CRISTINA PERI ROSSI FUE RECONOCIDA RECIENTEMENTE CON EL PREMIO MIGUEL DE CERVANTES, EL MÁS IMPORTANTE DE LA LENGUA ESPAÑOLA; AQUÍ UNA BREVE SELECCIÓN DE SUS POEMAS.
Hace unos días, la escritora de origen uruguayo Cristina Peri Rossi (1941) recibió el Premio Miguel de Cervantes en mérito a su obra literaria. El galardón, que se considera el más importante de la lengua española, reconoció una trayectoria amplia y ambiciosa que, sin embargo, nunca ha dejado de ser también intimista y entrañable.
La obra de Peri Rossi se caracteriza por poner en cuestión uno de los temas fundamentales de la vida humana: el amor. Descendiente de genoveses, Peri Rossi conserva en su espíritu una marcada vocación marinera. La ironía, la inteligencia, la suspicacia, la ternura y la ingenuidad son algunos de los métodos con los que Peri Rossi ha marcado la cartografía de sus exploraciones. A veces con mayor fortuna que en otras, pero siempre con la intención clara de develar el misterio del afecto. ¿Qué nos une a una persona? ¿Qué nos hace distanciarnos de ella? ¿Por qué se experimentan emociones tan contradictorias cuando se supone que el amor debería prevalecer en medio de ese remolino? ¿Por qué nos decepcionamos de alguien?
A continuación compartimos 6 poemas breves que forman parte de esas navegaciones y esos naufragios.
DISTANCIA JUSTA
En el amor, y en el boxeo
todo es cuestión de distancia
Si te acercas demasiado me excito
me asusto
me obnubilo digo tonterías
me echo a temblar
pero si estás lejos
sufro entristezco
me desvelo
y escribo poemas.
(De Otra vez eros, 1994)
BITÁCORA
No conoce el arte de la navegación
quien no ha bogado en el vientre
de una mujer, remado en ella,
naufragado
y sobrevivido en una de sus playas.
(De Linguística general, 1979)
DEDICATORIA
La literatura nos separó: todo lo que supe de ti
lo aprendí en los libros
y a lo que faltaba,
yo le puse palabras.
(De Evohé, 1971)
DESPUÉS
Y ahora se inicia
la pequeña vida
del sobreviviente de la catástrofe del amor:
Hola, perros pequeños,
hola, vagabundos,
hola, autobuses y transeúntes.
Soy una niña de pecho
acabo de nacer
del terrible parto del amor.
Ya no amo.
Ahora puedo ejercer en el mundo
inscribirme en él
soy una pieza más del engranaje.
Ya no estoy loca.
(De Otra vez eros, 1994)
ORACIÓN
Líbranos, Señor,
de encontrarnos
años después,
con nuestros grandes amores.
(De Inmovilidad de los barcos, 1997)
R. I. P.
Ese amor murió
sucumbió
está muerto
aniquilado fenecido
finiquitado
occiso perecido
obliterado
muerto
sepultado
entonces,
¿porqué late todavía?
(De Inmovilidad de los barcos, 1997)
Imagen de portada: Archivo
FUENTE RESPONSABLE: PijamaSurf. Por José Robles. Abril 2022
Sociedad y Cultura/Premio Cervantes de Literatura en Español/ Cristina Peri Rossi/Poemas
Sé que el reto es mayúsculo, la empresa considerable, pero después de darle muchas vueltas me he atrevido con este desafío que me he impuesto: crear una lista con los 30 mejores poemas en español. Siento el aliento de los críticos en mi cogote, aceptó ser motivo de escarnio en las redes sociales, pero después de publicar tantos versos en esta sección no me quedaba otra que hacerlo. Ahí van mis treinta; los de Laura di Verso.
Los 30 mejores poemas en español
1 Elegía, de Miguel Hernández
(En Orihuela, su pueblo y el mío, se
me ha muerto como del rayo Ramón Sijé,
con quien tanto quería.)
Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.
Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento,
a las desalentadas amapolas
daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.
Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.
No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.
Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.
Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.
No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.
En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.
Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.
Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.
Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera
de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.
Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irán a cada lado
disputando tu novia y las abejas.
Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.
A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.
2 Tú me quieres blanca, de Alfonsina Storni
Tú me quieres alba,
me quieres de espumas,
me quieres de nácar.
Que sea azucena
Sobre todas, casta.
De perfume tenue.
Corola cerrada .
Ni un rayo de luna
filtrado me haya.
Ni una margarita
se diga mi hermana.
Tú me quieres nívea,
tú me quieres blanca,
tú me quieres alba.
Tú que hubiste todas
las copas a mano,
de frutos y mieles
los labios morados.
Tú que en el banquete
cubierto de pámpanos
dejaste las carnes
festejando a Baco.
Tú que en los jardines
negros del Engaño
vestido de rojo
corriste al Estrago.
Tú que el esqueleto
conservas intacto
no sé todavía
por cuáles milagros,
me pretendes blanca
(Dios te lo perdone),
me pretendes casta
(Dios te lo perdone),
¡me pretendes alba!
Huye hacia los bosques,
vete a la montaña;
límpiate la boca;
vive en las cabañas;
toca con las manos
la tierra mojada;
alimenta el cuerpo
con raíz amarga;
bebe de las rocas;
duerme sobre escarcha;
renueva tejidos
con salitre y agua:
Habla con los pájaros
y lévate al alba.
Y cuando las carnes
te sean tornadas,
y cuando hayas puesto
en ellas el alma
que por las alcobas
se quedó enredada,
entonces, buen hombre,
preténdeme blanca,
preténdeme nívea,
preténdeme casta.
3 Gacela de la terrible presencia, de Federico García Lorca
Yo quiero que el agua se quede sin cauce.
Yo quiero que el viento se quede sin valles.
Quiero que la noche se quede sin ojos
y mi corazón sin la flor del oro.
Que los bueyes hablen con las grandes hojas
y que la lombriz se muera de sombra.
Que brillen los dientes de la calavera
y los amarillos inunden la seda.
Puedo ver el duelo de la noche herida
luchando enroscada con el mediodía.
Resisto un ocaso de verde veneno
y los arcos rotos donde sufre el tiempo.
Pero no me enseñes tu limpio desnudo
como un negro cactus abierto en los juncos.
Déjame en un ansia de oscuros planetas,
¡pero no me enseñes tu cintura fresca!
4 Me gusta cuando callas, de Pablo Neruda
Me gustas cuando callas porque estás como ausente,
y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.
Parece que los ojos se te hubieran volado
y parece que un beso te cerrara la boca.
Como todas las cosas están llenas de mi alma
emerges de las cosas, llena del alma mía.
Mariposa de sueño, te pareces a mi alma,
y te pareces a la palabra melancolía.
Me gustas cuando callas y estás como distante.
Y estás como quejándote, mariposa en arrullo.
Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza:
déjame que me calle con el silencio tuyo.
Déjame que te hable también con tu silencio
claro como una lámpara, simple como un anillo.
Eres como la noche, callada y constelada.
Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.
Me gustas cuando callas porque estás como ausente.
Distante y dolorosa como si hubieras muerto.
Una palabra entonces, una sonrisa bastan.
Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.
5 Amor constante más allá de la muerte, de Francisco de Quevedo
Cerrar podrá mis ojos la postrera
Sombra que me llevare el blanco día,
Y podrá desatar esta alma mía
Hora, a su afán ansioso lisonjera;
Mas no de esotra parte en la ribera
Dejará la memoria, en donde ardía:
Nadar sabe mi llama el agua fría,
Y perder el respeto a ley severa.
Alma, a quien todo un Dios prisión ha sido,
Venas, que humor a tanto fuego han dado,
Médulas, que han gloriosamente ardido,
Su cuerpo dejará, no su cuidado;
Serán ceniza, mas tendrá sentido;
Polvo serán, mas polvo enamorado.
6 Por una mirada, un mundo, de Gustavo Adolfo Bécquer
Por una mirada, un mundo,
por una sonrisa, un cielo,
por un beso… ¡yo no sé
qué te diera por un beso!
7 Palabras para Julia, de José Agustín Goytosolo
Tú no puedes volver atrás
porque la vida ya te empuja
como un aullido interminable.
Hija mía es mejor vivir
con la alegría de los hombres
que llorar ante el muro ciego.
Te sentirás acorralada
te sentirás perdida o sola
tal vez querrás no haber nacido.
Yo sé muy bien que te dirán
que la vida no tiene objeto
que es un asunto desgraciado.
Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso.
La vida es bella, ya verás
como a pesar de los pesares
tendrás amigos, tendrás amor.
Un hombre solo, una mujer
así tomados, de uno en uno
son como polvo, no son nada.
Pero yo cuando te hablo a ti
cuando te escribo estas palabras
pienso también en otra gente.
Tu destino está en los demás
tu futuro es tu propia vida
tu dignidad es la de todos.
Otros esperan que resistas
que les ayude tu alegría
tu canción entre sus canciones.
Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti
como ahora pienso.
Nunca te entregues ni te apartes
junto al camino, nunca digas
no puedo más y aquí me quedo.
La vida es bella, tú verás
como a pesar de los pesares
tendrás amor, tendrás amigos.
Por lo demás no hay elección
y este mundo tal como es
será todo tu patrimonio.
Perdóname no sé decirte
nada más pero tú comprende
que yo aún estoy en el camino.
Y siempre siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso.
8 Se equivocó la paloma, de Rafael Alberti
Se equivocó la paloma.
Se equivocaba.
Por ir al Norte, fue al Sur.
Creyó que el trigo era agua.
Se equivocaba.
Creyó que el mar era el cielo;
que la noche la mañana.
Se equivocaba.
Que las estrellas eran rocío;
que la calor, la nevada.
Se equivocaba.
Que tu falda era tu blusa;
que tu corazón su casa.
Se equivocaba.
(Ella se durmió en la orilla.
Tú, en la cumbre de una rama.)
9 A una rosa, de Góngora
Ayer naciste, y morirás mañana.
Para tan breve ser, ¿quién te dio vida?
¿Para vivir tan poco estás lucida?
Y, ¿para no ser nada estás lozana?
Si te engañó su hermosura vana,
bien presto la verás desvanecida,
porque en tu hermosura está escondida
la ocasión de morir muerte temprana.
Cuando te corte la robusta mano,
ley de la agricultura permitida,
grosero aliento acabará tu suerte.
No salgas, que te aguarda algún tirano;
dilata tu nacer para la vida,
que anticipas tu ser para tu muerte.
Ya besando unas manos cristalinas,
ya anudándose a un blanco y liso cuello,
ya esparciendo por él aquel cabello
que Amor sacó entre el oro de sus minas,
ya quebrando en aquellas perlas finas
palabras dulces mil sin merecello,
ya cogiendo de cada labio bello
purpúreas rosas sin temor de espinas,
estaba, oh, claro sol invidïoso,
cuando tu luz, hiriéndome los ojos,
mató mi gloria y acabó mi suerte.
Si el cielo ya no es menos poderoso,
porque no den los suyos más enojos,
rayos, como a tu hijo, te den muerte.
10 A un olmo seco, de Antonio Machado
Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido.
¡El olmo centenario en la colina
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.
No será, cual los álamos cantores
que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.
Ejército de hormigas en hilera
va trepando por él, y en sus entrañas
urden sus telas grises las arañas.
Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas de alguna mísera caseta,
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.
11 Ir y quedarse, de Lope de Vega
Ir y quedarse, y con quedar partirse,
partir sin alma, y ir con alma ajena,
oír la dulce voz de una sirena
y no poder del árbol desasirse;
arder como la vela y consumirse,
haciendo torres sobre tierna arena;
caer de un cielo, y ser demonio en pena,
y de serlo jamás arrepentirse;
hablar entre las mudas soledades,
pedir prestada sobre fe paciencia,
y lo que es temporal llamar eterno;
creer sospechas y negar verdades,
es lo que llaman en el mundo ausencia,
fuego en el alma, y en la vida infierno.
12 Volverán las oscuras golondrinas, de Gustavo Adolfo Bécquer
Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a sus cristales
jugando llamarán.
Pero aquellas que el vuelo refrenaban
tu hermosura y mi dicha a contemplar,
aquellas que aprendieron nuestros nombres…
¡esas… no volverán!.
Volverán las tupidas madreselvas
de tu jardín las tapias a escalar,
y otra vez a la tarde aún más hermosas
sus flores se abrirán.
Pero aquellas, cuajadas de rocío
cuyas gotas mirábamos temblar
y caer como lágrimas del día…
¡esas… no volverán!
Volverán del amor en tus oídos
las palabras ardientes a sonar;
tu corazón de su profundo sueño
tal vez despertará.
Pero mudo y absorto y de rodillas
como se adora a Dios ante su altar,
como yo te he querido…; desengáñate,
¡así… no te querrán!
13 Coplas a la muerte de su padre, Jorge Manrique
Recuerde el alma dormida,
avive el seso e despierte
contemplando
cómo se passa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando;
cuán presto se va el plazer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parescer,
cualquiere tiempo passado
fue mejor.
14 La voz a ti debida, de Pedro Salinas
Tú vives siempre en tus actos.
Con la punta de tus dedos
pulsas el mundo, le arrancas
auroras, triunfos, colores,
alegrías: es tu música.
La vida es lo que tú tocas.
De tus ojos, sólo de ellos,
sale la luz que te guía
los pasos. Andas
por lo que ves. Nada más.
Y si una duda te hace
señas a diez mil kilómetros,
lo dejas todo, te arrojas
sobre proas, sobre alas,
estás ya allí; con los besos,
con los dientes la desgarras:
ya no es duda.
Tú nunca puedes dudar.
Porque has vuelto los misterios
del revés. Y tus enigmas,
lo que nunca entenderás,
son esas cosas tan claras:
la arena donde te tiendes,
la marcha de tu reloj
y el tierno cuerpo rosado
que te encuentras en tu espejo
cada día al despertar,
y es el tuyo. Los prodigios
que están descifrados ya.
Y nunca te equivocaste,
más que una vez, una noche
que te encaprichó una sombra
-la única que te ha gustado-.
Una sombra parecía.
Y la quisiste abrazar.
Y era yo.
15 Nanas de la cebolla, de Miguel Hernández
La cebolla es escarcha
cerrada y pobre:
escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla:
hielo negro y escarcha
grande y redonda.
En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre
escarchaba de azúcar,
cebolla y hambre.
Una mujer morena,
resuelta en luna,
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
Ríete, niño,
que te tragas la luna
cuando es preciso.
Alondra de mi casa,
ríete mucho.
Es tu risa en los ojos
la luz del mundo.
Ríete tanto
que en el alma, al oírte,
bata el espacio.
Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.
Es tu risa la espada
más victoriosa.
Vencedor de las flores
y las alondras.
Rival del sol,
porvenir de mis huesos
y de mi amor.
La carne aleteante,
súbito el párpado,
y el niño como nunca
coloreado.
¡Cuánto jilguero
se remonta, aletea,
desde tu cuerpo!
Desperté de ser niño.
Nunca despiertes.
Triste llevo la boca.
Ríete siempre.
Siempre en la cuna,
defendiendo la risa
pluma por pluma.
Ser de vuelo tan alto,
tan extendido,
que tu carne parece
cielo cernido.
¡Si yo pudiera
remontarme al origen
de tu carrera!
Al octavo mes ríes
con cinco azahares.
Con cinco diminutas
ferocidades.
Con cinco dientes
como cinco jazmines
adolescentes.
Frontera de los besos
serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma.
Sientas un fuego
correr dientes abajo
buscando el centro.
Vuela niño en la doble
luna del pecho.
Él, triste de cebolla.
Tú, satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa
ni lo que ocurre.
16 Hija del viento, de Alejandra Pizarnik
Han venido.
Invaden la sangre.
Huelen a plumas,
a carencias,
a llanto.
Pero tú alimentas al miedo
y a la soledad
como a dos animales pequeños
perdidos en el desierto.
Han venido
a incendiar la edad del sueño.
Un adiós es tu vida.
Pero tú te abrazas
como la serpiente loca de movimiento
que sólo se halla a sí misma
porque no hay nadie.
Tú lloras debajo del llanto,
tú abres el cofre de tus deseos
y eres más rica que la noche.
Pero hace tanta soledad
que las palabras se suicidan.
17 La canción del pirata, de José de Espronceda
Con diez cañones por banda,
viento en popa a toda vela,
no corta el mar, sino vuela
un velero bergantín;
bajel pirata que llaman,
por su bravura, el Temido,
en todo mar conocido
del uno al otro confín.
La luna en el mar riela,
en la lona gime el viento
y alza en blando movimiento
olas de plata y azul;
y va el capitán pirata,
cantando alegre en la popa,
Asia a un lado, al otro Europa,
y allá a su frente Estambul;
«Navega velero mío,
sin temor,
que ni enemigo navío,
ni tormenta, ni bonanza,
tu rumbo a torcer alcanza,
ni a sujetar tu valor.
»Veinte presas
hemos hecho
a despecho,
del inglés,
»y han rendido
sus pendones
cien naciones
a mis pies.
»Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria la mar.
»Allá muevan feroz guerra
ciegos reyes
por un palmo más de tierra,
que yo tengo aquí por mío
cuanto abarca el mar bravío,
a quien nadie impuso leyes.
»Y no hay playa
sea cualquiera,
ni bandera
de esplendor,
»que no sienta
mi derecho
y dé pecho
a mi valor.
»Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria la mar.
»A la voz de ¡barco viene!
es de ver
cómo vira y se previene
a todo trapo a escapar:
que yo soy el rey del mar,
y mi furia es de temer.
»En las presas
yo divido
lo cogido
por igual:
»sólo quiero
por riqueza
la belleza
sin rival.
»Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria la mar.
»¡Sentenciado estoy a muerte!;
yo me río;
no me abandone la suerte,
y al mismo que me condena,
colgaré de alguna entena
quizá en su propio navío.
»Y si caigo
¿qué es la vida?
Por perdida
ya la di,
»cuando el yugo
de un esclavo
como un bravo
sacudí.
»Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria la mar.
»Son mi música mejor
aquilones
el estrépito y temblor
de los cables sacudidos,
del negro mar los bramidos
y el rugir de mis cañones.
»Y del trueno
al son violento,
y del viento
al rebramar,
»yo me duermo
sosegado
arrullado
por el mar.
»Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria la mar».
18 Como una sola flor desesperada, de Juana de Ibarbourou
Lo quiero con la sangre, con el hueso,
con el ojo que mira y el aliento,
con la frente que inclina el pensamiento,
con este corazón caliente y preso,
y con el sueño fatalmente obseso
de este amor que me copa el sentimiento,
desde la breve risa hasta el lamento,
desde la herida bruja hasta su beso.
Mi vida es de tu vida tributaria,
ya te parezca tumulto, o solitaria,
como una sola flor desesperada.
Depende de él como del leño duro
la orquídea, o cual la hiedra sobre el muro,
que solo en él respira levantada.
19 El remordimiento, de Jorge Luis Borges
He cometido el peor de los pecados
que un hombre puede cometer. No he sido
feliz. Que los glaciares del olvido
me arrastren y me pierdan, despiadados.
Mis padres me engendraron para el juego
arriesgado y hermoso de la vida,
para la tierra, el agua, el aire, el fuego.
Los defraudé. No fui feliz. Cumplida
no fue su joven voluntad. Mi mente
se aplicó a las simétricas porfías
del arte, que entreteje naderías.
Me legaron valor. No fui valiente.
No me abandona. Siempre está a mi lado
La sombra de haber sido un desdichado.
20 Si el hombre pudiera decir, de Luis Cernuda
Si el hombre pudiera decir lo que ama,
si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo
como una nube en la luz;
si como muros que se derrumban,
para saludar la verdad erguida en medio,
pudiera derrumbar su cuerpo,
dejando sólo la verdad de su amor,
la verdad de sí mismo,
que no se llama gloria, fortuna o ambición,
sino amor o deseo,
yo sería aquel que imaginaba;
aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos
proclama ante los hombres la verdad ignorada,
la verdad de su amor verdadero.
Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien
cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;
alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina
por quien el día y la noche son para mí lo que quiera,
y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu
como leños perdidos que el mar anega o levanta
libremente, con la libertad del amor,
la única libertad que me exalta,
la única libertad por que muero.
Tú justificas mi existencia:
si no te conozco, no he vivido;
si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.
21 Corazón coraza, de Mario Benedetti
Porque te tengo y no
porque te pienso
porque la noche está de ojos abiertos
porque la noche pasa y digo amor
porque has venido a recoger tu imagen
y eres mejor que todas tus imágenes
porque eres linda desde el pie hasta el alma
porque eres buena desde el alma a mí
porque te escondes dulce en el orgullo
pequeña y dulce
corazón coraza
porque eres mía
porque no eres mía
porque te miro y muero
y peor que muero
si no te miro amor
si no te miro
porque tú siempre existes dondequiera
pero existes mejor donde te quiero
porque tu boca es sangre
y tienes frío
tengo que amarte amor
tengo que amarte
aunque esta herida duela como dos
aunque te busque y no te encuentre
y aunque
la noche pase y yo te tenga
y no.
22 Campanas de Bastabales, de Rosalía de Castro
Campanas de Bastabales,
cuando os oigo tocar,
me muero de añoranzas.
I
Cuando os oigo tocar,
campanitas, campanitas,
sin querer vuelvo a llorar.
Cuando de lejos os oigo
pienso que por mí llamáis
y de las entrañas me duelo.
Me duelo de dolor herida,
que antes tenía vida entera
y hoy tengo media vida.
Sólo media me dejaron
los que de allá me trajeron,
los que de allá me robaron.
No me robaron, traidores,
¡ay!, unos amores locos,
¡ay!, unos locos amores.
Que los amores ya huyeron,
las soledades vinieron…
de pena me consumieron.
II
Allá por la mañanita
subo sobre los oteros
ligerita, ligerita.
Como una cabra ligera
para oir de las campanas
la campanada primera.
La primera de la alborada
que me traen los aires
por verme más consolada.
Por verme menos llorosa,
en sus alas me la traen
retozona y quejumbrosa.
Quejumbrosa y temblando
entre la verde espesura,
entre la verde arboleda.
Y por la verde pradera,
sobre la vega llana,
juguetona y juguetona.
III
Despacito, despacito
voy por la tarde callada
de Bastabales camino.
Camino de mi contento;
y en tanto el sol no se esconde
en una piedrita me siento.
y sentada estoy mirando
como la luna va saliendo,
como el sol se va poniendo.
Cual se acuesta, cual se esconde
mientras tanto corre la luna
sin saberse para dónde.
Para dónde va tan sola
sin que a los tristes que la miramos
ni nos hable ni nos oiga
Que si oyera y nos hablara
muchas cosas le dijera,
muchas cosas le contara.
IV
Cada estrella, su diamante;
cada nube, blanca pluma;
triste la luna marcha delante.
Delante marcha clareando
vegas, prados, montes ríos,
donde el día va faltando
Falta el día y noche oscura
baja, baja, poco a poco,
por montañas de verdor.
De verdor y de follaje,
salpicada de fuentecillas
bajo la sombra del ramaje.
Del ramaje donde cantan
pajarillos piadores,
que con la aurora se levantan.
Que con la noche se adormecen
para que canten los grillos
que con las sombras aparecen.
V
Corre el viento, el río pasa.
Corren nubes, nubes corren
camino de mi casa.
Mi casa, mi abrigo,
se van todos, yo me quedo
sin compañía ni amigo.
Yo me quedo contemplando
las llamas del hogar en las casitas
por las que vivo suspirando.
…………………………..
Viene la noche…, muere el día,
las campanas tocan lejos
las notas del Ave María.
Ellas tocan para que rece;
yo no rezo que los sollozos
ahogándome parece
que por mi tienen que rezar.
Campanas de Bastabales
cando vos oio tocar,
me muero de añoranzas.
23 Noche oscura, de San Juan de la Cruz
En una noche oscura
con ansias, en amores inflamada,
¡oh dichosa ventura!
salí sin ser notada,
estando ya mi casa sosegada.
A oscuras, y segura,
por la secreta escala disfrazada,
¡Oh dichosa ventura!
a oscuras, y en celada,
estando ya mi casa sosegada.
En la noche dichosa
en secreto, que nadie me veía,
ni yo miraba cosa,
sin otra luz y guía,
sino la que en el corazón ardía.
Aquesta me guiaba
más cierto que la luz del mediodía,
adonde me esperaba
quien yo bien me sabía,
en parte donde nadie parecía.
¡Oh noche que guiaste!
¡Oh noche amable más que la alborada:
oh noche que juntaste
Amado con Amada.
Amada en el Amado transformada!
En mi pecho florido,
que entero para él solo se guardaba,
allí quedó dormido,
y yo le regalaba,
y el ventalle de cedros aire daba.
El aire de la almena,
cuando yo sus cabellos esparcía,
con su mano serena
en mi cuello hería,
y todos mis sentidos suspendía.
Quedeme, y olvideme,
el rostro recliné sobre el Amado,
cesó todo, y dejeme,
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado.
24 Mujer con alcuza, de Dámaso Alonso
¿Adónde va esa mujer,
arrastrándose por la acera,
ahora que ya es casi de noche,
con la alcuza en la mano?
Acercaos: no nos ve.
Yo no sé qué es más gris
si el acero frío de sus ojos,
si el gris desvaído de ese chal
con el que se envuelve el cuello y la cabeza
o si el paisaje desolado de su alma.
Va despacio, arrastrando los pies
desgastando suela, desgastando losa,
pero llevada
por un terror
oscuro,
por una voluntad de esquivar algo horrible.
Sí, estamos equivocados.
Esta mujer no avanza por la acera
de esta ciudad,
esta mujer va por un campo yerto,
entre zanjas abiertas, zanjas antiguas, zanjas recientes
y tristes caballones,
de humana dimensión, de tierra removida
de tierra
que ya no cabe en el hoyo de donde se sacó,
entre abismales pozos sombríos,
y turbias simas súbitas
llenas de barro y agua fangosa y sudarios harapientos del color de la desesperanza.
Oh sí, la conozco.
Esta mujer yo la conozco: ha venido en un tren
en un tren muy largo
ha viajado durante muchos días y durante muchas noches:
unas veces nevaba y hacía mucho frío,
otras veces lucía el sol y remejía el viento
arbustos juveniles
en los campos en donde incesantemente estallan extrañas flores encendidas.
Y ella ha viajado y ha viajado,
mareada por el ruido de la conversación,
por el traqueteo de las ruedas
y por el humo, por el olor a nicotina rancia.
¡Oh!:
noches y días,
días y noches,
noches y días,
días y noches,
y muchos, muchos días,
y muchas, muchas noches.
Pero el horrible tren ha ido parando
en tantas estaciones diferentes,
que ella no sabe con exactitud ni cómo se llamaban,
ni los sitios,
ni las épocas.
Ella recuerda sólo
que en todas hacía frío,
que en todas estaba oscuro,
y que al partir, al arrancar el tren
ha comprendido siempre
cuán bestial es el topetazo de la injusticia absoluta,
ha sentido siempre
una tristeza que era como un ciempiés monstruoso que le colgara de la mejilla,
como si con el arrancar del tren le arrancaran el alma,
como si con el arrancar del tren le arrancaran innumerables margaritas,
blancas cual su alegría infantil en la fiesta del pueblo
como si le arrancaran los días azules, el gozo de amar a Dios
y esa voluntad de minutos en sucesión que llamamos vivir.
Pero las lúgubres estaciones se alejaban,
y ella se asomaba frenética a las ventanillas,
gritando y retorciéndose,
sólo
para ver alejarse en la infinita llanura
eso, una solitaria estación
un lugar
señalado en las tres dimensiones del gran espacio cósmico
por una cruz
bajo las estrellas,
y por fin se ha dormido,
sí, ha dormitado en la sombra,
arrullada por un fondo de lejanas conversaciones
por gritos ahogados y empañadas risas,
como de gentes que hablaran a través de mantas bien espesas,
sólo rasgadas de improviso
por lloros de niños que se despiertan mojados a la media noche,
o por cortantes chillidos de mozas a las que en los túneles les pellizcan las nalgas,
… aún mareada por el humo del tabaco.
Y ha viajado noches y días,
sí, muchos días
y muchas noches.
Siempre parando en estaciones diferentes,
siempre con un ansia turbia, de bajar ella también, de quedarse ella también,
ay,
para siempre partir de nuevo con el alma desgarrada
para siempre dormitar de nuevo en trayectos inacabables.
… No ha sabido cómo.
Su sueño era cada vez más profundo,
iban cesando,
casi habían cesado por fin los ruidos a su alrededor:
sólo alguna vez una risa como un puñal que brilla un instante en las sombras,
algún chillido como un limón agrio que pone amarilla un momento la noche.
Y luego nada.
Sólo la velocidad,
sólo el traqueteo de maderas y hierro
del tren,
sólo el ruido del tren.
Y esta mujer se ha despertado en la noche,
y estaba sola,
y ha mirado a su alrededor,
y estaba sola
y ha comenzado a correr por los pasillos del tren,
de un vagón a otro,
y estaba sola,
y ha buscado al revisor, a los mozos del tren,
a algún empleado,
a algún mendigo que viajara oculto bajo un asiento,
y estaba sola
y ha gritado en la oscuridad,
y estaba sola,
y ha preguntado en la oscuridad,
y estaba sola,
y ha preguntado
quién conducía,
quien movía aquel horrible tren.
Y no le ha contestado nadie,
porque estaba sola,
porque estaba sola.
Y ha seguido días y días,
loca, frenética,
en el enorme tren vacío,
donde no va nadie,
que no conduce nadie.
… Y ésa es la terrible,
la estúpida fuerza sin pupilas,
que aún hace que esa mujer
avance y avance por la acera,
desgastando la suela de sus viejos zapatones,
desgastando las losas,
entre zanjas abiertas a un lado y otro,
entre caballones de tierra,
de dos metros de longitud,
con ese tamaño preciso
de nuestra ternura de cuerpos humanos.
Ah, por eso esa mujer avanza
(en la mano, como el atributo de una semidiosa, su alcuza),
abriendo con amor el aire, abriéndolo con delicadeza exquisita,
como si caminara surcando un mar de cruces, o un bosque de cruces,
o una nebulosa de cruces,
de cercanas cruces,
de cruces lejanas.
Ella,
en este crepúsculo que cada vez se ensombrece más
se inclina
va curvada como un signo de interrogación
con la espina dorsal arqueada
sobre el suelo.
¿Es que se asoma por el marco de su propio cuerpo de madera
como si se asomara por la ventanilla
de un tren,
al ver alejarse la estación anónima
en que se debía haber quedado?
¿Es que le pesan, es que le cuelgan del cerebro
sus recuerdos de tierra en putrefacción,
y se le tensan tirantes cables invisibles
desde sus tumbas diseminadas?
¿O es que como esos almendros
que en el verano estuvieron cargados de demasiada fruta
conserva aún en el invierno el tierno vicio
guarda aún el dulce álabe
de la cargazón y de la compañía,
en sus; tristes ramas desnudas, donde ya ni se posan los pájaros?
25 Octubre, de Juan Ramón Jiménez
Estaba echado yo en la tierra, enfrente
el infinito campo de Castilla,
que el otoño envolvía en la amarilla
dulzura de su claro sol poniente.
Lento, el arado, paralelamente
abría el haza oscura, y la sencilla
mano abierta dejaba la semilla
en su entraña partida honradamente
Pensé en arrancarme el corazón y echarlo,
pleno de su sentir alto y profundo,
el ancho surco del terruño tierno,
a ver si con partirlo y con sembrarlo,
la primavera le mostraba al mundo
el árbol puro del amor eterno.
26 Me basta así, de Ángel González
Si yo fuese Dios
y tuviese el secreto,
haría
un ser exacto a ti;
lo probaría
(a la manera de los panaderos
cuando prueban el pan, es decir:
con la boca),
y si ese sabor fuese
igual al tuyo, o sea
tu mismo olor, y tu manera
de sonreír,
y de guardar silencio,
y de estrechar mi mano estrictamente,
y de besarnos sin hacernos daño
-de esto sí estoy seguro: pongo
tanta atención cuando te beso-;
entonces,
si yo fuese Dios,
podría repetirte y repetirte,
siempre la misma y siempre diferente,
sin cansarme jamás del juego idéntico,
sin desdeñar tampoco la que fuiste
por la que ibas a ser dentro de nada;
ya no sé si me explico, pero quiero
aclarar si yo fuese
Dios, haría
lo posible por ser Ángel González
para quererte tal como te quiero,
para aguardar con calma
a que te crees tú misma cada día,
a que sorprendas todas las mañanas
la luz recién nacida con tu propia
luz, y corras
la cortina impalpable que separa
el sueño de la vida,
resucitándome con tu palabra,
Lázaro alegre,
yo, mojado todavía
de sombras y pereza,
sorprendido y absorto
en la contemplación de todo aquello
que, en unión de mí mismo,
recuperas y salvas, mueves, dejas
abandonado cuando -luego- callas…
(Escucho tu silencio.
Oigo
constelaciones: existes.
Creo en ti.
Eres.
Me basta.)
27 Quiéreme entera, de Dulce María Loynaz
Si me quieres, quiéreme entera,
no por zonas de luz o sombra…
Si me quieres, quiéreme negra
y blanca, Y gris, verde, y rubia,
y morena…
Quiéreme día,
quiéreme noche…
¡Y madrugada en la ventana abierta!…
Si me quieres, no me recortes:
¡Quiéreme toda… O no me quieras
28 Entre ir y quedarse, de Octavio Paz
Entre irse y quedarse duda el día,
enamorado de su transparencia.
La tarde circular es ya bahía:
en su quieto vaivén se mece el mundo.
Todo es visible y todo es elusivo,
todo está cerca y todo es intocable.
Los papeles, el libro, el vaso, el lápiz
reposan a la sombra de sus nombres.
Latir del tiempo que en mi sien repite
la misma terca sílaba de sangre.
La luz hace del muro indiferente
un espectral teatro de reflejos.
En el centro de un ojo me descubro;
no me mira, me miro en su mirada.
Se disipa el instante. Sin moverme,
yo me quedo y me voy: soy una pausa.
29 La princesa está triste, de Rubén Darío
La princesa está triste.. Qué tendrá la princesa?
Los suspiros se escapan de su boca de fresa,
que ha perdido la risa, que ha perdido el color.
La princesa está pálida en su silla de oro;
está mudo el teclado de su clave sonoro,
y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor.
El jardín puebla el triunfo de los pavos reales.
Parlanchina, la dueña dice cosas banales,
y vestido de rojo piruetea el bufón.
La princesa no ríe, la princesa no siente;
la princesa persigue por el cielo de Oriente
la libélula vaga de una vaga ilusión.
¿Piensa acaso en el príncipe de Golconda o de China,
o en el que ha detenido su carroza argentina
para ver de sus ojos la dulzura de luz?
¿O en el rey de las islas de las rosas fragantes,
o en el que es soberano de los claros diamantes,
o en el dueño orgulloso de las perlas de Ormuz?
¡Ay!, la pobre princesa de la boca de rosa
quiere ser golondrina, quiere ser mariposa,
tener alas ligeras, bajo el cielo volar;
ir al sol por la escala luminosa de un rayo,
saludar a los lirios con los versos de Mayo,
o perderse en el viento sobre el trueno del mar.
Ya no quiere el palacio, ni la rueca de plata,
ni el halcón encantado, ni el bufón escarlata,
ni los cisnes unánimes en el lago de azur.
Y están tristes las flores por la flor de la corte;
los jazmines de Oriente, los nelumbos del Norte,
de Occidente las dalias y las rosas del Sur.
¡Pobrecita princesa de los ojos azules!
Está presa en sus oros, está presa en sus tules,
en la jaula de marmol del palacio real;
el palacio soberbio que vigilan los guardas,
que custodian cien negros con sus cien alabardas,
un lebrel que no duerme y un dragón colosal.
¡Oh, quién fuera hipsipila que dejó la crisálida!
(La princesa está triste; la princesa está pálida.)
¡Oh visión adorada de oro, rosa y marfil!
¡Quién volara a la tierra donde un príncipe existe
(la princesa está pálida; la princesa está triste),
más brillante que el alba, más hermoso que Abril!
«Calla, calla, princesa» -dice el hada madrina-,
«en caballo con alas hacia aquí se encamina,
en el cinto la espada y en la mano el azor,
el feliz caballero que te adora sin verte,
y que llega de lejos, vencedor de la Muerte,
a encenderte los labios con su beso de amor…»
30 Amor empieza por desasosiego, de Sor Juana de la Cruz
Amor empieza por desasosiego,
solicitud, ardores y desvelos;
crece con riesgos, lances y recelos;
susténtase de llantos y de ruego.
Doctrínanle tibiezas y despego,
conserva el ser entre engañosos velos,
hasta que con agravios o con celos
apaga con sus lágrimas su fuego.
Su principio, su medio y fin es éste:
¿pues por qué, Alcino, sientes el desvío
de Celia, que otro tiempo bien te quiso?
¿Qué razón hay de que dolor te cueste?
Pues no te engañó amor, Alcino mío,
sino que llegó el término preciso.
Imagen de portada: Gentileza de Zenda. Autores, Libros y Cía. Grafiti “El niño de las pinturas”
Unai Velasco es un poeta, editor y crítico cultural nacido en Barcelona en 1986.
Es responsable de la editorial de poesía Ultramarinos, junto a Andrés Catalán.
Ha publicado los poemarios En este lugar (Papel de fumar, 2012; Premio Nacional de Poesía Joven “Miguel Hernández” 2013, reeditado por La Bella Varsovia en 2019) y El silencio de las bestias (La Bella Varsovia, 2014). Sus textos han aparecido en medios como CTXT, Quimera o Qué Leer, entre otros. Ha participado en antologías como Tenían veinte años y estaban locos (La Bella Varsovia, 2011), Serial (El Gaviero, 2014) o Tribu versus Trilce (Karima Editora, 2017), y sus poemas han sido traducidos al griego y al rumano.
Presentamos una selección de sus poemas y un inédito.
***
Los helechos
Todavía siguen ahí todas aquellas películas (los helechos inadvertidos)
que no querríamos volver a ver más,
ya pasó, dijimos
habituales fáciles de palabra rápida
todo el peso de los días recostado (en los helechos)
en el gesto acostumbrado.
Ignorando que
más allá de la extensión infinita de los contenidos extra,
más allá del montaje del director, permanecerán
ante todo
no las películas más audaces
sino las más felices,
sostenidas
no rescatadas,
nostálgicos no,
como se recupera aquello que nunca se ha ido.
Permanecerán para bien o para mal (los helechos)
como pequeñas piedras de adoración
secas y precisas,
manutención en los bolsillos
irreversibles
del bañador.
Hoy siguen ahí con su insistencia sana (y lanceolada)
que algún día parecerá salvarnos,
o nos salvará, quién sabe,
porque merecía la pena citarse en el cine
como una gran decisión adulta y aún
no estaba demasiado claro qué demonios era
aquello del dolby surround. Ahora
sus voces sigilosas (sus hojas)
nos rodean o nos envuelven.
Siguen ahí, en efecto,
urdieron una espesura apropiada,
autoridades del tránsito, y de nada sirve
tener miedo (de los helechos)
si su presencia
el día en que volvamos
es más vívida que todo lo que alguna vez tuvimos,
que lo que no tuvimos jamás,
si su presencia
de golpe
nos acorrala
si se impone sin publicidad y sin cortes
si su emulsión nos deja secos en el sofá
en el interior
del coche volcado de una noche tormentosa y selvática
a retazos nuestras ropas
los cristales rotos del parabrisas
la pierna herida de Jeff Goldblum
perseguidos por el Tiranosaurio Rex
huid
huid
hacia la valla
hacia el perímetro electrificado (en dirección a los helechos)
atravesadlo
de nuevo atrapados por decenas de
gallimimus gallimimus gallimimus
gallimimus gallimimus
***
La tira elástica del bañador deja pequeñas marcas en la cintura
the slow breeze in the pines
ROBERT HASS
Para salvar una vida humana hay que tener
la taquilla limpia y el corazón templado
Michael Newman tenía un brazo ligeramente más
largo que el otro toda clase de información sobre las aves
de Santa Mónica L. A. y cierta inclinación progresiva
hacia la tristeza pesaba la playa por las tardes gaviotas volaban
al ras y se desconcentraba triste si estaría triste Pam bajo las
palmas su primer ahogado le costó cuarenta kilómetros a medio
gas entre los pinos
y un reguero de pinocha estremecida en la segunda
pensó en Paul ojos azules sin saber que escribirían de su brazada
en el Tampa Tribune con los años también
con los años se adjudicó un método para el miedo a mediodía
cuando el hambre administraba mal los riesgos Newman
medía su caseta de vigilancia de un modo digamos místico y el miedo y el calor
quedaban sometidos a una figura rectangular casi casi
transparente
como una cometa desarbolada por el sol o
una toma subacuática
y todavía pensaba en lo extraño del título del serial más al sur
en México Guardianes de la bahía pero la extrañeza
duraba poco y las aves volaban más bajo
era la hora de ir a cambiarse
prácticamente
***
De la extraña razón por la cual la palabra que designa ese encuentro particular que llamamos misa significa curiosamente despedida o cómo salir del reino
Quizá el final sea el momento propicio para la nostalgia
la hora de pensar en el modo decididamente triste
en que el doctor Armand Delille dispone sus herramientas
en el maletín de los remedios
tal vez la presencia rociada
del amarillo y del verde de las gramíneas o plantas
leguminosas tal vez
la tonalidad siempre caprichosa de lo melancólico entre las losas
del atrio la raíz tal vez
de las malas hierbas
o hierbas de poca monta por lo menos (pues ni siquiera
hemos llegado aquí para masticar lechuga o convicción)
constituya un paisaje
reconstitutivo
(ahora nos alcanzan sin intención de permanencia
rachas de ricino y colcha)
para Delille doctor desvalido (o sea, desamparado, privado
de ayuda y socorro, según varias fuentes)
y pobre
pobre pobre Armand arremangado sin aliño y que acompasa
su respiración al cese de los insectos
aunque de eso
malditos libros, de eso
no nos diga nada nada cuente Delibes de Castro
no informe al lector (a quién le importan pormenores)
inapelables tantas jornadas de dolor y angustia
qué jeringas
para una anatomía alternativa un corazón
abierto Armand querido he venido a besarte la arena
a terminarme tu plato de agravios
y si la medicina
no entiende los sucesos inextintos (infácultos, dice)
si no se da noticia (y eso, lo sé, te conmociona y sufres)
no lo olvides
yo te amo
distraigo las hebras de tu levita
con las yemas de los dedos sustraigo lo rígido.
No se aflija doctor si no logra el relato de aquellas horas matutinas
(aunque ya era tarde, porque siempre es tarde en lo sucedido)
si los terrenos del Château Maillebois recibían una luz espléndida
entonces en 1956 usted se había venido claramente abajo
tanto territorio en polvorosa aterido
por la precisión lacónica de los círculos de la uva
pero de eso quién y dónde
si te ponen la pega de haber clasificado a los conejos
entre las especies de la delicadeza
privados
desproporcionadamente de felicidad y el resto
fue un echar a correr de las pulgas y desavenencia de los mosquitos
con referencias connotadas pero insignificantes
a las zonas pantanosas donde menos cubre
cuando la cuestión es otra
porque ¿y si la mudez ya estaba en las aguas o en la especie o en la digestión
lenta del abrazo que nunca tuviste, Armand?
¿Qué culpa tienes? ¿Está la culpa en la raza en la suavidad apenas
comprensible a los dedos? ¿Quiénes son los conejos?
Y ahora qué diré.
Cómo cuento tu tribulación tu habilidad de agujas
la destreza para reunir plomo en aurículas y desmayarte
pero bien
que todo esto no nos engañe
que quede muy claro cuál es el peligro
no nos engañe salir sin zamarra o contemplar
la irregularidad de las aves
pues incluso cuando vuelan juntas (desde las seis hasta las nueve)
y nos maravilla su variación de triángulos
deberíamos
admitir sobre el atrio (la era en desuso, provecho de piernas)
que hay dispersión en la bandada
que los cartílagos no se juntan nunca del todo y duele
porque no son figura no son figura o son figura
solamente y por eso
hay tiniebla.
Llora hoy,
llora desconsoladamente Armand en la hora herbaria y pace
entre las losas y vosotros
preguntaos
cuando las mujeres bajan las gradas en haldas y los hombres
frente al portón historiado de la iglesia ensayan gestos ensayados
y todo es una broma simpática (o efusiva) con sol de fondo
preguntaos
si acaso significa algo que nos demos la mano justo
ahora que todo el mundo se está marchando
feos de repente
volcando las mesas
sin posesión de lo propio
en seguida hacia el camino de zarzas que remata el pueblo y
regresa al hogar conversando
sin nada especial que contarnos,
queridísimo Armand contempla la tarde luctuosa contemplad
la tarde luctuosa de un joven médico de provincias
sentado en la escalinata y leporino
apartado de todos y de sí mismo
masticando
las mejillas la nariz desplazando lo imperceptible
mirándome
la mirada súplica
que le entienda
le abrace
que no me aparte
de tu lado
con la belleza incontestable de los esfuerzos silenciosos
En «Las uñas», texto que pertenece a El hacedor, Borges habla de los dedos de sus pies, a los que «no les interesa otra cosa que emitir uñas: láminas córneas, semitransparentes y elásticas» (Jorge Luis Borges, Obras completas 1923-1972, Buenos Aires, Emecé, 1974, p. 785). «Guardados» en La Recoleta, sus pies «continuarán su terco trabajo, hasta que los modere la corrupción». Sí, las uñas (y la barba de su cara) seguirán creciendo en su muerte. Así lo sentencia el poeta, a modo de mínima profecía. Quién sabe si pensó en cortárselas antes de morir. Cortárselas para entregárselas a Naglfar, la nave de la mitología nórdica hecha enteramente de las uñas de los muertos.(i)
Borges debió conocer las profecías nórdicas de las Eddas y no es extraño que escribiera sobre las uñas, si consideramos su profundo conocimiento de la mitología escandinava. Posiblemente sabía que en el Völuspá de la Edda poética, la völva o vidente le anuncia a Odín que, llegado el tiempo aciago del Ragnarök, Naglfar navegará las aguas rumbo hacia Vígríðr, el campo de batalla donde morirán los dioses.
En El hacedor hay un texto titulado, precisamente, «Ragnarök». Allí los dioses, harapientos y vencidos, aparecen en un sueño sobre la tarima del Aula Magna de la Universidad de Buenos Aires, donde son baleados por Borges y la multitud.
Así visto, la muerte y el sueño se relacionan estrechamente, y el fin del mundo de igual manera. El hacedor, este libro maravilloso que mezcla géneros, y uno de los más personales de Borges, cierra con un poema, «Arte poética», que en la segunda estrofa, se lee así:
Sentir que la vigilia es otro sueño
que sueña no soñar y que la muerte
que teme nuestra carne es esa muerte
de cada noche, que se llama sueño.
Otro poema, «Ein Traum», publicado en La moneda de hierro (1976), también refiere a la muerte y al fin del mundo como pertenecientes al territorio onírico.
Si deseas conocer mas sobre este tema; por favor cliquea donde dice «según testimonio de la señora María Kodama». Muchas gracias.
Una mañana nos despertamos en Estados Unidos y él me dijo que iba a dictar un poema, al que le puso un título en alemán, «Ein Traum», que quiere decir un sueño.
Es un poema muy breve donde el protagonista es Kafka. Borges siempre corregía, vivía corrigiendo. Ese poema me llamó la atención porque al cabo de dos reediciones no lo había corregido. Entonces yo le pregunté: «Pero Borges, qué extraño. Corriges todo y eso no». Y él me dijo: «Ah, no puedo, porque ese poema no es mío, ese poema me lo dictó Kafka en un sueño. No es mío, es de Kafka, entonces yo no lo puedo tocar». Y es el único poema en toda su obra que jamás fue corregido.
El enigmático poema fue dictado y también protagonizado por Kafka. Veamos:
Lo sabían los tres.
Ella era la compañera de Kafka.
Kafka la había soñado.
Lo sabían los tres.
Él era el amigo de Kafka.
Kafka lo había soñado.
Lo sabían los tres.
La mujer le dijo al amigo:
Quiero que esta noche me quieras.
Lo sabían los tres.
El hombre le contestó: Si pecamos,
Kafka dejará de soñarnos.
Uno lo supo.
No había nadie más en la tierra.
Kafka dijo:
Ahora que se fueron los dos he quedado solo.
Dejaré de soñarme.
«No había nadie más en la tierra»; mire qué significativo este verso. El mundo se extingue cuando se acaba el amor, cuando llega la traición, cuando el que sueña deja de soñar a los otros. Soñar ya no vale la pena. Despertar ya ha sido, la traición descubierta es el despertar, de modo que lo que debe ocurrir ya no es la vigilia, sino el dejarse de soñar a sí mismo. Dejarse de soñar, irse, ¿a dónde? Tiene usted dos opciones: al otro sueño que es la realidad, o al otro sueño que es la muerte.
Nótese: el Ragnarök de Borges acontece en lo onírico, y el desvanecimiento de la Tierra de «Ein Traum» ocurre en el mismo ámbito. Con todo, la vigilia también es sueño. La diferencia: la vigilia sueña que no es sueño, que es realidad y verdad. ¿Qué es si no la profecía predictiva? Un sueño del futuro que no quiere ser sueño, un sueño de futuro que juega a ser futura realidad, verdad anticipada.
Podemos decir entonces que Borges jugó a hacer una pequeña profecía de su muerte. Quizás pensaba en las revelaciones escandinavas cuando lo hizo. La barroca (y en cierto modo kitsch) tumba que lo cobija en el cementerio de Plainpalais en Ginebra, puede dar fe de su pasión por los poemas éddicos.
Por un lado de la lápida –reminiscencia a lo Disney de una estela rúnica–, puede verse una nave vikinga con vela desplegada; por el otro, siete guerreros blandiendo espadas. La inscripción que acompaña a los guerreros está en inglés antiguo y dice: «And ne forthedon na». «Y que no temieran», es la traducción. Se trata de una frase que se encuentra en el poema anglosajón conocido como «La batalla de Maldon». El poema, del que se ha perdido el principio y el final, relata la llegada de una flota vikinga a Essex y su desembarco en el islote de Northey, en medio del Blackwater. Entre el islote y tierra firme había apenas un istmo que fue bloqueado justo antes de la llegada del enemigo por el ealdorman Byrhtnoth y sus hombres. Ante el inminente enfrentamiento, Byrhtnoth comenzó a arengar a sus guerreros. Sobre su caballo, les hablaba de cómo debían apostarse (eran jóvenes y campesinos la mayoría), y los exhortaba a que se mantuvieran prestos con los escudos, «con sus puños firmes y que no temieran». No obstante, la batalla se inclinó hacia los nórdicos, quienes finalmente atravesaron el istmo. Torpe pero heroico, Byrhtnoth murió en el campo.
Tumba de Jorge Luis Borges en el Cimetière des Rois en Ginebra, Suiza. Fotografía de Wikimedia Commons.
¿Por qué Borges elige este poema para su tumba? ¿O por qué lo hace Kodama, viuda omnipresente?
Quizás, especulo, porque enfrenta –une– a los anglosajones y a los vikingos. Borges había sido un enfático admirador de ambas lenguas y literaturas. De hecho, el reverso de los guerreros lo ocupa el grabado de una nave vikinga con las velas desplegadas. La frase que acompaña la imagen, «Hann tekr sverthit Gram ok leggr i methal theira bert», está en nórdico antiguo. Nos hallamos ante un verso de la saga islandesa Volsunga, y su traducción es la siguiente: «Tomó la espada Gram y la colocó entre ellos desenvainada».
Las palabras hacen referencia a la trágica historia de Sigurd y Brynhild. Sigurd, hijo de Sigmund, nieto de Volsung, de regreso de matar al dragón Fafnir, se encuentra con un castillo rodeado de fuego. Allí descubre a una doncella que duerme dentro de su armadura. Ella despierta, dice llamarse Brynhild y cuenta su desdicha. Dos reyes se encontraban en lucha, Helm Gunnar y Agnar. Helm Gunnar era el mayor y el más grande guerrero, Odín lo favorecía. Pero ella hirió a Helm Gunnar y le dio la victoria a Agnar.
Enfurecido, Odín la punzó con la espina del sueño, y en aquel estado había permanecido hasta el encuentro con Sigurd. Él, de súbito enamorado, promete esponsales. Luego se marcha y llega al reino de Heimir, quien se ha casado con Bekkhild, hermana de Brynhild. Cierta tarde de cacería, Sigurd ve en la ventana de una torre a una bella doncella y pregunta por ella. Le responden que es Brynhild, una dama guerrera que se ha ido a vivir allí recientemente.
El héroe la visita y de nuevo descubren su amor, pero ella profetiza que jamás vivirán juntos y que él contraerá nupcias con Gudrun, hija del poderoso rey Gjuki.
Al cabo de un tiempo, Sigurd arriba al mismísimo reino de Gjuki. Grimhild, la mujer del soberano, ve en el famoso héroe al futuro marido de su hija y le brinda una cerveza que le hace olvidar cualquier otro amor. Sigurd, en efecto, contrajo esponsales con Gudrun. La reina decide que también debe casar a Gunnar, su primer hijo; así que lo envía junto con Sigurd donde el rey Budli, padre de Brynhild, a cuyo reino ella ha vuelto. Al llegar, se enteran de que la princesa guerrera se ha encerrado en una fortaleza rodeada de llamas. Sigurd toma el anillo de su cuñado y también su forma física y, montado sobre su caballo, atraviesa las llamas. Brynhild, al ver que el valiente extraño (recordemos que tiene la forma de Gunnar) ha superado tan grande obstáculo, lo recibe gratamente. Pasan juntos tres noches, compartiendo la misma cama. No obstante, en cada ocasión, Sigurd, fiel a su cuñado y a su esposa, interpone la fabulosa espada Gram entre él y Brynhild. Al cabo, Gunnar desposa a Brynhild.
Cierto día, Gudrun y Brynhild comienzan a discutir sobre la valentía de sus maridos. Brynhild no cesa de elogiar a Gunnar, el osado que atravesó el fuego. Gudrun, exasperada, se atreve a soltar la verdad: quien en realidad cabalgó a través del muro de llamas fue su marido Sigurd. Al sentirse traicionada, Brynhild cae en un arrebato de ira y le exige a Gunnar que repare con la muerte de Sigurd lo que ella considera una afrenta. Gunnar, astuto y cobarde, le da de comer a Guttorm, su hermano menor, un guisado de serpiente y piel de lobo. Colmado de feracidad, Guttorm entra en la habitación donde duerme Sigurd y lo atraviesa con una espada. Brynhild, al escuchar los llantos de Gudrun, comienza a reír a carcajadas, pero pronto se desespera y, enamorada de quien acaba de morir, se clava ella misma una espada. En los funerales, los cadáveres de Sigurd y Brynhild son quemados en la misma pira.
Esta historia de amor y muerte hizo sin duda las delicias de Borges, tanto que, inspirada en ella, escribió un relato. «Hann tekr sverthit Gram ok leggr i methal theira bert» es la frase que usó el autor como epígrafe de «Ulrica», segunda narración de El libro de arena.
No por casualidad, en la tumba, debajo de la inscripción del Volsunga, se encuentra también la frase: «De Ulrica a Javier Otárola». ¿Qué enigma es este? Pues ninguno muy complejo. Quien haya leído el relato en cuestión sabrá que trata sobre el encuentro amoroso en la ciudad fortaleza de York de una joven noruega de nombre Ulrica con un ya maduro profesor colombiano de nombre Javier Otárola.
La crónica abarca, como dice el narrador «una noche y una mañana» (El libro de arena, Buenos Aires, Editorial Alianza, 1998, p. 9). Durante la noche se conocen, en la mañana salen a caminar luego del desayuno. Son turistas, y eso hacen los turistas. Ella es una noruega alta, ligera, de ojos grises y con un aire de tranquilo misterio, tal como la describe Otárola. Por el camino hablan de los noruegos y de Inglaterra. Ella dice «Inglaterra fue nuestra y la perdimos, si alguien puede tener algo o algo puede perderse».
¿Me he alejado de las uñas? No, pues no nos hemos alejado de la muerte ni de la profecía, tampoco del sueño.
En cierto momento Ulrica le promete que al llegar a la posada ella será suya. Otárola comenta que todo aquello es como un sueño. Ulrica anuncia que pronto oirán un pájaro cantar y, en efecto, se escucha al pájaro. Otárola dirá que en esas tierras piensan que quien «está por morir prevé el futuro.» Ulrica responde: «Y yo estoy por morir». Nada más dicen. Luego ella le pide que repita su nombre y acota que prefiere llamarlo Sigurd. Otárola replica que la llamará entonces Brynhild. Hablan de la saga, menosprecian al texto de Los nibelungos, que dañó la bella saga islandesa, y a poco él observa que ella camina como si quisiera que entre ellos dos hubiera una espada en el lecho.
Así, como vemos, en «Ulrica» está el sueño del amor, el mismo del poema de Kafka, y la muerte, que es como un sueño. Y el futuro, la profecía, otra forma de sueño.
Brynhild preconiza la tragedia de su amor, Ulrica predice el canto de un pájaro, Borges adelanta que sus uñas y su barba seguirán creciendo, y que será enterrado en La Recoleta. Con el sitio se equivocó. Con las uñas, dicen que en realidad no crecen después de la muerte, sino que la piel se encoge por deshidratación. Las explicaciones científicas a veces entorpecen el ensueño de la poesía.
Con todo, Borges no dejó de escribir sobre las uñas. No una, sino dos veces, porque en La cifra, entre esos «Diecisiete haiku» que escribió, el número 10, dice así:
El hombre ha muerto.
La barba no lo sabe.
Crecen las uñas.
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[Este texto forma parte de Gabinete del ocio (Caracas, Abediciones, 2019)]
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(i) En La rama dorada, Frazer nos describe los objetos tabulados. La cabeza del hombre, dice el autor, es particularmente sagrada. Hay pueblos que le atribuyen –o le atribuían– la existencia en ella de un espíritu –un ente– muy sensible al daño o al irrespeto. De modo que quien tocaba la cabeza cometía un gravísimo error. El corte de pelo, por lo tanto, era una operación delicada que debía ser hecha por personas especiales. El peligro estaba allí siempre. Por un lado, el espíritu podía enojarse; por otro, el cabello cortado, por conexión simpatética, participaba de la esencia de la persona, y del espíritu incluso, y esto era más que delicado, pues los mechones de pelos o los recortes de las uñas, si caían en malas manos, podían ser utilizados para embrujar a la persona. También por conexión simpatética, el acto de cortar cualquier otro «accidente» del cuerpo (por decirlo en términos filosóficos) traía gran dificultad o peligro. De allí que se extendiera la idea hacia las uñas. Luego, imaginar una nave que guardara en tierras ultraterrenas los cortes de uñas de los muertos, no resulta, disculpen el término, descabellado.
Imagen de portada: Gentileza de PRODAVINCI
FUENTE RESPONSABLE: PRODAVINCI Por Fedosy Santaella
Me gustaría dedicarme a coleccionar nubes, catalogarlas en figuras imposibles y archivarlas en una mente poco entrenada para el placer de contemplar la belleza efímera, esa que se transforma con el viento.
Sería una buena tarea la de escudriñar las formas de estos seres etéreos que vagan entre el cielo y la tierra. Me encantaría que me enseñaran a distinguir cada pequeño mechón de algodón que forman paisajes callados encima de nuestras cabezas. Saber algo más de ellas, por qué descargan su ira, por qué se empeñan en esconder soles de invierno, de qué están hechas, a qué suenan y si sienten algo cuando las atravesamos con aviones inoportunos en latitudes, destinos y horarios.
Pintura de Jorge Fin
Quizá me haga miembro del original club conocido como ‘Cloud Watchers’ (observadores de nubes), nombre que incluso ha dado título a una colección pictórica de quien posiblemente sea el miembro más activo de los cloud watchers: Jorge Fin, el ‘pintor de nubes ‘. Un club está dado al mero hecho de mirar, de observar, de ponerles formas a un estado de ánimo, a un momento.
Volamos, una vez más, a la palabra en voz de dos relatores de la vida. Las nubes alimentan la imaginación colectiva, las observamos para tratar de revelar sus misterios. Hoy queremos observarlas a través de sus palabras.
Pintura de Jorge Fin
Jorge Luis Borges, “Nubes”
No habrá una sola cosa que no sea
una nube. Lo son las catedrales
de vasta piedra y bíblicos cristales
que el tiempo allanará. Lo es la Odisea,
que cambia como el mar. Algo hay distinto
cada vez que la abrimos. El reflejo
de tu cara ya es otro en el espejo
y el día es un dudoso laberinto.
Somos los que se van. La numerosa
nube que se deshace en el poniente
es nuestra imagen. Incesantemente
la rosa se convierte en otra rosa.
Eres nube, eres mar, eres olvido.
Eres también aquello que has perdido.
Pintura de Jorge Fin
Virginia Woolf, fragmentos de Las olas
Allí estaban las nubes grises y flotantes y el árbol clavado, el árbol implacable con su corteza de plata cincelada.
El borbollón de mi vida era infructuoso. Yo no podía pasar al otro lado.
Él disipa las nubes de polvo que se agitan en mi espíritu trémulo, ignominiosamente agitado, y el recuerdo de las danzas alrededor del Árbol de Pascua de los regalos envueltos en papel.
Se diría que el mundo entero estuviese hecho de flotantes líneas curvas: los árboles en la tierra y en el cielo las nubes.
A través de las ramas de los árboles contemplo el cielo.
Parece que la partida se estuviera jugando allá arriba.
Débilmente, entre las suaves nubes blancas, escuchó el grito de: «¡Correr!» o «¡Arbitraje!».
Las nubes parecen perder guedejas de blancura a medida que la brisa las va despeinando.
Si aquel azul pudiera durar eternamente, si aquel hueco entre las nubes pudiera durar eternamente, si este instante pudiera durar eternamente…
Tomo a los árboles y a las nubes como testigos de mi completa integración.
Imagen de portada: Gentileza Cultura Inquieta – Por Jorge Fin
FUENTE RESPONSABLE: Cultura Inquieta por Silvia Garcia
Literatura/Genios virtuosos/Virginia Woolf/Jorge Luis Borges
Soledad infinita que ya pesa un poco más que ayer y menos que mañana, sobre las espaldas exhaustas por haber vivido de pie equivocado o no, pero jamás de rodillas.
Orgullo, no no es orgullo, es lo que uno mamo de chico, ejemplos de vidas sin dobleces ni trampa alguna.
No conseguiré el cielo fácilmente porque me equivoqué fiero algunas veces, he pedido perdón a aquellos que lastime por esos impulsos que uno no los sujeta.
Pero no me quejo vida bien vivida, con momentos únicos e inolvidables, mi único amor, mis hijos, mis nietos y también de los otros las pérdidas algunas que aún duelen en el Alma, y que uno guarda para cuando se acerque el camino del reencuentro.
Como cantaba la «negra» Sosa, gracias a la vida que me ha dado tanto.
No juegues conmigo, ninfa que has llegado desde ese lugar encantado, porque se que tus juegos son parte de tu esencia, ser divino virgen retoño que vaga en su paraíso, y a los hombres les está vedado conocerlo.
Allí donde fluyen manantiales de agua cristalina, donde el canto de los pájaros, dibuja melodías en el aire.
No le digas que no a este mortal, deslumbrado por una belleza, como la tuya tan encantadora, rizos de trigal dorado que caen sobre tus hombros, labios que he sentido húmedos como sabrosa fruta, cuando solo un beso me has dado.
No deseo que te vayas, se que te han dado poco tiempo, para estar aquí, se que eres renuente al matrimonio, pero no por ello, puedes dejar de intentar amarme, porque mi corazón, sabes ya te pertenece.
¿Qué me dices? ¿Qué debes irte? llévame contigo mi vida no sería vida, sin ti a mi lado, hazlo de una vez, no lo pienses, tendrás en mi un amor tan infinito, que te abrazara por todos los rincones, de ese tu vergel eterno..
Esperando como es habitual en mi, es lo que hago con alguno de mis amores; le pregunto a ella si quiere acompañarme a un bar cercano, me mira con ojos encendidos, que entiendo como siempre que es un si.
Es tarde para desayunar, temprano para almorzar, elijo un light ella lo disfrutara como yo, si le conoceré los gustos a esta pícara acompañante.
El camarero lo trae a la mesa, unto las tostadas de salvado, con distintos cuchillos, uno para el queso light, otro para la mermelada de durazno también light.
El café con leche, más café que leche está inmejorable, compartimos las tostadas que ella come con fruición, llega la hora desato la correa de la silla que ocupa y salta al piso, mi encantadora fiel mascota, Daysi, moviendo su cola como reloj de péndulo.
Hago tiempo dentro del auto, falta más de media hora para que la óptica abra sus puertas, se hace aire la espera porque la escritura todo lo logra.
Bochornosa óptica que ayer, me dio las lentes nuevas y al llegar a casa no hice más que ponerme frente a la note, nada pude ver solo tinieblas, y para mi sorpresa tuve que volver a usar, unas que por apuro compré una vez en un supermercado.
Será que equivoqué al ir a la óptica, debiendo haber optado por el supermercado, o es como decía María Elena Walsh este «es el mundo del revés».
Lírica erótica de la India clásica (Hiperión) reúne dos breves colecciones de poesía erótica sánscrita, el Śṛṅgāratilaka (“la señal de la pasión”), con treinta y siete epigramas, y el Ghaṭakarpara (“la olla rota”), oda de veintiún estrofas en la que una mujer expresa su añoranza por el amado; su título parece esconder el nombre del autor, que presume con orgullo de su habilidad con la rima.
La sencillez de su estilo sitúa estas obras en una fecha anterior al gran poeta Kālidāsa (ss. IV-V d. C.); el ser muestras tan tempranas de la lírica sánscrita clásica tipo kāvya les confiere especial relevancia. La poesía kāvya se caracterizaba por un estilo de gran elegancia formal, con sus propios códigos estéticos y técnicos.
En la lírica amorosa de la India clásica, el autor no refleja necesariamente sus propios sentimientos: da voz a situaciones y personajes codificados, lo que sin embargo le permite expresar una sutil gama de sentimientos. Sorprenden la hondura de los sentimientos femeninos, o la finura con que se reflejan los cambios de humor de los amantes.
El traductor y editor del texto, Francisco J. Rubio Orecilla, es profesor de sánscrito en la Universidad de Salamanca. Formado como filólogo clásico e indo europeísta, se especializó en filología védica y lingüística indoirania en Salamanca y en diversas universidades alemanas, y desde hace años trabaja en la interpretación de los textos sánscritos más antiguos: los Vedas y las grandes epopeyas de la India.
1
Sus dos brazos son tallo de nenúfar;
un loto su rostro,
agua juguetona su gracia
y piedras del estanque sus caderas,
pececillos sus ojos,
un bejuco su trenza;
de la amada son los pechos
parejita de patos canela;
es ella un lago placentero que formó el creador
para sumergir a los que Amor quemó con sus flechas.
***
2
La dulce noche ha llegado; si no ha vuelto aún mi esposo,
váyase mi vida en la pira, si volver a nacer yo suplico.
El cazador, en el lazo que al cuco tendió;
y el planeta Rāhu, en el eclipse de la luna esquiva;
el destello mismo del ojo de Śiva, en Amor;
así mi pasión ha sucumbido al que es dueño de mi vida.
***
3
Loto azul tu mirada;
tu rostro, loto blanco;
de jazmín los dientes;
el labio superior, tierno capullo;
los miembros, de pétalos de magnolia;
si así el creador te creó,
mi amada, ¿cómo es que en piedra
te modeló el corazón?
***
4
La mejor lavandera, sola sobre el pétalo de un loto
muestra al verla el señorío de cuatro divisiones del ejército;
qué me harán en el loto de tu rostro
ese par de lavanderas, tus ojos, yo no lo sé.
***
5
Quienes una lavandera por ventura ven,
donde sea, sobre un loto,
todos ellos se convierten en poetas en extremo famosos,
cual rey que la tierra detenta.
Ese par de lavanderas, tus ojos,
en el loto de tu rostro: quienes los ven,
inválidos quedan en la red de las flechas del Amor.
¡Incauta, qué milagro!
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Imagen de la portada: Gentileza de Zenda. Autores, Libros y Cía.
FUENTE RESPONSABLE: Zenda. Autores, Libros y Cía.
VV.AA.Edición, traducción y notas: Francisco J. Rubio Orecilla. Título: Lírica erótica de la India clásica. Editorial: Hiperión.