Las beguinas eran mujeres cristianas laicas que buscaban vivir una vida espiritual dedicada a Dios, pero sin ingresar en un convento y tomar los votos religiosos.
A la mayoría, el nombre de Marguerite Porete no le dirá nada, pero su libro, «El Espejo de las Almas Simples y Aniquiladas», es considerado una obra maestra de la literatura mística, y ha sido objeto de estudio y discusión durante siglos, a pesar de que para su autora supuso la muerte en la hoguera el 1 de junio de 1310.
Nacida en Valenciennes (Francia) en torno al año 1250, poco se sabe de su vida antes de que comenzara a escribir, siendo su obra clave la mencionada «El Espejo de las Almas Simples y Aniquiladas», un tratado místico que describe el proceso por el cual una persona puede alcanzar la unión con Dios a través de la aniquilación del yo y la entrega total al amor divino.
Porete habla de la unión con Dios de una manera que algunos líderes religiosos de la época consideraron herética y peligrosa. La obra, escrita en su lengua, picardo, y no en latín como dictaban las reglas eclesiásticas, era «un libro itinerario espiritual» que leía en voz alta en distintas localidades, haciéndolo peligrosamente popular. El libro fue prohibido en 1308 por el obispo de Cambrai, Gui de Colle-Meuse, y Porete fue arrestada y acusada de herejía.
Ella se negó a retractarse de sus ideas y fue encarcelada hasta que, finalmente, fue llevada ante un tribunal inquisitorial en París en 1310. Allí, se negó una vez más a retractarse de sus enseñanzas, y fue condenada a muerte en la hoguera como hereje. Porete fue ejecutada en la Plaza de Grève en París.
La muerte de Marguerite Porete se ha interpretado como un ejemplo de la intolerancia religiosa y la represión de la libertad de expresión en la Europa medieval. Sin embargo, su obra ha sobrevivido y ha sido redescubierta y estudiada en tiempos más recientes. Se la considera una figura importante en la tradición mística occidental, y su obra sigue inspirando a personas interesadas en la vida espiritual y el camino hacia la unión con Dios.
En el Concilio de Vienne, celebrado por la Iglesia católica en la ciudad francesa de Vienne (Francia), en la catedral de San Mauricio, entre el 16 de octubre de 1311 y el 6 de mayo de 1312, se abordó, entre otros muchos asuntos como la supresión de la orden de los Templarios, el tema de Marguerite Porete y se llamó al orden a las beguinas seguidoras de sus escritos espirituales, acusados de dar vida al movimiento del Libre Espíritu.
Así, la acción de Porete puso el foco en las beguinas, un movimiento religioso y social que surgió en Europa durante la Edad Media. Aunque su origen exacto es incierto, se sabe que las beguinas comenzaron a aparecer en las ciudades del norte de Europa, particularmente en los Países Bajos, durante el siglo XIII. El movimiento se extendió rápidamente por toda Europa, y las beguinas se convirtieron en una presencia común en muchas ciudades y pueblos durante los siguientes siglos.
Las beguinas eran mujeres cristianas laicas que buscaban vivir una vida espiritual dedicada a Dios, pero sin ingresar en un convento y tomar los votos religiosos. En cambio, vivían en comunidades o solas, y se dedicaban a la oración, la meditación, el trabajo y la caridad.
Las beguinas creían que podían alcanzar la santidad y la salvación a través de la vida cotidiana y el servicio a los demás, sin necesidad de retirarse del mundo.
Las beguinas eran conocidas por su devoción y su trabajo en beneficio de los demás. Muchas se dedicaban a cuidar a los enfermos y los pobres, y trabajaban en hospitales y leproserías. Otras se dedicaban a la enseñanza, y fundaron escuelas y academias para niñas y jóvenes mujeres. Las beguinas también eran famosas por su habilidad en la costura, la bordadura y la elaboración de textiles, y algunas se ganaban la vida con su trabajo.
A pesar de su devoción y su trabajo, las beguinas a menudo eran objeto de sospechas y persecuciones. Muchos líderes religiosos y políticos veían con recelo la existencia de estas comunidades de mujeres que vivían fuera del control de la iglesia y el estado. Las beguinas eran acusadas a menudo de herejía y brujería, y muchas fueron arrestadas, encarceladas, torturadas y ejecutadas durante la Edad Media y la época moderna.
A pesar de las persecuciones, las beguinas continuaron existiendo y creciendo en número durante siglos. En los Países Bajos, las beguinas llegaron a ser tan numerosas que llegaron a ser consideradas una fuerza social y económica importante.
Las beguinas fundaron sus propias iglesias, hospitales, escuelas y talleres, y llegaron a ser conocidas por su habilidad en el comercio y el trabajo textil. En otras partes de Europa, las beguinas también fueron activas y respetadas, y algunos líderes religiosos llegaron a admirar su devoción y su ejemplo de vida cristiana.
El movimiento beguino comenzó a declinar durante la época moderna, a medida que las ideas y las prácticas religiosas evolucionaban y cambiaban. Muchas beguinas se unieron a órdenes religiosas más formales, mientras que otras simplemente desaparecieron. A pesar de esto, las beguinas dejaron un legado duradero en la historia y la cultura europea, y su ejemplo de vida espiritual y servicio a los demás sigue siendo una fuente de inspiración para muchas personas en la actualidad.
El origen del término «beguina» no está completamente claro, pero existen varias teorías. Una de ellas es que proviene del latín «beghina», que significa «mujer piadosa» o «mujer devota». Otra teoría es que el término viene de una palabra flamenca antigua, «begga», que significa «mujer de la nobleza».
También se ha sugerido que el término se deriva del nombre de una figura histórica conocida como Beatrijs de Nazareth, una mística y escritora medieval del siglo XIII que vivió en el convento de las clarisas en Tienen, Bélgica.
Sea cual sea su origen, lo cierto es que el término «beguina» se convirtió en sinónimo de un movimiento religioso y social que surgió en Europa durante la Edad Media.
Imagen de portada: Ilustración de las Beguinas (Desconocido)
FUENTE RESPONSABLE: La Razón. España. Por Adela Sanchidrián. 28 de febrero 2023.
Sociedad y Cultura/Edad Media/Religión/Mujeres/Las Beguinas
Durante siglos los cátaros llevaron una vida cristiana en sus castillos al margen de la «corrupta» Iglesia oficial, hasta que el papa decidió aniquilar la «peste» que amenazaba su poder.
A principios del siglo XIII, Inocencio III, el papa más importante de la Edad Media, dedicó gran parte de sus energías a exterminar una «peste» que se había instalado en el corazón mismo de la Cristiandad. Era el catarismo, un movimiento cristiano disidente que desde hacía dos siglos había surgido en diversos puntos de Europa. Muy pronto, la aparición más o menos simultánea de las comunidades de cátaros, considerados herejes, se convirtió en una auténtica pesadilla para el Papado y para la Iglesia de Roma.
Desde muy pronto Inocencio III instruyó a los príncipes cristianos acerca de cuál debía ser la conducta a seguir contra los cátaros: «Si alguno recibe, defiende o favorece a los herejes deberá ser inmediatamente considerado como infame, y no podrá ser admitido para los oficios públicos ni podrá recibir herencia alguna. Si fuera juez, sus sentencias serán consideradas nulas; si clérigo, será inmediatamente degradado y perderá todo oficio y beneficio, y, en todo caso, los bienes del hereje serán confiscados…».
¿Qué tenían esas Iglesias esparcidas por Europa para motivar un celo y una persecución tan notables? ¿Hasta qué punto podían constituir una amenaza para la Iglesia Católica? ¿Cuál era su funcionamiento y grado de penetración en la sociedad de su tiempo?
DE BIZANCIO AL LANGUEDOC
No puede hablarse, en rigor, de una única «Iglesia cátara», con una organización estructurada y una doctrina compartida y uniforme. Hay que pensar, más bien, en varias Iglesias dispersas, extendidas de forma desigual, unidas no tanto por estructuras jerarquizadas como por vínculos de hermandad y solidaridad, al estilo de las Iglesias cristianas primitivas. Y, en el plano ideológico, con posiciones doctrinales que, partiendo de algunos rasgos comunes, presentaban, sin embargo, diferencias y matices significativos.
Para empezar hay que recordar la existencia en Oriente de un conjunto de Iglesias surgidas de forma más temprana, a mediados del siglo X en Bulgaria, y más concretamente en la actual Macedonia, bajo el reinado del zar Pedro I (927-969). Este movimiento sería conocido como bogomilismo, por el nombre del primer propagador de la herejía, el pope Bogomilo (palabra que significa «amigo de Dios»).
Carcasona fue gobernada desde finales del siglo XI por la familia de los Trencavel, que erigieron un imponente circuito de murallas. En 1209 Simón de Montfort conquistó la plaza en el contexto de la cruzada contra los cátaros.Foto: Wikimedia Commons
En cuanto al Imperio bizantino, la herejía se extendió a comienzos del siglo XI prácticamente por toda Asia Menor. El jefe más reconocido de esta última Iglesia fue un médico, Basilio, que murió en 1111 quemado en una hoguera levantada en el hipódromo de Constantinopla: fue la primera pira del Imperio de Oriente.
Pero la nueva religión mantendría su vitalidad a lo largo del siglo XIII, durante el cual tenemos constancia de la existencia de dos Iglesias cátaras en Constantinopla, la griega y la latina, más otras cuatro en regiones próximas. Por último, cabe destacar el caso de los territorios eslavos de Dalmacia y Bosnia, que fueron manifiestamente cátaros a lo largo de tres siglos y llegaron a tener el catarismo como religión de Estado.
Otras comunidades cátaras surgieron de forma más tardía en el reino de Francia y sus territorios vasallos (Champaña, Borgoña, Flandes),Aquitania,Alemania (sobre todo en Lieja y en Renania), Italia (con numerosas y activisimas Iglesias, sobre todo en el norte), los condados catalanes al norte de los Pirineos y, naturalmente, en lo que más tarde sería conocido con el nombre de Languedoc.
CÁTAROS, LOS HOMBRES BUENOS
Nos referimos, concretamente, a las tierras comprendidas dentro de los lindes del condado de Tolosa, los vizcondados de Carcasona, Béziers y Albi, el vizcondado de Narbona y el condado de Foix. En estos últimos territorios occitanos, sin duda los más importantes en cuanto a implantación de la Iglesia de los bons homes, está atestiguada la presencia de cátaros ya en el siglo XI y, sobre todo, durante los siglos XII y XIII. Sabemos que en todo su conjunto se formaron cinco «obispados» y más de cincuenta «diaconados», aparte de numerosísimas casas o conventos en multitud de pueblos y ciudades.
El dominico Bernard Délicieux es juzgado en 1319 por denunciar los abusos de la Inquisición en su represión del catarismo. Óleo de J. P. Laurens. 1887. Toulouse. Foto: Wikimedia Commons
La extensión numérica del catarismo occitano ha dado pie a algunas controversias y resulta difícil de establecer con un cierto grado de fiabilidad. Aun así, no parece descabellado cifrarla alrededor de una quinta parte de la población total del Languedoc.
El número relativamente reducido de personas ordenadas por la Iglesia disidente –otra cosa sería la masa de creyentes y seguidores– no podría explicar un desasosiego tan enorme por parte de la Iglesia de Roma si no fuera por una circunstancia muy relevante: el arraigo del catarismo en todas las capas sociales y su especial penetración en algunos sectores dominantes de la sociedad, en particular entre los nobles y los terratenientes.
La Iglesia oficial estaba especialmente preocupada por el arraigo del catarismo entre todas las capas de la sociedad, desde simples campesinos a poderosos nobles.
El caso concreto de Toulouse, estudiado por Michel Roquebert, resulta significativo a ese respecto. En la oleada represiva de 1246-1248, sobre una población de unas 40.000 almas, la Inquisición tan sólo condenó a prisión perpetua a 185 creyentes, es decir, menos del 5% de los tolosanos.
Sin embargo, muchos de ellos eran miembros de las grandes familias ciudadanas, notables que eran asimismo terratenientes o castellanos arruinados de la zona del Lauragais y que tenían casa propia en Toulouse. Y concluye Roquebert: «Multipliquemos la cifra de habitantes por diez; es como si hoy fueran encarcelados, por un delito de opinión, 1.850 personajes notables tolosanos…».
LOS BUENOS CRISTIANOS
¿Cuál era la organización de esas comunidades cátaras? En el plano inferior de su estructura estaban los creyentes, es decir, la masa de los seguidores de la Iglesia que no habían recibido aún el bautismo, el consolament, pero que seguían con devoción los ritos y las predicaciones, y aspiraban a que dicho sacramento no les faltara en el momento de la muerte: de este modo tenían la seguridad de que el espíritu que anidaba en su cuerpo carnal, aprisionado, podría salvarse y ascender al paraíso.
En un segundo plano, el más relevante de todos, cabe situar a los miembros propiamente dichos de la Iglesia, aquellas personas que, tras un período de noviciado, que solía durar entre uno y tres años, habían recibido en vida el consolament como sacramento de ordenación y seguían al pie de la letra las prescripciones de su fe.
Abadía de Saint-Hilaire. Este monasterio benedictino fue fundado a finales del siglo VIII y recibió la protección de los condes de Carcasona. Durante la cruzada albigense se acusó a los monjes de herejía, y la abadía fue saqueada y donada a la comunidad de Prouille. Foto: Wikimedia Commons
Ellos se llamaban a sí mismos simplemente «cristianos» y en el Languedoc el pueblo los llamaba bons homes o bones dones; la Iglesia católica, por su parte, los denominaba «herejes revestidos» (haeretici induti) o, en menor grado, «perfectos», es decir, herejes «completos» o «consumados». El conjunto de esos buenos cristianos constituía la Iglesia de Dios,la Gleisa de Dio, como se la llamaba en occitano. Su misión principal era predicar, efectuar las oraciones rituales, dar el consolament y garantizar la sucesión apostólica –la continuidad de la Iglesia– de acuerdo con las llamadas reglas de justicia y verdad.
Residían en comunidad y trabajaban con sus manos, vivían en la pobreza y con total austeridad, y se atenían a estrictas normas de continencia alimentaria y abstinencia sexual. También vestían con humildad: en tiempos de paz llevaban un hábito negro de burel, los cabellos largos y barba; en tiempos de clandestinidad usaban vestimentas de color oscuro, generalmente azul negro, a menudo con capuchón.
Castillo de Peyrepertuse en el Languedoc. A principios del siglo XIII el señor de la fortaleza, Guillaume de Peyrepertuse, se distinguió por su apoyo a los cátaros, hasta que en 1217 hubo de someterse a Simón de Montfort. El castillo cayó bajo dominio real en 1239. Foto: Wikimedia Commons
Las mujeres también vestían de oscuro y ocultaban siempre sus cabellos con una toca, algo muy usual en esa época. Iban por el mundo en parejas del mismo sexo, a menudo integradas por un buen cristiano y un neófito (sòci). Llevaban consigo el Libro con los textos del Nuevo Testamento y algunas glosas para sus sermones, así como algo de ropa y de comida, y, a menudo, una escudilla para asegurarse de que en todo momento comían en un plato incontaminado de carne.
Al frente de toda comunidad de buenos cristianos estaba un anciano o, en el caso de las comunidades femeninas, según los documentos, una anteposita, es decir, una priora o superiora. Solía ser la persona más antigua en la fe de todos los miembros de su colectivo, y presidía los actos comunitarios y litúrgicos, dirigía la plegaria y ejecutaba el rito cotidiano de la partición del pan. Era, también, responsable de la administración de la casa.
UNA VIDA DE FE Y POBREZA
En un grado inmediatamente superior se encontraba la figura del diácono, la persona que, en tiempos de paz, visitaba las casas religiosas de su zona, era responsable de tutelar su disciplina y buena administración y realizaba todos los meses en cada comunidad el ritual del servici o apparelhamentum (preparación, puesta en disposición), una especie de penitencia colectiva. No sabemos de la existencia de ninguna diaconesa, a pesar de que es sumamente conocido el protagonismo de las mujeres en la Gleisa de Dio, muy superior al de las monjas en la Iglesia de Roma.
Siguiendo el orden jerárquico cabe hablar, asimismo, del hijo mayor y el hijo menor, coadjutores del obispo. El hijo mayor sustituía al obispo en caso de muerte o incapacidad, y era reemplazado, a su vez, por el hijo menor. Más tarde, un nuevo hijo menor era elegido por todos los asistentes en la correspondiente asamblea y consagrado.
Albi, a orillas de río Tarn, fue uno de los principales focos del catarismo, hasta la toma de la ciudad por los cruzados en 1209. La catedral de Santa Cecilia se erigió a finales del siglo XIII, a modo de fortaleza sobre una población aún hostil. Foto: Wikimedia Commons
Por último, en el máximo nivel –puesto que entre los cátaros no existían ni arzobispos, ni cardenales ni papas– estaba la figura del obispo. Era el responsable de su diócesis y la persona que poseía la facultad de conferir la ordenación a los nuevos religiosos. No conocemos tampoco la existencia de obispos de sexo femenino.
Normalmente, todos los miembros de la Iglesia vivían en comunidad –hombres y mujeres por separado–, en una casa religiosa u ostal situada siempre en el interior de los pueblos, en contraste con los monjes católicos que solían buscar lugares lo más alejados posible de la gente para, así, establecer –según se decía– una mejor comunicación con Dios. Allí, los cátaros trabajaban con las manos, compartían el rezo de sus numerosísimas plegarias y practicaban sus ritos. En algunas ocasiones, dichas casas ejercían también funciones de hospedaje u hospital.
Eran, pues, establecimientos religiosos equivalentes a lo que más tarde serían los conventos católicos de las órdenes mendicantes, aunque más pequeños y numerosos, y mucho más abiertos en su concepción puesto que, muy a menudo, vivían o trabajaban en ellos no sólo las personas ordenadas o los novicios, sino también simples creyentes que pasaban allí una temporada, a menudo en compañía de sus hijos.
UN SACRAMENTO SALVADOR
El hecho de que los cátaros propiamente dichos constituyesen una minoría y que sus seguidores tan sólo aspirasen, mayoritariamente, a recibir el consolament a las puertas de la muerte plantea la interesante cuestión de cuáles podían ser los vínculos que los mantenían unidos a su Iglesia. Como es natural, estos nexos, más allá de las relaciones personales o la asistencia a las predicaciones y a algunos otros ritos, existían de forma natural en la vida cotidiana. Dos instituciones originales dan prueba de la persistencia de dicha unión: el melhorier y la convenensa.
En cuanto al melhorier, denominado en las fuentes católicas melioramentum o adoratio, consistía en una práctica –muy visible a los ojos de cualquier espectador y, por lo tanto, arriesgada– por la cual los creyentes mostraban su respeto hacia los miembros de la Iglesia y solicitaban su bendición e intercesión.
El rito incluía tres prosternaciones por parte del creyente, y un diálogo que incorporaba varias fórmulas estereotipadas y dos invocaciones finales. Así, el feligrés que efectuaba el melhorier decía: «Señor, ruega a Dios por este pecador y que Él me conduzca a un buen fin», mientras que el cátaro que lo recibía respondía: «Dios te bendiga, te convierta en un buen cristiano y te conceda un buen fin». La ceremonia acababa con un beso de la paz o caretas.
Un cátaro impone el consolamentum a un fiel moribundo ante el horror de dos frailes franciscanos que se alejan. Biblia moralizada del siglo XV. Foto: Wikimedia Commons
Por su parte, la convenensa (llamada en latín convenientia, o sea, «acuerdo, convención») era en sus inicios la promesa, el pacto, que efectuaba todo buen cristiano de respetar las reglas de su Iglesia.
En tiempos de persecución, el pacto se convirtió en la garantía que tenía cualquier creyente, como resultado de su firme compromiso con la Iglesia y de la Iglesia con él, de recibir el consolament en la hora de su muerte, incluso en el caso de que, a causa de la gravedad de sus heridas, no fuese capaz de hablar ni de rezar el Padrenuestro o, lo que venía a ser lo mismo, de pronunciar las respuestas del ritual.
En la etapa final de la vida de la Iglesia cátara, la convenensa acabó sirviendo para dar respuesta a un angustioso interrogante que se planteaban muchos creyentes: si ya no quedan bons homes, ¿cómo salvaremos nuestras almas?
La respuesta de los últimos miembros de la Iglesia, concretamente de Guilhem Belibasta –el último cátaro conocido de Occidente– cuando se hallaba en la diócesis de Tarragona, fue la siguiente: en el momento de la muerte, incluso si se hallaba en la más completa soledad, si el creyente había efectuado en conciencia la convenensa –es decir, se había comprometido a ella de todo corazón–, recibiría la visita «de un bon home espiritual, es decir, un ángel», que le conferiría el consolament.
Cuanto hemos descrito hasta aquí era aplicable en una situación de normalidad, cuando las armas de combate de la Iglesia católica contra la imparable herejía eran únicamente de carácter pacífico. El panorama cambió por completo cuando los pontífices romanos, apurando su enorme capacidad de presión sobre los nobles católicos, impusieron sucesivamente sobre las tierras del actual Midi francés dos mecanismos represivos: la cruzada contra los albigenses o cátaros (1209-1229) y los tribunales de la Inquisición (a partir de 1231), creados, precisamente, para combatir la herejía.
EL FINAL DE LOS CÁTAROS
La cruzada significó la muerte en la hoguera de miles de cátaros, y tuvo una enorme trascendencia en los planos político y militar, pero no logró su teórico objetivo de acabar con la herejía.
En cierta forma ocurrió más bien todo lo contrario: aun diezmados en sus filas, los cátaros se beneficiaron de la identificación que se produjo, en contra de «los franceses», entre las tierras invadidas por los cruzados y la Iglesia perseguida, así como de la fama de mártires que se ganaron a pulso por los reiterados testimonios de su inamovible fe llevada hasta las últimas consecuencias.
Expulsión de los cátaros de Carcasona en 1209. Miniatura de las Grandes Crónicas de Francia, 1415. Foto: Wikimedia Commons
La Inquisición ya fue otra cosa. Su implacable y sistemática labor en todas y cada una de las poblaciones, a lo largo de todo un siglo, fue destruyendo paulatinamente no sólo las vidas de los bons homes, sino, y más importante aún, las bases sociales de la Iglesia herética.
Santo Domingo de Guzmán fue el fundador de la inquisición y el principal predicador de la destrucción de los cátaros. En este retablo de Pedro Berruguete pintado en 1499 los libros católicos saltan milagrosamente del fuego mientras que los herejes se queman en una ordalía para demostrar la falsedad del catarismo. Museo del Prado, Madrid. Foto: Wikimedia Commons
Sus miembros tuvieron que ocultarse, cortarse las barbas y cambiar sus hábitos, y adoptaron la práctica de pronunciar sus sermones y celebrar sus ritos en los claros de los bosques o en las eras de las casas de labranza; de esta forma evitaban a sus huéspedes que las autoridades demolieran hasta los cimientos sus hogares y los convirtieran en un depósito de basura por haber sido «receptáculo de perfidia». Desde luego, los últimos cátaros pagaron con sus vidas su contumacia en la fe que predicaban y su fidelidad al principio de no mentir jamás.
Así finalizó la Iglesia de los cátaros su paso por la historia: en la década de 1320 en el Languedoc, algo más tarde en Italia y a mediados del siglo XV en Bosnia. Una Iglesia cristiana disidente que, en definitiva, no tenía otro objetivo que volver a las fuentes del cristianismo originario, a la autenticidad del mensaje evangélico que un día predicó, en las tierras de Galilea y de Judea, Jesús de Nazaret.
Imagen de portada: Desde su castillo, los condes de Foix fueron ardientes partidarios del catarismo.Foto: Wikimedia Commons
FUENTE RESPONSABLE: Historia National Geographic. Por Antonio Dalmau; escritor y especialista en historia de los cátaros. 23 de febrero 2023.
Sociedad y Cultura/Edad Media/Historia del Cristianismo/Cátaros/Inquisición.
La campana del toque de queda (en inglés llamada curfew bell) era un campana que se tocaba por las noches en las ciudades y pueblos de la Inglaterra medieval. Como su propio nombre indica, era la señal para que todo el mundo se retirase a su casa, los fuegos se apagasen y se fueran a dormir.
Nació como un aviso para que nadie se olvidase de apagar el fuego en su casa, establecido por Alfredo el Grande, que fue rey de Wessex entre los años 871 y 899 y se proclamó rey de los Anglosajones en 886. La razón fueron los incendios derivados de dejar el fuego ardiendo durante la noche en los hogares, y quizá también la necesidad de evitar los ataques nocturnos de los vikingos.
De hecho la palabra inglesa para denominar el toque de queda (curfew) procede, significativamente, del francés antiguo couvre-feu, que significa cubrir el fuego.
Según cuenta William Andrews en su libro Old Church Lore, publicado en 1891, cuando el rey Alfredo restauró la Universidad que había sido fundada en Oxford por San Frideswide, ordenó, entre otros reglamentos considerados, que se tocara una campana cada noche a las ocho, cuando todos los habitantes de Oxford debían cubrir sus fuegos e irse a la cama.
Los antiguos fuegos se hacían en el centro de un gran hogar, y las cenizas acumuladas se barrían hacia atrás y hacia los lados. A la hora del toque de queda, se retiraban los troncos grandes y se rastrillaban las cenizas frías sobre el fuego para cubrirlo.
Una hoguera así cubierta a menudo se mantiene ardiendo durante días, y puede volver a encenderse […]. La misma costumbre se sigue practicando en los bosques de América, en la sabana australiana y en nuestro propio “país negro”, donde las grandes hogueras de carbón se “rastrillan” a la antigua usanza todas las noches»
William Andrews, Old Church Lore p.229
Parece ser que la costumbre no era solo propia de Inglaterra y es posible que existiese también en otros lugares de la Europa medieval. Voltaire en su Historia Universal dice que la ley lejos de ser tiránica, no era más que una antigua medida, establecida en casi todas las ciudades del norte, y que se había conservado durante mucho tiempo en los conventos.
Estatua ecuestre de Guillermo I el Conquistador en Falaise (Francia), su localidad natal | foto Viault en Wikimedia Commons
La costumbre fue convertida en ley por el rey Guillermo I tras su conquista de Inglaterra en el año 1066. Así desde el año 1068 todos los días a la ocho de la tarde se tocaba en las localidades inglesas una campana que indicaba el toque de queda y la obligación de retirarse a los aposentos de cada uno e irse a dormir.
Algo que se vio como una medida para impedir las reuniones conspirativas de los derrotados anglosajones, pues todos estaban obligados por la norma, tanto plebeyos como nobles.
El caso es que la ley del toque de queda fue rigurosamente aplicada durante los reinados de Guillermo I y su hijo Guillermo II, hasta el punto de convertir en objeto de odio lo que antes había sido una costumbre popular. Se castigaba severamente con la cárcel, e incluso con la muerte, a aquellos que eran sorprendidos infringiendo la norma.
So William decided these rebels to quell / By ringing a curfew – a sort of a bell / And if any Saxon was found out of bed / After eight o’clock sharp it was “Off with his head!” (Así que Guillermo decidió sofocar a estos rebeldes / Tocando un toque de queda – una especie de campana / Y si algún sajón era encontrado fuera de la cama / después de las ocho en punto era “¡Que le corten la cabeza!”)
Eleanor Farjeon, William I – 1066
Afortunadamente no duró mucho. Unos 35 años después de su promulgación la ley fue derogada por el rey Enrique I en 1103. Sin embargo, la costumbre no desapareció y en muchos lugares siguió habiendo una campana que indicaba todas las noches el toque de queda.
Alguien debía encargarse de tocarla todos días a las ocho de la tarde, y por ello se sabe que muchas personas pagaban para que la costumbre pudiera seguir, e incluso se ofrecían tierras a quien quisiera ocuparse de ello. Incluso Shakespeare lo menciona en varias de sus obras.
Vosotros, cuyo pasatiempo / es hacer setas a medianoche, que os regocijáis / al oír el solemne toque de queda (You whose pastime / Is to make midnight mushrooms, that rejoice / To hear the solemn curfew)
William Shakespeare, La Tempestad V.1.47
La hora del toque de queda fue cambiando con el tiempo, retrasándose primero a las 9 y después a las 10 de la noche. En algunos lugares del norte de Inglaterra se mantuvo hasta bien entrado el siglo XIX. Antes de la llegada de la iluminación por gas y luego de la electricidad, la campana era un buen método para guiar a viajeros desorientados en la oscuridad.
En algunos lugares la costumbre se sigue manteniendo. Es el caso de la localidad de Sandwich en Kent, donde la llamada Campana del Cerdo toca todos los días durante diez minutos a las ocho de la noche. En otros como Ruthin en Denbighshire, se recuperó recientemente.
La historia del campesino obligado a disparar una flecha a una manzana puesta sobre la cabeza de su hijo se ha convertido en el mito de la independencia del pueblo suizo a finales del siglo XIII.
La historia de Guillermo Tell es una de las más conocidas que nos ha llegado de la Edad Media. Según el popular relato, Tell era un habitante de Bürglen, en el centro de la actual Suiza, famoso por su puntería con la ballesta.
Hacia 1276 provocó al gobernador del cantón de Uri, Hermann Gessler, negándose a inclinarse ante el símbolo de la autoridad del Imperio: un sombrero colocado en lo alto de un poste que estaba clavado en el centro de la plaza principal.
El gobernador decidió castigar la afrenta y, aun a sabiendas de la fama de buen tirador de Tell, le obligó a disparar a una manzana colocada sobre la cabeza de su hijo menor; si acertaba en el blanco le concedería la libertad, pero si fallaba sería arrestado.
Tell disparó y acertó a la manzana. El gobernador le preguntó entonces por qué había preparado dos flechas si tan sólo podía haber lanzado una, a lo que Tell respondió que, de haber errado, habría disparado la segunda flecha contra él.
Gessler ordenó arrestar al insolente y llevarlo a prisión. Pero durante el traslado en barco, a través del lago de los Cuatro Cantones, se desencadenó una violenta tormenta y Tell aprovechó la confusión para escapar. Luego se dirigió al castillo del gobernador, situado en Küssnacht. Cuando Gessner llegó, lo mató con la segunda flecha.
Una ballesta con arco de metal de mediados del siglo XV.. BRIDGEMAN
TELL, ¿MITO O REALIDAD?
Esta singular historia ha suscitado siempre muchas dudas entre los historiadores.
En el siglo XVIII, Voltaire comentaba: «La historia de la manzana es muy sospechosa, y lo que la acompaña no lo es menos».
En efecto, ningún documento contemporáneo recoge la historia y tampoco menciona el nombre del protagonista. Las primeras versiones escritas de los acontecimientos mencionados datan del siglo XV, y la primera referencia a Tell se encuentra en un texto de 1470, en el que se menciona a un personaje conocido como «Thall».
En realidad, la historia de un hombre valiente que dispara a una manzana colocada sobre la cabeza de su hijo se encuentra en leyendas medievales como la Crónica danesa, de Saxo Grammaticus, fechada en torno a 1200, y en una antigua balada inglesa de William de Cloudesley, entre otras.
Es, pues, muy probable que la historia de Tell fuera una adaptación de esas leyendas.
El autor que ofreció el primer relato extenso del mito de Guillermo Tell fue Aegidius Tschudy, que escribió su Crónica helvética en 1570.
Tschudy compuso su crónica con la única finalidad de agradar a todos sus posibles lectores, y a fin de cumplir con este propósito no dudó en inventar todo tipo de documentos.
La historia de Guillermo Tell estaba, además, relacionada con otra leyenda relativa a los orígenes de Suiza.
Según el relato recogido por el mismo Tschudy, la muerte del gobernador a manos de Tell constituyó la señal para una gran rebelión de los suizos contra el poder imperial.
El movimiento partió de los tres cantones (distritos soberanos) del centro del país, Uri, Schwyz y Unterwalden, cuyos representantes, Walter Fürst, Werner Stauffacher y Arnold von Mechtal, se reunieron una noche junto al lago de los Cuatro Cantones, en un recóndito prado conocido con el nombre de Rütli.
Allí juraron ayudarse mutuamente para liberarse de la servidumbre de los Habsburgo.
BAJO EL YUGO DEL SACRO IMPERIO
Aunque tanto la historia de Guillermo Tell como la del juramento de Rütli son leyendas que se originaron tiempo después, no dejan de tener un trasfondo histórico real.
Hay que recordar que durante largo tiempo los territorios de la actual Suiza, a orillas del lago de los Cuatro Cantones, habían estado bajo el dominio de diferentes señores feudales.
Tras la desaparición en 1218 de la familia de los condes de Zähringen, dueños de una buena parte del territorio suizo, los Habsburgo, la dinastía que rigió el Sacro Imperio Romano Germánico desde 1273, intentaron extender su dominio por el país.
La apertura de los primeros pasos alpinos de Simplón y de San Gotardo aumentó el interés estratégico de esos territorios, que antaño habían estado muy aislados.
El afán expansionista de la familia de los Habsburgo hizo sentir a los cantones, sobre todo a las comunidades rurales que se sabían más indefensas, la necesidad de preservar sus privilegios como territorios libres, dependientes directamente del emperador. En las comunidades alpinas existía una larga tradición de pactos y alianzas defensivas.
REBELIÓN EN LOS ALPES
Por su peculiar orografía, la dominación de los señores feudales era prácticamente inexistente: cada comunidad estaba regida por un gobernador (Landammann), una figura meramente representativa que solía ser el mayor terrateniente de la comunidad en cuestión.
Los hombres libres prestaban un juramento para reforzar la autoridad del gobernador y asegurar, de este modo, la paz interna en su territorio.
Los representantes de los tres cantones centrales suizos llevan a cabo el solemne juramento de Rütli. Óleo por Johann Heinrich Füssli. 1779.BPK / SCALA
Fue así como en 1291, tras la muerte de Rodolfo IV de Habsburgo, las familias que acaudillaban los cantones de Uri, Schwyz y Unterwalden reforzaron su alianza para hacer reinar el orden en las tierras dominadas por los Habsburgo sin la intervención de éstos. Lo hicieron mediante un juramento escrito, celebrado ante un juez.
El texto empezaba así: «Por eso, toda la gente del valle de Uri, la totalidad del valle de Schwyz y la comunidad de la gente del valle inferior de Unterwalden, considerando la malicia de los tiempos, a fin de que puedan mejor defenderse a sí mismos y a los suyos y conservar un estado adecuado, de buena fe han prometido darse ayuda, consejo y favor con personas y bienes, dentro de los valles y fuera de ellos, hasta más no poder, contra todos y cada uno que pueda hacer fuerza, molestia o agravio a cualquiera de ellos, o hacer daño en sus personas o bienes».
EL NACIMIENTO DE UNA NACIÓN
El resultado de este pacto fue más allá de lo esperado: poco después, Zúrich, ciudad dependiente directamente del Imperio, decidió sumarse al acuerdo, y otras ciudades libres y cantones no tardaron en imitarla, dando lugar con ello a una nueva confederación territorial.
En 1339, las tropas de Berna y sus aliados suizos vencieron al ejército austríaco en la batalla de Laupen. Miniatura de la Crónica Oficial de Diebold Schilling. 1450..AKG / ALBUM
Pero esta actuación de autogobierno y autodefensa no se avenía en absoluto con las pretensiones imperiales. En 1315 se produjo un enfrentamiento entre los campesinos y los soldados enviados por el emperador para poner freno a sus repetidos ataques contra el convento de Einsiedeln. La victoria de los campesinos en la batalla de Morgarten animó a otros territorios libres a unirse a los cantones centrales. El pacto fundacional del Rütli empezaba así a conformar un nuevo país de hombres y territorios libres: la Confederación Helvética.
GUILLERMO TELL, HÉROE ROMÁNTICO
Con el tiempo, la liberación de los territorios de la Suiza central y la constitución de la primera alianza entre cantones quedaron encarnadas en un mito de extraordinaria fuerza, el de Guillermo Tell y su rebelión contra el gobernador Gessler.
Elaborada en el siglo XV, la historia se divulgó con gran rapidez entre la población.Por ejemplo, hasta bien entrado el siglo XX se hicieron representaciones de teatro popular sobre la historia de Tell.
Sin embargo, puede decirse que fue en el siglo XVIII cuando Guillermo Tell se consagró como un héroe de la libertad helvética.
En 1736 se imprimió por primera vez la crónica de Tschudy, que desarrolla ampliamente los acontecimientos relacionados con el personaje, y esa obra sirvió de base para el amplio relato que el historiador Johannes von Müller incluyó en su Historia de Suiza publicada en 1778.
Gracias a esta obra Tell se convirtió en el auténtico representante del espíritu nacional alpino y difundió por todo el mundo la imagen de los suizos como un pueblo pacífico, que vivía en armonía con la naturaleza que lo rodeaba y que había sido capaz de conseguir su independencia por medio únicamente de su propio valor.
Pero la realidad era bien distinta. Las difíciles condiciones de vida de cazadores y campesinos en esos cantones alpinos les obligaron a realizar con frecuencia expediciones armadas para apoderarse de pastos y atacar algunos conventos cercanos.
Basándose en Müller, un gran escritor alemán,Friedrich von Schiller, publicó en 1804 una obra de teatro sobre el personaje que alcanzó resonancia mundial.
A pesar de no haber estado nunca en Suiza, Schiller compartía el filohelvetismo tan de moda en su época, la idealización de los suizos como un pequeño pueblo que había conquistado su libertad frente al despotismo que dominaba en otros países.
Las ardientes frases del personaje en la obra de Schiller –»Lo que las manos alzaron, las manos pueden derribarlo. Dios nos dio la fortaleza de la libertad […] El reinado de los tiranos violentos es el más breve»– hicieron de Guillermo Tell un símbolo de la libertad universal y un precursor de la lucha por los derechos humanos.
Imagen de portada: Bridgeman
FUENTE RESPONSABLE: Historia National Geographic. Por Isabel Hernández. Universidad Complutense de Madrid. 7 de febrero 2023.
En el condado de Warwickshire, en Inglaterra, un buscador de tesoros aficionado ha descubierto con su detector de metales un colgante de oro con las iniciales grabadas de Enrique VIII y Catalina de Aragón. Una vez dado aviso a las autoridades, se inició una excavación arqueológica de emergencia en el lugar que, sin embargo, no ha proporcionado más hallazgos.
No es ningún secreto que en Inglaterra existe desde hace mucho tiempo una gran afición a la búsqueda de tesoros mediante el uso de detectores de metales. Tanto en la campiña, como en los prados o en las montañas es muy habitual encontrar a personas «armadas» con detectores de metales «barriendo» el suelo la esperanza de algún día hacer el hallazgo de su vida, ya sea por su valor económico (recordemos que en Gran Bretaña las autoridades recompensan a quien avisa de un hallazgo arqueológico) o simplemente por lo extraño de su procedencia.
Uno de estos «detectoristas», tal como se les conoce popularmente, ha tenido la fortuna de localizar en el condado de Warwickshire, en Inglaterra, mientras realizaba una de sus «operaciones de búsqueda», una joya hecha de oro, con un colgante en forma de corazón unido a una cadena de oro de 75 eslabones. Una pieza de un valor incalculable.
¿UN MEDALLÓN COMO PREMIO?
Los expertos han datado la joya a principios del siglo XVI, concretamente alrededor del año 1521, en la época en la que Enrique VIII de Inglaterra y la princesa española Catalina de Aragón, hija de los Reyes Católicos, eran los monarcas de Inglaterra. La parte frontal del colgante está decorada con la típica rosa Tudor, roja y blanca, entrelazada con un arbusto de granada (los símbolos de Enrique VIII y Catalina de Aragón). En la base puede leerse la inscripción + TOVS + IORS, un juego de palabras en francés para escribir la palabra «siempre» (toujours).
Los expertos han datado la joya alrededor del año 1521, cuando Enrique VIII y Catalina de Aragón eran los monarcas de inglaterra.
Reverso del medallón de oro en el que pueden leerse las iniciales de Enrique y Catalina (H y K).Foto: Historic England
En la parte posterior del colgante están grabadas en escritura lombarda (también llamada mayúscula gótica) las iniciales «H» y «K» (Henry y Katherine), unidas por una cinta. Nuevamente, en la base de las iniciales puede volver a leerse la inscripción + TOVS + IORS.Los investigadores creen que esta joya pudo haber constituido un premio o ser un objeto usado por personas que participaban en algún tipo de evento. Según los expertos, este diseño es muy similar a uno que formó parte de un bardo (conjunto de las diferentes piezas que componían la armadura de protección de un caballo) y que se usó en una justa en Greenwich en 1521.
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UN DESCUBRIMIENTO EMOCIONANTE
Como en todos los casos de hallazgos realizados por «detectoristas», el descubrimiento de este medallón ha sido comunicado al Portable Antiquities Scheme (PAS), un programa de voluntarios a cargo delMuseo Británico y Amgueddfa Cymru(Museo Nacional de Gales) que registra pequeños hallazgos de interés arqueológico. Estos, a su vez, informan a Historic England, oficialmente Historic Buildings and Monuments Commission for England (Comisión de Edificios y Monumentos Históricos de Inglaterra), cuya misión es proteger el entorno histórico y el patrimonio de Inglaterra.
Todos los hallazgos encontrados por los ‘detectoristas’ son comunicados al Portable Antiquities Scheme.
A la izquierda, retrato de Enrique VIII realizado por Hans Holbein el Joven, y a la derecha, retrato de Catalina de Aragón realizado por Lucas Horenbout.Foto: PD
Respecto al sensacional hallazgo, Duncan Wilson, director ejecutivo de Historic England, ha declarado que «este hermoso colgante es un descubrimiento emocionante que nos brinda una conexión tangible con Enrique VIII y Catalina de Aragón y enriquece nuestra comprensión de la corte real inglesa en ese momento histórico concreto».
Imagen de portada: Imagen del colgante de oro encontrado por un buscador de tesoros aficionado. Foto: Historic England
FUENTE RESPONSABLE: Historia National Geographic. Por J.M. Sadurni. 1 de febrero 2023.
Sociedad y Cultura/Edad Media/Historia/Descubrimientos/Actualidad.
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El papa Gregorio IX le excomulgó y tildó deAnticristodebido a que era un Hohenstaufen apoyado por los gibelinos y a que había incumplido las promesas de cambiar su política anti vaticana, negándose a condonar la deuda pontificia y a renunciar a ser legado apostólico en el Reino de Sicilia, además de demorar la cruzada apalabrada.
En cambio, gozaba de un gran prestigio por sus vastos conocimientos, su protección de las artes y las ciencias, y su desprecio por los convencionalismos sociales. Le apodaron stupor mundi (asombro del mundo), pero se llamaba Federico II y fue rey de Sicilia y Jerusalén, aparte de gobernar el Sacro Imperio Romano Germánico durante treinta años.
Su nacimiento, el 26 de diciembre de 1194, ya fue inusual: tuvo lugar en una tienda de la plaza principal de Iesi (zona este de la península italiana), cuando su madre, Constanza de Sicilia, sintió los dolores de parto.
Al parecer estaba allí ex profeso con el fin de que quedase patente el embarazo, ya que tenía cuarenta años, pues como tardó ocho en quedar en estado se había especulado con su esterilidad.
Por otra parte, corría el rumor de que su verdadero padre era un médico, molinero, cetrero o carnicero local, algo seguramente originado por el juramento ceremonial que ella tuvo que hacer en ese sentido y que provocó la improbable leyenda de que el marido de Constanza llegó a dudar, no quedando tranquilo hasta que consultó a la sibila de Eritrea.
El dubitativo marido era el emperador Enrique VI que, si inicialmente aceptó el nombre de Constantino que su esposa eligió para el vástago, dos años después, con ocasión de su bautizo y designación como Rey de Romanos, se lo cambió por el del abuelo, el célebre Federico Barbarroja.
De hecho, el nombre completo fue Federico Rogelio, siendo el segundo el del abuelo materno, el padre de Constanza, soberano de Sicilia; de ese modo se reivindicaba para él el derecho al trono siciliano. Porque aquel niño estaba destinado a reinar allí, a despecho de una profecía que había sobre su progenitora: la de que su matrimonio destruiría Sicilia, tal como relató Bocaccio en De mulieribus claris («Acerca de las mujeres ilustres»).
Su elección como Rey de Romanos también suponía ser heredero de la corona del Sacro Imperio, que incluía territorios en Italia y Borgoña, aunque eran más teóricos que prácticos porque requerían un dominio efectivo a través del ejército.
En ello estaba precisamente Enrique VI en 1197 cuando falleció, dejando una situación complicada porque Constanza, que quedó como regente, quería continuar el proyecto de unir ese reino con Alemania, algo que no gustaba al Papa. Para esquivarlo, nombró sucesor a Federico, quien ascendió al trono al morir ella en 1198. Para evitar las suspicacias del papa Inocencio III, confió a éste la tutoría del muchacho hasta que alcanzara la mayoría de edad.
El pontífice designó para ello al cardenal Cencio Savelli (que en 1216 le sucedería en el trono de San Pedro con el nombre de Honorio III), pero ni la protección papal pudo impedir que Sicilia fuera invadida por Markward von Annweiler, senescal imperial que había servido a las órdenes de Enrique VI y ahora arrebataba el reino a Federico y lo hacía prisionero con la ayuda del tío de éste, Felipe de Suabia, y una flota genovesa.
Von Annweiler falleció en 1202 y le tomó el relevo otro militar germano, Guillermo de Capparone, que mantuvo a Federico en su poder cuatro años más. Irónicamente aquel período de cautividad resultó fructífero, pues recibió clases de Gualterio de Palearia, obispo de Toia y ex-canciller de Sicilia con Enrique VI.
Junto a él aprendió a hablar cinco idiomas (latín, griego, árabe, provenzal y un dialecto siciliano), pero no fueron las únicas enseñanzas; el tutor moldeó a su pupilo hasta convertirlo en un erudito experto en filosofía, astronomía, medicina, matemáticas y ciencias naturales, entre otras disciplinas.
Curiosamente, no sería muy ortodoxo en asuntos religiosos -su racionalismo, aunque moderado, le llevaba a cuestionar dogmas- ni tendría prejuicios a la hora de enfrentarse al privilegium potestatis de la Iglesia, todo lo cual llevó a calificarle de epicúreo -por entonces equivalente a pagano-, razón por la cual Dante le destinó al sexto círculo del Infierno en la Divina comedia.
Es más, si bien consideraba un peligro para Sicilia la abundante población islámica que residía en la isla, hasta el punto de que la deportó a Lucera (en Apulia, en el continente) tampoco tendría problemas en incorporar a seiscientos musulmanes como guardia personal con el práctico argumento de que así contaría con soldados leales que no podían ser excomulgados por el Papa -una constante, como veremos-.
Asimismo, contrató judíos emigrados desde Tierra Santa para que tradujeran abundantes obras escritas en griego y árabe. Y es que Federico sería un mecenas literario, creando la Escuela Siciliana de Poesía e impulsando el uso del dialecto local, algo en lo que fue un adelantado porque el toscano todavía tardaría un siglo en perfilarse como lengua de élite.
El propio Federico escribió un tratado de cetrería (De arte venandi cum avibus, «El arte de cazar con aves»), actividad a la que era tan aficionado que reuniría una buena colección de halcones; colección, por cierto, que se extendía a otros animales, ya que le gustaba la fauna exótica: jirafas, guepardos… hasta un elefante.
Esa pasión por el mundo natural alcanzó cotas tan grandes que, dicen las malas lenguas, experimentó con seres humanos: si es verdad lo que se cuenta, habría encerrado a un reo en un tonel para ver si cuando muriese podía ver el alma saliendo por un agujero; también se rumoreó que aisló a unos niños de toda comunicación para comprobar si podían desarrollar de forma natural algún tipo de lenguaje y así tratar de descubrir el que hablaban Adán y Eva.
El elefante que Federico tenía en Cremona, en una ilustración de la obra Chronica Maiora, de Mateo de París/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons
Ese interés científico se plasmaría en el Edicto de Salerno, por el cual separaba las funciones de médicos y boticarios, poniendo precios fijos a los fármacos; también fomentó la actividad de laScuola Medica Salernitana, una escuela de medicina fundada en el siglo IX a la que ya dedicamos un artículo.
Asimismo, fundó la universidad de Nápoles para mantener a los intelectuales. Cabe imaginar lo cosmopolita que sería la corte de un personaje así, tan extravagante que no le importaba el concepto caballeresco del honor -horrorizando con ello a no pocos coetáneos- y considerado por muchos historiadores un predecesor del Renacimiento.
Así, el apodo que decíamos que recibió, stupor mundi et inmutator mirabilis («asombro del mundo y maravilloso reformador»), podría interpretarse tanto en positivo o en negativo; probablemente en ambos.
En 1208 Federico alcanzó por fin la mayoría de edad. Sibt ibn al-Jawzi, cronista natural de Bagdad, describió su aspecto físico: “El emperador estaba cubierto de pelo rojo; era calvo y miope». Queda claro el color de su cabello, pero no tanto el de sus ojos, que unos dicen que eran azules y otros verdes.
En cualquier caso, parecía claro que necesitaría alianzas para afrontar la rebeldía de los numerosos señores que habían aprovechado aquella turbulenta etapa para desvincularse de su autoridad, por eso Inocencio III arregló su matrimonio con Constanza de Aragón y Castilla, primogénita de Alfonso II de Aragón y viuda del rey Emerico de Hungría, pese a que era mucho mayor que él.
Entretanto, en 1209, la corona del Sacro Imperio recayó en Otón IV de Brunswick, apoyado por el Papa para quitar de en medio a la dinastía Hohenstaufen, con cuyos representantes Enrique VI y Federico Barbarroja, había tenido serias disputas por la primacía de la autoridad; ésa era la cuestión de fondo en lasguerras entre güelfos-partidarios de la autoridad imperial- y gibelinos -partidarios de la autoridad papal-.
Lamentablemente, Otón tampoco se mostró sumiso a la Santa Sede y entró con su ejército en Italia, alcanzando Calabria sin demasiados problemas. La respuesta de Inocencio III fue excomulgar el emperador y convocar en 1211 la Dieta de Nuremberg, en la que se designó a Federico Rey de Romanos otra vez (in absentia).
El joven Hohenstaufen aceptó la condición impuesta de separar los títulos sicilianos e imperiales y acudió a Maguncia en diciembre de 1212, donde fue coronado.
En la práctica sólo le reconoció el sur germano, ya que en el norte había una fuerte implantación güelfa y Otón conservaba su poder. Únicamente las armas se perfilaban como solución y cuando éstas hablaron lo hicieron de forma contundente: en el verano de 1214, el emperador fue derrotado en la batalla de Bouvines por las fuerzas de Felipe II de Francia, aliado de Federico, y acabó depuesto al año siguiente, muriendo abandonado en 1218.
De este modo, se produjo la curiosa ironía de que Federico Hohenstaufen -el apellido que impulsó el partido gibelino- fuera coronado Rey en Aquisgrán con el respaldo del Papa -cabeza de los güelfos-.
La explicación es obvia: Inocencio III aspiraba a tenerlo bajo su control, algo que continuó el mencionado Honorio III (con más razón, teniendo en cuenta que, recordemos, había sido su tutor). Fue éste quien le coronó Emperador en Roma en 1220 y a su hijo Enrique Rey de Romanos. Eso sí, habiendo negociado previamente una serie de condiciones que garantizasen que el poder imperial se mantendría obediente al de la Santa Sede. Cinco años de requiebros, tira y aflojas que culminaron con un precario acuerdo.
La excomunión de Federico II por el papa Gregorio IX, obra de Giorgio Vasari/Imagen:Sailko en Wikimedia Commons
Por lo pactado, Federico se comprometía a condonar la deuda pontificia, renunciar a ser legado apostólico en Sicilia, acudir en ayuda del Imperio Latino de Constantinopla (un estado creado por los cruzados tras la desintegración temporal del Imperio Bizantino) y ponerse al frente de una nueva cruzada para liberar Tierra Santa.
Poco de ello se cumpliría, pues si bien el nuevo emperador nombró a su esposa regente del Regnum (como se conocía entonces a Sicilia, cuyos dominios no se limitaban a la isla sino que abarcaban la mitad meridional de la península italiana) y monarca de Alemania a su hijo, no estaba dispuesto a renunciar a la riqueza agrícola siciliana ni a la autoridad suprema imperial.
De hecho, su labor legislativa en el reino insular, desarrollada a través de las Constituciones de Melfi (o Liber Augustalis, que se mantuvo vigente hasta 1819), buscó reforzar el poder real frente al feudal y retener el privilegio de la legatura apostólica (que le permitía nombrar obispos e intervenir en los asuntos eclesiásticos), pese a su compromiso de renunciar a ella.
Su política en Alemania privilegió a los obispos afines, otorgándoles muchas competencias administrativas pero vinculándolos al Imperio. Su objetivo era una unificación bajo su mando universal, algo que le hacía compararse con Augusto pero que estaba demasiado verde aún para hacerse realidad. Tampoco puso mucho empeño en los Santos Lugares; no se sumó a la Quinta Cruzada -aunque envió tropas- y esperó hasta 1225 para organizar la Sexta.
Todo ello le llevó a un inevitable enfrentamiento con el siguiente Papa, Gregorio IX, que le excomulgó en 1227, le declaró preambulus Antichristi («predecesor del Anticristo») y convocó una cruzada en su contra que nadie atendió.
Sin embargo, tres años después de fallecer Constanza en 1222, Federico contrajo segundas nupcias con Yolanda de Jerusalén; una jugada estratégica porque ella era la heredera de ese reino desde que nació (hija de Conrado I e Isabel de Jerusalén, y nieta de Amalarico I y la bizantina María Comnena), lo que facilitó que en 1227 marchase a Tierra Santa; pero lo hizo sin bendición papal, lo que le valió una segunda excomunión.
La Sexta Cruzada aprovechaba el momento de debilidad por el que pasaba el sultanato ayubí de Egipto, amenazado por parientes de Siria, algo que permitió a los cristianos reconquistar Chipre y obtener negociando la posesión de Nazaret, Belén y Jerusalén.
Así, Federico fue coronado rey de esta última en 1229, pero eso no le congració con Gregorio IX porque las órdenes militares estaban en contra del tratado (debido a que dejaba parte de la ciudad santa en manos musulmanas), hasta el punto de que le atribuyeron la impía frase :«Tres embaucadores han engañado a la humanidad: Moisés, Cristo y Mahoma».
Encima, el año anterior había muerto Yolanda (que sería sustituida por Isabel de Inglaterra, la segunda hija de Juan sin Tierra), nombrando el viudo al hijo que tuvo con ella, Conrado IV, como sucesor.
Peor aún, el Papa se alió con la Liga Lombarda para arrebatarle el Reino de Sicilia, mientras Enrique, el vástago que había tenido con Constanza, había aprovechado la ausencia paterna para separarse de su padre en sus dominios alemanes.
Pero Federico no necesitó tropas para deponer a su vástago y encarcelarlo, entre otras cosas debido a que se negaba a instaurar la recién creada Inquisición.
Además, los güelfos se reconciliaron con los Hohenstaufen en 1235 y eso permitió formar un ejército germano que rechazó la campaña italiana e incluso pasar a la ofensiva invadiendo Lombardía; hasta se permitió celebrar un triunfo a la manera romana, en Cremona.
La Liga Lombarda era una coalición de una treintena de ciudades italianas que ya había combatido y vencido antaño a Federico Barbarroja, pero esta vez fracasó parcialmente al ser derrotada en Cortenuova y Vicenza. Ello supuso la tercera excomunión para el emperador en 1239 y la convocatoria de un concilio para destituirle; la respuesta de Federico fue mandar arrestar a todos los religiosos que acudieran, lo que significó el fiasco de aquel sínodo, y marchar sobre Roma.
La ciudad se salvó porque la muerte de Gregorio IX en 1241 (el mismo año que Isabel) abrió las puertas a un acuerdo con su sucesor, Inocencio IV (si exceptuamos un breve interregno durante el que Celestino II mandó dos semanas), tres años más tarde: el emperador restituía a la Iglesia los Estados Pontificios y liberaba a los clérigos detenidos a cambio de la revocación de su excomunión.
Esa paz vino facilitada por la aparición de un peligro exterior que amenazaba toda Europa: los mongoles de Batú Kan, que en 1241 camparon a sus anchas por Hungría y Polonia.
Federico los admiraba en realidad y como estaba enfrentado con el rey húngaro Béla IV -era aliado del Papa- remoloneo cuanto pudo el envío de ayuda.
Se limitó a rechazar la exigencia de sumisión que le hizo Batú Kan -aunque bromeó con la idea de que podría formar parte de su corte como cetrero- y a realizar una leva para defender las fronteras del Sacro Imperio, aprovisionando todos los castillos para posibles asedios.
Pero Batú Kan sólo atacó algunas zonas fronterizas y después, en 1242, se retiró para presentar su candidatura a la sucesión de Ogodei, que acababa de fallecer, como Gran Kan. La atención volvió pues a centrarse en Italia.
No duró mucho la tranquilidad. El Papa interpretó las cesiones de Federico como un signo de debilidad y no sólo convocó un nuevo concilio en Lyon sino que le excomulgó -era la cuarta vez-, cuando éste se negó a formar parte de una cruzada contra los mongoles.
Además, aprovechando que los alemanes tomaban distancia con los Hohenstaufen, en 1246 incluso nombró un emperador alternativo, el landgrave de Turingia Enrique Raspe, y levantó al norte de Italia contra el titular. Esto tuvo efectos especialmente graves en Parma, donde el campamento imperial fue tomado al asalto y el tesoro robado, dejando a Federico -que se hallaba ausente- sin medios para continuar.
Lo cierto es que estaba enfermo y poco pudo hacer frente a esa oleada de adversidades, en un momento en el que ya desconfiaba de cuantos le rodeaban, algo que empeoró cuando perdió a dos de sus hijos, uno muerto y otro capturado.
Sus comandantes todavía consiguieron algunos triunfos, pero él ya estaba fuera de este mundo espiritualmente y el 13 de diciembre de 1250 también físicamente, a causa de la disentería.
Por suerte no llegó a ver la caída de su dinastía, que acaecería en 1273. No debía ni imaginarla, teniendo en cuenta que antes del óbito se casó con una antigua amante, la noble Bianca Lancia d’Agliano, de la que algunos dijeron que había sido su verdadero amor, aunque otros lo consideran una leyenda romántica.
Y era la leyenda la que iba a mantener el recuerdo del emperador, pues su muerte quedó envuelta en un extraño halo de misterio y fascinación en el que se difundió el rumor de que seguía vivo o de que incluso había resucitado, no faltando noticias de que se le vio bajando al cráter del Etna o que permanecía vivo pero durmiendo en las montañas Kyffhäuser (algo que daría pie al mito del héroe dormido o rey bajo la montaña, que glosaron los hermanos Grimm), lo que propició que años después surgiera un impostor en línea sebastianista.
En realidad está enterrado (hay dibujos de su cuerpo momificado) en la Catedral de Palermo, en un sarcófago de pórfido rojo, junto a sus padres y esposa.
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En 1957, unos trabajadores se toparon con tres esqueletos en la cripta del priorato de Whithorn, en Escocia. Desde entonces, poco ha podido averiguarse sobre quiénes fueron y cómo vivieron estas personas.
Ahora, más de 60 años después, los investigadores han empleado la ciencia forense para ponerles rostro mediante el uso de la reconstrucción facial en 3D y la animación digital, y, así, devolverles en cierto modo a la vida. Conocido como el Caso sin Resolver Whithorn, este proyecto forma parte de una iniciativa liderada por The Whithorn Trust, una organización benéfica escocesa, que administra Whithorn Priory, una de las primeras comunidades cristianas de Escocia.
Christopher Rynn, un antropólogo craneofacial forense, fue el encargado de llevar a cabo la reconstrucción de estos tres individuos utilizando una combinación de la más moderna tecnología y técnicas forenses. Los esqueletos pertenecen a una mujer joven, un sacerdote y el único individuo del que sí se conoce su identidad: el obispo Walter. Este personaje se convirtió en obispo de la comunidad en 1209, según han explicado expertos de los Museos Nacionales de Escocia.
Imagen de los restos del priorato de Whithorn donde fueron hallados los tres esqueletos.Foto:CC (Chris Andrews)
TECNOLOGÍA AL SERVICIO DE LA ARQUEOLOGÍA
El primer paso de Rynn fue crear un escaneo 3D de cada cráneo.»No quería que estos rostros parecieran una escultura digital, así que cuando se trataba de los músculos, los esculpí en cera y luego los escaneé en 3D de la misma manera que se escaneó el cráneo», ha explicado Rynn en la presentación del proyecto. «Hice que pareciera una persona agregando texturas fotográficas, que es un proceso de selección de fotografías de varias personas diferentes que se parecen al modelo 3D y luego las proyecté en el cráneo», continúa.
Reconstrucción digital de uno de los cráneos encontrados. Foto: Museos Nacionales de Escocia (Chris Rynn)
Los resultados de las reconstrucciones en 3D de los tres cráneos son muy realistas. Rynn usó inteligencia artificial para darles vida, hizo que se movieran, parpadearan e incluso sonrieran, dando la impresión de que estaban vivos. «Fue realmente interesante trabajar con todos estos cráneos porque uno de ellos, el del sacerdote, que tenía labio y paladar hendido; es el cráneo más asimétrico con el que he trabajado», ha afirmado Rynn. Por otra parte, según el investigador, «la joven es el cráneo más simétrico con el que he trabajado».
LA HISTORIA EN IMÁGENES 3D
Según Christopher Rynn, la simetría que presenta el cráneo femenino sugiere que la joven poseía una gran belleza: «Cuando la cara crece durante la infancia, durante la adolescencia, no crece simétricamente simultáneamente. Crece de izquierda a derecha; algo así como caminar». La joven, que tenía unos 20 años en el momento de su muerte, fue enterrada en un ataúd de piedra situado frente al altar mayor, junto a la tumba del obispo Walter, lo que hace pensar a los investigadores que tuvo un elevado estatus a pesar de su juventud.
Reconstrucción facial del obispo Walter. Foto: Museos Nacionales de Escocia (Chris Rynn)
Whithorn Trust presentó las animaciones el pasado 30 de septiembre durante elFestival del Libro de Wigtowncomo una forma de volver a visitar «el archivo arqueológico del área», en sus propias declaraciones. Junto a Rynn se encontraban la doctora Kirsty Dingwall, de Headland Archaeology, y el doctor Adrian Maldonado, de los Museos Nacionales de Escocia. «La oportunidad de ver e imaginar que podemos escuchar a estas tres personas de hace tantos siglos es una forma notable de ayudarnos a comprender nuestra historia y ascendencia», ha declarado Julia Muir-Watt, gerente de desarrollo de The Whithorn Trust. «Siempre es un desafío imaginar cómo era realmente la vida en la época medieval, y estas reconstrucciones son una manera brillante de relacionarse con quiénes eran realmente estas personas de nuestro pasado, conocer su vida cotidiana, sus esperanzas y sus creencias», concluye convencida.
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Imagen de portada: Reconstrucción facial de la mujer cuyo esqueleto fue descubierto en el priorato de Whithorn y que vivió en el siglo XIV. Foto: University of Bradford (Chris Rynn)
FUENTE RESPONSABLE: Historia National Geographic. Por J.M.Sadurni. 5 de octubre 2022.
El historiador Eduardo Baura García desvela la creación del mito y las intenciones de sus principales impulsores, los humanistas italianos de los siglos XIV-XVI.
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La primera vez que pisó los vestigios de la Ciudad Eterna, en 1336, Francesco Petrarca quedó todavía más embriagado del mundo clásico. «En verdad Roma me pareció más grande, y sus ruinas también son mayores de lo que había imaginado. Ahora ya no me sorprende que el mundo entero haya sido conquistado por esta ciudad, sino que haya sido conquistado tan tarde», expuso a un amigo en una carta.
El poeta de Arezzo, pionero del humanismo y la literatura renacentista, había descubiertoel legado de la Antigua Romay los autores latinos durante la juventud, en sus años de formación en disciplinas como la gramática, la dialéctica y la retórica. Su devoción por el esplendor político, cultural y religioso de esta época fue in crescendo a lo largo de su vida, y contrastaba totalmente con el tiempo que al él le había tocado presenciar.
Petrarca fue un nostálgico de la Roma clásica y un feroz crítico de su presente, a su juicio, resultado de la inmundicia y de siglos de desperdicio que merecían ser olvidados y desechados. En uno de sus libros de epístolas dirigidas a autores de la Antigüedad, escribió: «Créeme, Cicerón, que si oyeras cómo nos van las cosas, se te caerían las lágrimas, sea cual sea la parte del cielo o del infierno que ocupes».
Dividió el poeta la historia en dos edades claramente diferenciadas: la de la Antigua Roma y la posterior, cuya frontera situó en el siglo IV, cuando el emperador Constantino decretó la conversiónal cristianismo. Y también con el disfraz de pitoniso aventuró «una edad más dichosa». «Lo de en medio es basura», le dijo al religioso Francesco Nelli. En otra carta, señaló: «Si el amor a los míos no me lo impidiera, siempre hubiera deseado nacer en cualquier otra época, y olvidar esta».
Petrarca, el hombre medieval, hijo de las cosmovisiones de su momento a pesar de sus innovaciones, no solo fue el profeta del Renacimiento, sino también el creador de la imagen de la Edad Media—término que no se acuñaría hasta un siglo más tarde— como un tiempo oscuro, bárbaro, inculto, decadente y atrasado. En este sentido, el gran medievalista francés Jacques Le Goff ha definido al poeta toscano como «el primer ‘entenebrecedor’ de la Edad Media».
Trazar los orígenes de ese mito del tenebroso Medievo, tan seductor para las ficciones cinematográficas como la reciente películade Ridely Scott El último duelo, es la empresa que se propone el historiador Eduardo Baura García en Un tiempo entre luces (La Ergástula). El autor señala a Petrarca como el principal responsable de una fake news que se vería consolidada y ampliada mediante las posteriores generaciones de humanistas italianos de los siglos XIV al XVI.
Operación propagandística
En su obra analiza las contribuciones de figuras comoGiovanni Boccaccio,el autor del Decamerón y «el anunciador del Renacimiento italiano»; Flavio Biondo, el primero en fijar una cronología del milenio medieval —inaugurado, según su punto de vista, con el saqueo de Roma por el caudillo godo Alaricoen 410 y concluido en 1442, cuando remató su crónica Historiarum—; o Giorgio Vasari, cuyas Vidas fue el primer volumen que sistematizó la visión tripartita del pasado mediante la fijación de unas fechas aproximadas de duración de la Antigüedad clásica, la Edad Media y el Renacimiento italiano.
La «profunda revolución historiográfica» que impulsó esta camada de humanistas estuvo basada en una exitosa operación propagandística, aunque con un riquísimo material en el que respaldarse —las creaciones e invenciones de los Rafael, Miguel Ángel o Leonardo da Vinci así lo acreditan—: la nueva época había sido capaz de superar la «oscura» Edad Media para adentrarse en una fresca, dorada y brillante en la que las artes y las letras habían «renacido».
«A los literatos y artistas del Renacimiento italianoles interesaba pintar con los trazos más oscuros posibles el Medievo, pues cuanto peor hubiera sido el periodo previo desde el punto de vista de la cultura, más alabanzas merecerían ellos por haber logrado su restauración», resume Baura García. Por lo tanto, concluye que desde su misma invención la Edad Media «nació ya injusta e interesadamente estigmatizada».
No obstante, esa profunda modificación a la hora de abordar la historia, abandonando la explicación secular del pasado en base a criterios teológicos por una nueva comprensión de carácter terrenal, produjo una llamativa contradicción. «Nos encontramos —escribe el historiador— ante la paradoja de que unos autores cristianos, profundamente devotos algunos de ellos, no solo abandonaron la tesis medieval de que la época inaugurada con la venida de Cristo había supuesto el culmen de la historia, sino que pasaron a afirmar precisamente lo contrario, esto es, que la Edad Media, la era cristiana por excelencia, había sido la peor época de la historia».
El propio Petrarca, profundo cristiano, había estrenado este posicionamiento con sus reproches a Constantino: «Pero tú, hombre venerable, ¿qué estabas haciendo? ¿Dónde estabas? Si te deleitabas con la munificencia, deberías haber preservado tus propios bienes; debiste dejar intacta a tus sucesores la herencia del imperio que tú, como guardián, aceptaste». Para el poeta, Italia había sido una tierra colmada de bondades y virtudes antes de la conversión, cuando reinaba el paganismo. Lo que vino después no fue más que infortunio.
Imagen de portada: Ilustración del funeral de Ricardo II de Inglaterra en las ‘Chroniques’ de Jean Froissart (h. 1480)
FUENTE RESPONSABLE: El Español. El Cultural. Por David Barreira. 6 de septiembre 2022.
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Pero tras celebrar el triunfo, debían pensar en gobernar y administrar las nuevas posesiones, además de tratar de satisfacer mínimamente las necesidades de los habitantes de los territorios ahora sometidos.
Los tentáculos administrativos de Roma no eran tan largos como para poder cubrir todas estas obligaciones. Ahí aparecen los ‘publicani’, empresarios privados o sociedades, a los que se recurría para construir la obra pública civil, como acueductos o calzadas; religiosa, como los templos; o las de carácter propagandístico y cultural, como las estatuas, los monumentos, los anfiteatros o los circos. Además, también se encargaban del correspondiente mantenimiento.
Una vez que el Senado aprobaba el gasto, y con las ofertas presentadas en papiro o en pergamino, los censores estudiaban las ofertas, y adjudicaban la obra al proyecto con mejor relación calidad/precio. Pese a la normativa, ser generoso con los políticos, o estar dentro de su círculo de amistades, hacía que las posibilidades de hacerse con el contrato aumentasen.
Hay que tener en cuenta que la mayoría de cargos públicos en Roma eran de periodicidad anual, y no estaban remunerados. Eso hacía que solo las familias pudientes pudieran permitirse ser candidatos, ya que debían financiar las campañas electorales, e incluso los gastos durante su mandato. Y no era barato, porque para ganarse al pueblo costeaban obras públicas o financiaban espectáculos.
Hay numerosos ejemplos, como la alfarda, que era el pago por aprovechar el agua de las acequias; el herbaje, que se pagaba por aprovechar los pastos; el montazgo, que era un impuesto sobre los ganados; el diezmo, que correspondía a una décima parte de las cosechas y que recaudaba la iglesia para mantener el clero… Se pagaba por el depósito de mercancías, por su comercio, por usar molinos y hornos comunitarios, por trabajar la tierra, por entrar en las ciudades, por cruzar puentes…
Todos estos impuestos medievales eran indirectos, se aplicaban independientemente de la capacidad económica del pagador, y gravaban la producción, el comercio o el consumo. Repercutían casi en exclusiva en el pueblo, y beneficiaban a la Corona, la nobleza y el clero.
La sisa, el impuesto a descontar en el momento de compra de ciertos productos.
Otro tema de la sisa, un impuesto que consistía en descontar en el momento de la compra una cantidad de ciertos productos, normalmente un octavo. La diferencia entre el precio pagado y lo que realmente se recibía, la sisa, era el gravamen que iba al fisco.
Aunque en un principio la sisa estaba destinado a cubrir necesidades financieras extraordinarias y puntuales, era tan eficaz que terminó por convertirse en permanente. La Corona podía recaudarlo directamente, o delegar en las instituciones locales, lo que permitía al rey conseguir el dinero por adelantado, que salía de las arcas municipales.
Viendo que era un impuesto seguro, los municipios también quisieron sacar tajada de la sisa, y comenzaron a recaudarlo directamente, en beneficio de sus propias arcas, y no para la Corona. Siempre con la autorización Real, claro, y explicando a qué iban a dedicar la recaudación.
¿Y a qué productos se les aplicaba este impuesto? Pues dependía de cada municipio, pero generalmente a bienes de primera necesidad como el pan, la carne, el aceite, el vino… por lo que era uno de los impuestos más impopulares.
Mejora de las infraestructuras en España
Opinión muy distinta tenían de la sisa los que la recaudaban, porque estuvo en vigor desde del siglo XIII hasta 1845 y, la verdad, sirvió para mejorar las infraestructuras, para la dotación de servidos y para hacer frente a desastres naturales. Algunos ejemplos en España fueron la sisa del vino en Avilés para reparar lo destruido por el fuego; la de San Sebastián sobre las «cosas de comer» para reparar las torres y puentes; la del vino de Burgos para financiar inversiones en el abastecimiento de agua; la del pescado de Sevilla para fortificar Cádiz; la del vino de la Plaza para construir la plaza Mayor de Madrid…
También las hubo para gastos más superfluos, como la sisa del cuarto de palacio de Madrid sobre la carne para construir un habitación en el Palacio para doña Margarita de Austria, la del cacao y el chocolate para «otros» gastos de la monarquía o la del hierro y los metales para «las fiestas y regocijos del casamiento y recibimiento de la reina doña María Luisa de Borbón»; e incluso para fines bélicos como la del tocino y el vino para la guerra de Flandes o la del azúcar para la guerra de Portugal.
Al menos en los grandes núcleos, el recurso más habitual para financiar los gastos de infraestructuras desde la Baja Edad Media hasta la mitad del XIX fueron las sisas.
Imagen de portada: Gentileza de Pinterest
FUENTE RESPONSABLE: elEconomista.es España. Por Lorena Torio y Javier Calvo. 29 de agosto 2022.
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“La gente tiene derecho a vivir como quiera, ya no estamos en la Edad Media”. Estas declaraciones, pronunciadas no hace mucho por un primer ministroeuropeo, demuestran que lo medieval se utiliza a menudo como sinónimo de incultura, barbarie y atraso.
Esa visión despectiva de la Edad Media se puede observar en otros muchos ámbitos. Por ejemplo, desde hace años las películas y series ambientadas en esta época reflejan una sociedad violenta, injusta y supersticiosa. Y esa visión se refuerza mediante una estética cada vez más oscura –al parecer, el sol no salía mucho en la Edad Media–. En ese sentido, El último duelo, la última gran producción de Hollywood ambientada en esta época, representa un ejemploparadigmático de estos tópicos.
Todos estaremos de acuerdo en que meter mil años de historia en el mismo saco se antoja bastante ridículo. ¿Se imaginan que en el futuro se englobe dentro de una época el tiempo entre 1500 y 2500, y que se aplique el mismo calificativo a todos esos siglos?
Además, basta entrar en una catedral gótica para comprobar que la Edad Media tuvo bastante poco de bárbara y de oscura. Quizá por ello, han sido muchos los medievalistasque se han esforzado en mostrar que esa visión despectiva del Medievo es difícilmente defendible. Sin embargo, poco se sabe sobre el origen de esa concepción. ¿Por qué lo medieval tiene tan mala fama?
El valle de la Edad Media
Lo primero que habría que preguntarse es por qué metemos mil años de historia dentro de una misma época, y por qué la conocemos como Edad Media. Fue el suizo Cristóbal Cellarius quien a finales del siglo XVIII publicó un libro que consagró la división de la historia en tres edades: antigua, media y moderna, a la que posteriormente se añadiría la contemporánea.
Lejos de ser adjetivos neutros, estas denominaciones denotan ya una genuina visión de la historia. Al ser definido como Edad Media, el período entre los siglos V y XV pasaba a la historia como una época cuya importancia se reducía a estar entre medias –de ahí el nombre– de otras dos edades más importantes.
Esta visión de la historia podría representarse gráficamente como un paisaje dominado por dos imponentes montañas: la Edad Antigua y la Edad Moderna, separadas entre sí por el valle de la Edad Media. Ahora bien: ¿cuándo comenzó esta visión tan despectiva del milenio medieval? ¿Puede señalarse un momento en particular, o incluso a una persona concreta como responsable de esta concepción histórica?
El creador de la fake news de una Edad Media oscura.
El contexto histórico donde nació la idea de una Edad Media oscura no es otro que el Renacimiento italiano, concretamente el siglo XIV, y el primer autor que la plasmó en sus escritos fue el célebre Francesco Petrarca. Las circunstancias de esta invención historiográfica son ricas y complejas, y en este libro de reciente aparición profundizo en ellas.
De manera sintética, podemos decir que el motivo del desprecio de Francesco Petrarca hacia la Edad Media proviene de su anhelo hacia la Roma antigua. Como gran conocedor de los clásicos latinos, Petrarca no podía evitar comparar la ruinosa situación de la Italia de su tiempo con la gloriosa época romana. Era tal el desafecto que el poeta toscano sentía por su propio tiempo que, en su carta A la posteridad, señaló: “Si el amor a los míos no me lo impidiera, siempre hubiera deseado nacer en cualquier otra época, y olvidar esta”.
En el imaginario colectivo, la Edad Media fue un eterno valle de lágrimas. Aquí, la Crucifixión, parte del panel central del altar de la iglesia franciscana de Múnich, por Jan Polack, 1492. Bayerisches Nationalmuseum, Múnich.
Para Petrarca, con la decadencia del Imperio romano había comenzado una época caracterizada por las tinieblas y la corrupción en todos los niveles: político, religioso y, sobre todo, cultural. Según esta visión, durante la Edad Media la Iglesia se corrompió y las letras y las artes entraron en una época oscura que, para Petrarca, aún perduraba.
En sus Epistolae metricae, el gran poeta toscano lo resumió así: “Hubo una edad más afortunada y probablemente volverá a haber otra de nuevo; en el medio, en nuestro tiempo, ves la confluencia de las desdichas y de la ignominia”. Esta frase sintetiza a la perfección la concepción historiográfica que aún persiste hoy día: una Edad Antigua dorada, una Edad Media oscura y una Edad Moderna que habría de suponer la recuperación de la cultura, es decir, su renacimiento.
La tierra prometida: el Renacimiento
Volvemos a la importancia de las palabras: algo no puede renacer si antes no estaba muerto. El mismo término de Renacimiento, que igual que el de Edad Media sería acuñado un poco después, lleva implícita la afirmación de que durante el Medievo la cultura estuvo muerta.
De las citas de Petrarca se extrae claramente que él se vio a sí mismo dentro de la Edad Media. Como un nuevo Moisés, el poeta toscano previó el advenimiento de la tierra prometida del Renacimiento, pero fueron sus sucesores dentro del humanismo italiano quienes proclamaron la llegada del nuevo tiempo dorado.
Los primeros en hablar de un resurgir dentro del campo de las letras y las artes fueron grandes humanistas del siglo XIV. Entre ellos destaca el célebre Giovanni Boccaccio, el discípulo predilecto de Petrarca. Posteriormente, durante el Quattrocento y el Cinquecento, numerosos autores del campo de las artes y las letras proclamaron el renacimiento de la cultura, que había resurgido de sus medievales cenizas para constituir una nueva época dorada.
El mito se extiende hasta nuestros días
En la Edad Media también jugaban al béisbol. El juego de la Pelota, ilustración de las Cantigas de Santa Maria. Wikimedia Commons
Esta visión historiográfica se propagó rápidamente por Europa. Primero fue la Reforma luterana la que acogió esta idea, sobre todo por la crítica a la Iglesia medieval que dicha visión contenía, y la difundió de manera viral gracias a la imprenta.
Posteriormente, la Ilustración francesa retomó esta concepción histórica. Para autores como Voltaire, la Edad Media representaba todos los errores seculares de los que abjuraron, y de los que pretendían salvar a la humanidad, como el oscurantismo religioso y el predominio del dogma sobre la razón.
Desde entonces, la única etapa en la que se reivindicó la época medieval fue el Romanticismo, si bien de una manera idílica. Los representantes de este movimiento recrearon un tiempo lleno de misterio, maravillas y folclore. Los cuadros de Caspar David Friedrich o las novelas de Sir Walter Scottrepresentan muy bien esa Edad Media de castillos, hazañas y duelos entre caballeros por el amor de una dama.
Obviamente, ninguna de las dos visiones, la renacentista y la romántica, hacen justicia a lo que fueron los siglos llamados medievales. La Edad Media, como todas las épocas históricas –como la nuestra misma–, fue un tiempo con luces y sombras. Un tiempo, en definitiva, que, si nos acercamos a él sin prejuicios ni presentismos adanistas, aún tiene muchas enseñanzas que ofrecernos.