A Julio César lo recuerda la historia por transitar a Roma de un modelo republicano a un imperio, conquistar la actual Francia y derrotar a Pompeyo en la guerra civil, entre otras hazañas. Además, relató sus hazañas militares en libros que son elogiados en el estudio del latín por su estilo funcional.
Un equipo de arqueólogos de la Universidad Goethe, en Alemania, encontró restos de estructuras descritas por Julio César como mecanismos defensivos para la confrontación militar.
Las defensas identificadas corresponden a las descritas por Julio César en su narración sobre la Guerra de las Galias y utilizadas para proteger a las legiones romanas durante el sitio de Alesia, que derivó en la derrota de la resistencia y la incorporación de este territorio a Roma. Se trata de un espacio que comprendía las actuales Francia y Bélgica junto con parte de Holanda, al sur del río Rin.
En el año 52 antes de nuestra era, hacia el final del conflicto, Julio César estableció un sistema engañoso de vallas y torres para proteger a sus elementos militares ante el Ejército de Alesa, en un proceso de confrontación que fue definitorio para la guerra y derivó en el sometimiento de los pueblos galos a Roma.
El episodio fue narrado por el propio Julio César en su obra Comentarios sobre la guerra de la Galia, y desde el siglo XIX los especialistas en arqueología habían hecho excavaciones en busca de vestigios de la confrontación militar.
Desde el siglo XIX, los arqueólogos realizan excavaciones en la zona de Bad Ems, situada a medio camino entre las actuales ciudades alemanas de Bonn y Maguncia, en la antigua frontera septentrional del Imperio Romano.
En 2016, se descubrió en el lugar un campamento romano, rodeado por un doble foso y los restos de unas 40 torres de vigilancia de madera, en una superficie de ocho hectáreas, donde hace un siglo se desenterró mineral de plata procesado junto con cimientos de muros, según el portal LiveScience. Este año, un equipo de estudiantes, dirigido por Frederic Auth, desenterró clavos de madera conservados y una moneda del año 43 de nuestra era.
Estos vestigios permitieron identificar que la primera línea de defensa identificada formaba parte de un sistema de fortificaciones vigente en el año 110 de nuestra era y que fue descrito por Julio César. Su propósito era utilizar la menor cantidad posible de soldados para resguardar el campamento, apoyados por troncos de árbol gruesos y atrincherados y por palos puntiagudos que hostilizaran a los galos.
El resto de elementos que componen el campamento conocido fueron fortificados para defender la frontera norte del imperio romano de las que consideraban incursiones bárbaras en su territorio y se mantiene como un ejemplo visible de la supervivencia de las fortificaciones descritas por el responsable político de la transición de la república al imperio.
Imagen de portada: Cortesía KBYO biological
FUENTE RESPONSABLE: Sputnik Mundo. 6 de marzo 2024
Sociedad y Cultura/Antigua Roma/Arqueología/Historia/ Alemania/Francia/Arte/Imperio Romano.
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Leonardo da Vinci fue un artista trotamundos. Si bien comenzó su carrera en su Florencia natal al servicio de los Medici, a lo largo de su vida residiría en Milán (durante dos periodos), Roma, Bolonia y Venecia, y pasaría susúltimos añosen Francia, bajo la protección del rey Francisco I. En todos estos lugares proyectóingenios mecánicosque fascinaron a quienes los contemplaron ypinturasreconocidas entre las más destacadas de toda la Historia del Arte.
La Última Cena pertenece a su primer periodo milanés, donde estuvo al servicio del duque Ludovico Sforza entre 1482 y 1499, para quien trabajó como pintor, organizador de fiestas e ingeniero. La Última Cena es obra vinciana que más temprana y unánimemente recibió el elogio de sus contemporáneos, tanto por el dramatismo que expresa su catálogo de soberbios retratos, como por la maestría de sus detalles, que esconden secretos y símbolos que todavía hoy hacen volar la imaginación de quién la contempla.
Bridgeman. 1 / 10 El comedor de los monjes
Parece ser que La Última Cena fue un encargo personal del duque Ludovico il Moro dentro de los trabajos de remodelación del convento dominico Santa Maria delle Grazie, donde pensaba instalar un mausoleo familiar. La pintura de Leonardo estaba destinada a decorar la pared norte del refectorio, o comedor, de los monjes un espacio amplio y cerrado como puede observarse en la imagen sobre estas líneas.
Cenacolo vinciano. 2 / 10
Una obra revolucionaria
La obra de Leonardo es incomparable con las pinturas murales de la época. Al comparar La Última Cena con su contraparte, La Crucifixión (arriba), que Giovanni Donato Montorfano pintó en la pared sur del refectorio, se hace evidente la maestría del florentino, dotando a su escena y a sus personajes de un dinamismo y un dramatismo sin igual.
Picture Alliance. 3 / 10
Una perspectiva maestra
La Última cena es un prodigio de equilibrio. Leonardo dividió a la docena de apóstoles a partes iguales flanqueando a Jesucristo, que se encuentra en el centro exacto de la obra. La simetría también se hace patente en la representación del conjunto de puertas y ventanas en los laterales y el fondo. Pero tal vez el efecto visual más sorprendente se da al contemplar la pintura, elevada unos metros del punto de vista del observador. Como puede verse en la fotografía sobre estas líneas, esta perspectiva crea un espectacular efecto que hace parecer al mural una continuación tridimensional de la sala en la que está pintado.
Cenacolo vinciano. 4 / 10
Paisaje inventado
Luego, a través de las ventanas, Leonardo guía la mirada del espectador hacia un paisaje natural, un trampantojo que crea la sensación de estar en un espacio abierto, cuando lo que se contempla, en realidad es un muro.
Cenacolo vinciano. 5 / 10
Clímax dramático
El momento elegido por Leonardo para representar esta Última Cena es también completamente original hasta entonces, el instante en el que un impasible Jesucristo anuncia a sus seguidores: «Uno de vosotros va a traicionarme». Esto da pie a que el genio florentino despliegue toda su maestría para captar los gestos y actitudes que provocaría tal anuncio: la ira de Santiago el Mayor, la sorpresa de Tomás, que levanta su dedo inquisidor, o el dolor de Felipe.
Cenacolo vinciano. 6 / 10
Maestro de las emociones
Leonardo da Vinci realizó decenas de esbozos y estudios para cada personaje, hasta encontrar el rostro y el gesto ideal para cada uno de ellos. A la derecha de Jesucristo, Andrés parece estar muy seguro que no será él el traidor, mientras que Bartolomé y Santiago el Menor se inclinan hacia adelante porque no quieren creer haber escuchado lo que han escuchado.
Cenacolo vinciano. 7 / 10
El traidor
Según un contemporáneo de Leonardo, el maestro imaginaba el talante de su personaje «y acudía allí donde se reunían personas de tales características para observar minuciosamente sus rostros y sus actitudes». No sabemos dónde debió acudir para encontrar personajes tan detestables como Judas, representado muy cerca de su maestro y con la bolsa de monedas que acaba de cobrar por su infame traición, mientras con el brazo derrama el salero sobre la mesa (asociado al mal augurio).
Cenacolo vinciano. 8 / 10
Alimentos sagrados
Repartidos por toda la mesa, los restos de la cena que han compartido los trece personajes. El pan y el vino de la eucaristía y en los platos todavía se ven restos de comida. A pesar de que el relato bíblico sitúa el episodio en la Pascua Judía, en la que era tradicional comer cordero, uno de los especialistas que pasó 20 años restaurando la obra aseguró que se trataba de anguilas. Otro misterio fomentado por la mala conservación de la pintura.
Cordon Press. 9 / 10
Una pintura frágil
Todavía en vida de Leonardo Antonio de Beatis comentaba sobre La Última Cena: «es excelentísima, si bien comienza a deteriorarse». Leonardo no pintó su mural usando la técnica del fresco, sino una innovadora técnica de su invención más parecida a la usada para aplicar pintura al temple sobre una tabla. Producto de ello, la pintura es muy sensible a los cambios de temperatura y humedad y comenzó a desgastarse muy pronto. Sobre estas líneas una fotografía tomada antes de comenzar su última restauración, en 1977.
Bridgeman. 10 / 10
Imagen renovada
La última intervención a cargo de Pinin Brambilla Barcilon se prolongó durante más de veinte años, de 1977 a 1999, devolvió una obra lo más cercana posible a su apariencia, aunque seguramente lejos, todavía a la imagen que contempló Luis I de Francia. Extasiado, cuentan, el rey «preguntó si no era posible retirarla de la pared para llevarla a Francia, aún cuando ello significase destruir el famoso refectorio».
Imagen de portada: Cenacolo vinciano
FUENTE RESPONSABLE: Historia National Geographic. Por Álex Sala. 2 de marzo 2023.
Sociedad y Cultura/Arte/La Última Cena/Leonardo da Vinci/ Interpretaciones/Restauración.
Mira las 10 mejores fotografías y descubre cómo se las ingenió Karthik Subramaniam para, con mucha paciencia y perseverancia, llevarse el primer premio.
«Donde hay salmón habrá caos». Este era el lema de Karthik Subramaniam mientras acampaba cerca de la orilla de la Reserva de Águilas Calvas de Chilkat, en Alaska, a la espera de la acción.
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Era el último día de su viaje fotográfico de una semana y faltaban pocas horas para que partiera su ferry, pero este ingeniero informático reconvertido en fotógrafo aficionado decidió quedarse un rato más a ver cómo las águilas calvas entraban y salían en picado de los caladeros. Haines (Alaska), un extremo meridional de tierra encajado entre dos ensenadas, acoge cada otoño las mayores congregaciones de águilas calvas del mundo, cuando unas 3000 llegan a tiempo para la carrera del salmón.
Subramaniam se fijó en un tronco donde se posaban unas cuantas. Este lugar ponía a las águilas cerca de la orilla, adonde a veces llegaban sus congéneres con el botín de una caza exitosa: un salmón recién capturado. Cuando aparecía un pez, los espectadores bajaban a por su ración.
Cuando Subramaniam apuntó su objetivo a una rama, se produjo una conmoción: un águila se abalanzó sobre ella, intimidó a su actual ocupante y reclamó el lugar privilegiado. Tituló la imagen «Danza de las águilas» en homenaje a la guerra de dragones de la novela de George R.R. Martin Danza de dragones (quinto libro de la saga de literatura fantástica Canción de hielo y fuego), y la presentó al concurso Imágenes del Año de National Geographic.
Durante años, Subramaniam ha fotografiado paisajes en sus viajes, pero, en 2020, paralizado por la pandemia en su casa de San Francisco, empezó a experimentar con la fotografía de vida salvaje. Recorrió las reservas naturales locales (conduciendo una hora hasta Point Reyes National Seashore y paseando por los parques de la ciudad) en busca de aves y otras criaturas. Al enterarse de que dos águilas calvas anidaban en lo alto de una escuela primaria a dos horas de casa, Subramaniam empezó a ir allí los fines de semana, acampando todo el tiempo que hiciera falta para captarlas volando a cazar.
La paciencia que aprendió a adquirir en ese periodo de prueba dio sus frutos. El viernes 17 de febrero, su fotografía de las águilas en Alaska fue anunciada como ganadora de nuestro gran premio, lo que le valió un lugar en el número de mayo de la revista. Lo que más aprecia Subramaniam de la foto es la tensión del momento. «Abre la pregunta: ¿qué pasó después?», reflexiona. La realidad es menos misteriosa: el águila triunfante se aburrió cuando no apareció ningún salmón y pronto cedió el sitio al siguiente observador hambriento.
En viaje por la ruta a través de los Alpes austriacos, Alex Berger vio una carretera de un solo carril que se adentraba en las montañas y volvía en bucle en el mapa. La siguió junto a un pequeño arroyo bordeado de muros de bosque cuando vio este árbol dorado que florecía entre los troncos. “Para mí tiene una dimensión inspirada en la fantasía que me pone la piel de gallina», describe Berger. FOTOGRAFÍA DE ALEX BERGER
Los pingüinos rey se agolpan en el visor de Rhez Solano en las playas de Gold Harbour, en Georgia del Sur. La isla se encuentra en el remoto Océano Atlántico meridional, no lejos de la Antártida, y alberga unas 25 000 parejas reproductoras de pingüinos rey, junto con pingüinos papúa y elefantes marinos. FOTOGRAFÍA DE RHEZ SOLANO
Una vista aérea tomada por el fotoperiodista Tayfun Coskun muestra los estanques de marismas saladas del Parque del Condado de Alviso Marina, en San José (California; Estados Unidos). Estas marismas urbanas únicas se ven amenazadas por la subida del nivel del mar, y los proyectos de conservación se apresuran a dar marcha atrás en el tiempo y restaurar la región para la vida salvaje y los peces, y también para absorber las aguas de las inundaciones y capturar dióxido de carbono. FOTOGRAFÍA DE TAYFUN COSKUN
Asiilbek, un cazador nómada de águilas kazajo, prepara a su águila real, Burged, para una cacería a caballo en las praderas de las afueras de Bayan-Ölgii, la provincia más occidental de Mongolia. El adiestramiento del águila comienza cuando se captura a los volantones en sus nidos al borde de un acantilado y se les enseña a cazar liebres, zorros e incluso ciervos. La tradición se remonta a hace 3000 años. «Para esta imagen, estaba tumbado boca abajo en decúbito prono mirando por el visor electrónico al borde del arroyo», explica el fotógrafo Eric Esterle. «El suelo tembló cuando el caballo de Asiilbek pasó a pocos metros, y me salpicó con agua helada. Recuerdo que cubrí mi cámara con el cuerpo y bajé la cabeza». FOTOGRAFÍA DE ERIC ESTERLE
El biólogo Bruce Taubert estudiaba los hábitos alimentarios de los pequeños búhos del desierto de Arizona (Estados Unidos) cuando tuvo su momento de suerte: encontró un raro búho chillón. Durante varias noches, fotografió a los búhos llevando comida a sus polluelos utilizando un rayo infrarrojo que dispara un flash de alta velocidad. Este búho recogió una salamanquesa mediterránea en su recorrido nocturno. «Las salamanquesas mediterráneas no son autóctonas de Arizona y su distribución se está extendiendo», afirma Taubert. ¿Cuál es su teoría sobre cómo llegaron allí? «Puede ser que los gecos llegaran a las casas [cercanas] a través de empresas de jardinería que traían plantas exóticas», responde. FOTOGRAFÍA DE BRUCE TAUBERT
A veces, una noche en vela es la clave de una gran fotografía. Aproximadamente a las 3:40 de una gélida mañana de verano, el fotógrafo W. Kent Williamson tomó esta imagen desde el lago Tipsoo, en el Parque Nacional del Monte Rainier, Washington (Estados Unidos). Desde el agua en calma, podía ver una hilera de faros de escaladores cansados que se acercaban a la cima del monte, de 4392 metros, la culminación de una escalada de varios días. «El cielo nocturno estaba inusualmente despejado y se podía ver la Vía Láctea justo encima de la montaña», dice Williamson. «Me sorprendió ver lo brillantes que eran las linternas de los escaladores». FOTOGRAFÍA DE W. KENT WILLIAMSON
En mayo de 2021, el volcán Fagradalsfjall entró en erupción en la península islandesa de Reykjanes por primera vez en más de 6000 años. El flujo de lava continuó durante seis meses, extendiendo por el paisaje una dura roca negra. Para Riten Dharia, quien capturó esta imagen, “fue una exhibición del poder crudo e impresionante de la naturaleza». FOTOGRAFÍA DE RITEN DHARIA
Una mañana de principios de octubre, el fotógrafo Tihomir Trichkov se dirigía a casa desde el aeropuerto, atravesó la Blue Ridge Parkway de Carolina del Norte (Estados Unidos) y vio salir el sol suavemente sobre el valle. Estaba cubierto por una espesa niebla, y los colores otoñales asomaban por debajo. Enfocó la escena con un objetivo largo y capturó este escenario. «Estaba contemplando un misterio susurrante, creando impresionismo con una cámara», dice Trichkov. «Había llovido el día anterior; había mucha humedad en el aire. La llamé ‘Leyendas de la niebla’ porque oigo susurros cuando la miro fijamente». FOTOGRAFÍA DE TIHOMIR TRICHKOV
Hay unos 4500 pozos de sal excavados en terrazas en la ladera de las minas de sal de Maras, en Perú. El registro arqueológico muestra que la extracción de sal probablemente comenzó aquí antes del Imperio Inca, quizás en el año 500 d.C. Hoy esa tradición continúa con las familias propietarias de los pozos, cada uno de los cuales produce unos 180 kilos de sal al mes. «Los pozos de sal reciben el agua a través de canales procedentes de un manantial salado subterráneo cercano y, una vez que el agua se evapora, queda la sal cristalizada», explica An Li, quien capturó esta imagen. «Aquí, un minero de la sal utiliza un rastrillo de madera para extraer la sal». FOTOGRAFÍA DE AN LI.
Un águila calva llega para robar una percha en un tronco de árbol que ofrece una vista estratégica de la costa en la Reserva de Águilas Calvas de Chilkat, en Alaska. Cuando otras águilas arrastran salmones recién pescados desde el agua, las águilas que están de testigo se abalanzan para llevarse una parte. «Horas observando sus patrones y su comportamiento me ayudaron a captar momentos como éste», dice el fotógrafo Karthik Subramaniam, ingeniero informático apasionado de la fotografía de la vida salvaje. FOTOGRAFÍA DE KARTHIK SUBRAMANIAM
Imagen de portada: Águilas calvas en la Reserva de Águilas Calvas de Chilkat, en Alaska. FOTOGRAFÍA DE KARTHIK SUBRAMANIAM.
FUENTE RESPONSABLE: National Geographic. Por Nina Strochlic. 23 de febrero 2023.
Sociedad y Cultura/Arte/Fotografía/Naturaleza/Paisajes/Animales.
Cuando nadie estaba comprando las obras del artista neerlandés, ella se hizo con ‘El viñedo rojo cerca de Arlés’. Aunque no es solo una coleccionista: ella misma fue una destacada pintora post-impresionista.
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No le pasa a mucha gente, pero Anna Boch ha logrado un lugar imborrable en la historia gracias a un día de compras. Cuando nadie estaba adquiriendo los cuadros de Vincent Van Gogh, ella se hizo por 400 francos de la época con El viñedo rojo cerca de Arlés, una de las pocas obras –la leyenda dice la única– que Van Gogh vendió en vida. El pintor había sido invitado a participar en una muestra de pintura en Bruselas, y aunque llevó varias obras, solo vendió la que Boch adquirió.
Por ello, poco importa lo poco profunda que sea la biografía o el texto que aborda la trayectoria del artista holandés: Boch siempre tendrá una mención. Ella es, parece indicarnos la historia, la mujer que supo ver algo antes que el resto. Y no estamos ante una simple y hábil compradora de obras de arte: ella misma era una artista por derecho propio.
Anna Boch nació en Saint-Vaast, un pueblo belga hoy integrado en La Louvière y no muy lejos de Bruselas, en 1848, en el seno de una familia acomodada de la alta burguesía.
Una condición reflejada en su educación, gracias a la cual recibió una formación tanto en música –y no dejaráde organizar conciertos hasta que pierde el oído– como en pintura. De adulta, Boch será una mujer independiente y moderna –como demuestra el hecho de que viajaba sola en una época en la que eso no estaba muy bien visto– y usará sus conocimientos educativos para crear su propia carrera.
Su padre, Victor Boch, era uno de los fundadores de una empresa de lozas lo suficientemente importante como para acabar vendiendo sus productos a nivel mundial (y que ha tenido una vida muy larga: aunque ha ido atravesando diferentes crisis, sigue existiendo bajo el nombreRoyal Boch). Su familia, de hecho, estaba conectada a la propiedad del gigante de la porcelana Villeroy & Boch.
Gracias a las relaciones de su hermano Eugène, Anna Boch se adentrará en los círculos de los artistas de la vanguardia en el París de fin de siglo. Boch se vincula con los círculos impresionistas y ella misma es una de las pioneras en aplicar esas técnicas pictóricas en Bélgica.
Comorecuerdanahora los medios de ese país, ella fue la primera en sacar el caballete a la naturaleza y pintar au plein air. Boch es, así, uno de los nombres del post-impresionismo belga, estando conectada con los movimientos de vanguardia de ese país.
En 1886, se convierte en parte del llamado Grupo de los XX, un círculo pictórico cuyos miembros buscaban hacer avanzar la pintura y que, sobre todo, ponían la luz en el epicentro de sus obras. No será el único: en 1904 se vuelve también una de las creadoras de un nuevo grupo pictórico belga con objetivos de transformación, el Vie et Lumières.
En vida, las obras de Boch se pudieron ver en el Salon des Indépendants parisino –donde vendían los impresionistas– y en diferentes exposiciones. Es decir, no era simplemente una mecenas –una tan hábil que, además de con un Van Gogh, se hizo con obras de Gauguin, Seraut o Signac que ahora se exponen en museos de primer nivel de medio mundo– sino también una pintora por derecho propio, por mucho que su nombre haya pasado a los libros más bien como el de la mujer que hizo una adquisición brillante.
A su muerte, en 1936, en Bruselas, su impresionante colección de obras fue legada, en parte, a los Museos Reales de Bellas Artes de la ciudad; otra parte vendida para seguir dando apoyo financiero a artistas con problemas económicos; y heredada, otra, por su ahijada Ida van Haelewijn.
Su trayectoria está siendo iluminada en los últimos años. A los catálogos temáticos que se han ido publicado sobre su obra, se ha sumado un documental belga y la presencia de su figura y sus cuadros en diferentes exposiciones. Además, la obra y vida de Boch protagonizarán una gran exposición temática en pocos meses. El Mu.ZEE, en Ostende, conmemorará el 175 aniversario de su nacimiento con Anna Boch, un voyage impressionniste. Entre julio y noviembre, sepodrá descubrira la pintora y un cierto intento de reconstrucción –préstamos mediante– de su colección de obras.
Aunque un poco más cerca –geográficamente– también se puede descubrir ya mismo al menos una de sus pinturas: la exposición Arte belga. Del impresionismo a Magritte. Musée d’Ixelles muestra, antes de su fin a principios de marzo, un cuadro de Anna Boch en el Museo Carmen Thyssen Málaga.
Imagen de portada: ‘Retour de la messe par les dunes’, por Anna Boch (1893-1895).
FUENTE RESPONSABLE: Ethic. Por Raquel C. Pico. 17 de febrero 2023.
Sociedad y Cultura/Arte/Pintura/Impresionismo/Mujeres/Anna Boch.
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ElMuseo de Pérgamo, integrado en el complejo conocido como la Isla de los Museos de Berlín, es uno de los museos más importantes no solo de la ciudad alemana, sino del país. Su originalidad radica en que no se trata, como viene siendo lo habitual, de un edificio hecho para albergar obras de arte.
En su caso, fue al revés: primero vinieron las obras de arte y, después, se construyó el inmueble. Una rareza que hace posible que cada rincón del museo sea una obra de arte en sí mismo: paredes, puertas, e incluso techos, están sustentados y formados por trocitos de la historia del mundo.
Otra de las peculiaridades del mismo es que aúna tres museos en uno.
Por un lado, está la Colección de antigüedades clásicas, con obras tan impresionantes como el Altar de Pérgamo o la puerta del mercado de Mileto. En segundo lugar, el Museo del Antiguo Oriente Próximo alberga la obra quizás más representativa del Museo de Pérgamo: la puerta de Ishtar. El último de los museos es el Museo de Arte Islámico, el cual aúna piezas de arte islámico de entre los siglos VIII y XIX.
Puerta de Ishtar del Museo de Pérgamo. | Shutterstock
El recorrido de la cúpula de la Alhambra hasta Berlín
Es en esta última colección donde el viajero puede encontrar una cúpula de la mismísima Alhambra de Granadacomo techo de una pequeña habitación.
Al viajero español probablemente le sorprenda encontrarse aquí, en este rincón de Alemania, un trozo de este valioso monumento de su país, ubicado en una sala sobre el Islam en la península Ibérica. Junto a la cúpula, una ventana de madera cordobesa o cerámicas andalusíes son algunos de los elementos de la colección. Pero volvamos a la cúpula. ¿Qué hace aquí? ¿Por qué está aquí?
La cúpula del Museo de Pérgamo pertenecía, originariamente, al Palacio del Partal, uno de los palacios nazaríes dela Alhambra y el Generalife.
Se construyó alrededor de 1320, techando la parte superior de la Torre de las Damas hasta finales del siglo XIX. Durante dicho siglo el palacio, uno de los más antiguos del complejo andalusí y también el más maltratado, perteneció al banquero alemán Arthur von Gwinner en una época en la que el orientalismo estaba de moda y en la que algunas de las partes del complejo eran privadas.
Cúpula de la Alhambra, integrada en la sala del Islam en la península Ibérica. | Shutterstock
Sin embargo, a su vuelta aBerlín,von Gwinner cedió al Estado español sus terrenos. Eso sí, no sin llevarse algo consigo: la cúpula. Y no para llevarla a ningún museo (el de Pérgamo no se construyó hasta 1930), sino para decorar su piso. Así lo hizo hasta 1978, cuando la familia del banquero se la vendió al Museo de Pérgamo y donde ahora el visitante puede contemplar un valioso ejemplo de arte andalusí.
La cúpula mide 1,90 metros de altura y su diámetro alcanza los 3,5 metros. Se trata de una bóveda hecha de madera de cedro y álamo, originalmente coloreada de rojo, azul y verde, tal como muestran los restos de pintura. En varias de las estrellas octogonales destaca la frase, escrita en árabe, “No hay más vencedor que Dios”.
Imagen de portada: Cúpula de la Alhambra (Museo de Pérgamo)
FUENTE RESPONSABLE: España Fascinante. Por Eva Gruss. 21 de febrero 2023.
Sociedad y Cultura/Arte/Alhambra/Cúpula/Berlín; Alemania/Museo de Pérgamo.
A propósito del baile como expresión de alegría, de juego, de disfrute sin otro propósito que sí mismo: en definitiva, del baile como antítesis del utilitarismo. Agarrado, desgarbado, sincronizado y descompasado, pero libre. De esta actividad que alegra la vida, el cuerpo y el alma es de lo que habla el periodista musical Luis Costa (Barcelona, 1972) en su último ensayo, ‘Dance usted’ (Anagrama), utilizando el emblema hecho canción de Radio Futura.
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¿Conviene fiarse de esos tipos humanos a los que no les gusta bailar?
Conviene tenerlos localizados y controlados. Pero no, claro que sí, antes me fío menos de un DJ al que no le guste cocinar. Y tampoco me creo a pies juntillas a quienes me digan que no les gusta bailar: habría que verlos a través de la mirilla.
Hace unos meses murió la ensayista Barbara Ehrenreich, que en su libro Historia de la alegría, recogía el baile como uno de los actos que más liberan a la persona. ¿Dónde reside el poder subversivo y contracultural del baile?
El bailees una de las pocas actividades que nos quedan para expresarnos en total libertad, mostrar nuestros sentimientos y celebrarlo en comunidad. Si esta parte de un entorno de control y de represión, la pista de baile –con la música como elemento catalizador de las emociones– se convierte en un poderoso espacio de asociación y de expansión de ideas. Un buen ejemplo es el de los Swingjungend (en castellano, «jóvenes del swing») en la Alemania nazi, que tuvieron su extensión en Francia o Polonia.
Cuando uno baila a solas en su casa, ¿qué pierde y qué gana?
No pierdes absolutamente nada, bailar solo puede ser bueno, a no ser que se desate una locura colectiva como la epidemia de baile de 1518, en Estrasburgo, en la que se pusieron a bailar decenas de personas durante días, llegando a fallecer algunas de ellas.
¿Qué sucede cuando el baile es colectivo?
Lo explica muy bien la neurobióloga inglesa Lucy Vincent en su último ensayo, Haz bailar a tu cerebro, donde nos habla de los beneficios cognitivos del ejercicio del baile. Cuando bailamos, ponemos en marcha nuestras neuronas y estimulamos la creatividad y la memoria. Además, cuando bailamos segregamos dopamina y oxitocina: bailar es antidepresivo y nos hace más felices. Cuando lo hacemos colectivamente, se produce un efecto espejo y de contagio donde nos vamos estimulando los unos a los otros.
¿Cuál sería la relación, el vínculo que se establece entre el cuerpo y la música?
Con el baile y su música se establece una relación mental y emocional, pero también puramente física. Ya no solo en el hecho de movernos al ritmo de la música que suena, sino por el efecto que las diferentes frecuencias del sonido tienen sobre nuestro cuerpo. Concretamente, por las frecuencias graves –las de los sonidos bajos– que, reproducidas en los potentes y especializados equipos de sonido de alta fidelidad –por lo general en los clubs y discotecas–, golpean nuestro estómago y recorren todo nuestro cuerpo, acariciándolo.
De las músicas que incitan al baile (ragtime, jazz, blues, rock…), ¿por cuál siente querencia y por qué?
Por todas: cada música tiene su poder liberador. Y cuanta más y más variada, mejor. La música soul es arrebatadora, una buena descarga de boogaloo te destrozará la cadera y, desde luego, ¿quién se resiste al buen rock? La música disco de los setenta, el northern soul, el mambo, la cumbia, el house, el techno…
¿Cómo saber que uno baila bien?
Esto es muy relativo, y no soy quién para decirlo, por supuesto. Precisamente, en Dance usted hablo del baile libre, individual y puramente social. Lo advierto de entrada, en el prólogo, cuando insisto que a me interesa y exploro ese baile, no el profesional o aquel que precisa de técnica y aprendizaje. Que cada cual se mueva a su bola y se exprese a su aire. Dejarse llevar y disfrutar de la música y el baile, sin más.
¿Por qué causan tanta alarma social eventos como la rave de La Peza, donde había una reunión de personas unidas por la música?
Lo ignoro, pero no debería se ser así. La sociedad es tan hipócrita como controladora, e imagino que ese poder extático y liberador del baile es subversivo, disidente y peligroso a ojos del poder, siempre abocado al cerco y opresión de la sociedad.
Que se canta menos es un hecho, pero ¿también se baila menos?
Para nada, ahora se baila mucho más. No hay más que darse un garbeo porTikToko Instagram para toparse con cientos de miles de personas echando unos bailes delante de la cámara. La cosa se desmadró con la pandemia y sus confinamientos, cuando el baile explotó; ahí nos dimos cuenta de su importancia y placer.
Imagen de portada: Luis Costa
FUENTE RESPONSABLE: Ethic. Por Esther Peñas.
Sociedad y Cultura/Ensayo/Arte/Baile/Libertad/Reflexiones.
El gran pintor valenciano, del que este año se cumple el centenario de su muerte, fue rico, famoso y feliz al lado de su mujer, Clotilde, hasta su prematuro y triste final.
Otros genios como Charles Chaplin, Edgar Allan Poe, Louis Armstrong o Coco Chanel fueron huérfanos igual que Joaquín Sorolla. El cólera se llevó a los padres del pintor valenciano, quien, como sus afines de orfandad, pareció iniciar una búsqueda incesante, como la de John Wayne y Jeffrey Hunter en Centauros del Desierto (algo menos angustiosa), y paralela: la búsqueda de los padres perdidos representada en el destino de la vida.
Una suerte de metáfora parental.
Fotografía de Sorolla (1908), por Gertrude Käsebier
La vida, el arte, la belleza y la luz como antídoto y olvido y tierra de la desgracia: «El arte no tiene relación con la fealdad o la tristeza. La luz es la vida de todo lo que toca; así que cuanta más luz haya en la pintura, más vida, más verdad, más belleza tendrá». Sus más de tres mil pinturas (también se dice que fueron más de cinco mil, incluyendo sus bocetos) contrastan con las menos de cincuenta que realizó otro genio como Vermeer. La necesidad de expresión artística constante (pintaba todos los días y solo paraba para comer y dormir la siesta hasta que llegaba la noche), también en constante evolución que, a pesar de ser conocido universalmente por sus obras del mar, le hizo inclasificable.
‘Marina’ (1880)
Sorolla fue y es un pintor famosísimo y paradójicamente desconocido por su magnitud artística y numérica. El artista niño de las marinas valencianas impresionantes o el adolescente impresionado por los impresionistas que siguió siendo en su vida adulta.
La impresión perenne, entre tanta repetición, también en la vida y con Clotilde, la hija del fotógrafo a cuyo servicio entró a trabajar y con la que acabó casándose y a la que escribía una carta todos los días cuando estaban separados (y ella a él) y le enviaba un ramo de flores.
Sorolla quería volar de Valencia y la oportunidad surgió cuando la Diputación Provincial convocó un concurso para conceder una beca de estudios en Roma.
‘Quinta Avenida de Nueva York’ (1911)
Tenía 21 años, presentó su obra El Grito del Palleter (El Palleter fue el sobrenombre de Vicente Doménech, que según la leyenda fue el primer español en levantarse contra Napoleón) y aceptó el premio que ganó con ironía, confesándole a un amigo: «Para darse a conocer y ganar medallas, hay que hacer muertos».
Ya conocía a Velázquez, se rebelaba como estudiante frente al corsé de la escuela y ahondaba en el realismo que terminó aderezando, alimentándolo (incluso con el fauvismo o el guache de sus posteriores impresiones neoyorquinas) hasta hacerlo propio.
‘Alfonso XIII con uniforme de húsares’ (1907)
Después de casarse, de vivir en Italia, de algunos reveses de los críticos y de quedar definitivamente atrapado por el impresionismo, se instaló con su familia en Madrid, donde a los pocos años alcanzó una fama casi heroica.
A partir de ahí fue la luz su guía, como una estrella en su Mediterráneo.
Viajó por toda Europa y realizó retratos, que le hicieron millonario, a los más relevantes personajes de su época (desde el rey Alfonso XIII, hasta Galdós o Louis Comfort Tiffany, fundador de la famosa casa) que también fueron sus amigos.
Los veranos en Jávea, sin embargo, produjeron las pinturas que él mismo consideró como las mejores de su carrera, con la luz ya como absoluta protagonista, como El Sol de la Tarde o El Bote Blanco.
‘El bote blanco’ (1905)
La obra de su vida, según confesión propia, fueron los paneles que le encargó para su biblioteca la Hispanic Society de Nueva York en los últimos años, la encomienda final o una suerte de techo de una Capilla Sixtina sorollista.
Fueron los años en que compró el solar y construyó su casa en la calle del General Martínez Campos de Madrid con el dinero que recibió de la institución estadounidense y con la intención de que a su muerte fuera el museo que actualmente es, y cuando ya hacía décadas que era considerado una estrella absoluta en toda Europa y Estados Unidos.
Poco después de terminar los paneles sufrió un derrame cerebral que le impidió volver a pintar hasta su muerte (se le paralizó la mano izquierda y era zurdo), tres años después.
Un hecho que describió de forma cruda y exacta su amigo Ramón Pérez de Ayala, como triste epílogo de una vida extraordinaria, artística, familiar y mundana:
«Una fina y templada mañana madrileña del mes de julio, en su jardín, Sorolla pintaba el retrato de mi mujer, observándole yo, a su lado. Éramos los tres solos, bajo una pérgola enramada. Levantóse una vez y se encaminó hacia su estudio. Subiendo los escalones, cayó. Acudimos mi mujer y yo en su ayuda, juzgando que había tropezado. Le pusimos en pie, pero no podía sostenerse. La mitad izquierda del rostro se le contenía en un gesto inmóvil, un gesto aniñado y compungido, que inspiraba dolor, piedad, ternura. Comprendimos la dramática verdad; la cuerda, extremadamente tirante, se había quebrado …».
Imagen de portada: Autorretrato (1909)
FUENTE RESPONSABLE: El Debate. España. Por Mario de Las Heras. 13 de febrero 2023.
Sociedad y Cultura/Arte/Pintura/En memoria/Joaquín Sorolla
Estamos a mediados de la década de los cuarenta del siglo pasado y, de no ser por un grupo de voluntarios, tal vez hoy no habláramos del nacimiento de Venus de Sandro Botticelli, ni de la Saliera de Cellini entre otros miles de obras.
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«¿Qué es el poder? ¡Es la impotencia!», decía Charles de Gaulle poco antes de su final bajo un pueblo francés alzado contra su régimen autoritario.
Pero al comienzo, ¿qué es el poder? En la conferencia inaugural del Collège de France, Foucault lo denominó como «el orden del discurso», a través del cual cada sociedad se esfuerza por producir y controlar las creencias colectivas y las representaciones del mundo.
Es ese afán de orden, aseguró el filósofo, lo que funda la idea de soberanía: señalar y sentenciar lo que es bueno, lo que es bello y lo que es verdadero. Lo que debe ser cada cosa.
En la actualidad, recibimos casi a diario noticias sobre la destrucción y el saqueo de obras de arte y objetos del patrimonio cultural de importancia local, regional, nacional e internacional, en particular procedentes de Oriente Medio, pero también de muchos otros lugares del mundo que viven sumidos en el conflicto.
Los delitos contra los bienes culturales, sin embargo, no son un fenómeno nuevo, sino una táctica empleada durante milenios en todos los continentes y contra muchos grupos culturales diferentes: el futuro de la humanidad parpadea entre el significado robado desde la Antigüedad.
Esta historia, no obstante, no es tan lejana, aunque requiere de su respectivo contexto para situarse en el momento en el que sucedió, y aquel momento sigue siendo ahora mismo.
Estamos en 2023 pero también a mediados de la década de los años cuarenta del siglo pasado, y de no ser por un grupo de mujeres y hombres conocidos como The monuments men and women o Los hombres y mujeres monumentos, tal vez hoy no habláramos del nacimiento de Venus de Sandro Botticelli, la Saliera de Benvenuto Cellini, La dama del armiño de Leonardo da Vinci o La Virgen y el Niño de Miguel Ángel entre otras muchas obras de arte de todos los tiempos que, en algún momento de este, se convirtieron en objetivo del poder.
En este caso, no para su creación, sino para destruirlo.
Miembros de la MFAA fotografiados mientras recuperan pinturas robadas. (Wikipedia)
Una «revolución cultural»
Unas semanas después de que Adolf Hitler se convirtiera en canciller de Alemania, en enero de 1933, el jefe que el dictador había elegido para lo que denominaron la Liga de Combate por la Cultura Alemana pronunció un discurso explicando las teorías culturales del nuevo régimen: «Es un error pensar que la revolución nacional es solo política y económica. Es, sobre todo, cultural».
Obras de arte escondidas en la sala del castillo de Montegugoni. (Wikipedia)
Como recuerda la profesora de Historia del Arte Rhonda Reymond, aquellas palabras eran la estela misma de la perturbación de Napoleón en el patrimonio cultural de los países que invadió medio mundo dos siglos antes de que el nazismo destruyera Alemania y gran parte de Europa con excusas siempre similares: ordenar el discurso.
Las formas del francés habían sentado un precedente en la teoría como ejemplo para saquear y controlar las artes visuales como parte de estrategias para la construcción de imperios.
Formada en 1929, el objetivo de la Liga de Combate nazi era «iluminar a la raza alemana sobre las conexiones entre raza, arte y conocimiento» y «defender los valores culturales alemanes en medio de la decadencia cultural contemporánea».
Así, los hombres del ministerio de cultura del Tercer Reich comenzaron castigando al arte moderno, incluyendo el expresionismo alemán (Der Blaue Reiter y Die Brücke), la nueva objetividad (Neue Sachlichkeit), el futurismo,el cubismo, el dadaísmo y otros movimientos clave.
La gran herramienta política
En la gran inauguración de la Casa del Arte Alemán, en 1937, Hitler lanzó su gran amenazapara lo que aquí nos concierne: «De ahora en adelante, lideraremos una guerra implacable de purificación, una guerra implacable de exterminio, contra los últimos elementos que han desplazado a nuestro arte».
+No obstante, su estrategia había comenzado mucho antes con obras de otras épocas, de otros siglos, de otros movimientos y otros lugares. Las artes, en general, fueron pronto un componente clave y una herramienta política de la maquinaria de propaganda nazi.
Hitler en la inauguración de la Haus der Kunst (Casa del Arte Alemán) en Múnich. (Wikipedia)
Ya desde comienzos de la década de 1930, Hitler comenzó a saquear una amplia gama de colecciones que formaban parte de algún modo del legado de los pueblos y grupos sociales que querían destruir.
Con ese objetivo, arrasaron bibliotecas, museos, galerías de arte e incluso casas particulares, seleccionando lo que consideraban para su propio archivo en su nueva institución museística, el Führermuseum, que el dictador estaba estableciendo en su ciudad natal de Linz, en Austria.
Mientras tanto, lo que no seleccionaban caía al fondo de la tierra, literalmente.
A partir de 1933, como explican desde The Collector, el saqueo de propiedades judías fue uno de los primeros pasos clave para la posibilidad del Holocausto.
«Los nazis también saquearon los países ocupados, a veces con incautaciones directas y, a veces, con el pretexto de proteger el arte a través de unidades Kunst Schutz. Además de oro, plata, y monedas, se sustrajeron elementos culturales de gran importancia, entre ellos pinturas, cerámicas, libros y tesoros religiosos». La mayoría de las veces, el saqueo se ha quedado con el saqueador. Antes del siglo XX, de hecho, no existió una base legal para exigir la devolución de nada robado entre regímenes.
«Luego, el encarcelamiento sistemático de judíos en campos de concentración dio a las autoridades alemanas rienda suelta para robar esto y lo otro a su propia voluntad. Esto inició la ‘arianización’ de la propiedad, como denominaron al proceso de expulsar a los judíos de sus negocios y hogares».
Un soldado se lava las manos en un palacio donde se guardan obras de arte. (Wikipedia)
Alemania institucionalizó el robo de obras de arte, artefactos religiosos y libros para concentrar la riqueza a través de leyes que pretendían documentar sistemáticamente la propiedad, pero también de identificar a las familias judías, facilitando su persecución.
«Se vendieron muchas obras de arte de menor importancia para generar ganancias que financiaron la maquinaria de guerra de Alemania y los campos de concentración. Esto preparó el escenario para el genocidio a gran escala de la población judía», señala Flores.
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Entre los muchos artículos que fueron robados bajo el régimen nazi se encontraban documentos raros, bibliotecas enteras llenas de libros, obras de arte de valor incalculable, rollos de la Torá, campanas de iglesias y otros artefactos inmensamente valiosos.
Además, cabe recordar que unas semanas después de que Hitler hubiera sido nombrado canciller, la policía entró a la Bauhaus, que desde finales de 1932 se había instalado en Berlín a cargo de su tercer y último director, el arquitecto Mies van der Rohe. La policía arrestó a 32 estudiantes y Mies se vio obligado a disolver la escuela en el mes de abril.
Recuperar el legado robado
En respuesta a la gran represión de aquel sistema perverso que empezaba a nacer, en 1943, el entonces presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt dio luz verde al juez de la Corte Suprema del país norteamericano, Owen Roberts, para organizar una gran operación de protección y rescate. Primero la apodaron Comisión Roberts, pero pronto se convirtió en la MFAA (Monuments, Fine Arts and Archives Program).
Para darle forma abrieron inscripciones a todo aquel que, con ciertos conocimientos en arte, se presentara candidato a formar parte. Llegaron curadores de museos, historiadores del arte, bibliotecarios, arquitectos y artistas de las naciones aliadas… así hasta 345 miembros de al menos 13 países diferentes de todo el mundo.
Sabían que la tarea que llevarían a cabo no sería fácil: había que localizar, recuperar y restituir todos aquellos tesoros culturales saqueados. Con el añadido de proteger también lo que hasta entonces estaba intacto de no ser víctima de nuevos saqueos.
El régimen nazi llevaba años coordinando la transferencia a comerciantes afines de objetos de arte entre los países que durante la guerra había asaltado y controlado.
El arte sustraído era trasladado, por lo general, fuera de su país de procedencia a través de un sistema de ferrocarriles a las instalaciones de almacenamiento o escondites. Aquí, cada colección era marcada o codificada con una letra y un número. Por ejemplo, la Colección Rothschild, robada a la familia Rothschild, fue codificada como «R1400».
Algunos hombres del grupo, recuperando arte robado del castillo de Neuschwanstein. (Wikipedia)
Los Hombres y Mujeres Monumentos debían encontrar aquellos escondites, que a menudo eran de muy difícil acceso y, por supuesto, nada fácil de localizar.
Sin embargo, consiguieron llegar a muchos de ellos con un presupuesto reducido para proteger y cuidar las obras de arte mientras las llevaban en secreto a sus lugares de origen. En total, pudieron localizar y recuperar más de 5 millones de obras de arte y otros elementos de gran importancia cultural, devolviéndolos a sus archivos y colecciones originales.
Aún queda mucho trabajo
No obstante, la misión a veces (muchas veces) se complicaba: «Unos 25 miembros incluso cruzaron la línea del frente de guerra para rastrear las ubicaciones de los objetos saqueados. Algunos incluso murieron mientras intentaban proteger los tesoros que esperaban rescatar», dicen desde The Collector.
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Con el final del régimen nazi, de la misma forma que tras la derrota de Napoleón, los resquicios de su imperio francés se vieron obligados a devolver los «trofeos» culturales que se habían llevado durante su breve conquista de Europa, incluidos los caballos tallados de San Marcos en Venecia y la Venus de los Medici, al final de la Primera Guerra Mundial, el tercer Reich se vio obligado también a devolver los artículos que había tomado, e incluso algunos que había comprado legalmente.
Pero las consecuencias de toda guerra, más aún de las de tal envergadura, no se recomponen tan rápido.
Los agentes de la MFAA Edith Standen y Joe Kelleher con algunos de los objetos recuperados. (Wikipedia)
Como apunta Matthew Wills en Jstor, la idea de «bienes culturales» surgió de la Segunda Guerra Mundial, pero el régimen legal que permite la repatriación de obras de arte tomadas durante el desolador conflicto tenía un largo estatuto de limitaciones.
Es por eso que todavía las cosas tomadas hace siglos por otros países tales como Inglaterra, uno de los que más arte ajeno posee en su poder, permanecen donde están.
Hoy en día, la Fundación Monuments Men and Women continúa buscando los muchos cientos de miles de tesoros que los nazis robaron, algunos de los cuales son objetos invaluables con una gran importancia histórica que crece a medida que pasa el tiempo y siguen ocultos.
En este sentido, desde la organización recuerdan que «los tesoros culturales de épocas pasadas no han sobrevivido por accidente. Otros antes que nosotros, incluidos los Hombres y Mujeres de Monumentos, arriesgaron sus vidas para garantizar la supervivencia de nuestro patrimonio cultural compartido para las generaciones futuras».
Imagen de portada: Dos miembros de la MFAA localizan un Rembrandt original en la mina de sal de Heilbronn el 3 de mayo de 1946. (Wikipedia)
FUENTE RESPONSABLE: El Confidencial. Por Carmen Macías. 11 de febrero 2023.
Sociedad y Cultura/Historia/Arte/Segunda Guerra Mundial.
Un millonario estadounidense enamorado de nuestra cultura erigió en Nueva York el museo que alberga la mayor cantidad de tesoros artísticos españoles fuera de nuestras fronteras.
Una monumental escultura del Cid Campeador se erige en medio de una
explanada, frente a una fortaleza renacentista incongruentemente situada en medio del colorista barrio hispano de Harlem, en Nueva York.
Parece como su la hubieran plantado allí extraterrestres.
La música latina de los coches retumba y penetra por la fachada del edificio, que alberga un museo que fue concebido hace casi 120 años por un millonario estadounidense para acoger la colección de arte precedente de la península ibérica y América Latina más importante de Estados Unidos.
Sus imponentes muros protegen alrededor de medio millón de objetos que engloban 9.000 años de cultura hispánica, aglutinados a velocidad de vértigo por parte de Archer Milton Huntington (Nueva York, 1870-Connecticut, 1955), el heredero de un imperio ferroviario y naval.
Él fue quien emprendió, con su alma de poeta y sus millones heredados, este grandioso proyecto. Los nombres de Colón, Simón Bolívar, Lope de Vega, Cervantes, Loyola o Camoens están inscritos en la fachada de manera aleatoria, casi caprichosa.
Día de la inauguración de la exposición de Sorolla, en 1909.
La primera vez que visité el museo de Harlem, hace tres décadas, el edificio estaba en plena decadencia.
Este proyecto quijotesco, puesto en marcha hace más de 120 años siguiendo el estilo beaux arts, tuvo como inspiración el castillo de Vélez Blanco de Almería, cuyo patio está ahora a poca distancia, en el Museo Met de Nueva York, después de ser trasladado piedra a piedra desde España cuando todavía se permitía hacer este tipo de cosas.
Un bajo relieve dedicado a Don Quijote y una primera edición de la obra de Cervantes se encuentran entre las joyas que alberga, al igual que un cuadro de John Singer Sargent retratando una danza española. Así hasta llegar a medio millón de objetos artísticos que reflejan el romanticismo del millonario y su amor por el arte hispánico.
¿Cómo es posible que este refugio lleno de tesoros no fuera más conocido? ¿Por qué solo una persona me había mencionado este mágico lugar?
Aislado de su entorno latino y lejos de la atención del gran público, el museo parecía destinado al olvido.
Su futuro no resultaba muy halagüeño hasta que Philippe de Montebello, exdirector del Met y presidente de la Hispanic Society, encargó a un grupo de arquitectos liderados por Annabelle Selldorf acometer su renovación.
Así nos cuenta el proyecto la fundadora de la firma arquitectónica que lleva su nombre y que ha renovado, entre otros, la Neue Galerie de la familia Lauder en la Quinta Avenida: “El museo y biblioteca de la Hispanic Society son de los lugares más especiales y únicos de Nueva York.
La colección, los edificios y todo el conjunto crean algo que no se encuentra en ningún otro lugar. Ha sido una joya por descubrir durante demasiado tiempo.
Estoy entusiasmada porque espero que con la reapertura del edificio principal [el 30 de marzo], con un nuevo acceso, muchas más personas tendrán la oportunidad de descubrir este asombroso espacio”.
Vista exterior del museo.
El director de esta institución, Guillaume Kientz, antiguo responsable del departamento de Arte español y latinoamericano del Museo del Louvre, enumera una lista de obras de arte que dejaría a cualquier persona estupefacta: “Tenemos cinco Goyas, siete Grecos, tres Velázquez y 243 Sorollas”.
¿Cómo era el hombre que creó esta institución? ¿Cómo era de humilde para que, a diferencia de sus mecenas contemporáneos, decidiera no bautizarla con su nombre y así ser recordado para la posteridad?
Archer M. Huntington era el único hijo de Collis Potter Huntington, magnate de ferrocarriles y navieras y uno de los hombres más ricos del siglo XIX.
Collis adoptó al entonces adolescente Archer y le concedió su apellido tras casarse con su madre, Arabella Worsham.
Sus padres ya eran grandes coleccionistas de obras maestras del arte europeo, de artistas como Rembrandt o Vermeer, que fueron donadas tras su muerte a museos.
Sin embargo, Archer decidió seguir un camino diferente y adentrarse en el mundo de la cultura hispánica, una fascinación que se le despertó a los 10 años, cuando, durante una visita al rancho tejano de su tía Emma, descubrió la lengua española escuchando a los trabajadores mexicanos.
Poco después comenzó a construir maquetas de museos con papel cartón y a decir que su mayor deseo sería vivir en uno de ellos. A los 14 años, una tutora de Valladolid contratada por sus padres le enseñó la lengua castellana y le acercó más a una pasión que mantuvo toda su vida.
‘La duquesa de Alba de negro’, de Goya
En una época en la que estaba de moda coleccionar arte europeo, la querencia hispana del joven Archie hizo que se convirtiera en el hazmerreír de otros coleccionistas pudientes, según él mismo le admitió a su madre en las cartas que le escribía.
Ella, que amaba un arte diferente, fue sin embargo instrumental para animar a su hijo a pagar precios altísimos para conseguir obras del calibre del Retrato de la duquesa de Alba de negro, de Goya, o el Retrato de niña, de Velázquez.
Pagó incluso con su patrimonio los 600.000 dólares de la época que pedían por el Retrato del condeduque de Olivares, también de Velázquez, y lo entregó como obsequio a la Hispanic Society en memoria de su marido Collis.
Retrato de Sorolla, del artista Louis Comfort Tiffany.
Al inicio de su etapa de coleccionista, Archie, en su afán por rellenar las paredes vacías, se distinguió por comprar rápido y casi a granel. Este frenesí acabó dejándole con una primera muestra compuesta por muchas obras atribuidas erróneamente a grandes pintores que en realidad eran copias.
Resuelto a abrir nuevos caminos y a descubrir maestros contemporáneos, se marchó a Europa y fue precisamente en París donde conoció a Zuloaga, uno de los artistas más importantes de su colección.
Pero no fue hasta su visita a Londres cuando descubrió en la Galería Grafton a un pintor que le cautivo de por vida: el valenciano Joaquín Sorolla.
Huntington decidió dedicar en 1909 la primera exposición de la Hispanic Society al pintor de la luz. En poco más de un mes, la muestra recibió casi 160.000 visitantes, que no solo pusieron al museo, ubicado bastante al norte de Manhattan, en el mapa cultural, sino que convirtieron a Sorolla en uno de los artistas preferidos del público estadounidense.
En 1911, el millonario encargó al pintor la colosal tarea de reflejar la visión de las distintas regiones de España a través de lienzos de tres metros y medio de alto que ocupan, cuando se alinean, un espacio de 60 metros de largo. La tarea acaparó los siguientes ocho años de la vida de Sorolla, quien, con una salud ya en decadencia, nunca pudo ver los lienzos colgados en la Hispanic Society de Nueva York.
Tras divorciarse de su primera esposa después de 25 años de matrimonio, Archer conoció a la escultora Anna Hyatt, hija de un profesor de Paleontología y Zoología de Harvard, y considerada como una de las artistas más importantes del momento en su campo.
A ella le encargó realizar la estatua del Cid Campeador que preside la explanada de la Hispanic Society. En 1923 se casaron en el estudio de la escultora. Él tenía 53 años y ella, 47. La pareja, que compartía las mismas pasiones por la naturaleza y el arte, acabó fundando 20 museos y reservas naturales.
Anna Hyatt Huntington, que fue galardonada en su día con la Legión de Honor francesa, tiene esculturas repartidas por todo Nueva York y el mundo, como Los portadores de la antorcha, con copias en Valencia y Madrid; José Martí, en Central Park, o la Juana de Arco de Riverside Park, la primera escultura ecuestre realizada por una mujer.
El rey Alfonso XIII, a quien la pareja conocía, le pidió expresamente una copia de su Cid Campeador, que se puede ver en Sevilla.
Interior del museo.
El reto al que ahora se enfrenta la Hispanic Society es cómo conectar las joyas y el pasado histórico del museo con el barrio en el que se asienta. Cuando se empezó a construir, la comunidad estaba básicamente compuesta por adinerados afroamericanos que vivían en magníficos edificios con vistas al río.
Hoy en día los habitantes son mayoritariamente dominicanos, puertorriqueños y cubanos, cuyas vidas fueron inmortalizadas por Lin Manuel Miranda en su musical (y luego película) En un barrio de Nueva York.
Su padre es el activista hispano Luis A. Miranda, que ha sido asesor de asuntos latinos en Nueva York desde los años ochenta y trabajó para políticos como Edward Koch, que llegó a ser alcalde de Nueva York, e incluso para la senadora y candidata a la presidencia Hillary Clinton.
Ahora apoya diversas iniciativas del museo, al que describe como “un oasis de arte y belleza en el corazón de Washington Heights”.
Miranda es un referente en la comunidad, además del fundador y primer presidente de la Hispanic Federation, que cumple ya tres décadas, y vicepresidente del Northern Manhattan Alliance, una institución con la que el museo colabora muy de cerca.
El año pasado organizó una muestra precisamente sobre En un barrio de Nueva York, con las fotos originales de la obra de teatro, el musical y la película, inspiradas en el barrio en el que se ubica el museo.
Guillaume Kientz, el director del museo.
Una conexión entre el pasado, el presente y el futuro —de Washington Heights y de Nueva York entero— que también trata de fomentar el director de la institución: “Nuestro fundador, Archer Huntington, apostó por artistas contemporáneos como Sorolla, López Mezquita y Zuloaga.
Nosotros estamos intentando hacer lo mismo con artistas españoles y latinoamericanos actuales, al igual que con artistas de la comunidad latina, para entablar una conversación entre el presente y el pasado. La idea es que gente interesada en Sorolla descubra artistas contemporáneos y viceversa”, comenta Kientz.
Se pretende así establecer un diálogo, un puente entre la colección histórica y los artistas locales, y crear a su vez en las magníficas terrazas y explanada del museo “una especie de ágora con comidas y actividades donde la gente se pueda reunir para comer, tomar un café o jugar al dominó y pasar el día”, añade el director.
“Nuestra misión es conjugar lo local con lo global. Tenemos obras de Filipinas, España, América Latina, Portugal… pero también tenemos artistas locales con los cuales estamos trabajando. Cada año, durante seis meses, presentaremos la obra de uno de ellos en la explanada. Este año la elegida será Marta Chilindron”.
Mientras lo entrevisto en las grutas de este edificio histórico, se encuentra atareado en el proceso de embalar centenares de obras de arte, entre ellas el Retrato de la duquesa de Albade Goya y el Retrato de niña de Velázquez, que han sido cedidas a la Royal Academy de Londres para su exposición de los tesoros de Hispanic Society, nunca vistos en Inglaterra, y que permanecerá abierta hasta el 10 de abril.
El 18 de mayo de este año se celebrará asimismo una gran gala conmemorando el centenario de la muerte de Sorolla.
Esa noche el museo se vestirá de gala y quizá el fantasma de un hombre alto y delgado como Archer, que muchos vigilantes aseguran haber visto deambular por sus salas, respire con satisfacción y considere que su misión ha sido finalmente cumplida.
Inmaculada Concepción, de Juan Carreño Miranda.
Imagen de portada: Interior del Museo
FUENTE RESPONSABLE: Vanity Fair; Cultura. Por Emma Roig. 11 de febrero 2023.
La Fundación Mapfre reúne 188 piezas en la primera retrospectiva que se dedica en España a una pintora que inició sus andaduras en el surrealismo y terminó desarrollando una obra simbólica e impregnada de feminismo.
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Estas vivencias supusieron un antes y un después en una creadora que había apostado por el desarraigo familiar (renunció incluso a los lazos con sus tres hermanos) y que despertaron en ella una serie de complejas identidades que reflejó en un óleo de atmósfera misteriosa y luz inquietante: «Down Below» (1940). Un cuadro de fuerte ritmo personal que podría definirse, casi de manera paradójica, como «Autorretrato de grupo» y en él aparece dibujado un conjunto de cinco figuras. Cada una corresponde a los caracteres que, según aseguraba la creadora, anidaban en su interior.
«Artes», uno de los óleos de Leonora Carrington Fundación Mapfre
Esta es una de las 125 telas que nunca se han visto con anterioridad en nuestro país y que a partir de ahora pueden contemplarse en la exposición que la Fundación Mapfre dedica a la pintora. Esta retrospectiva, comisariada por Carlos Martín, Tere Arcq y Stefan van Raay, es la primera dedicada a Leonora Carrington en España y también una de las más completas que se han organizado a nivel internacional. Un ambicioso recorrido que supone un amplio retrato de una mujer que permaneció activa hasta su fallecimiento en 2011 en México, pero que todavía continúa siendo una desconocida por la mayor parte del público, poco familiarizado con su obra.
El punto de arranque es la huella que dejaron en su imaginación las lecturas de su biblioteca juvenil (que se encontraba perdida y que gracias a esta exhibición se ha podido recuperar).
Estaba compuesta por libros de variados, tanto de los Hermanos Grimm como los de «Alicia en el País de las Maravillas», de Lewis Carroll, y «La isla del tesoro», de Robert Louis Stevenson, entre otros.
La afición a las historias de hadas y seres fantástico no tardó demasiado en poblar su mirada de extraños seres que, junto al deslumbramiento que más tarde le produjo la pintura de Patinir y El Boscoen el Museo del Prado, alentaron en su ánimo un universo de figuras que más adelante protagonizarían gran parte de sus composiciones pictóricas.
La diferencia, y este es quizá uno de los detalles que mejor pueden apreciarse en el recorrido, es cómo varía con el curso de los inviernos su manera de tratar estos elementos y cómo, también, sin alterar apenas las figuras, evolucionan y pasan de formar parte de los por entonces transitados meandros del surrealismo hasta convertirse en algo puramente simbólico.
Leonora Carrington, que disfrutó de una enriquecedora estancia en Florencia cuando apenas contaba 15 años, quedó enseguida prendida de la obra y la figura del pintor Max Ernst.
Con él, de hecho, vivió un floreciente romance que empujó a la joven artista a abandonar su hogar paterno y mudarse con él a la localidad francesa de Saint Martin-d’Ardèche.
Allí, juntos, decoraron su hogar (la exposición muestra las puertas que ella pintó como si fueran telas). Su relación, en la que la edad jugó sin duda un papel clave (los separaban 21 años), solo se vio interrumpida por el estallido de la Segunda Guerra Mundial y la detención de Max Ernst por su procedencia alemana. Este es el momento en que huye a España y afronta uno de los momentos más trascendentales de su trayectoria.
«green Tea», de Leonora Carrington Fundación Mapfre
Durante este tiempo desarrolló una iconografía personal a través de la cual se representaba ella misma en sus obras.
El caballo, el árbol, las hienas o las diferentes diosas que vemos en sus lienzos (sobre todo, a partir de la lectura que hace de «La diosa blanca», de Robert Graves) son elementos distinguibles de sus composiciones.
Pero solamente fue a partir de los hechos trágicos que viviría en España cuando su obra da un enorme salto y adquiere una extraordinaria madurez. Sería justo después de abandonar Europa y dejar atrás Nueva York.
Cuando se refugió en dos baluartes que resultaron proverbiales para su porvenir: México y el resguardo que le ofrecía su matrimonio con Emerico Weisz, «Chiki», la mano derecha del fotógrafoRobert Capa.
Influencia italiana
A partir de este instante afloraría lo que había permanecido latente en ella, pero a lo que no había dado salida aún. Se acercó a Roberto Matta, se reencontró de nuevo con Max Ernst –nunca más volvieron a estar juntos, sin embargo–, como puede verse en «Green Tea», de 1942, y asomó la influencia clarísima que dejaron en ella los genios italianos que cruzaron las décadas del Trecento y el Quattrocento. Un rastro que se puede reconocer sin dificultad en «The Kitchen Garden on the Eyot», de 1946, y en su manera que tiene de disponer las escenas interiores, donde la cuarta pared nunca existe, una de las características comunes de la pintura italiana durante todo ese largo periodo.
Pero según evoluciona en su arte irán emergiendo otras inquietudes que hasta ese momento no se habían revelado, como su inclinación hacia el esoterismo, que estaba de moda entre las familias acaudaladas de Gran Bretaña, algo que se puede apreciar en el cuadro «Molly Malone’s Chariot», de 1975; el feminismo, del que fue una de sus grandes precursoras, como refleja «Mujeres conciencia», una pintura hecha en 1972, y una preocupación nueva por algo tan insólito como es la transmisión de la sabiduría, que quedó reflejada, entre otros lienzos, en «Are you Really Syrious?», de 1953.
Estos símbolos se entretejieron a lo largo de su obra posterior y desembocaron en una particular manera de entender el arte que encontró a uno de sus grandes epítomes en el mural que realizó para el Museo Nacional de Antropología de México: «El mundo mágico de los mayas» (1963-1964), que, de manera excepcional, cierra la muestra.
Imagen de portada: Retrato de Leonora Carrington en la National Portrait Gallery. National Portrait Gallery
FUENTE RESPONSABLE: La Razón. España. Por Javier Ors. 9 de febrero 2023.
Sociedad y Cultura/Arte/Pintura/Exposición/MAPFRE/En memoria/ Leonora Carrington