No sabía que le ocurría dentro de su cabeza, recuerdos que a borbotones parecían decirle que todo lo vivido, había sido ayer.
Cuando su madre -del que era su preferido y no por ser el menor, lo llevaba de la mano y con la otra sujetaba el sabroso plato de comida casera por ella preparada, inventaba aterrizajes de vuelos casi de equilibristas en el aire que siempre aterrizaban en la pista, que era su boca.
O lo engañaba construyendo montañas con su pure de papas, haciendo puertas o ventanas que en la cuchara tenían el mismo destino, a su aparato digestivo. Ser «morrudito» en ese tiempo, era síntoma de buena salud.
Se detuvo y sonrió con aquello tan verdad como la vida misma, cuando recordó que era el «preferido» y la verdadera razón que lo sustentaba. Pero quiso dejarlo para después, revelando luego la causa real y no la aparente.
Como niño solitario que fue, además de la imaginación para pasar sus horas de tedio, algunas veces lo dejaban sentado en el mármol de la entrada de la casa, puerta abierta de par en par » para que observara el ir y venir de la gente, además de los escasísimos automóviles que pasaban.
Otra época, ¿ inseguridad?
No, está no existía.
No se cerraban las puertas con llave durante el día ni hacían falta como hoy; cámaras, datos biométricos o seguridad las 24 horas.
Otra sociedad, analfabeta tecnológica pero con un espíritu y respeto hacia el otro, que hoy es mar de ausencia.
Recordaba que su madre lo sobreprotegia tanto, en ausencia del personaje masculino ausente -su padre, por las razones ya conocidas- que sentado allí, era el pavote de la cuadra, porque cada vecino de su edad o sólo un poco mayor, no tenían mejor pasatiempo al pasar que abofetearlo.
Al no saber defenderse, la rutina de esos hechos fueron acumulando poco a poco, un enojo interior cada vez mayor.
Cerca de cumplir los siete años, sobre los hombros de su padre lo acompañaba a aquel en ciertas noches, a esperar y buscar a su hermana mayor que se encontraba haciendo un cursillo -hoy se diría extracurricular, además de su educación formal. Una de esas noches estalló una pequeña revolución.
Tanto su padre como él, vieron a su hermana con un joven de su edad. Para que!!
Tuvo que escuchar a su padre reprendiendo a su hermana, con el agravante de que al llegar al hogar, la primera en enterarse iba a ser su madre.
Se sonríe nuevamente recordando aquello; cuando en estado de shock su mamá acompañando con epítetos varios, arremetió contra su hija. La tabla de salvación de la bella jovencita fue una tía – que les alquilaba una pieza- y hermana de su madre, quien se interpuso y pudo lograr tranquilizarla.
Pero no terminó ahí…