6 POEMAS DE CRISTINA PERI ROSSI SOBRE EL AMOR Y SUS NAUFRAGIOS.

CRISTINA PERI ROSSI FUE RECONOCIDA RECIENTEMENTE CON EL PREMIO MIGUEL DE CERVANTES, EL MÁS IMPORTANTE DE LA LENGUA ESPAÑOLA; AQUÍ UNA BREVE SELECCIÓN DE SUS POEMAS.

Hace unos días, la escritora de origen uruguayo Cristina Peri Rossi (1941) recibió el Premio Miguel de Cervantes en mérito a su obra literaria. El galardón, que se considera el más importante de la lengua española, reconoció una trayectoria amplia y ambiciosa que, sin embargo, nunca ha dejado de ser también intimista y entrañable. 

La obra de Peri Rossi se caracteriza por poner en cuestión uno de los temas fundamentales de la vida humana: el amor. Descendiente de genoveses, Peri Rossi conserva en su espíritu una marcada vocación marinera. La ironía, la inteligencia, la suspicacia, la ternura y la ingenuidad son algunos de los métodos con los que Peri Rossi ha marcado la cartografía de sus exploraciones. A veces con mayor fortuna que en otras, pero siempre con la intención clara de develar el misterio del afecto. ¿Qué nos une a una persona? ¿Qué nos hace distanciarnos de ella? ¿Por qué se experimentan emociones tan contradictorias cuando se supone que el amor debería prevalecer en medio de ese remolino? ¿Por qué nos decepcionamos de alguien?

A continuación compartimos 6 poemas breves que forman parte de esas navegaciones y esos naufragios.

DISTANCIA JUSTA

En el amor, y en el boxeo

todo es cuestión de distancia

Si te acercas demasiado me excito

me asusto

me obnubilo           digo tonterías

me echo a temblar

pero si estás lejos

sufro entristezco

me desvelo

y escribo poemas.

(De Otra vez eros, 1994)

BITÁCORA

No conoce el arte de la navegación

quien no ha bogado en el vientre

de una mujer, remado en ella,

naufragado

y sobrevivido en una de sus playas.

(De Linguística general, 1979)

DEDICATORIA

La literatura nos separó: todo lo que supe de ti

lo aprendí en los libros

y a lo que faltaba,

yo le puse palabras.

(De Evohé, 1971)

DESPUÉS

Y ahora se inicia

la pequeña vida

del sobreviviente de la catástrofe del amor:

Hola, perros pequeños,

hola, vagabundos,

hola, autobuses y transeúntes.

Soy una niña de pecho

acabo de nacer

del terrible parto del amor.

Ya no amo.

Ahora puedo ejercer en el mundo

inscribirme en él

soy una pieza más del engranaje.

Ya no estoy loca.

(De Otra vez eros, 1994)

ORACIÓN

Líbranos, Señor,

de encontrarnos

años después,

con nuestros grandes amores.

(De Inmovilidad de los barcos, 1997)

R. I. P.

Ese amor murió

sucumbió

está muerto

aniquilado fenecido

finiquitado

occiso perecido

obliterado

muerto

sepultado

entonces,

 ¿porqué late todavía?

(De Inmovilidad de los barcos, 1997)

Imagen de portada: Archivo

FUENTE RESPONSABLE: PijamaSurf. Por José Robles. Abril 2022

Sociedad y Cultura/Premio Cervantes de Literatura en Español/ Cristina Peri Rossi/Poemas

Los 30 mejores poemas en español.

Poesía

Sé que el reto es mayúsculo, la empresa considerable, pero después de darle muchas vueltas me he atrevido con este desafío que me he impuesto: crear una lista con los 30 mejores poemas en español. Siento el aliento de los críticos en mi cogote, aceptó ser motivo de escarnio en las redes sociales, pero después de publicar tantos versos en esta sección no me quedaba otra que hacerlo. Ahí van mis treinta; los de Laura di Verso. 

Los 30 mejores poemas en español

1 Elegía, de Miguel Hernández

(En Orihuela, su pueblo y el mío, se

me ha muerto como del rayo Ramón Sijé,

con quien tanto quería.)

Yo quiero ser llorando el hortelano

de la tierra que ocupas y estercolas,

compañero del alma, tan temprano.

Alimentando lluvias, caracolas

y órganos mi dolor sin instrumento,

a las desalentadas amapolas

daré tu corazón por alimento.

Tanto dolor se agrupa en mi costado,

que por doler me duele hasta el aliento.

Un manotazo duro, un golpe helado,

un hachazo invisible y homicida,

un empujón brutal te ha derribado.

No hay extensión más grande que mi herida,

lloro mi desventura y sus conjuntos

y siento más tu muerte que mi vida.

Ando sobre rastrojos de difuntos,

y sin calor de nadie y sin consuelo

voy de mi corazón a mis asuntos.

Temprano levantó la muerte el vuelo,

temprano madrugó la madrugada,

temprano estás rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada,

no perdono a la vida desatenta,

no perdono a la tierra ni a la nada.

En mis manos levanto una tormenta

de piedras, rayos y hachas estridentes

sedienta de catástrofes y hambrienta.

Quiero escarbar la tierra con los dientes,

quiero apartar la tierra parte a parte

a dentelladas secas y calientes.

Quiero minar la tierra hasta encontrarte

y besarte la noble calavera

y desamordazarte y regresarte.

Volverás a mi huerto y a mi higuera:

por los altos andamios de las flores

pajareará tu alma colmenera

de angelicales ceras y labores.

Volverás al arrullo de las rejas

de los enamorados labradores.

Alegrarás la sombra de mis cejas,

y tu sangre se irán a cada lado

disputando tu novia y las abejas.

Tu corazón, ya terciopelo ajado,

llama a un campo de almendras espumosas

mi avariciosa voz de enamorado.

A las aladas almas de las rosas

del almendro de nata te requiero,

que tenemos que hablar de muchas cosas,

compañero del alma, compañero.

2 Tú me quieres blanca, de Alfonsina Storni

Tú me quieres alba,

me quieres de espumas,

me quieres de nácar.

Que sea azucena

Sobre todas, casta.

De perfume tenue.

Corola cerrada .

Ni un rayo de luna

filtrado me haya.

Ni una margarita

se diga mi hermana.

Tú me quieres nívea,

tú me quieres blanca,

tú me quieres alba.

Tú que hubiste todas

las copas a mano,

de frutos y mieles

los labios morados.

Tú que en el banquete

cubierto de pámpanos

dejaste las carnes

festejando a Baco.

Tú que en los jardines

negros del Engaño

vestido de rojo

corriste al Estrago.

Tú que el esqueleto

conservas intacto

no sé todavía

por cuáles milagros,

me pretendes blanca

(Dios te lo perdone),

me pretendes casta

(Dios te lo perdone),

¡me pretendes alba!

Huye hacia los bosques,

vete a la montaña;

límpiate la boca;

vive en las cabañas;

toca con las manos

la tierra mojada;

alimenta el cuerpo

con raíz amarga;

bebe de las rocas;

duerme sobre escarcha;

renueva tejidos

con salitre y agua:

Habla con los pájaros

y lévate al alba.

Y cuando las carnes

te sean tornadas,

y cuando hayas puesto

en ellas el alma

que por las alcobas

se quedó enredada,

entonces, buen hombre,

preténdeme blanca,

preténdeme nívea,

preténdeme casta.

3 Gacela de la terrible presencia, de Federico García Lorca

Yo quiero que el agua se quede sin cauce.

Yo quiero que el viento se quede sin valles.

Quiero que la noche se quede sin ojos

y mi corazón sin la flor del oro.

Que los bueyes hablen con las grandes hojas

y que la lombriz se muera de sombra.

Que brillen los dientes de la calavera

y los amarillos inunden la seda.

Puedo ver el duelo de la noche herida

luchando enroscada con el mediodía.

Resisto un ocaso de verde veneno

y los arcos rotos donde sufre el tiempo.

Pero no me enseñes tu limpio desnudo

como un negro cactus abierto en los juncos.

Déjame en un ansia de oscuros planetas,

¡pero no me enseñes tu cintura fresca!

4 Me gusta cuando callas, de Pablo Neruda

Me gustas cuando callas porque estás como ausente,

y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.

Parece que los ojos se te hubieran volado

y parece que un beso te cerrara la boca.

Como todas las cosas están llenas de mi alma

emerges de las cosas, llena del alma mía.

Mariposa de sueño, te pareces a mi alma,

y te pareces a la palabra melancolía.

Me gustas cuando callas y estás como distante.

Y estás como quejándote, mariposa en arrullo.

Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza:

déjame que me calle con el silencio tuyo.

Déjame que te hable también con tu silencio

claro como una lámpara, simple como un anillo.

Eres como la noche, callada y constelada.

Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.

Me gustas cuando callas porque estás como ausente.

Distante y dolorosa como si hubieras muerto.

Una palabra entonces, una sonrisa bastan.

Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.

5 Amor constante más allá de la muerte, de Francisco de Quevedo

Cerrar podrá mis ojos la postrera

Sombra que me llevare el blanco día,

Y podrá desatar esta alma mía

Hora, a su afán ansioso lisonjera;

Mas no de esotra parte en la ribera

Dejará la memoria, en donde ardía:

Nadar sabe mi llama el agua fría,

Y perder el respeto a ley severa.

Alma, a quien todo un Dios prisión ha sido,

Venas, que humor a tanto fuego han dado,

Médulas, que han gloriosamente ardido,

Su cuerpo dejará, no su cuidado;

Serán ceniza, mas tendrá sentido;

Polvo serán, mas polvo enamorado.

6 Por una mirada, un mundo, de Gustavo Adolfo Bécquer

Por una mirada, un mundo,

por una sonrisa, un cielo,

por un beso… ¡yo no sé

qué te diera por un beso!

7 Palabras para Julia, de José Agustín Goytosolo

Tú no puedes volver atrás

porque la vida ya te empuja

como un aullido interminable.

Hija mía es mejor vivir

con la alegría de los hombres

que llorar ante el muro ciego.

Te sentirás acorralada

te sentirás perdida o sola

tal vez querrás no haber nacido.

Yo sé muy bien que te dirán

que la vida no tiene objeto

que es un asunto desgraciado.

Entonces siempre acuérdate

de lo que un día yo escribí

pensando en ti como ahora pienso.

La vida es bella, ya verás

como a pesar de los pesares

tendrás amigos, tendrás amor.

Un hombre solo, una mujer

así tomados, de uno en uno

son como polvo, no son nada.

Pero yo cuando te hablo a ti

cuando te escribo estas palabras

pienso también en otra gente.

Tu destino está en los demás

tu futuro es tu propia vida

tu dignidad es la de todos.

Otros esperan que resistas

que les ayude tu alegría

tu canción entre sus canciones.

Entonces siempre acuérdate

de lo que un día yo escribí

pensando en ti

como ahora pienso.

Nunca te entregues ni te apartes

junto al camino, nunca digas

no puedo más y aquí me quedo.

La vida es bella, tú verás

como a pesar de los pesares

tendrás amor, tendrás amigos.

Por lo demás no hay elección

y este mundo tal como es

será todo tu patrimonio.

Perdóname no sé decirte

nada más pero tú comprende

que yo aún estoy en el camino.

Y siempre siempre acuérdate

de lo que un día yo escribí

pensando en ti como ahora pienso.

los mejores poemas de rafael alberti

8 Se equivocó la paloma, de Rafael Alberti

Se equivocó la paloma.

Se equivocaba.

Por ir al Norte, fue al Sur.

Creyó que el trigo era agua.

Se equivocaba.

Creyó que el mar era el cielo;

que la noche la mañana.

Se equivocaba.

Que las estrellas eran rocío;

que la calor, la nevada.

Se equivocaba.

Que tu falda era tu blusa;

que tu corazón su casa.

Se equivocaba.

(Ella se durmió en la orilla.

Tú, en la cumbre de una rama.)

9 A una rosa, de Góngora

Ayer naciste, y morirás mañana.

Para tan breve ser, ¿quién te dio vida?

¿Para vivir tan poco estás lucida?

Y, ¿para no ser nada estás lozana?

Si te engañó su hermosura vana,

bien presto la verás desvanecida,

porque en tu hermosura está escondida

la ocasión de morir muerte temprana.

Cuando te corte la robusta mano,

ley de la agricultura permitida,

grosero aliento acabará tu suerte.

No salgas, que te aguarda algún tirano;

dilata tu nacer para la vida,

que anticipas tu ser para tu muerte.

Ya besando unas manos cristalinas,

ya anudándose a un blanco y liso cuello,

ya esparciendo por él aquel cabello

que Amor sacó entre el oro de sus minas,

ya quebrando en aquellas perlas finas

palabras dulces mil sin merecello,

ya cogiendo de cada labio bello

purpúreas rosas sin temor de espinas,

estaba, oh, claro sol invidïoso,

cuando tu luz, hiriéndome los ojos,

mató mi gloria y acabó mi suerte.

Si el cielo ya no es menos poderoso,

porque no den los suyos más enojos,

rayos, como a tu hijo, te den muerte.

10 A un olmo seco, de Antonio Machado

Al olmo viejo, hendido por el rayo

y en su mitad podrido,

con las lluvias de abril y el sol de mayo

algunas hojas verdes le han salido.

¡El olmo centenario en la colina

que lame el Duero! Un musgo amarillento

le mancha la corteza blanquecina

al tronco carcomido y polvoriento.

No será, cual los álamos cantores

que guardan el camino y la ribera,

habitado de pardos ruiseñores.

Ejército de hormigas en hilera

va trepando por él, y en sus entrañas

urden sus telas grises las arañas.

Antes que te derribe, olmo del Duero,

con su hacha el leñador, y el carpintero

te convierta en melena de campana,

lanza de carro o yugo de carreta;

antes que rojo en el hogar, mañana,

ardas de alguna mísera caseta,

al borde de un camino;

antes que te descuaje un torbellino

y tronche el soplo de las sierras blancas;

antes que el río hasta la mar te empuje

por valles y barrancas,

olmo, quiero anotar en mi cartera

la gracia de tu rama verdecida.

Mi corazón espera

también, hacia la luz y hacia la vida,

otro milagro de la primavera.

11 Ir y quedarse, de Lope de Vega

Ir y quedarse, y con quedar partirse,

partir sin alma, y ir con alma ajena,

oír la dulce voz de una sirena

y no poder del árbol desasirse;

arder como la vela y consumirse,

haciendo torres sobre tierna arena;

caer de un cielo, y ser demonio en pena,

y de serlo jamás arrepentirse;

hablar entre las mudas soledades,

pedir prestada sobre fe paciencia,

y lo que es temporal llamar eterno;

creer sospechas y negar verdades,

es lo que llaman en el mundo ausencia,

fuego en el alma, y en la vida infierno.

12 Volverán las oscuras golondrinas, de Gustavo Adolfo Bécquer

Volverán las oscuras golondrinas

en tu balcón sus nidos a colgar,

y otra vez con el ala a sus cristales

jugando llamarán.

Pero aquellas que el vuelo refrenaban

tu hermosura y mi dicha a contemplar,

aquellas que aprendieron nuestros nombres…

¡esas… no volverán!.

Volverán las tupidas madreselvas

de tu jardín las tapias a escalar,

y otra vez a la tarde aún más hermosas

sus flores se abrirán.

Pero aquellas, cuajadas de rocío

cuyas gotas mirábamos temblar

y caer como lágrimas del día…

¡esas… no volverán!

Volverán del amor en tus oídos

las palabras ardientes a sonar;

tu corazón de su profundo sueño

tal vez despertará.

Pero mudo y absorto y de rodillas

como se adora a Dios ante su altar,

como yo te he querido…; desengáñate,

¡así… no te querrán!

13 Coplas a la muerte de su padre, Jorge Manrique

Recuerde el alma dormida,

avive el seso e despierte

contemplando

cómo se passa la vida,

cómo se viene la muerte

tan callando;

cuán presto se va el plazer,

cómo, después de acordado,

da dolor;

cómo, a nuestro parescer,

cualquiere tiempo passado

fue mejor.

14 La voz a ti debida, de Pedro Salinas

Tú vives siempre en tus actos.

Con la punta de tus dedos

pulsas el mundo, le arrancas

auroras, triunfos, colores,

alegrías: es tu música.

La vida es lo que tú tocas.

De tus ojos, sólo de ellos,

sale la luz que te guía

los pasos. Andas

por lo que ves. Nada más.

Y si una duda te hace

señas a diez mil kilómetros,

lo dejas todo, te arrojas

sobre proas, sobre alas,

estás ya allí; con los besos,

con los dientes la desgarras:

ya no es duda.

Tú nunca puedes dudar.

Porque has vuelto los misterios

del revés. Y tus enigmas,

lo que nunca entenderás,

son esas cosas tan claras:

la arena donde te tiendes,

la marcha de tu reloj

y el tierno cuerpo rosado

que te encuentras en tu espejo

cada día al despertar,

y es el tuyo. Los prodigios

que están descifrados ya.

Y nunca te equivocaste,

más que una vez, una noche

que te encaprichó una sombra

-la única que te ha gustado-.

Una sombra parecía.

Y la quisiste abrazar.

Y era yo.

15 Nanas de la cebolla, de Miguel Hernández

La cebolla es escarcha

cerrada y pobre:

escarcha de tus días

y de mis noches.

Hambre y cebolla:

hielo negro y escarcha

grande y redonda.

En la cuna del hambre

mi niño estaba.

Con sangre de cebolla

se amamantaba.

Pero tu sangre

escarchaba de azúcar,

cebolla y hambre.

Una mujer morena,

resuelta en luna,

se derrama hilo a hilo

sobre la cuna.

Ríete, niño,

que te tragas la luna

cuando es preciso.

Alondra de mi casa,

ríete mucho.

Es tu risa en los ojos

la luz del mundo.

Ríete tanto

que en el alma, al oírte,

bata el espacio.

Tu risa me hace libre,

me pone alas.

Soledades me quita,

cárcel me arranca.

Boca que vuela,

corazón que en tus labios

relampaguea.

Es tu risa la espada

más victoriosa.

Vencedor de las flores

y las alondras.

Rival del sol,

porvenir de mis huesos

y de mi amor.

La carne aleteante,

súbito el párpado,

y el niño como nunca

coloreado.

¡Cuánto jilguero

se remonta, aletea,

desde tu cuerpo!

Desperté de ser niño.

Nunca despiertes.

Triste llevo la boca.

Ríete siempre.

Siempre en la cuna,

defendiendo la risa

pluma por pluma.

Ser de vuelo tan alto,

tan extendido,

que tu carne parece

cielo cernido.

¡Si yo pudiera

remontarme al origen

de tu carrera!

Al octavo mes ríes

con cinco azahares.

Con cinco diminutas

ferocidades.

Con cinco dientes

como cinco jazmines

adolescentes.

Frontera de los besos

serán mañana,

cuando en la dentadura

sientas un arma.

Sientas un fuego

correr dientes abajo

buscando el centro.

Vuela niño en la doble

luna del pecho.

Él, triste de cebolla.

Tú, satisfecho.

No te derrumbes.

No sepas lo que pasa

ni lo que ocurre.

16 Hija del viento, de Alejandra Pizarnik

Han venido.

Invaden la sangre.

Huelen a plumas,

a carencias,

a llanto.

Pero tú alimentas al miedo

y a la soledad

como a dos animales pequeños

perdidos en el desierto.

Han venido

a incendiar la edad del sueño.

Un adiós es tu vida.

Pero tú te abrazas

como la serpiente loca de movimiento

que sólo se halla a sí misma

porque no hay nadie.

Tú lloras debajo del llanto,

tú abres el cofre de tus deseos

y eres más rica que la noche.

Pero hace tanta soledad

que las palabras se suicidan.

17 La canción del pirata, de José de Espronceda

Con diez cañones por banda,

viento en popa a toda vela,

no corta el mar, sino vuela

un velero bergantín;

bajel pirata que llaman,

por su bravura, el Temido,

en todo mar conocido

del uno al otro confín.

La luna en el mar riela,

en la lona gime el viento

y alza en blando movimiento

olas de plata y azul;

y va el capitán pirata,

cantando alegre en la popa,

Asia a un lado, al otro Europa,

y allá a su frente Estambul;

«Navega velero mío,

sin temor,

que ni enemigo navío,

ni tormenta, ni bonanza,

tu rumbo a torcer alcanza,

ni a sujetar tu valor.

»Veinte presas

hemos hecho

a despecho,

del inglés,

»y han rendido

sus pendones

cien naciones

a mis pies.

»Que es mi barco mi tesoro,

que es mi dios la libertad,

mi ley, la fuerza y el viento,

mi única patria la mar.

»Allá muevan feroz guerra

ciegos reyes

por un palmo más de tierra,

que yo tengo aquí por mío

cuanto abarca el mar bravío,

a quien nadie impuso leyes.

»Y no hay playa

sea cualquiera,

ni bandera

de esplendor,

»que no sienta

mi derecho

y dé pecho

a mi valor.

»Que es mi barco mi tesoro,

que es mi dios la libertad,

mi ley, la fuerza y el viento,

mi única patria la mar.

»A la voz de ¡barco viene!

es de ver

cómo vira y se previene

a todo trapo a escapar:

que yo soy el rey del mar,

y mi furia es de temer.

»En las presas

yo divido

lo cogido

por igual:

»sólo quiero

por riqueza

la belleza

sin rival.

»Que es mi barco mi tesoro,

que es mi dios la libertad,

mi ley, la fuerza y el viento,

mi única patria la mar.

»¡Sentenciado estoy a muerte!;

yo me río;

no me abandone la suerte,

y al mismo que me condena,

colgaré de alguna entena

quizá en su propio navío.

»Y si caigo

¿qué es la vida?

Por perdida

ya la di,

»cuando el yugo

de un esclavo

como un bravo

sacudí.

»Que es mi barco mi tesoro,

que es mi dios la libertad,

mi ley, la fuerza y el viento,

mi única patria la mar.

»Son mi música mejor

aquilones

el estrépito y temblor

de los cables sacudidos,

del negro mar los bramidos

y el rugir de mis cañones.

»Y del trueno

al son violento,

y del viento

al rebramar,

»yo me duermo

sosegado

arrullado

por el mar.

»Que es mi barco mi tesoro,

que es mi dios la libertad,

mi ley, la fuerza y el viento,

mi única patria la mar».

18 Como una sola flor desesperada, de Juana de Ibarbourou

Lo quiero con la sangre, con el hueso,

con el ojo que mira y el aliento,

con la frente que inclina el pensamiento,

con este corazón caliente y preso,

y con el sueño fatalmente obseso

de este amor que me copa el sentimiento,

desde la breve risa hasta el lamento,

desde la herida bruja hasta su beso.

Mi vida es de tu vida tributaria,

ya te parezca tumulto, o solitaria,

como una sola flor desesperada.

Depende de él como del leño duro

la orquídea, o cual la hiedra sobre el muro,

que solo en él respira levantada.

19 El remordimiento, de Jorge Luis Borges

He cometido el peor de los pecados

que un hombre puede cometer. No he sido

feliz. Que los glaciares del olvido

me arrastren y me pierdan, despiadados.

Mis padres me engendraron para el juego

arriesgado y hermoso de la vida,

para la tierra, el agua, el aire, el fuego.

Los defraudé. No fui feliz. Cumplida

no fue su joven voluntad. Mi mente

se aplicó a las simétricas porfías

del arte, que entreteje naderías.

Me legaron valor. No fui valiente.

No me abandona. Siempre está a mi lado

La sombra de haber sido un desdichado.

20 Si el hombre pudiera decir, de Luis Cernuda

Si el hombre pudiera decir lo que ama,

si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo

como una nube en la luz;

si como muros que se derrumban,

para saludar la verdad erguida en medio,

pudiera derrumbar su cuerpo,

dejando sólo la verdad de su amor,

la verdad de sí mismo,

que no se llama gloria, fortuna o ambición,

sino amor o deseo,

yo sería aquel que imaginaba;

aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos

proclama ante los hombres la verdad ignorada,

la verdad de su amor verdadero.

Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien

cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;

alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina

por quien el día y la noche son para mí lo que quiera,

y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu

como leños perdidos que el mar anega o levanta

libremente, con la libertad del amor,

la única libertad que me exalta,

la única libertad por que muero.

Tú justificas mi existencia:

si no te conozco, no he vivido;

si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.

21 Corazón coraza, de Mario Benedetti

Porque te tengo y no

porque te pienso

porque la noche está de ojos abiertos

porque la noche pasa y digo amor

porque has venido a recoger tu imagen

y eres mejor que todas tus imágenes

porque eres linda desde el pie hasta el alma

porque eres buena desde el alma a mí

porque te escondes dulce en el orgullo

pequeña y dulce

corazón coraza

porque eres mía

porque no eres mía

porque te miro y muero

y peor que muero

si no te miro amor

si no te miro

porque tú siempre existes dondequiera

pero existes mejor donde te quiero

porque tu boca es sangre

y tienes frío

tengo que amarte amor

tengo que amarte

aunque esta herida duela como dos

aunque te busque y no te encuentre

y aunque

la noche pase y yo te tenga

y no.

22 Campanas de Bastabales, de Rosalía de Castro

Campanas de Bastabales,

cuando os oigo tocar,

me muero de añoranzas.

I

Cuando os oigo tocar,

campanitas, campanitas,

sin querer vuelvo a llorar.

Cuando de lejos os oigo

pienso que por mí llamáis

y de las entrañas me duelo.

Me duelo de dolor herida,

que antes tenía vida entera

y hoy tengo media vida.

Sólo media me dejaron

los que de allá me trajeron,

los que de allá me robaron.

No me robaron, traidores,

¡ay!, unos amores locos,

¡ay!, unos locos amores.

Que los amores ya huyeron,

las soledades vinieron…

de pena me consumieron.

II

Allá por la mañanita

subo sobre los oteros

ligerita, ligerita.

Como una cabra ligera

para oir de las campanas

la campanada primera.

La primera de la alborada

que me traen los aires

por verme más consolada.

Por verme menos llorosa,

en sus alas me la traen

retozona y quejumbrosa.

Quejumbrosa y temblando

entre la verde espesura,

entre la verde arboleda.

Y por la verde pradera,

sobre la vega llana,

juguetona y juguetona.

III

Despacito, despacito

voy por la tarde callada

de Bastabales camino.

Camino de mi contento;

y en tanto el sol no se esconde

en una piedrita me siento.

y sentada estoy mirando

como la luna va saliendo,

como el sol se va poniendo.

Cual se acuesta, cual se esconde

mientras tanto corre la luna

sin saberse para dónde.

Para dónde va tan sola

sin que a los tristes que la miramos

ni nos hable ni nos oiga

Que si oyera y nos hablara

muchas cosas le dijera,

muchas cosas le contara.

IV

Cada estrella, su diamante;

cada nube, blanca pluma;

triste la luna marcha delante.

Delante marcha clareando

vegas, prados, montes ríos,

donde el día va faltando

Falta el día y noche oscura

baja, baja, poco a poco,

por montañas de verdor.

De verdor y de follaje,

salpicada de fuentecillas

bajo la sombra del ramaje.

Del ramaje donde cantan

pajarillos piadores,

que con la aurora se levantan.

Que con la noche se adormecen

para que canten los grillos

que con las sombras aparecen.

V

Corre el viento, el río pasa.

Corren nubes, nubes corren

camino de mi casa.

Mi casa, mi abrigo,

se van todos, yo me quedo

sin compañía ni amigo.

Yo me quedo contemplando

las llamas del hogar en las casitas

por las que vivo suspirando.

…………………………..

Viene la noche…, muere el día,

las campanas tocan lejos

las notas del Ave María.

Ellas tocan para que rece;

yo no rezo que los sollozos

ahogándome parece

que por mi tienen que rezar.

Campanas de Bastabales

cando vos oio tocar,

me muero de añoranzas.

23 Noche oscura, de San Juan de la Cruz

En una noche oscura

con ansias, en amores inflamada,

¡oh dichosa ventura!

salí sin ser notada,

estando ya mi casa sosegada.

A oscuras, y segura,

por la secreta escala disfrazada,

¡Oh dichosa ventura!

a oscuras, y en celada,

estando ya mi casa sosegada.

En la noche dichosa

en secreto, que nadie me veía,

ni yo miraba cosa,

sin otra luz y guía,

sino la que en el corazón ardía.

Aquesta me guiaba

más cierto que la luz del mediodía,

adonde me esperaba

quien yo bien me sabía,

en parte donde nadie parecía.

¡Oh noche que guiaste!

¡Oh noche amable más que la alborada:

oh noche que juntaste

Amado con Amada.

Amada en el Amado transformada!

En mi pecho florido,

que entero para él solo se guardaba,

allí quedó dormido,

y yo le regalaba,

y el ventalle de cedros aire daba.

El aire de la almena,

cuando yo sus cabellos esparcía,

con su mano serena

en mi cuello hería,

y todos mis sentidos suspendía.

Quedeme, y olvideme,

el rostro recliné sobre el Amado,

cesó todo, y dejeme,

dejando mi cuidado

entre las azucenas olvidado.

Mujer con alcuza, de Dámaso Alonso

24 Mujer con alcuza, de Dámaso Alonso

¿Adónde va esa mujer,

arrastrándose por la acera,

ahora que ya es casi de noche,

con la alcuza en la mano?

Acercaos: no nos ve.

Yo no sé qué es más gris

si el acero frío de sus ojos,

si el gris desvaído de ese chal

con el que se envuelve el cuello y la cabeza

o si el paisaje desolado de su alma.

Va despacio, arrastrando los pies

desgastando suela, desgastando losa,

pero llevada

por un terror

oscuro,

por una voluntad de esquivar algo horrible.

Sí, estamos equivocados.

Esta mujer no avanza por la acera

de esta ciudad,

esta mujer va por un campo yerto,

entre zanjas abiertas, zanjas antiguas, zanjas recientes

y tristes caballones,

de humana dimensión, de tierra removida

de tierra

que ya no cabe en el hoyo de donde se sacó,

entre abismales pozos sombríos,

y turbias simas súbitas

llenas de barro y agua fangosa y sudarios harapientos del color de la desesperanza.

Oh sí, la conozco.

Esta mujer yo la conozco: ha venido en un tren

en un tren muy largo

ha viajado durante muchos días y durante muchas noches:

unas veces nevaba y hacía mucho frío,

otras veces lucía el sol y remejía el viento

arbustos juveniles

en los campos en donde incesantemente estallan extrañas flores encendidas.

Y ella ha viajado y ha viajado,

mareada por el ruido de la conversación,

por el traqueteo de las ruedas

y por el humo, por el olor a nicotina rancia.

¡Oh!:

noches y días,

días y noches,

noches y días,

días y noches,

y muchos, muchos días,

y muchas, muchas noches.

Pero el horrible tren ha ido parando

en tantas estaciones diferentes,

que ella no sabe con exactitud ni cómo se llamaban,

ni los sitios,

ni las épocas.

Ella recuerda sólo

que en todas hacía frío,

que en todas estaba oscuro,

y que al partir, al arrancar el tren

ha comprendido siempre

cuán bestial es el topetazo de la injusticia absoluta,

ha sentido siempre

una tristeza que era como un ciempiés monstruoso que le colgara de la mejilla,

como si con el arrancar del tren le arrancaran el alma,

como si con el arrancar del tren le arrancaran innumerables margaritas,

blancas cual su alegría infantil en la fiesta del pueblo

como si le arrancaran los días azules, el gozo de amar a Dios

y esa voluntad de minutos en sucesión que llamamos vivir.

Pero las lúgubres estaciones se alejaban,

y ella se asomaba frenética a las ventanillas,

gritando y retorciéndose,

sólo

para ver alejarse en la infinita llanura

eso, una solitaria estación

un lugar

señalado en las tres dimensiones del gran espacio cósmico

por una cruz

bajo las estrellas,

y por fin se ha dormido,

sí, ha dormitado en la sombra,

arrullada por un fondo de lejanas conversaciones

por gritos ahogados y empañadas risas,

como de gentes que hablaran a través de mantas bien espesas,

sólo rasgadas de improviso

por lloros de niños que se despiertan mojados a la media noche,

o por cortantes chillidos de mozas a las que en los túneles les pellizcan las nalgas,

… aún mareada por el humo del tabaco.

Y ha viajado noches y días,

sí, muchos días

y muchas noches.

Siempre parando en estaciones diferentes,

siempre con un ansia turbia, de bajar ella también, de quedarse ella también,

ay,

para siempre partir de nuevo con el alma desgarrada

para siempre dormitar de nuevo en trayectos inacabables.

… No ha sabido cómo.

Su sueño era cada vez más profundo,

iban cesando,

casi habían cesado por fin los ruidos a su alrededor:

sólo alguna vez una risa como un puñal que brilla un instante en las sombras,

algún chillido como un limón agrio que pone amarilla un momento la noche.

Y luego nada.

Sólo la velocidad,

sólo el traqueteo de maderas y hierro

del tren,

sólo el ruido del tren.

Y esta mujer se ha despertado en la noche,

y estaba sola,

y ha mirado a su alrededor,

y estaba sola

y ha comenzado a correr por los pasillos del tren,

de un vagón a otro,

y estaba sola,

y ha buscado al revisor, a los mozos del tren,

a algún empleado,

a algún mendigo que viajara oculto bajo un asiento,

y estaba sola

y ha gritado en la oscuridad,

y estaba sola,

y ha preguntado en la oscuridad,

y estaba sola,

y ha preguntado

quién conducía,

quien movía aquel horrible tren.

Y no le ha contestado nadie,

porque estaba sola,

porque estaba sola.

Y ha seguido días y días,

loca, frenética,

en el enorme tren vacío,

donde no va nadie,

que no conduce nadie.

… Y ésa es la terrible,

la estúpida fuerza sin pupilas,

que aún hace que esa mujer

avance y avance por la acera,

desgastando la suela de sus viejos zapatones,

desgastando las losas,

entre zanjas abiertas a un lado y otro,

entre caballones de tierra,

de dos metros de longitud,

con ese tamaño preciso

de nuestra ternura de cuerpos humanos.

Ah, por eso esa mujer avanza

(en la mano, como el atributo de una semidiosa, su alcuza),

abriendo con amor el aire, abriéndolo con delicadeza exquisita,

como si caminara surcando un mar de cruces, o un bosque de cruces,

o una nebulosa de cruces,

de cercanas cruces,

de cruces lejanas.

Ella,

en este crepúsculo que cada vez se ensombrece más

se inclina

va curvada como un signo de interrogación

con la espina dorsal arqueada

sobre el suelo.

¿Es que se asoma por el marco de su propio cuerpo de madera

como si se asomara por la ventanilla

de un tren,

al ver alejarse la estación anónima

en que se debía haber quedado?

¿Es que le pesan, es que le cuelgan del cerebro

sus recuerdos de tierra en putrefacción,

y se le tensan tirantes cables invisibles

desde sus tumbas diseminadas?

¿O es que como esos almendros

que en el verano estuvieron cargados de demasiada fruta

conserva aún en el invierno el tierno vicio

guarda aún el dulce álabe

de la cargazón y de la compañía,

en sus; tristes ramas desnudas, donde ya ni se posan los pájaros?

25 Octubre, de Juan Ramón Jiménez

Estaba echado yo en la tierra, enfrente

el infinito campo de Castilla,

que el otoño envolvía en la amarilla

dulzura de su claro sol poniente.

Lento, el arado, paralelamente

abría el haza oscura, y la sencilla

mano abierta dejaba la semilla

en su entraña partida honradamente

Pensé en arrancarme el corazón y echarlo,

pleno de su sentir alto y profundo,

el ancho surco del terruño tierno,

a ver si con partirlo y con sembrarlo,

la primavera le mostraba al mundo

el árbol puro del amor eterno.

26 Me basta así, de Ángel González

Si yo fuese Dios

y tuviese el secreto,

haría

un ser exacto a ti;

lo probaría

(a la manera de los panaderos

cuando prueban el pan, es decir:

con la boca),

y si ese sabor fuese

igual al tuyo, o sea

tu mismo olor, y tu manera

de sonreír,

y de guardar silencio,

y de estrechar mi mano estrictamente,

y de besarnos sin hacernos daño

-de esto sí estoy seguro: pongo

tanta atención cuando te beso-;

entonces,

si yo fuese Dios,

podría repetirte y repetirte,

siempre la misma y siempre diferente,

sin cansarme jamás del juego idéntico,

sin desdeñar tampoco la que fuiste

por la que ibas a ser dentro de nada;

ya no sé si me explico, pero quiero

aclarar si yo fuese

Dios, haría

lo posible por ser Ángel González

para quererte tal como te quiero,

para aguardar con calma

a que te crees tú misma cada día,

a que sorprendas todas las mañanas

la luz recién nacida con tu propia

luz, y corras

la cortina impalpable que separa

el sueño de la vida,

resucitándome con tu palabra,

Lázaro alegre,

yo, mojado todavía

de sombras y pereza,

sorprendido y absorto

en la contemplación de todo aquello

que, en unión de mí mismo,

recuperas y salvas, mueves, dejas

abandonado cuando -luego- callas…

(Escucho tu silencio.

Oigo

constelaciones: existes.

Creo en ti.

Eres.

Me basta.)

27 Quiéreme entera, de Dulce María Loynaz

Si me quieres, quiéreme entera,

no por zonas de luz o sombra…

Si me quieres, quiéreme negra

y blanca, Y gris, verde, y rubia,

y morena…

Quiéreme día,

quiéreme noche…

¡Y madrugada en la ventana abierta!…

Si me quieres, no me recortes:

¡Quiéreme toda… O no me quieras

28 Entre ir y quedarse, de Octavio Paz

Entre irse y quedarse duda el día,

enamorado de su transparencia.

La tarde circular es ya bahía:

en su quieto vaivén se mece el mundo.

Todo es visible y todo es elusivo,

todo está cerca y todo es intocable.

Los papeles, el libro, el vaso, el lápiz

reposan a la sombra de sus nombres.

Latir del tiempo que en mi sien repite

la misma terca sílaba de sangre.

La luz hace del muro indiferente

un espectral teatro de reflejos.

En el centro de un ojo me descubro;

no me mira, me miro en su mirada.

Se disipa el instante. Sin moverme,

yo me quedo y me voy: soy una pausa.

29 La princesa está triste, de Rubén Darío

La princesa está triste.. Qué tendrá la princesa?

Los suspiros se escapan de su boca de fresa,

que ha perdido la risa, que ha perdido el color.

La princesa está pálida en su silla de oro;

está mudo el teclado de su clave sonoro,

y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor.

El jardín puebla el triunfo de los pavos reales.

Parlanchina, la dueña dice cosas banales,

y vestido de rojo piruetea el bufón.

La princesa no ríe, la princesa no siente;

la princesa persigue por el cielo de Oriente

la libélula vaga de una vaga ilusión.

¿Piensa acaso en el príncipe de Golconda o de China,

o en el que ha detenido su carroza argentina

para ver de sus ojos la dulzura de luz?

¿O en el rey de las islas de las rosas fragantes,

o en el que es soberano de los claros diamantes,

o en el dueño orgulloso de las perlas de Ormuz?

¡Ay!, la pobre princesa de la boca de rosa

quiere ser golondrina, quiere ser mariposa,

tener alas ligeras, bajo el cielo volar;

ir al sol por la escala luminosa de un rayo,

saludar a los lirios con los versos de Mayo,

o perderse en el viento sobre el trueno del mar.

Ya no quiere el palacio, ni la rueca de plata,

ni el halcón encantado, ni el bufón escarlata,

ni los cisnes unánimes en el lago de azur.

Y están tristes las flores por la flor de la corte;

los jazmines de Oriente, los nelumbos del Norte,

de Occidente las dalias y las rosas del Sur.

¡Pobrecita princesa de los ojos azules!

Está presa en sus oros, está presa en sus tules,

en la jaula de marmol del palacio real;

el palacio soberbio que vigilan los guardas,

que custodian cien negros con sus cien alabardas,

un lebrel que no duerme y un dragón colosal.

¡Oh, quién fuera hipsipila que dejó la crisálida!

(La princesa está triste; la princesa está pálida.)

¡Oh visión adorada de oro, rosa y marfil!

¡Quién volara a la tierra donde un príncipe existe

(la princesa está pálida; la princesa está triste),

más brillante que el alba, más hermoso que Abril!

«Calla, calla, princesa» -dice el hada madrina-,

«en caballo con alas hacia aquí se encamina,

en el cinto la espada y en la mano el azor,

el feliz caballero que te adora sin verte,

y que llega de lejos, vencedor de la Muerte,

a encenderte los labios con su beso de amor…»

30 Amor empieza por desasosiego, de Sor Juana de la Cruz

Amor empieza por desasosiego,

solicitud, ardores y desvelos;

crece con riesgos, lances y recelos;

susténtase de llantos y de ruego.

Doctrínanle tibiezas y despego,

conserva el ser entre engañosos velos,

hasta que con agravios o con celos

apaga con sus lágrimas su fuego.

Su principio, su medio y fin es éste:

¿pues por qué, Alcino, sientes el desvío

de Celia, que otro tiempo bien te quiso?

¿Qué razón hay de que dolor te cueste?

Pues no te engañó amor, Alcino mío,

sino que llegó el término preciso.

Imagen de portada: Gentileza de Zenda. Autores, Libros y Cía. Grafiti “El niño de las pinturas”

FUENTE RESPONSABLE. Zenda. Autores,Libros y Cía.

Literatura/Poesías/Genios Virtuosos/Sociedad/Cultura

 

 

 

4 poemas de Unai Velasco

Unai Velasco es un poeta, editor y crítico cultural nacido en Barcelona en 1986. 

Es responsable de la editorial de poesía Ultramarinos, junto a Andrés Catalán. 

Ha publicado los poemarios En este lugar (Papel de fumar, 2012; Premio Nacional de Poesía Joven “Miguel Hernández” 2013, reeditado por La Bella Varsovia en 2019) y El silencio de las bestias (La Bella Varsovia, 2014). Sus textos han aparecido en medios como CTXT, Quimera o Qué Leer, entre otros. Ha participado en antologías como Tenían veinte años y estaban locos (La Bella Varsovia, 2011), Serial (El Gaviero, 2014) o Tribu versus Trilce (Karima Editora, 2017), y sus poemas han sido traducidos al griego y al rumano. 

Presentamos una selección de sus poemas y un inédito.

***

Los helechos

Todavía siguen ahí todas aquellas películas   (los helechos inadvertidos)

que no querríamos volver a ver más,

ya pasó, dijimos

habituales fáciles de palabra rápida

todo el peso de los días recostado   (en los helechos)

en el gesto acostumbrado.

Ignorando que

más allá de la extensión infinita de los contenidos extra,

más allá del montaje del director, permanecerán

ante todo

no las películas más audaces

sino las más felices,

sostenidas

no rescatadas,

nostálgicos no,

como se recupera aquello que nunca se ha ido.

Permanecerán para bien o para mal   (los helechos)

como pequeñas piedras de adoración

secas y precisas,

manutención en los bolsillos

irreversibles

del bañador.

Hoy siguen ahí con su insistencia sana   (y lanceolada)

que algún día parecerá salvarnos,

o nos salvará, quién sabe,

porque merecía la pena citarse en el cine

como una gran decisión adulta y aún

no estaba demasiado claro qué demonios era

aquello del dolby surround. Ahora

sus voces sigilosas   (sus hojas)

nos rodean o nos envuelven.

Siguen ahí, en efecto,

urdieron una espesura apropiada,

autoridades del tránsito, y de nada sirve

tener miedo   (de los helechos)

si su presencia

el día en que volvamos

es más vívida que todo lo que alguna vez tuvimos,

que lo que no tuvimos jamás,

si su presencia

de golpe

nos acorrala

si se impone sin publicidad y sin cortes

si su emulsión nos deja secos en el sofá

en el interior

del coche volcado de una noche tormentosa y selvática

a retazos nuestras ropas

los cristales rotos del parabrisas

la pierna herida de Jeff Goldblum

perseguidos por el Tiranosaurio Rex

huid

huid

hacia la valla

hacia el perímetro electrificado   (en dirección a los helechos)

atravesadlo

de nuevo atrapados por decenas de

gallimimus gallimimus gallimimus

gallimimus  gallimimus

***

La tira elástica del bañador deja pequeñas marcas en la cintura

the slow breeze in the pines

ROBERT HASS

Para salvar una vida humana hay que tener

la taquilla limpia y el corazón templado

Michael Newman tenía un brazo ligeramente más

largo que el otro toda clase de información sobre las aves

de Santa Mónica L. A. y cierta inclinación progresiva

hacia la tristeza pesaba la playa por las tardes gaviotas volaban

al ras y se desconcentraba triste si estaría triste Pam bajo las

palmas su primer ahogado le costó cuarenta kilómetros a medio

gas entre los pinos

y un reguero de pinocha estremecida en la segunda

pensó en Paul ojos azules sin saber que escribirían de su brazada

en el Tampa Tribune con los años también

con los años se adjudicó un método para el miedo a mediodía

cuando el hambre administraba mal los riesgos Newman

medía su caseta de vigilancia de un modo digamos místico y el miedo y el calor

quedaban sometidos a una figura rectangular casi casi

transparente

como una cometa desarbolada por el sol o

una toma subacuática

y todavía pensaba en lo extraño del título del serial más al sur

en México Guardianes de la bahía pero la extrañeza

duraba poco y las aves volaban más bajo

era la hora de ir a cambiarse

prácticamente

***

De la extraña razón por la cual la palabra que designa ese encuentro particular que llamamos misa significa curiosamente despedida o cómo salir del reino

Quizá el final sea el momento propicio para la nostalgia

la hora de pensar en el modo decididamente triste

en que el doctor Armand Delille dispone sus herramientas

en el maletín de los remedios

tal vez la presencia rociada

del amarillo y del verde de las gramíneas o plantas

leguminosas tal vez

la tonalidad siempre caprichosa de lo melancólico entre las losas

del atrio la raíz tal vez

de las malas hierbas

o hierbas de poca monta por lo menos (pues ni siquiera

hemos llegado aquí para masticar lechuga o convicción)

constituya un paisaje

 reconstitutivo

(ahora nos alcanzan sin intención de permanencia

rachas de ricino y colcha)

para Delille doctor desvalido (o sea, desamparado, privado

de ayuda y socorro, según varias fuentes)

y pobre

pobre   pobre Armand arremangado sin aliño y que acompasa

su respiración al cese de los insectos

aunque de eso

malditos libros, de eso

no nos diga nada   nada cuente Delibes de Castro

no informe al lector (a quién le importan pormenores)

inapelables tantas jornadas de dolor y angustia

qué jeringas

para una anatomía alternativa un corazón

abierto Armand querido he venido a besarte la arena

a terminarme tu plato de agravios

y si la medicina

no entiende los sucesos inextintos (infácultos, dice)

si no se da noticia (y eso, lo sé, te conmociona y sufres)

no lo olvides

yo   te amo

distraigo las hebras de tu levita

con las yemas de los dedos sustraigo lo rígido.

No se aflija doctor si no logra el relato de aquellas horas matutinas

(aunque ya era tarde, porque siempre es tarde en lo sucedido)

si los terrenos del Château Maillebois recibían una luz espléndida

entonces en 1956 usted se había venido claramente abajo

tanto territorio en polvorosa aterido

por la precisión lacónica de los círculos de la uva

pero de eso quién y dónde

si te ponen la pega de haber clasificado a los conejos

entre las especies de la delicadeza

privados

desproporcionadamente de felicidad y el resto

fue un echar a correr de las pulgas y desavenencia de los mosquitos

con referencias connotadas pero insignificantes

a las zonas pantanosas donde menos cubre

cuando la cuestión es otra

porque ¿y si la mudez ya estaba en las aguas o en la especie o en la digestión

lenta del abrazo que nunca tuviste, Armand?

¿Qué culpa tienes? ¿Está la culpa en la raza en la suavidad apenas

comprensible a los dedos? ¿Quiénes son los conejos?

Y ahora qué diré.

Cómo cuento tu tribulación tu habilidad de agujas

la destreza para reunir plomo en aurículas y desmayarte

pero bien

que todo esto no nos engañe

que quede muy claro cuál es el peligro

no nos engañe salir sin zamarra o contemplar

la irregularidad de las aves

pues incluso cuando vuelan juntas (desde las seis hasta las nueve)

y nos maravilla su variación de triángulos

deberíamos

admitir sobre el atrio (la era en desuso, provecho de piernas)

que hay dispersión en la bandada

que los cartílagos no se juntan nunca del todo y duele

porque no son figura no son figura   o son figura

solamente y por eso

hay tiniebla.

Llora hoy,

llora desconsoladamente Armand en la hora herbaria y pace

entre las losas y vosotros

preguntaos

cuando las mujeres bajan las gradas en haldas y los hombres

frente al portón historiado de la iglesia ensayan gestos ensayados

y todo es una broma simpática (o efusiva) con sol de fondo

preguntaos

si acaso significa algo que nos demos la mano justo

ahora que todo el mundo se está marchando

feos de repente

volcando las mesas

sin posesión de lo propio

en seguida hacia el camino de zarzas que remata el pueblo y

regresa al hogar conversando

sin nada especial que contarnos,

queridísimo Armand contempla la tarde luctuosa contemplad

la tarde luctuosa de un joven médico de provincias

sentado en la escalinata y leporino

apartado de todos y de sí mismo

masticando

las mejillas la nariz desplazando lo imperceptible

mirándome

la mirada   súplica

que le entienda

le abrace

que no me aparte

de tu lado

con la belleza incontestable de los esfuerzos silenciosos

mientras el mundo se pierde de vista

y tiemblas.

***

MUERTE Y RESURRECCIÓN DE LOS TOPOS

No habrá siembra estricnina en el monte.

No caerá carburo de calcio en las hojas.

Si el cazador atraviesa estos dominios, no podrá

depositar sus cepos sobre la tierra, rodenticida.

Es alto el gran mal, pero más alto es el reino.

Amorosamente tálpidas acaudalan

el bosque las raíces.

He excavado un agujero, de rodillas.

He formado un montículo generoso.

Fármaco corazón.

En la noche abreviada

he dado aliento a un animal.

Es ciego. Bellísimo.

No entrará el gran mal en el reino

Imagen de portada: Gentileza por Laura Rosal.

FUENTE RESPONSABLE: Zenda; Autores,libros y cía.

UNAI VELASCO/Poemas

 

PERSPECTIVAS LITERATURA Las uñas de Borges

En «Las uñas», texto que pertenece a El hacedor, Borges habla de los dedos de sus pies, a los que «no les interesa otra cosa que emitir uñas: láminas córneas, semitransparentes y elásticas» (Jorge Luis Borges, Obras completas 1923-1972, Buenos Aires, Emecé, 1974, p. 785). «Guardados» en La Recoleta, sus pies «continuarán su terco trabajo, hasta que los modere la corrupción». Sí, las uñas (y la barba de su cara) seguirán creciendo en su muerte. Así lo sentencia el poeta, a modo de mínima profecía. Quién sabe si pensó en cortárselas antes de morir. Cortárselas para entregárselas a Naglfar, la nave de la mitología nórdica hecha enteramente de las uñas de los muertos.(i)

Borges debió conocer las profecías nórdicas de las Eddas y no es extraño que escribiera sobre las uñas, si consideramos su profundo conocimiento de la mitología escandinava. Posiblemente sabía que en el Völuspá de la Edda poética, la völva o vidente le anuncia a Odín que, llegado el tiempo aciago del Ragnarök, Naglfar navegará las aguas rumbo hacia Vígríðr, el campo de batalla donde morirán los dioses.

En El hacedor hay un texto titulado, precisamente, «Ragnarök». Allí los dioses, harapientos y vencidos, aparecen en un sueño sobre la tarima del Aula Magna de la Universidad de Buenos Aires, donde son baleados por Borges y la multitud.

Así visto, la muerte y el sueño se relacionan estrechamente, y el fin del mundo de igual manera. El hacedor, este libro maravilloso que mezcla géneros, y uno de los más personales de Borges, cierra con un poema, «Arte poética», que en la segunda estrofa, se lee así:

Sentir que la vigilia es otro sueño

que sueña no soñar y que la muerte

que teme nuestra carne es esa muerte

de cada noche, que se llama sueño.

Otro poema, «Ein Traum», publicado en La moneda de hierro (1976), también refiere a la muerte y al fin del mundo como pertenecientes al territorio onírico.

Si deseas conocer mas sobre este tema; por favor cliquea donde dice «según testimonio de la señora María Kodama». Muchas gracias.

El poema, por cierto, según testimonio de la señora María Kodama, le fue dictado a Borges en sueños:

Una mañana nos despertamos en Estados Unidos y él me dijo que iba a dictar un poema, al que le puso un título en alemán, «Ein Traum», que quiere decir un sueño. 

Es un poema muy breve donde el protagonista es Kafka. Borges siempre corregía, vivía corrigiendo. Ese poema me llamó la atención porque al cabo de dos reediciones no lo había corregido. Entonces yo le pregunté: «Pero Borges, qué extraño. Corriges todo y eso no». Y él me dijo: «Ah, no puedo, porque ese poema no es mío, ese poema me lo dictó Kafka en un sueño. No es mío, es de Kafka, entonces yo no lo puedo tocar». Y es el único poema en toda su obra que jamás fue corregido.

El enigmático poema fue dictado y también protagonizado por Kafka. Veamos:

Lo sabían los tres.

Ella era la compañera de Kafka.

Kafka la había soñado.

Lo sabían los tres.

Él era el amigo de Kafka.

Kafka lo había soñado.

Lo sabían los tres.

La mujer le dijo al amigo:

Quiero que esta noche me quieras.

Lo sabían los tres.

El hombre le contestó: Si pecamos,

Kafka dejará de soñarnos.

Uno lo supo.

No había nadie más en la tierra.

Kafka dijo:

Ahora que se fueron los dos he quedado solo.

Dejaré de soñarme.

«No había nadie más en la tierra»; mire qué significativo este verso. El mundo se extingue cuando se acaba el amor, cuando llega la traición, cuando el que sueña deja de soñar a los otros. Soñar ya no vale la pena. Despertar ya ha sido, la traición descubierta es el despertar, de modo que lo que debe ocurrir ya no es la vigilia, sino el dejarse de soñar a sí mismo. Dejarse de soñar, irse, ¿a dónde? Tiene usted dos opciones: al otro sueño que es la realidad, o al otro sueño que es la muerte.

Nótese: el Ragnarök de Borges acontece en lo onírico, y el desvanecimiento de la Tierra de «Ein Traum» ocurre en el mismo ámbito. Con todo, la vigilia también es sueño. La diferencia: la vigilia sueña que no es sueño, que es realidad y verdad. ¿Qué es si no la profecía predictiva? Un sueño del futuro que no quiere ser sueño, un sueño de futuro que juega a ser futura realidad, verdad anticipada.

Podemos decir entonces que Borges jugó a hacer una pequeña profecía de su muerte. Quizás pensaba en las revelaciones escandinavas cuando lo hizo. La barroca (y en cierto modo kitsch) tumba que lo cobija en el cementerio de Plainpalais en Ginebra, puede dar fe de su pasión por los poemas éddicos.

Por un lado de la lápida –reminiscencia a lo Disney de una estela rúnica–, puede verse una nave vikinga con vela desplegada; por el otro, siete guerreros blandiendo espadas. La inscripción que acompaña a los guerreros está en inglés antiguo y dice: «And ne forthedon na». «Y que no temieran», es la traducción. Se trata de una frase que se encuentra en el poema anglosajón conocido como «La batalla de Maldon». El poema, del que se ha perdido el principio y el final, relata la llegada de una flota vikinga a Essex y su desembarco en el islote de Northey, en medio del Blackwater. Entre el islote y tierra firme había apenas un istmo que fue bloqueado justo antes de la llegada del enemigo por el ealdorman Byrhtnoth y sus hombres. Ante el inminente enfrentamiento, Byrhtnoth comenzó a arengar a sus guerreros. Sobre su caballo, les hablaba de cómo debían apostarse (eran jóvenes y campesinos la mayoría), y los exhortaba a que se mantuvieran prestos con los escudos, «con sus puños firmes y que no temieran». No obstante, la batalla se inclinó hacia los nórdicos, quienes finalmente atravesaron el istmo. Torpe pero heroico, Byrhtnoth murió en el campo.

Tumba de Jorge Luis Borges en el Cimetière des Rois en Ginebra, Suiza. Fotografía de Wikimedia Commons.

¿Por qué Borges elige este poema para su tumba? ¿O por qué lo hace Kodama, viuda omnipresente? 

Quizás, especulo, porque enfrenta –une– a los anglosajones y a los vikingos. Borges había sido un enfático admirador de ambas lenguas y literaturas. De hecho, el reverso de los guerreros lo ocupa el grabado de una nave vikinga con las velas desplegadas. La frase que acompaña la imagen, «Hann tekr sverthit Gram ok leggr i methal theira bert», está en nórdico antiguo. Nos hallamos ante un verso de la saga islandesa Volsunga, y su traducción es la siguiente: «Tomó la espada Gram y la colocó entre ellos desenvainada».

Las palabras hacen referencia a la trágica historia de Sigurd y Brynhild. Sigurd, hijo de Sigmund, nieto de Volsung, de regreso de matar al dragón Fafnir, se encuentra con un castillo rodeado de fuego. Allí descubre a una doncella que duerme dentro de su armadura. Ella despierta, dice llamarse Brynhild y cuenta su desdicha. Dos reyes se encontraban en lucha, Helm Gunnar y Agnar. Helm Gunnar era el mayor y el más grande guerrero, Odín lo favorecía. Pero ella hirió a Helm Gunnar y le dio la victoria a Agnar.

 Enfurecido, Odín la punzó con la espina del sueño, y en aquel estado había permanecido hasta el encuentro con Sigurd. Él, de súbito enamorado, promete esponsales. Luego se marcha y llega al reino de Heimir, quien se ha casado con Bekkhild, hermana de Brynhild. Cierta tarde de cacería, Sigurd ve en la ventana de una torre a una bella doncella y pregunta por ella. Le responden que es Brynhild, una dama guerrera que se ha ido a vivir allí recientemente. 

El héroe la visita y de nuevo descubren su amor, pero ella profetiza que jamás vivirán juntos y que él contraerá nupcias con Gudrun, hija del poderoso rey Gjuki.

Al cabo de un tiempo, Sigurd arriba al mismísimo reino de Gjuki. Grimhild, la mujer del soberano, ve en el famoso héroe al futuro marido de su hija y le brinda una cerveza que le hace olvidar cualquier otro amor. Sigurd, en efecto, contrajo esponsales con Gudrun. La reina decide que también debe casar a Gunnar, su primer hijo; así que lo envía junto con Sigurd donde el rey Budli, padre de Brynhild, a cuyo reino ella ha vuelto. Al llegar, se enteran de que la princesa guerrera se ha encerrado en una fortaleza rodeada de llamas. Sigurd toma el anillo de su cuñado y también su forma física y, montado sobre su caballo, atraviesa las llamas. Brynhild, al ver que el valiente extraño (recordemos que tiene la forma de Gunnar) ha superado tan grande obstáculo, lo recibe gratamente. Pasan juntos tres noches, compartiendo la misma cama. No obstante, en cada ocasión, Sigurd, fiel a su cuñado y a su esposa, interpone la fabulosa espada Gram entre él y Brynhild. Al cabo, Gunnar desposa a Brynhild.

Cierto día, Gudrun y Brynhild comienzan a discutir sobre la valentía de sus maridos. Brynhild no cesa de elogiar a Gunnar, el osado que atravesó el fuego. Gudrun, exasperada, se atreve a soltar la verdad: quien en realidad cabalgó a través del muro de llamas fue su marido Sigurd. Al sentirse traicionada, Brynhild cae en un arrebato de ira y le exige a Gunnar que repare con la muerte de Sigurd lo que ella considera una afrenta. Gunnar, astuto y cobarde, le da de comer a Guttorm, su hermano menor, un guisado de serpiente y piel de lobo. Colmado de feracidad, Guttorm entra en la habitación donde duerme Sigurd y lo atraviesa con una espada. Brynhild, al escuchar los llantos de Gudrun, comienza a reír a carcajadas, pero pronto se desespera y, enamorada de quien acaba de morir, se clava ella misma una espada. En los funerales, los cadáveres de Sigurd y Brynhild son quemados en la misma pira.

Esta historia de amor y muerte hizo sin duda las delicias de Borges, tanto que, inspirada en ella, escribió un relato. «Hann tekr sverthit Gram ok leggr i methal theira bert» es la frase que usó el autor como epígrafe de «Ulrica», segunda narración de El libro de arena. 

No por casualidad, en la tumba, debajo de la inscripción del Volsunga, se encuentra también la frase: «De Ulrica a Javier Otárola». ¿Qué enigma es este? Pues ninguno muy complejo. Quien haya leído el relato en cuestión sabrá que trata sobre el encuentro amoroso en la ciudad fortaleza de York de una joven noruega de nombre Ulrica con un ya maduro profesor colombiano de nombre Javier Otárola. 

La crónica abarca, como dice el narrador «una noche y una mañana» (El libro de arena, Buenos Aires, Editorial Alianza, 1998, p. 9). Durante la noche se conocen, en la mañana salen a caminar luego del desayuno. Son turistas, y eso hacen los turistas. Ella es una noruega alta, ligera, de ojos grises y con un aire de tranquilo misterio, tal como la describe Otárola. Por el camino hablan de los noruegos y de Inglaterra. Ella dice «Inglaterra fue nuestra y la perdimos, si alguien puede tener algo o algo puede perderse».

¿Me he alejado de las uñas? No, pues no nos hemos alejado de la muerte ni de la profecía, tampoco del sueño.

En cierto momento Ulrica le promete que al llegar a la posada ella será suya. Otárola comenta que todo aquello es como un sueño. Ulrica anuncia que pronto oirán un pájaro cantar y, en efecto, se escucha al pájaro. Otárola dirá que en esas tierras piensan que quien «está por morir prevé el futuro.» Ulrica responde: «Y yo estoy por morir». Nada más dicen. Luego ella le pide que repita su nombre y acota que prefiere llamarlo Sigurd. Otárola replica que la llamará entonces Brynhild. Hablan de la saga, menosprecian al texto de Los nibelungos, que dañó la bella saga islandesa, y a poco él observa que ella camina como si quisiera que entre ellos dos hubiera una espada en el lecho.

Así, como vemos, en «Ulrica» está el sueño del amor, el mismo del poema de Kafka, y la muerte, que es como un sueño. Y el futuro, la profecía, otra forma de sueño.

Brynhild preconiza la tragedia de su amor, Ulrica predice el canto de un pájaro, Borges adelanta que sus uñas y su barba seguirán creciendo, y que será enterrado en La Recoleta. Con el sitio se equivocó. Con las uñas, dicen que en realidad no crecen después de la muerte, sino que la piel se encoge por deshidratación. Las explicaciones científicas a veces entorpecen el ensueño de la poesía.

Con todo, Borges no dejó de escribir sobre las uñas. No una, sino dos veces, porque en La cifra, entre esos «Diecisiete haiku» que escribió, el número 10, dice así:

El hombre ha muerto.

La barba no lo sabe.

Crecen las uñas.

***

[Este texto forma parte de Gabinete del ocio (Caracas, Abediciones, 2019)]

***

(i) En La rama dorada, Frazer nos describe los objetos tabulados. La cabeza del hombre, dice el autor, es particularmente sagrada. Hay pueblos que le atribuyen –o le atribuían– la existencia en ella de un espíritu –un ente– muy sensible al daño o al irrespeto. De modo que quien tocaba la cabeza cometía un gravísimo error. El corte de pelo, por lo tanto, era una operación delicada que debía ser hecha por personas especiales. El peligro estaba allí siempre. Por un lado, el espíritu podía enojarse; por otro, el cabello cortado, por conexión simpatética, participaba de la esencia de la persona, y del espíritu incluso, y esto era más que delicado, pues los mechones de pelos o los recortes de las uñas, si caían en malas manos, podían ser utilizados para embrujar a la persona. También por conexión simpatética, el acto de cortar cualquier otro «accidente» del cuerpo (por decirlo en términos filosóficos) traía gran dificultad o peligro. De allí que se extendiera la idea hacia las uñas. Luego, imaginar una nave que guardara en tierras ultraterrenas los cortes de uñas de los muertos, no resulta, disculpen el término, descabellado.

Imagen de portada: Gentileza de PRODAVINCI

FUENTE RESPONSABLE:  PRODAVINCI Por Fedosy Santaella

Virginia Woolf y Jorge Luis Borges, dos poemas para surcar el cielo.

Me gustaría dedicarme a coleccionar nubes, catalogarlas en figuras imposibles y archivarlas en una mente poco entrenada para el placer de contemplar la belleza efímera, esa que se transforma con el viento.

Sería una buena tarea la de escudriñar las formas de estos seres etéreos que vagan entre el cielo y la tierra. Me encantaría que me enseñaran a distinguir cada pequeño mechón de algodón que forman paisajes callados encima de nuestras cabezas. Saber algo más de ellas, por qué descargan su ira, por qué se empeñan en esconder soles de invierno, de qué están hechas, a qué suenan y si sienten algo cuando las atravesamos con aviones inoportunos en latitudes, destinos y horarios.

   

jorge fin nubes

Pintura de Jorge Fin

Quizá me haga miembro del original club conocido como ‘Cloud Watchers’ (observadores de nubes), nombre que incluso ha dado título a una colección pictórica de quien posiblemente sea el miembro más activo de los cloud watchers: Jorge Fin, el ‘pintor de nubes ‘. Un club está dado al mero hecho de mirar, de observar, de ponerles formas a un estado de ánimo, a un momento. 

Volamos, una vez más, a la palabra en voz de dos relatores de la vida.  Las nubes alimentan la imaginación colectiva, las observamos para tratar de revelar sus misterios. Hoy queremos observarlas a través de sus palabras. 

jorge fin nubes1

Pintura de Jorge Fin

Jorge Luis Borges, “Nubes”

No habrá una sola cosa que no sea

una nube. Lo son las catedrales

de vasta piedra y bíblicos cristales

que el tiempo allanará. Lo es la Odisea,

que cambia como el mar. Algo hay distinto

cada vez que la abrimos. El reflejo

de tu cara ya es otro en el espejo

y el día es un dudoso laberinto.

Somos los que se van. La numerosa

nube que se deshace en el poniente

es nuestra imagen. Incesantemente

la rosa se convierte en otra rosa.

Eres nube, eres mar, eres olvido.

Eres también aquello que has perdido. 

jorge fin nubes3

Pintura de Jorge Fin

Virginia Woolf, fragmentos de Las olas

Allí estaban las nubes grises y flotantes y el árbol clavado, el árbol implacable con su corteza de plata cincelada.

El borbollón de mi vida era infructuoso. Yo no podía pasar al otro lado.

Él disipa las nubes de polvo que se agitan en mi espíritu trémulo, ignominiosamente agitado, y el recuerdo de las danzas alrededor del Árbol de Pascua de los regalos envueltos en papel.

Se diría que el mundo entero estuviese hecho de flotantes líneas curvas: los árboles en la tierra y en el cielo las nubes.

A través de las ramas de los árboles contemplo el cielo.

Parece que la partida se estuviera jugando allá arriba.

Débilmente, entre las suaves nubes blancas, escuchó el grito de: «¡Correr!» o «¡Arbitraje!».

Las nubes parecen perder guedejas de blancura a medida que la brisa las va despeinando.

Si aquel azul pudiera durar eternamente, si aquel hueco entre las nubes pudiera durar eternamente, si este instante pudiera durar eternamente…

Tomo a los árboles y a las nubes como testigos de mi completa integración. 

Imagen de portada: Gentileza Cultura Inquieta – Por Jorge Fin

FUENTE RESPONSABLE: Cultura Inquieta por Silvia Garcia

Literatura/Genios virtuosos/Virginia Woolf/Jorge Luis Borges

No es la soledad…es la vida.

Soledad infinita
que ya pesa
un poco más
que ayer
y menos
que mañana,
sobre
las espaldas
exhaustas
por haber vivido
de pie
equivocado
o no,
pero jamás
de rodillas.

Orgullo, no
no es orgullo,
es lo que uno
mamo de chico,
ejemplos de vidas
sin dobleces
ni trampa alguna.

No conseguiré
el cielo fácilmente
porque me equivoqué
fiero algunas veces,
he pedido perdón
a aquellos que lastime
por esos impulsos
que uno no los sujeta.
 
Pero no me quejo
vida bien vivida,
con momentos
únicos e
inolvidables,
mi único amor,
mis hijos, mis nietos
y también
de los otros
las pérdidas
algunas que aún
duelen en el Alma,
y que uno guarda
para cuando
se acerque
el camino
del reencuentro.

Como cantaba
la «negra» Sosa,
gracias a la vida
que me ha dado tanto.

Llevame contigo…

No juegues
conmigo,
ninfa
que has llegado
desde
ese lugar
encantado,
porque se que
tus juegos
son parte
de tu esencia,
ser divino
virgen retoño
que vaga
en su paraíso,
y a los hombres
les está
vedado
conocerlo.

Allí donde fluyen
manantiales
de agua cristalina,
donde el canto
de los pájaros,
dibuja melodías
en el aire.

No le digas
que no
a este mortal,
deslumbrado
por una
belleza,
como
la tuya
tan
encantadora,
rizos
de trigal dorado
que caen
sobre
tus hombros,
labios
que he sentido
húmedos
como sabrosa
fruta,
cuando solo
un beso
me has dado.

No deseo
que te vayas,
se que
te han dado
poco tiempo,
para estar
aquí,
se que eres
renuente
al matrimonio,
pero no
por ello,
puedes dejar
de intentar amarme,
porque mi
corazón, sabes
ya te pertenece.

¿Qué me dices?
¿Qué debes irte?
llévame contigo
mi vida
no sería vida,
sin ti a mi lado,
hazlo de una vez,
no lo pienses,
tendrás en mi
un amor
tan infinito,
que te abrazara
por todos
los rincones,
de ese
tu vergel eterno..

La espera…

Esperando
como es
habitual en mi,
es lo que hago
con alguno
de mis amores;
le pregunto a ella
si quiere
acompañarme
a un bar cercano,
me mira con
ojos encendidos,
que entiendo
como siempre
que es un si.

Es tarde
para desayunar,
temprano
para almorzar,
elijo un light
ella lo disfrutara
como yo,
si le conoceré
los gustos
a esta pícara
acompañante.

El camarero
lo trae a la mesa,
unto las tostadas
de salvado,
con distintos
cuchillos,
uno para el
queso light,
otro para
la mermelada
de durazno
también light.

El café con leche,
más café
que leche está
inmejorable,
compartimos
las tostadas
que ella come
con fruición,
llega la hora
desato la correa
de la silla
que ocupa
y salta al piso,
mi encantadora
fiel mascota,
Daysi, moviendo
su cola
como reloj
de péndulo.

Esto es vida…

“¿Hago tiempo o lo pierdo?”

 

Hago tiempo
dentro del auto,
falta más
de media hora
para que la óptica
abra sus puertas,
se hace aire
la espera porque
la escritura
todo lo logra.

Bochornosa
óptica que ayer,
me dio las lentes
nuevas y al llegar
a casa no hice
más que ponerme
frente a la note,
nada pude ver
solo tinieblas,
y para mi sorpresa
tuve que volver a usar,
unas que
por apuro compré
una vez
en un supermercado.

Será que equivoqué
al ir a la óptica,
debiendo haber
optado por el
supermercado,
o es como decía
María Elena Walsh
este «es el mundo
del revés».

Imagen de portada: Gentileza de Pinterest

5 poemas de ‘Lírica erótica de la India clásica’

Lírica erótica de la India clásica (Hiperión) reúne dos breves colecciones de poesía erótica sánscrita, el Śṛṅgāratilaka (“la señal de la pasión”), con treinta y siete epigramas, y el Ghaṭakarpara (“la olla rota”), oda de veintiún estrofas en la que una mujer expresa su añoranza por el amado; su título parece esconder el nombre del autor, que presume con orgullo de su habilidad con la rima. 

La sencillez de su estilo sitúa estas obras en una fecha anterior al gran poeta Kālidāsa (ss. IV-V d. C.); el ser muestras tan tempranas de la lírica sánscrita clásica tipo kāvya les confiere especial relevancia. La poesía kāvya se caracterizaba por un estilo de gran elegancia formal, con sus propios códigos estéticos y técnicos. 

En la lírica amorosa de la India clásica, el autor no refleja necesariamente sus propios sentimientos: da voz a situaciones y personajes codificados, lo que sin embargo le permite expresar una sutil gama de sentimientos. Sorprenden la hondura de los sentimientos femeninos, o la finura con que se reflejan los cambios de humor de los amantes.

El traductor y editor del texto, Francisco J. Rubio Orecilla, es profesor de sánscrito en la Universidad de Salamanca. Formado como filólogo clásico e indo europeísta, se especializó en filología védica y lingüística indoirania en Salamanca y en diversas universidades alemanas, y desde hace años trabaja en la interpretación de los textos sánscritos más antiguos: los Vedas y las grandes epopeyas de la India.

1

Sus dos brazos son tallo de nenúfar;

un loto su rostro,

agua juguetona su gracia

y piedras del estanque sus caderas,

pececillos sus ojos,

un bejuco su trenza;

de la amada son los pechos

parejita de patos canela;

es ella un lago placentero que formó el creador

para sumergir a los que Amor quemó con sus flechas.

***

2

La dulce noche ha llegado; si no ha vuelto aún mi esposo,

váyase mi vida en la pira, si volver a nacer yo suplico.

El cazador, en el lazo que al cuco tendió;

y el planeta Rāhu, en el eclipse de la luna esquiva;

el destello mismo del ojo de Śiva, en Amor;

así mi pasión ha sucumbido al que es dueño de mi vida.

***

3

Loto azul tu mirada;

tu rostro, loto blanco;

de jazmín los dientes;

el labio superior, tierno capullo;

los miembros, de pétalos de magnolia;

si así el creador te creó,

mi amada, ¿cómo es que en piedra

te modeló el corazón?

***

4

La mejor lavandera, sola sobre el pétalo de un loto

muestra al verla el señorío de cuatro divisiones del ejército;

qué me harán en el loto de tu rostro

ese par de lavanderas, tus ojos, yo no lo sé.

***

5

Quienes una lavandera por ventura ven,

donde sea, sobre un loto,

todos ellos se convierten en poetas en extremo famosos,

cual rey que la tierra detenta.

Ese par de lavanderas, tus ojos,

en el loto de tu rostro: quienes los ven,

inválidos quedan en la red de las flechas del Amor.

¡Incauta, qué milagro!

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Imagen de la portada: Gentileza de Zenda. Autores, Libros y Cía.

FUENTE RESPONSABLE: Zenda. Autores, Libros y Cía.

VV.AA. Edición, traducción y notas: Francisco J. Rubio Orecilla. Título: Lírica erótica de la India clásica. Editorial: Hiperión.