Científicos explican la reacción en cadena que nos mandará a la Edad Media si no la prevenimos.

EL EVENTO MIYAKE

Los científicos entrevistados para el documental Control Z: La Gran Tormenta, explican sus efectos y la cadena de desastres producto de la caída de la red eléctrica.

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Que la actividad solar extrema es un peligro para la civilización humana no es algo nuevo. Muchos artículos han hablado sobre el tema, demoledores informes de instituciones como la Academia Nacional de las Ciencias de los EEUU y el Pentágono, así como estudios científicos y hasta películas y series de televisión de serie B que han especulado sobre las consecuencias de un evento Carrington, la tormenta solar que impactó la Tierra en 1859 destruyendo redes telegráficas de todo el planeta.

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El fenómeno natural que nos devolverá a la Edad Media

Sin embargo, el primer episodio del documental de nuestra nueva serie Control Z — La Gran Tormenta, sobre estas líneas — va más allá y une todos los hilos para formar un tapiz de las consecuencias interconectadas en una imagen general sin precendentes. Sobrecogedora y desoladora, pero con un mensaje optimista: la ciencia dice que, si actuamos, podremos evitar los gravísimos efectos de un fenómeno que es inevitable.

Crónica de una tormenta anunciada

Los efectos de los eventos solares extremos están documentados. La Dra. Holly Gilbert —que fue directora de la división de ciencia heliofísica del centro de investigación NASA Goddard y ahora encabeza el High Altitude Observatory del Centro Nacional de Investigación Atmosférica de los Estados Unidos— nos explicó que hay tres niveles de impacto. El primero es la erupción de una radiación de alta energía —rayos X y de ultravioleta extremo— que puede afectar a nuestra ionosfera en ocho minutos porque viaja a la velocidad de la luz. Las partículas también causan corrientes porque son partículas cargadas y, finalmente, las eyecciones de masa coronal, con decenas de miles de millones de toneladas de plasma y el campo magnético del Sol.

Los seres humanos vivimos en la ignorancia del grave peligro que el Sol, nuestra fuente de vida, representa para la civilización humana en cualquier momento. (Control Z).

Según nos contó por videoconferencia la Dra. Sangeetha Abdu Jyothi, profesora adjunta de Computación en la Universidad de California, Irvine, que estudió el efecto devastador que un evento como el Carrington tendría en la red de cables de internet submarinos, destruyendo sus centros repetidores por la falta de protección e inutilizando las conexiones de internet globales —esta combinación de efectos no solo derribaría la red internet, sino que nos devolvería al medioevo—. De hecho, “ni siquiera la Edad Media, diría que incluso antes”, remacha Abdu Jyothi.

Un bucle solar levantándose cientos de miles de kilómetros sobre el Sol.

Hoy, todas las infraestructuras críticas de la sociedad, desde la sanidad y la banca a la distribución de agua potable o la logística… la lista es interminable. Cualquier industria en la que puedas pensar, afirma, depende de la electricidad y la red internet. “Si no tenemos eso, básicamente volveremos a la Edad de Piedra. Especialmente con el tipo de densidad de población que tenemos en las grandes ciudades. Ni siquiera puedo imaginar lo que pasaría si ocurriera un evento a gran escala”. John Kappenman, un ingeniero estadounidense con décadas de experiencia en la industria eléctrica norteamericana, sí lo imagina. Lleva toda la vida estudiando estos fenómenos y su impacto en las redes de alta y media tensión: “Sí, claramente habría desastres de salud pública, desastres de servicios públicos, desastres en la cadena de distribución de alimentos, desastres de la industria farmaceútica, inutilización de los hospitales, de los sistemas de pago… Todo caerá una vez que sufres un impacto en la más importante de todas la infraestructura, la red eléctrica”, nos dice en entrevista telefónica.

La onda de choque de una eyección coronal masiva del Sol deformando el campo magnético terrestre.

En la actualidad, los científicos piensan que cada pocos cientos de años vamos a tener un evento de nivel Carrington —el último fue en julio de 2012, pero afortunadamente ocurrió hacia el lado opuesto a la Tierra—. «Pero cada mil años vamos a tener un evento que es 10 o 20 veces más fuerte que el evento Carrington. No es una cuestión de si lo vamos a sufrir o no. Es solo una cuestión de cuándo va a pasar», afirma Gilbert.

El evento Miyake será aún peor

Si el impacto global de un evento Carrington sería devastador de por sí, existe otro tipo de tormenta aún más poderosa: los eventos Miyake. El Dr. Ethan Siegel —astrofísico teórico, investigador y divulgador, autor del famoso podcast Starts with a Bang— ha seguido de cerca la situación de la red eléctrica mundial y el peligro que el tiempo solar extremo representa para la supervivencia de la civilización. Según Siegel, el evento de 1859 no es nada comparado con un evento Miyake.

La energía desatada al romperse la cola crearía una corriente eléctrica que reventaría la mayoría de los transformadores de todo el planeta.

“Sabemos que el Sol [crea eventos Carrington] con regularidad”, nos cuenta Siegel por videoconferencia, “pero recientemente nos hemos enterado de que este tipo de eventos no son los más fuertes que se hayan producido”. Hace más de un milenio, cuenta, en el año 774 o 775, hubo un gran aumento en el carbono 14 en la atmósfera de la Tierra que se codificó en anillos de árboles en todo el mundo. “Después de una década de investigar las causas del pico, hemos llegado a la conclusión científica de que el Sol tenía la culpa”, afirma, “y fue un evento más de 10 veces más poderoso que el evento Carrington. De hecho, puede que ni siquiera sea el evento más fuerte que jamás haya ocurrido. Porque si vamos y miramos en núcleos de hielo de hace 9.200 años, hubo una tormenta aún más poderosa que el evento de 774 a 775, que fue un evento Miyake”. 

Durante una tormenta solar, la erupción acelera los protones presentes en el viento solar de la heliosfera —el área de influencia del Sol, donde se encuentran la Tierra y el resto de planetas— a la velocidad de la luz. Estos protones se convierten así en partículas de alta energía que también son un peligro para los seres humanos y la civilización.

El campo electromagnético también inutilizaría todos los sistemas de alerta sobre el horizonte, según el Pentágono, inutilizando los sistemas de defensa temprana y mermando la capacidad militar de todo el mundo.

El Dr. Raimund Muscheler —profesor de Ciencias del Cuaternario y especialista en paleoclima de la Universidad de Lund— fue el descubridor de los núcleos de hielo a los que hace referencia Siegel. En una entrevista por videoconferencia, nos cuenta que estos protones son tan peligrosos para la infraestructura electrónica como el plasma solar lo es para la infraestructura eléctrica: “Representan un riesgo directo de radiación. La electrónica de los satélites puede destruirse cuando hay una alta radiación, pero también afectaría a cualquier persona en el espacio. Si vuelas en un avión cerca de áreas polares donde el campo germánico no nos protege de estas partículas de alta energía, allí también puedes estar expuesto a una alta exposición a la radiación”. Abdu Jyothi dice que estos protones afectarían también gravemente a todos los dispositivos electrónicos en la Tierra, causando daños irreparables en ficheros de datos y causando errores en chips cuando el incremento de partículas de alta energía llegara a la superficie terrestre. “Con un evento Carrington, nuestros teléfonos móviles, torres de telefonía móvil, servidores de portátiles y centros de datos, estarían en su mayoría seguros siempre y cuando tengan protección contra el voltaje transitorio del suministro eléctrico”, dice, “pero con un evento [como el Miyake] que es dos órdenes de magnitud más fuerte, si tenemos partículas cargadas que golpean la superficie de la Tierra, entonces esto podría corromper nuestro almacenamiento de datos”.

Cientos de miles de personas morirían en apenas unas horas ante la falta de electricidad después de agotar el combustible de los generadores de emergencia.

Abdu Jyothi dice que los datos que se almacenan en nuestros centros de datos —como tu información bancaria, registros de salud, casi todos los datos que tenemos hoy en día— podrían corromperse. “Hoy ya sabemos que hay pequeñas cantidades de partículas de carga que logran llegar a la superficie de la Tierra, penetrando a través de nuestra atmósfera y causando corrupción en los datos almacenados en los centros de datos”, asegura. “En tiempos normales, es una tasa de corrupción muy pequeña. Pero con un evento a gran escala, podría ser mucho más alta. Podríamos perder todos los datos en todo el mundo y eso podría ser un evento devastador”.

Una escala imposible de comprender

Pero la pérdida de datos no tendría importancia con lo que vendría inmediatamente después. El informe de la Academia Nacional de las Ciencias de los EEUU también es claro. “Debido a la interconexión de las infraestructuras críticas en la sociedad moderna, el impacto puede ir más allá de la interrupción de los sistemas técnicos existentes y conducir a interrupciones socioeconómicas colaterales a corto y a largo plazo”, afirma su Comité de Estudios, de la División de Ingeniería y Ciencias Físicas.

Todas las industrias dependen de la electricidad, desde la logística hasta la distribución de agua potable.

“Los efectos colaterales de una interrupción a largo plazo probablemente incluirían, por ejemplo, la interrupción de los sistemas de transporte, comunicación, banca y financiero y los servicios gubernamentales; la interrupción de la distribución de agua potable debido a la parada de las bombas, y la pérdida de alimentos y medicamentos perecederos debido a la falta de refrigeración. La pérdida resultante de servicios durante un periodo de tiempo significativo incluso en una región del país puede afectar a toda la nación y también tener impactos internacionales”. Solo en la Costa Este de los Estados Unidos, el estudio fija una estimación de uno a dos billones de dólares anuales en coste social y económico, con tiempos de recuperación de cuatro a 10 años. A nivel global, la extrapolación de cifras llegaría al rango de trillones.

La recuperación es una misión imposible

A nivel planetario, que es como se espera que suceda, todo esto sería muchísimo más grave. A nivel humano, el índice de mortalidad se dispararía globalmente por la falta de hospitales modernos y el colapso de la industria farmacéutica. En los primeros días, todas las personas cuya supervivencia dependiera de respiración asistida o cualquier otro sistema eléctrico morirían sin remedio. Solo durante los primeros meses, cientos de millones de urbanitas morirían por infecciones y hambrunas regionales debido a la falta de distribución de medicinas, alimentos y agua potable causada por el colapso en cascada de absolutamente todo gracias a la destrucción de la red eléctrica.

Pasarán décadas antes de poder llegar a fabricar y reemplazar todos los transformadores dañados en todo el globo. El tiempo de fabricación y entrega de uno de alta tensión en tiempos normales es de dos años.

La recuperación a escala global tardaría mucho más de una década, cuenta Kappenman. Sustituir todos los transformadores —de alta, media y baja tensión— afectados sería misión imposible. “Sabemos que estos grandes eventos van a ser eventos planetarios. No van a estar aislados en una parte del este de EEUU”, afirma. Muchos de los lugares de fabricación de transformadores también están dispersos por todo el mundo, asegura, y eso incluye China, una de las grandes productoras a nivel global. “Me preocuparía la situación geopolítica. En un escenario en el que se han producido muchos daños en todo el mundo, ¿permitirían los gobiernos que los grandes transformadores se exporten fuera de ese país mientras todavía están tratando de recuperarse de los daños?”. La respuesta es obvia.

El campo estaría relativamente a salvo en las primeras semanas, pero la migración masiva de ciudadanos huyendo de las urbes será un enorme problema.

Para hacerse una idea de lo grave que es esto, hay que comprender lo que se tarda en fabricar un transformador de alta tensión hoy en día, cuando no hay ningún problema en el mundo ni un apocalipsis industrial y social provocado por la falta total de electricidad: dos años desde el momento del pedido a la entrega. “El desafío del suministro global es preocupante”, afirma Kappenman, “el tipo correcto de cobre para los núcleos magnéticos de un transformador no se produce en todos los países. Tiene que adquirirse con años de antelación para mantener el suministro”. Y sin la red eléctrica en funcionamiento, “la capacidad de fabricar, enviar y suministrar todos estos componentes puede no ser factible”. Los tiempos de recuperación serían mucho más largos, “si es que podemos recuperarnos de este escenario”.

Un par de años después de la erupción, muchas estructuras estatales habrían desaparecido por el colapso de los recursos, los grandes desastres en todas las industrias y la fragmentación inevitable de la sociedad.

La solución es cuestión de planificación y poco dinero

Siegel afirma que la solución es sencillamente cuestión de dinero. Ahora mismo, estamos a merced de nuestra propia estrella, pero la industria ignora este peligro por un sencillo motivo: el coste. En vez de invertir en la protección de sus redes ante un evento que pasará tarde o temprano, lo ignoran y trabajan para que los legisladores lo ignoren. “En Estados Unidos, es prácticamente ilegal que una corporación priorice cualquier cosa que no sean los beneficios para los accionistas del próximo trimestre”, afirma. “Hay muchas cosas que deberíamos hacer de manera diferente. La elección ética es obvia, la elección del beneficios a largo plazo es obvia, pero las personas con el dinero y el poder en EEUU, el país más rico de la tierra, están legalmente obligadas a no priorizar esas cosas”. Siegel se refiere a los estatutos que atan a los directivos al beneficio de sus empresas.

Se necesita una nueva organización de la red eléctrica que la haga más resistente, con generación más local y sistemas redundantes.

Kappenman apunta que el regulador federal de la energía de los Estados Unidos ha comenzado a definir los estándares para evitar que un evento Carrington tenga estos efectos devastadores. Pero las compañías eléctricas se resisten. “Ha habido una gran discusión sobre lo grave que puede ser este evento, pero las compañías eléctricas proponen medidas que son demasiado débiles para evitar esta catástrofe”, afirma. El problema, asegura, es que ninguna empresa quiere gastar dinero en medidas de prevención. Esto es algo que ya se ha podido comprobar durante varios desastres naturales en que las redes eléctricas norteamericanas se han demostrado extremadamente frágiles en estados como Texas o California. Lo malo es que su visión no solo se aplica a Estados Unidos. Todas las compañías eléctricas del mundo siguen en la misma línea, algo que no sorprende, dadas sus tácticas y acciones ilegales y fraudulentas. Lo bueno es que hay soluciones técnicas: tres acciones que podrían prevenir que la humanidad cayera a los infiernos de la era preindustrial y la pérdida de millones de vidas.

Un plan de tres puntos

Siegel afirma que una de ellas es organizar la infraestructura eléctrica para que sea más resiliente, creando redes locales y regionales que puedan actuar de forma independiente cuando sea necesario, con fuentes energéticas más pequeñas y sistemas de almacenamiento debidamente protegidos. Kappenman afirma que la protección de los transformadores es fundamental, pero que la solución técnica es sencilla: “Se pueden utilizar condensadores en serie o neutros. Los últimos son, con mucho, la solución más barata”. Estos dispositivos son de voltaje relativamente bajo, “una especie de aislamiento nominal de 100 KV, lo que es relativamente modesto en términos de las clasificaciones de aislamiento que se necesitan”. Estos son dispositivos que fueron inventados y probados a principios de la década de los noventa. Kappenman trabajó en estos condensadores, que no están patentados: son diseños abiertos de libre uso, así que nadie los controla. “Basándonos en algunos de los proveedores que han entrado en el mercado en los últimos años”, afirma, “implementarlos costaría alrededor de 1.000 millones de dólares en todos los EEUU”. El coste, dice, sería similar en Europa o en otros lugares del mundo. De nuevo, solo el coste en la Costa Este americana sería de uno a dos billones de dólares anuales durante un periodo de hasta una década.

Necesitamos muchas más sondas de monitorización para poder desarrollar un sistema de alerta temprana, algo que podría tomarnos dos décadas.

Por último, Gilbert afirma que la tercera pata de defensa contra estos eventos sería un sistema de alerta temprana efectivo, con modelos de inteligencia artificial que puedan predecir cada paso del Sol con bastante antelación. “Viendo lo bien y cuánto han progresado los modelos solo en los últimos 10 años, creo, y esto es pura especulación, realmente creo que en 20 años vamos a ser muy buenos prediciendo”, asegura. “Puede ser un poco demasiado optimista, pero creo que estamos dando grandes pasos para conocer la hora de llegada de algunas de estas eyecciones coronales masivas”. Pero, para ello, dice, necesitamos más datos y cubrir el Sol desde todos los ángulos posibles con múltiples satélites, muchos más de los que tenemos ahora. Y con redundancia. “No tenemos una visión completa del Sol en este momento porque es muy caro enviar tantos satélites al espacio”.

La única manera de prevenir esta catástrofe inevitable es que el mundo acuerde tomar las medidas adecuadas.

Al final, como concluye Siegel, está claro que la solución está en todos nosotros: en la presión que podamos hacer sobre los políticos, exigiendo la protección de una infraestructura que ya no es solo un bien público sino una fuerza imprescindible para soportar el tejido social y económico que nos permite sobrevivir. El coste de todo esto es ridículo comparado con los efectos que podréis ver en el documental. “Podemos unificarnos como planeta para crear la legislación adecuada, hacer cumplirla y hacer que todas estas ciudades de todo el mundo estén seguras y puedan resistir estos eventos”, afirma Siegel. “Entonces, tal vez, no tendremos un desastre de varios trillones de dólares cuando ocurra lo inevitable. Esto depende de todos nosotros”.

Imagen de portada: Imagen del choque del plasma del sol contra el campo magnético terrestre. (NASA)

FUENTE RESPONSABLE: El Confidencial. Por Jesús Díaz. 17 de noviembre 2022.

Sociedad Global/Eléctricas/Espacio/Energía/Logística/Médicos/

Economía/Crisis extendida.

Científicos de la NASA concluyen que es muy posible que nos extingamos.

Investigadores de la NASA explican que el ‘gran filtro’, el evento de extinción que puede acabar con las civilización, es casi inevitable para la humanidad y todos los seres sintientes.

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La teoría del ‘Gran Filtro’ dice que la razón por la que no hemos tenido contacto con otras civilizaciones es porque todas se extinguieron antes de tener la oportunidad de entrar en contacto con nosotros. Ahora un grupo de investigadores de la NASA ha revisitado esa teoría y ha estudiado cuáles son esas causas de extinción y qué puede hacer nuestra civilización para evitarlas.

El famoso físico italiano, y uno de los pioneros de la energía nuclear, Federico Fermi, se hizo en 1950 una pregunta a propósito de la existencia de otras civilizaciones extraterrestres que todavía resuena más de siete décadas después: “¿Dónde está todo el mundo?”. Si es cierto que hay unos miles de billones de estrellas en el Universo y trillones de planetas que pueden albergar vida, es raro que no haya habido una civilización extraterrestre capaz de progresar tanto como para pasarse a saludar por la Tierra.

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Control Z: seis futuros desastrosos que todavía podemos deshacer | Trailer

Aunque los astrónomos han planteado varias respuestas a esa pregunta, una de las más populares sigue siendo la teoría del ‘Gran Filtro’, propuesta originalmente en 1996 por Robin Hanson, economista de la Universidad George Mason. Ahora, un grupo de investigadores del ‘Jet Propulsion Laboratory’ (JPL) de la NASA, en California, EEUU, ha publicado un artículo en el que indagan no solo en las causas de esos eventos de extinción, sino también en qué podemos hacer nosotros para que no nos pase lo mismo. «La clave para que la humanidad atraviese con éxito ese filtro universal es… identificar esos atributos en nosotros mismos y neutralizarlos de antemano», escriben en su artículo.

Afortunadamente, no todos los astrofísicos están de acuerdo con esta teoría. «Parece excesivamente determinista, como si el ‘Gran Filtro’ fuera una ley física o una fuerza única que se enfrenta a toda civilización tecnológica en ascenso», explica Wade Roush, profesor de ciencias y autor de Extraterrestres, a The Daily Beast. «No tenemos pruebas directas de tal fuerza».

Cuáles son esos filtros

Para descubrir esos potenciales ‘grandes filtros’, los investigadores han estudiado a la única civilización conocida, la nuestra. Su razonamiento es que lo que parece más probable que nos mate a nosotros también puede suponer una amenaza existencial para la vida inteligente en otros planetas.

Enrico Fermi recibió el Premio Nobel de Física de 1938 por identificar nuevos elementos y descubrir reacciones nucleares.

Enrico Fermi recibió el Premio Nobel de Física de 1938 por identificar nuevos elementos y descubrir reacciones nucleares.

Con esto en mente elaboraron una lista de las mayores amenazas que acechan a la especie humana y, como era de esperar, todos los elementos de esa lista menos uno son culpa nuestra. 

El equipo del JPL cree que la guerra nuclear, una pandemia, el cambio climático o una inteligencia artificial fuera de control son los eventos más probables que acabarán con nuestra civilización. Frente a estos hay un evento que no es de origen antrópico y que es difícil que podamos evitar: el impacto de un asteroide contra nuestro planeta. El equipo atribuye estos riesgos existenciales a lo que describe como una disfunción propia de los seres inteligentes como los humanos. «La disfunción puede convertirse rápidamente en el Gran Filtro», escriben.

Cómo los evitamos

Aunque desvíar un asteroide ‘asesino’ parezca imposible a estas alturas de nuestra civilización, parar las guerras, prevenir las pandemias o llegar a acuerdos internacionales para controlar el desarrollo de la inteligencia artificial todavía parece más difícil. De hecho, los investigadores aseguran en su publicación que «los cimientos de muchos de nuestros posibles filtros tienen sus raíces en la inmadurez».

Avi Loeb. (REUTERS)

A pesar de esto, los investigadores del JPL son optimistas. Aseguran que los cambios necesarios para evitar estos ‘filtros’ requieren que la humanidad trabaje junta. «La historia ha demostrado que la competencia intraespecífica y, sobre todo, la colaboración, nos han llevado a las cimas más altas de la invención. Y sin embargo, prolongamos nociones que parecen ser la antítesis del crecimiento sostenible a largo plazo. Racismo, genocidio, desigualdad, sabotaje… la lista se extiende». 

Nuestro Avi Loeb sostenía algo similar en una de sus últimas columnas publicadas en Novaceno: “Recientemente, el presidente ruso, Vladimir Putin, ha intensificado la retórica nuclear, afirmando que utilizará ‘todos los medios disponibles’ para defender el territorio ruso. El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, advirtió que el mundo corre el riesgo de un ‘armagedón’ nuclear. Una escalada de la guerra en Ucrania a un conflicto mundial podría suponer un riesgo existencial para la humanidad. Puede proporcionar una respuesta a la pregunta de Fermi al demostrar que especies tecnológicas como la nuestra pueden no ser lo suficientemente inteligentes como para evitar el uso de armas nucleares”.

Imagen de portada: Dos galaxias colisionando — un objeto denominado IC 1623 — una de las últimas imágenes del James Webb. (NASA).

FUENTE RESPONSABLE: El Confidencial. Por Omar Kardoudi. 15 de noviembre 2022.

Sociedad/Investigación/Espacio/Tendencias de futuro.

 

Cómo el litio cambió la historia de la psiquiatría en un rincón del mundo mientras era prohibido en el otro.

En julio de 1968, cuando el doctor Walter Brown comenzó su especialidad de psiquiatría en Yale, su primera misión fue evitar que Mr. G se reuniera con el presidente de Estados Unidos.

Mr. G era un paciente que había pasado los últimos 17 años internado en psiquiátricos, inmovilizado por una depresión suicida o con una euforia que lo hacía pensar en un encuentro con el mandatario del país.

«Varias veces a la semana, Mr. G se dirigía apresurado hacia la puerta. Tres enfermeras y yo teníamos que arrastrarlo a un cuarto de reclusión donde, mientras yo luchaba con él, una de ellas le daba un sedante», escribió Brown en su libro «Lithium: A Doctor, a Drug, and a Breakthrough» (Litio: un médico, una droga, un gran avance).

El paciente padecía de psicosis maníaco depresiva o trastorno bipolar.

Su pronóstico no era para nada auspicioso, pero dos años después Brown volvió a encontrarse con Mr. G, y halló a un hombre que vivía por su cuenta, fuera de hospitales, y trabajaba en un supermercado.

Aún recordaba, entre asombro y vergüenza, su deseo de entrevistarse con el presidente.

Un nuevo medicamento había estabilizado sus cambios de ánimo: el litio.

Allí nació el interés del psiquiatra por este metal alcalino y, sobre todo, por el hombre que lo transformó en la primera droga psiquiátrica: John Cade.

Del Big Bang a la fiebre del litio

En el siglo XXI se habla del litio como «el oro del futuro» debido a su utilización en baterías de productos electrónicos y de la industria automotriz.

La búsqueda de fuentes alternativas de energía para reemplazar a los combustibles fósiles ha disparado una carrera por el litio que se encuentra en abundancia en los salares de Bolivia, Chile y Argentina.

Pero el más ligero de todos los metales nos acompaña desde tiempos inmemoriales. Los científicos creen que junto al hidrógeno y al helio son los únicos tres elementos creados con el Big Bang (ambos ocupan los tres primeros lugares de la tabla periódica que todos estudiamos en nuestras clases de Química).

Como describe James Russell en su libro sobre esta tabla, existen registros del uso terapéutico del litio que se remontan al siglo II de nuestra era, cuando el sanador Soranus de Efeso recomendaba baños en cascadas de aguas alcalinas para los que sufrían «de manía y de melancolía».

A mediados del siglo XX el litio volvería a ser clave para tratar esos dos estados, el de estar «muy arriba» y el de estar «muy abajo».

Dados con emoticones

FUENTE DE LA IMAGEN- GETTY IMAGES. La bipolaridad puede llevar a cambios de ánimo que terminan desgastando la salud mental del paciente.

Para Brown, dos aspectos son fundamentales en esta historia: las características de la psiquiatría hasta la conversión del litio en fármaco y el contexto en el que se produjo el descubrimiento de John Cade en 1949.

«Hasta ese momento, no había drogas utilizadas para la salud mental, la gente usaba opioides, a veces les daban estimulantes o sedativos. El litio fue la primera vez que se trataron de forma efectiva los síntomas de una enfermedad psiquiátrica», le dice Brown a BBC Mundo.

Los tratamientos para la depresión maníaca y otras condiciones de la salud mental incluían encierros en hospitales psiquiátricos, donde se podía desde inducir el coma a partir de dosis de insulina hasta sedar al paciente para terapias de sueño profundo; también se aplicaban convulsiones eléctricas y -en los años 40 e inicios de los 50- fue muy utilizada la lobotomía.

Cade, por su parte, era un joven y desconocido psiquiatra, veterano de la Segunda Guerra Mundial, que trabajaba en un hospital de Melbourne, Australia, sin entrenamiento formal, sin becas y sin colaboradores.

Su laboratorio estaba en la cocina del hospital. Hay quienes dicen que su descubrimiento se debió a la suerte, pero Brown no coincide del todo con esta apreciación.

«En parte del proceso, fue afortunado; él comenzó a suministrar sal de litio a cobayos y notó que esto los relajaba. Pero le tenemos que dar crédito porque él observó esto y pensó que podía funcionar en personas, en pacientes maníacos. Hacer este salto, para mí, es muy intuitivo y refleja sus habilidades como observador sin prejuicios», dice Brown.

Eduard Vieta, jefe de Servicios de Psiquiatría y Psicología en el Hospital Universitario de Barcelona, le dice a BBC Mundo que, aunque ahora nos parezca lógico, la idea revolucionaria de Cade fue que podía tratar la enfermedad mental con fármacos, algo no tan obvio 70 años atrás.

«Él tenía una hipótesis, que finalmente se demostró falsa, y era que el ácido úrico jugaba un papel clave. Como los ácidos no son estables como fármacos, los tienes que constituir en forma de sal para poderlos consumir. Ahí entra en juego el litio. Cuando dio urato de litio a los cobayos vio que estos se tranquilizaban. Pero básicamente lo que hizo fue intoxicar a las cobayos», explica Vieta.

Cuando Cade les dio urato de litio a los pacientes comprobó una mejora que atribuyó al ácido úrico, no al litio.

«Pero luego, cuando probó con otras sales, no obtuvo el mismo resultado, y fue inteligente y dedujo que había sido el litio el que había mejorado a sus pacientes», añade Vieta.

Litio en sangre

«Yo comencé pensando que iba a escribir una biografía de Cade, pero a medida que investigaba supe, por ejemplo, que el mismo Cade había puesto en pausa su trabajo debido a que sus pacientes se enfermaban. Y otra gente tomó la posta. Entonces decidí hacer la historia de un descubrimiento científico, de gente que aprendió de otra gente», le dice a BBC Mundo Walter Brown.

A pesar de que los 10 pacientes iniciales del psiquiatra australiano mostraron mejorías en su salud mental, muy pronto algunos de esos pacientes sufrieron severas intoxicaciones y el mismo Cade consideró que el litio era peligroso y no debía ser recetado.

Prueba de sangre

FUENTE DE LA IMAGEN – GETTY IMAGES. Los pacientes bipolares tratados con litio deben hacerse exámenes de sangre regulares.

Pero entonces, otros médicos en Australia, como Edward Trautner, comprobaron que se podía medir la cantidad de litio en la sangre de los pacientes y así evitar la intoxicación.

Como le dijo a BBC Mundo Ricardo Corral, presidente de la Sociedad Argentina de Psiquiatría, existe una «ventana terapéutica», en donde -en el mínimo- el litio no es efectivo y -en el máximo- es tóxico: «Y además de hacer la evaluación de los efectos terapéuticos y los colaterales, el análisis de sangre nos permite saber si el paciente cumple o no cumple el tratamiento».

Para el psiquiatra Vieta, este progreso llevado a cabo por Trautner y su equipo es otro gran avance en la psiquiatría que le debemos al litio:

«El litio obliga a monitorizar los niveles plasmáticos del fármaco. Eso hace que hacer análisis de sangre a los pacientes psiquiátricos tenga sentido. Introduce, de alguna forma, más medicina en la psiquiatría».

Pero al mismo tiempo que en Australia descubrían cómo lidiar con la toxicidad del litio, en Estados Unidos esta toxicidad iba a llevar al gobierno a retirarlo de todas las farmacias, las tiendas y hasta de una conocida marca de gaseosa.

Temor a la intoxicación

Así como hoy queremos reemplazar los combustibles fósiles por baterías de litio para impulsar nuestros vehículos, hace 70 años alguien pensó que sería una buena idea usar el litio para reemplazar al sodio, otro metal alcalino que se encuentra presente en la sal marina y, por lo tanto, en el salero de todas las cocinas.

Un consumo excesivo de sodio, como nos han dicho siempre nuestros médicos, puede llevar a la hipertensión arterial, los problemas cardíacos e insuficiencias renales.

«En los últimos años de la década de los 40, la gente en EE.UU. comenzó a utilizar cloruro de litio como un substituto de la sal para aquellos que debían llevar una dieta baja en sodio. Y una gran cantidad de ellos se intoxicó, se envenenaron y algunos murieron», recuerda Brown.

La Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA por sus siglas en inglés) prohibió el litio y su uso en otras sustancias. Incluso fue retirado de la gaseosa 7 Up, de la que era ingrediente (el nombre original de la bebida era «Bib-Label Lithiated Lemon-Lime Soda»).

«La FDA envió a sus agentes a retirarlo de los anaqueles de las farmacias, pero ese temor a la toxicidad del litio permaneció en la mente de los doctores y del público en general», dice Brown a BBC Mundo.

Persona desesperada

FUENTE DE LA IMAGEN – GETTY IMAGES. Las personas que padecen el trastorno bipolar y no se tratan tienen mayores posibilidades de cometer suicidio que otras enfermedades mentales.

Esto contribuyó, según este psiquiatra, a que el litio no se prescriba para la bipolaridad en EE.UU. en la misma medida que en otros países. Pero no es el único factor:

«También, en este país, un buen número de empresas farmacéuticas vendió de forma contundente otras drogas para tratar este trastorno, con un marketing agresivo y una gran promoción. Y esto tuvo un gran efecto en el consumo de litio. Por eso se estima que en EE.UU. sólo el 10% de los pacientes que podrían beneficiarse del uso del litio realmente lo utilizan, mientras que en otros países, como por ejemplo en Europa, su uso es del 50%», dice Brown. Eduard Vieta coincide con esta explicación y agrega nuevas causas a esta desconfianza.

«El litio es un medicamento huérfano desde la perspectiva del marketing y del negocio. Y hay otro factor que es la litigación. Hablamos de un fármaco antiguo, con poco glamour, pero como todavía requiere un cierto cuidado, entonces -si un paciente se te intoxica accidentalmente- te puede demandar».

Niño toma una 7 Up en 1953

FUENTE DE LA IMAGEN – GETTY IMAGES. A inicios de la década del 50 el litio dejó de ser utilizado como ingrediente de la gaseosa 7 Up.

Sin embargo, como explica el psiquiatra Ricardo Corral, el litio sirve no solamente para estabilizar al paciente sino para evitar uno de los mayores peligros para aquellos que padecen el trastorno bipolar.

«Además de mejorar el estado de ánimo, tanto en la manía, como en la depresión, el litio reduce el riesgo de suicidio», explica el psiquiatra argentino.

Suicidio, megalomanía y creatividad

El trastorno de bipolaridad, explica la periodista Douwe Draaisma en la revista Nature, afecta a una de cada 100 personas a nivel global y, si no se trata, se vuelve un ciclo constante de euforias y depresiones, por eso, el riego de quitarse la vida es tan alto.

«Las tasas de suicidio para pacientes sin tratamiento son entre 10 y 20 veces superiores al resto de la población», escribe Draaisma.

«Es la enfermedad a la que se asocia mayor riesgo de suicidio. Es verdad que hay mayor cantidad de suicidios por la depresión común, porque esta depresión es más frecuente, pero tener el trastorno bipolar conlleva un riesgo más alto que cualquier otra enfermedad», ratifica Vieta.

Pero incluso sin llegar a quitarse la vida en plena depresión, los pacientes de este trastorno puede sufrir grandes riesgos en los momentos en que parecen entusiastas y animados.

Como explica a BBC Mundo la psiquiatra Iria Grande, secretaria de la Sociedad Española de Psiquiatría y Salud Mental, en los episodios maníacos más agudos, el estado de euforia puede llevar a la gente a gastarse muchísimo dinero o a tener delirios megalomaníacos.

«Es decir, piensas fuera de la realidad y crees que tienes unos poderes que no necesariamente son reales, como tener conexiones con Dios o ser el salvador del mundo».

Como el paciente Mr. G, que pensaba que podía entrevistarse con el presidente de EE.UU.

Lápices

FUENTE DE LA IMAGEN – GETTY IMAGES. Aunque no se ha definido exactamente la razón, el vínculo entre la creatividad y la bipolaridad tiene varios ejemplos históricos.

Pero no todo es tan oscuro como el suicidio o el delirio. Esta enfermedad, como explica el psiquiatra Edward Vieta, ha sido vinculada a la creatividad de compositores, artistas, poetas y escritores:

«Si miramos figuras históricas, hay muchísimas, algunas muy bien documentadas y otras que son diagnósticos de sospecha. (Robert) Schumann, por ejemplo, murió en un psiquiátrico, y tuvo claramente episodios maníacos y depresivos, hasta el punto que vemos que sus composiciones se agrupan en unos años en los que él está hipomaníaco, con mucha energía, y en otras épocas no compone nada, porque está con depresión».

Grande recuerda otro caso histórico del vínculo entre creatividad y bipolaridad:

«Un caso muy claro es Virginia Wolf, quien hacía episodios depresivos muy graves y cuyas manías eran una pequeña euforia; no llegaba a tener pensamientos que no calzaban con la realidad, pero se relaciona mucho su productividad con estos episodios de hipomanía. Y en los episodios de depresión no era nada creativa».

Atardecer de litio

Brown ha descrito el descubrimiento del litio como el más relevante en la historia de la psiquiatría del siglo XX.

«Luego, en los años 50, surgieron otras drogas psiquiátricas como las usadas contra la esquizofrenia, y al final de esa década antidepresivos, pero el litio fue el primero», le dice a BBC Mundo.

Vieta prefiere hablar de tenis:

«Es como cuando coinciden un Federer, un Nadal y un Djokovic. En el caso de la psiquiatría es el litio, la clorpromazina -el primer antipsicótico- y el primer antidepresivo. El primero seguramente fue el litio, pero el que tiene un impacto brutal en la historia de la psiquiatría es la clorpromazina, que se introduce en los psiquiátricos y permite dar el alta a centenares de miles de pacientes».

Tom Wolfe

FUENTE DE LA IMAGEN – GETTY IMAGES. En 1996 el periodista Tom Wolfe consideró que el litio implicaría la superación del psicoanálisis.

Curiosamente, en 1996, el periodista estadounidense Tom Wolfe escribió su artículo «Lo siento pero su alma acaba de morir», donde exploraba la revolución de las neurociencias y los fármacos antidepresivos.

En el mismo hacía referencia a John Cade y consideraba su descubrimiento como el gran responsable del fin de psicoanálisis:

«El deceso de las teorías freudianas puede ser resumido en una sola palabra: litio», escribió el siempre controversial Wolfe.

Pero aunque el litio no terminó con el psicoanálisis, cambió la vida de miles de pacientes desde 1949, algunos desde una edad temprana, otros -como escribe el poeta estadounidense Robert Lowell- cuando mucho del daño de la enfermedad ya estaba hecho:

«Perturba pensar que he soportado y causado tantos sufrimientos porque faltaba un poco de sal en mi cerebro, y que si se hubiesen conocido antes los efectos de esa sal, si me la hubieran administrado antes, podría haber tenido una vida feliz o en todo caso una vida normal en vez de esta larga pesadilla».

Imagen de portada:GETTY IMAGES. El trastorno bipolar provoca episodios en los pacientes, en los que pueden estar muy deprimidos o muy eufóricos.

FUENTE RESPONSABLE: BBC News Mundo. Por Matías Zibell. Junio 2022

Sociedad/Salud/Salud Mental

 

 

 

 

 

 

 

 

Por qué debemos leer a Hannah Arendt ahora.

Cuando Los orígenes del totalitarismo se publicó por primera vez, el pesimismo de Arendt parecía exagerado para aquel momento de prosperidad.

Setenta años más tarde, sus preocupaciones han cobrado una inquietante vigencia.

Gran parte de lo que imaginamos que es nuevo es viejo; muchas de las enfermedades aparentemente nuevas que afligen a las sociedades modernas son cánceres que resurgen, diagnosticados y descritos hace mucho. 

Ha habido autócratas antes; han utilizado antes la violencia de masas; han violado las leyes antes. En 1950, en el prefacio que escribió a la primera edición de Los orígenes del totalitarismo, Hannah Arendt, consciente de que lo que acababa de pasar podía repetirse, describió la media década escasa que había transcurrido desde el final de la Segunda Guerra Mundial como una era de gran inquietud: “Jamás ha sido tan imprevisible nuestro futuro, jamás ha dependido tanto de las fuerzas políticas, fuerzas que parecen pura insania y en las que no puede confiarse si uno se atiene al sentido común y el propio interés.”

El nacionalismo tóxico y el racismo abierto de la Alemania nazi, que solo había sido derrotada recientemente; los ataques continuados y cínicos de la Unión Soviética a los valores liberales y a lo que llamaba “democracia burguesa”; la división del mundo en campos de guerra; el gran influjo de refugiados; el ascenso de nuevos medios de difusión capaces de extender desinformación y propaganda a una escala masiva; el surgimiento de una mayoría apática, desprovista de interés, fácilmente aplacada con trivialidades y mentiras evidentes; y sobre todo el fenómeno del totalitarismo, que ella describía como “una forma de gobierno totalmente nueva”: todas esas cosas llevaban a Arendt a creer que una era más oscura estaba a punto de empezar.

Estaba equivocada, al menos parcialmente. 

Aunque buena parte del mundo permanecería, durante el resto del siglo XX, sometida a dictaduras violentas y agresivas, en 1950 Norteamérica y Europa occidental se encontraban al comienzo de una era de crecimiento y prosperidad que las llevaría a nuevas cumbres de riqueza y poder. 

Los franceses recordarían esa era como les trente glorieuses; los italianos hablarían del boom economico, los alemanes del Wirtschaftswunder. En la misma era, la democracia liberal, un sistema político que había fracasado espectacularmente en la Europa de los años treinta, finalmente floreció.

También lo hizo la integración internacional. El Consejo de Europa, la OTAN, lo que acabaría convirtiéndose en la Unión Europea: todas estas instituciones no solo apoyaban las democracias liberales sino que las unían de forma más estrecha que nunca. 

El resultado no era en modo alguno una utopía –en los años setenta, el crecimiento se había ralentizado, el desempleo y la inflación estaban por las nubes–, sin embargo parecía, al menos a aquellos que vivían dentro de la segura burbuja de Occidente, que las fuerzas de lo que Arendt había llamado “pura insania” estaban bajo control.

Ahora vivimos en una época diferente, en la que el crecimiento a esos niveles de los años cincuenta resulta imposible de imaginar. 

La desigualdad ha aumentado exponencialmente, creando enormes divisiones entre una minúscula clase de billonarios y todos los demás. 

La integración internacional está fracasando: las menguantes tasas de natalidad, combinadas con una oleada de inmigración de Oriente Medio y África del Norte, han creado un airado ascenso de nostalgia y xenofobia.

Resulta todavía peor que algunos de los elementos que hicieron que el mundo occidental de posguerra fuera tan próspero –algunos de ellos hicieron que el pesimista análisis de Arendt errara– se desvanecen. 

La garantía de seguridad de Estados Unidos que subyace a la estabilidad de Europa y América del Norte es más incierta que nunca. 

La propia democracia estadounidense, que sirvió como modelo durante tantos años, sufre ahora un desafío desconocido en decenios, entre otros por aquellos que no aceptan los resultados de las elecciones estadounidenses. 

Al mismo tiempo, las autocracias del mundo han acumulado suficiente riqueza e influencia como para retar a las democracias liberales, tanto ideológica como económicamente. 

Los líderes de China, Rusia, Irán, Bielorrusia y Cuba trabajan a menudo juntos, se apoyan entre sí, esgrimen recursos cleptócratas –dinero, propiedad, influencia empresarial– a un nivel que Hitler o Stalin no podrían haber imaginado nunca. Rusia ha desafiado todo el orden europeo de posguerra al invadir Ucrania.

De nuevo, vivimos en un mundo que Arendt reconocería, un mundo en el que parece “como si la humanidad se hubiera dividido entre los que creen en la omnipotencia humana (que piensan que todo es posible si saben cómo organizar a las masas para ello) y aquellos para quienes la falta de poder se ha convertido en la experiencia más importante de su vida”: una descripción que podría aplicarse de manera casi perfecta a Vladímir Putin por un lado y a la Rusia de Putin por otro. 

Los orígenes del totalitarismo nos obliga a preguntarnos no solo por qué Arendt era demasiado pesimista en 1950, sino también si parte de ese pesimismo debería estar justificado ahora. Y, por centrarnos más en el asunto, nos ofrece una especie de metodología dual, dos diferentes formas de pensar sobre el fenómeno de la autocracia.

Precisamente porque Arendt temía por el futuro, gran parte de Los orígenes del totalitarismo era una excavación del pasado. 

Aunque no toda la investigación que está en el corazón del libro se sostiene frente a los estudios modernos, el principio que la conducía en su camino sigue siendo importante: para entender una tendencia social amplia, mira su historia, intenta encontrar sus orígenes, intenta comprender lo que ocurrió cuando apareció por última vez, en otro país o en otro siglo. 

Para explicar el antisemitismo nazi, Arendt se remontó no solo hasta la historia de los judíos alemanes sino también a la historia del racismo y el imperialismo europeos, y a la evolución de la idea de los “derechos del hombre”, que ahora normalmente llamamos “derechos humanos”. 

Para tener esos derechos, observaba, no solo debes vivir en un Estado que los garantice: también debes estar en condiciones de ser uno de los ciudadanos de ese Estado. Los apátridas y los que son clasificados como no ciudadanos, como no personas, no tienen garantía de nada. La única forma de ayudarlos o de garantizar su seguridad es a través de la existencia del Estado, del orden público y del imperio de la ley.

La última sección de Los orígenes del totalitarismo está dedicada sobre todo a un proyecto algo distinto: es un atento examen de los Estados totalitarios de su tiempo, tanto la Alemania nazi como la Unión Soviética, y en particular un intento de entender las fuerzas de su poder. 

Aquí su forma de pensar es igualmente útil, aunque de nuevo no porque todo lo que escribió encaje con las circunstancias actuales. 

Muchas técnicas de vigilancia y control son mucho más sutiles de lo que eran antes, con programas de reconocimiento facial y espionaje informático, no solo violencia cruda o patrullas de paramilitares por las calles. 

La mayoría de las autocracias actuales no tienen una “política exterior abiertamente dirigida a la dominación mundial”, o al menos no por ahora. La propaganda también ha cambiado. 

El liderazgo ruso moderno no siente necesidad de promover constantemente sus propios éxitos por el mundo; a menudo le basta con despreciar y socavar los logros de los demás. 

Y, sin embargo, las preguntas que se planteaba Arendt siguen siendo totalmente relevantes hoy. Le fascinaban la pasividad de tanta gente frente a la dictadura, la extendida disposición, o incluso el afán, de creer mentiras y propaganda: pensemos en la mayoría de los rusos actuales, que ignoran que hay una guerra en el país vecino y que tienen prohibido por ley llamarla así.

Las masas “lo creen todo y no creen nada, creen que todo era posible y que nada era cierto”. 

Para explicar este fenómeno, Arendt recurre a la psicología humana, especialmente la intersección entre terror y soledad. 

Al destruir las instituciones cívicas, sean clubes deportivos o pequeñas empresas, los regímenes totalitarios mantenían a la gente alejada entre sí, y les impedían compartir proyectos creativos o productivos. 

Al inundar la esfera pública de propaganda, hacían que la gente tuviera miedo de hablar entre sí. Y cuando cada persona se sentía aislada de los demás, la resistencia se volvía imposible. La política en el sentido más amplio del término también se volvía imposible: “El terror solo puede gobernar de forma absoluta a hombres que están aislados […] El aislamiento puede ser el principio del terror; sin duda es su terreno más fértil; siempre es el resultado.”

Al leer esa descripción ahora, es imposible no preguntarse si la naturaleza del trabajo moderno y la información, el paso de la “vida real” a la virtual y la dominación del debate público que ejercen los algoritmos no han generado algunos de los mismos resultados. 

En un mundo en el que todos estamos supuestamente “conectados”, la soledad y el aislamiento de nuevo ahogan el activismo, el optimismo y el deseo de participar en la vida pública. 

En un mundo en el que la “globalización” supuestamente nos ha hecho parecidos, un dictador narcisista puede lanzar una guerra no provocada contra sus vecinos. El modelo totalitario del siglo XX no ha desaparecido; puede regresar, a cualquier lugar y en cualquier momento.

Arendt no ofrece respuestas sencillas. Los orígenes del totalitarismo no contiene un conjunto de prescripciones de políticas o directrices para arreglar las cosas. Ofrece propuestas, experimentos y distintas formas de pensar sobre el atractivo de la autocracia y el encanto seductor de quienes la defienden mientras lidiamos con ella en nuestra propia época. ~

Traducción del inglés de Daniel Gascón. Publicado en The Atlantic a partir del prólogo a Los orígenes del totalitarismo (The Folio Society, 2022).

Imagen de portada: Gentileza de Letras Libres.

FUENTE RESPONSABLE: Letras Libres. Edición México. Por Anne Applebaum.es escritora. Entre sus libros están Gulag y El telón de acero, ambos en Debate. En 2017 publicó Red famine: Stalin ‘s war on Ukraine. Mayo 2022

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