Alfred Kinsey, el hombre que lanzó una «bomba atómica» sexual que destruyó tabúes y dio paso a una revolución.

En 1938, el Dr. Alfred Kinsey, un zoólogo poco conocido de Estados Unidos abandonó su estudio de avispas y se dedicó a la investigación sexual.

Su trabajo en ese campo lo convertiría en una de las figuras más controvertidas de su tiempo.

Examinó la vida sexual de más de 11.000 estadounidenses y reveló lo que hasta entonces se callaba sobre hábitos sexuales de la nación.

El libro «El comportamiento sexual en el hombre», publicado en 1948, y causó sensación.

«El comportamiento sexual en la mujer», apareció cinco años después y fue aún más explosivo.

Era una época en la que el cirujano general del Servicio de Salud Pública de EE.UU. fue interrumpido en un discurso radial por decir «sífilis» en lugar de «una enfermedad social».

Un momento en el que un periódico al informar sobre una mujer que había sido brutalmente golpeada, le aseguró a sus lectores que «no había sido agredida criminalmente».

La palabra «violación» no se usaba en relación al acto sexual no consentido, y la educación sexual en las escuelas no existía.

Y, de repente, esos estudios científicos llevaron a la gente no sólo a pensar en lo inmencionable sino a hablar de ello.

Decían que el sexo era normal y que las etiquetas se le ponían a la sexualidad eran muy arbitrarias.

Dos de las cantantes del grupo Barry Sisters y la actriz Barbara Lawrence leyendo sobre el estudio de Kinsey.

FUENTE DE LA IMAGEN, GETTY IMAGES. Dos de las cantantes del grupo Barry Sisters y la actriz Barbara Lawrence leyendo sobre el estudio de Kinsey.

La investigación y su autor se volvieron mundialmente famosos y polémicos; quienes expresaban su opinión o los aborrecían o los aplaudían.

Los primeros se alzaron en armas contra todo lo que decían y sus consecuencias.

Los segundos hicieron algo que resultó ser más contundente: se informaron, y con esos conocimientos dieron los primeros pasos hacia una de las revoluciones más transformativas, la sexual.

De avispas a humanos

Todo comenzó en la Universidad de Indiana, donde, con un doctorado de la Universidad Harvard en biología, Kinsey había llegado como profesor auxiliar de zoología en 1920.

Durante 17 años, no hubo ningún indicio de lo que se avecinaba; se los pasó fascinado por las avispas gallaritas y labró una buena reputación por sus estudios.

Pero, algo que lo llevó a abandonar a los insectos y concentrarse en los humanos.

Kinsey con "la avispa gallarita más grande conocida" que encontró en Guatemala en 1936.

FUENTE DE LA IMAGEN, GETTY IMAGES. Kinsey con «la avispa gallarita más grande conocida» que encontró en Guatemala en 1936.

«Enseñaba el curso de biología general y los estudiantes venían a mí con problemas relacionados con el sexo», explicó él mismo en una entrevista televisiva.

El papel informal de Kinsey como asesor sexual se hizo oficial en 1938 cuando organizó un curso de matrimonio para estudiantes que causó gran revuelo en el campus, pues se hablaba de todos los aspectos de la vida matrimonial, incluyendo, por supuesto, el sexo.

«Nos pareció espectacular, porque todos éramos realmente muy ignorantes», le contó a la BBC Alice Blinkley en el documental «Alfred Kinsey, el hombre que inventó el sexo moderno» (1996).

«No conocía ni las palabras que usaba», agregó Dorothy McCrea, otra de las estudiantes.

«Y después hablé con una amiga mayor casada que estaba muy interesada en lo que nos enseñaban y ella nunca había oído hablar de un clítoris, así que sentí que estaba impartiendo la educación del curso de matrimonio».

La ignorancia de sus estudiantes despertó la curiosidad científica de Kinsey.

Sin freno

Kinsey propuso estudiar lo que los estadounidenses realmente hacían en el dormitorio (y en otros lugares), persuadiendo a miles a que respondieran preguntas íntimas sobre sus experiencias y opiniones reales.

Alfred Kinsey

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Empezó recorriendo la universidad en busca de voluntarios que le contaran su historia sexual.

Eso hizo que estallara una fuerte oposición de personas de la comunidad para quienes de eso no se hablaba, reforzada por un grupo de ministros metodistas y católicos que llegaron a Indianápolis y causaron furor.

«La forma más segura de lograr que algo se haga es seguir haciéndolo», dijo Kinsey.

«No le pedí permiso a nadie para comenzar esta investigación, y nadie más estaba trabajando conmigo».

Para ser alguien que desafiaba la opinión conservadora, Kinsey llevaba una vida muy convencional.

Felizmente casado, rara vez bebía y disfrutaba de algunos placeres muy tradicionales: sembraba lirios y se reunía con amigos los fines de semana a escuchar música clásica en su casa.

Tenía una ética de trabajo muy fuerte y era anticuado en algunos aspectos de su vida privada.

Sin embargo, cuando se trataba de sexualidad era muy liberal.

Kinsey con su familia en la oficina. De izq. a der.: hija, Joan; hijo, Bruce; su esposa, Clara; yerno, Warren Corning; Dr. Kinsey; hija, Anne y yerno, Robert Reid.

FUENTE DE LA IMAGEN, GETTY IMAGES. Kinsey con su familia en la oficina. De izq. a der.: hija, Joan; hijo, Bruce; su esposa, Clara; yerno, Warren Corning; Dr. Kinsey; hija, Anne y yerno, Robert Reid.

Aunque la universidad canceló su curso de matrimonio, no abandonó la investigación; más bien, extendió su red, viajando más y más lejos en su tiempo libre y con su propio dinero, en busca de nuevas personas con las cuales hablar.

Consiguió cientos de voluntarios, en una diversidad de lugares, que le revelaron sus secretos respondiendo a unas preguntas específicas y rigurosamente tabuladas.

120 de ellos, informó en un momento, eran homosexuales, que en ese entonces eran invisibles pues tenían que vivir escondidos bajo pena de cárcel.

En 1943, la Fundación Rockefeller se interesó en su investigación y le otorgó una subvención inicial de US$23.000.

300 preguntas

Kinsey finalmente pudo financiar su sueño. Contrató personal y comenzó a entrenarlo.

La entrevista básica consistía en unas 300 preguntas que empezaban con los datos demográficos y luego cubrían todas las actividades sexuales posibles.

Para no incomodar a los voluntarios, los investigadores tenían que aprenderse de memoria las preguntas, y para asegurarles que lo que respondían era confidencial, registraban las respuestas en código, que marcaban en tarjetas perforadas de IBM.

Una mujer no identificada entrevistada por uno de los asistentes de Kinsey, el Dr. Wardell Pomeroy, para el instituto de investigación sexual.

FUENTE DE LA IMAGEN, GETTY IMAGES. Una mujer no identificada entrevistada por uno de los asistentes de Kinsey, para el instituto de investigación sexual.

El equipo visitó escuelas, fábricas, granjas, cárceles… cualquier lugar donde pudiera encontrar voluntarios que incluían policías y delincuentes, prostitutas y amas de casa, obreros y empresarios, padres e hijos.

Y en la década de 1940, cuando EE.UU. entró en guerra, Kinsey llegó a la capital del exceso sexual, Nueva York, sin conocer más que a una exalumna.

Terminó siendo recibido por los artistas y escritores más atrevidos, incluidos el dramaturgo Tennessee Williams y el escritor Gore Vidal.

«Todos, desde (el músico) Lenny Bernstein hasta yo, le contamos nuestra historia sexual», le dijo a la BBC Vidal.

Aunque hubo resbalones.

En una ocasión, el propietario de un hotel, sospechando que sus entrevistas tenían que ver con prostitución, lo cuestionó.

Al enterarse de lo que realmente estaba pasando, se indignó aún más.

«¡No voy a permitir que se desnude la mente de la gente en mi hotel!».

Granada sin pasador

Tras diez años de desnudar miles de mentes y cientos de horas de análisis, el primer libro, detallando el comportamiento másculino, salió a la luz.

"El comportamiento sexual del hombre".

FUENTE DE LA IMAGEN, GETTY IMAGES «El comportamiento sexual del hombre».

Era una granada a punto de estallar en la puritana sociedad estadounidense, algo que la editorial médica WB Saunders no anticipó.

Lo lanzó sin previo aviso ni publicidad y, para su asombro, comenzó a venderse en librerías generales.

Y en grandes números: 200.000 copias en cuestión de meses, a pesar de ser un informe de difícil lectura, con 804 páginas repletas de tablas y cargadas de acotaciones.

Los hallazgos de Kinsey fueron sorprendentes.

Entre otras cosas revelaba que entre los hombres casados sólo el 50% de los orgasmos que tenían en toda su vida se daban en relaciones sexuales matrimoniales; la otra mitad provenían de fuentes moralmente desaprobadas y a menudo ilegales.

Además, que más de tres cuartas partes de los hombres entrevistados habían tenido relaciones sexuales prematrimoniales; que un tercio tenía relaciones extramatrimoniales y el 37% había tenido al menos una experiencia homosexual.

E introdujo la escala Kinsey, que clasificaba a las personas según su grado de atracción o comportamiento sexual hacia el mismo sexo o hacia otro:

  • 0 Exclusivamente heterosexual
  • 1 Principalmente heterosexual, con contactos homosexuales esporádicos
  • 2 Predominantemente heterosexual, con contactos homosexuales más que esporádicos
  • 3 Bisexual
  • 4 Predominantemente homosexual, con contactos heterosexuales más que esporádicos
  • 5 Principalmente homosexual, con contactos heterosexuales esporádicos
  • 6 Exclusivamente homosexual

Por primera vez, la investigación científica reconocía que no había solamente dos opciones.

Dudas

La curiosidad y la notoriedad del libro catapultaron a Kinsey a la fama mundial.

Kinsey a punto de volar a Lima, Perú, a hacer investigación en 1954 y William Faulkner, novelista Nobel, camino a Sao Paulo, Brasil.

FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES. Kinsey a punto de volar a Lima, Perú, a hacer investigación en 1954 y William Faulkner, novelista Nobel, camino a Sao Paulo, Brasil.

Las cifras sorprendieron tanto a sus lectores que desde el principio surgieron dudas sobre la base estadística del informe.

En 1950, la Asociación Americana de Estadística fue a Indiana para evaluar su trabajo. Lo aprobaron pero a ras.

Se cuestionó además cuán representativa era la muestra de la investigación, con razón.

Por un lado, todos los entrevistados eran voluntarios, algo que suele afectar el carácter de los datos: en este caso, la gente dispuesta a hablar sobre sexo tendía a ser más sexualmente abierta.

Por otro lado, muchos de los voluntarios eran personas blancas, de clase media y educadas; no representaba a EE.UU. en su conjunto.

Pero a la mayoría de los críticos no le molestaba la metodología sino que el informe parecía existir en un vacío moral.

«Su libro afirmó científicamente que podíamos hacer lo que quisiéramos sin ningún inconveniente, que lo habíamos estado haciendo todo el tiempo», criticó en 1996 Judith Reisman, coautora de «Kinsey, sexo y fraude».

«Habló de lo que estaba pasando no de lo que debería estar pasando».

Kinsey y su equipo preparando el manuscrito final de su libro 'El comportamiento sexual de la mujer'.

FUENTE DE LA IMAGEN, GETTY IMAGES. Kinsey y su equipo preparando el manuscrito final de su libro ‘El comportamiento sexual de la mujer’.

Si hablar del comportamiento sexual de los hombres había causado olas, lo que se venía provocaría un tsunami.

Bomba atómica

En 1953 Kinsey y su equipo publicaron «El comportamiento sexual de la mujer», el resultados del análisis de casi 6.000 entrevistas.

Revelaba por ejemplo que el 25% de las esposas cometían adulterio, y que en el matrimonio alrededor de un tercio de las mujeres nunca habían tenido un clímax sexual a diferencia de prácticamente todos los hombres.

Además que el 50% de las mujeres habían tenido sexo prematrimonial y que alrededor del 10% de las novias estaban embarazadas el día de su boda.

Afirmaba que las llamadas ninfómanas a menudo eran simplemente mujeres que tenían más orgasmos que el médico que las atendía.

Señalaba que no era cierto que la respuesta sexual fuera más emocional que física para las mujeres. De hecho, informaba, alrededor del 14% había reportado orgasmos múltiples durante un solo acto sexual.

Escribió: «La iglesia, el hogar y la escuela son las principales fuentes de inhibiciones sexuales», que generan los «sentimientos de culpa que muchas mujeres llevan consigo en sus matrimonios».

Aprendida la lección, esta vez se le enviaron copias del estudio a los reporteros con anticipación.

¡Bum!

Los diarios enfrentaron el dilema de si informar o no sobre el estudio de Kinsey, y los que lo hicieron, reflejaron la profunda polarización de opinión.

"Kinsey lanza su bomba atómica", dice el titular.

«Kinsey lanza su bomba atómica», dice el titular.

El editorial del Jersey Journal declaró: «El dr. Alfred C. Kinsey ha lanzado una bomba atómica diseñada para destruir lo que queda de la moralidad sexual en Estados Unidos».

Según el editorial del Newark Star-Ledger, Kinsey había lanzado una bomba que «cae de lleno en todas las estructuras de la moralidad sexual».

«Cuando se levanta la nube de destrucción, poco puede quedar intacto. El sexo habrá perdido su carácter personal íntimo y se convertirá en la más casual y común de todas las actividades biológicas del animal humano».

Pero, The Patriot, en Harrisburg, Pensilvania, declaró: «Kinsey representa un desafío para todos los que han mantenido una posición peligrosamente reservada sobre la enseñanza de las relaciones sexuales».

Ese desafío, para los padres, los profesionales de la salud y el clero, era «proporcionar información adecuada sobre este tema prohibido, para que la generación más joven pueda aprender sobre el sexo sin mojigatería y sin las connotaciones falaces proporcionadas en conversaciones de fuentes desinformadas».

Los Angeles Times lo reportó «porque creemos que el primer paso hacia un mejor ajuste familiar y comunitario es conocer los hechos. Los conceptos erróneos y los temores han causado muchas tragedias personales…

«Creemos que el bien que se gana al publicar estos hallazgos supera con creces la renuencia de algunas personas a mencionar el tema».

Insoportable

El informe femenino salió en la era McCarthy, un momento particularmente convencional en la historia de EE.UU., cuando el ícono de la feminidad estadounidense era Doris Day haciendo tareas domésticas.

Y el libro decía que esas maravillosas mujeres se masturbaban y a veces eran infieles.

Doris Day con Frank Sinatra y Ethel Barrymore en "Siempre tú y yo" (1954).

FUENTE DE LA IMAGEN, GETTY IMAGES. Doris Day con Frank Sinatra y Ethel Barrymore en «Siempre tú y yo» (1954).

Gran parte del público estadounidense sencillamente no podía soportarlo.

Kinsey fue acusado de ser comunista y de tratar de socavar el país.

En 1954, un subcomité del Senado apuntó a la Fundación Rockefeller, la fuente de la mayor parte del apoyo de Kinsey. Sus informes fueron condenados rotundamente, y la financiación de Rockefeller no fue renovada.

Las críticas seguían acumulándose y la salud del científico comenzó a deteriorarse.

El 25 de agosto de 1956, murió a la edad de 62 años.

En las dos décadas posteriores, un cambio en las actitudes hacia el sexo se extendió por el mundo.

La revolución sexual estaba en marcha, pero él no vivió para verla.

«Hicimos esta investigación porque descubrimos una brecha en nuestro conocimiento», explicó Kinsey en su entrevista televisada.

«Y en la historia de la ciencia doquiera que llenamos un vacío, la humanidad en última instancia puede beneficiarse».

Sin vendas

Multitud en gimnasio con Kinsey hablando

FUENTE DE LA IMAGEN, GETTY IMAGES. «Una multitud récord llenó el gimnasio de hombres de la Universidad de California para escuchar al Dr. Alfred C. Kinsey hablar sobre la vida amorosa de las mujeres», pie de foto original.

La «bomba atómica» de Kinsey no redibujó instantáneamente el paisaje social, pero fue un poderoso estimulante de la revolución sexual.

Abrió el camino a estudios serios sobre la sexualidad, con pioneros como Masters y Johnson admitiendo que no podrían haber hecho su investigación sin la precedencia de Kinsey.

Aunque todos los aspectos de su investigación han sido criticados y reivindicados una y otra vez, sus libros alumbraron rincones hasta entonces oscuros y desafiaron a la gente a quitarse las vendas en relación al sexo, a no temer ni condenar lo que era absolutamente normal.

Y ese era un genio que no volvería a meterse en la lámpara, por más esfuerzos que hicieran sus opositores.

Aunque estos nunca han dejado de intentarlo.

En febrero de este año, por ejemplo, la Cámara de Representantes de Indiana votó a favor de bloquear la financiación estatal del Instituto Kinsey, que durante mucho tiempo ha enfrentado críticas de los conservadores por investigar la sexualidad y por el legado del trabajo de Kinsey, al que culpan de contribuir a la liberalización de la moral sexual.

Imagen de portada: GETTY IMAGES. Dr. Alfred Kinsey y su esposa Clara a finales de la década de 1940.

FUENTE RESPONSABLE: Redacción BBC News Mundo. 10 de marzo 2023.

Sociedad y Cultura/EE.UU./Ciencia/Sexualidad

“La generación Disney’ confunde el amor con un objeto de consumo”.

Una experiencia arriesgada y dolorosa de inversión muy alta y beneficios completamente impredecibles. O bien, la certeza de la salvación, el propósito encontrado, la mitad de la naranja que completa lo que faltaba y endulza la vida.

En la ficción o la vida real, lo cierto es que no dejamos de hablar de amor. Pero es éste el que habla de nosotros, como demuestra la psicoanalista, investigadora y profesora universitaria Ana Suy en su libro recién publicado «A gente mira no amor e acerta na solidão» (Paidós) (La gente busca el amor y encuentra la soledad).

«Nuestra llegada al mundo tiene esta premisa: somos seres radicalmente desvalidos. Es el otro, con su amor, su leche, su decisión, quien perfora en este desamparo y así nos conecta a la vida, a nosotros mismos, a la resto de la gente», escribe Suy.

En esta entrevista con BBC News Brasil, Suy destaca las ambivalencias y complejidades del amor, sostenido por un imaginario dominado por «y fueron felices para siempre», pero alimentado diariamente con la idea de que el amor se vende, como una mercancía.

Fundamental para la vida de todos, el amor es origen, rumbo y destino, incluso con aterrizajes y descarrilamientos.

«El amor necesita espacio, distancia, brechas. El amor es un puente. ¿De qué sirve construir un puente en el mismo continente?»

Estos son algunos de los principales extractos de la entrevista.

En el libro argumentas como el amor es una experiencia creada a partir de lo imposible, que es encontrar la parte que nos falta. A partir de esto, ¿podemos pensar que los anuncios de amor son «engañosos», en la medida en que prometen lo que nunca se logrará?

La fantasía de amor es una fantasía de plenitud, es la fantasía de que podríamos vivir sin algún malestar, malestar que sería aniquilado por la pareja enamorada.

En este sentido, podemos pensar que el amor es un error, ya que sobre éste pensamos o sentimos como si hubiéramos encontrado algo de nosotros mismos en el otro. Así que el amor es narcisista. Nos encanta la sensación de sentirnos completos, realizados.

Sin embargo, creo que el amor es más que eso, porque en el amor, a diferencia de la pasión, el otro da noticias de que no se identifica del todo con lo que idealizamos.

Entonces, tal vez podamos decir que los anuncios de amor son engañosos, pero no por su propia culpa. El amor es engañoso.

¿Y por qué es tan fundamental que los seres humanos experimenten esta imposibilidad?

¡Porque si no se acaba el amor! El amor es movimiento, y de nada sirve moverse si todo está ahí.

El amor es un puente, necesita que se separen dos terrenos para que se justifique su existencia. El amor es lenguaje, no es preciso decir algo muy bien dicho para que se repita la palabra.

Es necesario que falte algo para que podamos ir al otro. Y si el otro tiene lo que a nosotros nos falta, nos encerramos en nosotros, devorando al otro, y el amor se acaba.

Las historias que son felices siempre terminan con «y vivieron felices para siempre». Y terminan.

Si la historia va a tener una continuación, tendrá que ocurrir algún desajuste. En el amor, lo imposible no se cansa de mostrar sus rostros para convocarnos así a hacer reinvenciones amorosas.

Ana Suy: «El amor requiere espacio, distancia y brechas».

Una palabra muy popular es empatía, ponerse en el lugar del otro para respetarlo. Sin embargo, como señalas, el amor convoca a la experiencia de la otredad, que es precisamente vivir con el otro y reconocerlo. ¿Por qué algunos amores son tan narcisistas y qué suele pasar cuando descubres que ese otro es diferente y tiene deseos propios?

El amor es esencialmente narcisista, aunque eso no es todo. Si vemos a una persona a través de la lente de la pasión, nos vemos, sobre todo, a nosotros mismos y por eso esa persona es apasionada.

A medida que esta persona nos frustra, nos decepcionamos de él, nos encontramos con una otredad, no solo en el ser amado, sino en nosotros mismos.

Una relación amorosa en la que se encuentra la alegría puede ser radicalmente diferente de la relación amorosa idealizada.

Si la pareja amorosa es sostenible es porque cada uno de los socios encontró una brecha en su propia imagen y decidió quedarse.

O sea, alguien que tiene el ideal de conseguir una pareja para tener hijos, por ejemplo, pero encuentra a alguien que no quiere tenerlos y se queda de todos modos, a veces discutiendo mucho, a veces buscando una solución… pero ¿no sería más fácil encontrar a alguien que también quisiera tener hijos? ¿No se suponía que era simple?

Resulta que, muchas veces, esta persona ya ha encontrado a varias otras que cumplieron con su ideal (de tener hijos, por ejemplo) y la cosa no se dio.

Amamos con el inconsciente, no sabemos explicar las razones por las que amamos a una persona y no a otra.

El amor es un misterio que, por cierto, amamos. Por lo tanto, no solo amamos a las personas, amamos al amor mismo, lo que a menudo puede llevarnos a tener grandes dificultades para reconocer cuándo el amor termina y ya no se puede reinventar.

¿Por qué es común que las personas sientan que se están desmoronando cuando el amor termina o no es correspondido?

Al amar, perdemos el narcisismo, porque dirigimos al otro una libido que sería de nuestro propio yo. Así que amar exige ser amado. Si tengo hambre y te doy mi pan, solo saciaré mi hambre si tú me das tu pan. Por eso el amor exige reciprocidad.

Freud dice que la persona enamorada es humilde. Eso es porque para amar a alguien, le presentamos lo que alguna vez fue amor propio.

Si este circuito no funciona, entonces si el otro no me ama, si el otro no me da su pan, tengo hambre… de amor. A esto lo llamamos sufrimiento.

El problema es que no sabemos cómo dejar de amar a alguien, por lo que nuestro narcisismo se va empobreciendo cada vez más. No sabemos cómo detener este sufrimiento.

A veces, sin embargo, el circuito puede funcionar, te doy mi pan, tú me das el tuyo, pero en algún momento puede dejar de funcionar. Esto es muy difícil porque desmantela nuestro castillo de arena.

Nos identificamos con la imagen de que somos seres amables, que somos seres amados. Esta es la estructura de nuestro narcisismo. Si el otro deja de quererme, pierdo la imagen de que soy amable con el otro, y con eso pierdo mi propia imagen, me pierdo a mí mismo.

No es casualidad que decimos que el duelo es un «trabajo». No se trata sólo de perder al otro, que sería mucho, sino sobre todo, de perder lo que era yo para el otro, lo que creía que el otro era para mí. Es una reinvención de ti mismo.

Todavía hay otro factor importante que mencionar, que es el hecho de que cuando un amor que funcionó deja de funcionar, también perdemos el ideal que teníamos de lo que era el amor.

No es raro que alguien deje una relación diciendo que ya no cree en el amor, que estará solo para siempre y, a veces, incluso lo hace. Recuperarse de la pérdida del ideal amoroso puede ser muy doloroso.

pareja en un sofá

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¿Hay amor en las relaciones abusivas?

Es difícil de saber porque no tenemos claro lo que es el amor y tampoco sabemos lo que es una relación abusiva. Creo que este término se ha propagado, muchas veces, de forma moralista, como si pudiéramos legislar sobre lo que es o no es amor.

¡Es un tema tan complejo! Estoy tentada aquí a tomar un camino demasiado simple y decir que no, que no lo hay, que el amor es sano, el amor es bueno y que donde hay amor, siempre hay respeto.

Pero la verdad es que los límites entre el amor y otras cosas siempre son más borrosos de lo que nos gustaría. ¿Y si decimos que en las relaciones abusivas hay amor? ¿Qué cambiaría eso? ¿Justificaría eso quitarle la libertad al otro? ¿De qué sirve el amor si no hay respeto?

Entonces, creo que nos interesa menos poner al amor en un polo y la relación abusiva en el otro, y más tratar las ambivalencias en el amor.

El odio es parte del amor, nos dice Freud. Pero, ¿cómo dosificar este odio, cómo vivirlo de tal manera que no mate al amor mismo o lo haga intolerable? Es una pregunta que se hace en cada caso.

En su opinión, ¿de qué está hecho el imaginario contemporáneo de las relaciones amorosas? ¿Qué clichés, expectativas y comportamientos suelen estar presentes?

Creo que muchos de nosotros somos de la generación Disney, ¿no? que es la generación de los que fueron felices para siempre, sin cuestionar qué sucede cuando se cierra el libro, cuando termina la película.

Confundimos el amor con la pasión. Junto a esto, sumamos nuestro cruce del discurso capitalista que nos vende la idea de que merecemos ser amados, que el amor está a la venta.

Confundimos el amor con la meritocracia y confundimos al compañero amoroso como un objeto de consumo. Así, el otro necesita cumplir con nuestros requerimientos, necesita estar de acuerdo con el objeto que nos gustaría consumir.

Pero si las cosas van bien, el otro (y nosotros también, pues siempre somos el otro de alguien) mostrará que él no será reducido a un objeto, que tiene voluntad propia y otras idealizaciones.

Si podemos inventar una manera de acoger y ser acogidos por alguien que también encuentra la manera de hacer estos malabares, algo de amor puede suceder.

Pero, respondiendo a tu pregunta más directamente, nuestra imaginación es que el amor es la respuesta, cuando en realidad es más una pregunta.

¿Qué trajo a las relaciones amorosas el aislamiento, el miedo y la impotencia provocados por la pandemia de covid-19?

Ciertamente las relaciones amorosas estuvieron y están profundamente afectadas por la pandemia. Por varias razones.

La primera es la más práctica, que se refiere a la forma de vivir la vida, la división de tareas en el hogar. La pandemia ha puesto en evidencia cómo en muchos hogares las mujeres estaban sobrecargadas, en relación con los hombres, y cuánto esto ya no necesita ser aceptado por nosotras las mujeres.

No por casualidad, el número de divorcios ha aumentado. Si en otros tiempos una mujer necesitaba estar casada con un hombre para poder votar, estudiar, trabajar, ya no es necesario.

Esto cambia la relación que tienen las mujeres con los hombres, con sus parejas amorosas, con el amor.

Una segunda razón tiene que ver con los valores. La pandemia nos ha puesto en jaque con la fragilidad de la vida y esta es una gran invitación a repensar lo que hacemos en el poco tiempo que tenemos de vida.

Muchas parejas han vivido esto de formas muy diferentes, o solo uno de ellos lo ha vivido y el otro no.

Una tercera razón, además, es que el amor necesita espacio, distancia, brechas. Como dije arriba, el amor es un puente. ¿Cuál es el punto de hacer un puente en el mismo continente?

La convivencia excesiva ciertamente tuvo efectos en las parejas. El erotismo se establece con una extrañeza en el otro. Y eso se vuelve muy difícil cuando todo lo haces juntos y el otro parece ser una extensión de tu propio cuerpo.

Freud, cuando fundó el psicoanálisis, anunció la diversidad de arreglos amorosos y afectivos. ¿Cuál es la importancia de considerar, como sociedad, la pluralidad de referencias?

La sexualidad humana es errante. A diferencia de otros animales, que no son seres de lenguaje y por tanto pueden guiarse por el instinto, los seres humanos no tenemos esta facilidad. Así, los animales viven y se reproducen por instinto, los humanos no.

El amor es precisamente prueba de eso, de lo errante que es nuestra sexualidad. Una mujer que ha dado a luz a un niño no puede convertirse en su madre, y otra puede adoptarlo y convertirse en su madre, por ejemplo.

El amor es un invento que hacemos como seres de lenguaje. Así, al ser un invento, éste se puede experimentar de varias formas.

Sabemos que la monogamia, durante mucho tiempo, fue una forma de que los hombres supieran que los hijos que tenían las mujeres eran propios y no de otros hombres.

Después de todo, una mujer que da a luz a un niño sabe que el niño que nació vino de ella, pero el hombre nunca puede saberlo, a menos que esta mujer no tenga otras relaciones sexuales, es una cuestión de lógica, simbólica.

Durante mucho tiempo, este fue el molde de las relaciones en nuestra cultura, los hombres podían tener acceso a muchas otras mujeres y las mujeres necesitaban permanecer fieles a los hombres.

Bueno, esto se está derribando… las mujeres y los hombres quieren tener otras experiencias. Están inventando otras formas de estar con alguien.

Pero no es como si supieras mucho al respecto, ¿verdad? Hay mucho experimento e investigación. Lo que se ha descubierto es que nada en esta vida, a excepción de la muerte, es para «todos».

¿Por qué el amor entre personas del mismo sexo despierta tanta intolerancia en nuestra sociedad?

El amor homoafectivo abre de par en par el deambular de toda sexualidad humana. La tesis de Freud de que tenemos horror a lo sexual, llega a decir que si pudiéramos reproducirnos de otra manera que no sea a través del sexo, lo haríamos.

Pues la alianza entre la ciencia y la tecnología nos muestra cada vez más el avance de esto, ya que cada vez más personas recurren a los laboratorios para tener hijos, por ejemplo.

Si nos quedamos en el reducto de la iglesia, nos encontramos precisamente con la premisa de que el sexo está hecho para la procreación.

Entonces, no vale la pena usar un método anticonceptivo, ya que estaríamos enfrentando, según estos supuestos, el horror de lo sexual para hacer que la humanidad se perpetúe.

La homosexualidad demuestra la fragilidad de esta narrativa, ya que demuestra que, como seres de lenguaje, formamos parejas amorosas y sexuales por razones distintas a la perpetuación de la especie.

Hay quienes no toleran su propia sexualidad y, al no poder reconocer la otredad que los habita, ubican su horror en el otro, para tratar de destruir lo que en sí mismos no pueden soportar.

Dos hombres en la cama

FUENTE DE LA IMAGEN – GETTY IMAGES

El interés de las audiencias más jóvenes, como los milenials, en el sexo y las relaciones románticas ha disminuido, según una investigación sobre el comportamiento y fenómenos como el sekkusu shinai shokogun en Japón. Uno de los argumentos utilizados es el miedo a correr riesgos. ¿Qué hay de temible en el amor?

Esta es una prueba de la tesis freudiana, del horror que tenemos por lo sexual. El otro nos desorienta, más fácil es tratar con nosotros mismos o con los objetos que nos ofrece la cultura.

Los dispositivos, los juegos, el alcohol y las drogas son mucho menos disruptivos. La relación con el otro es difícil porque es un ejercicio constante de reinventarse, de reposicionarse, de revisarse como causa y consecuencia de la relación con el otro. ¡Es cansador!

Sin embargo, en el mito de Narciso vemos que murió de amor por sí mismo y no que fuera feliz consigo mismo.

Es lo que dice Freud en su texto «Psicología de las masas y el análisis del yo», que elegí como epígrafe de mi libro: «sólo el amor a los demás nos salva del amor a nosotros mismos».

Imagen de portada: GETTY IMAGES- «La fantasía de amor es una fantasía de plenitud», dice la psicoanalista Ana Suy.

FUENTE RESPONSABLE: Especial para BBC News Brasil. Por Amanda Mont´Alvao Veloso. Junio 2022

Sociedad y Cultura/Sexualidad/Relaciones amorosas.

 

 

 

 

 

 

 

Tres historias de Tinder para no dormir: «Si huele a podrido, es porque está podrido».

‘LA CONQUISTA DE TINDER’

Jimina Sabadú publica ‘La conquista de Tinder’, un texto a caballo entre el ensayo, el manual y un bestiario humorístico de lo que les espera a las mujeres en las ‘apps’ de citas.

Si deseas profundizar sobre esta entrada; cliquea por favor adonde está escrito en “negrita”.

En 2015, una cámara de la revista ‘Vice’ pasó un día entero con los miembros de Taburete. 

Entonces, el grupo no había lanzado su primer disco. Los tres chavales acuden con sus guitarras al domicilio de los Bárcenas para ensayar un rato. Después, en su habitación, Willy Bárcenas enseña a la cámara un póster con una hilera de modelos en bikini. A todo el que entra, le plantea la misma pregunta: ¿cuál de las chicas prefiere? “Yo me quedo con esta”, dice el cantante. Y añade un matiz tras pocos segundos: “Para novia, esta otra, que es más discreta”. 

Si tuviera que escoger entre esas chicas, el físico que más le atrae al de Taburete no coincide con el de su pareja soñada. “Ese póster era del concurso ‘Vecinitas’, al que cualquier chica se podía presentar y los lectores de una revista masculina votaban. Puede verse como una crisálida de lo que ahora es Tinder. Era un grupo de chicas muy atractivas, pero con las que podías cruzarte en la calle. Como un catálogo de posibilidades”. Quien reflexiona es Jimina Sabadú, guionista, escritora y colaboradora en varios medios, que acaba de publicar ‘La conquista de Tinder’ (Turner, 2022).

Cubierta de ‘La conquista de Tinder’. (Turner)

No es un texto fácil de encasillar, reconoce su autora. “Sabes por qué entras en Tinder. Y también tienes claro por qué sales —corriendo, además—. Lo que pasa entremedias es lo que le interesa a Jimina Sabadú”, reza la contraportada. 

Así que ‘La conquista de Tinder’ transita entre el ensayo, el manual de uso y, a su manera, un bestiario humorístico de lo que una mujer heterosexual puede encontrarse en las ‘apps’ de citas. “Me hubiera encantado incluir más anécdotas personales, pero sé que hay mucha gente que no sabe cómo funciona esto de Tinder. He escrito desde esa base”. De vuelta a ‘Vecinitas’, eso de escindir la sexualidad femenina no lo ha inventado Bárcenas

De hecho, es tan viejo que podría haber tirado de la sabiduría popular: “La mujer del César no solo debe ser honrada, sino parecerlo”, “hay mujeres para divertirse y mujeres para casarse”. Son algunos de los dichos con los que Sabadú compara este tipo de razonamiento. “Me resulta chocante que pienses que una mujer que quiere divertirse contigo no es una mujer con la que te quieras casar”, responde en su texto.

A través de su experiencia en varias ‘apps’, esta escritora nos muestra una colección de anécdotas y reflexiones que, para muchos, suenan cada vez más familiares. 

Desde las agencias matrimoniales en el principio de los dos mil (“en aquella época inscribirse en una web para buscar pareja era tatuarse la palabra ‘pringao’ en la frente”), hasta una aplicación con más de 50 millones de usuarios estimados en el mundo. 

En Tinder, la decisión se consuma con un dedo —deslizando hacia la derecha o hacia la izquierda—, y la afinidad —el famoso ‘match’— se basa en tres elementos: unas imágenes, una pequeña biografía y la edad.

“Quizá como funciona como un juego, la gente no le da tanta importancia a sus actos. Si hasta hay quien lo usa mientras caga. Imagínate: ‘¿Cómo conociste a mamá?’. ‘Pues mira, estaba en el baño, me llevó un rato, abrí Tinder y apareció ella”, bromea la escritora. 

Una tesis que atraviesa ‘La conquista de Tinder’ es la de que una ‘app’ de citas puede acentuar “el consumo de personas como si fueran productos”. El testimonio de Sabadú se centra en la experiencia femenina de la aplicación. Y reproduce lugares, perfiles e interacciones que parecen apuntar en una dirección: desde su relato, Tinder puede convertirse en «una casa del terror», sobre todo para las mujeres. 

“Todos los tíos que conozco que me han contado alguna experiencia negativa con alguna chica de Tinder terminan con esta frase: ‘Pero con lo de los tíos, flipo’. Las historias más escalofriantes de este tipo las cuentan las chicas heterosexuales. Incluso a los propios tíos les sorprende lo que contamos”. “Si aglutinamos las motivaciones que tiene alguien para entrar en estas ‘apps’, encontramos tres: sexo, amor y curiosidad”, opina la escritora. 

“Alguien puede entrar con la idea de tomarle el pelo a la gente y acabar enamorándose de forma genuina. Alguien puede entrar en busca de amor y acabar encontrando amigos. Pero una de las tres no admite medias tintas, y esa es el sexo”. Ahí, en el sexo, se encuentran para Sabadú los “problemas y particularidades que tiene Tinder”. Concretamente, “en la desigualdad intrínseca que tenemos hombres y mujeres a la hora de acceder a las relaciones sexuales”.

Comenzando por ese espinoso asunto —que hay quien niega y refrenda, quien lo achaca a lo biológico, a lo ambiental o a una mezcla de las dos cosas—, Jimina Sabadú propone un viaje de cronista en ‘La conquista de Tinder’. 

Sobre todo, a través de los perfiles que las experiencias —negativas— le han revelado por el camino. «No tengo una percepción negativa de Tinder, sino de la gente que lo puebla», aclara. La gente que puebla Tinder es la que puebla el mundo, así que para Sabadú queda la duda de si estas historias serían las mismas dentro y fuera de la aplicación. Si la ‘app’ ha hecho que las relaciones personales no vuelvan a ser las mismas… o no. Como en las fábulas, algunos de sus relatos tienen moraleja en forma de consejo. Aquí siguen, de mano de su autora, tres advertencias con las que sortear «la casa del terror» que describe Jimina Sabadú. Tres historias de Tinder para no dormir.

I. «Si huele a podrido, está podrido»

«Cuando empecé a usar Tinder, pensaba en esa escena de ‘Annie Hall’ en la que se subtitulaban los diálogos con lo que verdaderamente están pensando los personajes. Lo hacía con los tíos que no son sinceros», cuenta Sabadú. «No te dejes llevar por los cantos de sirena. Si hay algo que te chirría mínimamente, huye», aconseja. En ‘La conquista de Tinder’, la escritora menciona a Mistery, uno de los exponentes recientes en los cursos y métodos para ligar dirigidos a hombres. 

«Al final se trata de que para que un tío se coma un rosco todo está permitido. Desde fingir un interés que no se tiene hasta mentir vilmente. Las técnicas son aberrantes, centrándose en el ‘valor subjetivo’ y en el ‘valor percibido’, con una visión de la mujer que no es muy distinta de la que puede ofrecer un manual de caza».

«El ‘nega’ es hacer comentarios en apariencia amables, pero que ocultan un pequeño desprecio que, supuestamente, querrás vadear, convirtiéndote en una persona vulnerable. Por ejemplo: ‘¿Cómo una chica tan inteligente estudió una carrera como Comunicación Audiovisual?'». En el pie de página, la autora apunta: «Sí, me lo dijo un cretino una vez».

II. Evitar la ‘clase media’

Las experiencias femeninas de Tinder recogidas por Sabadú en su ensayo parecen confluir en un punto: el contacto con lo que la escritora ha acuñado como «clase media». 

Y los que la conforman son los mismos que recurren a las técnicas de ligue. «También hay una tía de ‘clase media’, pero yo no la he conocido porque no quedo con ellas. El de ‘clase media’ es un tipo de tío que sabe que no tiene posibilidad, ni es guapo ni es feo. Podría ser cualquier cosa, así que finge ser lo que tú quieres», explica Sabadú. 

«Son tíos que conocen esas técnicas de engaño, no porque las hayan leído, sino porque les han llegado. Tampoco hace falta ver la peli de Drácula para saber quién es. Lo de este tipo de cursos está tan arraigado en el imaginario colectivo, que hay muchos que ya se lo saben. Son simpáticos, cariñosos… Y tú piensas que no serán tan miserables de mentirte. 

Pero te das cuenta de que no… La cosa acaba en el: ‘Ya he follado, ahora ya no estoy, ahora no te hablo’. Aparece una excusa, un trauma o, directamente, te ignoran. Me parece uno de los grandes peligros de las aplicaciones, toparse con esa ‘clase media’ de tíos deshonestos».

III. «Esta para novia, que es más discreta»

Otro de los comportamientos que señala Sabadú en su relato podría ser un derivado de esa frase de Willy Bárcenas. «He visto mucho ese comportamiento, sobre todo con amigas que son muy guapas. Se encuentran con tíos que se lían con ellas para despreciarlas después. Actrices, modelos…

Ese tipo de chico también es un poco mentiroso y practica lo de ‘follar y huir». «Luego, les ves con sus parejas. Chicas pequeñitas, discretas, con ropa de Desigual, que no marca mucho. Ojo, igual luego son despampanantes y estupendas. 

Pero conociendo al que va al lado, no puedo evitar pensar: ‘Qué miserable es tu novio, que te quiere así para que nadie te mire’. Y si esos tíos tienen aventuras fuera de la pareja, los rollos casuales no son así para nada».

Imagen de portada: Gentileza de Reuters/Soomro

FUENTE RESPONSABLE. El Confidencial. Por Ana Ramiréz. Enero 2022

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El reverso oscuro de Tinder: sexo sin amor para las mujeres, impotencia para los hombres.

ENTREVISTA

La psicoanalista y escritora Lola López Mondéjar publica ‘Invulnerables e invertebrados’, un ensayo sobre el individualismo en la modernidad tardía, y sobre sus consecuencias en el amor y el sexo.

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«Cuando uno patina sobre hielo fino, la salvación es la velocidad». Y esta imagen del patinador fugaz, que no se detiene ni se asienta por miedo a que todo se derrumbe, es una de las ideas que Lola López Mondéjar cita para desentrañarlos. 

‘Invulnerables e invertebrados’ (Anagrama, 2022) es el nombre de su ensayo, que transita entre las observaciones de su consulta como psicoanalista, las ideas de los pensadores y sociólogos de la modernidad líquida y las referencias artísticas. 

Según López Mondéjar, el patinador frenético somos todos cuando hacemos frente a las últimas heridas de nuestro tiempo: la inseguridad vital y laboral, la crisis climática y sanitaria que parece conducir a la catástrofe irremediable, las guerras y el dolor del mundo al que cada vez estamos más expuestos. 

Los patinadores más veloces, los que dejan todo atrás a su paso, cauterizan sus heridas con indiferencia. Niegan su fragilidad, se endurecen en la fantasía de que todo lo humano les es ajeno, de que son autosuficientes y no necesitan de otros para sobrevivir. Es este individualismo de la modernidad tardía el que López Mondéjar desentraña en su ensayo, a través de sus múltiples consecuencias actuales: la desesperada búsqueda de una identidad, las actuaciones compulsivas o la obligada escisión entre afecto y sexo que impone lo que la autora llama ‘modelo Tinder’.

Cubierta de ‘Invulnerables e invertebrados’. (Anagrama)

PREGUNTA. En el ensayo comenta que cada tiempo tiene sus patologías mentales características. ¿Cuáles son las que definen el nuestro? 

RESPUESTA. Si tuviera que mencionar una sola, sería la ansiedad. Una ansiedad generalizada, sin representación, es decir, sin causa aparente en los sujetos. Sufren sin saber de lo que sufren. Y esta ansiedad, en algunos casos, se manifiesta en acciones como las autolesiones, el suicidio o las adicciones. También en lo que yo llamo la ‘adicción a la acción’: al deporte, a los viajes, a la acumulación de experiencias… Más allá de las adicciones convencionales, que ya existían, ahora existen otras como los dispositivos móviles, no a internet o el teléfono móvil y demás. Esa sería una de las novedades más características de nuestra época: la modernidad tardía. 

P. ¿A qué se debería esa ansiedad generalizada, inespecífica? 

R. Creo que la sociedad actual es potencialmente traumática, genera unos niveles de incertidumbre que se han incrementado muchísimo desde la gran aceleración que supuso la industrialización. Esa gran aceleración ha tenido consecuencias en los cuerpos. Viven unas exigencias enormes, también de rapidez y de aceleración, que producen mucha angustia. Para sobrevivir a esa angustia, todos los individuos contemporáneos desarrollan determinadas estrategias y mecanismos de defensa.

P. Ante el dolor del mundo, que se nos muestra ahora más que nunca, ante la impotencia, la indefensión, la precariedad laboral, la crisis climática y sanitaria… En su ensayo, menciona un mecanismo de supervivencia de nuestros tiempos: la llamada ‘fantasía de invulnerabilidad’. ¿En qué consiste? 

R. Ese es el concepto central. Yo caracterizo a los individuos más allá de la segunda mitad del siglo XX, cuando comienza la posmodernidad. Los individuos que se adaptan a estos tiempos niegan la vulnerabilidad del ser humano, aquello que los hace débiles ante esta incertidumbre que mencionas. Apartan de sí y pierden de vista estos aspectos más vulnerables y débiles de su conciencia. 

Creo que esto nos lleva a un déficit de empatía con los demás, porque si tú tienes empatía, contacto, cercanía con el otro, te haces más dependiente y frágil. Y las consecuencias de esto se pueden observar, por ejemplo, en los jóvenes que usan Tinder y ya se han adaptado al modo en el que funciona esta aplicación. 

Al final, creo que esto genera una frialdad afectiva. No pueden exponerse al sistema de Tinder sin protegerse, sin resguardarse del amor, el apego o la afectividad que puedan surgir, cuando saben que de un día a otro ese objeto estimado puede desaparecer del mapa. ¿Cómo sobreviven los más adaptados a Tinder? 

Negando esos afectos y, progresivamente, negando el pensamiento sobre esos afectos. Y uso la palabra ‘negar’ en su sentido más profundo. Negar es decir: «No, a mí no me importa si paso una noche maravillosa con un chico y al día siguiente me ha borrado o ya no sé nada de él. A la larga, no me tiene que importar». Existe una racionalización de las emociones. Eso sería la fantasía de invulnerabilidad, que arrastra consigo una incapacidad para la reflexión y la introspección. 

P. Si negamos nuestra fragilidad, nuestra dependencia los unos de los otros en un individualismo absoluto, ¿somos ahora más solitarios, más despiadados, más insensibles? 

R. Yo creo que sí. A ver, no hablo de todos nosotros. Hay quienes no toleran las exigencias de este modo de vivir y no se adaptan a él. Les produce malestar y quedan en los márgenes. Pero hay quienes son resilientes y sobreviven. Y estos resilientes, los que se adaptan, sí que son más psicopáticos. Piensa en el ‘ghosting’, por ejemplo. Cuando alguien puede desaparecer sin más de la vida del otro, pero no solamente en las relaciones afectivas, sino en las relaciones amistosas también. La falta de compromiso, el alejamiento del dolor… El propio sistema nos hace insensibles. 

«Algunos no pueden exponerse al sistema de Tinder sin protegerse, sin resguardarse del amor, el apego o la afectividad que puedan surgir». 

P. Menciona ‘el modelo Tinder’ y las relaciones sexuales casuales, sin compromiso y sin una vinculación necesaria con el amor o lo afectivo. ¿Pero este modelo no es una consecuencia de despojar al sexo del carácter como oculto, sucio o desnaturalizado que ha tenido en otros momentos de la historia, especialmente para las mujeres? 

R. Tengo una novela ‘La primera vez que no te quiero’, que habla de esto, de cómo fue para la mujer y la Transición española la revolución sexual de los años 60 y 70. Entonces la vivimos como una revolución de libertad y una revolución feminista. Pero a la larga, se ha desvelado como una revolución androcéntrica y patriarcal. Ana de Miguel ha hablado mucho sobre esto. ¿Por qué? 

Porque, de alguna forma, la revolución sexual imponía y facilitaba el modelo de sexualidad masculina. Una sexualidad coital donde las relaciones se separan progresivamente del afecto, y que no es afín a la socialización que tenemos las mujeres. Por eso, creo que las jóvenes sufren mucho más lo que yo llamo el ‘modelo Tinder’, porque exige una separación de la sexualidad y del afecto. En la socialización de las mujeres, esta separación no se da, porque el sexo se relaciona con el amor romántico. Y diría que en las niñas y adolescentes de ahora, todavía más. Con los cuentos de princesitas, las novelas románticas de ‘Crepúsculo‘… Socializamos en esos términos y, luego, para estar en el mercado de la seducción, nos exigen que separemos afecto y sexualidad. De esta manera, la represión que antes se producía en lo sexual, ahora se da en lo afectivo. 

Es lo que ocurre en la mujer posmoderna, joven. Se exige que se reprima la afectividad y no la sexualidad, y eso es lo que se interpretó al principio como una revolución. Ahora nos damos cuenta que no es así y hay muchas voces que hablan de esto. No quiere decir que no hayamos conquistado la libertad sexual, que por supuesto es loable… Que los métodos anticonceptivos nos han liberado de la reproducción y han abierto un campo enorme a la igualdad.

Pero también tenemos que ver si este modelo satisface las necesidades afectivo-sexuales de las mujeres. Para muchas de ellas, este modelo no satisface sus necesidades de afecto para nada. Y hay muchos ensayistas, más en el extranjero que en España, que están denunciando esto. Eva Illouz, con ‘El fin del amor’, puso el dedo en la llaga. Están denunciando este estado de las cosas. En el paraguas de la libertad, se nos ha colado una universalización del modelo masculino de relaciones afectivas. Y eso nos hace más daño a nosotras que a ellos.

Lola López Mondéjar. (Isabel Wagemann)Lola López Mondéjar. (Isabel Wagemann)

P. Es lo que en su ensayo llama ‘masculinización’ de la mujer. 

R. Tengo muchísimas pacientes que me confiesan esto, que intentan no sentir nada, pero que fantasean con que ese chico se va a quedar, que no entienden por qué ellos se van. Hay otras que se suben a ese modelo y usan Tinder como lo hacen los chicos. 

A la larga, en ambos se produce una enorme frialdad afectiva y un miedo a no encontrar nunca la singularidad de un otro. Son relaciones en las que impera lo racional sobre lo afectivo, porque lo afectivo está muy reprimido. Y tú no lo puedes abrir cuando sabes que ese chico te puede querer para una noche y luego irse. ¿Cómo vas a ponerte así de vulnerable? A esto me refiero. Tú no puedes abrir tu vulnerabilidad al otro si puede desaparecer. Tuve un paciente que era adicto a Tinder. 

A lo mejor tenía seis encuentros distintos por semana. Y no sabía lo que era el placer de una mujer. Ya no digo los afectos, sino el placer. No sabía, no le importaba. A lo largo del tratamiento, se dio cuenta y me preguntó: «Pero ¿por qué me llaman?». Lo llevé a un congreso y planteé esta misma pregunta a chicas de entre 20, 25 y 35 años. ¿Por qué lo llamáis? 

Me respondieron: «Por no quedarnos fuera, porque no podemos exigir sin temor a quedar fuera del mercado del amor». Eso es terrible porque ellos no se acoplan. 

Es absolutamente androcéntrico y patriarcal porque ellos no se adaptan a nuestro modelo erótico, que es mucho más pausado, más global, más holístico. No es tan genital y coital. Requiere más de la palabra. Yo no propongo imponerlo, solo que también esté en el ring. 

P. Este razonamiento parte, en principio, de aceptar que existen modelos eróticos inherentemente masculinos o inherentemente femeninos. Formas de entender y vivir el sexo que pertenecen a los hombres o a las mujeres por su naturaleza. ¿Entiende esto así? 

R. No, no pienso eso en ningún momento. En el libro lo advierto, porque puede parecer que existe una identidad masculina y otra femenina. Pero no creo que esto sea así, eso es una invención. No hay nada que nos marque hacia una erotización X o Y. No, no existe. Pero sí hay formas de socialización distintas, absolutamente diferentes para chicos y chicas. Todavía hoy, a pesar de casi un siglo de lucha feminista, hay formas distintas de socializar. 

Por eso el modelo Tinder daña más a las mujeres, que se tienen que adaptar. Tienen que salir de los esquemas de la marcas que ese modelo de socialización ha hecho en su cuerpo y en ellas para adaptarse a otro modelo, que es el del hombre. Lo que yo propongo en el libro es un modelo andrógino, es decir, donde busquemos juntos una forma nueva de relación que no excluya lo afectivo, que sea libre en lo sexual y que no sea tan genital, porque no somos desechables. 

La igualdad no es ser igual que los hombres; eso es la homogeneización. La igualdad de derechos es respetar nuestras posibles diferencias. Que las diferencias no se conviertan en desigualdades, en un sufrimiento distinto para un hombre que para una mujer. Pero no podemos pensar en que estamos esencialmente condicionados por la naturaleza reproductiva o anatómica. Eso es diferente. 

«Tengo muchas pacientes que me confiesan que intentan no sentir nada, pero que fantasean con que ese chico se va a quedar» 

P. Hay quien calificaría esta crítica al ‘modelo Tinder’, a la escisión de sexo y amor, como una postura conservadora. Durante siglos, el compromiso, el afecto y la trascendencia de las relaciones sexuales han servido como excusas para capar la sexualidad de las mujeres. 

R. El discurso sobre la sexualidad se hace desde el poder y condiciona los cuerpos. Lo dijo Foucault. Efectivamente, antes de la revolución feminista la sexualidad era el yugo que sometía a las mujeres, al cuerpo de la mujer. 

Pero a mí no me parece que no tengamos que interrogar la revolución sexual por ello. Yo me inscribo dentro del feminismo, pero de un feminismo que respete las diferencias de socialización de las mujeres. 

Además de que a mí no me parece bien separar rotundamente la sexualidad de la afectividad, ni para los hombres ni para las mujeres. A mí me parece genial, dicho mal y pronto, un polvo suelto (ríe). Pero no separarlas radicalmente como en la propuesta neoliberal, es decir, el consumo de los cuerpos como si fueran el producto de un catálogo. 

Eso es un sistema de dominación para las mujeres más que para los hombres. No me asusta que puedan decir que esto es una propuesta conservadora. Tampoco creo que Judith Duportail, ni Tamara Tenenbaum, ni Eva Illouz lo sean. 

Creo que es una propuesta profundamente feminista, en el sentido de que el respeto por el otro en su integridad ha sido siempre un principio del feminismo. Por eso no queríamos la dominación de nuestro cuerpo, pero no para que nosotras también controlemos otros cuerpos, sino para que haya respeto y un tratamiento del otro como un sujeto y no como un objeto. A mí me parece revolucionario. 

Yo creo que es la revolución pendiente. La de recuperar los afectos, recuperar la cercanía para hombres y mujeres, traerla al centro de la organización de la sociedad. Porque lo que ha hecho el neoliberalismo es quitar los afectos para explotarnos en todos los sentidos: como cuerpos, por ejemplo, en los vientres de alquiler, en la prostitución y en el modelo de sexualidad.

P. Si estos modelos de sexualidad no son esencialmente masculinos o femeninos, ¿qué consecuencias hay para los hombres? ¿También les dañan? 

R. Hay bastantes consecuencias para ellos. Por una parte, hay un incremento exponencial de la impotencia. El modelo pornográfico, que cada vez se consume más, y el ‘modelo Tinder’ de uso del otro exigen a los chicos un rendimiento sexual y un cuerpo que no tienen. 

Asistimos a muchísimos hombres que tienen gatillazos o disfunción eréctil, porque están sobreexigidos. 

Creen que las mujeres van a esperar de ellos hazañas, acrobacias eróticas a las que no van a poder responder. Por otra parte, la adicción a Tinder produce una frialdad afectiva. 

Algunos pacientes me decían: «Soy como una piedra, no siento nada, ya no sé diferenciar la persona que tengo delante porque todas son sustituibles. Aunque lo pase muy bien con una chica, puede haber otra que me guste más». Esta racionalización de los afectos ocurre de forma parecida a cuando compras un electrodoméstico: siempre temes equivocarte. 

Las personas tienen obsolescencia programada, y si hay otro que me puedo encontrar, mejor. Y eso produce una represión de los afectos y, a la larga, una experiencia de sí mismo como una persona extremadamente fría. Pero cuando llegan a una edad, cuando llevan ya tiempo en la aplicación, empiezan a ver que hay algo que no va bien. 

«¿Qué hago? ¿Sigo aquí, consumiendo chicas? ¿Es que no me voy a enamorar, no voy a sentir nada?» Se dan cuenta de que no las van a sentir porque han hecho un adiestramiento para que esas emociones no surjan. Y es para protegerse de los propios algoritmos de la aplicación. 

P. Habla del modelo neoliberal, del consumo de cuerpos como si fueran objetos. ¿Sería Tinder una traducción de la precariedad económica, laboral, en una precariedad afectiva?

R. Este es uno de los aspectos más traumáticos del sistema. Lo que lo que ha hecho este modelo de producción es secuestrar el futuro de los jóvenes. Digamos que, por lo menos desde la Ilustración, hemos pensado que la vida humana necesita vínculos, trabajo, familia… 

En fin, todo un reconocimiento social que está absolutamente negado y borrado en la estructura de muchos jóvenes. En este aspecto, no pueden programar un futuro, que era lo que antiguamente se llamaba trascendencia. No contar con un proyecto trascendente nos hace seres profundamente inmanentes, presentes, tal y como se suele caracterizar a los jóvenes. 

Y claro, este presentismo es muy sincrónico con Tinder. ¿Cómo va un joven a buscar, a proyectar en un futuro una relación donde pueda tener una casa, una pareja, una vida compartida, si no tiene medios económicos para hacerlo? Este sistema produce los individuos que necesita para su supervivencia. Con estos mimbres, se fabrica esta falta de subjetividad necesaria para sobrevivir al sistema. 

Jóvenes que tienen que pensar forzosamente en el presente, porque pensar en un futuro les crea impotencia. Porque sus contratos son precarios, porque no ganan dinero suficiente para la autonomía, para independizarse de los padres ni para formar una pareja. 

Necesitan lazos frágiles, porque están deslocalizados: un día aquí, otro día allá. No porque sus encuentros con Tinder les producen muchos, muchos encuentros, por ejemplo. Hacen una racionalización de sus afectos, controlan lo afectivo para no resultar heridos.

Imagen de portada: Gentileza de Nik/Unsplash

FUENTE RESPONSABLE. El Confidencial. Por Ana Ramirez. Abril 2022

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