Una costumbre escandinava

Mario Vargas Llosa que es, a estas alturas, el único superviviente del glorioso ‘Boom’ hispanoamericano, le ha rendido honores a nuestro novelista más grande, después de Cervantes: Pérez Galdós. En los prolegómenos de su obra recién publicada, La mirada quieta (de Pérez Galdós), se sorprende el narrador peruano de la extremada hostilidad que despertó Galdós entre sus propios paisanos. Se decía, por ejemplo, que sus libros apestaban a cocido —imagina uno que a cocido madrileño—, y que don Benito escribía con vulgaridad y escasa elegancia. Vargas Llosa aprovecha la ocasión para recordarnos el juicio, tan poco afortunado como injusto, de otro de los más relevantes de la literatura universal, don Ramón María del Valle-Inclán, cuando en Luces de bohemia se refiere a Galdós con el mote de ‘Garbancero’. Gajes del oficio.

Pero, acaso, lo que más le dolió al escritor canario, no fue tanto el modo tan desabrido y hosco como lo trataron aquellos que bien pudieron ser sus propios discípulos, como Baroja, Unamuno, Azorín y el resto de noventayochistas, sino el hecho de que medio país se pusiera en contra de que la Academia sueca le concediera el Nobel de Literatura cuando, prácticamente, ya tenía en sus manos el galardón, y no había nadie en Europa que le hiciera la menor sombra.

Sucedió, por vez primera, en 1912. Por entonces, los intelectuales españoles, así como las instituciones, se dividieron a la hora de apoyar, por un lado, a un sabio de la Filología como Menéndez Pelayo, que nada tenía de creador, y el propio Galdós, representante de la España liberal y progresista. Los sectores ultraconservadores supieron moverse y armar el ruido necesario para que los nórdicos se espantaran. Enviaron miles de telegramas a la Academia sueca poniendo a parir al autor de Fortunata y Jacinta, como si éste fuera un vulgar robaperas, un sádico que se comía crudos a los niños. La Real Academia de la Lengua, de la que eran miembros ambos contendientes, apoyó a don Marcelino. La de Medicina, a la que no pertenecía ninguno de los dos personajes, a don Benito, que dejó así de ganar las doscientas mil pesetas del premio que, a buen seguro, le hubieran salvado de sus penosos últimos años, en los que vivió ciego y arruinado.

Volvió a intentarlo en 1915, pero las heridas no habían cicatrizado del todo, y los argumentos que esgrimían sus enconados enemigos seguían siendo los mismos: Galdós era un tipo peligroso, anticatólico y republicano, que, en más de una ocasión, dejó patente su manía hacia los jesuitas y las órdenes religiosas por apropiarse del campo de la enseñanza en un país en el que casi el ochenta por ciento de sus habitantes eran analfabetos.

Vargas Llosa, que, además de excelente novelista, siempre ha sido un fino catador de la mejor literatura, durante estos años de pandemia, ha revisado, de arriba abajo, la obra completa de Pérez Galdós (sus novelas, su teatro, sus ensayos, sus discursos, sus cartas), y no ha hallado mácula alguna, hasta el punto de llegar a compararlo con autores de la talla de Balzac, Dickens y Zola, dejando claro que, pese a lo que expresaron algunos de sus contemporáneos con el ánimo de denigrar su memoria, era un tipo de muy buena entraña, con un enorme talento enriquecido por un espíritu de equidad .

Pero se quedó sin su Nobel, como años después le sucediera a Jorge Luis Borges, quien, tras ser candidato en unas cuantas ocasiones y sonar su nombre como indiscutible ganador, en una rueda de prensa manifestó, ante un ejército de periodistas, que no encontraba explicación alguna para este asunto tan misterioso, excepto que se tratara de una vieja costumbre escandinava.

—————————————

Autor: Mario Vargas Llosa. Título: La mirada quieta (de Pérez Galdós). Editorial: Alfaguara. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

Imagen: Portada de “La mirada quieta”

FUENTE RESPONSABLE: Zenda. Apuntes, Libros y Cía. Por José Belmonte Serrano. Editor: Arturo Pérez-Reverte. 10 de septiembre 2022.

Sociedad y Cultura/Literatura/Novela/Reseña/Mario Vargas Llosa

Literatura, héroes y rebeldía.

La herencia rebelde de la literatura, que abarca a Petronio y a Joyce, a Martí y a Vargas Llosa, es puesta en cuestión desde las escuelas de Letras.

Decía Aristóteles en su Poética que la tragedia no debía desafiar los valores sociales; su rol catártico tenía lugar al  espectador mirarse en el espejo de  los horrores acontecidos a los personajes, expresión del orden natural de las cosas.

El espectador contempla el hacer de los dioses sobre los hombres y las mujeres, tal vez conmovido por tanto sufrimiento, sin dudar de su inevitabilidad. Para bien del mundo, Edipo debe pagar la falta que ni siquiera sabía que había cometido, el incesto con su madre. Antígona, otro personaje de Sófocles, desobedece las leyes; la joven muere defendiendo las tradiciones y la familia. 

Se enfrenta al autoritarismo, lo hace a nombre de valores considerados superiores y enfrenta la muerte: una mujer no debe desafiar ningún bastión patriarcal. La lucha entre antiguos y nuevos valores recorre las tragedias griegas; no obstante, vulnerar el delicado equilibrio entre hombres, dioses, polis, reyes, hombres y mujeres acarrea males. El poder ha de ser respetado; su caída es obra de los dioses, no de los hombres.

El consejo de Aristóteles hace más de dos milenios podría traducirse del siguiente modo: evitar el enfrentamiento con el poder ahorra complicaciones. 

Un magnífico ejemplo de esta aseveración es el Satiricón, de Petronio. En El poder del mito, Joseph Campbell pondera de este su cualidad restauradora del sentido de la existencia, continuidad del pasado y promesa del futuro. Satiricón no restaura, señala las terribles limitaciones del orden real de los hombres y mujeres, desprovisto de altura épica y trágica. Es una llamada a burlarse de la hipocresía tras los valores sagrados del imperio romano. Si Platón en La República cuestionó el llanto del héroe Aquiles, una salida afeminada cuyo mal gusto corromperá a las juventudes guerreras, no cuesta imaginarse qué hubiera pensado de Gitón, personaje de Petronio. Con el, si se quiere, noble fin de que los demás no se peleen por su miembro, el adolescente amenaza con cortárselo: sus amantes gritan “no” al unísono. 

Ni hablar de la resignación de la parentela de un noble romano ante su última voluntad: quien quiera disfrutar de su herencia ha de comerse su cadáver.

El libro incompleto de este autor romano, regio antecedente de la novela, despierta la risa, la ironía, el desprecio y las ganas de llevarse por delante a semejante sociedad. El equilibrio del mundo, si es que tal equilibrio es algo más que una invención conservadora, ha sido roto y la amargura sobreviene. Nada más alejado de las intenciones de perfectibilidad humana que esta literatura que rehúye del atractivo del mito. 

Desde luego, Petronio, en problemas con el poder romano, no tenía nada que perder. Muy distinta fue la situación de Virgilio, escritor de La Eneida, una obra por encargo de Augusto, el César. En esta epopeya, Virgilio le concede a los orígenes de la ciudad la estatura mítica deseada por su mecenas. De hecho, Augusto aparece en su Eneida, profetizado como un varón superior que llevará a Roma a la mayor de sus glorias. Ante el divino César y la divina Roma, genuflexión, héroes sobrehumanos y buena pluma.

En cambio, desde la Ilustración, el mayor bien de un hombre o mujer dedicados a la literatura, en particular al drama y a la novela, es el de emular a Petronio en su voluntad de demolición de las vanidades del poder. Comienza la lucha abierta entre escritores y el poder económico, político y cultural, en pos del interés superior de la libertad, la verdad y la entronización del individuo. 

El valor de la literatura se fundaba en la crítica tenaz del presente, no solo en Europa o Estados Unidos sino igualmente en la América hispana. Conseguida la independencia política, la literatura ventilará la crítica de la herencia de la colonia y las contradicciones de la modernidad en ciernes. No es de extrañar que abunden los exilios en el siglo XIX, casos de José Martí y Domingo Faustino Sarmiento: incomodar era el santo y seña. 

En esta misma época, la herencia rebelde de la literatura se potenció con la entrada de las mujeres y se prolongó hasta hoy, cuando somos testigos de un inusitado número de ellas escribiendo alrededor del mundo, dispuestas a exprimir todos los recursos estéticos para señalar los puntos negros de la vida.

No obstante, la herencia de rebeldía de la literatura ha sido puesta en cuestión, paradójicamente, desde las escuelas de Letras y los departamentos de literatura. La idea misma de canon, repertorios de textos valiosos y dignos de ser transmitidos de generación y generación, ha sido radicalmente cuestionada: literatura es lo que las élites dicen que es, y su valor no pasa de la eficacia de la legitimación del mercado, la educación formal y las políticas culturales, señala Terry Eagleton en Una introducción a la teoría literaria. 

Desde esta perspectiva, leer a Vargas Llosa o a Selva Almada no tiene nada de subversivo; subversivas, dirían una joven feminista, son las chicas que cantan “Un violador en tu camino” en los cinco continentes.

¿La desmitificación de la literatura como práctica cultural la ha domesticado? 

Hace cien años, no llegar al éxito podía considerarse una virtud de cara a la posteridad; hoy en día, no tener éxito literario puede significar haber perdido el tiempo en una actividad elitista. ¿Para qué embarcarse en semejante empresa? 

El gran escritor de esta época es George R. R. Martin, creador de la saga Canción de hielo y fuego, que dio pie a la exitosa serie Juego de tronos; J.K. Rowling entra también en esta categoría con su imbatible personaje Harry Potter. 

Son escritores de una tribu mundial que se ha visto interpretada, tal como ha ocurrido con el ciclo de películas de la La guerra de las galaxias, fundada en mitos heroicos de enorme arraigo.

El centenario de la publicación Ulises, de James Joyce, el anti-mito por excelencia, ha sido apenas una celebración de profesores, editores y escritores, lo cual no deja de provocarme una enorme nostalgia, la de la época en que los novelistas, poetas y dramaturgos eran verdaderos héroes culturales. 

Todo pasa. ¿La herencia de Petronio sucumbe ante la herencia épica de los héroes que restauran el orden del mundo? No sucumbe: sigue y nada indica que se extinguirá. Necesitamos el realismo brutal que nos deja desnudos frente al mundo. Mi escena favorita de The Matrix es aquella en la que Neo es desconectado de la peligrosa fuente del simulacro, la matriz, y casi muere de susto. 

Así tenga que convertirse él mismo en mito, así la rebeldía de Neo responda a necesidades del propio sistema, nada más humano que la desnudez sin consuelo y la invención de nuevos sentidos para seguir viviendo. Por eso leo a Mariana Enríquez, a Valeria Luiselli, a Ariana Harwicz y a Benjamín Labatub, para desconectarme de mis propias certezas y volver a construirlas.

Imagen de portada: Gentileza de Letras Libres

FUENTE RESPONSABLE: Letras Libres Edición México. Por Gisela Kozac Rovero. 17 de mayo 2022.

Sociedad y Cultura/Aristóteles/Literatura/Mario Vargas Llosa/Petronio /Selva Almada/Terry Eagleton.

Siglo XX: la épica del escritor

En el siglo XX los escritores fueron referentes de una sabiduría basada en el poder de la letra. Hoy, su importancia ha disminuido. El culto al genio ha desaparecido.

Cuando yo estudiaba Letras en los años ochenta, Mario Vargas Llosa visitó Caracas y ofreció una charla en la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad Central de Venezuela. El auditorio estaba a reventar de gente, especialmente de estudiantes. 

Años antes, Julio Cortázar había llenado el Aula Magna de la misma casa de estudios, con un aforo de unas tres mil personas. Los escritores eran una suerte de estrellas de rock: convocaban multitudes, se entrevistaban con presidentes, hablaban para la televisión y eran escuchados hasta por la gente que no los había leído. 

En los años cuarenta, Rómulo Gallegos se convirtió en el primer jefe de Estado venezolano elegido por votación universal, directa y secreta; su fama de escritor constituyó la mejor carta de presentación. El ciclo novelesco de Gallegos resultaba inaccesible para un gran número de venezolanos analfabetas, pero igual se sabía quién era el autor de Doña Bárbara.

Gabriel García Márquez se tuteaba con dictadores como Fidel Castro y era el ídolo del primer mandatario estadounidense Bill Clinton, por no hablar de sus entrevistas a presidentes como Carlos Andrés Pérez y Hugo Chávez. Gabriela Mistral y Pablo Neruda, premios Nobel, contaban con un público popular que recitaba sus versos de memoria. Los funerales de Víctor Hugo en Francia y de Amado Nervo en México convocaron multitudes. Octavio Paz y Carlos Fuentes fueron referencias internacionales, con todos los amores y odios que ello despertaba; también los franceses Jean Paul Sartre, Albert Camus y Simone de Beauvoir.

Que Boris Pasternak no recibiera la autorización de la Rusia soviética para recibir el premio Nobel causó consternación. Pasternak, al igual que Anna Ajmátova, vivieron el acoso del poder, inconforme con su obra. Los seguidores de la poeta memorizaban sus poemas aprendidos de copias manuscritas porque se le prohibió publicar. 

La importancia concedida a los escritores durante la dictadura de Stalin, quien los definió con la infeliz metáfora de ingenieros del alma, significó paralelamente la ruina personal de muchas voces y su prestigio internacional. No es casualidad que León Trotsky, nada más y nada menos que jefe del ejército rojo en los años veinte del siglo pasado, les concediera un rol preferente en la construcción del socialismo y escribiera sobre el tema. 

Los afanes de control de las dictaduras de distinto signo señalaban, paradójicamente, su respeto a los efectos de la literatura como práctica cultural. Como bien señala Mercedes Monmany en Sin tiempo para el adiós, el ascenso de Hitler empujó al exilio a lo mejor de la literatura alemana de esa época, con nombres como Thomas Mann o Stefan Zweig; sus textos caerían en el mismo saco en el que cayeron las esculturas y pinturas presentadas en la exposición de arte degenerado, organizada por los propios nazis. Leerlos a escondidas significaba un acto de resistencia.

Instituciones educativas, gobiernos, editoriales, medios de comunicación y público se daban la mano al concederle a la imaginación literaria una comprensión superior del mundo; el arte y la literatura formarían las sensibilidades de los hombres y mujeres de las naciones emergentes y consolidadas, de los países revolucionarios y de las elites intelectuales. Los escritores se convirtieron en faro y guía de la nación y la juventud, maestros de una sabiduría basada en el poder de la letra, depositaria del destino de la cultura. 

Con la crisis de la esperanza infinita que significó el siglo XX en el mundo y con el auge de los medios de comunicación, la importancia de la literatura y de los escritores disminuyó. Por ejemplo, la revolución bolivariana jamás se interesó en los escritores. Los medios de comunicación, en especial la televisión, copaban su atención, a diferencia de su régimen homólogo cubano, siempre atento a lo dicho y escrito por sus narradores y poetas. 

Solo los países más absurdamente autoritarios siguen pendientes de estos temas, al estilo del chino o del nicaragüense, capaz de prohibir la última novela de Sergio Ramírez.

Sería muy fácil afirmar que esta pérdida de relevancia cultural se conecta con el cuestionamiento del rol del intelectual en la esfera pública. Tiene relación, pero va más lejos: el culto al genio ha desaparecido. 

La exaltación de la inteligencia y el talento, propia del ideario romántico decimonónico, que atravesó el siglo veinte en manifestaciones tan distintas como la ciencia, el arte, la literatura y el pensamiento, ya solo se manifiesta en la adoración de las figuras deportivas. El cuerpo es el depositario del talento comprobable, parece decirnos esta época. 

En otras áreas la legitimación es mucho más relativa, con la excepción de la ciencia, cuya dificultad la deja fuera del alcance de la mayoría. Todos somos artistas, escritores y pensadores: las redes sociales, los blogs y la “fan fiction” desarrollada a partir de obras como las del ciclo de Harry Potter (J.K. Rowling) así lo indica. 

Cualquier youtuber que escriba un libro tiene mucho más lectores que un escritor o escritora de lo que convencionalmente se considera literatura.

La pulcritud ideológica de izquierda y de derecha exige a los escritores de fama mundial ser comedidos y cuidadosos en sus opiniones. 

Gente que jamás ha leído a Vargas Llosa lo condena por sus ideas políticas, lo cual me recuerda a algunos comunistas risibles que no leían a Jorge Luis Borges, considerado un hombre de derecha. No importa su genio, porque el genio es visto con desconfianza y la mediocridad es virtud. 

Por supuesto, sigue existiendo un público literario exigente y con lecturas, respaldado por editoriales interesadas en este tipo de arte verbal; se trata de un circuito minoritario amparado por revistas y suplementos culturales a los que se les van recortando las páginas. 

Como decía Borges en su ensayo “Los clásicos”, los grandes nombres de la literatura del pasado pueden devenir en páginas muertas. Ya está pasando: ¿acaso James Joyce o Proust, exaltados por su audacia verbal, son leídos en las escuelas de Letras y los postgrados de literatura? Crear un nuevo mundo con la palabra es ahora prerrogativa, como dije en el primer artículo de esta serie “La literatura no es lo que era”, de los escritores arraigados en los mitos del pasado, estilo George R. R. Martin (Canción de hielo y fuego).

No hay nostalgia ni crítica en mi comentario, solo constatación. Se trata del fin de una épica del artista y del escritor, propia de una época histórica que creyó en el poder de la innovación simbólica tanto como creyó en el poder de la política para reconstruir un mundo a la medida de los deseos de los hombres y mujeres comunes.

Imagen de portada:Gabriel Sozzi, CC BY-SA 4.0 , via Wikimedia Commons

FUENTE RESPONSABLE: Letras Libres. Edición México. Por Gisela Kozak Rovero.Escritora y profesora universitaria venezolana. Su último libro es Casa Ciudad (cuentos). Reside en la Ciudad de México. Junio 2022

Sociedad y Cultura/Literatura/Escritores/Escritores políticos/Actualidad/Jorge Luis Borges/La literatura no es lo que era/Mario Vargas Llosa/Rómulo Gallegos

 

 

Mario Vargas Llosa, lector de Letras Libres

Un agradecimiento al escritor por sus palabras como lector de Letras Libres.

Si es de tu interés profundizar en esta entrada, cliquea por favor donde se encuentre escrito en “negrita”. Muchas gracias.

El pasado 16 de abril, Mario Vargas Llosa publicó en el El País un artículo llamado “Las revistas”, en el cual dedica palabras muy generosas a Letras Libres.   

El escritor comparte en el artículo detalles de su biografía de lector de revistas. Como adolescente, cuando se ganaba la vida en Lima escribiendo artículos para publicaciones locales, se suscribió a las francesas Les Temps Modernes, dirigida por Sartre, y Les Lettres Nouvelles, por Maurice Nadeau. Más adelante, instalado en Londres, fue todavía un ávido lector de revistas, dice, “hasta que me di cuenta que leer The Economist, por ejemplo, en todas sus secciones, me tomaba casi una semana y me impedía leer los libros —las novelas, los poemas, los ensayos— donde están las verdaderas ideas”. Hoy, continua, “solo leo dos revistas semanales y mensuales, The Times Literary Suplement, para saber qué se escribe en el vasto mundo, y, en español, Letras Libres, que sale en México y en España. Estas dos últimas, creo, son las mejores revistas en nuestro idioma y aconsejo a los buenos lectores que no prescindan de ellas.”

Vargas Llosa recuerda los tiempos en que, con Enrique Krauze a la cabeza, inició la aventura de Letras Libres, bajo la convicción de que era necesario “que España y América Latina tuvieran una misma revista que expresara sus problemas, sus realizaciones literarias y sus críticas políticas”, dice el novelista.

Relata enseguida haber recibido nuestra edición de abril, titulada “Ucrania heroica”, en la cual quisimos escuchar a quienes hoy son víctimas de una tragedia de proporciones universales. Con textos de Mira Milosevich, Ilya Kaminsky, Marci Shore y Christopher Domínguez Michael recorrimos la historia y la rica tradición literaria ucraniana, que abarca a Mijaíl Bulgákov e Isaak Bábel, a Joseph Conrad y a Joseph Roth. Aurelio Asiain –“un mexicano universal, capaz de traducir del ucranio y del japonés al español y que es poeta, ensayista y, por supuesto, traductor”, dice Vargas Llosa– reunió sus propias versiones de poemas de Hryhory Skovoroda, Mykola Zerov, Mariya Zaturenska, Mykola Bazhan, Natalka Bilotservikets y Oksana Zauzhk.

El Nobel peruano prodiga a continuación palabras que reproducimos con humildad y gratitud. “Leer este número de Letras Libres me ha informado más sobre la literatura de Ucrania que los tres o cuatro días que pasé en Kiev hace algunos años”, dice en su artículo.

“Ante un acontecimiento como el que tiene lugar en estos días en Ucrania no hay nada mejor que conocer algo de su literatura, en la que todo ello está ya insinuado y condenado, y a veces hasta alabado, y Letras Libres ha hecho lo que debía haciendo esa excelente selección de su literatura”, continua. “Nadie pudo, entre las revistas a que tengo alcance, resumir como lo hace Letras Libres presentando este pequeño panorama literario de Ucrania. Es necesario leerlo para saber cómo, tras los horrores de que nos informan los diarios, hay seres vivos, como lo estamos provisionalmente nosotros, que de la noche a la mañana son asesinados, violados, expulsados de su propio país, por la locura imperialista de un gobernante, como los tenemos —hasta para regalarlos a quien quiera disfrutar de ellos— en América Latina”, sigue.

Una revista se debe siempre a sus lectores. Sus inquietudes encauzan la labor de editores y autores. Saber que un lector ha encontrado lecturas interesantes y estimulantes en nuestras páginas es siempre motivo de orgullo. Cuando ese lector es, además, un querido amigo y colaborador que ha acompañado la labor de Letras Libres desde el inicio, y un escritor cuya obra admiramos y reconocemos como una de las más importantes de la actualidad, ese orgullo no puede sino multiplicarse.

Agradecemos, pues, a Mario Vargas Llosa por sus generosas palabras. Y a todos nuestros lectores por hacernos la revista que somos.

Nuestro número “Ucrania heroica” puede leerse aquí.

No.240 / mayo 2022. Anatomía de un asesino. VER CONTENIDO. EDICIÓN MÉXICO

Imagen de portada: Gentileza de Letras Libres

FUENTE RESPONSABLE: Letras Libres. Mayo 2022

Sociedad y Cultura/Literatura/Revistas Literarias/

Mario Vargas LLosa/Premio Nobel