su interior.

***

Amar como si también

hubiéramos elegido el dolor.

***

Todo amor es un viaje por el tiempo.

Orilla pulida, cuevas pintadas,

desfiladeros de caliza.

Ciruelas y agua fría en el desierto.

El río en invierno. Esta lejanía.

Imagen de portada: Anne Michaels

FUENTE RESPONSABLE: Zenda. Apuntes, Libros y Cía. Por Juan Domingo Aguilar. Editor: Arturo Pérez-Reverte. 12 de octubre 2022.

Sociedad y Cultura/Literatura/Poesía/Versátiles.

 

 

 

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