1 poema de Marina Tsvetáieva.

La obra literaria de la escritora rusa Marina Tsvietáieva (1892-1941) está a la altura de la de Boris Pasternak, Anna Ajmátova y Ósip Mandelshtam. Por desgracia, las autoridades de su país reprobaron su trabajo, por lo que nunca pudo tener ni una vivienda ni un empleo. 

Una de sus hijas, Irina, acudió voluntariamente al orfanato para sobrevivir, pero murió al poco tiempo de entrar en dicha institución. Marina Tsvietáieva se ahorcó a la edad de 49 años. Su otra hija, Ariadna, pasó ocho años en el Gulag y otros tantos en el desierto de Turujansk. Aun así, pudo salvar la obra de su madre.

Poemas (Cátedra) es una edición bilingüe, a cargo de Jesús García Gabaldón, que reúne diez poemas lírico-narrativos de gran extensión. De uno de ellos, ‘Poema de la montaña’, reproducimos un fragmento.

***

POEMA DE LA MONTAÑA

DEDICATORIA

Tiemblas: caen montañas de tu espalda,

y el alma va a la montaña.

¡Déjame cantar la pena:

de mi montaña!

Ni hoy, ni más adelante

cerraré esa negra oquedad.

Déjame cantar la pena

en la cima de la montaña.

1

Esa montaña era como el pecho

de un recluta, perforado por una bala,

esa montaña quería labios

vírgenes, un rito nupcial.

Exigía esa montaña:

un océano en el tímpano,

un repentino hurra.

Esa montaña aguijaba y luchaba.

Esa montaña era como un trueno,

en vano jugaremos con los titanes.

¿Recuerdas la última casa

de esa montaña en las afueras?

¡Esa montaña era mundos!

Dios cobra caro el mundo.

La pena empezó desde la montaña.

Esa montaña estaba sobre la ciudad.

2

Ni Sinaí, ni Parnaso,

solo un pelado cerro

cuartelario. ¡A formar! ¡Fuego!

¿Por qué, a mis ojos,

(era octubre, y no mayo)

esa montaña era el paraíso?

3

Como un edén en la palma

de la mano: ¡no lo cojas!, ¡quema!

La montaña se arrojaba a los pies

del escarpado peñasco.

Como titán con garras

de arbustos y coníferas,

la montaña agarraba por las faldas,

ordenaba: ¡Alto

¡Oh! ¡Cuánto distaba de ser un simple

paraíso!: ¡corriente entre corrientes!

La montaña nos tiraba,

nos tumbaba: ¡Acuéstate!

Estupefactos ante la acometida,

¿cómo? ¡Ni hoy se entiende!

La montaña, cual santa celestina,

señalaba: aquí…

4

¡De Perséfone el grano granate!

¿Cómo olvidarte en las heladas de invierno?

Recuerdo tus labios, como valva doble

abriéndose a los míos.

¡Perséfone! ¡Perdida por un grano!.

Pertinaz púrpura de los labios,

y tus pestañas como mellas,

y las doradas puntas de una estrella…

5

No engaña la pasión, y no finge,

ni miente: ¡solo no la prolongues!

¡Ah, si viniéramos al mundo

como plebeyos del amor!

¡Ah, si todo fuera simple y justo!

Simplemente, una colina, simplemente, un monte…

(Dicen que con el vértigo del abismo

se mide el nivel de las montañas).

Entre montones de pardo brezo,

entre islas de doloridas coníferas…

(La cuota de delirio sobre el nivel

de la vida.)

—¡Tómame! Soy tuyo.

Y la serena querencia de la familia,

y el piar de los polluelos, ¡ay!

¡Pues venimos al mundo

como celestes seres del amor!

6

La montaña se lamentaba (con amarga arcilla

se lamentan las montañas a la hora de las separaciones)

La montaña se lamentaba de la colombina

ternura de nuestras mañanas sin noticias.

La montaña se lamentaba de nuestra amistad:

¡irrefutable estirpe de los labios!

La montaña decía que para cada uno

se haría realidad según sus lágrimas.

¡Y también decía la montaña que un campamento

es la vida, que todo el siglo es un bazar del corazón!

Y también se lamentaba la montaña: ¡si hubiera dejado

marchar a Agar con el niño!

Y aún decía que el demonio

acecha, que el juego carece de sentido.

La montaña hablaba, y nosotros, mudos,

la dejábamos juzgar.

7

La montaña se lamentaba de que solo sería tristeza

lo que entonces era sangre y ardor.

La montaña decía que no nos abandonaría,

que no dejaría que fueras de otra.

La montaña se lamentaba de que solo sería humo

lo que entonces era el mundo y Roma.

La montaña decía que teníamos que estar

con otros (¡no envidio a esos otros!).

La montaña se lamentaba de la terrible carga

del juramento, de que ya era tarde para jurar.

La montaña decía que era viejo el nudo

gordiano del deber y la pasión.

La montaña se lamentaba de nuestra pena.

¡Mañana! ¡Ahora no! Cuando sobre la frente

no se vea memento, sino simplemente ¡mar!

Mañana, cuando entendamos.

Un sonido… Como si alguien estuviera

a mi lado… ¿llorando?

La montaña se lamentaba de que descendiéramos

separados, entre tanto fango,

a la vida, de la que todo sabemos:

gentío, barracones, mercado.

Y decía que todos los poemas

de las montañas se escriben así.

—————————————

Autora: Marina Tsvetáieva. Traducción: Jesús García Gabaldón. Título: Una heroína intergaláctica. Editorial: Cátedra. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

Imagen: Cubierta de portada de “Poemas” de Marina Tsvetáieva.

FUENTE RESPONSABLE: Zenda. Apuntes, Libros y Cía. Por Laura Di Verso. Editor: Arturo Pérez-Reverte. 4 de febrero 2023.

Sociedad y Cultura/Literatura/Poesía.

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