Cual menguando

Chantal es creadora de obras inclasificables. Poeta y pensadora, conocida sobre todo por sus ensayos y textos filosóficos. Soy incapaz de colocarla en una corriente o en un marco de pensamiento, solo puedo decir que tiende a la paradoja, al escepticismo, a la negación, a la destrucción creadora y al silencio.

Quise hacer esta reseña para darla a conocer —¿conocer?, como dramaturga escénica, etiqueta que cuelgo sin su permiso. Quise abrir una fisura en la tendencia y rescatar— ¿rescatar? una voz que, a mi parecer, debería ponerse sobre los escenarios más a menudo.

Cual menguando consta de diecisiete poemas, cinco piezas breves y un epílogo. Lo que aquí reseño será la obra: Primero un pie, contextualizando el origen del personaje CUAL, intuyendo su significado y aportando mi punto de vista como artista escénico sobre los actos y escenas que componen la obra.

CUAL es una metáfora  del infinito movimiento de pensar, de mirada oblicua y respiración tranquila, su gesto es casi universal, a veces torpe y repetitivo. CUAL podría ser uno de nosotros en momentos de lucidez o idiotez máxima, podría ser un artista o un viajero en el tiempo. Este personaje nace, según palabras de la autora, en la serie de poemas que concluyen el libro Hilos: Cual es “tierno, desapegado, imprevisible, simple —en cierto modo idiota— o de algún modo sabio, ha sido el contrapunto ideal de esa parte de mí tan sólida que se complace en lamentarse”, dice Chantal.

Al leer estas piezas cortas, los poemas e Hilos, interpreto una imagen que se repite en mi cabeza: un cuerpo poético que, a través de sus gestos, nos muestra lo invisible, un Buster Keaton o un Marcel Marceau; un mimo. Un mimo al que la palabra aluniza y enreda. Un mimo que se resbala y se angustia en la articulación final del razonamiento.

Menguar es aquietarse, es reducir el movimiento, adelgazar o perder continuidad. Así es como visualizamos a CUAL en esta serie de cuadros escénicos, una especie de mezcla entre Estragón de Beckett y Charlot de Chaplin, pero más sencillo y compasivo con sus razonamientos.

Las piezas se organizan en paisajes que se van superponiendo, como un proyector de diapositivas: un claustro, luego un escenario y finalmente una casa. Primero un pie sucede en el salón de la casa, un espacio minimalista (imagino un diseño a lo bauhaus): una butaca, una lámpara de pie y una repisa. Aparece, no por primera vez, el personaje FIAM, contrapunto dialéctico de la obra.

El sonido, la composición espacial, los movimientos de los personajes y la intermitencia de la luz; nos sugiere todo un imaginario dinámico, donde cada suceso físico propone una idea en relación al sentido de las cosas. El vértigo se dispara al dudar que lo que hasta ahora ha sido siga siendo.

*****

/Silencio/

FIAM

¿Y eso se te ha ocurrido ahora?

CUAL

No, ahora no, antes. Al abrir la puerta de la calle.

FIAM, repitiendo

La puerta de la calle.

/Tiempo. Corto/

Pues si la puerta estaba y era la puerta de la calle es de suponer que también estaría la calle, ¿no?.

CUAL, con más impaciencia

No necesariamente. Podría seguir estando la puerta y que detrás no hubiese nada.

*****

Hay una ternura en la relación entre CUAL y FIAM que les protege de cualquier intento de caer en la toxicidad de una relación cualquiera de nuestros tiempos. Hay preguntas y respuestas que desatan reflexiones existenciales y hay deseos básicos, como la aproximación al otro, que están latentes durante la obra.

Parece que la única esperanza de abordar estos tiempos difíciles es imaginar a un personaje atonal, disruptivo y amoroso. “Sin argumentos que blandir, sin creencias tras las que esconderse, sin trauma por resolver ni historia por concluir, me gusta pensar que Cual podría augurar el fin del psicoanálisis y el comienzo de la compasión”.

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Autor: Chantal Maillard. Título: Cual Menguando. Editorial: Tusquets Editores. Venta: Todostuslibros.

Imagen: Cubierta de portada de “Cual Menguando”

FUENTE RESPONSABLE: Zenda. Apuntes, Libros y Cía. Por Dario Sigco. Editor. Arturo Pérez-Reverte. 4 de marzo 2023.

Sociedad y Cultura/Literatura/Poesía/Ensayos/Cuentos cortos

Una vida intensa…y no tan fácil.

Siempre recordaba aquello cuando sorprendido en sus cinco años, los gritos de su padre lo despertaron en la madrugada. Desde su camita de una plaza dormía al lado de sus padres, siendo el menor de cuatro hermanos.

Sus ojos azorados no podían comprender lo que veía. Su padre gritando -lo que nunca hacía- pidiéndole a su madre que necesitaba beber leche; mientras sostenía en su mano derecha la pistola que usaba cada día, por pertenecer al cuerpo de policía. Alguien lo tomo y lo retiro de la habitación. No recuerda hoy en día quien fue. Hay recuerdos esfumados que nunca vuelven.

Sabe que la historia; la fue completando con los años mientras crecía. 

Pero lo que no olvidaba luego de aquel episodio, era la visita de todos los domingos junto a su madre y algún familiar que le hacían a su padre. 

Eso ocurrió luego de haber pasado internado más de tres meses -aunque su padre volvió al hogar; recién al año-, la madre le dijo que ya podían ir a visitarlo. Pero a él siempre le fue difícil no extrañarlo. 

Recuerda también; cuando alguna enfermera en aquel tiempo -de blanco inmaculado- le ofrecía una naranja, la que aceptaba y al mismo tiempo, agradecía. 

Cree siempre sentir aun el roce de su manito de niño, con los dedos de las manos grandes de su padre, a través de los tejidos de alambre del cerco de aquello que le dijeron que era un hospital, cuando en realidad con los años supo que se trataba de un Hospicio Neuropsiquiátrico.

Muchos años lo separaban de su hermano y sus dos hermanas; aislado se entretenía en época de carencias y sin los medios audiovisuales actuales, con su imaginación o haciendo sus dibujos de barcos piratas y corsarios enfrentándose a enemigos imaginarios. La imaginación fue en aquel momento su mejor compañera.

Su padre volvió al fin. Supo que no volvería a la policía y escucho por allí,  que le habían dado el retiro por accidente en acto de servicio. En realidad no podía comprender que significaba ello, lo supo con los años. 

Su padre; un hombre bueno. Integro de pies a cabeza, de cabello rubio con una mirada limpia color cielo. Ya no era el mismo. 

Pero se empleo nuevamente porque era un ingreso más que ayudaba a pagar el alquiler y para que su madre, moneda tras moneda pudiera seguir ahorrando para lograr lo que toda familia deseaba en aquellos tiempos, “el techo propio”. 

Su hermano mayor, que le llevaba casi quince años no tardo en casarse e irse de la casa de la familia. Eso le permitió, casi a los 8 años a ocupar esa habitación subiendo por una escalera de estructura de hierro y chapa, que por su techo exterior de chapa era un averno en verano y un “iglú” en invierno. Pero se sintió feliz; un nuevo lugar para su mundo…

Continuará…

Imagen de portada: Gentileza de Pinterest

Dos cuentos breves de Francisco Rodríguez Sotomayor.

La reunión

Cuánto rato ya. Yo creo que puedo medir el tiempo en sudor; en la espalda, en la frente, en el pañuelo con el sudor de la frente. Son las tres de la tarde, o sea, media hora sudando, y tratando de contener el disgusto. Qué osada mi educación que se interpuso para que no pudiera decir “no puedo, es más, no quiero ir”. Pero no, la educación, los modales, el sudor, el rápido almorzar, el trajín, la irresponsabilidad; nadie llega, sólo González, que es como si nadie estuviera; no sé qué tiene González que es de esas gentes que aparentan gentileza que me desagradan, esa sonrisa siempre, el chiste sin gracia, siempre, siempre ese chiste sin gracia que todo el mundo le ríe porque es adjunto del Secretario Principal; y llega primero que yo, tuve que saludarlo porque sí, por los modales, porque es González, porque es adjunto del Secretario Principal, porque González siempre está sonriente y con el chiste a punta de caramelo, el comentario de mal gusto que nadie le reprocha pero que le ríen con un insulto entre dientes, ¡provoca tumbarle la sonrisa a González!… En fin, González no es nadie, pero es el adjunto del Secretario Principal, y hay que saludarlo, y lo saludé, y sonreí, y me reí de su comentario de si acaso me venía caminando, “porque estaba sudando a chorros”, y retuve la respuesta de que sí me había venido caminando, porque sí, no quería llegar tarde, como todos lo harían, puesto que no hay nadie, sólo González y yo, dos nadies, uno menos que el otro, no sé cuál a estas alturas, porque hay que ver que tengo que ser pendejo para venir así de apurado.

Tres y media y sólo llegó Durán; no, chico, esto se lo llevó el diablo; Durán dice que la reunión la habían convocado para las tres y media y González dice que no, que a las tres, porque él mismo mandó la cadena diciendo que “Reunión de Comité a las tres”, y le saca el teléfono tras ponerse los lentes y le dice que “Mira, a las tres, yo no sé qué mensaje recibiste tú”. Pero Durán se pone sus lentes y saca su teléfono y le muestra un mensaje de Dámaso que dice que “Reunión de Comité a las tres y media. Yo no voy a poder ir, me avisas qué se acuerda”. De paso, no viene Dámaso, seré pendejo en esta vaina. Y es que González no tiene el número de Durán y “pásamelo para agregarte en WhatsApp”, dice. “0412…” y entra Sofía, tan bella Sofía… ¿No tendré sudor en los cachetes? El pañuelo está muy mojado, y es que no soy gente, soy sudor hoy, por lo menos vino Sofía, para que haga contraste con estos viejos del coño que me tienen harto, un día de estos no vengo más, lo juro, ¡me tienen harto, viejos fastidiosos!… Como si yo fuese un carajito. Debí fue quedarme en mi casa tranquilo, decir como Dámaso, que no puedo, y es que Dámaso no es que no pueda, es que no quiere; Dámaso tiene carro, tiene cómo venir sin problemas, pero no es pendejo, ese sabía que nadie venia y se quedó reposando el almuerzo, y yo estoy que lo vomito.

Ja, ja, ja, a ti si te río tus chistes malos. Ese perfume… ese aroma se me hace familiar. Al menos no perdí el viaje, Sofía. Hasta se me fueron las náuseas. ¿Y te vas a ir a atender el teléfono? ¿Y la reunión? Ah, verdad, verdad, tu mamá, cierto. Y me dejó solo con estos insufribles, y llegó fue Décimo, quejándose de que la gente llega tarde y él que tiene que ir a comprar harina. Un cuarto para las cuatro y somos sólo cinco con Sofía… que se fue, sí, se montó en su carro y se fue, ¿le habrá pasado algo a la mamá? Ojalá y no, Sofía es tan bella. “Bueno, compañeros…”. González, no jodas tanto; ah, no, como que va a decir algo importante. “…Será para mañana que convoquemos la reunión para ver si nos reunimos bien el viernes”. Bueno… será; nos vemos mañana, avísenme por mensajería.

 

El duelo

Abrió la puerta con furia; supe, como siempre, que vendría armado, preparado y determinado a darme muerte. Lo invité a quedarse para la merienda de las cuatro, y no bajó el revólver mientras hablábamos durante el té. Han sido ya años desde su primera interrupción; recuerdo que esas primeras veces yo optaba por duelos inútiles. Dado que en casa jamás hubo armas, a escondidas me fabricaba unas especiales, pero ridículas. Daba vueltas en mi habitación esperándolo, y cuando llegaba, tras mi pánico, luchaba ineficazmente: de todas formas, salía derrotado, baleado y más patético que antes. Aprender fue un proceso arduo pero necesario, y estudiar a mi enemigo era difícil. Cuando compré mi casa, mucho tiempo después de sus primeras apariciones, sabía que no podría evitar su visita; pero, al conocer su asesino enamoramiento, ideé un método infalible. Construí una sala de juegos, privada, donde mi mujer tenía prohibido entrar mientras finiquitaba los detalles; para afinar los deseos destructores de mi futuro huésped, llené la habitación de objetos que sabía que reventarían su lujuria. Al año, el cuarto estaba listo para ser habitado; cuando llegó, ese último día de construcción, le demostré que estaba desarmado, y juré, Biblia en mano, que dejaría de defenderme. Fingí sorpresa al saber que mi diseño le encantó, y manifestó su deseo de quedarse a vivir. Yo, escondiendo mi alegría, accedí. Al pasar varias semanas conoció a mi mujer y amenazó con matarla, pero ella fue más inteligente: lo trató (todavía lo trata) como invitado estrella, y en todas las meriendas le tiene listo un té negro. Él piensa que poco a poco lo enveneno; lo que no sabe es que prefiero mantenerlo.

Imagen: Francisco Rodríguez Sotomayor. Escritor venezolano (San Juan de los Morros, Guárico, 2000). Estudiante de Comunicación Social en la Universidad Nacional Experimental Rómulo Gallegos (Unerg). Artículos de opinión de su autoría han sido publicados en El Tubazo Digital y mantiene un blog en el que publica semblanzas, relatos, crónicas y reflexiones.

FUENTE RESPONSABLE: Letralia. Tierra de Letras. 20 de septiembre 2022.

Sociedad y Cultura/Literatura/Cuentos cortos.

 

 

 

 

Para tod@s ustedes; amig@s virtuales amantes de las letras…

Cuentos breves. Hoy: “El mensaje de Auster”

Este relato empieza hablando de libros. También podría comenzar hablando de la soledad, pero prefiero comenzar hablando de libros, es más amable. De todas formas, la soledad va a estar allí, al final, pesada, vacía y silenciosa. Entonces, empiezo de la siguiente manera: alguien durante una charla me pide que nombre cinco libros especiales para mí. 

 

“Tus cinco libros”, dice. Respondo: “Difícil, apenas cinco”. Pero, al final, digo: “La Divina Comedia”. La leí por primera vez de muy joven, en una edición con largas notas al pie. Me impresionó desde aquellas notas, lo que había detrás de cada verso. Más tarde, sí, disfruté de los versos, y del Infierno. Sigo. “El Lobo Estepario”, Hemann Hesse. También lo he leído de muy joven. Por entonces, tuve la sensación de que estaba descubriendo las grietas de un alma torturada. Fue inquietante a mis 16 años. Casi como si leyera una especie de pornografía. 

Después, no me ocurrió más con ese libro. Tercero. “El Oficio de Vivir. El Oficio de Poeta”. Cesare Pavese. Ahí sí, un alma torturada que es capaz de desnudarse y desnudarte en frases a lo largo de toda tu vida. No se lo recomendaría a mis hijos. Cuarto. “1Q84”, los tres volúmenes de Murakami. La idea de mundos paralelos que se diferencian por detalles menores, marginales. A veces creo que existen esos planos de la existencia y que uno, incluso, puede ir alternando entre ellos sin darse cuenta y, sobre todo, sin estar loco. Vas por una calle de tu propio barrio por la que caminas todos los días y de pronto te topas con una fachada que nunca antes habías visto. 

No encuentras explicación. ¿Y esto? Ocurre. Un amigo, los llama “errores de la Matrix”. Piensa que vivimos en un programa de simulación al que, de tanto en tanto, se le tilda el disco. Yo me inclino por estos mundos paralelos. 

Por último, “El Palacio de la Luna”, de Paul Auster. Hago una aclaración: mis autores ineludibles son Popper, Auster y Borges. ¿Por qué elijo un libro de Auster y ninguno de los otros dos? Por una sola razón: Auster escribió una escena de la trama de “El Palacio de la Luna” pensando en mí, en advertirme lo que algunos años más tarde me ocurriría. 

No estoy diciendo que me sentí identificado con la escena, como sí me ocurrió con tantas escenas de tantos otros libros. Sino que Auster, quien por supuesto no sabe ni remotamente de mí, dijo al escribirla con toda su convicción: “Fernando, esta escena es sobre vos. Lo lamento tanto…”. 

Me refiero a cuando el personaje Marco S. Fogg viaja a encontrarse con su padre, del que acaba de conocer su existencia de manera fortuita. 

Es un hombre enorme, obeso, su padre, quien por una circunstancia de la novela cae de espaldas dentro de una tumba abierta de donde deben rescatarlo con una grúa. Está gravemente herido y queda internado. Marco lo visita diariamente en el hospital a lo largo de un mes. 

El padre herido apenas si se alimenta por una sonda y va perdiendo peso hasta morir, y en ese cambio de apariencia producto de la llegada de la muerte, el hijo finalmente descubre su propio rostro. En las facciones de su padre, hasta entonces ocultas por la obesidad, ve frente a frente su origen. Y entonces, sí, al reconocerse en su padre, llora; tal vez porque, en última instancia, siempre se llora por uno.

   El mío, mi padre, se enfermó unos cuatro años después de que la novela “El Palacio de la Luna” llegará traducida a la Argentina. 

Era un tipo gordo, mi padre, un tipo gordo mediterráneo, que amaba leer y conversar y que, además, amaba que yo fuera un muchacho flaco y deportista. Los dos teníamos los mismos ojos verdes. Estuvo internado dos meses, también terminal, también perdiendo peso, también unificando facciones con las mías. Cuando nos miramos justo antes de que lo sedaran, nos encontramos en nuestros ojos idénticos, y yo a su vez no pude evitar oírlo a Auster. 

De pronto, ahí, muriendo en esa cama, también estaba yo, mi rostro de carne y hueso, dentro de algunos años. 

“Esta escena va para vos… Lo lamento tanto…”, me había advertido Auster, cuatro años antes y, claro, por entonces, no lo había oído.

Imagen de la Portada: Ilustración: Guillermo Arena

FUENTE RESPONSABLE: La Nueva por  Fernando Monacelli 

Literatura/Cuentos breves/Auster/Libros

El viaje en Metro – Final

Coloco mis manos en los bolsillos de la campera; se pone a centímetros de mi rostro con mirada desafiante;

-Te lo advertí, viejo. Seguis jodiendo…ya me tenes podrido- Veo que su mano derecha va hacia la izquierda de su cintura, donde le había visto la faca.

Lo empujo; debo tener distancia. No tengo cómo defenderme. Ya no soy el joven que se ponía contra la pared y le daba martillazos a quien me quisiera pelear. Tengo que actuar con inteligencia -me dijo- . Tengo miedo, me pongo tenso. Pienso en cuánto tiempo más llegará Roberto o el móvil del 911, al que alerte.

Me saco la campera, el tipo se me viene encima y me cubro con ella. El primer puntazo lo esquivo, el segundo me roza el brazo derecho. Sangro levemente. Me pongo como “loco”, le hago una barrida a las piernas y cae al piso. Me dijo nuevamente “patealo”…no tenes otra. Le pegó un puntapié en el torso, y otro, y otro…el tipo grita de dolor … .no me interesa…estoy “sacado”, obnubilado por la “bronca”.

Su compañero al ver la escena, le arrebata la cartera a la joven quien comienza a gritar entre sollozos y se viene hacia nosotros, a ayudar a su compinche. Me la veo jodida. Pensa…José…pensa..

El tipo se me viene diciendo -“viejo, hijo de puta” ahora te voy a dar para que tengas-,, al tiempo de que el que está en el piso, se va incorporando.

El que viene saca una pistola; me veo “boleta”. Ya estoy exhausto…la herida si bien pequeña, habra tocado alguna vena y el hilo de sangre se escurre por mi brazo…

No se de donde saco el valor y le dijo – ¿Qué haces loco; me das un tiro y que? ¿Qué ganas? ¿Una causa por homicidio?…para…para-

No me responde, trata de amartillar el arma…Con las pocas fuerzas que me quedan le tomo la mano y forcejeo…

Se escucha el ulular de la sirena de un móvil…pienso será ¿la policía o una ambulancia?

El tipo se paraliza; pero sigue forcejeando. El otro al escuchar la sirena…solo le dice -Cucki, rajemos que viene la cana-

El tal Cucki se separa de mí; creo que soy boleta. Pero no, da vuelta sobre sus pasos y con el otro delincuente comienzan a correr, separándose. Cada uno por veredas distintas de la calle Valle, en sentido contrario de donde proviene el ruido ensordecedor.

En ese momento llega Roberto; baja de su auto y corre a mi encuentro. También el móvil policial. 

De este; el oficial a cargo me grita sin bajar – ¿hacia dónde se fueron?-

-Hacia Malvinas Argentinas, corriendo por veredas distintas, no se luego…-

-¿Usted está bien? ¿Y la señorita?-

-Está sollozando acá nomás; le llevaron la cartera-

-¡Bueno; dejo uno de mis hombres para que la vea y luego nos vemos, no queremos perderlos!-

Asentí; cuando ya Roberto está a mi lado-

-¿Que pasó Jose, y esa herida en el brazo?

-No te preocupes…no es nada; vamos con el agente a ver a la chica-

Al llegar donde está la joven, la ayudó a incorporarse. Me abraza, me sorprende.

-Ay señor, menos mal que usted se dio cuenta y me siguió cuando los vio en el Metro hostigando. No sé qué hubiera pasado…solloza…-

-Hice lo que haría cualquiera. ¿Usted está bien? Lamento que le hayan robado la cartera…

-Si…si; estoy bien. Físicamente, si. Pero la impotencia que tengo, por estos tipos…No se puede andar por la calle…la gente esta loca…cada vez más agresiva…¿la seguridad donde esta? ¿Quién nos cuida?-

-Le hago un gesto como diciéndole que tiene razón-

-Muchas gracias señor…no se como se atrevió a seguirnos y a enfrentarlos…no se que decirle. Vio, esta es una sociedad que cuando a alguien le pasa algo…solo muestra el “morbo” pero no ayuda a nadie.-

-No se preocupe señorita, lo importante es que Ud. se encuentre físicamente bien, al margen del susto y la aberrante situación por la tuvo que pasar. Ahora tranquilícese, que seguramente deberemos ir a la Comisaría de la zona.-

El agente que está presente me dice que lo acompañemos hasta la sede policial, a lo que ambos asentimos. Mientras Roberto al oído me dice;

-La verdad Jose; no se de donde sacaste los “huevos” para enfrentar a esos tipos, vos o sos un héroe o sos un demente.-

-No Roberto, ni uno ni otro. Nací de una mujer…y mis códigos al margen de los años no han cambiado.-

Me dio un abrazo.

Fin

Glosario:

Sacado: Argentinismo. Euforia o enojo.

Bronca: Argentinismo. Odio. Tirria.  

Me la veo jodida: Que es desfavorable; perjudicial.

Viejo, hijo de puta: Insulto no siempre necesariamente por ser un hijo de puta.

Me veo boleta: Lastimar a alguien/morir.

La cana: Argentinismo. Lunfardo. Policía.

Sacaste “los huevos”: Argentinismo. Tener valentía.

El viaje en Metro – Parte III

Los sigo; pero cada minuto que pasa camino con mayor dificultad, por esta prótesis de “mierda” en mi rodilla izquierda sumado a la derecha que me tiene a mal traer, por la que me niego seguir las indicaciones del traumatólogo, que quiere realizar también su reemplazo. ¡Mierda! Para los especialistas; no hay problema, es tan fácil. Igual el que va al quirófano, soy yo. Me digo a mi mismo -no te distraigas boludo, que esto no es broma-. 

Además se que la tensión me puede jugar una mala pasada. Estoy sudando y no por andar algo ligero; es el temor que tengo  de tener que enfrentarme a estos tipos, no solo porque son dos también porque ni les interesa lo que yo puedo hacer, me ven como un viejo curioso e “hincha pelotas” que los continúa siguiendo desde el Metro y no se detiene.

Ahora y en este preciso momento; deseo que no me agarre un ataque de pánico como aquellos que tenía, antes que me lo diagnosticaron. Necesito estar plenamente lúcido y con la repentización bien aceitada. Estoy viviendo una situación nueva y muy extraña para mí; me preguntó de dónde saqué el coraje para intentar proteger, a quien ni siquiera conozco.

Pero pienso en Roberto; que no vive lejos. Tomo el celular y me comunico con el;

-Hola-

-¡Hola, Roberto! Mira estoy teniendo una situación medio rara; ¿te podrás acercar a donde estoy, aquí en el barrio de Caballito?-

-Escuchame Jose Luis; -¿te paso algo? ¿te caiste? ¿Algún problema de salud repentino?-

-No Roberto, no. Vengo siguiendo a dos tipos que ya estaban jodiendo a una chica desde el metro, acosándola. Ahora la están siguiendo de cerca. No se que pasará.-

-Pero escuchame, ¿sos boludo vos? ¿Por qué no llamaste a algún policía? ¿Que sos un héroe de Marvel?-

-No me jodas, Roberto. Vi a un policía en las esquinas de Rivadavia y Moreno, pero ahora estoy a 3 cuadras de ahí y no veo ninguno.-

-Pero no entiendo; llama entonces al 911. ¿Qué te pasa? ¿Te agarró el viejazo?-

-Tienes razón, no lo pensé. Será por el cagazo que tengo. Voy a llamar; espero que el móvil se acerca rápido. Estos tipos, no creo que demoren en hacerle algo a la piba-

-Decime, Jose Luis ¿En Moreno y que otra estas?-

-Llegando a Juan Bautista Alberdi, en la esquina veo que hay una estación de servicio-

-Bueno, Jose Luis. Trata de llamar al 911, que yo salgo para ahí. Por favor, cuidate y no te mandes ninguna macana, que en cinco estoy.-

-Gracias, amigo. Te espero. Venite lo más rápido que puedas.-

Sigo caminando y cada vez con mayor dificultad. Cruzaron Alberdi y los sigo. ¡Carajo! Los perdí de vista a los tres, doblaron la esquina. Creo que esa es Valle. Vamos José, aguanta. ¡Apura el paso! me dije.

Doy vuelta por Valle y a mitad de cuadra, veo que los tipos la tienen a la joven contra la pared. No puede ser…me acerco; “los dos jodidos” me ven y el que tenía la faca lo veo venir hacia mi…

Continuará…

Imagen de portada: Gentileza de Pinterest

Glosario:

Boludo: Coloquial/que hace o dice tonterías/estupido

Mierda: excremento

Hincha pelotas: Coloquial/persona insistente/fastidiosa/que molesta.

Viejazo: Envejecer de pronto.

Cagazo: argentinismo/temor/miedo.

Macana: Error/exageración.

Jodidos: Persona mala,difícil/poco amistosa.

El viaje en Metro – Parte II

Era una obviedad, que si bien se habían levantado la mayoría de las restricciones o de aforos para el transporte público, a veces uno se encuentra con personas que no se si considerarlas “antivacuna” o “estúpidas” sin respetar ninguna de las normas establecidas. No se si lo hacen para llamar la atención, elevando su ego o resultan el conocido amig@ que a todo se opone.

Ya en ese horario; el vagón del metro no digo que explotaba de gente pero llevaba con numerosos viajeros parados. Me coloque a no más de dos metros de la joven; mientras los dos “muchachos” a no más de un metro de distancia le murmuraban obscenidades e invitaciones de todo tipo. Pensé, que solo yo los escuchaba por la cercanía, y que no era momento de hacer nada, salvo que la cosa pasara a mayores.

La línea A de uno de nuestros metros; tiene dieciocho estaciones por lo que habíamos tomado la formación en Congreso con destino final a San Pedrito, la estación en que bajaría. La joven se le había enrojecido el rostro y sus ojos, brillaban por contener su llanto. 

El cadencioso andar de la formación, su ruido y la distracción de la gente con sus “aparatitos electrónicos”, provocan que nadie salvo yo, se diera cuenta de lo que estaba sucediendo.

Calculé que tardaría unos veinte minutos en llegar a destino. Pero mi cabeza daba vueltas una y otra vez; la tensión me supera por observar esa escena y el estado de la joven. Ya llegando a la estación Acoyte, cada uno de los jóvenes se pusieron de cada lado, al ver que ella se dirigía a la puerta del vagón.

Al ver la situación, me dije a mi mismo -baja…baja aquí, algo le puede pasar a la joven-. Jamás me creí un mosquetero ni un quijote, pero tenía bien presente que ya de niño, poseía la sana virtud de proteger a las niñas quizás por como me habían criado mis padres, pero fundamentalmente mi madre ya que mi casa era de por sí un “matriarcado”, dado que mi padre estaba bastante ausente por trabajo -no solo se desempeñaba como policía, sino también hacia changas-. Es que ellos alquilaban la casa; éramos seis bocas que alimentar y darles educación a los cuatro hermanos, de los cuales yo era el más pequeño.

La formación se detuvo. Intenté pararme detrás de los sujetos; que casi ya estaban rozando a la joven. Al salir; por ser esa parada de estación aglutinante por todos los edificios que hay en la zona del barrio de “Caballito” , baje con ellos tres y cuando se dirigían en dirección a la salida por la escalera mecánica, quise interponerme entre ellos dos y la joven, pero ágilmente uno de ellos se interpuso delante mio. Me di cuenta obviamente, en ese preciso instante que los tipos ya se habían percatado de mi, quizás por la reiterada insistencia en mirarlos durante el viaje.

Pensé que tenía que actuar con cuidado, ya que no poseía las aptitudes físicas de cuando era más joven, y ellos también podrían estar armados, además de que físicamente se veían atléticos, era la situación para mi un verdadero interrogante. “Fumados o no”; debía ser certero y de ser necesario, solicitar ayuda. En la esquina de las Avenidas Rivadavia y Acoyte, uno se encuentra con mucha gente, volviendo del trabajo o paseando.

Todos subiendo por la escalera mecánica como soldados en fila, la joven, los “raros” muchachos y yo. Salimos al aire de la Avda. Rivadavia. La joven cruzó Rivadavia y tomó por Perito José Moreno, que es la continuación de Acoyte. Seguramente hacia el sur, seguida por los dos sujetos y a unos metros, yo. Repentinamente uno de ellos, dio vuelta hacia mí y al ver que continuaba junto a ellos, camino hacia mi. 

Al acercarse me dijo – “ Che papá”- ¿vos nos estás siguiendo?-

Le respondí: -No, para nada. Vivo en la avenida Goyena, para allí voy-

-Que raro; te venimos viendo desde el subte y no nos sacaste la vista de encima, mira “viejo” que si queres “joda”, te puede ir mal-

-Mire, en primer lugar no me tutee y en segundo lugar no se equivoque de consonante y no me falte el respeto-

-Escúchame; no te hagas el “canchero” que ya no tienes edad para hacerte el héroe, sabes? Y deslizó su campera, mostrando una faca sobre el costado izquierdo.-

-Me parece que estás nervioso y no se porque ni me interesa. Si queres ahí enfrente veo a un policía de la ciudad. Lo llamamos y le dijo que me estás amenazando. ¿Qué opinas?-

– Mira “viejo”, si no nos jodes la vida y decís que vas caminando para tu casa, no hay problema. Pero te repito; no se te ocurra hacer algo, sos un tipo raro, sabías, ¿no?

-Escúcheme, no tengo nada que hablar con usted; ni siquiera lo conozco. Así que vaya con su amigo y deje de jorobar. De lo contrario, le aseguro que llamaré a la policía-

-El tipo se adelantó a paso rápido, porque ya nos habían sacado unos 150 metros tanto la joven como su compinche. Apure el paso; no podía de seguir los pasos de quienes me parecían aberrantes acosadores sexuales.

Continuará…

Glosario:

Muchachos: Adultos jóvenes o adolescentes.

«Che papá» : Una expresión muy común de escuchar, en personas sin educación al dirigirse a un adulto mayor. Forma socarrona.

«Viejo»: Adulto mayor/»padre» en lunfardo.

«Joda»: «Fiesta» en lunfardo

«Canchero»: «hábil,experto an algo…» en lunfardo

«Faca» : Cuchilla hecha a mano de un fierro, generalmente utilizada en las carceles por los internos.

El viaje en Metro – Parte I

Ya atardecía, el final del invierno se anunciaba al alargarse los días. Era viernes, como siempre un caos en el tránsito. Más automóviles que cualquier otro día de la semana, siempre solo supuse sus razones.


Creía por un lado, que había gente que terminada la semana laboral, acelera el regreso a su casa, para luego irse con su familia o con amigos, a un country, a un club de campo o a las playas, no muy lejanas de la ciudad de Buenos Aires.

También el estrés laboral más pandemia; podría ser otra razón para quien no usará su automóvil, y si lo hacía los días viernes para llegar quizás más rápido a su hogar, algo que dudaba por los embotellamientos que se producen en las principales avenidas.

El transporte público ahora sin restricciones, es tremendamente agotador y hostil para el pasajero, que viaja apretujado y a veces con demora o interrupciones del servicio, por ejemplo en alguna línea del metro.

Caminaba justamente el viernes pasado por la Avenida Corrientes ya que me había encontrado con Roberto, amigo con el que no nos veíamos desde hace unos años. Las causas, son conocidas cuando uno se divorcia, ya que es muy difícil que la amistad entre las parejas continúe en el tiempo.

Teníamos tanto para contarnos, que estuvimos casi cuatro horas, poniéndonos al día sobre nuestras vidas. Eso sí, con varias ruedas de exquisito cafe «late».

Luego de dejar a Roberto, comencé a caminar hacia la entrada de la estación Congreso del Metro.

Luego de pasar mi magnética me dirigí al andén, me senté a pesar que la frecuencia rara vez supera los 5 minutos.
Como buen observador que siempre he sido, me llamó la atención porqué formo parte de la inauguración del Metro en la Ciudad, allá por el año 1913. En los últimos años, muchas estaciones – Congreso, incluida – fueron transformadas por completo, con la instalación de escaleras mecánicas, reemplazo de cerámicas en sus paredes y ascensores para personas con capacidad reducida.

Pero el entorno conocido en sí, no me distrajo como para no ver a un par de jóvenes al final del andén y a metros de ellos una adolescente, sola y sentada en uno de los pocos asientos existentes.
Si bien me encontraba a unos treinta metros del lugar; pude observar que los muchachos le decían alguna “grosería” a la niña, ya que esta se paró repentinamente y se alejó unos metros, ubicándose en uno de los lugares marcados en el piso, para el acceso a la formación que venía de la estación de Paseo Colón.

No pude de dejarme llevar; me hacian ruido las tripas ante situaciones semejantes, a pesar de que me pregunté entre dientes -¿que vas a conseguir?. Escuché que los sujetos, estaban “fumados”  porque ciertas palabras me resultaban ininteligibles, pero percibí que la niña estaba más que nerviosa, apretando su mochila contra su espalda y moviéndose de lado a lado cerca de las vías.

Como haciéndome el distraído; me acerque hasta donde estaba ella, cuando ya llegaba la formación del metro. Subió ella, los muchachos casi me llevaron por delante para subir, y yo los seguí. Presentí que algo iba a suceder. Recordé esos films en donde en el Metro de Nueva York o de Londres; facinerosos sin escrúpulos abusaban de mujeres o de ancianos…

Continuará.
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Imagen: Gentileza PinterestNorelli A.

Glosario:

Muchachos: Adolescentes o jovenes adultos

«Fumados»: Consumo de sustancias prohibidas (Porros o cigarrillos de marihuana)

Sin nada…pero fue feliz

Tenía entre cinco y seis años; una familia humilde pero digna en esa época en donde el sacrificio, era el ejercicio nuestro de cada día; para mantener viva la esperanza de alcanzar un futuro mejor traducido en un ascenso social como así deseaban sus padres.

Habitaban una casa antigua, de las llamadas “casa chorizo” en un barrio de gente de trabajo, llamado Flores, casualmente el mismo en que nació el que hoy es el Papa Francisco. Las particularidades de las numerosas casas de este tipo, poseían la particularidad de la distribución del lado izquierdo del terreno que ocupaban ambientes uno tras otro.

Así generalmente; primero el frente de la vivienda con dos pequeños balcones con piso de marmol y frente de hierro artesanalmente fundido hacia el exterior, constituyendo esa  primera habitación lo que se denominaba como comedor, es decir un ambiente en que rara vez se festejaba algún acontecimiento, ya que en esa época era muy común que la familia tuviera como lugar de reunión y corazón de la casa, la cocina. Las ventanas de ambos balcones se encontraban protegidas por celosías de madera.

Dado que la familia constaba de seis miembros; los padres y cuatro hijos, el comedor contaba con dos sofás rebatibles que se conviertían en camas a la noche, para asegurar el sueño de las dos hermanas mayores. A continuación, otra habitación para el matrimonio y junto a su cama de dos plazas, una pequeña cama en que descansaba Roberto, el menor de la familia que no lograba dormirse, si no fuera porque su madre Sara le sostenía su mano, hasta que el sueño lo vencía.

A dicha habitación continuaba otra, la que era alquilada a terceros ya que para mantener a una familia con el único sueldo del marido y otros pequeños ingresos, se hacía difícil. Debemos ubicarnos temporalmente hace poco más de sesenta años en que los techos de estas casas eran abovedados bajados en yeso y en el exterior protegidos con chapas de zinc, lo que significaba que cada tanto el padre, se viera obligado a subir a retirar las hojas de los árboles que se juntaban en las canaletas o tapaban los desagües.

Siempre sobre la izquierda del terreno, continuaba con la cocina que carecía hasta hacía poco tiempo de gas natural y debía cocinarse con carbón o leña. También para los más chicos era el lugar ideal del baño en invierno, el que se llevaba a cabo dentro de un gran tacho de zinc, para no pasar el gélido frío de los inviernos crudos de aquella época.

Alguien se preguntará y se contestara ¿Pero cómo, no había baño? Si, obviamente había pero no con bidet, bañera o hidromasaje o bañador. En aquel entonces el baño solo poseía un lavabo simple y un inodoro, con una puerta de madera, que era una muy particular.En su parte inferior estaba abierta aproximadamente del nivel del piso unos 60 centímetros y en la parte superior igual centimetraje. Eso producía, que en invierno nadie se estuviera entreteniendo leyendo o meditando en el baño, ya que de lo contrario sufriría una hipotermia.

Al final del terreno; una escalera de chapa excesivamente ruidosa llevaba a una habitación pequeña, la que era ocupada por el hijo mayor y eventualmente por algún otro huésped.

Sobre toda la parte izquierda del terreno – pensemos que la dimensión del mismo era de 8.33 metros de frente por 23 metros de fondo.-se encontraba el patio y unos canteros a ras del piso de mosaicos en donde se hallaban algunas plantas y un par de árboles pequeños.

La entrada constaba de una puerta cancel -de dos hojas- de madera y con una cerradura común (en tiempos en donde las casas de la ciudad, generalmente se encontraban abiertas durante el día), tal que era más que rarisimo que hubiera delito alguno. Por el contrario; el vecino en aquel tiempo era más solidario que cualquier familiar que se encontraba lejos. Era común ver a las vecinas conversar amablemente de sus cosas y fabricar los “corrillos de rumores” tal cual en la “Vieja Aldea”.

Los niños tenían la posibilidad de estar jugando en la calle, en aquel momento considerada segura, en donde un vehículo a tracción a sangre (caballo) o los primeros jeep o Kaiser Carabela (fabricados en la Provincia de Córdoba) aparecian rara vez, interrumpiendo los juegos infantiles.

Hoy, ya adulto -aquel niño – es quien va describiendo los “variopinto” de una época que no volverá. Tal es así; que recuerda que las estaciones climáticas del año, eran propias de un país de clima templado como la Argentina. Así se podía observar en plena Ciudad de Buenos Aires, en invierno “escarcha sobre el espejo del agua de la vereda”, abrigos pesados, bufandas y todo lo que podía mitigar las heladas mañanas, yendo a la escuela. 

Generalmente las mismas estaban ubicadas por distrito y a poca distancia de los educandos. Así se oía hablar mucho de “los sabañones” en los dedos de las manos u otras partes del cuerpo, debido al frío. Lo que hoy resulta algo de la prehistoria, ora el cambio climático, ora la rotación de la tierra o lo que fuera. Y pensar que pasaron sesenta años.

Hoy la Argentina, se ha convertido en un país cercano a subtropical con calores extremos en verano e inviernos no tan rigurosos. Volviendo a la fisonomía del barrio, eran todas casas bajas con propietarios e inquilinos por igual. 

Un frigorífico frente a la casa que se ha descrito, llamado “Fontana” era el que daba movimiento en verano cuando hasta personas que vivían a una cuadras se acercaban a comprar una, media o un cuatro de barra de hielo en verano, para colocar en aquellas “viejas heladeras” que fueron reemplazadas con el tiempo la mayoría por las Siam o Garef. 

También varios floristas mayoristas como asimismo otros productores de manzanas, llevaban sus productos que eran refrigerados a distintas temperaturas de dicho frigorífico. 

Era más que común; que la leche se vendiera suelta y por casa, a la que arribaba siempre el “vasco” con sus tarros y medidas, que ingresaba a cada casa como un amigo más y dejaba la leche que le pedía la mujer de la casa. Lo mismo sucedía con el “carrito” de Panadería Argentina, que con sus bocinazos avisaba de su llegada al atardecer, con esos primeros panes largos “tipo baguettes” crujientes y fresquitos”. 

Así podríamos enumerar que los almacenes del barrio, que eran varios y todos tenían trabajo -vendían sueltos productos como galletitas, azúcar, arroz, legumbres, y tantos otros productos. Hasta existían vinerías, que vendían vino sueltos de los cascos que tenían en su negocio, de acuerdo a las necesidades de cada cliente.

En verano, para alegría de los chicos y de los “no tan chicos”, de la nada aparecían los blancos inmaculados de los carritos de los helados “Laponia”; únicos en ese tiempo. 

Un mes antes de las fiestas de fin de años; aparecian arrogantes un “batallón de pavos”, controlados por la larga vara del “pavero” y se detenia cuando algun vecina o vecino, lo detenía para elegir a uno de ellos, llevándolo a su casa ´para engordar a base de nueces y otras semillas, generalmente para tenerlo unos días antes de Noche Buena, en que se lo sacrificaba y se lo enviaba a alguna panadería que lo cocinaba en su horno a leña.

Así también era común que hubiera para las “señoritas” academias de “corte y confección”, “de mecanografía” o de “idiomas”, además de los estudios oficiales, para prepararlas en las tareas cotidianas del hogar. 

Hoy los “grupos feministas” que existían en aquel momento se pondrían tales como “mujeres al borde de un ataque de nervios”. 

Pudo observar el niño ya adulto, también a las vacas pasar por su calle, en donde quien las guiaba vendía leche extraída en el momento. Obviamente al ser leche cruda, se debía realizar el proceso de hervido un par de veces, para evitar cualquier problema de salud en la familia.

El hombre – gozó y se felicitó internamente por recordar tantas cosas de sus cinco o seis años-, pero se dijo a sí mismo que seguramente saldrían situaciones vividas, mientras avanzara en sus relatos.

Pero rápidamente recordó lo que lo había conmocionado a los cinco años. Como detalló, él dormía con sus padres y de la mano de su madre cada noche terminaba durmiendo, debido al cansancio del día soltando su mano. Solo recuerda que era una noche de invierno. 

Unos gritos feroces a la madrugada, que lo despertó bruscamente observando fuera de sí, a su padre martillando la pistola 45, apuntando hacia el techo diciendo frases ininteligibles, pudiendo sólo entender que pedía leche. Sus ojos se abrieron y el miedo que sintió lo petrificó. Ni sabe bien aún hoy, quién lo sacó de la habitación.

El hombre olvidó escribir, sin ningun proposito desde ya -que su padre estaba alistado hacia veinticinco años en la Policía Federal Argentina y hacía poco tiempo había estallado la Revolución Libertadora, que derrocó al Presidente Juan Domingo Perón, situación que lo había consternado seriamente pero que nadie supo darse cuenta. Además de su trabajo, a veces hacía guardia de 24 horas por 48 horas; cuando salía de su turno se dirigía a una curtiembre como a pulir vidrios, trabajos realmente insalubres pero que era necesario hacerlos para llevar un refuerzo para los gastos de la familia. 

La madre del niño, como la mayoría de las mujeres de entonces era “Ama de casa y administradora del hogar”, y a veces él se preguntaba cómo podía llegar a trabajar tanto en la casa y siempre tener el tiempo como para llevar a sus hijos a controles médicos, odontológicos o los que pudieran necesitar. Lavar a mano cada semana 12 sabanas a mano, reciclar lo que había quedado de la comida anterior, coser o tejer para toda la familia, ir a la feria en donde puesto por puesto, buscaba el mejor precio y calidad, hacer escaldar cada tanto por un colchonero la lana de los colchones, hacer que la única fiesta familiar que se festejaba en el año fuera única y especial con todo su esfuerzo, así como tantas otras cosas hacían pensar hoy al niño ya adulto que escribe esta historia, qué mejor “Mujer Maravilla” que su madre, no ha existido jamás.

Pero esa madrugada quedó grabada “a fuego” en su memoria. Para un niño de 5 años es algo que no tiene explicación. Su padre fue internado por espacio de un año en un Instituto Neuropsiquiátrico; en lo que hoy hay una Plaza llamada “El Ángel Gris” en honor al libro del escritor Alejandro Dolina por su libro Crónicas del Angel Gris. Ese Instituto ocupaba un predio entre las calles Avellaneda, Bogota, Calcena y Donato Alvarez. Al niño le dijeron que padre había sufrido una “psicosis” -como si el, en ese momento pudiera comprender de qué se trataba- El hombre asulto sí, recordaba con una pequeña opresión en su corazón, cuando llevado los días domingos visitaba a su padre, que con sus ojos claros y esa sonrisa tan blanca como siempre, lo besaba apareciendo al momento una enfermera impecablemente de blanco, que muy amablemente le daba una naranja. El lugar, recuerda, tenía muchos edificios rodeados de parques con palmeras y distintos tipos de plantas. Sí recordaba que el Director era un tal Doctor Bosch. Se enteró de esto, cuando escuchó que a su padre le habían aplicado 20 electroshock. El momento más triste era la despedida de cada domingo durante esos doce meses; todo el perímetro del Instituto se encontraba alambrado hasta una altura de más de dos metros; el niño pasaba sus pequeños dedos para sentir el calor de la mano grande y buena de su padre. No había día; en que lágrimas inundaban sus ojos…

Esto continuará de acuerdo a que el adulto -ayer niño- pueda seguir recordando en detalle. Muchas gracias.