A Julio César lo recuerda la historia por transitar a Roma de un modelo republicano a un imperio, conquistar la actual Francia y derrotar a Pompeyo en la guerra civil, entre otras hazañas. Además, relató sus hazañas militares en libros que son elogiados en el estudio del latín por su estilo funcional.
Un equipo de arqueólogos de la Universidad Goethe, en Alemania, encontró restos de estructuras descritas por Julio César como mecanismos defensivos para la confrontación militar.
Las defensas identificadas corresponden a las descritas por Julio César en su narración sobre la Guerra de las Galias y utilizadas para proteger a las legiones romanas durante el sitio de Alesia, que derivó en la derrota de la resistencia y la incorporación de este territorio a Roma. Se trata de un espacio que comprendía las actuales Francia y Bélgica junto con parte de Holanda, al sur del río Rin.
En el año 52 antes de nuestra era, hacia el final del conflicto, Julio César estableció un sistema engañoso de vallas y torres para proteger a sus elementos militares ante el Ejército de Alesa, en un proceso de confrontación que fue definitorio para la guerra y derivó en el sometimiento de los pueblos galos a Roma.
El episodio fue narrado por el propio Julio César en su obra Comentarios sobre la guerra de la Galia, y desde el siglo XIX los especialistas en arqueología habían hecho excavaciones en busca de vestigios de la confrontación militar.
Desde el siglo XIX, los arqueólogos realizan excavaciones en la zona de Bad Ems, situada a medio camino entre las actuales ciudades alemanas de Bonn y Maguncia, en la antigua frontera septentrional del Imperio Romano.
En 2016, se descubrió en el lugar un campamento romano, rodeado por un doble foso y los restos de unas 40 torres de vigilancia de madera, en una superficie de ocho hectáreas, donde hace un siglo se desenterró mineral de plata procesado junto con cimientos de muros, según el portal LiveScience. Este año, un equipo de estudiantes, dirigido por Frederic Auth, desenterró clavos de madera conservados y una moneda del año 43 de nuestra era.
Estos vestigios permitieron identificar que la primera línea de defensa identificada formaba parte de un sistema de fortificaciones vigente en el año 110 de nuestra era y que fue descrito por Julio César. Su propósito era utilizar la menor cantidad posible de soldados para resguardar el campamento, apoyados por troncos de árbol gruesos y atrincherados y por palos puntiagudos que hostilizaran a los galos.
El resto de elementos que componen el campamento conocido fueron fortificados para defender la frontera norte del imperio romano de las que consideraban incursiones bárbaras en su territorio y se mantiene como un ejemplo visible de la supervivencia de las fortificaciones descritas por el responsable político de la transición de la república al imperio.
Imagen de portada: Cortesía KBYO biological
FUENTE RESPONSABLE: Sputnik Mundo. 6 de marzo 2024
Sociedad y Cultura/Antigua Roma/Arqueología/Historia/ Alemania/Francia/Arte/Imperio Romano.
El libro contenía unas enseñanzas y secretos sobre otros mundos extraterrestres y civilizaciones terrestres avanzadas y desaparecidas.
El mundo de lo fantástico se alimenta a menudo de mitos incomprobables que algunos autores aficionados a lo oculto y las conspiraciones dan por buenos porque sirve para conclusiones predeterminadas. Todo tiene una base que entienden real, algunas menciones en textos antiguos o referencias en obras de personas fallecidas siglos atrás. Desde siempre se ha hablado de libros desaparecidos, prohibidos u ocultos, contenedores de enseñanzas extraordinarias.
Uno de los casos más significativos es el Libro de Thoth. Según los defensores de su existencia se trataba de unos papiros egipcios, o de una civilización pre-egipcia, que contenían unas enseñanzas y secretos sobre otros mundos extraterrestres y civilizaciones terrestres avanzadas y desaparecidas. Si se llegara a descubrir algún ejemplar perdido, la ciencia que contendría mejoraría notablemente la vida de los humanos.
Según los defensores de su realidad histórica, el libro contenía unos conocimientos extraordinarios que hacía a sus poseedores poderosos en grado sumo.
Y, según los mismos, el desprecio hacia su existencia por parte de la arqueología académica es una venganza contra otra arqueología diletante que entiende que la civilización egipcia es mucho más antigua que lo que cuentan las Universidades y que pudo tener un origen extraterrestre.
Estas doctrinas sobre alienígenas ancestrales cuentan actualmente con muchos seguidores y llena las páginas de revistas sobre el tema y programas de televisión. Como son meras hipótesis, no se pueden atacar sus argumentos con métodos racionales. Y siempre queda la duda general sobre posible vida en otros planetas.
El mito en torno al libro
El libro, como todos los secretos herméticos que concedían poderes sobrenaturales, se ha perdido. Pero nos asombra la cantidad de datos que se dan sobre él que, con toda probabilidad, se trata de fabulaciones y mixtificaciones. Como todo lo relacionado con el ocultismo, resulta atractivo como la mejor ficción.
A Thoth nos lo presentan como un ser extraterrestre, con cabeza de animal, que enseñó a los humanos conocimientos científicos avanzados y desarrollos técnicos impensables hoy día. Fue uno de esos impulsores míticos del desarrollo, el transmisor de conocimientos que marcaron el progreso de la humanidad. La ruptura con la evolución pausada en los descubrimientos humanos.
El libro pudo ser copiado en numerosas ocasiones, unas con fidelidad y otras con errores voluntarios para no transmitir su contenido a los no iniciados. Algunos conocedores de lo desconocido sitúan un ejemplar en la Biblioteca de Alejandría y resultó quemado en alguno de los incendios que sufrió. Otros piensan que alguna secta hermética conserva un ejemplar pero procura no transmitirlo por los efectos desfavorables que podrían tener su uso por un mal gobernante que se hiciera con el poder mundial.
Bajorrelieve de Thoth (Dyehuty en egipcio) en el templo de Luxor
La mención a este escrito aparece en el papiro de Turis y en la estela de Metternich. No hay más datos hasta que en el siglo XV se dieron por buenas algunas fantasías sobre su existencia hechas por autores que nunca vieron tal libro. Por tanto, para algunos ventajistas de la especulación intelectual, la mera mención supone la existencia. Sobre el contenido la fabulación es inmensa. Las sociedades secretas que poseían algún ejemplar o fragmentos del él, trataban de ocultarlo y cuando algún brujo o alquimista declaraba poseerlo, moría inmediatamente y sus pertenencias desaparecían. Los que mencionaban su posesión eran quemados por la Inquisición. Consecuentemente, algunos de los defensores de la existencia concluían que hay una conspiración de poderosos que tratan de evitar la aparición de sabiduría antigua que puede trastocar el sistema de dominio mundial actual, aunque les gustaría poseerlo para fortalecer su posición.
Pudo haber sido uno más de los muchos libros de magia que no contenían poderes sino ilusiones y fraudes
El mito de este libro antiguo, desaparecido, compendio de saberes ocultos que otorgan poderes sobrenaturales es, en realidad, la metáfora de muchos anhelos y aspiraciones humanas. La sola mención de un libro en estelas egipcias no significa que haya existido, pudo haberse recogido una simple leyenda. Y, en el supuesto de su existencia, y dado el desconocimiento absoluto sobre su contenido, pudo haber sido uno más de los muchos libros de magia que no contenían poderes sino ilusiones y fraudes. De hecho, se le toma como origen de un método de tarot que ha tenido éxito entre los creyentes de estas adivinaciones.
Detrás del mito está la aspiración humana al conocimiento automático de saberes extraordinarios.
Además del innegable atractivo que tienen los misterios y el gusto por las lecturas fantásticas, detrás del mito está la aspiración humana al conocimiento automático de saberes extraordinarios que curen, transformen o hagan desaparecer cosas o personas de manera inmediata y sin esfuerzo. Que se hagan realidad los superpoderes de los superhéroes.
La negación del método científico y del esfuerzo continuado durante años o siglos para llegar a descubrimientos que transformen la técnica y hagan que el hombre invente métodos y máquinas que mejoren la existencia en la Tierra.
Frente a este gran trabajo no siempre exitoso, el estudio tedioso, largo y lento y muchas veces erróneos, los hombres sueñan con una sencilla fórmula que permita lo mismo pero con un simple deseo, con la transmisión mental de una orden, con un chasquido de dedos.
La suprema magia al servicio de quien consiguiera los libros mágicos o la transmisión telepática de potencias otorgadas por seres extraterrestres o sobrenaturales. Por un lado, la ingenua aspiración de mejorar la vida de los hombres en un instante; por otro, el culto a la perezaporque lo mejor ya está escrito aunque oculto y no es necesario trabajar para llegar a las mismas conclusiones.
Imagen de portada: Akhenatón y Nefertiti (dcha.) junto con sus tres hijas. Reina Nefertiti y Akhenatón.
FUENTE RESPONSABLE: El Debate. Por Antonio M. Carrasco. 4 de marzo 2023.
Sociedad y Cultura/Historia/Antiguo Egipto/Mitos y Leyendas/El Libro de Thoth
Dos de las hermanas Brönte murieron a causa de ella. Después llegó Fantine en ‘Los miserables’ o Katerina Ivanova en ‘Crimen y castigo’… La tisis, como se conocía en el siglo XIX, mató y vistió a miles de mujeres.
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«Últimamente, la enfermedad de Anne ha asumido un carácter menos alarmante que al principio: la agitación se alivia; la tos se calma a veces. Si pudiera saber que viviría dos años, un año más, estaría agradecida: temía los terrores del veloz mensajero que nos arrebató a Emily en unos pocos días», escribió Charlotte Brönte en su diario en 1849.
Había perdido a una de sus hermanas y estaba a punto de perder a otra. Hoy conocidas y reconocidas como grandes escritoras, ambas murieron jóvenes a causa de la misma enfermedad.
En las mismas páginas de aquel diario de una joven en duelo, una frase se interpone a todo el relato de la muerte acechando su casa: «La tisis, soy consciente, es una enfermedad halagadora». Con todo, Brontë parece mostrar con ella aprecio por una infección. La tisis se había adentrado más allá del organismo, en el subconsciente de toda una sociedad, Charlotte dejó prueba de ello. Solo quedaban 4 años para que el compositor Giuseppe Verdipresentara el ideal de una hermosa heroína en su ópera La Traviata. Una heroína que moría lentamente.
Verdi se inspiró en una obra que era en sí misma una adaptación de la novela de Alexandre Dumas La Dama de las Camelias. La historia era de todo menos una ficción: seguía en su vida a la cortesana y víctima de tisis, Marie Duplessis. Un retrato la había convertido en famosa por su piel extremadamente blanca y sus ojos oscurecidos que encumbraban a la perfección, nunca mejor dicho, la estética consuntiva de la época. El personaje de Fantine en Los Miserables se uniría a ella, y también Katerina Ivanova en Crimen y Castigo. La tisis, es decir, la tuberculosis, era un estándar, un sueño, un delirio hacia las mujeres.
Delicadas y pálidas
Las víctimas nobles y hermosas de la tuberculosis fueron un tema común durante todo el período conocido como la era victoriana en Inglaterra (y puestos así en gran parte de la Europa del momento). Basta un vistazo rápido para encontrar innumerables pinturas que a lo largo del siglo XIX plasmaron a niñas y mujeres víctimas de esta enfermedad, delicadas y pálidas en la cama rodeadas de seres queridos afligidos o reposando en un paisaje natural acompañadas por pájaros, que ilustran la metáfora de un espíritu listo para dejar el cuerpo.
Una chica enferma de tuberculosis reposa mientras su enfermera le lee un libro. (Wikimedia)
A mediados del siglo XIX, la tuberculosis había alcanzado niveles epidémicos, volviéndose responsable del 25% de las muertes anuales solo en Europa. La enfermedad, que ahora se sabe que es infecciosa, ataca primero los pulmones y poco a poco va dañando otros órganos. Como explica la periodista Emily Mullin en Smithsonian, sus víctimas se consumían lentamente, y en el proceso de volvían pálidas y delgadas hasta morir. Aún quedaban décadas, hasta 1928, para que en el St. Mary’s Hospital de Londres, Alexander Fleming descubriera la penicilina y con ella la introducción de antibióticos se hiciera posible.
Enferma de tuberculosis reposa en un balcón mientras la muerte, representada como un esqueleto con una guadaña, la observa. (Wikimedia)
Cuando la tuberculosis comenzó a propagarse durante la era victoriana, su recorrido no era nuevo. Se trata de una de las enfermedades más antiguas conocidas, tanto que incluso se han encontrado en momias evidencias de sus consecuencias. Pero entonces, como su cura, esto no lo sabían. En la actualidad, sigue provocando la muerte en países empobrecidos. Los investigadores estiman que más de mil millones de personas han muerto a lo largo de la historia.
¿Qué estaba pasando?
Dos siglos atrás, la forma en que se contraía aún no se entendía bien, pero su carga se acentuó tanto en comparación con otros tiempos que llegado el momento a los científicos de la época no les quedó más remedio que centrarse en ella. Se había convertido en una epidemia, matando a casi 1 de cada 5 personas en Europa. De aquellas muertes, resulta que el 40% se producían en ciudades densamente pobladas. ¿Qué ocurría?
La Miseria, de Cristóbal Rojas (1886). Rojas tenía tuberculosis cuando pintó esto. Aquí describe el aspecto social de la enfermedad. (Wikimedia).
Mientras en los laboratorios y las convenciones tanteaban respuestas a la gran pregunta, la enfermedad se tornó un estándar. A menudo se le llamaba «consunción» debido a la cantidad de peso que perdían quienes la padecían. También la apodaron «la peste blanca» por lo pálida que se ponía la gente. Sin embargo, su apodo definitivo fue «la enfermedad romántica». Contra todo pronóstico, o no, la sociedad se enamoró, literalmente, de los efectos físicos de contraerla. La piel pálida, las cinturas delgadas y los labios y las mejillas enrojecidos por las fiebres prolongadas que producía enmarcaron la idea de belleza. La tisis hacía que las mujeres enfermas parecieran mucho más débiles y apagadas (estaban muriendo, como para no estar apagadas). Los retratos de pintores que se enfrentaban a la enfermedad de sus esposas o hijas convirtiéndolas en musas, como es el caso de Abbott Thayer, condujeron a la moda a inclinarse hacia lo puritano para emular el destello celestial de aquellos cuadros.
Mis hijos, por Abbott H. Thayer. Podemos ver en el centro a la hija mayor del artista, viudo de su esposa y madre de los tres pequeños a causa de la tuberculosis. (Wikimedia)
Amoníaco por aquí, plomo por allí
«Está claro por qué los artistas se abstendrían de conmemorar el estado agonizante de sus seres queridos en favor de una representación más halagadora. Desafortunadamente, el instinto complicó las cosas significativamente. El hecho de que los efectos de la tuberculosis se consideraran atractivos en la era victoriana, incluso deseables, socavó la naturaleza letal de la enfermedad», apunta al respecto la periodista cultural Annie Lyall Slaughter en la revista digital Cultured. Así, como si la falta de sol no fuera suficiente para muchas mujeres de clase alta del momento, ¿por qué no empolvarse la cara para parecer aún más pálidas?
A la izquierda, un recorrido visual por los diferentes patrones de la moda femenina a lo largo del siglo XIX; a la derecha, vestidos de gala, una ilustración de finales de 1870. (Wikimedia)
Entre mediados y finales del siglo XIX, los efectos blanqueadores de la tuberculosis eran tan codiciados que las mujeres comenzaron a tragar obleas de arsénico (falsamente anunciadas como «absolutamente inofensivas»), lavarse con amoníaco y cubrirse el cuerpo con pinturas blancas y esmaltes tóxicos: cremas a base de plomo, tiza y pizarra, que se usaban en todo el rostro y, en realidad, donde fuera, como detalla la escritora estadounidense Mimi Matthews en su libro A Victorian Lady’s Guide to Fashion and Beauty.
Obligadas por la mirada de ellos, las rutinas de tocador se alargaron al tiempo que la ropa se estrechaba. Corsés, crinolinas y largos vestidos que empujaron su postura a un estado frágil e inestable… El look perfecto para autodestruirse, o el gancho ideal para toda bacteria.
De lo neoclásico a lo fatal
Hasta el comienzo de la era victoriana a mediados de los años 30, el estilo de vestir neoclásico había sido la gran tendencia entre las mujeres de clase alta. Telas delgadas y transparentes y líneas rectas ajustadas que ocultaban la figura femenina. Paulatinamente, se desabrocharon el pecho y el cuello para resaltar aquellas pieles pálidas y mostrar una buena estructura ósea en forma de clavículas prominentes. La única zona del esqueleto que se libró de un trato fatal.
Ilustración de mediados del siglo XIX que resalta con ironía la moda para las mujeres en aquel momento. (Wikimedia)
De hecho, no es casualidad que la invención de la jaula de crinolina de acero con resorte en la que se debían enfundar todas las mujeres «respetables» ocurriera en 1856. Y para rematar, los bajos se volvieron cada vez más largos, como auténticas colas que tapaban la sombra y alargaban las siluetas que establecía el corsé requerido para tales vestidos. Por supuesto, el resultado terminaría siendo una figura encorvada y un cuerpo bastante debilitado por la falta de capacidad para respirar correctamente un aire cada vez más contaminado. El inmenso crecimiento industrial que estaba sucediendo cubría las ciudades de una polución para la que tampoco había cura… El mundo se acercaba a la industrialización masiva en un escenario de constante prueba y error que enfermaba (y enfermó) a cualquiera.
El ideal de belleza o los ojos masculinos
En este sentido, añade Lyall que «fueron artistas, poetas y escritores quienes crearon representaciones extravagantes de la terrible enfermedad en un frenesí febril para hacer que sus efectos fatales fueran más fáciles de comprender.
Mientras la enfermedad exterminaba en masa, provocando heridas sangrientas, dolores debilitantes en los pulmones e interminables días de agotamiento, los artistas visuales utilizaron sus herramientas para llevar el dolor, representando la angustia de la tisis como si fuera nada menos que algo hermoso. Nacía un nuevo período de exaltación de los muertos (o futuros muertos)». En palabras de Carolyn Day, profesora de historia en la Universidad de Furman en Carolina del Sur y autora del libroConsumtive Chic: A History of Fashion, Beauty and Disease, «la tuberculosis potenció aquellas cosas que ya están establecidas como bellas en las mujeres».
Day explica para Smithsonian que por eso entre la clase alta se comenzó a juzgar la predisposición de una mujer a la tuberculosis nada más y nada menos que por su atractivo. El apogeo de esta llamada «elegancia consuntiva» llegó también a las mujeres de clase media, que también se vieron engullidas por aquel patrón mortífero.
De izquierda a derecha: retrato de Elisabeth Kaiserin von Österreich (Sisí), por Franz Xaver Winterhalter en 1865; María Adelaida de Austria en 1848, por Benoit Hermogaste Molin, y la Reina Victoria en un retrato el día de su boda, en 1847, por Franz Xaver Winterhalter. (Wikimedia)
Si bien es cierto que no solo las mujeres fueron víctimas de aquella moda desproporcionada. A finales del siglo XVIII, los artistas ya quisieron tratar la enfermedad como una oportunidad de alcanzar cierta conciencia elevada, una visión creativa y una agudeza intelectual. Algunos, como el poeta John Keats o el pianista Frédéric Chopin, murieron jóvenes de tuberculosis, unos genios. Su reputación quedaría para siempre consolidada por «una aflicción de artistas», recuerda Elizabeth Lee, profesora de Historia del Arte en el Dickinson College, en The Conversation.
Por fin encontraron los gérmenes
Pero una muerte lenta y dolorosa era imposible de esconder entre metáforas. A menudo, especialmente para quien podía pagarlo, los médicos recomendaban a las personas afectadas que se mudaran una temporada a un lugar tranquilo, con naturaleza y con aire fresco. Recetaron pasar tiempo al sol y dedicarse a la introspección. De esta forma, para la década de 1870 el interés por los sanatorios se popularizó. Se creía el que las personas que tenían tuberculosis, o que pensaban que la tenían, podían fortalecerse en recintos cerca de las montañas, el desierto o el mar, supervisados médicamente.
Llegada la última década del siglo, los científicos comenzaron a comprender la teoría y la transmisión de los gérmenes. Resultó que las mujeres se contagiaban más que los hombres, así que comenzaron a darse cuenta de que, por lo que sea, la vestimenta de ellas podría ser el motivo directo de su muerte: no era higiénico tener faldones largos arrastrando y barriendo el suelo de las calles.
Una joven con tuberculosis, por Gustave Léonard. (Wikimedia)
Cuando los científicos tuvieron la voluntad de pararse en ello, también se dieron cuenta de que emular aquella estética con corsés restrictivos que aplastaban los pulmones era contraproducente, sobre todo teniendo en cuenta que la tuberculosis causaba por sí misma fuertes ataques de tos. La observación condujo a los llamados «corsés de salud», una opción más flexible, o a los vestidos que se ceñían en la cintura para permitir un efecto adelgazante sin la necesidad de otra pieza debajo. Como era de esperar, tal vez, cuando la tuberculosis pasó de moda se asoció con las clases más bajas y pobres. ¿Que fue una vez una enfermedad trágicamente hermosa entre los ricos? Si te he visto, no me acuerdo.
A comienzos del siglo XX aquellos mismos ricos la asociaron con la miseria y la pobreza. Ahora, las apariencias saludables y vigorosas eran el verdadero símbolo de riqueza. Gran parte de la simpatía hacia las afectadas y los afectados se perdió una vez que la enfermedad «mutó» de clase. Si bien el ideal victoriano en torno a lo tísico no ha sobrevivido hasta el siglo actual, la tuberculosis ha tenido efectos persistentes en las tendencias de la moda y la belleza posteriores a las de la época victoriana. Una vez que los dobladillos de las mujeres aumentaron unos centímetros a principios de la década de 1900, por ejemplo, los estilos de zapatos se convirtieron en una parte cada vez más importante del aspecto general. Asimismo, los baños de sol como tratamiento desembocaría en el fenómeno moderno del bronceado.
Imagen de portada: Fotografía de una chica enferma de tuberculosis, por Henry Peach Robinson. (Wikimedia)
FUENTE RESPONSABLE: El Confidencial. Por Carmen Macías. 5 de marzo 2023.
El 4 de marzo de 1193 murió Saladino, sultán de Egipto y de Siria, famoso por unificar bajo su mando los territorios musulmanes de Oriente y por sus victorias sobre los cruzados en Tierra Santa.
¿Quién fue Saladino?
Después acabar con el poder fatimí en el norte de África, Saladino consiguió convertirse en el sucesor del gobernante de Siria Nur al-Din, a cuyas órdenes habían luchado tanto él como su padre y su tío. Se inició en ese momento una importante unificación de las distintas naciones del Islam. La base de esa nueva alianza se basó en un poderoso ejército formado por soldados kurdos y turcos.
En materia religiosa, este sultán defendió el sunismo y se alejó de las doctrinas defendidas por el Califato abasí. Con Saladino dio comienzo la poderosa dinastía ayubí, que se mantuvo en el poder hasta que el sultán Turan Shah fue derrocado por los mamelucos. Después de afianzar los territorios de África y Asia, Saladino decidió que su siguiente paso sería reavivar la Guerra Santa y en 1187 atacó a los cruzados en Palestina.
Saladino lideró a sus tropas en la batalla de Hattin, en la cual derrotó a las fuerzas del rey Guido de Lusignan. Esta fue la primera de una serie de victorias que le llevaron a conquistar la ciudad de Jerusalén, que llevaba casi un siglo en poder de los soldados cristianos.
Comenzó en ese momento la Tercera Cruzada, que duró desde 1189 hasta 1192, y durante la cual Saladino tuvo que rendirse ante el ejército de Ricardo Corazón de León en Acre. El sultán decidió sacrificar esta ciudad para concentrar sus recursos en la defensa de Jerusalén.
La guerra se resolvió con un tratado de paz, por el cual los musulmanes conservaron Palestina —aunque tuvieron que permitir un paso a los peregrinos que acudiesen a Jerusalén— y los cruzados recuperaron posesiones en la costa. Al año siguiente, Saladino falleció convertido en una leyenda para sus seguidores y también para sus enemigos que reconocieron su nobleza y valor en el campo de batalla.
Imagen de portada: Saladino (Ilustración)
FUENTE RESPONSABLE: Zenda. Apuntes, Libros y Cía. Por Paca Pérez. Editor: Arturo Pérez-Reverte. 4 de marzo 2023.
Comenzó su vida trabajando como prostituta en un burdel y la terminó siendo el azote del Imperio chino, que no podía contra ella. Esta es su fascinante historia.
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Decían que era más bella que las demás, y lo que está claro es que tenía más suerte que cualquier otra, pues el futuro tenía un plan de eternidad y leyenda para ella. Nacida en algún momento de 1775 en Cantón, China, Zeng Shih o también Ching Shih, vivió sus primeros años en la región costera de Guangdong, en una época de desigualdad económica y problemas sociales, donde trató de sobrevivir robando y ejerciendo la prostitución.
Era probablemente una tanka (grupo étnico que vive en embarcaciones frente a las costas de Guangdong) y durante sus primeros años de juventud se ganaba la vida como trabajadora sexual en un burdel flotante, donde podía elegir entre clientes ricos y selectos.
Según cuenta la leyenda, fue así como conoció en 1801 al capitán pirata Zheng Yi, que tras secuestrar a varias prostitutas del burdel, se encaprichó con ella y decidió convertirla en su esposa. Si nos atenemos a lo que se dice de ella, sin duda ya apuntaba maneras y carácter, pues en cuanto tuvo la noticia del casamiento le advirtió a Zheng Yi que solo aceptaría si él se comprometía a compartir con ella el 50% de sus botines yel mando de su nave pirata.
Así nació la leyenda de la Reina de los Piratas que aterrorizó los mares de la China Meridional en el siglo XIX. Quizá si piensas en un pirata, a tus labios lleguen los nombres de Francis Drake o Barbanegra; sin embargo, también hubo mujeres que se dedicaron a la piratería y el caso de Zheng Yi Sao es probablemente el más famoso de todos.
La pareja se volvió temida y popular a partes iguales y no solo se dedicaron al contrabando y al control de las embarcaciones que pirateaban. Zheng Shih pasó a ser llamada Zheng Yi Sao, que significa «esposa de Zeng», y como había tenido tanta relación con hombres ricos durante sus años de trabajo en el burdel le permitió conocer muchos secretos y traficar con ellos.
Una confederación para gobernarlos a todos
Pero lo más importante fue que, si bien en los primeros momentos la pareja se dedicó a saquear los pueblos de la costa y los barcos que pasaban por las rutas marítimas internacionales, con el paso del tiempo establecieron un plan mucho más ambicioso: su flota llegó a estar formada por 400 barcos y 70.000 marinos, gracias a distintas alianzas (en los últimos años de su vida, Zheng Shih llegó a dirigir 2.000 barcos, siendo considerada por algunos la pirata con mayor éxito de la historia).
Pero antes de eso, la pareja decidió controlar todas las embarcaciones que contrabandeaban y crearon una confederación pirata bajo su mando, eliminando así la competencia y optimizando los beneficios. Tras luchar en una rebelión vietnamita, adoptaron a Zhang Bao, un joven al que consideraron su propio hijo.
El destino quiso que Zheng Yi muriese en 1807 en una galerna, provocando que su viuda asumiera el mando total de la confederación de piratas que ambos habían ideado.
Lo primero que hizo fue asignar a su hijo adoptivo como líder del antiguo escuadrón de su esposo y desposarse con él, que por aquel tiempo se encontraba en su veintena. Además de fortalecer lealtades con estas jugadas, impuso un código de leyes que exigía la obediencia plena: los piratas podían ser ejecutados por robar del botín, violar a mujeres que se habían hecho prisioneras o, simplemente, por comportarse cobardemente o estar ausentes.
La figura de Zheng Yi Sao se recrea en ‘Piratas del caribe’.
Consciente de que, al ser una mujer, se encontraba en una situación vulnerable, Zheng Yi Sao se convirtió en una pirata implacable. Su negocio creció con los años, abarcando desde Corea hasta la costa de Malasia, enfocándose en el comercio de sal de Guangdong.
Creó un sistema de pasaportes mediante el cual los comerciantes de sal tenían que pagar por un salvoconducto si querían evitar ser atacados, y aunque el propio gobierno chino intentó enfrentarse a su flota, lo único que consiguieron fue perder barcos que acabaron en manos de los piratas.
Al final, el emperador Jiaqing no tuvo más remedio que pedir ayuda a las armadas inglesas y portuguesas en la lucha contra aquella mujer indomable. Ni por esas dejaron de sufrir una humillación tras otra. Finalmente, el Imperio se vio obligado a ofrecer una amnistía a Zheng Yi Sao para que abandonase la piratería. AUnque en un primer momento ella rechazó la oferta (según su propio código de conducta desertar debía ser condenado con la muerte), finalmente accedió y se presentó frente al emperador no para firmar únicamente su indulto sino el detoda su armada.
Su hijo adoptivo (y también esposo) pasó el resto de su vida como funcionario del gobierno, en una cómoda posición. En cuanto a la mujer que había sido prostituta y después una temida pirata en los mares orientales, volvió a sus orígenes y se instaló en Cantón, donde terminó sus días dirigiendo un burdel y una casa de apuestas, y quizá contando a todo aquel que quisiera escucharla sus increíbles aventuras y hazañas. Falleció en 1844, con 69 años.
Imagen de portada: La pirata más peligrosa de la China Meridional. (Wikimedia commons).
FUENTE RESPONSABLE: El Confidencial. Por Ada Nuño. 1 de marzo 2023.
Sociedad y Cultura/China/Historia/Pirateria/Mujeres/Curiosidades.
Otro primero de marzo, el de 1953, hace hoy justo 70 años, la humanidad asiste a uno de sus momentos estelares porque uno de sus mayores depredadores, Iósif Stalin, sufre un accidente cerebrovascular.
Como todo, este asunto también se habrá silenciado. Si el Pravda ha dado cuenta del ictus, será con la información sometida a las manipulaciones pertinentes del comisariado del pueblo que corresponda. Saber que Stalin no se ha de recuperar sería una esperanza y la esperanza también es fascismo en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
El mal de Stalin sería una ilusión para los miles y miles de infelices, cautivos en los 420 campos de trabajos forzados del Gulag, temidas siglas de la sección penal del Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos.
Y, a buen seguro, tales anhelos serían contrarrevolucionarios, pequeñoburgueses, derrotismo o todo a la vez. En el orden impuesto por el estado más despótico y despiadado que ha conocido la Historia, los pobres siguen siendo pobres, pero, además, han de estar contentos y agradecidos por su condición. Nadie como el líder que pastorea a las masas.
Hoy no vale aquello de John Donne, acerca de que la muerte de un ser humano disminuye a la humanidad entera —“no preguntes nunca por quién doblan las campanas: doblan por ti”—, referido por Ernest Hemingway —uno de los grandes cómplices del estalinismo venidos a la Guerra Civil española— al comienzo de ¿Por quién doblan las campanas? (1940). Esta vez, la muerte de un ser humano pone fin a la vida de uno de los grandes depredadores de la humanidad.
Al conjeturar sobre el porvenir, no habrá por qué imaginar esa bota pisando un rostro, de la que el O’Brian de 1984 (1948) —la segunda de las grandes distopías que el estalinismo ha inspirado al trotskista Orwell—, habla a Winston Smith mientras le tortura.
Imaginar un futuro sin la alimaña del Kremlin es como una luz al final del túnel, un verdadero alivio para cuantos sufren los rigores de los regímenes estalinistas. Incluso podría decirse que, con el accidente cerebrovascular de Stalin, la esperanza de vida aumenta entre las poblaciones que sufren las dictaduras del proletariado.
Y es que, bajo los auspicios del Zar rojo —que empiezan a llamarle sus antiguos camaradas, quienes saben de su delirio homicida como supieron del de los Romanov— las dictaduras de los miserables sojuzgan a toda la Europa del Este y ganan terreno en Asia a pasos agigantados.
Antes que los burgueses, antes que los poderosos, antes que los ucranianos, antes que los fascistas de toda condición, los primeros enemigos de Stalin fueron los viejos bolcheviques, sus propios compañeros en la Revolución de Octubre. De hecho, en 1926, las dos primeras víctimas conocidas de su actividad criminal fueron Grigori Yevséievich Zinóviev y Lev Borisovich Kámenev, junto a quienes ascendió al liderazgo de la URSS. Después expulsó a Trotski (1929).
Ucranianos como Trotski eran los cuatro millones de muertos, consecuencia de la hambruna que provocó el Zar Rojo en Ucrania con su política de colectivización, puesta en marcha para consolidar la tierra en dominio popular y la mano de obra en granjas de explotación colectiva. Eso fue entre 1932 y 1934.
La de los años 30 también fue la década de la Gran Purga, que acabó con la vida de cientos de miles de comunistas, socialistas y anarquistas. Andréi Vyshinski, en aquel tiempo aciago fiscal general de la URSS, resolvió que la confesión del acusado era una prueba irrefutable. Pero lo verdaderamente irrefutable era que todos confesaban mediante las torturas sistemáticas a las que eran sometidos los detenidos. Entre 700.000 y 1.200.000 fueron los muertos de Stalin en aquella ocasión. Hasta los verdugos y los jueces acabaron ejecutados por nuevos verdugos y jueces para que no pudieran contar lo que habían visto.
Muy desmejorado desde 1950, la memoria del camarada presidente comenzaba a fallar.
Pero es difícil que, incluso entonces, olvidase que uno de sus principales títeres en la escena internacional fue el gobierno de la II República Española durante la Guerra Civil. Muy interesado por el desarrollo del conflicto, visto lo visto en España, parece ser que las purgas que puso en marcha en el Ejército Rojo surgieron de la obsesión de que sus propios militares —muchos de ellos trotskistas, pues Trotski había sido el creador de aquella tropa— se le levantasen a él.
Luego, cuando los alemanes le invadieron, se arrepintió de haber matado a sus generales. Suplió la falta de estrategia y de armamento adecuado con carne de cañón, jóvenes soviéticos a los que mandaba a morir a la Gran Guerra Patria en nombre del pueblo igual que sus enemigos hacían otro tanto en nombre del Reich que iba a durar mil años. Pero los soviéticos casi sin armas y sin munición.
“De unos hombres que apenas a vivir se atrevían / con la boca amarrada y el sueño esclavizado: / de unos cuerpos que andaban, vacilaban, crujían, / una masa de férreo volumen has forjado”, escribe Miguel Hernández.
Cómo olvidar, por mucho que la memoria ya no sea la misma, que los camaradas españoles nunca le fallaron. Siempre contaron entre los más estalinistas del mundo.
Cuando le hizo falta un asesino para matar a Trotski, lo encontró en el PCE: Ramón Mercader. La propia madre del elegido, Caridad Mercader, lo puso a su disposición. Todos eran agentes de la NKVD, la tristemente célebre policía secreta del Comisariado del Pueblo Para Asuntos Internos de la URSS.
Agentes de la NKVD como los que asesoraron al gabinete de Juan Negrín y a la Generalidad de Cataluña, siempre al dictado del Zar Rojo, para sumarse a la represión comunista al movimiento libertario en la Barcelona de mayo de 1937, que, en gran medida, acabó con el anarquismo y el trotskismo.
Unos cifran el montante total de los crímenes del camarada presidente en torno a los nueve millones; otros hablan de muchos más. Sin embargo, puede que sea muy superior la cifra de los que en breve le van a llorar: Stalin ha sido el artífice de la Unión Soviética, que en la posguerra ha emergido como la segunda potencia mundial. Y después de tanta sangre y tanta muerte, el camarada Stalin se había vuelto pacifista. Así, en el XIX congreso del PCUS, el último al que asistió en octubre del 52, acabó condenando a los belicistas.
Cuentan sus enemigos que ya el día cinco, dada la ausencia de signos de vida por parte del camarada presidente del consejo de ministros de la Unión Soviética, sus colaboradores más estrechos habrán de hacer un esfuerzo para ser capaces de superar el temor que les causa importunarle —no se molesta alegremente al responsable directo de la muerte de nueve millones de personas— y, tras entrar tímidamente en la estancia donde ha expirado, confirmarán su óbito y romperán a llorar.
Porque, con el camarada Stalin, se va la auténtica praxis del marxismo-leninismo. Y eso que el camarada Lenin, pese a saberle muy capaz, ya advertía al Comité Central en su testamento que Stalin debería dejar de ser el secretario general del partido, que ese puesto debería ser ocupado por “alguna otra persona que sea superior a Stalin sólo en un aspecto, a saber, en ser más tolerante, más leal, más educada y atenta a los camaradas”.
Andréi Gromyko, célebre ministro de asuntos exteriores de la URSS, recuerda en sus memorias lo que le dijo Molotov —el creador del cóctel que lanzaban los revolucionarios desde las barricadas y miembro del Politburó el día del óbito— sobre la muerte del dictador: “Stalin, tan pronto se sumía en la semiinconsciencia como se recuperaba, pero ya no podía hablar. En un momento dado abrió los ojos a medias. Al ver rostros conocidos señaló lentamente hacia la pared. Todos miramos hacia donde había señalado: había una fotografía de una niña dándole leche a un cordero con un cuerno.
Con el mismo movimiento lento de su dedo, se señaló a sí mismo. Fue lo último que hizo. Cerró los ojos y ya no los volvió a abrir más. Los presentes lo tomaron como un ejemplo típico de su ingenio: el hombre moribundo se comparaba a sí mismo con un cordero”.
Quién sabe si de haber estado en manos de cualquier otro, de Trotski, por ejemplo, la construcción de la Unión Soviética no hubiera sido igual. Lo cierto es que las revoluciones, como dice Mao Tse-Tung —uno de los que llorarán la muerte de Stalin por ser uno de sus grandes discípulos— no son ningún ejercicio estético, “son un acto violento”.
Y como tal, se implantan mediante la sangre y el miedo. Eso es algo que se sabe, como poco, desde que la guillotina de los jacobinos cercenó unas 40.000 cabezas durante el Reinado del Terror (1793-1794).
Se sabe y se calla pues Stalin, al haber cometido sus atrocidades por el pan de la famélica legión, ha contado con la complicidad de toda la izquierda mundial. Se sabe que ha matado y mucho, pero la verdadera dimensión de sus crímenes —únicamente parangonable con el delirio genocida de Hitler— se desconoce aún.
Será su sucesor, Nikita Jrushchov, quien, ya en 1956, acometerá la tarea de la desestalinización del país. Pero lo hará en el llamado “discurso secreto”, pronunciado el 25 de febrero, en el que condenará las purgas puestas en marcha durante la tiranía de su predecesor y el culto rendido a su personalidad.
A raíz de entonces, tímidamente y tras tensos debates, algunos partidos comunistas del resto del mundo, comenzarán a distanciarse de la ortodoxia soviética. Pero tardarán aún en hacerlo.
“Camarada Stalin, yo estaba junto al mar en la Isla Negra, / descansando de luchas y de viajes, / cuando la noticia de tu muerte llegó como un golpe de océano”. Escribirá Pablo Neruda al saber de su fallecimiento. Desde el poeta del amor hasta Jean-Paul Sartre, cientos y cientos de intelectuales y periodistas obviarán los muertos de Stalin porque el camarada mataba en aras de la famélica legión. Así se escribe la historia.
Imagen de portada: Iosif Stalin
FUENTE RESPONSABLE: Zenda. Apuntes, Libros y Cía. Por Javier Memba. Editor: Arturo Pérez-Reverte. 1 de marzo 2023.
Los verdaderos progenitores del Libertador habrían sido una joven indígena guaraní, Rosa Guarú, quien lo amamantó y cuidó hasta los 3 años de edad, y Diego de Alvear, oficial de la Marina española.
Estos días, desde enero hasta abril, en el Cabildo de Buenos Aires hay una exposición de imágenes de José de San Martín elaboradas con técnica digital por el diseñador Ramiro Ghigliozza. En el mismo Museo, entre otras actividades, el 25 de febrero se realizó una charla debate “Polémica sobre el origen de San Martín” con el historiador Hugo Chumbita y la vicepresidenta de la Academia Nacional de la Historia, Beatriz Bragoni.
La cuestión del origen de San Martín, a la luz de las revelaciones de las últimas dos décadas, resulta apasionante. Lleva en sí un secreto muy bien guardado para la Historia y para el afuera, aunque conocido por muchos descendientes directos de las familias implicadas.
Se trata de un dato biográfico que habría sido alterado: el Libertador no era hijo biológico del matrimonio San Martín-Matorras, sino que fue adoptado por ellos, quienes lo criaron y educaron.
Los verdaderos progenitores del niño de Yapeyú habrían sido una joven indígena guaraní, Rosa Guarú, quien lo amamantó y cuidó hasta los 3 años de edad, y Diego de Alvear, oficial de la Marina española, explorador de la zona misionera, quien habría hecho un compromiso con el matrimonio San Martin para costear su educación militar en España, lo cual se cumplió y le permitió al joven San Martin tener un buen pasar y excelente formación.
La documentación de este fundamental capítulo de nuestra historia está a disposición de quien quiera introducirse o avanzar en el tema, con abundantes antecedentes y las investigaciones que llevó adelante el historiador Hugo Chumbita.
Estos datos han sido escamoteados, silenciados y se ha llegado hasta destruir algunos documentos. Sin embargo, existen numerosas referencias al origen mestizo del Libertador, por testigos y autores de aquella época, así como la tradición oral de la familia materna, los Cristaldo, que fue el apellido que se dio a Rosa Guarú, y de la extensa descendencia de la familia Alvear.
El caso dio lugar incluso a un juicio de filiación por descendientes actuales de los Alvear que solicitaron la realización de la prueba de ADN para establecer la verdad.
Un secreto familiar que llega hasta nuestros días, y que se niegan a admitir diversos factores: factores de poder en sentido amplio, historiográficos, políticos, y también ideológicos, socioculturales, que determinan lo prohibido y lo permitido, y que levantan barreras para ocultar u obstaculizar la circulación de las evidencias.
Se trata de remover un pacto de silencio, y de tomar conciencia de hechos históricos fidedignos. Esto llevará su tiempo, porque es un desafío para revisar y reflexionar sobre las formas en que se construye la narración histórica y la memoria de una sociedad.
El secreto familiar como categoría diagnóstica ha sido estudiado especialmente por las terapias familiares, que me han interesado en mi profesión de psicoanalista, considerando los efectos traumáticos de los hechos y palabras ocultos o negados.
El secreto no-dicho, que se extiende como una mancha de aceite, no es inocuo, trae múltiples consecuencias en la salud de los sujetos y grupos involucrados.
Uno de los mecanismos psíquicos específicos que funcionan es la desmentida: «Lo sé y sin embargo… hago como si no existiera». Es un tipo especial de negación. Esto daría respuestas a ciertos interrogantes que plantea Hugo Chumbita: “Lo curioso es que no se hubiera reparado antes en tales testimonios y que nadie se hiciera cargo en sacar las obvias conclusiones. La historia y los manuales repetían que el padre de la patria era hijo de una familia legítima española, como si no quisieran ver las evidencias en contrario” (Prologo a la 4ª edición “El Secreto de Yapeyú”).
Entre los diversos problemas que plantea el tema, aparecen asimismo en la muestra del Cabildo retratos conjeturales de los padres del prócer diferentes a los que han sido divulgados hasta ahora, pues se pudo constatar que el de Juan de San Martín es falso y corresponde a otro personaje de su tiempo.
Es interesante entonces actualizar el debate. La historia personal de José de San Martín desde la cuna, del medio en que vivió sus primeros años, y la conciencia de su origen y su destino americano, tanto como los otros factores de su formación y sus estudios, son un aspecto sustancial de la historia mayor que lo llevó a convertirse en el Libertador de nuestro continente.
Imagen de portada: Gral. José de San Martín
FUENTE RESPONSABLE: Página 12. Por Roxana Yattah. 26 de febrero 2023
El 23 de febrero de 1905 tuvo lugar la fundación del Club Rotary en Chicago. El abogado Paul Harris formó esta asociación con profesionales de diversos campos laborales para fomentar el intercambio de ideas entre ellos. Actualmente cuenta con 1,4 millones de socios de todas las partes del mundo.
¿Cómo fueron los inicios del Club Rotary?
Después de Chicago, la siguiente ciudad norteamericana que tuvo su propia sede fue San Francisco. Pronto se les unieron más lugares y se organizó la primera asociación a nivel estatal. En 1912 se incorporan otros países, como Canadá, Gran Bretaña e Irlanda, y solo diez años más tarde el Rotary se hace internacional. Los «rotarios» cada vez tienen más influencia en el mundo de los negocios y también en el de la política. En 1945 asesoraron a la ONU durante su creación. En la segunda mitad del siglo XX los esfuerzos de los socios del club se centraron en realizar programas para ayudar en las comunidades en las que tienen implantación, sobre todo entre los más jóvenes. También se dedican a causas sociales y emprenden la lucha contra enfermedades, como la polio y la malaria, la pobreza y el analfabetismo.
¿Cuáles son los objetivos del Club Rotary?
Desde que Harris arrancó el proyecto, el club ha ido ganando presencia internacional, pero ha seguido manteniendo sus principios: intercambiar y adquirir habilidades para lograr el liderazgo. Y también divertirse en el proceso. Conseguir ser miembro de este club conlleva un duro proceso de selección. Aunque también hay programas de captación desde los 12 años. El Club Rotary ha recibido acusaciones de estar próximo a la masonería y también de machismo: hasta 1987 las mujeres no podían ser parte de esta organización. Aunque se definen como aconfesionales y apolíticos, esta asociación siempre ha estado influenciada por el liberalismo norteamericano. Una de sus máximas es la ética, tanto en las actividades profesionales y empresariales como en la propia vida privada de los socios.
Imagen de portada: Archivo
FUENTE RESPONSABLE: Zenda. Apuntes, Libros y Cía. Por Paca Pérez. Editor: Arturo Pérez-Reverte. 23 de febrero 2023.
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Además de un asteroide, dos cráteres -uno en la Luna y otro en Mercurio- han sido bautizados con el nombre de Boecio.
Memoria estelar, pues, para un filósofo y poeta que vivió a caballo entre los siglos V y VI d.C., y que es venerado como santo por las Iglesias Católica y Ortodoxa. ¿Por qué?
Porque su denuncia de la corrupción existente en la corte de Teodorico el Grande le llevó a acabar torturado y ejecutado, habiendo sido antes capaz de armonizar las enseñanzas de clásicos como Platón y Aristóteles con la teología cristiana. De él dijo algún historiador que fue el «último de los filósofos romanos y el primero de los teólogos escolásticos».
Esto último puede desconcertar un poco al lector avezado, que sabrá que la escolástica, escuela teológico-filosófica medieval que trata de aunar razón y fe, no nació hasta el siglo XI de la mano del benedictino San Anselmo de Canterbury.
Pero tuvo precedentes doscientos años antes en los pre-escolásticos carolingios y, retrocediendo más aún en el tiempo, en Boecio, que pese a ser lo que Julián Marías definía como un pensador de transición, como todos los que hubo entre los siglos V y IX (Casiodoro, San Isidoro, Beda el Venerable, Alcuino de York, Rhaban Maur, Marciano Capella), destacó sobre los demás.
Anicio Manlio Torcuato Severino Boecio nació en Roma hacia el 480 d.C., en el seno de una importante familia patricia originalmente plebeya: la gens Anicia, de la que hay noticias desde el siglo IV a.C. y de la que salieron dos emperadores (Petronio Máximo y Olibrio) y muchos cónsules (incluyendo a su propio padre, Manlius Boethius).
Sin embargo, en el siglo V d.C. ya había perdido mucha de su influencia, en parte porque el abuelo de Boecio estuvo implicado en un complot contra Flavio Aecio.Como quedó huérfano muy joven, fue adoptado por un acaudalado y culto senador, Quinto Aurelio Memio Símaco, gracias al cual entró en los círculos del poder.
También fue Símaco quien proporcionó a su ahijado una exquisita educación que le llevó a estudiar filosofía y retórica, posiblemente en Atenas y Alejandría (hay controversia al respecto), recibiendo una considerable influencia del neoplatonismo a través del maestro Amonio.
Consecuentemente Boecio dominaba perfectamente el griego antiguo, lo que le sirvió para centrar su carrera temprana en la traducción al latín de Aristóteles y Platón. De hecho, la obra de estos y otros autores pudo recuperarse en el Renacimiento gracias en parte a esas traducciones, pese a que algunas quedaron incompletas a causa de su muerte prematura.
También se interesó por otros autores, caso de Porfirio (de quien tradujo la Isagoge, una introducción a las Categorías aristotélicas que fue el manual de lógica del autor griego en las universidades medievales) o Cicerón (al que analiza desde una perspectiva aristotélica en In Ciceronis Topica y De topicis differentiis) y campos diversos, como la música (De institutione musica), las matemáticas (De artithmetica), la astrología y, sobre todo, la teología (que bajo el título genérico Opuscula sacra reúne tratados como De trinitate, De duabus naturis in Christo, entre otras). Sobre su obra cumbre, De consolatione philosophae, hablaremos más adelante. Gibbon resumía así sus méritos:
«En beneficio de sus lectores latinos, se dedicó a enseñar los primeros elementos de las artes y las ciencias de Grecia. La pluma incansable del senador tradujo e ilustró la geometría de Euclides, la música de Pitágoras, la aritmética de Nicómaco, la mecánica de Arquímedes, la astronomía de Ptolomeo, la teología de Platón y la lógica de Aristóteles con el comentario de Porfirio. Sólo él era considerado capaz de describir la grandeza de las artes, un reloj de sol o de agua, o una esfera que representaba los movimientos de los planetas (…) Su generosidad aliviaba al menesteroso, y su elocuencia, cuyos aduladores comparaban con la de Demóstenes o Cicerón, se empleaba invariablemente a favor de la inocencia y la humanidad».
La lectura de La república de Platón empujó a Boecio a apartar un poco su actividad académica para entrar en política al servicio de Teodorico el Grande.
El monarca de los ostrogodos reinaba también sobre Italia tras haber eliminado a Odoacro (el caudillo hérulo que había depuesto al último emperador romano,Rómulo Augústulo), apoderarse de Rávena y desde allí quedar al frente de la mitad de lo que había sido el Imperio Romano de Occidente (incluyendo la zona meridional de la Galia, dos tercios de Hispania y la influencia directa sobre los reinos burgundio y vándalo), razón por la que se le consideraba el gobernante más poderoso de su época y hasta se le daba extraoficialmente el tratamiento de Augusto.
Teodorico conoció a Boecio durante un viaje a Roma y le incorporó a su gabinete, nombrándolo senador cuando todavía tenía veinticinco años de edad. Fue ascendiendo, pasando a ser consul ordinarius en el 510 y magister officiorum en el 522.
No obstante, él siempre consideró que su mayor éxito en la administración llegó ese último año, cuando Teodorico, demostrando el aprecio que le tenía, designó cónsules a sus dos vástagos, Flavio Símaco y Flavio Boecio; los había tenido con su esposa Rusticiana, que fue otra de las mercedes que obtuvo de su padrastro, ya que ella era su hija.
El magister officiorum era una especie de canciller, un superintendente general de los servicios del Palacio Imperial cuyas competencias iban desde organizar las audiencias a gestionar los asuntos internos, pasando por controlar y equipar a la guardia, etc.
O sea, alguien con poder suficiente como para hacer frente a la corrupción existente en la corte, frenar la desmedida ambición del mayordomo Triguilla, enfrentarse al ministro godo Cunigasto y detener una requisa de alimentos en Campania que hubiera llevado a la región a la hambruna. Todo ello, obviamente, le hizo ganarse enemigos.
El partido filogótico se convirtió en un acerado enemigo político y fue uno de sus miembros, Cipriano, quien se encargó de emprender acciones contra Boecio.
Cipriano era el referendarius, es decir, un tipo de funcionario cuyo cometido consistía en mantener un canal de comunicación entre el emperador y los magistrados, firmando despachos en nombre del primero. En tal desempeño, durante el Consejo Real ante Teodorico, celebrado en Verona en el año 523, acusó al ex-cónsul Cecina Decio Fausto Albino de traición por mantener correspondencia con el emperador de Oriente, Justino I, que era un fervoroso cristiano, contra el gobierno de Teodorico, arriano, invitando al primero a intervenir en Italia para librarla del dominio ostrogodo.
Hijo y hermano de cónsules, Albino había ayudado a Boecio, como éste mismo recordó («…innumerables veces interpuso mi autoridad para proteger a los desdichados del peligro cuando eran acosados por las interminables acusaciones falsas de los bárbaros [godos], en su continua e impune codicia por la riqueza») y ahora era el turno de devolverle el favor.
El magister intervino en su defensa con unas emotivas aunque imprudentes palabras que se iban a volver en su contra: «La acusación de Cipriano es falsa. Si Albino es criminal, también el Senado y yo mismo, todos, lo somos; pero si somos inocentes, Albino se merece por igual la protección de las leyes».
En efecto, con artera habilidad, Cipriano también le acusó a él e incluso presentó tres testigos llamados Venancio Opilio, Basilio y Gaudencio.
Según cuenta en sus cartas el erudito Casiodoro (que sustituiría a Boecio como magister officiorum, para después ser prefecto del pretorio y amigo íntimo de Teodorico), el primero era cuñado del segundo y hermano de Cipriano, mientras que Basilio había sido acusado alguna vez de practicar magia negra y fue expulsado del servicio real por deudas. Boecio añade que Opilio y Gaudencio estaban desterrados por fraude, aunque otras fuentes no reseñan nada que les confiriese mala reputación y el propio Casiodoro les describe elogiosamente junto a su hermano Cipriano: «Absolutamente escrupulosos, justos y leales».
En cualquier caso el testimonio resultaba dudoso como mínimo, pero la firma de Boecio apareció, quizá falsificada, en una de las cartas incriminatorias y bastó para que él y Albino fueran detenidos y encerrados en el Ager Calventianus, una finca rural situada al norte de Pavía, mientras sus propiedades eran confiscadas.
Es posible que en otras circunstancias Teodorico no hubiera llegado al extremo, pero se hallaba inmerso en una compleja situación político-religiosa. Los ostrogodos eran cristianos arrianos, aunque al ser minoría en Italia el rey nunca impuso esa versión de la fe a la población romana y alcanzó un equilibrio con el catolicismo en lo que se suele conocer como compromiso ostrogodo. Pero eso no quiere decir que no hubiera cuestiones difíciles.
Por ejemplo, el rey de los vándalos, Hilderico, había dado muerte a Amalafrida, hermana de Teodorico, después de que ésta se rebelase contra él porque favoreció el regreso de los católicos al norte de África.
La sucesión del reino ostrogodo estaba entremezclada con ese asunto: el hijo de Amalafrida, Teodato, se postuló candidato, pero el rey designó finalmente a su yerno Eurico (casado con su hija Amalasunta), que era visigodo. Su suegro aspiraba así a unificar ambos reinos para afrontar con fuerza el creciente poder de los francos, pero se vio frustrado por la prematura muerte de Eurico. Boecio había apoyado a Teodato, lo que quizá le alejó del monarca.
Por otra parte, los arrianos estaban siendo perseguidos en el Imperio Romano de Oriente, donde también se habían empezado a producir discordancias entre la Santa Sede romana y la Sede de Constantinopla, que por entonces aún formaban una misma Iglesia (cinco siglos más tarde se separarían definitivamente), habiéndose solucionado en el 519 a duras penas el cisma acaciano, el primero entre ambas, debido a la deriva oriental hacia el miafisismo (una variante del monofisismo en la que la naturaleza de Jesucristo es única, humana y divina juntas). Boecio llevaba tres años trabajando para conseguir un acercamiento entre ambas sedes.
Todas ésas fueron las circunstancias que rodearon e influyeron en el proceso contra él, que concluyó con una condena a muerte.
No se sabe exactamente cómo se le ejecutó, sí parece que antes sufrió la tortura de que le sacaran los ojos apretándole el cuello con una soga y le rompieran el cráneo a golpes de garrote, lo que habría supuesto una terrible agonía que motivaría aún más a la Iglesia a otorgarle la condición de mártir y proceder a su canonización en 1883. La fecha resulta tardía porque durante mucho tiempo hubo ciertas dudas sobre la firmeza de su fe, especialmente en el último año de vida, mientras esperaba encerrado juicio y sentencia.
Él mismo reflejó su estado de ánimo en su libro De consolatione philosophae, escrito en prosimetrum (alternancia de prosa y verso), en forma de un diálogo con la alegórica Dama Filosofía, durante su reclusión y considerado la última gran obra de la filosofía clásica.
En ella no hace referencia directa a Jesucristo ni al cristianismo, lo que algunos interpretaron, decíamos, como una renuncia a sus creencias. No obstante, fue uno de los textos más copiados y difundidos desde el Renacimiento Carolingio hasta el final de la Edad Media y tuvo una enorme repercusión al sentar las bases de la escolástica y dar a conocer el pensamiento clásico, especialmente Séneca y el neoplatonismo, conciliándolos con la ética cristiana.
Boecio murió pues en el 524, a la edad de cuarenta y cuatro años.
Fue enterrado en la iglesia de San Pietro in Ciel d’Oro, en Pavía, que también acoge los restos mortales de San Agustín. Según cuenta Procopio, la implacable justicia de Teodorico alcanzó también a su suegro y padre adoptivo, el ya anciano Símaco, que le había intentado defender y terminó acusado dos años más tarde de conspirar junto a él.
Como se confiscaron todas las propiedades familiares, Rusticiana quedó en la miseria, si bien posteriormente, al fallecer Teodorico, le fueron restituidos y pasó a gozar del favor del papa Gregorio Magno, siendo reconocida como patrona de la Iglesia Católica.
Sus hijos Flavio Símaco y Flavio Boecio también recuperaron su posición y el segundo incluso llegó a ser prefecto pretoriano en el África Proconsular bizantina. No se sabe qué fue de Cecina Decio Fausto Albino. Y dicen que años después Teodorico, gravemente enfermo de disentería y a punto de morir, confesó a su médico Elpidio que se arrepentía de haber condenado a Boecio.
El crítico de arte y fotógrafo catalán Jorge Ribalta ha sido el comisario de esta casi irrepetible exposición, ‘Genealogías documentales’, que alberga el Museo Reina Sofía hasta el próximo lunes, 27 de febrero.
En ella se exhiben algunas fotografías antiguas, de mediados del siglo XIX, de las que apenas se cuentan ejemplares en el mundo. Ribalta propone una doble mirada para una doble revolución: la de la fotografía y la de las clases populares. Los pobres, los excluidos, el lumpen-proletariado…, la clase trabajadora en su conjunto es la protagonista de esta excepcional exposición.
Todo empezó en 2011, con la exposición Una luz dura, sin compasión. El movimiento de la fotografía obrera, 1926-1939. Ese fue el inicio de toda una narrativa que ha compuesto Ribalta para repensar la manera en que se ha utilizado el discurso documental en la historia de la fotografías.
“Partiendo de que lo documental no es puramente lo que se opone a la ficción, como se suele entender de forma un poco banalizada, ello aparece históricamente en los años 20 del pasado siglo para representar el nuevo protagonismo político adquirido por parte de la clase trabajadora”, en sus propias palabras. Es en este punto donde sobresalen fotografías publicadas en medios de comunicación comunistas de Alemania y la URSS, una suerte de autorrepresentación de la clase trabajadora ligada a su promoción.
El pequeño ciclo de exposiciones continuó en 2015, con Aún no. Sobre la reinvención del documental y la crítica de la modernidad, posicionada en los años 70, tras el mayo parisino del 68. “La historia de la preguerra, ese vínculo entre lo documental y la política del movimiento obrero, queda borrada por la Guerra Fría, al menos en Occidente, y solo cuando aparece una nueva generación de artistas politizados es cuando resurge”, explica Ribalta.
En esos años, además, se produce cierta historización del movimiento de la clase obrera entre lo documental y lo político.
La muestra, por aquel entonces, sirvió para mapear la década larga de los 70 identificando los polos de debate y teorizando la relación entre lo documental y los movimientos sociales que, claramente, no eran iguales que cuatro décadas antes.
“En los años 30 la representación del trabajador era la del obrero industrial, muy masculinizado, en una fábrica. En los 70 las luchas políticas han adquirido otro cariz y sobresalen las minorías raciales y de género, se abordan las consecuencias del conflicto de Vietnam y el discurso poscolonial”, explica el comisario.
Y en esa nueva constelación, la geografía también se diversifica dejando algo atrás al hombre blanco europeo y entrando de lleno latinoamericanos y africanos.
Dentro de este ciclo, Marc Pataut fue el protagonista de una tercera exposición que tuvo lugar en 2018. Esta especie de coda se centraba en su trabajo de forma monográfica: “Se trata de un caso emblemático de vínculo de práctica fotográfica y el surgimiento de los precarios y los movimientos de antiglobalización de los años 90”, enuncia Ribalta.
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Así llegamos a 2023, momento en el que Genealogías documentales viene a cerrar este hilo conductor entre fotografía y movimiento obrero y yendo a los inicios del mismo.
“Esta mirada a la protohistoria, incluso antes de que surja el discurso documental como un arte específico, muy de los años 20, posee ciertas prácticas que se remontan casi al origen de la fotografía misma”, subraya el comisario.
De la mano, fotografía y revoluciones transitan desde 1848, año en el que se publica el Manifiesto Comunista y se da la primera revolución fotografiada y el nacimiento del movimiento obrero tal y como lo entendemos en la actualidad, hasta el surgimiento del movimiento obrero organizado ya a finales del siglo XIX y principios del XX. Ribalta, de esta forma, mapea las fuerzas, tendencias y discursos que anticipan el género documental propiamente dicho.
Los pobres, los excluidos, el lumpen-proletariado, la clase trabajadora en su conjunto es la protagonista en todas y cada una de las diferentes salas que cobijan esta excepcional exposición.
La primera de ellas se concentra en 1848, aunque pronto da paso a la siguiente, dedicada a ese surgimiento de los estados-nación y las campañas fotográficas que les acompañan. Es ahí donde, pese a no existir todavía la fotografía como un hobby amateur, aparecen personajes populares, criados, vagabundos y gente de la calle, esas personas que vivían en la periferia de los monumentos nacionales.
Otra sala se concentra en los grandes ensanches llevados a cabo en algunas ciudades europeas como París, Madrid, Viena y Barcelona. Esas grandes reformas urbanas intentaron adecuar la ciudad a la industrialización, y de ahí el surgimiento de ese proletariado, los barrios pobres, la marginalidad urbana.
La siguiente estancia se centra en las primeras representaciones del trabajo industrial principalmente vinculadas a la fábrica y las obras públicas, así como la mina.
Se trata de iconografías que en España, por ejemplo, ilustran la construcción del canal de Isabel II. “Además, todo ello se entrelaza con el trabajo forzado que se veían obligados a realizar los presos”, puntualiza Ribalta.
Los usos disciplinarios de la fotografía tienen una sala única. En ella aparecen los discursos médicos, antropológicos y judiciales tan en boga a finales del XIX. Es aquí donde los heridos en las guerras saltan al negativo y donde la fotografía antropológica construye un discursos de alteridad respecto al primitivo, el enfermo e, incluso, el considerado como criminal.
Escenas de trabajo en los talleres Krupp, Essen (Alemania), 1899. Fotógrafo desconocido.
Barricada en la rue de la Roquette, plaza de la Bastilla (París), 1871. Fotógrafo desconocido.
La muestra termina con una sala en la que se combinan imágenes de algunas revoluciones con las del nacimiento del movimiento obrero organizado, como los 1 de mayo o las Internacionales socialistas.
Más ejemplos: la Comuna de París de 1871 y la Revolución rusa de 1917.
Termina con Lewis Hine, “la gran figura emblemática del cambio de siglo que con su trabajo de denuncia del trabajo infantil para una organización se convirtió en el emblema de lo que sería el fotógrafo documental del siglo pasado”, ilustra el comisario.
También aparece Paul Strand como “esa figura moderna que marca la transición en la segunda década del XX hacia lo que se entiende como fotografía moderna, también muy politizado”.
Genealogías documentales está ideada en ese tiempo algo lejano pero todavía temible de confinamiento pandémico. “Aquello hizo muy difícil la investigación e impidió la posibilidad de viajar. Hemos contado con una limitación muy ardua, además de que parece que la pandemia ha tenido cierto efecto en los museos y archivos a la hora de complicar los préstamos”, explica el fotógrafo y crítico de arte.
Ese ha sido el motivo por el que muchas instantáneas que a Ribalta le hubiera gustado exponer finalmente no cuelgan de las paredes del Reina Sofía, pero eso no es óbice para haber conseguido una muestra difícilmente igualable.
“Hablamos de obras muy delicadas, sujetas a periodos muy largos de descanso y que de por sí es difícil obtener un préstamo. Sería muy raro volver a ver expuesto junto todo lo que hay aquí”, defiende el comisario.
Sin ir más lejos, posiblemente es la primera vez que se hace algo como lo que hay en la sala centrada en 1848: “Hablamos de que a lo mejor en el mundo hay unas 10 fotografías de aquello y aquí hemos reunido cinco. Parece que no es nada, pero es realmente difícil”.
Las obras proceden de países como Francia, Inglaterra, Australia, Estados Unidos, Rusia, Alemania y España.
Según el comisario, “esto tiene un coste astronómico. Primero el traslado de la obra, con varias personas miembros de los museos prestadores para supervisar el montaje, y luego hacer marcos especiales y vitrinas climatizadas. Toda esa parte de producción que conlleva el hecho de que se trata de obra antigua es extremadamente cara”.
Tal esfuerzo ha sido muy aplaudido por la comunidad académica centrada en la historia de la fotografía, y ya ha conseguido sus resultados.
Por el Reina Sofía han pasado estudiantes de Alemania y de California, por ejemplo, que visitaban Madrid con motivo de la exposición. Además, el libro también está llamado a ser un éxito: “Reúne a 15 autores de diferentes países”, concluye Ribalta, “que escriben ensayos cortos pero componen un gran proyecto desde el punto de vista intelectual que interpela a la comunidad internacional formada por los estudiosos de la historia de la fotografía”.
Imagen de portada: George Bretz. Minero usando barrena de carbón. Mina de Carbón de Kohinoor, al este de Pensilvania (EE UU), 1884. Foto: Universidad de Maryland, condado de Baltimore.
FUENTE RESPONSABLE: El Asombrario & Co. Por Guillermo Martinez. 22 de febrero 2023.