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A lo largo de la historia todas las generaciones han recibido reproches de la anterior, al menos eso nos indica la memoria cultural. Para apuntalar esta idea se suele recurrir a unas palabras atribuidas a Sócrates que atestiguarían la tradición desde tiempos remotos: «La juventud de hoy ama el lujo. Es maleducada, desprecia la autoridad, no respeta a sus mayores». Sócrates no dejó tal testimonio escrito, es un bulo recurrente, pero, aunque no hay pruebas, tampoco dudas de que se lo dijo a Platón y este a Aristóteles. Hay estudios que avalan la tendencia humana a denostar a los jóvenes por dos mecanismos: percibir las limitaciones de los demás donde uno sobresale y el sesgo de memoria que proyecta las cualidades individuales actuales en las del pasado. Es decir, nos recordamos mejores de lo que éramos.
También se suelen señalar las ventajas de los últimos en llegar al mundo, a mesa puesta. Es cierto que la humanidad no ha hecho otra cosa que mejorar sus condiciones de vida. Esto se puede confirmar con datos tan evidentes como la esperanza de vida y las condiciones de salud e higiene a nivel global, incluso en aquellos países con carencias severas. Siempre hubo un tiempo peor y, en cierto modo, es razonable que desde el momento en el que el ser humano descubrió la agricultura le dijera al siguiente ser humano que lo tenía más fácil por no tener que salir a recolectar. La última generación siempre está en deuda, pendiente de conseguir sus logros, que reprochará a la siguiente.
No menos cierto es que hay generaciones que pueden tener mejores argumentos que otras para recriminar las vida regalada, como aquellas que han vivido una guerra. En la actualidad ha caído en desuso el «una guerra es lo que necesitáis» por la disminución del número de protagonistas y las generaciones confrontadas han vivido circunstancias más benignas, al menos hasta ahora.
¿Qué es ser joven? ¿Y tú me lo preguntas?
Ser joven es un estado cuyos márgenes se han ido ampliando a medida que han mejorado las expectativas vitales, situándose actualmente en un rango que alcanza hasta los 40, que serían los nuevos 20, sin dejar un espacio para los verdaderos 20 que no sea la infantilización. Esta percepción optimista la podemos comprobar por la existencia de distintas bonificaciones, becas, carnets o campañas para jóvenes de menos de 35 o 40 años. El problema es que en este margen tan amplio están incluidas personas que tienen una opinión de «los más jóvenes», que es a lo que estamos. A la espera de que se redefina en un futuro una escala etaria de joven-más joven-más joven aún, nos tenemos que atener a una delimitación para identificar a los acusados: los jóvenes de ahora.
El primer sitio al que recurrir ante cualquier conflicto de este tipo suele ser el diccionario, con la esperanza de encontrar una sentencia firme. No es el caso: «Período de la vida humana que precede inmediatamente a la madurez». Para ese camino no hacían falta alforjas. En el Diccionario panhispánico del español jurídico sí encontramos unos rangos: entre los 15 y los 24 o 14 y 29 según el derecho positivo español. Otras fuentes a las que acudir son la ONU, de 15 a 24, y la OMS, que amplia de 10 a 24, incluyendo adolescencia.
Simplificando, si usted recuerda lo que estaba haciendo el 11S, ya no es joven. Que no recuerde este evento histórico tampoco es garantía de que lo sea, puede que ya esté de vuelta, pero, en términos generales, los nacidos en los últimos años de los noventa son la última frontera de la juventud actual, es decir, la denominada generación Z. Lo demás es intrusismo y apropiación cultural.
¿Cómo son?
Cualquier adulto que no tenga una orden de alejamiento de un centro educativo puede observar que la juventud actual tiene un aspecto muy uniforme. No existen tribus identificables a simple vista, visten de forma similar y tienen pelazo. Ellas melena natural larguísima, ellos corte reciente realizado en cualquiera de las barberías que ocupan los locales que van dejando otros negocios y que se llenan cada viernes por la tarde. Tienen rasgos parecidos, moldeados por los brackets de uso casi obligatorio y que antes eran motivo escarnio. Cuando vean sus fotos dentro de unos años no percibirán algún anacronismo bochornoso, parecen atemporales, miembros de una tribu global acompasada. Un ejército con camisetas básicas y deportivas blancas. Son muy pocos y no parece que necesiten significarse, ya son raros sin hacer aspavientos.
El reto demográfico
La generación joven actual es la heredera de uno de los logros más destacables de las inmediatamente anteriores, la incorporación de la mujer al trabajo remunerado, y será la responsable de completar la igualdad de géneros y remontar la natalidad. Son minoría, están más solos y les ha tocado la parte más estrecha del embudo demográfico.
En 2021 se marcó el mínimo histórico de nacimientos, el índice de hijos por mujer es de 1,19 y, de mantenerse la tendencia actual, la tasa dependencia (proporción de personas mayores de 65 años) alcanzará su máximo en 2050 con un 53,8%, actualmente es del 30,5%.
Un estudio realizado en 2013 por la Fundación La Caixa, «El déficit de natalidad en Europa. La singularidad del caso español», nos da una idea del escenario demográfico al que se enfrentan los jóvenes, que en la fecha del estudio estaban en la adolescencia. Un aspecto importante que señala es el hecho de que la natalidad desciende durante el periodo de transformación de los roles, pero remonta cuando se abordan los problemas de precariedad laboral, las desigualdades de género y los desequilibrios trabajo-familia.
Este es el reto demográfico de los jóvenes: crecer. Porque, independientemente de la repercusión económica del envejecimiento de la población, que puede ser resuelta por otras vías como la inmigración, el ser humano, por lo que sea, sigue queriendo reproducirse. Para conseguirlo tienen a su favor precisamente el ser pocos (las generaciones numerosas tienen menos hijos) y en su contra ser hasta un tercio de hijos únicos y con padres entre 30 y 40 años mayores que ellos, por lo que no solo no van a tener una red familiar de apoyo como sus ascendientes, sino que van a tener a su cuidado —muchos en solitario— a dos ancianos estando aún en edad laboral. Se lo damos todo hecho.
Todos los cuidados —de niños, enfermos y ancianos— los ejercían, y en gran parte sigue siendo así, las mujeres de la familia; mucho tiene que evolucionar la igualdad y la respuesta social para que haya espacio para el cuidado de uno o más descendientes. La «singularidad española» indica que, si lo hacen, lo harán más rápido que nadie y será su revolución.
Relaciones sociales
«La revolución digital está aislando socialmente a los jóvenes. Les está eliminando el tesón, la paciencia y el relacionarse con otras personas como hacíamos otras generaciones en el pasado».
La generación de jóvenes actual es nativa digital de pura cepa —de aquí, de internet—y sufrió un confinamiento en la etapa de entablar relaciones sociales fuera del ámbito familiar, siendo la tercera franja de edad más perjudicada en este aspecto. Por detrás de la de ancianos y niños; de estos últimos solo podemos esperar que sean de goma, como se dice, y no tomen represalias algún día.
Dejando a un lado el trauma que puede suponer el relegar las relaciones sociales y los estudios al ámbito digital de un día para otro, la pandemia evidenció algo ya de por sí evidente: los avances tecnológicos, desde el momento en que aparecen y funcionan, son imprescindibles. Las cantinelas que se repiten generación tras generación «nosotros no necesitábamos X», «vivíamos con menos» y sobre los perjuicios que producen los últimos artefactos quedaron al descubierto cuando resultó indispensable tener una un ordenador o un móvil y un enchufe en el peor de los casos, una conexión y unas habilidades previas para intentar mantener las constantes vitales de la vida social, formativa y laboral. Si un año después te dicen que eso es causa de aislamiento te tienes que quedar con cara de conejo al que le dan las largas.
Cualquier relación con una administración estatal, autonómica, local, del ámbito de la educación o de cualquier otro, requiere como mínimo algún trámite electrónico, cuando no es online en su totalidad y ni si quiera se puede acceder telefónicamente para requerir información ni acercarte físicamente ni con un palo. ¿Le vamos a reprochar a los jóvenes que utilicen la tecnología que se nos exige? ¿Ahora? Es un debate que ya no tiene razón de ser. Salvo fuerza mayor, el mundo ya es digital y la exclusión es lo analógico.
Lo que parece cierto es que la juventud no goza de la misma alegría festiva de otras generaciones, cuando una ardilla podía recorrer España de bar en bar sin cerrar los párpados en cuatro días. Sin entrar a valorar si esto es beneficioso o no, puede que tenga que ver con la progresiva restricción de horarios de cierre e imposición de multas a medida que a la generación con más número de votantes le empezó a molestar el bullicio y se adueñó del target del ocio. Si ahora hubiera una ruta del bacalao sería de tapas de tardeo. Hay gente que salió en los ochenta y aún no ha vuelto, la capacidad invasiva de los mayores ha desplazado a los jóvenes.
Sospechosos habituales y que si la abuela fuma
Relacionar jóvenes y drogas es un mecanismo casi automático. Quizás se deba a que una generación entera de jóvenes, cuyos supervivientes rondan los 60, se vio golpeada de tal forma que posteriormente todos los esfuerzos se han dirigido a la prevención. Y ha dado sus frutos. El consumo de todo tipo de drogas ha tenido un descenso sostenido desde 1994, año desde el que recoge datos la Encuesta sobre Alcohol y Drogas en España.
El consumo de la droga legal más habitual en todas las edades, el alcohol, se ha reducido en los jóvenes un 30 % (prevalencia de consumo en los últimos 30 días) al igual que el de la segunda, el tabaco. Sobre las drogas ilegales, solo el consumo de cannabis tuvo un comportamiento ascendente hasta 2008. Cuando en cualquier intento de criminalización se saca a colación el problema de los jóvenes y las drogas conviene señalar, por ejemplo, que el perfil de las personas fallecidas por reacción aguda a sustancias psicoactivas es el de un hombre mayor de 44 años, o que el consumo problemático de cualquier droga legal o ilegal corresponde a perfiles que más bien pueden estar sentados en un despacho antes que en un parque público.
La juventud actual es más sana, hace más deporte, disfruta del ocio sin vincularlo necesariamente al alcohol y se droga menos. Sin quitarle mérito a la educación, a las distintas campañas y a la falta de recursos económicos, esta idiosincrasia se puede deber a la reacción de un ciclo generacional. Beber, drogarse y, sobre todo, fumar es de padres. Al menos hasta conocer los efectos a largo plazo de la pandemia en la salud mental.
Regalan los títulos en las latas de Monster
Estar sobradamente preparado es una circunstancia que ha pasado de tener una consideración positiva a utilizarse de forma desdeñosa. Del acceso masivo a la universidad como un triunfo de clase, a considerar perjudicial la sobrecualificación para el trabajo al que vas a poder acceder. Transmitir frustraciones no es el mejor legado generacional.
Desde finales de los 70 se produjo la invasión de las facultades (se puede calificar así por el crecimiento exponencial de matrículas) de hijos de trabajadores que veían en los estudios superiores el famoso ascensor social. Esa perspectiva ha cambiado y el sistema educativo también. La juventud actual nació con el Plan Bolonia, cuyo loable objetivo de reorientar los estudios al trabajo ha dado lugar a carreras más cortas que exigen un máster, y el desembolso económico correspondiente, para equipararse a las antiguas licenciaturas. La pérdida de relevancia de los grados en el mercado laboral obliga a realizar posgrados que obligan a encontrar un trabajo para poder pagarlos. Si no lo encuentras, te puedes quedar en el limbo de no tener un título idóneo para las empresas y no tener un trabajo idóneo para permitirte un título. Haber hecho FP.
Las personas jóvenes actuales que provienen de familias con trabajos no cualificados o bajo nivel de estudios tienen más dificultades para acceder a la formación universitaria y para finalizarla que las generaciones anteriores. Cada vez hay más jóvenes que estudian y trabajan, o que trabajan para estudiar y viceversa, superando en número a los míticos «ninis».
La cultura del esfuerzo es un concepto difuso que sirve de reproche genérico y exaltación de los méritos propios de quien la emite desde una posición ya acomodada, sin intención alguna de aportar una crítica constructiva en la que, en cualquier caso, debería incluirse, no desde la condescendencia de admitir la culpa de «darlo todo hecho» —como cuando alguien reconoce que su peor defecto es «ser demasiado bueno»— sino como actante.
Que la censura generacional se haya repetido a lo largo de la historia no exime de lo inapropiado que resulta hacerlo justo cuando la incertidumbre es mayor. La juventud actual ha crecido en una crisis económica, se le paró el mundo en el momento de desarrollar una vida emancipada y al salir a la calle se encuentra una guerra en Europa con amenaza nuclear y crisis energética. El reto de las personas adultas, el gesto revolucionario, sería convertirnos en la primera generación que no solo no se cree mejor, sino que reconoce el mérito y las dificultades de la siguiente. O al menos se calla.
Imagen de portada: Gentileza de JOT DOWN
FUENTE RESPONSABLE: JOT DOWN. Por Yolanda Gándara.
Sociedad y Cultura/Cultura del esfuerzo/Jóvenes/Juventud
Estoy de acuerdo con muchos aspectos. Gracias por compartir.
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