Y así comenzó el noviazgo – en aquel tiempo se decia asi- cuando hoy comienzan a convivir, a veces sin saber cómo se llaman, luego de una noche de pasaje de alcohol y deseo desenfrenado- Pero es lo que hay…y es el hoy.
Siguió pensando en esa vida casi pueblerina, a pesar de habitar en la Ciudad de Buenos Aires, en donde podían darsexa conocer sus propias contradicciones, enceguecidos por creer que había una única verdad y debatiendo con un ego, que no los dejba en paz, aún hoy.
Las horas eran lentas, es como si se tratara del argumento de una filmación con una cansina manera de ver las cosas, pero estas a pesar de ser simples, eran los nutrientes de aquella felicidad.
Si algo no se dejaba pasar en la casa familiar, era el festejo del almuerzo para despedir el año viejo recibiendo con esperanza al niño que recien comenzaba a gatear.
Era en ese momento en que su madre preparaba el día anterior un relleno fantástico para cocinar esas riquísimas empanadas árabes llamadas «fatay».
Lo dejaba macerar toda la noche y al otro día se dirigia a la panadería con la o las ollas de la preparación y luego de saludar con un buen día, les pedía amablemente a cada uno de los vilipenleaban la masa, que fueran a lavarse las manos sin excepción.
Él, pensaba que cuanto tuvo que ir alguna vez, no podía creer que su madre contara con algo que le fue hasta ese momento inadvertido – autoridad sobre los demas-.
Su madre se quedaba durante todo el proceso, en que se amasaba cada círculo, se colocaba su relleno y se los ingresaba al horno a leña, con unas palas planas.
Se iban cocinando en tandas, y al retirarlos colocándolos en la misma cacerola original, alcanzando a veces unas cien o ciento veinte unidades. Un exageración, ya que cada fatay tenía el tamaño de un plato playo
Al volver a la casa, estaban ya todos los comensales, algunas ensaladas y las bebidas, casi siempre jugos.
La avidez con que se comía esas delicias no se conyentauna simple definición..Hasta «Don Pancho», abuelo y padre del suyo, era a la única reunión familiar a la que asistía cada año. Y al final «el postre típico»; preparado por su padre «Natilla con orejones de durazno» – la nata que es tan común en España.
Reía al pensar como jugaba con su hermano- quince años mayor- a ver quien de los dos devoraba más fatay. Generalmente, ganaba él con 13 contra 11 o menos. Eso si, luego no había forma de levantarse de la mesa.
Que bueno eracque con aquellos platos caseros y » no platos de autor» como hoy, los sabores y olores de aquellos momentos hayan quedado para siempre en la memoria.
Nutrida mesa, plena de anécdotas y de «chistes de salon», contados con gracia por su padre, bajo la mirada atenta de su madre que lo correjia si escuchaba algo de tonalidad verde…
El brindis final con la sidra que fuera; por la vida, la unión, la salud, el amor y la esperanza, estandartes de un grupo familiar de raíces humildes pero con principios no negociables.
Recordaba, que la llegada de su futuro cuñado, se había dado en el momento justo.
Bastaron algunas charlas y la enseñanza por el muchacho recién llegado, de algunas simples lecciones de boxeo, para que a partir de allí nadie se atreviera en la cuadra, ni siquiera intentar abofetearlo.
Allí, se ponía de pie y enfrentaba al agresor, que sorprendido montaba en polvorosa. Comenzó a elevarse su autoestima y su auto reconocimiento.
Pero el destino, le tenía preparada una ingrata sorpresa…
Continuará..
Imagen de portada: Gentileza de Pinterest.