La filosofía frente a la hegemonía cultural.

“Recuerda que te perjudicarás si consideras libre y tuyo lo que por naturaleza es servil y ajeno”.

Sí deseas profundizar en esta entrada lee por favor adonde se encuentre escrito en color “azul”. Muchas gracias.

El filósofo estoico Epicteto invitaba a considerar en su Manual que solo podemos ser libres si no nos vemos dominados por elementos externos. Apostaba por una libertad interior basada en la correcta interpretación de lo que nos ocurre.

Ahora bien, vivimos en un mundo en el que la manipulación y el control se despliegan a través de medios tecnológicos, objetos de consumo, propaganda masiva, narrativas disfrazadas y estímulos inmediatos. ¿Podemos ser libres si casi todo lo que sucede escapa a nuestro control y pretende dirigirnos en una determinada dirección?

La civilización del deseo

Señalaba Antonio Gramsci el papel que la hegemonía cultural tiene en la dominación por medios ideológicos o culturales. En un mundo de anuncios publicitarios, eslóganes y series de televisión se esconde muchas veces una cosmovisión de la clase dominante. Es una manera de entender el mundo y a nosotros mismos diseñada aparentemente para el beneficio de todos, cuando en realidad mantiene una estructura que beneficia a unos pocos.

Frente a esta hegemonía cultural, la filosofía se presenta como una forma de vida que busca indagar en lo que realmente merece la pena para nuestras vidas y hacernos libres frente al mundo.

Hemos construido una civilización del deseo, con diferentes formas de entretenimiento, gimnasios, restaurantes exóticos, series de televisión, alimentos sofisticados, vacaciones en la playa y experiencias de alto riesgo. Toda una estructura de mercado y capital pivota sobre el cultivo del deseo y su satisfacción, pero las estadísticas muestran cada vez con mayor énfasis una profunda sensación de frustración y soledad. ¿Hemos puesto bien los fundamentos, o acaso esta sociedad, en su afán por maximizar el placer, no terminará cansada y agotada, sin una satisfacción verdadera que llene nuestras vidas?

La estrategia del deseo

Ernst Dichter aprendió de Freud que detrás de nuestras decisiones aparentemente más banales operan motivaciones inconscientes. Igual que Freud trató de dar con los mecanismos básicos de la vida psíquica con el psicoanálisis, Dichter descubrió que mediante las terapias grupales podía llegar a descubrir a qué sentimientos asociamos ciertos productos de modo inconsciente y qué vacíos queremos llenar cuando compramos algo.

En su libro La estragegia del deseo sostenía que, si podemos conocer los resortes del deseo, seremos capaces de satisfacer nuestras necesidades vitales. Si logramos saber cómo funcionan las tendencias inconscientes y estimular a las personas para que consuman los productos que realmente desean, entonces viviríamos en una civilización de satisfacción material, crearíamos un cielo en la tierra.

Setenta años después, podemos afirmar que el programa de Dichter se ha realizado y, sin embargo, vivimos profundamente insatisfechos. Como señala Zygmunt Bauman en Vida de consumo: “la sociedad de consumo medra en tanto y en cuanto logre que la no satisfacción de sus miembros sea perpetua”.

Ahora bien, frente a las cadenas psicológicas de la manipulación a través del placer o el miedo, la filosofía aparece como herramienta crítica para la comprensión del mundo y de nosotros mismos, una auténtica terapia del deseo que comienza con una toma de realidad. ¿Quiénes somos? ¿Cuál es nuestro papel en el cosmos?

La respuesta de la filosofía

Estas preguntas son precisamente las que plantea Platón en el Fedón. Allí nos presenta a su maestro Sócrates en una actitud de tranquilidad ante la muerte. La filosofía –dirá Sócrates– es una preparación para la muerte. A eso ha dedicado su vida, y ahora puede vivir tranquilo. Pese a encontrarse en una prisión, se siente libre.

La toma de conciencia de la finitud de la vida nos sitúa ante una tarea: la de ser mejores para realizar una sociedad más justa. A través del examen racional logramos liberarnos de las cadenas que nos impone una sociedad de consumo. La filosofía es peligrosa, pero más peligrosa es todavía una sociedad sin filosofía.

Educar es lograr que las personas saquen lo mejor de sí mismos y se desarrollen en plenitud. Eso solo es posible mediante la actitud de asombro y la reflexión profunda. Leer textos clásicos, discutir, reflexionar, no es una tarea de mera erudición. El diálogo compartido con otros acerca de las grandes cuestiones de la vida humana permite encontrar respuestas a los problemas de la vida. Solo el llenarse de aquellas cosas que realmente merecen la pena (belleza, justicia, armonía) es lo que puede hacer dichosa una vida, y para eso está precisamente la filosofía.

Imagen de portada: Michael Held / unplash.

FUENTE RESPONSABLE: El Confidencial. 16 de noviembre 2022.

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La filosofía y el ‘querido lector’ de Søren Kierkegaard.

Cualquier parecido entre lo que sea la filosofía en su ideal y lo que aparece en los medios y las redes sociales actualmente es mera coincidencia.

A algunos de los que nos dedicamos en cuerpo y alma a esto nos causa perplejidad que sólo esté en el foco mediático la filosofía que vende, la que es polémica o la que quiere ser demasiado radical sin aportar nada nuevo.

Una de las preguntas decisivas a la hora de ponerse a hacer filosofía es, junto con la convicción aguda de que uno llega siempre tarde, el plantearse cómo vivir filosóficamente. La filosofía, al menos la que nace de Sócrates, es a la vez lo más necesario en la vida y, también, lo que viene siempre después de haber vivido, actuado, hablado mucho.

¿Con qué temple hacer filosofía hoy?

Martin Heidegger enfatizó la angustia como temple fundamental para poder vivir auténticamente en este mundo finito, una angustia ante la nada. Con independencia de saber si alguien ha podido vivirla, el filósofo danés Søren Kierkegaard desarrolla esa idea de manera diferente en El concepto de la angustia. Él habla más bien de ansia, porque trata un sentimiento de atracción y/o repulsión que se puede dar ante el bien y el mal, la muerte, el amor, pero no ante la nada.

El filósofo danés defiende que se puede vivir, y escribir, con temples variados. Es más, es muy difícil que haya uno principal. Para descubrir cómo entendía los estados de ánimo con los que hacer filosofía ayuda ver cómo escribió él su obra.

Si el que hace filosofía, es decir, el que escribe y habla con amigos y amigas en libertad, la entiende desde el diálogo, esa persona no puede olvidar nunca con quién habla. ¿Se debe escribir igual si hablas del amor a alguien enamorado, de la materia a un físico, de la libertad a un libertino, de la belleza a un pintor o de los números a un poeta?

Kierkegaard escribió libros de forma apasionada a un seductor empedernido, un lógico tremendo, un angustiado, una enamorada, un creyente deseoso de amar, un arrepentido o un niño. El temple con el que escribe incluye implícitamente una forma de comprender al lector.

El querido lector

Kierkegaard realizó casi toda su obra con respeto y amor a su querido lector (Min kjære Læser). Escribe dirigiéndose de manera directa a su lector, sin considerar su autoría como un nuevo sistema superior al anterior.

Por eso le dice a sus lectores que es una tontería que estén de acuerdo con él o sus ideas. Si algo es verdad, no lo es porque Kierkegaard lo diga o lo haya descubierto. Él no es creador de nada. No se puede leer su obra como quien acoge un edificio completo donde poder vivir, sino como una forma de obtener materiales para construir la casa donde uno puede existir en verdad.

Al final de su libro La repetición se dirige así a su lector:

“Mi querido lector: Perdona que te hable con tanta confianza, pero no te preocupes, que todo quedará entre nosotros. Porque a pesar de ser un personaje ficticio, no eres para mí una colectividad, una multitud indiferenciada, sino un individuo particular”.

Según el pensador danés, algunos escriben libros de filosofía de tal manera que ya sólo hacen falta lectores. Así lo dice en Prólogos, un libro en el que ofrece prefacios correspondientes a libros inexistentes.

Aborda ahí ese tipo de filosofía que elabora un sistema, es decir, que es capaz de pensar toda la diversidad de la realidad bajo un último y único principio explicativo. A los que escriben libros así les dice: “En cuanto este haya salido, las posteriores generaciones no tendrán siquiera necesidad de aprender a escribir, pues no habrá ya nada más que escribir, sino solo que leer: el Sistema”.

Evidentemente no entiende así su propia escritura, el temple o su manera de hacer filosofía. Kierkegaard sabe que, antes que un escritor, él es un lector, también de su propia obra. Nunca sus libros están del todo terminados porque exigen, suplican, que el lector los haga suyos.

Escribir es algo muy serio

Sócrates, al que él considera su modelo como filósofo, no escribió nada y consideraba que hablar era una tarea muy noble. De ahí que criticara a los sofistas que hacían negocio enseñando a hablar para parecer y tener éxito.

Si Sócrates enseñó, a aquellos que quieren aprender con él, que el hecho de hablar era algo muy serio, Kierkegaard lo hace con el hecho de escribir, entendido por él como otra manera de hablar.

Posible retrato de Kierkegaard en una cafetería, obra de Christian Olavius Zeuthen. The Museum of National History / Wikimedia Commons.

Es serio porque lo que decimos crea realidad, pone en el espacio público ideales o mentiras, condena o edifica. La escritura es una tarea ardua no porque uno esté descubriendo la verdad a los ignorantes, sino porque uno es una partera, como la madre de Sócrates, que ayuda al lector a que, mediante el diálogo con el libro, pueda ser invitado a una vida apasionada por la verdad.

Termino con otro texto de Kierkegaard, del prólogo de Discursos edificantes de 1843. En el libro podemos encontrar no sólo temática religiosa o explícitamente cristiana, que también, sino un acercamiento a los temas filosóficos por un método indirecto y provechoso.

¿Cómo comprendía, pues, Kierkegaard la relación entre sus escritos y el lector? Refiriéndose a su obra dijo esto:

“Allí estaba, como una florecilla insignificante oculta en el gran bosque, que nadie busca ni en función de su ornato, ni de su aroma, ni como alimento. Pero entonces vi también, o creí ver, que ese pájaro que yo llamo mi lector puso de súbito los ojos en ella, se lanzó en vuelo, la recogió y se la llevó. Y, habiendo visto esto, ya no vi más”.

Imagen de portada: Søren Kierkegaard (a la izquierda del todo) entrando en un salón en Copenhague. Obra de P.C. Klæstrup. Bruun Rasmussen / Wikimedia Commons

FUENTE RESPONSABLE: The Conversation. Por Jo Adetunji. 3 de julio 2022.

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La remuerte de Sócrates.

El método de Sócrates era el de cuestionar y cuestionarse, y por eso mereció morir. A ojos de los encargados de la educación de cada país, lo sigue mereciendo.

En su Historia de la filosofía occidental, Bertrand Russell dice: “El relato de un estúpido sobre las ideas de un hombre inteligente nunca es acertado, porque inconscientemente traduce lo que oye en algo accesible a su entendimiento”. Usa estas palabras para referirse al texto en el que Jenofonte argumenta que no había razones para condenar a muerte a Sócrates.

La defensa de Jenofonte es tan clara y decisiva que necesariamente es simplona; pero con ella no acaba de demostrar una injusticia, pues si el comportamiento y las ideas de Sócrates hubiesen sido tan simples, ni siquiera habría motivo para haberlo juzgado.

Jenofonte comienza su libro mostrando asombro por el funesto veredicto: “A menudo me he preguntado sorprendido con qué razones pudieron convencer a los atenienses quienes acusaron a Sócrates de merecer la muerte a los ojos de la ciudad. Porque la acusación pública formulada contra él decía lo siguiente: ‘Sócrates es culpable de no reconocer a los dioses en los que cree la ciudad, introduciendo, en cambio, nuevas divinidades. También es culpable de corromper a la juventud’”.

El comentario de Russell es correcto, pero mal dirigido, pues Jenofonte no era ningún estúpido. Como alumno de Sócrates, ciertamente no estuvo al nivel de Platón. No en filosofía. Pero a Jenofonte se le considera uno de los grandes talentos militares. Gran templanza, lucidez, elocuencia, maña y liderazgo empleó para sacar del territorio enemigo a su ejército de mercenarios griegos. Este episodio se halla entre las grandes proezas de la historia militar. Sin duda ese ejército, bajo las órdenes de Sócrates o Platón o el mismo Russell, habría terminado empalado en las riberas del Tigris.

La filosofía podía ocuparse de abstracciones metafísicas, pero también había nacido para buscar el mejor modo de vivir. Una sabiduría terrena. La gran sabiduría para la situación en que se hallaban los soldados de Jenofonte no tenía que ver con la eternidad del alma o si en los cielos existía un círculo perfecto, sino con darse cuenta de que “la disciplina supone la salvación, mientras que la indisciplina ha perdido ya a muchos” o que “en la guerra, quienes buscan por todos los medios conservar la vida, ésos por lo general mueren” o con sapiencia tan elemental como: “No hay quien se atreva a hablar a los griegos de concertar treguas sin haber suministrado antes el almuerzo”.

En su Hipólito, Eurípides hace esta crítica a los filósofos por boca de Teseo: “¡Oh hombres que poseen muchos conocimientos en vano! ¿Por qué enseñan innumerables ciencias y de todo hallan salida y todo lo descubren y, en cambio, una sola cosa no saben y no la han cazado aún: enseñar la sensatez a los que no la poseen?”.

Aquí hay que hacerle poco caso a Teseo, que muestra pocas luces. Tampoco su hijo se acerca al buen juicio cuando le responde: “Muy hábil debe ser aquel capaz de obligar a ser sensatos a los que no lo son”.

Al menos socráticamente, la filosofía no es disciplina para enseñarse sino para aprenderse. El método socrático era el de cuestionar y cuestionarse. Era la vida examinada. Era conócete a ti mismo. Era la libertad dentro de la ley, pero cuestionando las leyes y a los gobernantes. Era la autodeterminación. No son recetas que se enseñen; son frutos que se cosechan.

Por eso Sócrates mereció morir. Maldito prevaricador. Y lo sigue mereciendo. Por fortuna los encargados de la educación de cada país nos protegen y le siguen administrando al filósofo griego su letal dosis de cicuta para desterrarlo de las escuelas y asegurarse de que nunca más vuelva a corromper a la juventud.

Imagen de portada: Gentileza de Entre Letras.

FUENTE RESPONSABLE: Letras Libres. Por David Fontana.Monterrey, 1961) es escritor. Fue ganador del Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores 2017 por su novela Olegaroy. Diciembre 2021.

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