La masacre
Tenía un plan.
Se acercó a todos y cada uno de sus competidores y les recordó que había demasiadas refinerías y muchas estaban perdiendo dinero; les señaló que, a pesar de todo, Standard Oil tenía el poder y la influencia para lograr tarifas de transporte más favorables y les subrayó que era una compañía estable y pujante.
Tras mostrarles los libros con las ganancias y reservas de la compañía, dejándolos impresionados, les hacía una oferta tentadora: que le vendieran su refinería a cambio de acciones en Standard Oil, asegurándose que así sus familias «nunca sabrían lo que es la necesidad».
La decisión era de ellos: podían aceptarla o intentar competir con su conglomerado y arriesgarse a la ruina.
Acción de Standard Oil de 1875.
La mayoría -22 de sus 26 competidores en Cleveland- optó por vender, y efectivamente les fue muy bien económicamente.
Pero otros, como Frank Tarbell, se aferraron a su independencia. Su socio, «arruinado por la compleja situación» se suicidó, y la casa de la familia Tarbell tuvo que ser hipotecada para enfrentar las deudas de la empresa.
Rockefeller haría después lo mismo en Pittsburgh, Filadelfia, Baltimore, Nueva York y otros centros de refinación.
A principios de la década de 1880, las guerras del petróleo habían pasado y la mayoría de los independientes habían quebrado o vendido a Rockefeller.
Ida Tarbell quedó devastada por el «odio, la sospecha y el miedo que envolvió a la comunidad» tras el episodio.
«Entre la alarma, la amargura y la confusión, deduje de las palabras de mi padre una convicción que aún mantengo: que lo que había sucedido estaba mal».
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Lo ocurrido dejó una marca indeleble en Tarbell.
«Nació en mí un odio al privilegio, privilegio de cualquier tipo», escribió más tarde. «Todo fue muy confuso, sin duda, pero aún estaba bien, a los 15 años, tener un plan definido basado en lo visto y oído, listo para una futura plataforma de justicia social y económica si alguna vez se me despertaba la necesidad de una».
Y tres décadas más tarde, así fue.
«Yo no era una escritora»
En 1900, Tarbell estaba trabajando en la revista McClure’s.
Para entonces ya era una periodista ampliamente admirada gracias a series tremendamente exitosas como «La vida de Napoleón Bonaparte», tan bien recibida que condujo a la inmensamente popular serie de 20 capítulos sobre la vida de Abraham Lincoln, la cual duplicó la circulación de la revista.
No obstante, nunca se consideró una escritora talentosa. «Yo no era escritora, y yo lo sabía», declaró.
Lo que tenía era un compromiso inquebrantable con los temas que abordaba, a los que les dedicaba largos períodos de minuciosas investigaciones, antes de empuñar la pluma.
Un método que ponía en evidencia su formación científica.
Tenía una maestría en Biología pero, aunque le fascinaba la ciencia, descubrió que su pasión era la escritura, que la había llevado a París en 1891, desde donde se mantenía vendiendo artículos a publicaciones estadounidenses, mientras asistía a conferencias en la Sorbona, visitaba exposiciones de los impresionistas y gozaba de una activa vida social.
Y uno de sus escritos sobre la capital francesa llamó la atención de Samuel McClure, el cofundador y editor de la revista que llevaba su nombre, con la que quería crear un nuevo tipo de periodismo que capturara la imaginación y la conciencia de las clases medias, y no la soltara.
S.S. McClure, ilustración del The Booklovers Magazine, Vol 1 (1903)
Su objetivo era mostrar cómo la concentración del poder económico en Estados Unidos había abrumado y corrompido por completo la política y la ley.
La sociedad estadounidense había sido sacudida por un escándalo tras otro -sobornos a políticos, arrestos a policías y violencia contra personas inocentes, venta de comida adulterada- junto con historias terribles sobre el efecto de las crecientes desigualdades entre ricos y pobres.
Pero nadie sabía qué hacer al respecto.
Las clases medias que creían en la reforma estaban desconcertadas y confundidas. Sabían que todos los escándalos eran de alguna forma producto de los enormes cambios en la sociedad. Pero también sabían que las nuevas tecnologías y las industrias gigantes traían beneficios asombrosos y transformativos.
Nadie parecía ser capaz de comprender las verdaderas dimensiones de lo que estaba sucediendo y McClure quería usar su revista para cambiar la forma en que la gente veía el mundo, y mejorarlo.
Era una ambición extraordinaria. Y la alcanzó con la producción de artículos como los que aparecieron en una famosa edición de su revista en enero de 1903 que conmocionó a Estados Unidos.
En ese número McClure publicó tres historias muy dramáticas.
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Página central de la revista Puck, 21 de febrero de 1906, «Los cruzados» de C. Hassman. La ilustración de un gran grupo de políticos y periodistas en una cruzada contra el soborno y la corrupción, incluida Ida Tarbell.
Los tres periodistas que las escribieron se convirtieron en superestrellas y recibieron el apodo de «muckrakers» o rastrilladores de estiércol, que empezó siendo un insulto del presidente Teodoro Roosvelt, quien en un discurso en 1906 los criticó comparándolos con jardineros que limpian los excrementos sin mirar lo bueno de la sociedad, pero terminó siendo una medalla de honor.
Uno de esos periodistas era Ida Tarbell.
En la mira
Durante dos años, investigó a fondo cada detalle de la forma en la que Rockefeller había creado su gigantesco imperio petrolero.
Cuando descubrió que algunos documentos habían sido destruidos o, curiosamente, sacados de los archivos públicos, continuó sus pesquisas, convencida de que «aparecerían» en alguna parte copias de los informes faltantes o de las investigaciones sobre las actividades de Rockefeller. Y así fue.
Apoyada en los documentos que desenterró, entrevistas con empleados y abogados, así como conversaciones con el ejecutivo más poderoso de Standard Oil, Henry H. Rogers, en la casa del autor Mark Twain, Tarbell escribió una serie que empezó siendo de tres entregas y se extendió a 19, bajo el título de «La historia de la compañía Standard Oil».
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Colegas de McClure’s Magazine reunidos en un parque. (De izquierda a derecha): el editor S.S. McClure, la novelista Willa Cather y los periodistas Ida Tarbell y Will Irwin.
A pesar de lo insípido del título, la narrativa era apasionante, y los lectores devoraron sus descripciones de cómo los agentes de Rockefeller atacaban una región como Pensilvania y utilizaban todo tipo de tácticas despiadadas e ilegales para apoderarse de las pequeñas empresas y destruir a los emprendedores que las dirigían.
Tarbell demostró que no sólo controlaba los ferrocarriles que transportaban el petróleo, sino que además utilizaba el soborno, el fraude, la infracción criminal y la intimidación para destruir a cualquiera o cualquier cosa que le impidiera crear su gigantesco monopolio.
A tono personal
A pesar de que se trataba de una fuerte denuncia, durante toda la serie Tarbell reconoció la brillantez de Rockefeller y la impecabilidad de la estructura empresarial que había creado, y se mantuvo fiel a su método.
Pero en las dos últimas entregas, en las que se centró en el hombre que había estado investigando durante casi 5 años, la autora de artículos profundamente arraigados en los hechos plasmó en la página fuertes opiniones sin filtro.
Recordando, por ejemplo, la única vez que lo vio en persona, escribió que lo primero que pensó fue que era «el hombre más viejo del mundo, una momia viviente».
En ese momento, Rockefeller tenía 66 años, pero sufría de una condición conocida como alopecia generalizada, que lo había dejado sin cabello, pestañas y cejas.
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Sus ojos le parecieron «pequeños, atentos y firmes, y son tan inexpresivos como una pared. Lo ven todo y no revelan nada».
Más allá de su apariencia física, lo acusó de estar «loco por el dinero» y lo tachó de «hipócrita».
Y concluyó: «Nuestra vida nacional es en todos los aspectos claramente más pobre, más fea, más mala, para el tipo de influencia que él ejerce».
Fue ese retrato hecho por «esa mujer venenosa» lo que hirió profundamente a Rockefeller. Se negó, sin embargo, a discutir el tema públicamente, por ello le ordenó a sus asesores que no dijeran «ni una palabra sobre esa mujer descarriada».
Pero ya no se necesitaban más palabras. Ella había escrito suficientes.
En pedazos
Sus revelaciones fueron una sensación a nivel nacional.
«Te has convertido en la mujer más famosa de Estados Unidos… me estás asustando», le dijo McClure.
El reportaje tuvo el impacto necesario como para ser en gran parte responsable por una decisión que tomó la Corte Suprema en 1911 que encontró que Standard Oil violaba la Ley Sherman Antimonopolio.
La enorme firma, determinó el más alto tribunal de EE.UU., era un monopolio ilegal y ordenó que se dividiera.
Caricatura política que muestra un tanque de Standard Oil como un pulpo con tentáculos envueltos alrededor de las industrias del acero, el cobre y el transporte marítimo, así como una casa estatal, el Capitolio de EE.UU. y la Casa Blanca.
El trabajo de Tarbell contribuyó además a la creación en 1914 de la Comisión Federal de Comercio (FTC), encargada de hacer que se respetaran la libre competencia y los derechos de los consumidores.
Un gran triunfo… Sin embargo, como dijimos en el título, Tarbell frenó, pero eso no quiere decir que detuvo al titán del petróleo.
Él…
Rockefeller mantuvo grandes participaciones en las 34 «mini Standards» que se crearon tras la intervención del Tribunal Supremo de Justicia de EE.UU. -entre ellas Exxon Mobil y Chevron-.
Y la ruptura resultó ser enormemente rentable.
El generoso filántropo -«Si no es el primero, ciertamente es nuestro segundo filántropo», señaló la misma Tarbell-, que creaba fundaciones para apoyar la educación y la ciencia, vivió tres décadas más sin saber qué era la necesidad, como le había prometido a quienes compraba.
Para algunos fue y sigue siendo un heroico empresario de los que hicieron grande a EE.UU.; para otros, uno de los ladrones del sueño americano.
Ella
La experiencia con el revelatorio trabajo sobre Standard Oil llevó a que Tarbell se especializara en temas de gran repercusión social y política, como los aranceles y las prácticas laborales, sobre los que no sólo escribió sino que dio conferencias a lo largo y ancho del país.
FUENTE DE LA IMAGEN – GETTY IMAGES – Feminista «por ejemplo pero no por ideología».
En 1906, dejó McClure’s pero siguió escribiendo para American Magazine, una revista de la que fue copropietaria y coeditora.
Pero así como su némesis, Tarbell fue, para sus congéneres, una heroína y una villana.
Era lo que algunos han descrito como una feminista «por ejemplo pero no por ideología».
A pesar de haberse convertido en una de las mujeres más influyentes de EE.UU., creía que los roles femeninos tradicionales habían sido minados por quienes defendían los derechos de las mujeres y que las contribuciones de su género debían circunscribirse a la esfera privada.
Publicaciones como «The Business of Being a Woman» (1912) y «The Ways of Women» (1915) crearon tensiones con el movimiento sufragista de la época, del cual su madre era miembro. Más tarde, sin embargo, cambió de opinión y apoyó el derecho al voto para la mujer.
Durante 30 años presidió de The Pen and Brush, Inc., una corporación creada en 1912 para ofrecer oportunidades a artistas y escritoras en un momento en que las mujeres estaban excluidas de la membresía en clubes de artes exclusivos para hombres.
También participó en la fundación de la Authors’ League (Liga de Autores), la organización profesional de escritores que hoy se llama Authors Guild.
Murió de neumonía en 1944, a la edad de 86 años.
«La historia de la Standard Oil Company» sigue siendo un clásico del periodismo de investigación; Tarbell sigue siendo un ejemplo clásico del credo que se originó en la época de los muckrakers: los periodistas deben «consolar al afligido y afligir al poderoso».
FUENTE:BBC News Extra