Cándido o el optimismo, de Voltaire.

El máximo representante de la Ilustración, Voltaire, adoptó un punto de vista sardónico para burlarse del principio de razón suficiente postulado por Gottfried Leibniz, según el cual vivimos en ‘el mejor de los mundos posibles’. En Cándido o el Optimismo, el filósofo francés presenta a un muchacho a quien le ocurren tantas calamidades que resulta difícil defender la felicidad con la que avanza por la vida.

En Zenda ofrecemos el arranque del la nueva edición de Cándido o el Optimismo publicada por Navona, traducida por José Ramón Monreal y prologada por un texto rescatado de Italo Calvino.

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Capítulo primero

De cómo Cándido fue educado en un hermoso castillo y de cómo le echaron de él.

Había en Westfalia, en el castillo del señor barón de Thunder-ten-tronckh, un muchacho al que la naturaleza había dotado de las costumbres más apacibles. Su cara era el espejo de su alma. Era muy recto de juicio y de espíritu muy inocente. Tal vez por esta razón le llamaban Cándido. Los viejos criados de la casa sospechaban que era hijo de la hermana del señor barón y de un buen y honrado gentilhombre de los contornos, con quien la muchacha no quiso casarse jamás, porque no había podido probar más que setenta y un cuarteles, y porque el resto de su árbol genealógico se había perdido a causa de los estragos del tiempo.

Era el señor barón uno de los más poderosos señores de Westfalia, pues su castillo tenía puerta y ventanas. La gran sala estaba adornada con un tapiz. Todos los perros de sus patios formaban, si era menester, una jauría; los palafreneros eran sus monteros; el vicario del pueblo, su limosnero mayor. Todo el mundo le llamaba señoría, y le reían todas las gracias.

La señora baronesa, que pesaba alrededor de trescientas cincuenta libras, se había ganado por ello una grandísima consideración y honraba a la casa con una dignidad que la hacía más respetable aún. Su hija Cunegunda, de diecisiete años de edad, era de un vivo colorido, lozana, carnosa y apetecible. El hijo del barón parecía en todo digno de su padre. El preceptor Pangloss era el oráculo de la casa y el pequeño Cándido escuchaba sus lecciones con la buena fe propia de su edad y de su carácter.

Pangloss enseñaba la metafísico-teólogo-cosmolonigología. Demostraba admirablemente que no hay efecto sin causa y que en éste, el mejor de los mundos posibles, el castillo del señor barón era el más hermoso de los castillos y la señora la mejor de las baronesas posibles.

«Está demostrado —decía— que las cosas no pueden ser de otro modo de como son, ya que, estando hechas para un fin, todo conduce necesariamente hacia el mejor fin posible. Nótese que las narices fueron hechas para llevar anteojos, por eso tenemos anteojos. Las piernas fueron evidentemente hechas para ser calzadas, y tenemos las calzas. Las piedras fueron hechas para ser talladas y para construir castillos con ellas, por eso su señoría tiene un hermoso castillo; el barón más grande de la provincia debe ser el que esté mejor aposentado; y los cerdos fueron hechos para ser comidos, y por eso comemos tocino todo el año: por consiguiente, los que han dicho que todo va bien han dicho una tontería; hubieran tenido que decir que todo va del mejor modo posible».

Cándido escuchaba atentamente, y lo creía inocentemente, pues encontraba a la señorita Cunegunda muy hermosa, aunque nunca hubiera tenido el atrevimiento de decírselo. Pensaba que después de la dicha de haber nacido barón de Thunder-tentronckh, el segundo grado de la felicidad era ser la señorita Cunegunda; el tercero, verla todos los días; y el cuarto, escuchar al maestro Pangloss, el más grande filósofo de la provincia y, por tanto, del orbe entero.

Paseando un día Cunegunda cerca del castillo, por el pequeño bosque que llamaban el parque, vio entre la maleza al doctor Pangloss impartiendo una lección de física experimental a la doncella de su madre, morenita, muy graciosa y dócil. Como la señorita Cunegunda tenía grandes aptitudes para las ciencias, observó, sin decir esta boca es mía, los reiterados experimentos de que era testigo; y comprendió clara y distintamente la razón suficiente del doctor, los efectos y las causas, y se volvió muy inquieta, pensativa y llena de grandes deseos de saber, soñando que podría perfectamente ser la razón suficiente del joven Cándido, quien podía ser también la suya.

De vuelta al castillo, se encontró a Cándido y se sonrojó; también éste se ruborizó; ella le dio los buenos días con voz entrecortada, y Cándido habló sin saber lo que decía. Al día siguiente después de comer, al levantarse de la mesa, Cunegunda y Cándido se encontraron detrás de un biombo; Cunegunda dejó caer su pañuelo, Cándido lo recogió, ella le tomó inocentemente la mano, el joven besó candorosamente la de la muchacha con una viveza, una sensibilidad, una gracia muy particulares; sus bocas se encontraron, sus ojos se encendieron, sus rodillas flaquearon, sus manos se extraviaron. El señor barón de Thunder-ten-tronckh acertó a pasar cerca del biombo y, viendo aquellas causas y aquellos efectos, echó del castillo a Cándido propinándole unas patadas en el trasero; Cunegunda sufrió un desmayo; fue abofeteada por la señora baronesa al volver en sí; y todo fue consternación en el más bello y agradable de los castillos posibles.

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Autor: Voltaire. Título: Cándido o el Optimismo. Traducción: José Ramón Monreal. Editorial: Navona. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

Imagen: Cubierta de portada de “Voltaire –  Cándido o el Optimismo”

FUENTE RESPONSABLE: ZENDALIBROS.COM 16 de marzo 2023

Sociedad y Cultura/Literatura/Adelantos editoriales.

Rebeldes y libres, de Lydia Cacho

La periodista mexicana Lydia Cacho ha entrevistado a cientos de españoles menores de dieciocho años. Les ha preguntado por sus sueños, sus aspiraciones, sus miedos, sus reivindicaciones, su concepción de la identidad sexual… 

Y ha descubierto que está subiendo toda una generación de mujeres que tienen totalmente asumido el feminismo como forma de pensar y que pronto serán las responsables de dirigir un país, el nuestro, que en nada se parecerá al de antes. El futuro ya ha nacido y tiene nombre de mujer.

En Zenda reproducimos la Introducción de Rebeldes y libres (La Esfera de los Libros).

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Introducción

Veamos, para comenzar debo advertirles que aquí voy a  decir cosas que no les gustan a muchos chicos, bueno, tampoco les gustan a muchos hombres ni a algunas mujeres; es que a mí me da por hacer preguntas incómodas y he aprendido a encontrar respuestas que no resultan muy atractivas para la gente que cree que lo sabe todo y en especial para aquellos que no quieren que las cosas cambien porque opinan que todo lo de antes era siempre mejor que lo de ahora.

Pero, bueno, comencemos por el principio, ¿vale?

Cuando yo tenía once años (o sea, hace muchísimos años), pedí un regalo de Navidad muy especial. Era un teléfono de plástico de colores rojo y azul. Sonaba cuando marcabas las teclas de los números y en cuanto lo ponías en el oído las palabras hacían eco y te hacía sentir que alguien al otro lado de un cable inexistente podía escucharte. Pues yo me sentía la más cool con mi intento de teléfono móvil de juguete hasta que una tarde mi padre me vio jugando sola contando una historia en el teléfono de plástico y con una libreta y un boli en mano. Me preguntó a qué jugaba y si me había vuelto loca, porque las niñas cuerdas no hablan solas, y una chica de once años no debía jugar a ser telefonista. «No, papá, no soy telefonista, soy la presidenta del planeta Tierra», le dije con toda la seguridad que me daba el personaje de mi juego. 

Él sonrió y me dejó hablando sola. Yo estaba totalmente convencida de que no estaba loca por jugar a la presidenta del mundo mundial en lugar de jugar con las muñecas y la cocinita como mi hermana mayor.

Os confieso que me di cuenta de que a las personas adultas les inquietaba que yo jugase a ser mujer adulta y no a ser mujer-mamá, y eso me parecía muy raro. ¿Por qué era mejor que una niña practicase para jugar a ser madre y cocinera y no a ser poderosa e inteligente?

Así que, una mañana, en casa de mi abuela favorita, le pregunté por qué las personas adultas creían que mi elección no era buena o adecuada. Mi abuela sonrió dulcemente y me dijo que, sin duda, yo podría ser la presidenta del mundo si me preparaba para ello. Evidentemente, mi siguiente pregunta fue cómo se prepara una niña de once años para dominar el mundo, y la abuela Marie Rose contestó que siendo rebelde. Fui a toda prisa a buscar un diccionario y encontré la definición perfecta: «Oponer resistencia», en pocas palabras, desobedecer. Entonces me dirigí a mi madre para preguntarle cómo se convierte una en rebelde, ella soltó una carcajada y me dijo que yo ya lo era, pero que si quería ser líder del mundo debía aprender a ser una rebelde con causa.

Fue así como comencé a buscar cuál era mi causa personal. Mientras tanto, jugaba a hablar por teléfono con personajes imaginarios o famosas como Marie Curie e Indira Gandhi que me daban consejos y me contaban historias de países lejanos donde había otras niñas que también querían gobernar o transformar el mundo. Así que se me ocurrió la no tan genial idea de promover en el cole que se creara un grupo de chicas del mundo que les dijeran a los adultos cómo hacer bien las cosas, que dejasen de hacer guerras y dictaduras y detuviesen la violencia que ejercían los gobernantes, esa que me daba tanto miedo. Y mi tío Manuel, que era un genio amoroso, me dijo que eso ya existía, que se llamaba ONU y que tal vez algún día yo podría trabajar allí, que había muy pocas mujeres entre quienes mandaban.

Mi tío Manuel fue el primer hombre que conocí que hablaba de feminismo; decía que todas las niñas deberíamos de ser feministas igual que todos los niños, entre otras cosas para que nadie nos llamara locas por pedir teléfonos en lugar de muñecas y por imaginar que podríamos cambiar el mundo. Así que sería feminista, pensé, ahora lo difícil era entender por qué ninguna de mis amigas pensaba que esa era la más cool, revolucionaria y genial idea del mundo.

Entonces descubrí que ser feminista, según la mayoría de las personas de hace cincuenta años, significaba querer hacer la guerra contra los hombres, dejarse crecer los pelos de las axilas y el del bigote, no ponerse sujetador y no usar minifalda. Yo no tenía muchos pelos aún, no tenía tetas y no me gustaban las faldas, así que no me preocupé por eso; era mediados de los años setenta y comencé a preocuparme por ser escuchada cuando decía que yo era una niña feminista y que todas las personas deberían ser feministas para que las niñas pudiesen hacer las mismas cosas que los niños. Mi madre y mi abuela, igual que mis mejores amigos y amigas del cole, estaban de acuerdo conmigo, pero las demás personas insistían en que las mujeres tienen un lugar en el mundo y ese lugar es su hogar, cuidar a los otros, tener hijitos, obedecer a su esposo y ver culebrones por las tardes.

Pasaron muchos años, y cuando a los veintitrés años entré a trabajar en un diario como reportera, ya no me importaba que me llamaran loca, ni que me recomendaran no confesar que era feminista; yo sabía lo que quería y nadie iba a impedir que me dedicase a descubrir historias importantes. Como la gente decía que ningún hombre quiere a una feminista decidida, pensaba que no encontraría el amor, y me casé felizmente con un hombre dulce que fue mi mejor amigo, que me amaba y me admiraba. Me dijeron que las feministas no tenían programas de radio y televisión, y tuve el mío en la radio y en la tele y lo anunciaba como Feminista (así, con mayúscula).

A los veintiocho años me daba igual que mis compañeros de trabajo dijeran que las mujeres nunca escriben tan bien como los hombres, o que las mujeres no pueden ser buenas reporteras de investigación, siempre seguí mis sueños y me preparé para encontrar el poder de mis causas. Mi padre me decía que si era disciplinada lograría todo lo que quisiera. Hoy he publicado diecinueve libros traducidos a más de diez idiomas, he viajado por ciento cuarenta y tres países y he recibido sesenta y seis premios internacionales, ¡más que ningún hombre periodista de mi país!

Por todo eso me emociona tanto poder hablar con vosotras, las chicas españolas, salir a las calles de diferentes comunidades para preguntaros cuáles son vuestras locuras, qué os inspira, si sois feministas y qué significa eso para vosotras. Quería que me contaseis vuestras propias historias de rebeldía y libertad para que se las mostremos al mundo. Vosotras elegisteis los temas, expresasteis vuestros miedos y analizasteis vuestros enfados, pero sobre todo vosotras sois dueñas de vuestras palabras y de vuestras ideas. Yo estoy feliz de poder compartir esta aventura feminista con chicas tan diferentes, inteligentes, fuertes y valientes como vosotras.

Debéis saber que hablé con chicas españolas pertenecientes a todos los lugares, desde Cataluña hasta Andalucía y Madrid, de Asturias a Valencia, del País Vasco hasta Extremadura pasando por La Rioja y Castilla-La Mancha; en cada una de las comunidades que recorrí, descubrí que niñas y niños se preguntan cómo se puede ser feminista sin excluir, sin discriminar, sin vivir su feminismo desde la ira, la rabia, el sectarismo, la violencia o la descalificación. ¿Se puede ser feminista sin ser activista? ¿Es posible ser cishetero y no tener que hablar de sexo todo el tiempo para ser cool? ¿Se consigue no ponerse etiquetas, pero ser chico solidario con todas las causas feministas? ¿Es correcto defender los derechos trans, pero decir que eres hetero y no quieres probar otra cosa? ¿Es verdad que en esta época ya no existen los armarios para ocultar la identidad sexual? ¿Por qué hay todavía tantos adultos que se oponen a los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres? ¿Por qué los chicos y las chicas están tan enganchados al porno?

Las preguntas son infinitas.

Resulta fascinante descubrir vuestra necesidad por encontrar alguna forma de participar en los movimientos por la igualdad de una manera que sea fiel a vuestros sentimientos y dudas, a vuestras necesidades emocionales, psicosexuales, y fiel a esa forma singular en que descubrís y construís vuestras relaciones afectivas, familiares, eróticas y sexuales, es decir, vuestra identidad e idea del mundo en que habitáis, del futuro que vosotras deseáis.

Es en esa búsqueda donde encuentro la posibilidad de diálogo público más fascinante y útil, porque más allá de la cátedra feminista —que resulta indispensable para desarrollar y formarnos desde las ciencias sociales y la academia—, y más allá de los discursos de las políticas que quieren ganar votos, está la cuestión de la búsqueda cotidiana por sumarse a la causa de la equidad capaz de integrar muchas otras causas, que puede ser inspiradora, revelar nuevas ideas y, a la vez, una llamada urgente a la acción colectiva feminista en la que todas las chicas y mujeres tengan cabida.

Hablamos juntas de los movimientos de mujeres, así, en plural, esos en los que vosotras las chicas buscáis un reflejo personal, una brújula, un mapa para descubrir el camino hacia un mundo incluyente y solidario donde los nuevos lenguajes sean bien recibidos, donde las contradicciones se entiendan como parte natural de un proceso vital de búsqueda personal, donde quepan los sentimientos y la profunda emocionalidad del ser chica joven en crisis existencial, presionada por la hipersexualizacion de su entorno, por la aplastante idea de la estética del filtro de belleza y el perfecto instante trending de TikTok.

Me habéis dicho que las personas jóvenes buscan las claves que les hablan desde el corazón de sus anhelos y miedos en un diálogo que llegue a las emociones y al pensamiento con un discurso realista y empático que reconoce a todas las razas, las religiones y la diversidad de todas las mujeres: las marginales, las que no han tenido tiempo para descubrir el feminismo que les antecedió porque llegaron en una patera y desde niñas trabajan y estudian; las que tienen familias unidas y estables y saben que los derechos son algo bueno pero no sienten que el feminismo les llame por su nombre; las estigmatizadas en el mundo de migrantes no europeas; las que quieren ser amadas por los chicos o las chicas del colegio y están en un delicado proceso de descubrir cómo ser aceptadas sin ceder su verdadero yo ante los estereotipos del patriarcado.

Buscáis un feminismo que sea de brazos abiertos para las temerosas, para las que ya no quieren escuchar todo el tiempo que pueden ser violadas porque ya lo saben desde niñas, para las que viven en los barrios más ricos, los de clase media y los más pobres de España, todas tienen voz e ideas propias. A vosotras os he dicho, porque yo así lo he vivido, que el feminismo puede ser un camino y no la meta, que es una ruta de vida que se transforma y se nutre en la medida en que maduramos, que es la magia de la historia que inventaron nuestras bisabuelas, que es revolución sin armas, encuentro sin odio, búsqueda de justicia y no de venganza.

Allá afuera, entre nosotras, hay un feminismo que entrecruza caminos sin corriente de partido político, que agradece a las políticas que nos han dado leyes fundamentales para transformar la sociedad y desmontar poco a poco al machismo estructural, pero no se identifica con la lucha dentro del sistema político, un feminismo que tiene más preguntas que respuestas y no es dogma tallado en piedra ni filosofía de las privilegiadas que utilizan un lenguaje poco accesible a las mayorías.

Vosotras, las chicas de entre once y dieciséis años a quienes he entrevistado, buscáis junto con algunos chicos, el camino hacia un discurso propio que vaya de la mano con sus convicciones por construir un mundo afectivo más bello y donde su libertad tenga cabida en la música, las redes sociales, el baile, los grafitis, los videojuegos, la comunicación instantánea del TikTok, el cine, la diversión injustificada y todas las expresiones vitales, artísticas y culturales que os ayudan a vivir.

Este libro es para las que reniegan de etiquetas, un espejo de sus palabras, una búsqueda acompañada para mostrar el abanico de sus miradas hacia el mundo y desde su universo hasta el nuestro. Un puente, quizás, que ya construís vosotras, las chicas españolas.

Vuestras voces son el eco de un país que busca transformarse entre la negación y las costumbres, las contradicciones y un lenguaje de apariencia incluyente que no aterriza en la realidad colectiva incluyente. En su diversidad está el secreto de las verdades, que son muchas y válidas, que importan porque pertenecen a las que quieren romper los esquemas y necesitan herramientas para construir nuevos paradigmas feministas, más amplios, diversos y afectivamente solventes, espacios para una vida libre de violencia, sí, pero en los que la esperanza, la felicidad y el goce de vivir sean el eje de inspiración que os mueve hacia adelante en un mundo ya de por sí caótico, lleno de rabia y en crisis.

Me alegra saber que podemos escucharos para entender cómo acompañaros en el camino hacia el futuro, que será idealmente mejor que nuestro pasado. Que el feminismo crece y se reinventa.

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Autora: Lydia Cacho. Título: Rebeldes y libres. Editorial: La Esfera de los Libros. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

© Marco Alar.

Imagen: Cubierta de portada de “Rebeldes y libres”

FUENTE RESPONSABLE: ZENDALIBROS.COM 5 de marzo 2023

Sociedad y Cultura/Literatura/Mujeres/Adelantos editoriales/Lydia Cacho

Cincuenta palabras para decir nieve, de Nancy Campbell.

La poeta británica Nancy Campbell ha viajado por el mundo para recopilar cincuenta formas distintas de nombrar la nieve. Y, con toda esa información, ha escrito un libro que, en realidad, es un viaje por el modo en que las distintas culturas del planeta contemplan el mundo. Por ejemplo, en Japón existe la palabra yuki-onna, que alude a la ‘mujer de nieve’ que recorre a la deriva la tierra escarchada, y en maorí hablan de Huka-rere, ‘uno de los hijos de la lluvia y el viento’.

En Zenda reproducimos dos de las formas de mencionar la nieve que aparecen en Cincuenta palabras para decir nieve (Ático de los libros).

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1

Seaŋáš

Nieve granulada

(sami)

La mujer coge su pedernal más afilado y traza unas cuantas líneas en la pared de la roca. Un profundo corte horizontal y otro debajo, luego cuatro horizontales más largos y, dentro de ellos, un leve sombreado a base de rayas para rellenar el espacio entre los otros. El pedernal se arquea, casi como si su mano se hubiera resbalado, y sigue con una serie de marcas punzantes, cada una hecha con el mismo movimiento de muñeca que utiliza al tocar su tambor. Más de 14 000 años y al menos una edad de hielo después, estas claras líneas en la pared de una cueva galesa siguen mostrando sin duda alguna la imagen de una bestia con una magnífica cornamenta. Cuando el clima de todo el mundo era más frío, los renos vagaban por el sur de Europa y eran conocidos en Nuevo México, según los dibujos rupestres que dejaron las tribus de la Edad de Piedra y el pueblo Clovis. Los pedernales que dibujaban los animales también se hallaron en ellas.

En la actualidad, los renos son criaturas del norte polar que viven en zonas como Guovdageaidnu, en Noruega, donde la nieve cubre el suelo durante más de la mitad del año. Durante los largos inviernos, en los que las temperaturas pueden llegar a los -30 ºC, los renos pastan en la meseta. Con sus pezuñas y cuernos, escarban en la nieve para encontrar líquenes para comer. En primavera, los exuberantes pastos comienzan a emerger de los profundos ventisqueros de la costa, y es el momento en que los renos inician su gran migración anual hacia el norte, en busca de su comida junto al mar. Los guían el pueblo sami, cuyas gentes llevan mucho tiempo subsistiendo en este clima invernal como pescadores, cazadores y pastores de renos. El tiempo primaveral y la densidad de la nieve marcan cuándo empiezan a moverse los pastores y a qué velocidad. Saben que la tierra fría y gélida ofrece las condiciones ideales para trasladar a sus animales rápidamente por las llanuras hasta la costa. A menudo aprovechan la noche para conducir a los renos, tras esperar a que la escarcha vespertina forme una ligera costra en la nieve, o skavvi, después de que el sol haya descongelado la superficie durante el día. Descansan cuando el sol de la tarde provoca la formación de soavli o nieve granulada. Mientras están en movimiento, los renos —o al menos sus huellas— son visibles en la nieve, de modo que si se alejan o se unen a otras manadas se pueden encontrar de nuevo.

La lengua sami refleja la íntima relación de los pastores con su entorno. La rica terminología sobre la nieve y el hielo incluye palabras para describir la forma en que cae la nieve, dónde se encuentra, su profundidad, densidad y temperatura. Uno de los tipos más significativos de nieve para los sami es la seaŋáš, o nieve granulada suelta, que se forma en la parte inferior del manto de nieve que cae de enero a abril, un poco como la «escarcha de profundidad» según la clasificación internacional de la nieve. La nieve adquiere consistencia de marŋáš durante un invierno frío y mejora las condiciones de pastoreo: a los renos les resulta más fácil cavar a través del marŋáš hasta el liquen que hay debajo. Como el seaŋáš se derrite rápidamente, también proporciona un suministro de agua limpia para los viajeros. No es de extrañar que algunos términos sami para referirse a la nieve estén relacionados con los renos por la influencia en sus vidas, como el inoportuno estado de moarri, que es «la nieve o el hielo congelados que se rompen al viajar sobre ellos, lo que causa cortes en las patas de los animales». Así, aunque existen un centenar de términos sami para referirse a la nieve, se estima que las palabras relacionadas con los renos superan el millar. Sin embargo, para averiguar lo que la mujer de la cueva sabía sobre renos, no tenemos más remedio que dejar que la imagen hable.

2

Yuki-onna

Mujer de nieve

(japonés: 雪女)

La filosofía taoísta sugiere que cuando existe una cantidad abundante de cualquier materia natural, surgirá una vida de ella: el río generará sus propios peces cuando el agua sea lo suficientemente profunda y el bosque creará pájaros cuando los árboles sean lo suficientemente densos. Lo que significa que puede generarse una mujer en el corazón de un banco de nieve.

En ningún otro lugar del mundo los montículos de nieve son tan profundos como en las montañas de Japón. En las remotas tierras altas de los Alpes japoneses, una serie de tres altas cordilleras —Hida, Kiso y Akaishi— que dividen Honshu, la isla principal del país, las nevadas anuales pueden alcanzar los cuarenta metros. El récord mundial de nieve más profunda se encontró más al oeste, en las laderas del monte Ibuki, en 1927, aunque es difícil verificar estos registros puesto que muy pocos de los picos más nevados del planeta están equipados con medidores de nieve o siquiera son accesibles para los meteorólogos o cualquier mortal.

Sin embargo, a veces se puede ver una misteriosa figura que emerge de una desconcertante ventisca en las colinas de Honshu. La yuki-onna pertenece a una clase de monstruos sobrenaturales, espíritus y demonios (yōkai) cuya apariencia seductora oculta la gran amenaza que supone. La primera yuki-onna fue encontrada por un poeta en la época medieval. Su nombre está formado por las palabras «nieve» (yuki 雪) y «mujer» (onna 女). Desde entonces, se han registrado miles de avistamientos, pero todos compartían una característica: su similitud con la nieve. Su piel es fría; su pelo, plateado; viste de blanco. Se desplaza por las colinas y su belleza es incluso más fascinante por su fugacidad. Muchos relatos sobre la yuki-onna se centran en su rápida desaparición: en una historia, se transforma en una ventisca de copos de nieve en un instante; en otra, se derrite después de que su amante la convenciera para que se bañase, dejando tras de sí solo unos frágiles carámbanos flotando en el agua.

En estos cuentos, el deseo de la yuki-onna de tener amantes humanos suele cumplirse, pero su estancia en el mundo de los mortales es breve debido a los caprichos de las personas con las que se encuentra. Un vecino del distrito de Musashino contó al escritor Lafcadio Hearn una historia sobre una yuki-onna que mantuvo una relación con un leñador durante muchos años. Esta historia, que aparece en el último de los muchos libros que Hearn escribió sobre la cultura japonesa, se publicó en 1904, el año de su muerte.

Una noche, dos leñadores volvían a casa del bosque cuando una tormenta de nieve los sorprendió. No se podía pasar por el ancho río que cruzaban a diario, pero afortunadamente el viejo Mosaku y Minokichi, su joven aprendiz, encontraron la cabaña de un barquero para refugiarse. Los dos hombres dormían plácidamente a pesar del viento que soplaba en el exterior y de la nieve que golpeaba la ventana, pero Minokichi se despertó en mitad de la noche por un aleteo de copos de nieve que entraba en la habitación. Parecía que la puerta se había abierto de golpe. A la luz de la nieve (yuki-akari), se asombró al ver a una mujer vestida de blanco que se inclinaba sobre Mosaku y le soplaba en la cara; su aliento era como humo blanco. Pero el anciano no se movió.

La yuki-onna se deslizó hacia Minokichi y se inclinó cada vez más sobre él, hasta que sus ojos se encontraron y sus caras casi chocaron. Era muy hermosa, pero la luz de sus ojos le hizo sentir miedo. Después de mirarlo fijamente durante un largo rato, dijo: «Iba a matarte, igual que a ese viejo, pero no lo haré porque eres joven y apuesto. No puedes contarle a nadie este incidente, Minokichi, ni siquiera a tu madre. Si se lo explicas a alguien, te mataré».

Minokichi se sorprendió ante el hecho de que ella supiera su nombre, y prometió que no diría nada. Ella se apartó de él y abandonó la cabaña. Entonces, se levantó de un salto y miró por la puerta, pero no encontró ni a la mujer ni ninguna huella en la nieve. Llamó a Mosaku, y se asustó al ver que el anciano no respondía. Alargó la mano para tocar su cuerpo, y comprobó que estaba frío.

Minokichi tardó un año en recuperarse de aquella terrible noche. Retomó su oficio y todos los días se fue solo al bosque. Una tarde, mientras regresaba a casa, conoció a una hermosa joven llamada O-yuki, con la que se casó poco después. Tuvieron un matrimonio feliz y fueron bendecidos con diez hijos, pero O-yuki no envejecía. Una noche, cuando los niños estaban dormidos, Minokichi miró a su mujer, que estaba sentada cosiendo junto a una lámpara de papel. Se decidió a hablarle sobre el día en que vio a la yuki-onna. «Cuando te da la luz en la cara, me acuerdo de una cosa extraña que me ocurrió cuando tenía dieciocho años. Conocí a la mujer más hermosa, era tan parecida a ti…».

Antes de que pudiera decir nada más, O-yuki se levantó y gritó: «¡Esa mujer era yo! Te dije que te mataría si le hablabas a alguien de aquella noche. Pero te dejaré vivir por nuestros hijos. Más vale que los cuides muy bien; de lo contrario, te daré tu merecido…».

Y así, la yuki-onna perdonó la vida a Minokichi de nuevo, pero se deshizo de su forma humana. Después de susurrar sus últimas palabras al que había sido su marido durante tantos años, se transformó en una niebla blanca y brillante, y rápidamente se elevó formando una espiral hacia el techo, y desapareció.

¿Todos los encuentros entre los humanos y los elementos son tan desafortunados? ¿Es posible mantener en secreto nuestras relaciones más profundas con la naturaleza? ¿Se quedará la nieve para siempre, o el invierno se convertirá en primavera? Tanto si la yuki-onna es un fantasma malévolo que roba vidas solitarias en la naturaleza como una mujer con una belleza sobrenatural que vive oculta entre los humanos, su mito confirma las cualidades transformadoras de la nieve.

En la actualidad, una carretera de noventa kilómetros serpentea por los Alpes japoneses al suroeste de Nagano y se la conoce como Yuki-no-Otani o «corredor de la nieve». En invierno, el paso se limpia a diario para que los viajeros puedan circular fácilmente en autobuses y coches, sorteando paredes de nieve que alcanzan hasta los veinte metros de altura. Gracias al Yuki-no-Otani, ya no existe el riesgo de que la gente quede atrapada en las colinas o se vea obligada a pasar la noche en desvencijadas cabañas junto al río. Sin embargo, la razón por la que este espectacular paso a través de la montaña seduce a tantos viajeros no es la seguridad ni la accesibilidad de la ruta, sino la intriga por los kilómetros de nieve amontonada a ambos lados, a través de los cuales —contra todo pronóstico— se abre camino. Algunos conductores pueden incluso anhelar desviarse de la pista para explorar la nieve no marcada, en busca de sus hermosas yōkai y con la voluntad de satisfacer sus deseos todavía desconocidos.

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Autora: Nancy Campbell. Título: Cincuenta palabras para decir nieve. Traducción: Claudia Casanova. Editorial: Ático de los libros. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

Imagen: Cubierta de portada de “Cincuenta palabras para decir nieve”

FUENTE RESPONSABLE: ZENDALIBROS.COM 3 de marzo 2023.

Sociedad y Cultura/Literatura/Adelantos editoriales/Nancy Campbell

Las tres muertes de Blancanieves, de Ander Berrojalbiz.

En el año 1327, el papa Juan XXII condenó a aquellos que «se alían con la muerte y pactan con el infierno, fabricando imágenes, anillos o espejos con los que mágicamente ligar a los demonios, a los que hacen preguntas, recibiendo respuestas»: Espejito, espejito sin mella, ¿quién es entre todas la más bella?

Inspirado en el más antiguo manuscrito de los hermanos Grimm, este pequeño libro nos invita a morder de nuevo la manzana de Blancanieves, a releer una historia en la que resuenan —y se intercalan— viejos mitos, oscuras supersticiones y trágicas fatalidades.

Zenda adelanta las primeras páginas de Las tres muertes de Blancanieves, de Ander Berrojalbiz.

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En el año 1327, el papa Juan XXII promulgó la bula Super illius specula. En ella condenaba a aquellos que «se alían con la muerte y pactan con el infierno, fabricando imágenes, anillos, espejos, ampollas o cualquier otra cosa con la que mágicamente ligar a los demonios, a los que hacen preguntas, recibiendo respuestas»:

—Espejito, espejito sin mella, ¿quién es entre todas la más bella?

—Tú, mi reina, eres entre todas la más bella.

Una tarde de invierno en la que los copos de nieve caían como plumas del cielo, la reina cosía junto a su ventana. Inclinada sobre un marco de ébano, pensaba en que bien podría tener un hijo y, absorta en tales ensueños, en un descuido, se pinchó un dedo con la aguja.

Tres gotas de sangre cayeron sobre la nieve. Al verlas, la reina pidió un deseo, diciendo: “Ah, si tan solo pudiera concebir una criatura tan blanca como esta nieve, con las mejillas tan rojas como esta sangre y los ojos tan negros como este ébano”.

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Autor: Ander Berrojalbiz. Ilustrador: Arthur Rackham. Título: Las tres muertes de Blancanieves. Editorial: Los Aciertos y Pepitas de Calabaza. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

Imagen: Cubierta de portada de “ Las tres muertes de Blancanieves”

FUENTE RESPONSABLE: ZENDALIBROS.COM 12 de noviembre 2022.

Sociedad y Cultura/Literatura/Adelantos editoriales.

Libros de la semana: de la Revolución iraní del 79 a la fantasía de Stephen King.

Las novedades editoriales también incluyen obras de Abdulrazak Gurnah («La vida, después») o Anna Seghers («Tránsito»), entre otras.

«Los que se van y los que se quedan»: ¿Cuántas familias y vidas rompió la revolución iraní?

La nueva obra de Parinoush Saniee apela a la esperanza y la humanidad frente al sufrimiento que está padeciendo su país

★★★★

Ángeles LÓPEZ

Madre y ex profesora de literatura ahora anciana, lamujer convoca a toda su familia, 30 años después de la revolución iraní de 1979, en una bonita villa turca para disfrutar del reencuentro entre los que se marcharon y los que permanecieron en el país. Cada uno viene acompañado de la familia que ha fundado desde entonces. La narración correrá a cargo de la voz de Dokhi, la hija de Habib, sexto hermano de todos ellos, fallecido. Narradora discreta, la joven dedicada a cuidar a la abuela registrará cada momento de esos diez días para tratar de reparar los huecos que su memoria ha borrado con los datos que le aportan sus familiares. Solo así sabrá que su padre murió ejecutado y su madre fue encarcelada y fusilada. Esta reunión familiar que busca recrear vínculos de anclaje se verá sometida a tensiones, resentimientos y celos por las distintas percepciones de entender el mundo.

El mismo idioma

Y, de fondo, entendemos la violencia interna de un país, Irán, así como las políticas migratorias y la xenofobia de los de acogida. «Es la consecuencia de treinta años de ausencia. Nuestras ideas, nuestra experiencia e incluso nuestra forma de hablar ya no son las mismas. No tenemos amigos comunes, ni futuro común, ni proyectos comunes que podamos discutir. ¿Cuánto tiempo puedes pasar rememorando la infancia? ». La guerra o la paz, la dictadura o la democracia, la religión o el desarrollo, el sometimiento o la libertad, Oriente u Occidente… serán temas de confrontación en esa villa que da al mar mientras se perciben como seres diferentes a ambos lados del mundo que han creado una frontera invisible dentro de su propia familia. A través de diálogos precisos a la altura de la psicóloga que la autora es nos sumergimos en las aguas profundas del alma humana. Pero más allá de los problemas de su país asistiremos a un estudio sobre la incomunicación entre los seres humanos. Ese paréntesis será crucial para comprobar cómo los niños nacidos en el extranjero no hablan el mismo idioma pero se pueden entender.

▲ Lo mejor

Descubrir las vidas de los iraníes que se quedaron y los problemas de adaptación para los exiliados

▼ Lo peor

Requiere paciencia debido a las muchas páginas donde se producen reproches continuos

«La vida, después»: Los males del mundo siguen siendo los mismos.

Abdulrazak Gurnah aborda la guerra, la migración y la adopción de lenguas en un excelente libro sobre la colonización

★★★★

Javier ORS

Queda tras la lectura de esta novela una confusa impresión de actualidad y modernidad, como si el tema hubiera sido escogido con el escondido propósito de hablar del presente aunque las argumentaciones estén ancladas en el pasado. Es innegable que Abdulrazak Gurnah, Premio Nobel de Literatura, aborda en estas páginas la violencia del colonialismo alemán y británico en África. Lo hace en una obra de meditados engranajes y enorme franqueza donde no regatea la violencia y escarnios que caracterizó ese periodo.

Con una portentosa facilidad y paciencia literaria, Gurnah despliega los hilos de unos personajes de moralidades, principios y debilidades bien trazados en los confines de sus personalidades y narra su voluntariosa tenacidad por sobrevivir y erigir una existencia decente en un lugar circundado por demasiados desmoronamientos y naufragios sociales y personales. Pero al hablar de los problemas y tesituras de sus protagonistas, de las condiciones y vivencias que les rodean, resulta inevitable pensar también en nuestro mundo. Aquí está la inmigración, las devastadoras consecuencias de las guerras, la dislocación de las personas obligadas a enraizar en otros países, la adopción de nuevas lenguas para progresar, la condición de las mujeres y la opresión de los prejuicios religiosos y la avariciosa mentalidad de la ganancia. Todo esto ya estaba antes y lo que Gurnah parece indicarnos es que estos temas aún siguen con nosotros.

▲ Lo mejor

La modernidad de varios temas que el escritor aborda en este gran libro

▼ Lo peor

Que algunos piensen que solo se trata de una novela sobre el colonialismo

«La palabra para rojo»: Cuando la enfermedad transforma a una pareja

★★★★

Diego GÁNDARA

Todo en esta novela del escritor Jon McGregor, autor de varios libros y finalista en cinco ocasiones del Man Booker, se vuelve asfixiante a medida que los pulsos vitales de la vida comienzan a latir más lentamente. Y no debería ser así, porque los protagonistas de «La palabra para rojo» solo se tienen el uno al otro. Él, Robert, un experto en el trabajo de campo en la Antártida, acaba de tener un ictus y ha perdido el habla y la movilidad. Ella, Anna, la esposa, una investigadora científica que canjea su trabajo por el cuidado a tiempo completo de su marido enfermo. Pero la vida cotidiana no resulta fácil. Escrita con una tensión que se siente a cada página, se trata de un libro que, a pesar de su tono gélido, ofrece sin embargo una sagaz mirada sobre el apego, la necesidad y el amor en los vínculos de pareja.

▲ Lo mejor

La capacidad de entomólogo del autor para penetrar en el corazón de los personajes

▼ Lo peor

El ritmo cuando se vuelve puramente trepidante y el lenguaje pierde rigor

«Cuento de hadas»: Stephen King, al rey se le tuerce la corona

El autor de la «imposibilidad probable» del misterio y el terror publica con «Cuento de hadas», un nuevo relato de corte costumbrista

★★★

Lluís FERNÁNDEZ

Cuenta Stephen King en «Mientras escribo» que adoptó este consejo del director de una revista escolar: «Escribir una historia es contársela a uno mismo. Cuando reescribes, lo principal es quitar todo lo que no sea la historia». Sabio consejo que suele olvidar a menudo. La prolijidad es un defecto que acusan muchas de sus novelas, incluso las excelentes. Eso ocurre en «Cuento de hadas». Más de 600 páginas para contar algo que podría narrarse en la mitad. Lo cual no ayudará a vencer los momentos de desinterés de la mayor parte del relato, pero aliviaría al lector del resbalón y se llegaría más deprisa al final, siempre apresurado y decepcionante.

Las novelas de King son «cuentos maravillosos» que conjugan un relato de corte costumbrista con incursiones en la «imposibilidad probable» del relato fantástico de misterio y terror heredero del cuento de hadas. Esa fantasía es el ingrediente que nutre toda su literatura desde «Carrie» (1974) hasta este nuevo libro. En el primero, el recurso a la telequinesia hace de Carrie el contrapunto vengativo de la sumisa Cenicienta. En el último, un relato realista desplazado se invierte cuando el protagonista descubre una puerta mágica que le conduce a un mundo maravilloso.

Sin equilibrio

King no oculta que siempre escribe la misma novela, solo que unas veces acierta en el equilibrio entre el relato y lo maravilloso en sus formas de misterio o terror. En «Cuento de hadas» falla entre el largo prólogo costumbrista y la parte central del relato. La ficción dentro de la ficción permite que Charlie se transforme en el príncipe prometido que detendrá la maldición oscura. El problema es de qué forma una buena idea se tuerce por la acumulación farragosa de situaciones repetitivas que agotan al lector. Lo que empieza más que bien acaba por parecer el cuento de nunca acabar. Lástima, porque hay momentos fantásticos.

▲ Lo mejor

La creación de un buen comienzo pero que a lo largo de la obra se va truncando

▼ Lo peor

La prolijidad del relato; lo que aquí se narra en 600 páginas podría contarse en la mitad

«Tránsito»: Marsella, 1940: huir del nazismo es posible

Anna Seghers, autora señalada por los nazis, concibió esta obra para volcar sus vivencias durante el horror de aquella Alemania

★★★★

Toni MONTESINOS

Bajo un seudónimo, cuyo apellido tomó de un pintor holandés, publicó varias novelas exitosas Netty Reiling (Maguncia, 1900-Berlín, 1983), como «La séptima cruz», de trasfondo antifascista, llevada al cine en 1944. Anna Seghers sería sin embargo una autora señalada por los nazis, que quemaron sus libros, lo cual la obligaría a huir de Alemania. Primero, recorrió Suiza y Francia hasta poder embarcarse hacia América: recaló en México con la idea de dar el salto definitivo a Estados Unidos, pero no se le aceptó el visado por una enfermedad de su hija. En todo caso, acabó teniendo una vida culturalmente productiva en tierras mexicanas durante los siete años que estuvo viviendo allí. Y justamente con parte de estas vicisitudes como forzosa migrante concibió «Tránsito» (traducción de Carlos Fortea).

La obra nos lleva al año 1940, a una Marsella donde parece ser posible alcanzar la libertad lejos del fascismo. En esa ciudad son incontables los seres que anhelan obtener los sellos y certificados para poder cruzar el océano. El narrador del relato llega a la localidad francesa tras haber escapado de dos campos de trabajo y vivirá un misterio por cuanto se le pide que entregue una carta en París a un hombre que, en realidad, se ha quitado la vida, dejando una maleta con cartas y un manuscrito literario. Así, por mero azar, acaba poseyendo los debidos documentos y adopta una identidad que no es la suya, surgiéndole la tentación de vivir un romance con la esposa del propietario real de esos papeles.

▲ Lo mejor

Los personajes variopintos que pueblan la Marsella que se recrea merecen de por sí la pena

▼ Lo peor

Pese al transfondo nazi, no teman un relato extremo, pues se convierte en uno de amor

«La encomienda»: Una vida rutinaria casi al borde del abismo.

★★★★★

Diego GÁNDARA

«La encomienda», la nueva novela de la escritora colombiana Margarita García Robayo, sin necesidad de volverse tediosamente intimista, muestra los entresijos de una mujer joven que vive con su novio lejos, muy lejos de su familia y, especialmente, de su hermana, con quien mantiene videoconferencias y quien le envía a menudo toda clase de encomiendas. Esa vida cotidiana, sin embargo, se convierte poco a poco en una rutina que, casi inadvertidamente, empieza a mostrar sus pequeñas grietas por las cuales se entromete el abismo. Escrita con una prosa tersa y contenida y un estilo de difícil sencillez y rico en detalles y descripciones, se trata de una obra íntima y madura que confirma a Margarita García Robayo como una de las escritoras latinoamericanas con mayor porvenir.

▲ Lo mejor

Transmite muy bien un ambiente cotidiano al que se suma una trama inquietante

▼ Lo peor

No hay nada que resulte negativo en esta novela de impecable arquitectura

«Las ciudades de Rilke»: Aquel poeta aventurero e infeliz llamado Rilke

★★★★

Toni MONTESINOS

Carolina B. García-Estévez (Praga), Gerhard Wolf (Florencia), Franco Rella (París), Thomas Schmidt (Moscú), Antonio Pau (Toledo), Francisco Jarauta (Ronda) y Ulrich Baer (Múnich). Estos son los siete autores que analizan otras siete ciudades que fueron decisivas para la vida y obra de Rainer Maria Rilke. Este formidable libro, como dice García-Estévez, nos presenta a un poeta viajero, «un personaje que huye de sí mismo y a quien siempre persiguió la sombra de una infancia infeliz». Conocemos los espacios que contemplaron desde sus primeros ejercicios literarios en Praga en 1898 hasta que terminó sus «Elegías de Duino», «que dieron un sentido final a ese peregrinar para comprender qué era y qué podría haber llegado a ser Europa atravesando culturas, países y lenguas».

▲ Lo mejor

Está magníficamente ilustrado con fotos, portadas de libros y mapas

▼ Lo peor

La poesía de Rilke es compleja, requiere un lector afín con su espiritualidad.

Imagen de portada: La imagen de Jomeini en un tanque durante la revolución de 1979 FOTO: ARISTOTLE SARIS AP

FUENTE RESPONSABLE: La Razón. España. Por Ángeles López; Diego Gándara, Javier Ors, Toni Montesinos, Luis Fernández. 1 de octubre 2022.

Sociedad y Cultura/Literatura/Novedades/Editoriales.

En memoria de la memoria, de Maria Stepánova.

Tras la muerte de su tía, la narradora afronta la penosa (y sin embargo evocadora) tarea de vaciar un apartamento repleto de fotografías descoloridas, de viejas postales, cartas, diarios íntimos e infinidad de recuerdos: el rastro de una vida, el repositorio de un siglo de existencia en Rusia. Estos fragmentos de historia personal, recopilados con absoluto esmero, relatan las vicisitudes de una familia judía de origen humilde que logró sobrevivir a la persecución implacable de su pueblo durante el pasado siglo. Stepánova firma un texto de extraordinario valor literario, en el que, entrelazando géneros, plantea una audaz reflexión sobre la historia y los mecanismos de la memoria, y donde también tienen cabida las impresiones, las remembranzas y los personajes más variopintos. Un libro sutil, inteligente y bello, impregnado de la delicadeza de la buena poesía.

Zenda adelanta un fragmento de La memoria de la memoria, de Maria Stepánova (Acantilado).

***

PRIMERA PARTE

1. UN DIARIO AJENO

Murió mi tía Galia, hermana de mi padre. Tenía poco más de ochenta años. No estábamos muy apegados y una larga lista de divergencias de opinión y agravios que acumulaba la familia era responsable de ello. Mamá y papá mantenían con ella unas relaciones, digamos, complejas, no nos veíamos a menudo y entre nosotros no se había forjado ningún vínculo que tuviéramos como propio. Nos telefoneamos muy de vez en cuando, nos veíamos todavía menos, y con los años, después de que desconectara el teléfono («¡No quiero saber de nadie!»), la tía se hundió todavía más hondo en el marco que había construido con sus propias manos: la masa de cosas y cosillas que constituía su pequeño apartamento.

La tía Galia vivía presa del ansia de la belleza. Su sueño era alcanzar la decisiva, definitiva, colocación de los objetos que poseía, pintar las paredes y colgar las cortinas de manera óptima. En una ocasión, hace unos años, se embarcó en una limpieza general que fue apoderándose de toda la casa poco a poco. Se la pasaba sacudiéndolo todo y eligiendo lo imprescindible. Se impuso estudiar y catalogar el contenido del apartamento: cada taza requirió un pensamiento, los libros y los papeles perdieron su condición primigenia para convertirse en meros usurpadores del espacio, y ahora, apilados y amontonados, segmentaban el apartamento levantando barricadas. 

La vivienda tenía dos habitaciones y a medida que los objetos se fueron apoderando del espacio, Galia pasó de una a otra llevándose consigo todo lo necesario. Pero pronto en la segunda habitación comenzó el proceso de selección y estimación. La casa había sacado a la luz sus entrañas y no sabía cómo devolverlas a su sitio. Se había perdido la distinción entre lo importante y lo superfluo; ahora todo tenía alguna significación, especialmente los periódicos amarillentos reunidos a lo largo de décadas y las altas columnas de recortes que cubrían las paredes y la cama. 

En un momento dado, la dueña de la casa sólo podía acomodarse en un pequeño sofá desfondado, donde en una ocasión de la que guardo un recuerdo especial permanecimos sentadas un buen rato las dos en medio de un enfurecido mar de tarjetas postales y revistas de variedades. Ella intentaba que me comiera unos calabacines que había preparado siguiendo cierta receta y atiborrarme con unas chocolatinas especialmente caras y reservadas a las visitas, mientras yo rehusaba avergonzada. El titular en el recorte de periódico colocado en lo alto del montón que quedaba más cercano a nosotras decía: «¿Qué santo rige tu signo del zodíaco?». El nombre de la publicación y la fecha aparecían cuidadosamente escritos en lo alto del papel muerto, con su espléndida caligrafía y tinta azul.

Llegamos una hora después de haber recibido la llamada de la enfermera. La escalera estaba en penumbras; se oía un pertinaz zumbido. En los peldaños y el rellano esperaban desconocidos que se habían enterado de la muerte y habían llegado a la carrera antes que nosotros para ofrecer los servicios que son de rigor en estos casos. Básicamente, ayudar con el papeleo: llevar los documentos a sellar, ponerlo todo en marcha. ¿Quién les habría avisado? ¿Acaso la policía? ¿Los médicos? Uno de ellos pasó con nosotros a la habitación y permaneció allí de pie, sin quitarse la chaqueta.

La tía Galia murió la noche del 8 de marzo, el día de la fiesta soviética de las mimosas y las tarjetas postales con imágenes de patitos, uno de los días en que nuestra familia solía reunirse en torno a la mesa desplegada, apropiada para recibir visitas. En esas ocasiones se servía gaseosa en copas oscuras de color rubí y hacían acto de presencia las cuatro ensaladas ineludibles: la de zanahoria con nueces, la de remolacha con ajos, la ensalada de queso y la gran conciliadora: la Olivier, la ensaladilla rusa. Pero hacía ya treinta años que esas reuniones no se convocaban. Cesaron incluso antes de que mis padres se marcharan a vivir a Alemania, la tía Galia se quedara en Rusia y los diarios comenzaran a ocuparse de asuntos inquietantes, como los horóscopos, las recetas y los remedios familiares.

Lo que la tía no quería en modo alguno era ir a parar a un hospital, y argumentos para ello no le faltaban. En un hospital habían muerto sus padres, mis abuelos, y Galia tenía su propia experiencia con la sanidad pública. No obstante, las cosas llegaron al punto en que se requería llamar a una ambulancia, y así se habría hecho de no ser porque era festivo y se decidió esperar al lunes, día laborable, circunstancia que le concedió a Galia la posibilidad de tumbarse de lado y morir dormida. 

En la habitación contigua, la ocupada por la enfermera, numerosas fotografías y dibujos de mi padre, Misha, ocupaban todo el ancho de la pared en orden escaqueado. La más próxima a la puerta era una instantánea en blanco y negro que pertenecía a la serie que tomó en una clínica veterinaria en la década de 1960, mi preferida. Es una fotografía espléndida. Un perro y su amo esperan su turno. El amo es un sombrío muchacho de unos catorce años y apoya el hombro sobre su perro, un boxer.

Ahora el apartamento de la tía Galia tenía un aire de pasmo, de encogimiento, atiborrado como estaba de objetos súbitamente devaluados. Las secas armazones de varios televisores callaban en los rincones de la habitación principal. Un frigorífico nuevo y enorme estaba completamente lleno de col congelada y hogazas de pan («A Misha le gusta mucho el pan. Tú compra bastante»). En los estantes estaban todos los libros que uno solía saludar cuando venía de visita, como quien da los buenos días a un familiar: Matar a un ruiseñor, el libro de Salinger con las tapas de color negro y un niño en la cubierta, los lomos azules de la Biblioteca de poesía, los volúmenes grises de Chéjov, los verdes de Dickens. Había otros viejos conocidos en las baldas: un perro de madera y otro, amarillo, de plástico, y la talla de un oso con un banderín sujeto de un hilo. Todos parecían dispuestos a emprender un viaje; todos de repente abocados a dudar de su propia utilidad.

Cuando me puse a ordenar los papeles unos días más tarde, no encontré casi nada escrito entre las fotografías y las tarjetas postales. Había montones de ropa interior de invierno y calzoncillos de uniforme, y también faldas y americanas nuevas y bonitas, ropa para grandes ocasiones y, por lo tanto, apenas estrenada y todavía con el olor de las tiendas soviéticas. Había una camisa bordada de antes de la guerra y pequeños broches de hueso, broches delicados, de señorita: una rosa, otra rosa, una cigüeña. Estos últimos pertenecieron a la madre de Galia, mi abuela Dora, y nadie los llevó en cuarenta años. Entre todos esos objetos que ahora se hacían polvo ante mis ojos existía un nexo directo e incuestionable, que sólo adquiría un sentido si se los concebía como un todo, se los ubicaba en el marco general de la duración de la vida. En un libro que trataba sobre la naturaleza del cerebro leí que para conseguir ver un rostro en una cara, para concebirla como un rostro, no se precisa tanto captar la totalidad de los rasgos como tener consciencia del óvalo. Sin el óvalo es imposible, porque es éste el que dota de un límite a la historia, el que reúne todos los elementos en un todo inteligible. La propia vida, mientras dura, puede servir como un óvalo de este tipo. También, ya post mortem, la línea que enhebra el relato de lo que ocurrió en el pasado hace las veces de óvalo. De golpe y sin oponer resistencia, todo el contenido de aquella casa se supo reducido a la condición de basura, perdió cualquier dimensión humana y dejó de recordar o significar algo.

Confrontada con todo aquello y entregada a la labor que me había llevado allí, me sorprendió que en una casa donde se leía tanto se escribiera tan poco e intenté encontrar, con vacilante ternura, las teclas que podía pulsar: ciertas frases del pasado remoto o más próximo, historias que ella me había contado, preguntas de cómo le iba a mi enano, es decir, a mi hijo, que estaba creciendo, el relato de una marcha en los años treinta a través de los campos, la irrecuperable tela de las palabras que se desvanecía deprisa. «Nunca diría fastuoso, sino sólo lujoso», me dijo una vez la tía Galia en tono severo. Y también otras cosas que ya no alcanzo a recordar, algo sobre un padre al que llamó padrecito, cotilleos de las amigas, novedades de las vecinas, noticias de una vida muy solitaria que se bastaba a sí misma.

No obstante, el apartamento era también un lugar de escritura y lo descubrí muy pronto. Entre los objetos de los que la tía Galia no se separó hasta el último instante, posesiones que pedía le alcanzaran y solía acariciar, había volúmenes y volúmenes de diarios llenos de anotaciones, apuntes de una crónica escrita día a día, que llevó durante años, nulla dies sine linea, con carácter obligatorio, como lo era levantarse por la mañana y lavarse. Todavía estaban en una caja de madera junto a la cabecera de su cama, y eran muchos: alcanzaron a llenar las dos bolsas grandes en las que me los llevé a casa, al pasaje Bannii, donde emprendí inmediatamente su lectura en busca de un relato, de explicaciones, del óvalo. Y los leí enteros. ¡Vaya si eran extraños aquellos diarios!

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Autora: Maria Stepánova. Traductor: Jorge Ferrer Díaz. Título: La memoria de la memoria. Editorial: Acantilado. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

Imagen: Cubierta de “En memoria de la memoria”

FUENTE RESPONSABLE: ZENDALIBROS.COM 12 de septiembre 2022. Maria Stepánova. 

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