Por qué debemos leer a Hannah Arendt ahora.

Cuando Los orígenes del totalitarismo se publicó por primera vez, el pesimismo de Arendt parecía exagerado para aquel momento de prosperidad.

Setenta años más tarde, sus preocupaciones han cobrado una inquietante vigencia.

Gran parte de lo que imaginamos que es nuevo es viejo; muchas de las enfermedades aparentemente nuevas que afligen a las sociedades modernas son cánceres que resurgen, diagnosticados y descritos hace mucho. 

Ha habido autócratas antes; han utilizado antes la violencia de masas; han violado las leyes antes. En 1950, en el prefacio que escribió a la primera edición de Los orígenes del totalitarismo, Hannah Arendt, consciente de que lo que acababa de pasar podía repetirse, describió la media década escasa que había transcurrido desde el final de la Segunda Guerra Mundial como una era de gran inquietud: “Jamás ha sido tan imprevisible nuestro futuro, jamás ha dependido tanto de las fuerzas políticas, fuerzas que parecen pura insania y en las que no puede confiarse si uno se atiene al sentido común y el propio interés.”

El nacionalismo tóxico y el racismo abierto de la Alemania nazi, que solo había sido derrotada recientemente; los ataques continuados y cínicos de la Unión Soviética a los valores liberales y a lo que llamaba “democracia burguesa”; la división del mundo en campos de guerra; el gran influjo de refugiados; el ascenso de nuevos medios de difusión capaces de extender desinformación y propaganda a una escala masiva; el surgimiento de una mayoría apática, desprovista de interés, fácilmente aplacada con trivialidades y mentiras evidentes; y sobre todo el fenómeno del totalitarismo, que ella describía como “una forma de gobierno totalmente nueva”: todas esas cosas llevaban a Arendt a creer que una era más oscura estaba a punto de empezar.

Estaba equivocada, al menos parcialmente. 

Aunque buena parte del mundo permanecería, durante el resto del siglo XX, sometida a dictaduras violentas y agresivas, en 1950 Norteamérica y Europa occidental se encontraban al comienzo de una era de crecimiento y prosperidad que las llevaría a nuevas cumbres de riqueza y poder. 

Los franceses recordarían esa era como les trente glorieuses; los italianos hablarían del boom economico, los alemanes del Wirtschaftswunder. En la misma era, la democracia liberal, un sistema político que había fracasado espectacularmente en la Europa de los años treinta, finalmente floreció.

También lo hizo la integración internacional. El Consejo de Europa, la OTAN, lo que acabaría convirtiéndose en la Unión Europea: todas estas instituciones no solo apoyaban las democracias liberales sino que las unían de forma más estrecha que nunca. 

El resultado no era en modo alguno una utopía –en los años setenta, el crecimiento se había ralentizado, el desempleo y la inflación estaban por las nubes–, sin embargo parecía, al menos a aquellos que vivían dentro de la segura burbuja de Occidente, que las fuerzas de lo que Arendt había llamado “pura insania” estaban bajo control.

Ahora vivimos en una época diferente, en la que el crecimiento a esos niveles de los años cincuenta resulta imposible de imaginar. 

La desigualdad ha aumentado exponencialmente, creando enormes divisiones entre una minúscula clase de billonarios y todos los demás. 

La integración internacional está fracasando: las menguantes tasas de natalidad, combinadas con una oleada de inmigración de Oriente Medio y África del Norte, han creado un airado ascenso de nostalgia y xenofobia.

Resulta todavía peor que algunos de los elementos que hicieron que el mundo occidental de posguerra fuera tan próspero –algunos de ellos hicieron que el pesimista análisis de Arendt errara– se desvanecen. 

La garantía de seguridad de Estados Unidos que subyace a la estabilidad de Europa y América del Norte es más incierta que nunca. 

La propia democracia estadounidense, que sirvió como modelo durante tantos años, sufre ahora un desafío desconocido en decenios, entre otros por aquellos que no aceptan los resultados de las elecciones estadounidenses. 

Al mismo tiempo, las autocracias del mundo han acumulado suficiente riqueza e influencia como para retar a las democracias liberales, tanto ideológica como económicamente. 

Los líderes de China, Rusia, Irán, Bielorrusia y Cuba trabajan a menudo juntos, se apoyan entre sí, esgrimen recursos cleptócratas –dinero, propiedad, influencia empresarial– a un nivel que Hitler o Stalin no podrían haber imaginado nunca. Rusia ha desafiado todo el orden europeo de posguerra al invadir Ucrania.

De nuevo, vivimos en un mundo que Arendt reconocería, un mundo en el que parece “como si la humanidad se hubiera dividido entre los que creen en la omnipotencia humana (que piensan que todo es posible si saben cómo organizar a las masas para ello) y aquellos para quienes la falta de poder se ha convertido en la experiencia más importante de su vida”: una descripción que podría aplicarse de manera casi perfecta a Vladímir Putin por un lado y a la Rusia de Putin por otro. 

Los orígenes del totalitarismo nos obliga a preguntarnos no solo por qué Arendt era demasiado pesimista en 1950, sino también si parte de ese pesimismo debería estar justificado ahora. Y, por centrarnos más en el asunto, nos ofrece una especie de metodología dual, dos diferentes formas de pensar sobre el fenómeno de la autocracia.

Precisamente porque Arendt temía por el futuro, gran parte de Los orígenes del totalitarismo era una excavación del pasado. 

Aunque no toda la investigación que está en el corazón del libro se sostiene frente a los estudios modernos, el principio que la conducía en su camino sigue siendo importante: para entender una tendencia social amplia, mira su historia, intenta encontrar sus orígenes, intenta comprender lo que ocurrió cuando apareció por última vez, en otro país o en otro siglo. 

Para explicar el antisemitismo nazi, Arendt se remontó no solo hasta la historia de los judíos alemanes sino también a la historia del racismo y el imperialismo europeos, y a la evolución de la idea de los “derechos del hombre”, que ahora normalmente llamamos “derechos humanos”. 

Para tener esos derechos, observaba, no solo debes vivir en un Estado que los garantice: también debes estar en condiciones de ser uno de los ciudadanos de ese Estado. Los apátridas y los que son clasificados como no ciudadanos, como no personas, no tienen garantía de nada. La única forma de ayudarlos o de garantizar su seguridad es a través de la existencia del Estado, del orden público y del imperio de la ley.

La última sección de Los orígenes del totalitarismo está dedicada sobre todo a un proyecto algo distinto: es un atento examen de los Estados totalitarios de su tiempo, tanto la Alemania nazi como la Unión Soviética, y en particular un intento de entender las fuerzas de su poder. 

Aquí su forma de pensar es igualmente útil, aunque de nuevo no porque todo lo que escribió encaje con las circunstancias actuales. 

Muchas técnicas de vigilancia y control son mucho más sutiles de lo que eran antes, con programas de reconocimiento facial y espionaje informático, no solo violencia cruda o patrullas de paramilitares por las calles. 

La mayoría de las autocracias actuales no tienen una “política exterior abiertamente dirigida a la dominación mundial”, o al menos no por ahora. La propaganda también ha cambiado. 

El liderazgo ruso moderno no siente necesidad de promover constantemente sus propios éxitos por el mundo; a menudo le basta con despreciar y socavar los logros de los demás. 

Y, sin embargo, las preguntas que se planteaba Arendt siguen siendo totalmente relevantes hoy. Le fascinaban la pasividad de tanta gente frente a la dictadura, la extendida disposición, o incluso el afán, de creer mentiras y propaganda: pensemos en la mayoría de los rusos actuales, que ignoran que hay una guerra en el país vecino y que tienen prohibido por ley llamarla así.

Las masas “lo creen todo y no creen nada, creen que todo era posible y que nada era cierto”. 

Para explicar este fenómeno, Arendt recurre a la psicología humana, especialmente la intersección entre terror y soledad. 

Al destruir las instituciones cívicas, sean clubes deportivos o pequeñas empresas, los regímenes totalitarios mantenían a la gente alejada entre sí, y les impedían compartir proyectos creativos o productivos. 

Al inundar la esfera pública de propaganda, hacían que la gente tuviera miedo de hablar entre sí. Y cuando cada persona se sentía aislada de los demás, la resistencia se volvía imposible. La política en el sentido más amplio del término también se volvía imposible: “El terror solo puede gobernar de forma absoluta a hombres que están aislados […] El aislamiento puede ser el principio del terror; sin duda es su terreno más fértil; siempre es el resultado.”

Al leer esa descripción ahora, es imposible no preguntarse si la naturaleza del trabajo moderno y la información, el paso de la “vida real” a la virtual y la dominación del debate público que ejercen los algoritmos no han generado algunos de los mismos resultados. 

En un mundo en el que todos estamos supuestamente “conectados”, la soledad y el aislamiento de nuevo ahogan el activismo, el optimismo y el deseo de participar en la vida pública. 

En un mundo en el que la “globalización” supuestamente nos ha hecho parecidos, un dictador narcisista puede lanzar una guerra no provocada contra sus vecinos. El modelo totalitario del siglo XX no ha desaparecido; puede regresar, a cualquier lugar y en cualquier momento.

Arendt no ofrece respuestas sencillas. Los orígenes del totalitarismo no contiene un conjunto de prescripciones de políticas o directrices para arreglar las cosas. Ofrece propuestas, experimentos y distintas formas de pensar sobre el atractivo de la autocracia y el encanto seductor de quienes la defienden mientras lidiamos con ella en nuestra propia época. ~

Traducción del inglés de Daniel Gascón. Publicado en The Atlantic a partir del prólogo a Los orígenes del totalitarismo (The Folio Society, 2022).

Imagen de portada: Gentileza de Letras Libres.

FUENTE RESPONSABLE: Letras Libres. Edición México. Por Anne Applebaum.es escritora. Entre sus libros están Gulag y El telón de acero, ambos en Debate. En 2017 publicó Red famine: Stalin ‘s war on Ukraine. Mayo 2022

Sociedad/Filosofía/Totalitarismo/Despotismo/Globalización/ Hannah Arendt 

 

Epicureísmo, estoicismo y cinismo: semejanzas y diferencias.

La filosofía en la Antigua Grecia fue muy variada. A menudo, centramos nuestra atención en los grandes maestros (Sócrates, Platón y Aristóteles), pero hubo multitud de escuelas y propuestas posteriores a ellos. En este artículo revisamos tres escuelas filosóficas con un carácter fundamentalmente práctico: el epicureísmo, el estoicismo y el cinismo.

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La Antigua Grecia fue un hervidero de escuelas filosóficas. Se considera que Sócrates marca el punto de inflexión en la reflexión filosófica de la Antigüedad. Después, su discípulo más aventajado, Platón, fundó la Academia y elaboró el que es, probablemente, el primer gran sistema filosófico de la historia de Occidente. Un discípulo de Platón, Aristóteles, imitó al maestro e inauguró el Liceo y un sistema de pensamiento que tuvo plena vigencia en Europa durante 1 500 años.

Pero ¿qué pasó después de los «tres grandes»? ¿Qué ocurrió con la filosofía griega? A pesar de no tener grandísimas figuras de la talla de Platón o Aristóteles, el pensamiento no se anquilosó en las de los maestros, sino que aparecieron nuevas escuelas. De ellas, el epicureísmo es quizá la más conocida hoy, el estoicismo es la que más perduró y el cinismo es la que más repercusiones tiene en nuestra sociedad consumista.

Es importante señalar, antes de examinar cada una de ellas por separado, el contexto histórico. Atenas fue, en las tres escuelas, el núcleo geográfico alrededor del cual —de una forma u otra— gravitaron las tres propuestas. Sin embargo, el esplendor de Atenas desaparecía y la democracia sucumbió a políticas populistas. Lo que antaño fue gloria y resplandor, años después era decadencia. Este clima político aumenta la preocupación por el individuo y su felicidad, mientras declina el interés por la polis y la justicia.

Ante esta situación política, es comprensible que la filosofía dejara de ser especulativa para ser principalmente moral. Las preguntas que importan a estas escuelas son más éticas (¿cómo alcanzar la felicidad? ¿Cómo llevar una vida buena?) que metafísicas (¿qué es el Ser? ¿Cómo conocer la verdad?). La pregunta sobre cómo vivir bien es el denominador común de las tres escuelas que vamos a tratar. Empecemos con la primera: el epicureísmo.

Epicureísmo

Epicuro nació en la ciudad en la isla de Samos (Grecia) en el año 341 a. C. A los 35 años se instaló en Atenas y fundó su propia escuela de filosofía, El Jardín, con unas características muy peculiares. El Jardín, a diferencia de la Academia platónica o el Liceo aristotélico, tenía un fuerte componente de retiro espiritual (con normas, fuertes vínculos afectivos, etc.). Más que un sitio de estudio, El Jardín era para el epicureísmo una experiencia vital. Durante su vida, Epicuro escribirá varias obras en las que expone su teoría.

Popularmente se conoce al epicureísmo solo por su teoría ética de la búsqueda de placer, pero, como veremos en este artículo, su filosofía era mucho más holística y abarcaba una infinidad de cuestiones. Es cierto que la preocupación fundamental del epicureísmo era ética (¿cómo alcanzar la felicidad?), pero sus respuestas están fundamentadas por todo un sistema filosófico más complejo de lo que popularmente se conoce.

Respecto a su concepción de la realidad, su metafísica, Epicuro se encuentra en la tradición atomista. Para él, la realidad se compone de átomos, en tanto elementos últimos de la realidad, y de vacío, que permite el movimiento entre átomos. Los átomos se mueven por leyes mecanicistas, es decir, la naturaleza tiene en su núcleo una composición fundamentalmente determinista.

Ahora bien, ¿cómo conjugar este mecanicismo con la libertad humana necesaria para la ética? Epicuro introduce un término fundamental (y que está siendo rescatado en los últimos años): el clinamen. Como dice la Encyclopaedia de Herder, «el clinamen sería el movimiento de desviación de los átomos que permitiría que en su movimiento en el vacío colisionasen unos con otros. De esta manera, se introduce un elemento de indeterminación en el sistema mecanicista del atomismo».

Respecto a la teoría del conocimiento, una de las máximas preocupaciones del epicureísmo era averiguar cómo conocer la verdad, esto es, cuáles son las fuentes del conocimiento (verdadero). En este campo, Epicuro reconocía a los sentidos como una fuente infalible de conocimiento, es decir, para el epicureísmo, las sensaciones (aisthesis) e impresiones de los sentidos siempre son verdaderas.

Las sensaciones generan en nosotros afecciones (pathé), que son nuestras repuestas inmediatas a las sensaciones. En otras palabras, siempre que tenemos un estímulo sensorial, nuestro cuerpo reacciona y es a esta reacción a lo que Epicuro llamó «afecciones». Las afecciones son principalmente dos: placer y dolor. Tanto el placer como el dolor sirven de guía para nuestras acciones en tanto debemos hacer lo placentero y esquivar lo doloroso.

Popularmente se conoce al epicureísmo solo por su teoría ética de la búsqueda de placer, pero su filosofía era mucho más holística y abarcaba una infinidad de cuestiones

Llegamos así a la ética hedonista de Epicuro, una ética que coloca la felicidad en la búsqueda de placer y en la ausencia de dolor. De estos placeres y dolores, los más importantes para perseguir o evitar son los del alma. El cuerpo, a diferencia del alma, sufre o goza únicamente en presente. En cambio, el alma sufre o goza por el presente, pero también por el pasado y el futuro.

La virtud fundamental en la ética del epicureísmo es la phrónesis y consiste en un cálculo de placeres. Aquella persona que ejerce la phrónesis sabe calcular los placeres y los sufrimientos de las acciones y escoger en virtud de ese cálculo. El sabio es el que sabe predecir las afecciones (el placer y el dolor) que vendrán a continuación de nuestros actos y, así, saber elegir el camino más placentero.

¿Quiere decir esto que el epicureísmo apuesta por una vida libertina y llena de excesos? Todo lo contrario y por varias razones. Por un lado, porque, como ya hemos dicho, los placeres del cuerpo son infinitamente menores que los de alma. El sabio epicúreo sabe que más vale rechazar cien placeres corporales por un placer del alma. El placer de una buena comida es tan momentáneo que no puede compararse al placer de una amistad, por ejemplo.

Además, muchos placeres corporales llevan acarreados innumerables sufrimientos después (como la resaca después de una borrachera, el suspenso después de salir la noche antes del examen, etc.). En el epicureísmo, la phrónesis no consiste solo en saber qué da más placer, sino también en saber qué acciones placenteras acarrean después menos dolores.

Por último, en contra de una vida libertina y de excesos, Epicuro establece una distinción clave entre los placeres. Distinguió entre los placeres en movimiento (o cinéticos) y los placeres en reposo (catastemáticos). Lo crucial de Epicuro es que sitúa los placeres en reposo, los que se basan en la quietud y la calma, por encima de los placeres dependientes de estímulos, los placeres en movimiento.

En resumen, el epicureísmo elaboró una teoría hedonista basada en toda una concepción de la realidad. A diferencia de lo que suele creerse, el hedonismo de Epicuro no es una despreocupada búsqueda de placeres corporales, sino que la vida del sabio epicúreo se caracteriza por la tranquilidad, el autodominio y la autosuficiencia. Frente a la búsqueda de placeres corporales, para el epicureísmo la felicidad reside en la ausencia de turbación y los placeres del alma.

En el epicureísmo, la phrónesis no consiste solo en saber qué da más placer, sino también en saber qué acciones placenteras acarrean después menos dolores

Estoicismo

El estoicismo es otra escuela helénica, fundada por Zenón de Citio en Atenas a principios del siglo III a. C. A diferencia del epicureísmo, el estoicismo pervivió con fuerza durante varios siglos y fue una doctrina viva, con innumerables aportaciones de sus discípulos y menos atada a las enseñanzas del maestro (aunque sin perder su unidad y coherencia).

En el estoicismo, al igual que ocurría en el epicureísmo, todas las disciplinas están relacionadas. La lógica (entendida como estudio de las reglas del pensamiento), la física (entendida como estudio del mundo sensible) y la ética (entendida como estudio de las acciones humanas) se embeben en un mismo sistema. En todas estas disciplinas, los estoicos postularon la existencia de una ley cósmica universal y racional, que abarca tanto a los objetos físicos como a las acciones humanas.

Esta ley universal (lógos) rige todos los fenómenos del mundo. Así, y a diferencia de lo visto en la doctrina de Epicuro, en el estoicismo no hay hueco para el azar. Los fenómenos ocurren bajo leyes necesarias e, incluso, las vidas humanas caen bajo esta necesidad (lo que popularmente se conoce como destino).

Para conocer esta ley universal, el estoicismo armó una fuerte teoría del conocimiento. Al igual que los epicúreos, los estoicos creen que el conocimiento comienza con las impresiones de los sentidos en el alma. Sin embargo, a diferencia del epicureísmo, su teoría del conocimiento es mucho más racionalista. La sensación no es verdadera por sí misma, sino que las impresiones deben ser confirmadas, necesitan generar una representación (phantasía) que genere aprehensión (katalepsis). Además, los estoicos admiten de igual manera otras fuentes de conocimiento para desvelar el lógos como los conceptos generales (énnoiai).

Los estoicos postularon la existencia de una ley cósmica universal y racional, que abarca tanto a los objetos físicos como a las acciones humanas

Al igual que en el epicureísmo, la teoría del conocimiento tiene fuerte implicaciones éticas (verdadero objetivo de estas escuelas). Que la estructura general del universo se base en una ley racional lleva a los estoicos a una ética basada en la aceptación de esta ley universal. El estoico es libre no porque pueda hacer lo que le plazca, sino justamente porque comprende esta legalidad universal y se adapta a ella. Es como el ingeniero que solo puede construir la estructura que desea una vez conoce las leyes físicas y se adapta a ellas.

El estoicismo perduró durante siglos y permeó con éxito la naciente sociedad romana. Esta nueva época del estoicismo fue, a diferencia de la época helenística, mucho más ética, mucho más centrada en las normas de conducta y en la filosofía práctica. Las especulaciones acerca del cosmos, aunque no desaparecieron, sí pasaron a un segundo plano.

Esta «etapa romana» engendró grandes pensadores dentro de la escuela estoica. Cicerón (nacido Arpino, Italia), por ejemplo, fue clave para la revalorización de la retórica y de la vida pública. Para este autor, el sabio no es el sabio que se encierra, sino un sabio que convence y se mueve por las arenas públicas. Es evidente la influencia del nuevo contexto político: ya no estamos en la decadente Atenas, sino en la joven Roma.

En esta etapa también destaca Séneca, nacido en Córdoba (España). A diferencia de Cicerón, Séneca nació en el Imperio, lo que planteaba preguntas fundamentales. Cicerón había recuperado el interés por la participación política, pero, en el Imperio, ¿cómo participar en la vida pública si esta está regida por un solo hombre? Con Séneca, y en general en el Imperio, el sabio se encierra y experimenta una vuelta al interior.

Tanto Séneca como Cicerón (así como Epícteto o Marco Aurelio, autor de las Meditaciones) mantuvieron la idea de fatum o destino, que era una trasposición del logos griego a la vida humana: somos hojas a la deriva por un río que nos mueve y, ya seamos emperadores o esclavos, no hay mayor libertad que someterse a los designios de la corriente del universo.

Cinismo

Los cínicos tuvieron una influencia notable en el pensamiento moral de Atenas cuando murió Sócrates, pero su influencia fue menguando con el paso de los años. Fueron las anécdotas sobre la vida de los cínicos las que, de una forma u otra, ayudaron a conservar históricamente el interés por esta escuela.

Diógenes es la figura central de los cínicos (que no pueden ser considerados una «escuela» como tal por su actitud anti teorética). De él se dice que vivía en un barril de vino y que tenía un «comportamiento canino», que se manifestaba, por ejemplo, en que ladraba cuando lo molestaban y hacía sus necesidades en público. De konikos, que significa «parecido a un perro», deriva el nombre de «cínico».

Las preocupaciones de Diógenes, a diferencia del epicureísmo y el estoicismo, eran fundamentalmente morales y en ningún caso metafísicas o epistemológicas. Su forma de enseñar fue principalmente práctica (al igual que Sócrates) y no dejó grandes tratados ni un legado teórico consistente (lo que ha obligado a la tradición a deducir su pensamiento a través de las acciones de su vida).

De Diógenes se dice que vivía en un barril de vino y que tenía un «comportamiento canino», que se manifestaba, por ejemplo, en que ladraba cuando lo molestaban y hacía sus necesidades en público

La oposición fundamental para los cínicos, la que recorre la médula de su pensamiento, es la oposición entre naturaleza y sociedad (o convención). De forma más radical aún que los estoicos —cuya ética se basaba en aceptar la ley universal de la naturaleza—, Diógenes vivió una vida conforme a la naturaleza de forma casi literal. ¿Se limitaba, como los estoicos, a seguir el destino y a comprender las leyes del universo? No, iba mucho más allá: dormía y comía donde le convenía e incluso, cuentan los historiadores griegos, se masturbaba en el mercado. De hecho, de él afirman que cuando vio a un niño beber agua de su mano, arrojó su copa al instante.

La vida natural es una vida más sencilla, las convenciones y la sociedad solo han hecho más difícil lo que, en principio, era absolutamente sencillo. En esta línea, condenó el amor al dinero y elogió a los hombres buenos, virtuosos, pues el objetivo de una vida sencilla y natural no es otro sino alcanzar la virtud y la felicidad. Las convenciones sociales enrevesan una vida que es de por sí fácil.

¿Puede derivarse de la postura cínica un cierto relativismo? Difícilmente. De hecho, para los cínicos lo relativo son, precisamente, las convenciones. La naturaleza es, para estos filósofos, el baremo para medir las acciones, en ningún caso una excusa para hacer cualquier cosa.

Otro aspecto llamativo de su vida es su desapego por las cosas materiales. Ciertamente, en esto, Diógenes siguió una de las enseñanzas socráticas, aunque —cómo no— radicalizándolas. De hecho, para Platón, Diógenes era un «Sócrates enloquecido».

Al igual que los estoicos, en el centro de la vida cínica encontramos el cosmopolitismo. Se cuenta que, cuando le preguntaron a Diógenes su procedencia, él dijo: «Soy un ciudadano del mundo». La naturaleza es igual para todos y, por eso, la mayor convención que existen son las fronteras y nacionalidades.

Al igual que los estoicos, en el centro de la vida cínica encontramos el cosmopolitismo. La naturaleza es igual para todos y, por eso, la mayor convención que existen son las fronteras y nacionalidades.

Conclusiones

Como hemos visto, a pesar de la importancia que tuvo el platonismo y el aristotelismo, el pensamiento filosófico no se anquilosó en las enseñanzas de los grandes maestros. La antigua Grecia en general, y Atenas en particular, fueron un hervidero de propuestas filosóficas que llegan hasta nuestros días. El contexto de decadencia política viró los intereses de estas escuelas: ahora las preocupaciones éticas sobre una vida feliz ocupan un lugar destacado.

De las tres escuelas, el epicureísmo es quizá la más deformada en su concepción popular actual. El término hedonista se usa con frecuencia para señalar actitudes de irresponsabilidad y de búsqueda juvenil y alocada del placer. Sin embargo, el epicureísmo era mucho más complejo y su teoría tenía matices importantes que, al final, desembocaban en una vida tranquila, sin perturbación.

A diferencia del epicureísmo, el estoicismo no persigue el placer, sino que su creencia en una ley universal que todo lo rige condiciona fuertemente sus postulados éticos. ¿Qué sentido tiene la búsqueda de placer cuando hay algo que lo gobierna todo? De hecho, la verdadera felicidad para los estoicos está en someterse a esta ley: el que sabe lo que va a pasar sufre menos que el que tenía esperanzas de algo que nunca iba a ocurrir. Por este motivo, la teoría del conocimiento (¿cómo conocer esta ley?) tuvo una importancia fundamental en los estoicos.

El cinismo comparte con las dos escuelas anteriores las preocupaciones éticas, pero cree que ambas (epicureísmo y estoicismo) están todavía presas de la convención. Su preocupación también es la felicidad, pero esta se halla en el estado de naturaleza. Saciar el hambre o satisfacer nuestras necesidades físicas acarrean una felicidad natural incuestionable. Es la sociedad, con su multitud de convenciones, la que secuestra este placer natural y lo enreda en difíciles escenarios de decoro y costumbres.

En fin, tres escuelas que, a pesar de los dos mil años de distancia, son verdaderos espacios de diálogo para el presente. El epicureísmo muestra los límites del placer corporal, el estoicismo es útil nos previene de un concepto de libertad demasiado poderoso y el cinismo nos ayuda desnaturalizar actos y gestos que, en realidad, son meras convenciones sociales. En el siglo XXI, combinar lo mejor de las tres tiene un potencial inimaginable para nuestras vidas.

Imagen de portada:Después de Sócrates, Platón y Aristóteles, y coincidiendo con el derrumbe del esplendor de Atenas, aparecieron varias corrientes filosóficas cuya influencia llega hasta el día de hoy. De estas destacan, sin duda, el epicureísmo, el estoicismo y el cinismo. Diseño realizado a partir de los vectores de imágenes de OpenClipart-Vector, extraídos de Pixabay (CC0).

FUENTE RESPONSABLE: Filosofía Co -Febrero 2022- Por Javier Correa Román.

Antigua Grecia/Cinismo/Epicureísmo/Estoicismo/Filosofía

 

EL ‘SÓCRATES ROMANO’

Musonio Rufo, el filósofo estoico del siglo I con perspectiva ‘feminista’

Aunque en aquellos años las connotaciones culturales eran muy diferentes, sí que se pueden extraer unas conclusiones muy oportunas sobre su legado y la relación con las corrientes del presente.

«No podemos controlar lo que sucede a nuestro alrededor, pero sí lo que pensamos sobre ello». 

Esta es una de las máximas que fundamenta el pensamiento de los estoicos, una escuela filosófica que se remonta al siglo III a. C. pero que, de manera directa o indirecta, hemos acabado asumiendo en cada acto cotidiano de un tiempo a esta parte. 

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No en vano hemos aguantado y afrontado, con más o menos dificultades, el complejo período histórico que nos ha tocado vivir. Todos aquellos lemas de psicología positiva (útiles o inanes) que fluían por la red cuando supimos con certeza que no volveríamos a socializar ni a ver a nuestros seres queridos hasta dentro de unas cuantas semanas, podían quedar reducidos a un «soporta y renuncia» global que nos hizo cambiar el gimnasio por el salón de nuestra casa y los ‘pubs’ por la videollamada grupal. El estoicismo, a fin de cuentas y de una forma simplista y burda, podría ser reducido a ese famoso refrán que dice: «cuando la vida te da limones, aprende a hacer limonada».

Foto: 'Marco Aurelio distribuyendo pan al pueblo', de Joseph Marie Vien.

«Soporta y renuncia»: consejos estoicos para sobrevivir a la cuarentena. Marta Medina

Si hacemos una búsqueda rápida en Google de la palabra «estoicismo», efectivamente nos saldrán los típicos bustos griegos que tan asociados tenemos a películas y a portadas de libros de filosofía antigua. 

No veremos ni a una sola mujer. Veremos, en la mayoría de los resultados, a un señor con barba y pelo rizado llamado Zenón de Citio, el fundador de esta escuela filosófica. 

También aparecerá el que será una de las mayores influencias para pensadores modernos como Montaigne, Descartes o Rousseau, el autor trágico por antonomasia, al que también el teatro moderno le debe tanto: Séneca el Joven. 

Pero seguramente descuidemos a uno de los más importantes, que precisamente puso en valor el papel de la mujer en la filosofía y la ciencia, en una época en la que estaban relegadas a las labores domésticas (como hasta no hace mucho tiempo, cuando las ideas feministas no habían entrado en la opinión pública). 

Hablamos de Musonio Rufo, maestro de filosofía en la Roma de Nerón, quien intentó reventar todos los prejuicios existentes con aquellas mujeres que desoyendo las voces patriarcales de la época, querían instruirse en los saberes y participar en los debates elevados en las mismas condiciones que los hombres. «La mujer es igualmente capaz de dominar la cólera, las tristezas, las intemperancias de los placeres y de adquirir la resistencia suficiente para sobreponerse a las dificultades».

 «El mismo raciocinio han recibido de los dioses las mujeres y los hombres, el que utilizamos en las relaciones mutuas y con el que discurrimos sobre cada cosa si es buena o mala y si es hermosa o fea. El deseo y la buena disposición natural hacia la virtud residen no solo en los hombres, sino también en las mujeres», afirmaba el filósofo romano en su obra ‘Disertaciones y fragmentos‘, editada por la Editorial Gredos en 1995.

Igualdad estoica

Aunque otros filósofos como Platón o el propio Zenón de Citio anteriormente mencionado ya imaginaban una sociedad ideal en la que hubiera cierta igualdad civil entre hombres y mujeres, los textos de Rufo son los que más defienden las capacidades morales e intelectuales femeninas, equiparándolas a los hombres. 

No por ello estaría bien concluir que se trata de un filósofo clásico «feminista», ya que evidentemente las connotaciones culturales de su época eran muy distintas a las de ahora, como reconoce también Massimo Pigliucci, profesor del City College de Nueva York y uno de los principales exponentes en el estoicismo moderno, la corriente filosófica que más recoge y adapta al mundo actual las reflexiones y enseñanzas de la escuela estoica. 

«¿Cómo no iban a necesitar el valor las mujeres? La raza de las amazonas participaban en la lucha, vencieron a muchos pueblos mediante las armas» 

«Los estoicos antiguos no pueden considerarse feministas en el sentido moderno del término», asevera Pigliucci en un reciente artículo de Aeon. «No solo porque la etiqueta sería obviamente anacrónica, sino porque eran, inevitablemente, un producto de su época y cultura. Musonio pensaba que una mujer debía ocuparse de la gestión del hogar, mientras que Epicteto valoraba los ideales femeninos de modestia y decencia. Ambos filósofos criticaron a los hombres por pensar que están, por naturaleza, por encima de las tareas femeninas». 

Aún así, Rufo pedía algo que resultaba revolucionario en su época: una educación universal para ambos sexos. «Y si ambos necesitan poder discurrir de la misma manera y ser sensatos y participar del valor y de la justicia el uno no menos que el otro, entonces, ¿no habremos de educarlos de la misma forma ni habremos de enseñarles a ambos por igual el arte por la cual el hombre podría llegar a ser bueno? Pues así hemos de obrar y no de otra manera», reflexiona. 

«Hay que enseñarles enseguida empezando desde que son pequeños, que esto es bueno y eso es malo en la misma medida para ambos; y que esto es beneficioso y aquello perjudicial y que estoy hay que hacerlo y aquello no. Y de ello resulta el buen sentido en quienes aprenden, por igual en las chicas que en los chicos y sin destacarse en nada en unos o en otras».

Foto: Zenón de Citio, fundador del estoicismo. (Foto: shakko)

Lecciones para nuestra vida cotidiana que podemos extraer de los estoicos por Marta Jiménez Serrano

Rufo extiende aquellos predicados de la escuela estoica para hombres y mujeres. 

De este modo, las virtudes filosóficas que más se valoran dentro de esta corriente, como poner coto al deseo, ser prudente o no dejarse llevar por las preocupaciones, también las aplica y las comenta desde el plano femenino. 

«La mujer, dice Musonio, puede alcanzar igualmente la prudencia y el gobierno de sus pasiones tal y como también las puede alcanzar el hombre», sostienen en un interesante artículo de la web Apuntes filosóficos‘. 

«La mujer es igualmente capaz de dominar la cólera, las tristezas, las intemperancias de los placeres y de adquirir la resistencia suficiente para sobreponerse a las dificultades». 

Uno de los prejuicios más aceptados en la época del Imperio Romano, de manera similar a la nuestra, es que las mujeres no resultaban fieras en batalla y carecían del coraje necesario para tomar decisiones sobre los asuntos políticos o en su vida privada. A este respecto, Musonio las equiparó a los hombres, alegando que al igual que el sexo masculino, las mujeres también eran valientes luchadoras, demostrándolo con creces anteriormente.

«¿Cómo no iban a necesitar el valor las mujeres?», escribe. «Que también participan de la lucha con armas lo mostró la raza de las amazonas, que venció a muchos pueblos mediante las armas. De modo que si a las demás mujeres les falta algo para llegar a esto, será la falta de entrenamiento más que el no haber nacido para el valor». 

«Los estoicos articularon una teoría moderna sobre lo que hoy consideraríamos psicología moral evolutiva. Pensaban que los seres humanos son buenos por naturaleza» 

De igual manera, el estoico también las vio completamente aptas para ejercer la justicia al poseer el razonamiento filosófico y moral suficiente como para dictar sentencias basándose en la capacidad de distinguir lo bueno de lo malo. «Que, además, hay que rehuir la avaricia, honrar la equidad; que, siendo seres humanos, han de estar dispuestos a hacer el bien a los seres humanos y no han de estar dispuestos a hacerles mal, todo eso son enseñanzas hermosísimas y que hacen justos a quienes las aprenden», sostiene Rufo. «¿Por qué sería más necesario que aprenda esas cosas el hombre?»

El estoicismo universal del presente

Como apuntábamos anteriormente, el estoicismo es una de las corrientes filosóficas más influyentes en los movimientos intelectuales posteriores que dieron luz a la modernidad, como la Ilustración. 

En la actualidad, ha llegado a aplicarse en campos como la psicología, ya que uno de sus máximos exponentes, el doctor Albert Ellis, fue el inmediato precursor de la terapia cognitivo conductual

Al fin y al cabo, la máxima estoica por antonomasia, aquella que establecía ‘grosso modo’ que las cosas no son malas ni buenas de por sí, sino cómo las asimilamos y la respuesta que las damos, conecta muchísimo con la terapia psicológica que tantas personas reciben hoy en día.

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Reestructuración cognitiva: el mejor método para cuidar la salud mental, según un gran estudio. Por Enrique Zamorano

Más allá de esta consideración, cabe regresar al texto de Pigliucci en el que defiende a ultranza el estoicismo moderno, iniciado a finales del siglo XX por Lawrence Becker, autor de Un nuevo estoicismo’ (1997). 

«Los estoicos articularon una teoría notablemente moderna de lo que hoy consideraríamos psicología moral evolutiva», asevera. «Pensaban que los seres humanos son buenos por naturaleza, como han argumentado algunos biólogos evolucionistas. Esta bondad básica, sin embargo, resulta insuficiente para hacer frente a las complejidades de los grecorromanos antiguos o a las sociedades del siglo XXI». 

«Es una corriente que reconoce tanto las limitaciones de nuestra capacidad para cambiar el mundo como la posibilidad de realizar algún cambio» 

Así pues, el autor pone en valor el cosmopolitismo como «la actitud que nos hace considerar a los demás como nuestros hermanos o hermanas, sin importar en qué parte del mundo se encuentren», al compartir «nuestras mismas necesidades, deseos, temores y esperanzas». 

Sin embargo, «algunos críticos del estoicismo insisten en que la filosofía es conservadora cuando se trata de cuestiones sociales, porque se centra en lo que el individuo puede y debe soportar pero no en efectuar cambios sistémicos. 

Después de todo, el movimiento está orientado a no reaccionar ante los eventos, manteniendo un estado interior tranquilo frente a las externalidades». 

Entonces, ¿cómo aplicar el estoicismo al mundo de hoy en día para mejorarlo? 

«El estoicismo moderno no solo postula una filosofía pasiva para soportar con ecuanimidad todo lo que la vida te depare», concluye el pensador. «Es una corriente que reconoce tanto las limitaciones de nuestra capacidad para cambiar el mundo como la posibilidad de realizar algún cambio. 

Esforzarse por encontrar el punto óptimo entre la resistencia del mundo tal como es y el impulso de mejorar las cosas sin golpearnos la cabeza contra una pared es su esencia».

Imagen de portada: Gentileza de Alma,Corazón y Vida

FUENTE RESPONSABLE: Alma,Corazón y Vida. Por Enrique Zamorano. Diciembre 2021.

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