Anne Berest: «Uno no se puede convertir al judaísmo, es una pertenencia heredada al nacer».

La escritora francesa analiza el éxito de su última novela, ‘La postal’, una investigación sobre sus familiares que fueron deportados a Auschwitz.

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A veces basta que prenda una cerilla para que despierte en el cerebro una ardiente imaginación. Anne Berest (París, 1979) volvió a España hace unos días, esta vez para presenciar Las Noches de la Lectura, una semana de encuentros literarios y cinematográficos organizados por el Instituto Francés de Madrid, para hablarnos y leernos, emotivos pasajes, de su última novela La postal (Lumen). Obra editada a finales de agosto, va ya, en España, por la cuarta edición. En Francia obtuvo el Premio Renaudot de los Estudiantes, Premio Goncourt versión americana, Grand Premio de las lectoras de la Revista Elle.

Pregunta. ¿Se imaginaba usted un éxito semejante?

Respuesta. ¡Para nada! Fue absolutamente inesperado. Recuerdo que mi madre (otra vez mi madre —dice riéndose—, está en todas partes ya que también es el personaje principal del libro) me dijo antes de que saliera La postal: «Sabes, hija mía, la gente está harta de escuchar todas estas historias… sobre la guerra… sobre el destino de los judíos… así que si tu libro no se vende, no te entristezcas, no es que sea malo, es que la gente quiere que le hablen de otras cosas…».

»El éxito es algo misterioso. No se sabe nunca cómo ocurre, por qué, de repente, un libro encuentra a sus lectores. Es el enigma de la creación. En Francia fuimos muy prudentes al principio. La novela era muy larga y el tema del Holocausto, más que difícil. Sacamos una primera edición de 10.000 ejemplares, pensando que estaríamos más que dichosos si los vendiésemos todos. Hoy en día, en este preciso momento en el que le hablo, llevamos vendidos 300.000 ejemplares en Francia. ¡En ningún momento pudimos sospechar tal acogida!

La postal parte de dos precisos momentos en la vida de la autora. El primero, en enero de 2003. Una mañana de invierno, Anne y su madre Léila recibieron en el buzón del jardín de su casa familiar una postal anónima, en la que se habían escrito los nombres de Ephraïm, Emma, Noémie y Jacques, nombres de sus abuelos maternos y sus tíos, deportados y asesinados en Auschwitz, en 1942. La postal creó cierta conmoción en la familia, pero se guardó bien cerrada en un cajón hasta que, quince años más tarde, un niño en el colegio llamó a su hija de seis años judía. En ese instante, Anne Berest conectó los dos momentos. Si su hija no había apenas oído hablar del judaísmo, si ella no sabía nada de aquellos antepasados que en 2003 llamaron a su puerta… sintió que debía escribir sobre esa historia.

«Siempre hay algo de universal en cada destino particular»

P. ¿Tuvo usted la impresión de que la postal le venía dirigida a usted personalmente?

R. Vaya… nunca lo había pensado de esa manera. Pero sí, tiene razón. Cuando recibimos esa postal, nos asustamos. El segundo punto de partida fue exactamente el qué recuerda. Mi hija se le contó a mi madre en casa y mi madre me lo dijo a mí. En el patio de recreo alguien le había dicho: «No nos gustan los judíos en la escuela». Una frase que inmediatamente me dio ganas de ir en busca del autor de la postal. Al final de mi investigación, cuatro años más tarde, entendí, como usted dice, que esa postal me había sido dirigida a mí.

P. En su anterior novela, Gabriëlle (2017), escrita junto a su hermana Claire, también recreaba la vida de uno de sus antepasados, su bisabuela Gabriëlle Buffet Picabia, escritora, crítico de arte y casada con el pintor surrealista español Francis Picabia.

R. Efectivamente, mi familia es una fuente indudable de inspiración para mis libros, e incluso diría que gracias a ella encontré mi país como escritora. El país en el que habito para escribir. Me gusta interrogar el pasado para entender cómo sigue viviendo en el presente, cómo vive en nosotros mismos. Busco esta vibración en mi trabajo. Y, en general, encuentro el pasado más misterioso que el futuro… Unos días antes del lanzamiento del libro, mi madre, que es muy divertida, me dijo: «Hija mía, ¿cómo quieres que la gente se interese por nuestra familia?». Le respondí que nuestra historia podía interesar a otras personas, porque siempre hay algo de universal en cada destino particular.

P. Estos últimos tiempos hemos visto novelas, ensayos, como el de Ivon Jablonka, Historia de los abuelos que nunca tuve (Anagrama, 2022), o el de Daniel Mendelsohn, Los hundidos (Planeta, 2019) que relatan el destino de los judíos durante la Segunda Guerra Mundial. En La postal, usted da un paso más, mezcla tiempos y documentos, a la vez que interroga su pasado, trata de explicar su presente. ¿Cuándo y por qué surgió ese deseo de investigar sobre sus orígenes familiares?

R. Creo que, sea cual sea nuestra historia personal, todos necesitamos dibujar nuestro árbol genealógico en algún momento de nuestra vida. Ya sea cuando eres padre por primera vez, ya sea cuando te enfrentas a un problema personal, o cuando te jubilas… algo en ti despierta y te preguntas: ¿quiénes fueron mis antepasados? En mi opinión, esa sed de conocimiento no es exclusiva a los descendientes de los supervivientes. En cambio, lo que sí nos caracteriza es que, en nuestras familias, las huellas han desaparecido. El pasado se borró. Se aniquiló. El trabajo de investigación es por lo tanto complicado, difícil. Pide que investiguemos situaciones que son, muchas veces, novelescas. Y luego viene la necesidad de transmisión.

P. Ha comentado que las huellas borradas son difíciles de descubrir. Los supervivientes, Myriam en su familia, hermana e hija de los cuatro fallecidos en 1942, tampoco pueden hablar por el profundo dolor. ¿Cómo consiguió llevar a cabo una investigación tan minuciosa rodeada de tanto silencio?

R. En efecto, mi madre creció con una madre que nunca quiso hablar con ella sobre los años de la guerra. Mi abuela Myriam nunca nombró a Rusia, ni habló de su familia. No creo que volviera a pronunciar los nombres de su hermano y su hermana después de que murieran. Fue terrible para mi madre Lélia. Un verdadero trauma. Ella no sabía de dónde venía. Sobre todo, porque su padre se había suicidado cuando tenía cuatro años. Así que había agujeros por todas partes en el rompecabezas de sus orígenes.

»Un día decidió investigar su árbol genealógico para transmitírselo a sus hijas. Es gracias a su investigación que pude escribir La postal y, por eso, siempre agradezco a mi madre en las entrevistas y cuando recibo premios: el éxito del libro también le pertenece a ella. Luego, por supuesto, tuve que investigar mucho por mi cuenta para completar la de mi madre y escribir el libro. Fue un trabajo arduo. He leído más de cien libros, sin contar los documentales que he visto. Trabajé incansablemente durante cuatro años.

»Pero, para volver a su pregunta sobre el silencio, es común a toda una generación. En Francia, después de la guerra, nadie quería hablar de lo que había pasado. En todas las familias francesas se instaló ese silencio y, claro, todas las generaciones posteriores han sufrido por ello. Quiero decir: no solo las familias judías. Todas las familias francesas han experimentado este fenómeno.

«Encuentro el pasado más misterioso que el futuro»

P. Por eso divide usted su novela en dos partes. Dedica la primera a narrar la vida de sus ancestros y cómo, naciendo en Rusia, acabaron en Francia, después de largas estancias en Polonia y Palestina. En la segunda parte se centra casi exclusivamente en la actualidad y en su investigación. ¿Esa perfecta construcción de la novela fue accidental?

R. En absoluto. De hecho, es el libro más difícil que he escrito. Me costó mucho tiempo darme cuenta de cómo hacer que las historias del pasado (el libro comienza en 1919 en Rusia, con el nacimiento de mi abuela y termina en 2019, cuando encuentro la solución al acertijo) coincidieran con las historias del presente. 

Igual que la división del libro en capítulos. ¡Y, luego, hay que decir que borré 250 páginas del libro! Es mucho. Me llevó tiempo y trabajo saber cómo equilibrar cada parte. Para mí, en realidad, la novela contiene tres libros: una saga familiar, que cuenta el destino de la familia Rabinovitch a lo largo de varias generaciones; una investigación, como en las novelas policiacas; y una novela iniciática muy personal en la que relato mi íntima relación con el judaísmo.

P. Cuando arranca su investigación, el lector ya conoce a los personajes, esa familia que va y viene buscando su lugar en el mundo y dónde echar raíces. Sin embargo, diría que, entre esas dos partes, el lector descubre un hilo conductor que trata de elucidar qué significa ser judío, sobre todo, cuando, como en su caso, no depende de la religión.

R. ¿Qué significa ser judío en la vida laica? Es la pregunta que me hago y que trato de responder. 

Sabe, hay algo muy particular en el judaísmo que hace que uno «nace» judío, por la madre. Uno no puede convertirse al judaísmo, es una pertenencia a un pueblo que heredas al nacer. 

Como en las novelas de iniciación, mi personaje descubrirá la cultura judía a través de importantes ritos: por ejemplo, está esa cena de Pesaj, que aparece varias veces en la novela y que puntúa la narración a lo largo de cien años. 

Mi personaje no experimenta un retorno a lo religioso -no soy ni creyente ni practicante- sino un retorno a lo cultural. También trabajo sobre sueños, traumas, angustias, neurosis, pesadillas, que son específicos de descendientes de supervivientes.

»Si le parece bien, le voy a contestar a la pregunta con una broma judía: «¿Qué es ser judío? Es pasarse la vida preguntándose: ¿qué es ser judío?». 

Me encanta esta definición, a través del cuestionamiento. Siendo la noción de «pregunta» uno de los fundamentos del pensamiento judío para el cual es más importante saber hacer las preguntas correctas que saberlas responder.

Imagen de portada: Anne Berest (cedida por la editorial Lumen)

FUENTE RESPONSABLE: El Español. El Cultural. Por Jacinta Cremades. 11 de febrero 2023

Sociedad y Cultura/Judaísmo/Holocausto/Literatura/Novela/Entrevista.

Una nota sobre la interioridad.

Introducción

El Diario de Ana Frank es uno de los documentos más conmovedores que se escribieron en el marco del Holocausto. En sus páginas podemos degustar de un corazón que se mantuvo en estado de pureza pese al encierro y la amenaza constante. 

No cabe duda de que es una de las obras cumbres del siglo XX. Sin embargo, el diario cierra sus páginas pocos días antes de ser descubiertos “en la casa de atrás”. De tal manera que, como es de suponer, no hay noticias de su experiencia en Westerbork, Auschwitz y Bergen-Belsen, donde hallaría la muerte.

Sin embargo, hay otro diario no tan famoso, pero sí muy valioso para conocer el mundo interior de un judío en el corazón del Holocausto. Se trata del Diario de Etty Hillesum, judía neerlandesa, escrito entre 1941 y 1943 y que recogerá su evolución espiritual, su valor humano, ético y trascendental, muy influenciado por el escritor Rainer Maria Rilke. En sus páginas pude darme cuenta de un error en mi manera de manejar el concepto de la interioridad. De esos errores van estas líneas.

La interioridad

La cultura en Occidente ha sustentado su existencia en la dualidad, cuyo resultado más notorio es la erosión lenta, pero firme, del sentido de la vida, del hombre y su relación con todo lo que está a su alrededor. Nunca hemos podido, pese a infinidad de intentos, armonizar todas las dimensiones de la realidad en libertad y espontáneamente. 

En los intersticios de esa dualidad, el concepto de interioridad se ha asomado muchas veces, aunque como término filosófico formalmente hablando podría hallar su origen a comienzos del siglo XX, gracias a figuras como Husserl, Mounier y Edith Stein, que lo rescatarán de la corriente pietista del siglo XIX, particularmente del pensamiento de Kierkegaard.

Para muchos autores, hablar de interioridad y de dimensión espiritual es redundante. La mala costumbre de este mundo secularizado tomó el concepto para atizar el fuego de la dualidad. La interioridad y la exterioridad no son la misma cosa, no forman parte del mismo espacio lingüístico, denotan universos distintos, peor aún, son contradictorios. 

Por ello, cuando se habla de interioridad, casi de manera automática, la audiencia se ubica de manera obediente y disciplinada en lo religioso, como si, además, lo religioso, lo espiritual, también fuera algo absolutamente ajeno a la exterioridad.

Interioridad contra exterioridad

De alguna manera, tanto el diario de Ana Frank como el de Etty Hillesum nos demuestran que la interioridad y la exterioridad ni siquiera son las dos caras de una moneda. 

La interioridad no sólo indica conciencia, mismidad, un yo que unifica y da sentido a todas las realidades que constituyen al hombre; además, y precisamente por lo expuesto, es ruta para acceder a nuestra verdadera identidad que sólo se consolida frente al misterio divino. La exterioridad no sólo es cuerpo y materia, sino revelación de lo cosechado en la interioridad, puesto que esta última se configura en y a través de las distintas dimensiones constitutivas del hombre, entre ellas la sociabilidad.

El antónimo de interioridad no es exterioridad, sino superficialidad o trivialidad. Lo externo brota de la fecundidad de lo interno. Todo lo que arde dentro del hombre está llamado a expresarse saliendo de sí. Allí el sentido y sustento profundos del arte de educar. 

La interioridad requiere de una corporeidad; por ello, no es elegir entre una y otra, como pretenden algunos discursos espirituosos actuales. Se trata, más bien, de conjugarlas, de vivirlas en su mutua relación, que no es otra cosa que la manifestación del propio ser. 

Lo escribía Hillesum en su diario: “Vivir totalmente por fuera como por dentro, no sacrificar nada de la realidad exterior a la vida interior, ni tampoco a la inversa: he ahí una tarea apasionante”.

San Agustín, aunque no hablaba de interioridad formalmente, sí se refería a un enigma para sí mismo, que se iba develando en la medida en que el hombre se acercaba a Dios, al Otro radical. 

De la misma manera ocurre entre los hombres y mujeres que comparten un tiempo y un espacio. No hay interioridad sin trascendencia. Los frutos de la vida interior, así lo resalta santa Teresa de Jesús, se alcanzan afrontando decididamente los desafíos de ese mundo interior que no se escapa de la integración personal con el otro. 

La interioridad sólo es tal si se abre a la reflexión, al discernimiento, al amor y a la libertad para darle solidez al compromiso con el otro, con el mundo al cual pertenecemos.

Imagen de portada: Tanto el diario de Ana Frank (izquierda) como el de Etty Hillesum nos demuestran que la interioridad y la exterioridad ni siquiera son las dos caras de una moneda.

FUENTE RESPONSABLE: Letralia. Tierra de Letras. Por Valmore Muñoz Arteaga. 31 de enero 2023.

Sociedad y Cultura/Literatura/Holocausto/Filosofía/Interioridad/Pensamiento.

La película que Chaplin se arrepintió de haber hecho.

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En 1940 se estrenó una de las películas más famosas de Charles Chaplin: El gran dictador. En la película interpreta dos papeles, el de un barbero judío y el del dictador Adenoid Hynkel, una parodia de Adolf Hitler

Además de ser considerada una de sus mejores obras, resulta significativa por la sátira que hace del nazismo: la película, de hecho, fue una respuesta a la decisión del Tercer Reich de no permitir la proyección de sus películas alegando el supuesto origen judío de Chaplin.

Chaplin hizo la película, en sus propias palabras, “para los judíos de todo el mundo” y con la intención de ridiculizar a los regímenes que los perseguían, pero más adelante se arrepintió de ello: al ser consciente de la magnitud del Holocausto, se planteó si había sido adecuado parodiarlo de aquel modo y declaró: “Si hubiese conocido los horrores reales de los campos de concentración alemanes, no habría podido hacer El gran dictador, no habría podido hacer broma con la locura homicida de los nazis”.

SINOPSIS COMPLETA – Fuente: Play Cine

Durante la Primera Guerra Mundial, un barbero judío del ejército de Tomania salva la vida del soldado Schultz.

Veinte años más tarde, Tomania vive bajo el yugo del dictador Adenoid Hynkel, aunque el barbero lo desconoce porque ha estado ingresado en un hospital con amnesia.

Fiel a su espíritu humanista, Charles Chaplin realizó en su primer filme completamente sonoro una parodia de Hitler y del nazismo, en los primeros compases de la Segunda Guerra Mundial y años antes de que el mundo descubriera hasta donde podía llegar la locura del dictador.

Chaplin protagoniza la cinta por partida doble, interpretando a Hynkel y al barbero, mientras que su entonces esposa, Paulette Goddard, da vida a Hannah, el amor platónico de este último.

Al igual que en otros filmes como «Tiempos modernos», Chaplin se muestra como un artista preocupado por la sociedad en la que vive, utilizando para ello su personal mezcla de comedia, drama y un sentimentalismo en ocasiones excesivo.

Especialmente memorables son las escenas de la disputa de dictadores en la barbería, la imagen de Hynkel jugando con el globo terráqueo como un niño y el discurso final que se convierte en alegato por la paz y la tolerancia.

Imagen de portada:  Charles Chaplin Film Corporation / CC

FUENTE RESPONSABLE: Historia National Geographic. Por Abel G.M. 31 de enero 2023.

Sociedad y Cultura/Cinematografía/Charles Chaplin/Nazismo/ Holocausto.

Los colonos de Sosúa, los judíos acogidos por República Dominicana durante la Segunda Guerra Mundial.

«Nosotros como niños éramos totalmente libres, no había peligro de nada».

Joachim Benjamin recuerda cómo en Sosúa los adultos pasaban todo el día trabajando la tierra y en su tiempo libre, por las tardes, se reunían a comer pastel o, de ser un típico día soleado, visitaban las hermosas playas del Atlántico.

Hasta 1940 ni él ni sus vecinos, todos judíos europeos, habían oído hablar de aquel municipio del norte de República Dominicana que acababa de volverse su nuevo hogar.

Llegaron allí como refugiados, con la Segunda Guerra Mundial ya comenzada, huyendo de la persecución del gobierno nazi.

Y empezaron su nueva vida en una comunidad abandonada en lo que había sido una próspera plantación de bananos que tuvieron que levantar con sus propias manos.

El plan de Trujillo

Ese destino se decidió dos años antes y a miles de kilómetros, en Évian-les-Bains.

En aquella ciudad balneario francesa se reunieron del 6 al 15 de julio de 1938, convocados por el entonces presidente de Estados Unidos Franklin Roosevelt, delegaciones de 32 países y representantes de una serie de organizaciones privadas.

El objetivo de la Conferencia de Evian, tal como se le llamaría a la cumbre, era abordar el tema de los refugiados judíos que huían del nazismo.

Adolf Hitler

FUENTE DE LA IMAGEN -GETTY IMAGES. Con la llegada al poder del Hitler en Alemania comenzó la persecución de judíos.

Y el jefe militar dominicano Rafael Leónidas Trujillo Molina se destacó como el único líder mundial dispuesto a darles asilo.

Lo que parecía un gesto humanitario, sin embargo, escondía otras motivaciones, coinciden los historiadores.

Trujillo había mandado a matar a decenas de miles de haitianos durante un conflicto de seis días en octubre de 1937, lo que se conoció como la «Masacre del Perejil» o «El Corte», mientras que los haitianos la recuerdan como Kout Kout-a («el apuñalamiento»).

Independientemente del nombre, fue un experimento del mismo tipo de limpieza étnica que estaba ocurriendo en Europa, y Trujillo necesitaba una buena estrategia de relaciones públicas.

A ello apunta Allen Wells en su libro «Sion Tropical: el general Trujillo, Franklin Roosevelt y los judíos de Sosúa», publicado en 2014 por la Academia Dominicana de la Historia.

Además, Trujillo, obsesionado con la blancura, vio el éxodo de los judíos de Europa del Este, en los tiempos del ascenso de Adolf Hitler al poder y el cierre de fronteras, como una oportunidad para promover su agenda racial: los judíos europeos podrían procrearse con las mujeres dominicanas, quienes darían a luz a bebés de piel más clara.

Asimismo, Juan Daniel Balcácer, presidente de la Comisión Permanente de Efemérides Patrias de República Dominicana, le dice a BBC Mundo que también fue un intento de Trujillo de demostrarle a Estados Unidos que él era un aliado incondicional.

Rafael Trujillo

FUENTE DE LA IMAGEN – GETTY IMAGES

Rafael Leónidas Trujillo Molina estaba obsesionado con la blancura.

«Y tal actitud de colaboración con los Estados Unidos, cuando muchos países simplemente eludieron comprometerse aceptando migrantes judíos en sus respectivos territorios, le garantizaba —al menos él y sus asesores estaban convencidos de ello— un mayor apoyo económico, militar y político por parte de los estadounidenses», añade Balcácer.

En una carta de septiembre de 1942, el «generalísimo» escribió que sus lazos de amistad con Estados Unidos eran entonces más sólidos que al inicio de su gobierno en 1930. «Y han sido más fructíferos desde que me relaciono con su excelencia el presidente Franklin D. Roosevelt y el secretario de Estado Cordel Hull».

Así, Trujillo se comprometió a acoger a 100.000 judíos, tal como señala el historiador Herbert Stern en su libro de este año «Hechos y documentos sobre la presencia judía en República Dominicana».

Comunidad agraria

No fue hasta 1940, con la Segunda Guerra Mundial ya en marcha, que el gobierno dominicano firmó el acuerdo con la Asociación de Asentamientos de República Dominicana (DORSA, por sus siglas en inglés), un programa del Comité Judío Americano de Distribución Conjunta.

Y el 10 de mayo llegó el primer barco.

Colonia judía

FUENTE DE LA IMAGEN – ARCHIVO GENERAL DE LA NACIÓN. Una pareja de refugiados judíos en Sosúa.

Los 47 refugiados que desembarcaron fueron recibidos por representantes de la DORSA en Ciudad Trujillo, actual Santo Domingo, y llevados a su nuevo destino: Sosúa.

Desde principios del siglo XX hasta 1916 la United Fruit Company había tenido allí una plantación de plátano, que prosperó e hizo florecer a la región.

Pero la caída de las exportaciones trajo el cierre de las operaciones bananeras. Y atrás quedaron, no solo los campos, también unas 20 casas y varios barrancones al igual que instalaciones de un pequeño hotel.

Aquella propiedad de unos 105 kilómetros cuadrados la compró Trujillo en 1938 y se la donó a la DORSA, para que los judíos pudieran asentarse allí y la convirtieran en un boyante rancho ganadero y una vibrante comunidad.

De ella formó parte Herta Wellisch, hija de un matrimonio de origen checoslovaco que vivía en Austria.

Llegó el 29 de septiembre de 1940, junto a otras 20 jóvenes de entre 16 y 19 años, procedente de Inglaterra, donde se había refugiado tras el estallido de la guerra. En Londres, buscando trabajo en agencias judías, le contaron de la posibilidad de irse a República Dominicana.

«Yo no sabía absolutamente nada sobre este país, pero firmé de inmediato», le contó a su nieta, Juli Wellisch, quien luego incluiría el relato en su libro de 2016 «Sosúa: páginas contra el olvido».

Tenía 18 años cuando llegó, tras haber hecho escala en Glasgow, Escocia, y en Nueva York.

Un año después arribaron sus padres, Emil y Selma Wellisch, y su hermano Kurt. «Cuando por fin pudimos abrazar a nuestras familias, todos llorábamos pues pensábamos que ese día no iba a llegar nunca».

Refugiados judíos

FUENTE DE LA IMAGEN – CORTESÍA DE YULI WELLISCH. Los hermanos Kurt y Herta Wellisch a inicios de la década de 1940 en Sosúa.

Como el objetivo era convertir aquella propiedad de Sosúa en un próspero rancho, muchos de los refugiados tuvieron que dejar atrás sus oficios y aprender de agricultura. Fue el caso de Emil Wellisch, quien había sido contable de la empresa de ferrocarriles de Viena.

Los colonos fueron instruidos por expertos en el cultivo de frutos subtropicales y recibieron 33 hectáreas de terreno y al menos 10 vacas. Una más si tenían esposa, y dos extra por cada hijo.

Además la DORSA les prestaba US$10.000 dólares que, una vez empezaban a cobrar por su trabajo como agricultores y ganaderos, debían devolver.

A pesar del acceso a los recursos, para muchos vivir en lo que parecía un paraíso caribeño no fue fácil.

El español, un idioma que no dominaban, fue el reto inicial. Luego empezaron a llegar las enfermedades.

A inicios de 1940 hubo un brote de malaria en la costa norte de República Dominicana que afectó de inmediato a los refugiados, por lo que la DORSA construyó un hospital a las afueras de Sosúa para tratar a los enfermos.

Sosúa

FUENTE DE LA IMAGEN – ARCHIVO GENERAL DE LA NACIÓN

Al poco tiempo los judíos crearon una sinagoga, restaurantes y una biblioteca para compartir.

La falta de tuberías y la inexistencia de electricidad tampoco facilitó las cosas, pues los nuevos habitantes tenían que cargar cubos de agua, cocinar con leña y limpiar precariamente.

Pero fueron haciendo mejoras poco a poco y al tiempo ya habían vuelto el asentamiento un lugar más agradable, con la apertura de una pequeña biblioteca, un comedor y una sinagoga en la que reunirse.

De Shanghái a Sosúa

Joachim Benjamin, quien ahora tiene 80 años, recuerda para BBC Mundo sus primeros días en el Caribe.

Mi padre, Erich Benjamin, estaba en el campo de concentración de Buchenwald, en Alemania. Pero mi mamá, Erna Geppert, pudo conseguir documentos y ambos se mudaron a Shanghái en 1939.

Alemania Nazi

FUENTE DE LA IMAGEN -CORTESÍA DE JOACHIM BENJAMIN

Erich Benjamin, en 1939, al salir del campo de concentración de Buchenwald, en Alemania.

Yo nací en Shanghái en 1941 y mi hermana, Jeanette, un año después.

Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, mi padre, quien era ebanista, vio en un periódico que República Dominicana estaba buscando a judíos para darles refugio.

Él dijo que no sabía para dónde iba, pero aseguró «para allá voy».

Yo estaba muy pequeño y casi no recuerdo bien, pero fue un viaje largo: de dos meses.

Nos pasó a buscar un barco militar estadounidense que llevaba pasajeros desde Shanghái hasta San Francisco (Estados Unidos), un viaje que tomó 10 días.

Refugiados judíos

FUENTE DE LA IMAGEN – CORTESÍA DE JOACHIM BENJAMIN

Erna Geppert, madre de Joachim, en la carta de identificación de Shanghái.

Desde San Francisco fuimos en tren a Miami y tardamos una semana. Y de allí volamos a Ciudad Trujillo, como se llamaba entonces la capital dominicana.

Al vuelo de cuatro horas le siguieron ocho por carretera hasta Sosúa.

Llegamos al país en marzo de 1947.

Para ese tiempo la colonia judía ya estaba establecida y aunque en un principio quisimos hacer negocios, mi papá se dedicó a la ganadería, a la producción de leche y carne.

Vivimos primero en una comunidad un poco alejada del centro,a unos 9 kilómetros del batey —como se conocía al conjunto de edificaciones que dejó la United Fruit Company—. Pero dos años después nos mudamos más cerca.

A mi papá le entregaron una finca con 10 vacas, y aunque no había trabajado en una, se hizo finquero. No tenía título universitario pero como a él le gustaba leer aprendió todo sobre fincas.

Mi padre también aprendió español, no perfecto, pero se manejaba bien. También sabía inglés, porque llegó a trabajar para Inglaterra.

Para mi mamá la adaptación fue más difícil. No consiguió dominar el español a pesar de vivir allá por 40 años.

También es posible que la guerra la hubiera dejado traumatizada, pero la verdad es que nunca se adaptó al ambiente.

Mi juventud fue maravillosa, porque no había ningún peligro. Sosúa era un pueblo aislado y nosotros, como niños, éramos totalmente libres.

Íbamos a la escuela de 8:00 de la mañana hasta el mediodía y el resto del tiempo era de nosotros y nadie se preocupaba porque no había ningún riesgo.

Sosúa

FUENTE DE LA IMAGEN – CORTESÍA DE JOACHIM BENJAMIN

Joachim y su hermana, Jeanette, en Sosúa (1947)

En el asentamiento prácticamente todo el mundo hablaba alemán, pero en la escuela Cristóbal Colón se impartía todo en español.

Éramos 60 alumnos, la mayoría judíos. Y solo daban clases hasta el octavo grado, porque era una escuela primaria.

En el pueblo había dos restaurantes, y la gente se reunía en la tarde a comer bizcocho o a jugar boliche.

Y aunque no había conciertos en vivo, teníamos un tocadiscos y dos veces al mes nos juntábamos a escuchar ópera y un hombre nos explicaba de qué iba.

Familia judía en Sosúa

FUENTE DE LA IMAGEN – CORTESÍA DE JOACHIM BENJAMIN

La familia Benjamin en la década de 1950. De izquierda a derecha (Joachim, Erich, Erna y Jeanette)

Ya Sosúa no es una comunidad judía

Aunque Trujillo se comprometió a dar asilo a 100.000 judíos europeos, por problemas para su traslado, las tensiones políticas y cierta incertidumbre acerca de su ubicación terminaron asentándose 757.

Sosúa

FUENTE DE LA IMAGEN – ARCHIVO GENERAL DE LA NACIÓN

A pesar de las adversidades, los colonos de Sosúa eran felices.

«Solo la desventurada circunstancia de que no existan medios de transporte no ha permitido que esta cifra haya sido cubierta hasta ahora», se justificó el mandatario militar en una carta en 1942.

Con el fin de la Segunda Guerra Mundial en 1945 muchos judíos buscaron oportunidades en Estados Unidos, también algunos de Sosúa, especialmente aquellos que querían estudiar.

Fue el caso de Herta y, por un tiempo, el de Joachim.

Para 1947 en Sosúa solo quedaban 386 refugiados. Y cuando murió Trujillo, en 1961, había 155.

Sosúa

FUENTE DE LA IMAGEN – ARCHIVO GENERAL DE LA NACIÓN

Fotografía de uno de los «batey» de Sosúa.

38 años después de haberse establecido el asentamiento había más enterrados en el cementerio judío que sobrevivientes. De acuerdo con los reportes de la época, eran en total 23 familias.

Pero seguía siendo una comunidad muy unida y conformaron una cooperativa.

La comunidad judía en República Dominicana hoy.

Playa de Sosúa

FUENTE DE LA IMAGEN – ARCHIVO GENERAL DE LA NACIÓN

Con el pasar de las décadas la industria hotelera de Sosúa se desarrolló y, poco a poco, se fueron perdiendo las costumbres judías.

Sosúa, de 276 kilómetros cuadrados, es uno de los ocho municipios de la provincia Puerto Plata, en el norte de República Dominicana.

Allí siguen de pie hoy, más de 80 años después de la llegada de los primeros refugiados, algunas de las empresas lácteas y cárnicas que estos fundaron.

El incremento del turismo en la zona y el mestizaje han hecho que, con los años, hayan ido desapareciendo las costumbres judías que estuvieron en su día muy arraigadas.

Gracias a su abuela, Juli Wellisch aprendió alemán y sabe más del judaísmo que del catolicismo, religión mayoritaria en el país caribeño.

«Aunque los ortodoxos no me consideran judía», dice Juli, haciendo referencia al mestizaje de sus padres.

Pareja

FUENTE DE LA IMAGEN – CORTESÍA DE JULI WELLISCH

Los padres de Juli Wellisch, Kurt Wellisch y Tatica Miller de Wellisch.

La única sinagoga del pueblo no ofrece servicios regulares por la falta de un rabino.

Pero se siguen celebrando las principales festividades judías, como el Yom Kipur o el Día de la Expiación, el Janucá o la Fiesta de las Luces, y el Rosh Hashaná o Año Nuevo judío.

La pequeña escuela donde estudiaron cientos de niños, incluida también Juli, sigue funcionando bajo el nombre de Luis Hess, en honor a un maestro que trabajó en ese centro durante 34 años.

También existe un museo que alberga fotografías y artículos sobre la comunidad judía de Sosúa, pero está cerrado temporalmente.

«En 75 años nunca experimenté antisemitismo. Los dominicanos no son prejuiciados contra judíos. Muy al contrario siempre fuimos tratados bien», comenta Joachim.

Imagen de portada: ARCHIVO GENERAL DE LA NACIÓN. Después de trabajar, los refugiados se reunían en el restaurante del pueblo.

FUENTE RESPONSABLE: BBC News Mundo. Por Carolina Pichardo. Abril 2022.

Sociedad y Cultura/Alemania nazi/Holocausto/República Dominicana

LA SECRETARIA DEL TERROR Y SU HUIDA DE LA JUSTICIA A LOS 96 AÑOS.

CAMPO DE CONCENTRACIÓN DE STUTTHOF

Se ha hecho famosa por darse a la fuga con 96 años, pero Irmgard F. es la protagonista de una historia de terror. Fue secretaria del campo de concentración de Stutthof y se la acusa de complicidad en la muerte de 11.412 personas. Al final, ha tenido que hacer frente a la Justicia. 

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La portavoz del Tribunal tuvo que salir a dar explicaciones: «Por su edad y su frágil estado de salud, nadie contaba con que fuera a rehuir el juicio». El Tribunal había preparado una gran sala en una nave industrial. Más de 135 periodistas estaban acreditados. El pasado 30 de septiembre, los 11 abogados de la acusación particular estaban en la sala. El abogado defensor de Irmgard F. también ocupaba su puesto.

La sesión debería haber arrancado a las diez. Pero el asiento reservado a la acusada permanecía vacío. Esa misma mañana, la anciana de 96 años había salido de la residencia de ancianos donde vive, cerca de Hamburgo, y se había montado en un taxi. Con su huida, la acusación considera que ha demostrado estar en posesión de sus facultades físicas y mentales.

Superviviente. Josef Salomonovic, de 83 años, es uno de los dos únicos superviviente hoy vivos de Stutthof y testigo contra la acusada. «Todavía sueño con los barracones». dice. |CORDON

La Fiscalía acusa a Irmgard F., en su condición de secretaria del campo de concentración de Stutthof, de complicidad en la muerte de 11.412 personas entre los años 1943 y 1945. También de colaborar en 18 tentativas de homicidio. La defensa argumenta que no sabía nada de los crímenes que se estaban cometiendo porque trabajaba dentro de una oficina.

El abogado de la acusación Christoph Rückel lleva años dirigiendo procesos contra las SS. Representa, entre otros, a Josef Salomonovic, de 83 años. Para este anciano, la huida «es una vergüenza». Va a testificar en el juicio, aunque hablar del campo le produce una enorme agitación y anda mal del corazón.

A los 16 años Irmgard F. entró a trabajar en el Dresdner Bank, el banco utilizado por las SS. Los historiadores consideran probable que ya entonces se encargara de asuntos relacionados con el campo de Stutthof

«Lo único que puedo contar al Tribunal es mi historia. Puedo contar el frío que hacía en el patio a la hora del recuento. Si el abogado de la mujer me pregunta cuánto tiempo teníamos que pasarnos allí de pie, le podría decir que no era raro que nos pasáramos allí el día entero. Hacía frío. Tenía hambre. Hacía viento. Eso puedo contar. 

Pero ¿qué puedo decirles de esa mujer? ¿Que si la vi? La oficina donde ella trabajaba estaba a 180 metros del patio. No lo sé. Pero tampoco vi a la gente colgada del cuello. Y colgaron a gente. ‘¿Y usted cómo lo sabe?’, me preguntará el abogado. Y yo le diré: ‘Porque mi madre sí lo vio’. ‘¿Y por qué no lo vio usted?’, insistirá. ‘Porque era un niño’, le diré. ‘Porque estaba encogido entre las piernas de mi madre. Porque delante de mí había otras cinco hileras de mujeres de pie’. Eso es lo que puedo declarar». Josef Salomonovic tenía 6 años cuando llegó a Stutthof; Irmgard F., 18.

La futura secretaria del campo había nacido en 1925 en un pueblecito al sudeste de Danzig. A los 16 años entró a trabajar como estenotipista en el Dresdner Bank. 

Los historiadores consideran probable que ya en ese puesto –el Dresdner Bank era el banco utilizado por las SS– se encargara de asuntos relacionados con el campo de Stutthof. Se casó con un sargento de las SS que también era músico en la banda del campo. En 1943 empezó a trabajar como secretaria del comandante del campo de Stutthof, Paul-Werner Hoppe.

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El jefe de la Irmgard F. Paul-Werner Hoppe —el comandante del campo de concentración de Stutthof y jefe directo de Irmgard F.— dialoga, sentado en el banquillo de los acusados, con su abogado defensor durante el juicio sobre los crímenes perpetrados bajo sus órdenes, realizado en noviembre de 1955 en Bochum, Alemania. Fue condenado como cómplice de asesinato. En junio de 1957, el mismo tribunal volvió a condenarlo a nueve años y fue puesto en libertad en 1966. Murió en 1974, a los 64 años. |ULLSTEIN BILD / GETTY IMAGES

Josef Salomonovic, por su parte, vino al mundo en 1938, pocos meses antes de que en una tenebrosa noche ardieran casi todas las sinagogas del Reich.

Sin embargo, sus primeros recuerdos no son sombríos. Creció en lo que hoy es la República Checa. Dora, su madre, había estudiado en la escuela de comercio y su padre, Erich, era ingeniero. Tenía un hermano dos años mayor que él, Michael. Josef tenía 3 años cuando su madre le dijo que se iban todos de excursión a Polonia. En realidad, la familia había recibido la orden de las autoridades de ocupación alemanas de dirigirse a Praga.

Salomonovic lleva años investigando su infancia robada. El 3 de noviembre de 1941, a 1000 personas procedentes de Praga se las envió al gueto de Lodz. «De esas 1000, solo 46 sobrevivieron al Holocausto. Y, de esas 46, hoy solo viven 2; una de ellas, yo».

En el gueto aprendió lo que era el hambre. A los pocos meses se le cayeron los dientes de leche y no le salieron los nuevos. A veces, los alemanes amontonaban a los niños dentro de camiones, luego arrancaban el motor y desviaban los gases del escape hacia el interior. Un día llegaron a su casa buscando niños, pero su madre lo escondió en el desván.

«De las mil personas que nos llevaron al gueto de Lodz, solo 46 sobrevivieron al Holocausto. Y, de esas 46, hoy solo viven 2; una de ellas, yo», cuenta Salomonovic.

Del gueto se los llevaron a Auschwitz. Los separaron y luego fue incapaz de reconocer a su madre entre la multitud de mujeres demacradas, desnudas y rapadas. Solo la reconoció cuando salió de la fila, se arrodilló delante de él y le ató los cordones de los zapatos. Era el verano de 1944. A las tres semanas volvieron a meter a los cuatro miembros de la familia en un vagón y los llevaron a Stutthof. «Para mi madre fue el peor campo de todos», dice Salomonovic.

No se arrepiente

Para Irmgard F., Stutthof fue un excelente lugar de trabajo. Como empleada civil de las SS ganaba un buen sueldo. Por la mañana cruzaba la puerta del campo y se dirigía a su oficina en el edificio de la Comandancia rodeando un estanque con cisnes. Su escritorio estaba en el primer piso, junto al del comandante. Ella era su persona de confianza. 

Y, según la Fiscalía, contribuyó a que la maquinaria asesina del campo funcionara. En una declaración prestada en los años cincuenta contó que toda la correspondencia de las SS y del campo pasaba por ella. En sus palabras se apreciaba orgullo, no arrepentimiento.

Irmgard contó que toda la correspondencia de las SS pasaba por ella. Lo dijo con orgullo. También tramitaba las órdenes de ejecución

Como se desprende de ese mismo testimonio, también tramitaba las órdenes de ejecución. Además, el comandante le dictaba las cartas relacionadas con el transporte a los campos de exterminio, como este radiograma de 1944: «573 prisioneros judíos (jóvenes, madres con niños y personas de utilidad limitada), así como 8 madres con 8 niños (arios) y 9 mujeres embarazadas (arias), transferidos al campo de Auschwitz». El citado transporte llegó a Auschwitz ese mismo día. A dos jóvenes se los consideró aptos para el trabajo, las 596 personas restantes fueron asesinadas en las cámaras de gas del contiguo campo de Birkenau. Irmgard F. dijo más tarde que no sabía nada de aquello.

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Trabajo de oficina. Las oficinas del campo de Stutthof donde trabajaba Irmgard F. Para ella era un buen trabajo, bien pagado y reconocido. Su marido también trabajaba allí. Era un sargento de las SS que también era músico en la banda del campo.

Durante su encierro en Stutthof, la familia de Josef Salomonovic permaneció separada por un alambre de espino. Su padre y su hermano Michael fueron llevados al campo de hombres, Josef se quedó con su madre en el de mujeres.

«Todavía se me aparecen en sueños los barracones», dice Salomonovic. En el cuarto de las guardias había un inodoro, su madre se arrastraba hasta allí con él por la noche para coger agua de la cisterna porque los SS no les daban de beber. También recuerda el espacio en el que cientos de prisioneros se echaban a dormir. Tan apretados estaban que no había sitio para Josef, quien acababa haciéndose un ovillo sobre la tripa de su madre.

Los obligaban a ponerse con la espalda contra la pared y les decían que iban a medirlos. Detrás de la pared, otro hombre de las SS les disparaba una bala en la nuca

Un día, un prisionero le dio la triste noticia a su madre a través del alambre de espino: su marido estaba en manos de los enfermeros nazis y, cuando preguntaron durante el recuento si alguien quería una inyección de vitaminas, levantó la mano. Los médicos se lo llevaron y lo mataron inyectándole benceno en el corazón. La madre de Josef hizo acopio de valor y suplicó a una de las guardias que dejara a su hijo Michael pasar al campo de las mujeres. Para su sorpresa, el niño apareció poco más tarde en su barracón, mudo y temblando.

Tenía la conciencia limpia

Que tenía la conciencia limpia, eso declaró Irmgard F. cuando en 2017 registraron su habitación en la residencia de ancianos. El comandante le dictaba pedidos de suministros de jardinería, no recordaba más. De asesinatos, ella no sabía nada.

Danuta Drywa es historiadora en el archivo del campo de Stutthof, pero dice que no puede contarnos nada de la señora F. porque no se han conservado los registros del personal. Pero sí puede contar otras cosas. Cosas sobre lo que ocurrió. Y sobre aquello de lo que una secretaria necesariamente tuvo que estar al tanto.

En Stutthof murieron asesinadas 65.000 personas, cuenta Drywa. Para 1944, el campo estaba saturado y se convirtió en uno de los escenarios del genocidio. Hombres de las SS se vestían con batas de médico, llevaban a los prisioneros al lado del crematorio, los obligaban a ponerse con la espalda contra la pared y les decían que iban a medirlos. Detrás de la pared, otro hombre de las SS les disparaba una bala en la nuca.

A los prisioneros que ya no estaban en condiciones de trabajar les inyectaban benceno. A otros los llevaban a la cámara de gas en tandas de 25 o 30. Desde fuera se oían sus gritos de agonía. Más tarde empezaron a usar otro sistema: liberar gas en el interior de un vagón de mercancías, procedimiento que provocaba aún más padecimientos. Miles más murieron del tifus y de los trabajos forzados, también del hambre. «Un testigo cuenta que una vez una mujer, en el revuelo del reparto de comida, se cayó dentro de una tina de sopa. La multitud la sacó y se abalanzó sobre ella con sus cucharas para rebañar algo de sopa de su cuerpo moribundo –dice Drywa–. Otro testigo describe el llanto de las madres a las que les arrebataban a sus hijos y los llevaban a Auschwitz para que los mataran».

¿Es posible que una secretaria como Irmgard F. pudiera trabajar aquí sin enterarse de nada? «Hasta los habitantes del pueblo vecino contaban que en el aire flotaba el olor a carne humana quemada –explica la historiadora–. Una empleada civil del campo declaró más tarde que todos los que trabajaban aquí sabían de la existencia de las cámaras de gas».

Preguntaron si alguien quería vitaminas; el padre de Josef levantó la mano. Los médicos lo mataron inyectándole benceno en el corazón

Josef Salomonovic, su madre y su hermano sobrevivieron al Holocausto. Tras la guerra, Irmgard F. vivió 76 años sin que la Justicia alemana la molestara. Tuvo que declarar varias veces, pero siempre como testigo. Su antiguo jefe la siguió visitando. La Justicia fue muy indulgente con él, igual que con otros criminales nazis. En 1955 fue condenado por complicidad en asesinato, pasó cinco años en la cárcel y quedó en libertad.

Colaborar con el crimen organizado

Pero la jurisprudencia ya no es la misma. Desde la sentencia contra el guardia de las SS John Demjanjuk en el año 2011, se considera que todo aquel que colaborara con un sistema organizado de asesinato es culpable, aunque no se le pueda atribuir ningún crimen concreto. Ese veredicto muestra que sin la tan cacareada minuciosidad de la Administración alemana el Holocausto no hubiera sido posible.

Irmgard F. fue arrestada el mismo día de su fuga. El Tribunal fijó el 19 de octubre como nueva fecha para el comienzo del juicio. Ahora por fin está teniendo que enfrentarse a su pasado.

Imagen de portada: La única foto que se tiene de ella. Esta es la única imagen conocida hasta hoy de Irmgard F.. El tribunal que la juzga no facilita fotografías y los acusados de estos crímenes suelen ocultar su rostro en los juicios.

FUENTE RESPONSABLE: El Correo XL Semanal. Por Nicholas Büchse.Octubre 2021.

Sociedad/Alemania/Nazismo/Holocausto

 

 

Brest: la desconocida masacre de judíos que acaba de salir a la luz en Europa.

Muy despacio, cuidadosamente, jóvenes soldados sacan de la tierra huesos humanos enterrados hace décadas. Junto con los restos hay trozos de tela y suelas de zapatos.

Están descubriendo un capítulo poco conocido del Holocausto en el oeste de Bielorrusia.

La fosa común fue descubierta durante los trabajos de construcción de un bloque de apartamentos de lujo.

Desde entonces, soldados especialmente entrenados han desenterrado los restos de más de 1.000 judíos, asesinados cuando la ciudad de Brest fue ocupada por la Alemania nazi.

«Los cráneos tienen agujeros de bala», dice Dmitry Kaminsky.

Su equipo militar generalmente busca los restos de soldados soviéticos. Aquí, en cambio, han encontrado pequeños cráneos de adolescentes y un esqueleto femenino con los restos de un bebé, como si ella lo hubiera estado acunando.

Miles de ejecuciones

Antes de la Segunda Guerra Mundial, casi la mitad de los 50.000 habitantes de Brest eran judíos.

Más de 5.000 hombres fueron ejecutados poco después de la invasión alemana en junio de 1941.

Bronnaya Gora

Este era el bosque de Bronnaya Gora a donde fueron llevados miles de judíos de Brest para ser asesinados.

Los que quedaron fueron llevados al gueto: varias cuadras del centro de la ciudad rodeadas de alambre de púas.

En octubre de 1942, llegó la orden de eliminarlos.

Los subieron a trenes de carga en los que viajaron durante más de 100 km hasta un bosque. En Bronnaya Gora, miles más fueron fusilados.

Se cree que la recientemente descubierta fosa común en el antiguo gueto contiene los restos de aquellos que lograron esconderse en un principio, solo para ser rematados más tarde.

«Nadie habló de ello oficialmente»

«Cuando mis padres regresaron, la ciudad estaba medio vacía», dice Mikhail Kaplan, hojeando instantáneas en blanco y negro en la mesa de su cocina.

Mikhail mira el lugar donde hallaron la fosa común en lo que antaño era el gueto de Brest.

Mikhail mira el lugar donde hallaron la fosa común en lo que antaño era el gueto de Brest.

Sus padres pudieron escapar de la masacre porque estaban fuera cuando los alemanes invadieron Brest. Las fotografías de Mikhail son de tías, tíos y primos que fueron asesinados.

«Mi padre nunca habló sobre lo que sucedió, fue demasiado doloroso. Pero mi abuela lloraba todo el tiempo recordando a Lizochka», explica mientras agarra una fotografía de su tía Liza vestida para salir una noche con amigos.

Liza con dos amigos.

La tía de Mikhail, Liza (derecha) saliendo con dos amigos. Los tres fueron asesinados por los nazis.

Liza y Ruth

Aquí Liza posa con su hija, Ruth, quien también murió.

Después de la guerra, sin embargo, Mikhail dice que la masacre judía no fue conmemorada.

«Todos sabían lo que había sucedido, pero nadie habló de ello oficialmente», dice. «Los alemanes nos destruyeron, deliberadamente. Los soviéticos simplemente se quedaron en silencio».

Incluso ahora, el museo del Holocausto en Brest es una sala en un sótano, curado y dirigido por la pequeña comunidad judía que se estableció en la ciudad después de su liberación.

Las exhibiciones incluyen las historias milagrosas del puñado de sobrevivientes del gueto que se escondieron debajo de pisos falsos o detrás de paredes en sus casas durante meses.

Museo judío en Brest

El pequeño museo judío en Brest describe la vida en el gueto.

También hay un registro de la ciudad mantenido por los alemanes. El 15 de octubre de 1942 había registrados 17.893 judíos en Brest. En el registro del día siguiente, ese número aparece tachado.

«Por eso sabemos cómo fue liquidado el gueto», explica el líder de la comunidad, Efim Basin.

Basin sospechaba que los trabajadores podrían encontrar algunos cuerpos en el lugar de la construcción, pero nunca tantos.

«Esto solo subraya lo poco que sabemos sobre nuestra historia», agrega.

Él estuvo explorando los archivos a lo largo de los años, intentando corregir eso. Pero los testimonios de los testigos son limitados. Y el destino de los judíos en Bielorrusia siempre se ha fusionado con las pérdidas catastróficas sufridas en general bajo la ocupación.

Lápidas del cementerio judío.

Lápidas del cementerio judío fueron removidas para construir un estadio deportivo.

«Los funcionarios repetirían el mantra ‘¡Nunca olvidaremos!’ sobre los muertos, pero la parte judía fue silenciada», recuerda Efim.

«Todos los monumentos de guerra estaban dedicados a los ‘ciudadanos soviéticos'», dice, afirmando que eso se debe en parte al antisemitismo y en parte al énfasis soviético en la idea de «una nación».

«Pero eso fue muy ofensivo. Los judíos no fueron asesinados por resistirse a los nazis. Fueron asesinados porque eran judíos».

Un nuevo monumento

Al recorrer la ciudad a pie, Efim señala las muchas huellas de la vida judía.

Cine en Brest.

El cine de Brest fue construido encima de la sinagoga principal de la ciudad durante la era soviética.

Entre ellas se incluye la sinagoga principal, con un cine cilíndrico construido sobre ella en la época soviética. Las paredes de mármol originales todavía están intactas en el interior, demasiado sólidas para ser destruidas.

El cementerio judío, parcialmente demolido por los nazis, fue luego liquidado por la URSS. Las tumbas fueron apiladas y se construyó un estadio deportivo encima.

El único monumento en recuerdo del Holocausto en el centro de la ciudad fue creado por la comunidad judía y la diáspora.

El monumento en recuerdo de las miles de víctimas judías en Brest

El monumento en recuerdo de las miles de víctimas judías en Brest fue construido por la comunidad sobreviviente.

Así que ahora están presionando para construir un nuevo monumento en el lugar donde las víctimas fueron ejecutadas. Las propuestas hasta ahora, sin embargo, incluyen plantar algunos árboles en lo que después será el jardín de los apartamentos de lujo.

«Algunas personas dicen que están construyendo sobre huesos, pero eso no es cierto», insiste Alla Kondak, del departamento de cultura de la ciudad.

«Solo detendremos el trabajo de excavación una vez que se hayan recuperado todos los restos».

Esos huesos se volverán a enterrar en el cementerio de la ciudad, y Kondak no ve necesidad de más.

«¡Hay tumbas por todas partes aquí! Los alemanes dispararon y enterraron a las personas en el lugar», argumenta.

Sitio de la fosa común.

La fosa común fue encontrada en un área de la parte vieja de Brest, donde los nazis forzaron a los judíos a vivir.

Pero parece que pocos ciudadanos son conscientes del destino específico de los judíos.

«No aprendimos nada en la escuela sobre el gueto de Brest», admiten dos mujeres de veintitantos años. «No creo que nadie de nuestra edad realmente sepa nada».

«No sé nada sobre el gueto o la fosa común», dice una señora mayor, cerca del sitio de excavación.

Pero a medida que se acaba otro día de excavación, los soldados salen de la fosa con más cajas llenas de huesos.

Con cada fragmento recuperado del suelo, la historia se hace más difícil de ignorar.

Imagen de portada: Gentileza de BBC New. Los restos humanos fueron encontrados durante los trabajos de construcción de un bloque de apartamentos.

FUENTE RESPONSABLE: BBC News, Brest,Biolorrusia. Por Sarah Rainsford. Abril 2022.

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