El 28 de octubre de 1986, después de varios días de viaje, el Peban, un vapor de bandera panameña, atracó finalmente en el puerto chileno de Valparaíso. Mientras se preparaba para diligenciar los papeles de aduana, la tripulación recibió la noticia de que se procedería con la incautación de una parte del cargamento.
El capitán, que estaba seguro de que todo lo que llevaba en su barco estaba en regla, preguntó cuál era la mercancía que iban a retener.
La respuesta oficial fue la que menos esperaba: «Los libros», específicamente, 15.000 ejemplares de «La aventura de Miguel Littín clandestino en Chile», escrito por el ganador del premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez que habían sido enviados desde el puerto de Buenaventura, en Colombia.
Y que debían llegar a manos de Arturo Navarro, el representante de la editorial Oveja Negra -que publicaba los libros del Nobel en aquellos años- en Chile.
El libro narraba las peripecias que había que tenido que sortear el cineasta chileno Miguel Littín, quien vivía en el exilio desde el golpe de Estado que llevó a Augusto Pinochet al poder en 1973.
Littín había vuelto a Chile durante dos semanas en 1985 para filmar en la clandestinidad un documental sobre lo que estaba pasando en el país 12 años después de la irrupción militar.
Arturo Navarro era el representante de la editorial Oveja Negra en Chile.
Luego estrenaría el documental «Acta Central de Chile» en el Festival de Cine de Venecia del 86.
Pero el libro de García Márquez iba más allá: contaba sobre todo detalles que no aparecían en la cinta como por ejemplo el encuentro de Littín, quien se había hecho pasar por un empresario uruguayo, con el propio Pinochet en los pasillos del Palacio de la Moneda, donde el presidente de facto no lo reconoció.
«Yo me enteré de la incautación de los libros dos semanas después porque estaba fuera del país», recuerda Arturo Navarro tomándose un café bajo la nave central del Museo Nacional de la Memoria en el corazón de Santiago.
Navarro había regresado de un viaje por EE.UU. a visitar a su familia cuando se encontró con un mensaje de alerta en el contestador automático de su casa. Era de su agente aduanero y le describía una situación crítica: «Arturo, me dicen que los libros fueron quemados».
Arturo Navarro. Esto fue un capricho de Pinochet: no quería ver un libro, mucho menos después del atentado, en el que básicamente describen cómo le habían metido los dedos en la boca»
Para Navarro, el cargamento era fundamental: era el principal producto que esperaba exponer durante la feria del libro de Santiago, que se iba a celebrar pocas semanas después del incidente.
Él, que había sido empleado de la Editorial Nacional Quimantú (ampliamente perseguida por el régimen) y había visto a los militares ejercer la destrucción de libros en primera fila, también sabía que el régimen de Pinochet había flexibilizado sus políticas de censura.
En ese contexto, creyó que la incautación debía ser más un malentendido que un acto de represión y decidió viajar a Valparaíso para resolver el problema personalmente.
«El libro ya había sido publicado en capítulos en Chile por una revista (Análisis) meses antes», señala Navarro. «Sin embargo, lo que me preocupaba es que de acuerdo a la prensa, la incautación de los libros se debía al mal estado de los contenedores, que me parecía una disculpa inusual».
FUENTE DE LA IMAGEN – ARTURO NAVARRO. La noticia salió en varios medios locales.
Los ejemplares habían quedado bajo el control de la jefatura de Zona en Estado de Emergencia, a cargo de militares.
Cuando Navarro se acercó al edificio castrense donde podría intentar rescatar los libros, percibió de inmediato la tensión que se sentía dentro del gobierno por esos días: un mes y medio antes, el 7 de septiembre, militantes del Frente Patriótico Manuel Rodríguez habían estado muy cerca de acabar con la vida de Augusto Pinochet, en un feroz atentado cuando este regresaba a Santiago desde su residencia en el Cajón del Maipo, a unos 50 kilómetros de la capital.
El asalto había dejado cinco escoltas muertos y varios heridos.
«En el edificio logré hablar con un militar de rango medio al que le pedí que al menos me permitiera devolver los libros a Lima», señala. «Pero después de hacer un par de llamadas, finalmente me dijo ‘Navarro, no se preocupe, que los libros ya los quemamos'».
La versión en los medios se mantenía: contenedores en mal estado, lo que podría explicar la incautación, pero nunca la incineración.
Para Navarro era claro que la orden había venido de arriba y, aunque no tuviera pruebas, no se iba a quedar quieto hasta que la gente supiera que el régimen de Pinochet había mandado a quemar 15.000 volúmenes de nada menos que un premio Nobel.
FUENTE DE LA IMAGEN – ARTURO NAVARRO. La noticia apareció en el diario neerlandés NCR.
«Yo sigo sosteniendo que esto fue un capricho de Pinochet: no quería ver un libro, mucho menos después del atentado, en el que básicamente describe cómo le habían metido los dedos en la boca», afirma Navarro.
La noticia lo dejó abatido y sin ejemplares para la feria.
Entonces convocó a ruedas de prensa para dar a conocer lo que había pasado, hizo la denuncia pertinente ante la Cámara Chilena del Libro y aunque dentro del país no hubo mucho eco, en el mundo sí publicaron la noticia.
Navarro guarda recortes de prensa de medios de Grecia, Holanda y Estados Unidos que hablan de los ejemplares calcinados.
Pero quedaba por saber qué era realmente lo que había pasado. «Yo de verdad no creía nada de lo que me habían dicho. Ni siquiera que los habían quemado».
Uno de sus colegas le recomendó que el mejor camino para obtener una respuesta del régimen era la vía diplomática, por lo que decidió acudir a la embajada de Colombia, país de donde originalmente habían salido los libros.
«Ahí conocí a Libardo Buitrago, el cónsul colombiano, quien se ofreció a ayudarme».
FUENTE DE LA IMAGEN -ARTURO NAVARRO. Este es uno de los pocos documentos donde el régimen de Pinochet aceptó que había quemado libros.
Poco después, gracias a la presión de un país extranjero, le llegó al cónsul un papel muy revelador, una carta fechada del 9 de enero de 1987, firmada por el vicealmirante John Howard Balaresque, en la que no solo se confirma la incineración de los libros sino también las razones: a los ejemplares de «La aventura de Miguel Littín clandestino en Chile» se les impuso «una medida de censura previa» por considerar que el contenido «transgredía abiertamente las disposiciones constitucionales».
«Ese papel es el único documento oficial que existe en el que el régimen de Pinochet acepta que quemó libros y que lo hizo por censura. Algo imposible de obtener en esos tiempos», relata Navarro.
«Y ahora está acá, en el Museo de la Memoria».
El documento, con firma oficial, le sirvió a la editorial Oveja para poder cobrar el seguro por la pérdida, pero además implantó en la cabeza de Navarro una certeza que no lo abandonó nunca más: la cultura sería clave en el fin del régimen.
«Esta represión a los libros, a la cultura, se daría vuelta y terminaría siendo uno de los principales motivos por los que Pinochet saldría del poder. Porque fueron los cantantes, los artistas, los escritores quienes serían fundamentales en la campaña de votar No en el plebiscito de 1988 que acabaría con la dictadura», concluye.
Imagen de portada: GETTY IMAGES. Augusto Pinochet se hizo con el poder en Chile mediante un golpe de Estado el 11 de septiembre de 1973.
FUENTE RESPONSABLE: Alejandro Millán Valencia; Enviado especial Santiago de Chile. 3 de junio 2022.
Sociedad y Cultura/Literatura/Chile/Colombia/Censura/García Márquez.
Gonzalo García, el hijo de Gabo, recibe a la LA NACIÓN en la casa de México donde conoció la noticia de la Academia Sueca y Rodolfo Terragno cuenta el proyecto que desvelaba entonces al colombiano: fundar un diario; hoy La Feria del Libro le rinde homenaje a 40 años del premio.
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Ciudad de México. También la materia de los sueños más codiciados puede convertirse en una visión desencantada. Aun para aquellos acostumbrados a sacar provecho de sus alucinaciones. Le sucedió aGabriel García Márquezcasi cuarenta años atrás, al recibir el anuncio del Premio Nobel de Literatura.
Hacía tiempo que el colombiano acariciaba la ilusión del galardón. Sin embargo, la mañana del 21 de octubre de 1982, cuando el célebre escritor de América Latina recibió la llamada de la Academia de Letras de Suecia, esa conquista activó en su mente un temor escondido, su premonición fatal. Ahí, quizás, estaba la significación más compacta de su final, perforando las oscuridades de su corazón: ¿Y si se trataba de la muerte?
La Academia de Suecia fundó su decisión de premiar al autor de Cien Años de Soledad “por sus novelas e historias cortas, en las que lo fantástico y lo real se combinan en un mundo ricamente compuesto de imaginación, lo que refleja la vida y los conflictos de un continente”.
Gabo y Mercedes recrearon la foto junto al árbol de caucho en la casa de Pedregal, México, donde en 1982 los «sorprendió» la noticia del Premio Nobel de Literatura. Editorial PRH
Hace 40 años, en su casa del Pedregal, al sur de la Ciudad de México, donde se instaló y puso fin a las mudanzas de su exilio, Gabo debió entendérselas con lo real y lo fantástico como nunca antes; esta vez, no era él quien dominaba el lenguaje de las conspiraciones.
Así lo hace pensar el encuentro con LA NACIÓN de su hijo Gonzalo García Barcha, diseñador gráfico y editor, a escasos metros del árbol de caucho donde su hermano Rodrigo tomó la famosa fotografía de sus padres -ambos en bata y ropa de cama- tras recibir la noticia.
“Gabo era muy supersticioso. Tenía explicaciones para no ganar el premio. Decía que no quería porque ningún Premio Nobel había sobrevivido más allá de cinco años. Era su excusa”, rememora. Camus lo obtuvo en 1957 y murió en 1960; Faulkner, en 1949 y falleció en 1962.
Los recuerdos del hijo vuelven a pocas horas del homenaje que tendrá lugar este jueves en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, con la participación vía streaming delcineasta Rodrigo García Barchadesde Los Ángeles, la presencia de Jaime Abello Banfi, director de la Fundación Gabo, y de Ezequiel Martínez, director de la Feria, con motivo de los 40 años del Nobel a García Márquez.
El jardinero riega con esmero las rosas, como si Mercedes estuviera por regresar, para contemplarlas después de la siesta. El aire seco de la primavera azteca se vuelve fresco por un instante y las lagartijas huyen de sus escondites, como si quisieran recuperar el calor del que fueron arrancadas. El aroma a flores se mezcla con el de la madera lustrada de los muebles.
Los tapizados blancos lucen inmaculados, como si escogieran la modestia a presumir el rastro incesante de visitantes. Entonces su hijo mira hacia arriba, quizás al primer piso de la casa donde García Márquez pasó sus últimos días, y dice: “El Nobel lo cambió todo”. Fue ahí, asegura, que comenzó la mayor tarea de Mercedes Barcha, la de buscar un respeto entre lo público y lo privado. “No somos figuras públicas”, evoca Rodrigo García a su madre en su libro Gabo y Mercedes, una despedida.
El libro que Rodrigo García, uno de los hijos de Gabo, escribió tras la muerte de sus padres, lleva en la portada la imagen que él mismo tomó el día que conocieron la noticia del Nobel. Editorial PRH
“Nadie pensaba en la posteridad en ese entonces”, reflexiona el hijo, que tenía veinte años. La poca oportunidad para cruzar palabras con su padre en Estocolmo, quizás, debió ser un presagio.
“Gabo iba poniéndose cada vez más famoso. Entraba y salía mucha gente de la casa. Hubo un momento en que salir con él era un evento. Ya muy mayor siento que lo necesitaba. Le gustaba salir y sentir el contacto con el otro. Mi madre hacía los filtros, pero había gente que lograba franquearlos”.
Esa “faceta alienante de la fama”, como refiere Rodrigo, fue la causa probable de que él y su hermano estudiaran y trabajaran fuera de México, volviendo cada tanto. Pero mientras esa fama crecía, y el nombre de Gabriel García Márquez ingresaba en la eternidad, para todos estuvo prohibido hacer planes póstumos.
“¿La posteridad? Nada lo decidió él”, revela Gonzalo. “Él no quería saber absolutamente nada del después. Era parte de su superstición. No se podía hablar de la muerte ni de lo que iba a suceder después de él. Mercedes era mucho más planeadora y por eso había un testamento. Pero no existía manera de hablar con Gabo de nada de eso. No dispuso nada. Nunca hubo ninguna disposición póstuma de su parte. Mi madre iba guardando cosas y hubo un momento en que la empezamos a guiar.
Rodrigo los dirigió hacia el Harry Ransom Center (de la Universidad de Texas, donde se encuentra el archivo digital personal y familiar)”, cuenta. También esa aversión a la desaparición la narra Rodrigo, cuando cita a su padre: “Después de mí hagan lo que quieran”.García Márquez murió en 2014.
Un Nobel obsesionado con fundar un diario
“Gabo más o menos sabía que podía ganar el Nobel. De alguna manera -creo- lo estaba esperando. Aunque no tengo elementos para demostrarlo”, dice Jaime Abello Banfi, director de Fundación Gabo, quien conoció al escritor un año después del premio. Sostiene que desde antes de recibirlo, y aún después, “la mente de Gabo estaba ocupada en crear un periódico”. Iba a llamarse El Otro. “Fue Rodolfo Terragno quien lo convenció de no avanzar con la idea. Y qué bueno, porque hizo algo mayor, que fue la creación de la Fundación”, especula Abello Banfi.
El mismo historiador y político argentino recuerda en diálogo con LA NACIÓN aquellos días. Desde Francia, donde reside tras finalizar su mandato como embajador de Argentina ante la Unesco, Terragno dice: “Yo no lo conocía a Gabo cuando él me llamó desde Estocolmo, donde acababa de recibir el Nobel. Nos vimos una semana después, en París. La idea de hacer un diario le había rondado durante mucho tiempo. Cuando le preguntó a [la artista plástica] Soledad Mendoza quién había creado El Diario de Caracas ya tenía pensado hacer El Otro. Él decía que, ante todo, era periodista. Los dos tomos de Entre Cachacos, que reúnen artículos periodísticos suyos, son una prueba”.
Borges y Gabo
“El nombre de El Otro era una evocación a Borges -recuerda Terragno-. Nunca lo había oído hablar sobre Borges ni a Borges sobre él; ambos eran escritores de géneros, temas y estilos distintos; y políticamente estaban en las antípodas. Recitó uno de los dos sonetos de ‘El Ajedrez’. Me preguntó: ‘¿Qué más se puede decir del rey si ya se ha dicho que es postrero? ¿Qué más se puede decir del alfil si ya se ha dicho que es oblicuo? Borges agota la posibilidad de calificar’, dijo”. Así, recuerda Terragno, El Otro para Gabo debía contener solo adjetivos precisos; iba a prohibir, además, los adverbios terminados en “mente”, pues creía que solo demoraban las frases.
Para Gabo, Terragno debía ser el director. “Yo le decía que no le convenía crear un diario. Para mí habría sido un orgullo dirigir el diario de García Márquez, pero yo creía que a él no le convenía”, dice quien también es miembro de número de la Academia Argentina de Historia y de la Academia Estadounidense de las Artes y las Ciencias.
Para el historiador, el Nobel arriesgaba su prestigio. La carta del 6 de agosto de 1983, en la que le desaconseja que avance con esa idea, fue calificada como un “proyectil epistolar” en el libro Gabo no contado, del periodista colombiano Darío Arizmendi. Terragno guarda un recuerdo entrañable y a la vez amargo de aquel sueño, para el que incluso formaron periodistas de la que sería la redacción.
En 1985, después de tres años de distraer su mente del Nobel y soñar con el diario, ”la ficción terminó”. “Habíamos representado la fundación de un periódico, pero no habíamos encarado un plan de negocios ni la búsqueda de financiación. No habíamos pensando en importar maquinaria, ni siquiera habíamos constituido una sociedad. García Márquez no me necesitaba para crear y darle contenido a su diario”, concluye Terragno.
“Moriré siendo periodista”
Quizás la única vez que Gabo se permitió hablar de la muerte fue con Darío Arizmendi. “¿Quieres que me convierta en un viejito de pantuflas y me encierre en un cuarto para que no se me escape el aroma de la fama?”, le dijo al periodista. En las conversaciones con el periodista colombiano, García Márquez entonces se atrevió a pensar su posteridad. “No quiero que se me recuerde por Cien Años de Soledad ni por el Premio Nobel, sino por el periódico. Nací periodista y hoy me siento más reportero que nunca”, declaró.
En “El Otro”, el cuento de Borges, el escritor argentino se encuentra con su alter ego. Narra: “De pronto recordé una fantasía de Coleridge. Alguien sueña que cruza el paraíso y le dan como prueba una flor. Al despertarse, ahí está la flor”. Para Terragno, todos los periodistas que formaron parte de aquella redacción que nunca nació fueron de alguna manera “inducidos a soñar”. Mucho antes, también Gabo fue encandilado por una flor. Lo acompañó en la creación de Macondo y del resto de sus ficciones. Se dice que fue el día que leyó “Una rosa para Emilia”, de otro Nobel, William Faulkner. En Estocolmo, para recibir la medalla, lo acompañó una rosa amarilla. La superstición pervive sobre su escritorio, donde cerca de su iMac G3 aún hoy reposa un ramo de pétalos apenas abiertos, testigo póstumo de aquel encanto.
Cartas originales enviadas por Terragno a Gabo el 6 de agosto de 1983, después de un año de trabajo conjunto y formar periodistas para aquella redacción que no fue. Las fotos fueron tomadas por Terragno y compartidas con nosotros.Archivo familiar
Fragmento de la carta de Rodolfo Terragno a García Márquez
“El diario que imaginamos es posible y deseable, aún si no fuera tu diario. Contigo sería mucho más que un diario: un fenómeno cultural, una fuerza movilizadora de inteligencia. Con todo creo que si no modificas el proyecto, no debes seguir adelante. En esa entrega, arriesgarías demasiado. Quienes sueñan con un diario (…) aspiran a ser oídos, a ser apreciados, a ser citados; (…), buscan, en suma, prestigio y poder. En tu caso, prestigio y poder sería el capital que arriesgarías. Quizás el diario aumentara tu poder, haciéndolo más tangible y eficaz; pero éste solo cuenta si -aun cuando deseches la posibilidad de ser protagonista- aspiras a un rol político.
Estoy tratando de hacerme cargo de tu egoísmo. Con el mío, te incitaría a seguir; un medio de la trascendencia que tendría El Otro serviría a mi prestigio, sin costo para mí. Yo tomaría parte del crédito y no correría ningún riesgo. Sin embargo este negocio que para mí sería una ganancia para ti sería una pérdida (…). Te obligaría a seducir a ricos, te forzaría a chapalear en un barro cotidiano hecho de fallas mecánicos, problemas de liquidez y conflictos laborales (…). Tener una tribuna en lugar de tener todas. Devaluar tu imagen, porque la familiaridad siempre devalúa, y uno termina empequeñecido por las pequeñeces inevitables de toda rutina colectiva”.
HOMENAJE A GABO
Jueves 5 de mayo, a las 16.30. A 40 años de la entrega del premio Nobel de Literatura a Gabriel García Márquez. Participa: Jaime Abello Banfi, Rodrigo García Barcha (modalidad virtual) y Gloria Rodrigué Presenta: Ezequiel Martínez Organiza: Fundación El Libro y Fundación Gabo Sala: Alejandra Pizarnik Pabellón: Pabellón Amarillo.
Imagen de portada: Histórica imagen de la entrega del Premio Nobel a Gabriel García Márquez, en 1982; aunque quería el galardón, Gabo temía que fuera el final: los ganadores no sobrevivían demasiado después de recibir la medalla. Archivo familiar
FUENTE RESPONSABLE: La Nación. Cultura. Argentina. Por Gisela Antonuccio. Mayo 2022
Sociedad y Cultura/Literatura/Periodismo/Gabriel García Márquez
La actriz y escritora española María Luisa Elío apareció -junto a su esposo- en la primeras páginas del clásico del colombiano. El autor hizo el gesto en agradecimiento al rol que tuvo la ibérica durante la escritura de la novela: siempre estaba atenta a escuchar y leer sus avances. En España, Elío ha vuelto a la palestra por la edición de su obra reunida, que puede ser adquirida desde Chile.
En las primeras páginas de Cien años de soledad -de prácticamente cualquiera de sus ediciones- tras el árbol genealógico de la familia Buendía, suele venir la dedicatoria: “Para Jomí García Ascot y María Luisa Elío”.
La segunda, una escritora española nacida en Pamplona en 1926, acaba de volver a la palestra por la edición de Tiempo de Llorar: Obra Reunida. Un libro que reúne gran parte de su escritura.
Su familia, republicana, debió exiliarse en México tras la derrota de su bando en la guerra civil española. Ahí fue donde Elío desarrolló gran parte de su trayectoria, como actriz y narradora.
María Luisa Elío.
A cargo de esa edición estuvo Soledad Fox Maura, y en declaraciones al sitio El Cultural, señaló: “Lo que me apasiona de ella es que Elío tiene una voz narrativa tan poderosa, tan bella e íntima que es muy fácil identificarse con ella y sentirse cercana a esa narradora/ protagonista y a los personajes que habitan sus palabras”.
“También es emocionante leer a una mujer nacida en Pamplona en 1926 con una voz en primera persona tan moderna, directa, y personal -agrega Fox Maura-.
Con el trasfondo de la Guerra Civil y el dolor del exilio, el drama está servido. No nos cuenta cosas que ya sabemos, sino que es libre de centrarse en ella misma, en su mundo, sus emociones y su pasado”.
Como escritora, Elío publicó Tiempo de llorar (1988) y Cuaderno de apuntes (1995), además de relatos breves.
Su trabajo actoral se basó sobre todo en la televisión mexicana, pero también tuvo un rol en la pantalla grande con la película En el balcón vacío (1962), de corte autobiográfico. Fue dirigida por su marido, el también exiliado hispano Jomí García Ascot.
María Luisa Elío y Gabriel García Márquez.
Amiga de Gabo
Inquieta, Elío en México comenzó a vincularse con la bullente escena cultural latinoamericana de mediados del siglo XX. Su círculo incluía a gente como Octavio Paz, Leonora Carrington, Carlos Fuentes, Juan Rulfo, Emilio Prados, Remedios Varo, Alejo Carpentier y Álvaro Mutis. Entonces, era cuestión de tiempo para que conociera a Gabriel García Márquez.
Y así ocurrió. Fue durante la década de los 60, cuando el escritor colombiano Álvaro Mutis los presentó junto a sus respectivas parejas.
Es decir, el cuarteto era Gabriel García Márquez, Mercedes Barcha, Jomí García Ascot y María Luisa Elío, y terminaron entablando un vínculo muy cercano y estrecho.
“Es una relación que ha traspasado generaciones porque yo mismo soy íntimo amigo de Gonzalo y Rodrigo, los hijos de García Márquez”, señala Diego García Elío, hijo de María Luisa, en declaraciones recogidas por El País.
Al parecer, a María Luisa, socializar era algo que no le resultaba difícil. “Mi madre era una mujer guapa, apasionada y de carácter simpático y siempre estaba rodeada de amigos”, señala Diego.
Para inicios de esa década, el oriundo de Aracataca ya había publicado sus primeras obras: las novelas La hojarasca (1955), El coronel no tiene quien le escriba (1961), La mala hora (1962) y el volumen de cuentos Los funerales de la Mamá Grande (1962). Pero ya estaba masticando la escritura de su próxima novela.
Como señaló Enrique Lihn, la literatura es un ejercicio colectivo, por lo que es usual que un escritor muestre a sus cercanos lo que está escribiendo, con el fin de obtener un feedback.
De este modo, “Gabo” consideró que sus nuevos amigos españoles eran los perfectos para leer lo que llevaba de Cien años de soledad.
Así, Fox Maura señala que más de una vez la misma Elío contaba: “García Márquez se pasó toda una noche contándosela antes de haber empezado a escribirla. Y a María Luisa le volvió loca”.
De hecho, añade que la escena del cura que levitaba, al colombiano le generaba ciertas dudas, pero Elío fue quien le animó a que la mantuviera. “Gabo la llamaba a menudo para leerle los capítulos que iba escribiendo, y consultarle alguna duda”, añade la editora.
En julio del 2001, el mismo autor colombiano narró al matutino El País cómo fue esa trastienda en que la opinión de sus cercanos fue crucial para construir el libro. Y que por lo mismo, nunca dudó en que la dedicatoria del libro tenía que ser a ellos, Jomí y María Luisa.
Claro que primero, su mujer tenía que autorizarlo “Su papel fue tan importante que quiso dedicarle el libro, pero quería hacerlo bien, así que primero pidió permiso a su mujer, Mercedes Barcha ‘La Gaba’, y a Jomi, al que también se lo dedicó, para celebrar su amistad”, relata Fox Maura. El resto es conocido. Cien años de soledad salió en junio de 1967 y se convirtió en un fenómeno literario hasta nuestros días.
María Luisa Elío falleció en México, el 17 de julio de 2009. El libro Tiempo de Llorar: Obra Reunida, puede ser adquirido desde Chile vía Buscalibre.
Imagen de portada: Gentileza de La Tercera. República de Chile.
FUENTE RESPONSABLE: La Tercera PM. Cultura. Por Pablo Retamal N. Febrero 2022.
Sociedad y Cultura/Historia/Literatura/Gabriel García Marquez/María Luisa Elío/Cien años de soledad.
Gabriel García Márquez llegó a México en 1961 decidido a triunfar en el cine como guionista, pero el éxito de Cien años de soledad en 1967 le mostró su destino. Con autorización de la editorial El Equilibrista, reproducimos este fragmento de Gabriel García Márquez. Vida, magia y obra de un escritor global, del historiador Álvaro Santana Acuña, libro revelador que, a partir del archivo personal del Nobel, reconstruye la vida y obra del narrador, con documentos e imágenes raros e inéditos.
El gran Boom de la novela latinoamericana
vino cuando logramos conquistar nuestros
propios lectores en nuestros propios países.
García Márquez.
Con las maletas llenas de ilusiones y su hijo de dos años, Gabo y Mercedes entraron en un país desconocido donde eran de nuevo inmigrantes. La capital, Ciudad de México, era su nueva casa y también la de casi cinco millones de personas. Esta metrópolis milenaria vivía una rápida modernización económica que además hizo florecer su industria cultural. El cine en especial disfrutaba desde hacía veinte años de su “Época de oro”, con películas famosas protagonizadas por Pedro Infante, María Félix, Jorge Negrete, Dolores del Río y Cantinflas, entre otros rostros inolvidables que viajaron por las pantallas de América Latina y España.
García Márquez desembarcó en Ciudad de México buscando El Dorado del cine mexicano. Lo que no sabía es que la ciudad iba a transformarse pronto, al igual que Buenos Aires y Barcelona, en una de las capitales de la “Nueva Novela Latinoamericana”. Este movimiento literario alcanzó un éxito internacional tan repentino y vertiginoso que se empezó a hablar de un Boom de la literatura latinoamericana. Al principio, García Márquez fue tan sólo un testigo accidental del Boom, pero en pocos años se convertiría en uno de sus escritores más conocidos gracias al éxito de Cien años de soledad. Sin embargo, a fines de junio de 1961, cuando llegó con su familia a Ciudad de México, él no podía imaginarse que una novela suya alcanzara la fama.
Los recién llegados fueron recibidos por el amigo incondicional y poeta colombiano Álvaro Mutis, que residía en la capital desde 1956. Fue Mutis quien iba presentando a su amigo a importantes artistas mexicanos. A Gabo no le tomó mucho tiempo demostrar su talento literario e impresionar a sus nuevos colegas y lectores. A los pocos días de llegar, se enteró de que su admirado Ernest Hemingway acababa de morir y decidió homenajearlo escribiendo el artículo “Un hombre ha muerto de muerte natural”, que apareció en el conocido suplemento México en la cultura. El título de su homenaje resultó ser una paradoja porque, en aquel momento, no se dijo que Hemingway se había pegado un tiro con su escopeta favorita. La buena acogida que tuvo su artículo le permitió ir conociendo a “la crema de la intelectualidad”, como Gabo le dijo a su amigo Plinio Apuleyo Mendoza. Pero, como le escribió a otro amigo, Álvaro Cepeda Samudio, no había emigrado a Ciudad de México para escribir sólo literatura, ni mucho menos hacer periodismo, sino que soñaba con trabajar en la poderosa industria del cine mexicano. Aunque le empezaron a pasar cosas que revolvieron sus planes.
Al ir descubriendo su nuevo país, Gabo se encontró con una cultura ancestral que le regalaba inspiración para sus historias. En una carta a Plinio de agosto de 1961, le comentó que durante una visita en un pueblo de Michoacán había visto “a los indios tejiendo ángeles de paja, a los cuales les ponen zapatos y vestidos de la región”. Allí mismo, explicó, se le había ocurrido la idea para escribir “Un señor muy viejo con unas alas enormes”, un cuento en el que las gentes de una aldea visitan maravillados a un ser alado de avanzada edad. Gabo añadió en su carta, “tengo las baterías cargadas para lanzarme a mi viejo proyecto del libro de cuentos fantásticos” que ocurren en un pueblo pobre donde las alfombras vuelan.
Gracias a estos descubrimientos, Gabo empezó a sentir que los sucesos de la vida cotidiana mexicana que presenciaba, donde lo mágico y lo real se mezclaban de maneras que jamás había visto, le estaban animando a retomar el proyecto del que nacieron muchas ideas, historias y personajes para su novela Cien años de soledad y el libro de cuentos La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada. Gabo no era el único que había sentido la llamada inspiradora del realismo mágico mexicano. Le ocurrió a Juan Rulfo, el autor de Pedro Páramo, a quien Gabo conoció en esos años y que tanto le influyó en sus obras futuras. Algo similar le pasó al fotógrafo mexicano Manuel Álvarez Bravo y al director hispano-mexicano Luis Buñuel, con quien García Márquez iba a realizar proyectos cinematográficos.
Al principio Gabo no lo tuvo fácil para entrar en el mundo del cine mexicano y menos siendo un inmigrante sin papeles. Primero, tenía que encontrar un empleador que patrocinase su visado de trabajo. Esa oportunidad le llegó gracias al productor Gustavo Alatriste. Aunque él no quería a Gabo para el cine sino para dirigir dos revistas que acababa de comprar, Sucesos para Todos y La Familia. Gabo sería el responsable de modernizar y aumentar las ventas de ambas. Su sueño de hacer cine hubo de esperar.
Sucesos para Todos, con una tirada semanal superior a los cincuenta mil ejemplares, destacaba entre las revistas más vendidas de México. En aquellos tiempos, aún era caro tener una radio o un televisor en casa, mientras que el ejemplar de una revista lo leían varias personas. Por eso, Sucesos para Todos estaba también entre las más leídas del país. Diseñada para llegar a la mayor cantidad de público posible, la revista ofrecía imágenes llamativas y textos curiosos de lectura fácil sobre noticias de actualidad. Además Gabo le añadió contenidos sobre arte y literatura, publicando durante varios meses una selección de historias de Las mil y una noches, el clásico de la literatura árabe que tanto influyó sobre Cien años de soledad.
La otra revista que Gabo dirigía, La Familia, estaba pensada para las amas de casa de clase media. En sus páginas, él puso la sección “Literatura Sentimental”, que aparecía entre recetas de cocina, patrones de punto para coser y anuncios de milagrosos electrodomésticos. Bajo su dirección, esta revista creció también y hasta publicó fuera de México una edición internacional destinada al mercado latinoamericano.
García Márquez decía que su trabajo era fácil, le dejaba tiempo para escribir y ganaba un buen sueldo. Tras años de penalidades y privaciones, ahora estaba viviendo una vida burguesa y de comodidades. Además, su familia creció en 1962 con la llegada del segundo hijo: Gonzalo. Pero el Gabo creador no estaba contento. Su puesto le parecía la clase más baja de periodismo que había hecho. Por esa razón pidió que no apareciese su nombre en ninguna de las revistas, a pesar de que supervisaba todo, desde la creación de contenidos hasta la revisión de los ejemplares recién salidos de la imprenta. Sin embargo, su actividad en esas revistas acabó siendo una experiencia profesional importantísima, porque, al estar obligado a subir las ventas, tuvo que entender los gustos culturales de sus lectores: las clases medias urbanas de México y América Latina. Estos lectores iban a convertirse en los principales compradores de las novelas del Boom latinoamericano en esos años. Lo que Gabo aprendió en Sucesos para Todos y La Familia le sirvió para llegarle a este público lector que devoró Cien años de soledad.
Gabriel García Márquez en un cameo de En este pueblo no hay ladrones, acompañado del actor Julián Pastor. Editorial El Equilibrista.
Gracias a su buena labor con las revistas, García Márquez se ganó la confianza del jefe Alatriste, quien ya pensaba en él para proyectos mayores. Su jefe era un exitoso productor de cine. Él había financiado dos películas de Buñuel, Viridiana y El ángel exterminador, que recibieron varios premios en el Festival de Cine de Cannes en 1961 y 1962, y que también se ganaron el entusiasmo de los críticos y el favor del público. En 1963, Alatriste le dijo a Gabo que dejase la dirección de las revistas y le ofreció el trabajo de sus sueños: escribir a tiempo completo guiones de cine. Gabo rebosaba de felicidad. Al fin, tras años de sacrificio, había cumplido su deseo de ser “escritor profesional”, como le dijo a un amigo. A otro le comentó, “Todo va muy bien. Vivo exclusivamente de mi sueño dorado: escribo para el cine”. Fue entonces cuando empezó a colaborar en los guiones con una persona que resultó clave en su carrera: el escritor mexicano Carlos Fuentes.
Gabo y Fuentes se habían conocido años antes, cuando el mexicano le invitó a participar en las actividades de “La Mafia”. Con este nombre cariñoso se hacía llamar un grupo de artistas residentes en Ciudad de México. Además de Fuentes, el líder, a “La Mafia” pertenecían los escritores José Emilio Pacheco, Juan Vicente Melo, Juan García Ponce, Emilio García Riera, Elena Garro, los directores Buñuel, Arturo Ripstein y Alberto Isaac, la actriz Rita Macedo y el crítico literario Emmanuel Carballo. El grupo solía celebrar fiestas para agasajar a visitantes extranjeros, como el actor estadounidense John Gavin, la artista británica Leonora Carrington y el escritor cubano Alejo Carpentier.
Unirse a “La Mafia” marcó un antes y después en la vida profesional de Gabo, quien pudo conversar a menudo con personas influyentes del mundo de la cultura. Él les habló de sus novelas pasadas, presentes y futuras, mientras que sus colegas le dijeron algo que presentían: era el momento de las artes latinoamericanas, en especial de la literatura.
Varios de los colegas “mafiosos” ayudaron a García Márquez con su amistad, su dinero y sus ideas durante la escritura de Cien años de soledad. Fuentes estuvo entre ellos. Su amistad se forjó gracias a largas horas dialogando sobre literatura mientras adaptaban al cine El gallo de oro de Rulfo y también un guion original de Gabo titulado El charro, que iba a ser como una película del Viejo Oeste ambientada en México. Además, gracias al cine, Gabo hizo dos amistades para toda la vida, el director Jomí García Ascot y la actriz María Luisa Elío, creadores de una película que le marcó, En el balcón vacío, sobre una mujer adulta que recuerda con nostalgia un triste episodio de su infancia.
El viento del cine soplaba tan a su favor que García Márquez se veía incluso trabajando en Hollywood, como le dijo a un amigo. Pero de repente el viento cambió de dirección y le paró en seco. Alatriste le informó de que no le iba a pagar más por sus guiones porque tenía problemas para financiar sus películas. Sólo se comprometió con Gabo a mantenerle el visado de trabajo. Volver a la dirección de las revistas tampoco era posible, así que tenía que buscarse otro empleo. Lo mejor que encontró, un García Márquez triste y desorientado que soñaba con Hollywood, fue un puesto de ocho de la mañana a cinco de la tarde en una agencia de publicidad. No era un mal trabajo, aunque Gabo creía que le alejaba de su meta de ser escritor profesional. En realidad, él no era (ni iba a ser) el único escritor latinoamericano que encontró un salvavidas temporal en la publicidad. Por ejemplo, Rulfo y Carpentier sobrevivieron también con encargos publicitarios.
Como le ocurrió con las revistas, García Márquez no estaba orgulloso de ser publicista, pero a la larga, ese nuevo trabajo le iba a recompensar con beneficios creativos inesperados. Gracias a la publicidad, aprendió estrategias de marketing novedosas, que luego usó para promocionar sus obras literarias y así llegar a públicos más grandes. Al igual que en las revistas, nunca firmó con su nombre el trabajo como publicista, con lo que es difícil seguirle el rastro. Uno de sus textos publicitarios, encargado por una compañía química, se llama 5000 años de Celanese Mexicana. En sus páginas, la mezcla de técnicas publicitarias y literarias se vuelve una sola cosa. Y tanto el título como el estilo narrativo de este texto sin su firma se parecen al título y la prosa de Cien años de soledad.
El poeta Jomí García Ascot junto a Gabriel García Márquez y Mercedes Barcha, circa 1967, fotografiados por María Luisa Elío, esposa de García Ascot. Editorial El Equilibrista .
El Gabo publicista no renunciaba a hacer cine y, para lograrlo, contactó al famoso productor mexicano Manuel Barbachano. Desde entonces y durante más de un año, Gabo fue publicista de día y guionista freelance por las tardes y noches después del trabajo. Su esfuerzo obtuvo recompensa. En 1965, se estrenó En este pueblo no hay ladrones, que era la adaptación cinematográfica de un cuento suyo sobre un robo en un pueblo del que acusan falsamente a un hombre. En la película actúa el propio García Márquez, que es el cobrador en la entrada de la sala de cine. También participan varios de sus amigos de “La Mafia”: Buñuel hace de cura dando un sermón y Carrington está entre quienes le escuchan, Rulfo y Carlos Monsiváis juegan al dominó, Luis Vicens es el propietario de un salón, García Riera es experto en billar…
En esa época, Gabo además estaba desarrollando, con ayuda de un guionista de Buñuel, Luis Alcoriza, una idea suya para una película: Presagio. En ella se cuenta la historia de un pueblo recóndito donde una partera tiene la premonición de que algo terrible va a suceder. Y el guion de El charro, el gran proyecto cinematográfico de Gabo, se transformó en Tiempo de morir. En la película, el protagonista, Juan Sáyago, regresa tras dieciocho años en la cárcel a su pueblo, donde los hijos del hombre que mató lo esperan para vengarse y asesinarlo. Esta película fue además el primer proyecto de Gabo con el director mexicano Arturo Ripstein, quien años más tarde filmó una adaptación de El coronel no tiene quien le escriba.
Tiempo de morir se rodó en junio de 1965, cuando el sueño del cine volvía a cobrar fuerza para García Márquez. Una foto tomada en Acapulco ese verano lo muestra rodeado de un grupo selecto de gentes del cine. Le acompañaban críticos, directores, actores, productores y guionistas, como Isaac, Buñuel, Alcoriza y Ripstein. Gabo lo tenía claro. Su futuro estaba en el cine. La literatura era el pasado. Como le confesó a un amigo, “imagínate que ahora estoy cobrando diez mil pesos por revisar un guion. Y pensar que he perdido tanto tiempo de mi vida escribiendo cuentos y reportajes. Además, todo en literatura parece estar ya escrito”. Y entonces Gabo sentenció, “la literatura es fabulosa para disfrutar como lector… no como escritor”.
Pero cuando parecía que la carrera de García Márquez iba a estar en el cine y que la literatura lo perdería para siempre pasó un hecho extraordinario: se desató la tormenta del Boom latinoamericano. Alrededor de 1962 había empezado una fina lluvia de novelas escritas por autores de varias generaciones: la de Carpentier y Miguel Ángel Asturias, la de Mario Benedetti y Ernesto Sábato y la de José Donoso y Fuentes. Libros casi ignorados durante años, como Ficciones de Jorge Luis Borges y Adán Buenosayres de Leopoldo Marechal, se convirtieron en superventas del momento. Asimismo triunfaban los libros nuevos, como La ciudad y los perros de Mario Vargas Llosa, Bomarzo de Manuel Mujica Láinez, Rayuela de Julio Cortázar y El astillero de Juan Carlos Onetti.
A su alrededor, Gabo escuchaba con asombro las noticias sobre el éxito comercial de sus amigos escritores. Pronto, la lluvia del Boom empezó a mojarle. Los editores buscaban publicar literatura de América Latina y, por primera vez en su carrera, a Gabo se le acumulaban las oportunidades para reimprimir sus obras anteriores, tan poco exitosas hasta entonces. En 1961, tras casi cuatro años de espera, la editorial colombiana Aguirre publicó la primera edición de El coronel no tiene quien le escriba. En 1962, la Universidad Veracruzana de México lanzó Los funerales de la Mamá Grande, su primer libro de cuentos. Ese mismo año, su novela La mala hora ganó el Premio ESSO a la mejor novela colombiana, recibiendo la suma de tres mil dólares y la publicación de la obra en España. En 1963, la editorial mexicana Era imprimió una nueva edición de El coronel no tiene quien le escriba. Ese año Gabo firmó el contrato para sacar esta novela con René Julliard, una pequeña pero prestigiosa editorial francesa que publicaba escritores vanguardistas como Louis Aragon, Italo Calvino y Vladimir Nabokov. Ese fue su primer libro traducido.
El matrimonio García Barcha bailando en Puerto Colombia, 1971. Armando Matiz/ Tomada del libro Gabo periodista, de Gabriel García Márquez (FNPI, 2012). Agradecemos a editorial El Equilibrista.
Pero publicar más no significaba ser más conocido. Antes de Cien años de soledad, las obras de García Márquez sólo eran bien recibidas por pequeños círculos de escritores, críticos y lectores en México y Colombia. Sus libros los habían sacado editoriales locales que le ofrecían contratos plagados de condiciones abusivas. Las tiradas eran pequeñas y rara vez pasaban de los dos mil ejemplares. Además, la distribución era lenta y local. Por ejemplo, tuvieron que pasar dos años para que copias de la edición mexicana de El coronel no tiene quien le escriba se pusieran a la venta en las librerías de Uruguay. A menudo el método más rápido para que sus libros cruzasen fronteras era que el propio Gabo los regalase a amigos.
La mejor noticia posible para vender muchas copias era recibir un premio y crear un escándalo. Esto le pasó a La mala hora tras ganar el Premio ESSO. La novela se imprimió en Madrid, donde un corrector de estilo modificó sin permiso el español colombiano de García Márquez para que los lectores la leyesen como si estuviera escrita en español de España. El escritor se quejó con contundencia y la polémica llegó hasta los medios de comunicación españoles. El periódico ABC informó que la editorial admitió el error y ofreció al autor retirar la edición e imprimir una nueva con el texto original. Por su parte, la oficina de censura del gobierno español dijo que no tuvo nada ver con la manipulación del texto.
Al final, García Márquez hizo una declaración pública con un tono pacificador, diciendo que confiaba en que “en el futuro todos los escritores latinoamericanos seremos tratados como mayores de edad por los editores españoles”. Gabo se quejaba con razón porque entonces era una práctica común que los manuscritos de los autores latinoamericanos fuesen sometidos a la censura lingüística. Le sucedió a Carpentier, Fuentes, Vargas Llosa, Donoso, Cortázar, Guillermo Cabrera Infante y otros escritores menos y más conocidos del Boom. Pero casi todos estaban dispuestos a correr ese riesgo, porque publicar su libro en España —el centro de la industria del libro en español— era un gran paso adelante para muchos latinoamericanos que aspiraban a ser escritores profesionales.
En 1964, la llovizna del Boom se había transformado en un diluvio de obras nuevas y nuevos nombres que recibían el apoyo firme de grandes editoriales como Knopf en Estados Unidos, Gallimard en Francia, Feltrinelli en Italia y Seix Barral en España. Los críticos también saludaban las novelas latinoamericanas desde las páginas de Le Monde en Francia, The Times Literary Supplement en el Reino Unido y Life Magazine en Estados Unidos. Pero sobre todo fueron las editoriales y la crítica latinoamericanas las que más acercaron al público a los escritores latinoamericanos, que ahora aparecían en la portada de revistas y periódicos como las grandes estrellas del momento y, en las páginas interiores, se elogiaban sus obras como lo mejor que se había publicado en la región. Así lo hicieron las revistas Mito en Colombia, Primera Plana en Argentina, La Cultura en México, Marcha en Uruguay, Papel Literario en Venezuela, Casa de las Américas en Cuba, Amaru en Perú, Ercilla en Chile y, sobre todo, Mundo Nuevo en París. Incluso se rumoreaba que Borges iba a ganar el Premio Nobel de Literatura en cualquier momento, mientras él, cada vez más ciego, se paseaba por el mundo recogiendo premios, dando entrevistas, abarrotando salas con sus conferencias y vendiendo miles de ejemplares de sus libros. Algo había cambiado: los lectores latinoamericanos estaban descubriendo a sus propios autores.
García Márquez, maravillado, supo de la realidad triunfante de la literatura latinoamericana gracias a las conversaciones con sus amigos de “La Mafia”, en especial con Fuentes. En 1964, él publicó un ensayo destinado a hacer historia: “La nueva novela latinoamericana”. Con ese nombre, fue el primero en bautizar a este movimiento literario y celebró que las novelas de Carpentier, Cortázar y Vargas Llosa estaban cambiando el rumbo de la literatura de la región. El mismo Fuentes sabía de lo que estaba escribiendo, porque ya era un escritor famoso cuyos libros se vendían en una docena de países. Pronto, su ensayo se convirtió en un manifiesto artístico, leído, compartido y apoyado por otros autores y críticos como el uruguayo Ángel Rama que ese mismo año publicó otro artículo premonitorio, “Diez problemas para el novelista latinoamericano”, en el que celebraba el fulgurante Boom de la novela latinoamericana.
Al ver el éxito más cercano, García Márquez comenzó a sentirse pletórico. En una carta de 1964, le dijo a Plinio que era el momento de la Nueva Novela Latinoamericana y que al fin los escritores latinoamericanos “ahora tenemos agallas”. Es cierto que él aún tenía dudas sobre su futuro como escritor, pero eso cambió en México en el verano de 1965. Cuando estaba filmando Tiempo de Morir, se presentó en el set de rodaje el joven escritor y crítico chileno Luis Harss. Le dijo que venía a entrevistarlo para un libro de conversaciones con diez escritores latinoamericanos, Carpentier, Asturias, Borges, Onetti, Cortázar, Rulfo, Fuentes, Vargas Llosa y João Guimarães Rosa. García Márquez era otro de sus elegidos. Pero a diferencia de los otros nueve, él era el menos conocido y publicado en ese momento. Semanas después de la entrevista, las dos editoriales que iban a sacar el libro de Harss, Sudamericana en Argentina y Harper & Row en los Estados Unidos, estaban negociando con Gabo para publicar su próxima novela, Cien años de soledad. El libro de Harss se lanzó casi a la vez en inglés con el título Into the Mainstream y en español con el de Los nuestros. El libro fue un superventas instantáneo en Argentina. En este y otros países miles de lectores latinoamericanos descubrieron en las páginas de Los nuestros que la literatura de América Latina estaba en pleno Boom.
Días después de la reunión con Harss, García Márquez recibió la visita de otra persona que iba tener una fuerza decisiva en su carrera y en el éxito del Boom: la agente literaria catalana Carmen Balcells. Desde 1962, ella estaba negociando la venta de los derechos de traducción de los cuentos y las novelas de Gabo. En el verano de 1965, Balcells viajó a Ciudad de México para conseguir nuevos contratos, clientes y editoriales. A García Márquez le ofreció firmar un contrato mucho más ambicioso para representarlo en todos los idiomas y en el mundo entero. Con ese documento en la mano, no había marcha atrás: García Márquez era por fin un escritor profesional.
También, en un día brillante de ese verano profético de casualidades y certidumbres, Gabo contó que iba conduciendo desde Ciudad de México a Acapulco para disfrutar de unas vacaciones con Mercedes, Rodrigo y Gonzalo, cuando de repente se les atravesó una vaca en medio de la carretera. En ese preciso instante, tras parar el coche, a Gabo se le ocurrió la primera frase de una novela que había querido contar durante quince años. Entonces no lo dudó. Según él, decidió dar marcha atrás y volver de inmediato a su casa, donde se sentó ante su máquina de escribir y comenzó a teclear Cien años de soledad.
Fuente de imagen: Portada del libro Gabriel García Márquez. Vida, magia y obra de un escritor global/ Crédito: El Equilibrista y Fundación para las Letras Mexicanas.
FUENTE RESPONSABLE: Confabulario. El Universal de México. Cultura. Por Álvaro Santana Acuña.
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La nieta de Gabo escogió la ropa que el público podrá comprar desde el 20 de noviembre.
Lo recordamos: Gabriel García Márquez vistió liquiliqui al recibir el premio Nobel de Literatura de manos del rey de Suecia Carlos XVI Gustavo. Este traje –típico de los Llanos colombo-venezolanos– se exhibe en las salas del Museo Nacional de Bogotá.
Sin embargo, el resto del ropero del autor de Cien años de soledad salió a la venta esta semana.
La subasta de los sacos de tweed y otras prendas será el primer evento de la “Casa de Literatura Gabriel García Márquez”, entidad encargada de mantener viva la memoria del colombiano en la calle De la Loma 19, san Ángel, Ciudad de México. O, simplemente, el hogar de “Los Gabos”.
La curadora es la nieta de Gabo y de Mercedes Barcha, la actriz Emilia García Elizondo.
A partir del 20 de noviembre quien quiera adquirir algo del clóset de la pareja podrá suscribirse en una cuenta de Instagram destinada para la interacción con el público. Los dividendos de la subasta serán entregados a la Fundación FISANIM, dirigida por la artista Ofelia Medina, cuyo trabajo procura disminuir los índices de hambre de niños indígenas mexicanos.