Resulta que el libro más misterioso de la historia humana tiene un museo en el sitio más inesperado: Burgos.

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Fabricado entre 1404 y 1438 en Centroeuropa, el manuscrito Voynich («el libro que nadie ha podido leer») tiene una de las historias más apasionantes del mundo. Se cree que el emperador Rodolfo II pagó 600 ducados de oro por él, pero sobre lo que no hay duda es que su consejero, el médico y farmacéutico Jacobo de Tepenec, lo atesoró como oro en paño.

A su muerte, pasó por muchas manos y recabó en el siglo XVIII en el Colegio Romano donde el polaco Wilfrid Voynich lo compró en 1912. 

Medio siglo después y tras varios intentos infructuosos de venta, acabó en la Biblioteca Beinecke de libros raros y manuscritos de la Universidad de  Yale. Es decir, Europa Central, Italia, Polonia, Estados Unidos… ¿Qué hace un museo sobre el libro más misterioso del mundo en Burgos?

¿Qué es exactamente el manuscrito Voynich? En primer lugar, se trata de un manuscrito. Uno lleno de ilustraciones de plantas raras o inexistentes, símbolos astrológicos, criaturas extrañas y mujeres desnudas. Y texto, mucho texto. De hecho eso es lo más interesante.

Porque, desde los años 60, sabemos que se trata de una lengua natural (o de un código relacionado con una lengua natural) porque cumple la Ley de Zipf, una regularidad empírica que solo se da en las lenguas naturales y que describe la frecuencia aparición de las palabras. 

Los lenguajes  inventados (sobre todo, los lenguajes inventados en el siglo XV – cuando esta ley se desconocía) no la  cumplen.

Resumiendo: el manuscrito Voynich es sencillamente uno de los misterios criptográficos más exigentes del mundo.

¿Y qué pinta Burgos en todo esto? La historia es muy curiosa. Como decía, el manuscrito está en la Universidad de Yale. 

De allí no sale y, de hecho, prácticamente nadie puede acceder a él. No es de extrañar: debido al fandom que genera, las peticiones de acceso se cuentan por miles. El celo de Yale es tal que, en 60 años, la Universidad no había dejado ni siquiera que se hicieran reproducciones del manuscrito.

Hasta 2015, cuando Yale seleccionó a una editorial para permitirle hacer una edición facsímil de las 246 páginas de pergamino manuscritas que lo conformaban. Esa editorial se llamaSiloéy tiene su sede en Burgos.

Una superpotencia del facsímil. Aunque no es muy conocida fuera del ámbito de la bibliofilia, Siloé es un gigante de la edición de facsímiles (y atesora 14 premios nacionales). 

Aunque pueda sorprendernos es un colaborador habitual de las Bibliotecas de España, Francia y Austria, la Abadía de Westminster o la Universidad de Ginebra. Allá donde hay un manuscrito raro y difícil, allá es una referencia la gente de Siloé.

Vale, pero ¿un museo? Así que, tras once años de trabajo en el proyecto (con el que lograron convencer a Yale) y dos completamente dedicados a la reproducción del Voynich, la editorial tenía mucho material sobre el manuscrito: hacer un museo era un movimiento lógico. 

Sobre todo, porque lleva años metida en el desarrollo de museos: el del Libro de Covarrubias o el del Cid de la capital burgalesa.

Un hito para la voynichología. Es decir, para los que buscan descifrar el manuscrito. Porque, más allá del museo, el trabajo de Siloé ha permitido en los últimos años un acceso mucho más masivo a uno de los enigmas irresueltos más fascinantes del presente. Para los que somos aficionados, es algo fantástico. 

Imagen de portada: El manuscrito Voynich (Por Yalebooks)

FUENTE RESPONSABLE: Magnet. Por Javier Jímenez. 28 de febrero 2023.

Sociedad y Cultura/Un mundo fascinante/Idiomas

Para ser más eficientes, las inteligencias artificiales necesitan algo sospechosamente humano: dormir.

¿Sueñan las inteligencias artificiales con ovejas eléctricas? Todos los seres vivos necesitan dormir: los perros lo hacen, los pájaros también, los delfines más de lo mismo. Incluso los piojos tal vez lo hagan. Sin sueño, los humanos nos volveríamos olvidadizos, alucinaríamos y tendríamos problemas físicos y psicológicos. 

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Ahora, los científicos creen que las inteligencias artificiales también pueden necesitar dormir de vez en cuando. Incluso soñar.

En realidad, la mayoría de IAs solo pueden dominar un conjunto de tareas bien definidas: no pueden adquirir conocimientos adicionales extras sin perder lo que habían aprendido previamente. El problema surge si se quiere desarrollar sistemas que sean capaces de realizar el llamado “aprendizaje permanente”. Esta es la forma en que nosotros los humanos acumulamos conocimientos para adaptarnos y resolver problemas futuros.

Si bien las redes neuronales artificiales son incansables y más precisas que los humanos, cuando se trata de aprendizaje secuencial, o aprender una cosa nueva tras otra, se vuelven olvidadizas. Una vez capacitadas, es muy difícil enseñarles tareas completamente nuevas. Y si logras entrenar la nueva tarea, terminas dañando la vieja memoria.

Esa actividad se llama «olvido catastrófico». Y, según explican varios expertos, es un problema que solo se puede resolver con algo llamado «consolidación de la memoria», un proceso en los humanos que ayuda a transformar los recuerdos recientes en recuerdos a largo plazo, a menudo durante el sueño REM.

De esta manera, la inteligencia artificial puede aprender y recordar cómo realizar múltiples tareas al imitar la forma en que el sueño nos ayuda a consolidar lo que aprendimos durante las horas de vigilia.

De hecho, existe una gran tendencia a estudiar algunas ideas de la neurociencia y la biología para mejorar el aprendizaje automático, y el sueño es una de ellas.

Los investigadores de la Universidad de California en San Diego quisieron estudiar el fenómeno más a fondo y han entrenado una red conectada de neuronas artificiales que se asemejan a la estructura del cerebro humano, para aprender dos tareas diferentes sin sobrescribir las conexiones aprendidas de la primera tarea.

El equipo primero intentó entrenar la red neuronal en la primera tarea, seguida de la segunda y finalmente agregar un período de sueño al final. Pero se dieron cuenta de que esta secuencia aún borraba las conexiones aprendidas en la primera tarea. 

En cambio, los experimentos mostraron que era importante tener sesiones de entrenamiento y sueño alternos mientras la IA aprendía la segunda tarea. Esto ayudó a consolidar las conexiones de la primera tarea que de otro modo se habrían olvidado.

¿Qué sueñan las inteligencias artificiales?

En otra investigación publicada en Scientific American, los investigadores del Laboratorio Nacional de Los Álamos descubrieron que la inteligencia artificial puede necesitar dormir para funcionar correctamente. Cuando expusieron las redes a estados que son análogos a las ondas que experimentan los cerebros vivos durante el sueño, se restauró la estabilidad. Como si las redes neuronales estuvieran pegándose una siesta.

Kenyon y su equipo hicieron su descubrimiento mientras trabajaban en el entrenamiento de redes neuronales para ver objetos de una manera similar a como lo hacen los humanos. 

Las redes recibieron instrucciones de clasificar objetos sin tener ningún ejemplo para compararlos y comenzaron a generar espontáneamente imágenes que eran análogas a las alucinaciones. Una vez que a las redes se les permitió el equivalente electrónico del sueño, las alucinaciones cesaron.

El físico Stephen L. Thaler, presidente de la empresa de inteligencia artificial Imagination Engines, advierte que no se debe tomar el término «dormir» literalmente cuando se aplica a la IA. Cuando hablamos de dormir nos referimos a un ciclo entre el «caos» y la «calma».

La IA no solo necesita dormir, sino que también puede soñar. Es posible que una IA llegue a nuevas respuestas soñando, explicaba John Suit, director de tecnología asesor de la empresa de robótica KODA en este artículo de Lifewire. 

«Así es como funcionan los humanos. Se nos presentan problemas o desafíos, los superamos y aprendemos. Si no aprendemos de la mejor manera, nos enfrentamos a nuevos desafíos muy similares hasta que llegamos a la mejor respuesta. Un estado de sueño puede ser la clave para lograr esto en las IAs».

¿Y qué pasa si se drogan?

Es posible que el sueño ni siquiera sea necesario para que la IA altere su conciencia. Según un artículo reciente publicado en la revista Neuroscience of Consciousness, las drogas también podrían funcionar. 

En el estudio, los investigadores discutieron cómo las drogas psicodélicas como DMT, LSD y psilocibina podrían alterar la función de los receptores de serotonina en el sistema nervioso. Intentaron dar versiones virtuales de drogas a algoritmos de redes neuronales para ver qué pasaba al investigar este fenómeno.

¿El resultado? La IA puede equivocarse, al parecer. Los resultados fotorrealistas de las redes se convirtieron en borrones distorsionados, de forma similar a cómo la gente ha descrito sus viajes bajo el efecto de las drogas. Es decir, el proceso de generación de imágenes con redes neuronales se puede perturbar de manera visualmente similar y puede ofrecer conocimientos sobre su contraparte biológica, además de ofrecer una herramienta para ilustrar experiencias psicodélicas.

Sí, el campo de la inteligencia artificial se está acelerando rápidamente y aún no ha demostrado ser práctico para un uso generalizado porque es difícil de entrenar. Sin embargo, los próximos grandes pasos con estos métodos podrían suponer un gran avance en las redes neuronales artificiales, que son, como la ciencia ha comprobado, más energéticamente eficientes que otras redes neuronales.

Imagen de portada: Pexels/Unsplash

FUENTE RESPONSABLE: Magnet. Por Albert Sanchis. 15 de noviembre 2022.

Sociedad/Ciencia/Inteligencia Artificial/Un mundo fascinante.

 

El Punto Nemo: el lugar más inaccesible de la Tierra donde los humanos más cercanos son los astronautas.

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Una versión anterior de este artículo se publicó en 2016.

Pese a su aparente dominio de los mares y las tierras, el ser humano  tiende a vivir cada vez más concentrado. En rigor, ocupamos un  porcentaje diminuto del territorio total del planeta Tierra,  aunque consumamos sus recursos de forma generalizada e intensa. De modo  que hay un montón de lugares en el mundo, ya sean terrestres,  habitados, deshabitados o marítimos, a los que tenemos un limitado o casi inexistente acceso.

El fenómeno es fascinante y se puede agrupar bajo la categoría «polos de inaccesibilidad«  de la Tierra, lugares tan remotos cuya mera existencia torna en  imaginación para la mayoría de los seres humanos que han habitado jamás  el planeta. Pero de entre todos ellos, algunos célebres y bien  documentados, destaca uno por encima de los demás: el Punto Nemo, un lugar tan lejos de todo que los seres humanos más cercanos a él son los tripulantes de la Estación Espacial Internacional cuando eventualmente lo orbitan.

No es una exageración: mientras la ISS se pasea por la superficie  terrestre a 400 kilómetros de altura, el Punto Nemo está a más de 2.600 kilómetros del punto terrestre más cercano. Es una nada gigantesca repleta de  agua. Pero el dato sobre los astronautas tiene cierto truco: muchos de  los polos también cuentan a astronautas entre sus viajeros más  regulares, dado que sobre plano, en la superficie, están a miles de  kilómetros del punto más habitado.

Un cementerio espacial y el hogar de Chtulhu

¿Es relevante? No demasiado. Medido en distancia, el espacio no está tan lejos. Como acuñó célebremente el astrónomo Fred Hoyle, el espacio no es tan remoto: sólo son un par de horas al volante de un coche.

Eso sí, el Punto Nemo sí tiene una relación especial con los objetos  espaciales: dado que está de espaldas a la civilización y nadie suele  tener el más mínimo interés en circular por allí, se utiliza como  cementerio espacial, y muchos de los satélites de las agencias  espaciales, especialmente de la NASA, terminan sus días hábiles sumergidos en sus profundidades marinas.

La Tierra, aunque no lo parezca.

Dejando a un lado el espacio (la cuestión no es cómo de lejos está  sino cuánto tiempo puedes quedarte allí y, ante todo, cómo llegar allí),  lo cierto es que el Punto Nemo es el absoluto vacío del planeta.  Situado sobre la Antártida, en aisladísimo punto del Pacífico Sur, el  Punto Nemo ha sido hollado en algunas ocasiones por aventureros a lomos  de alguna embarcación por el mero placer de contar el reto. Porque ninguna ruta comercial o turística cruza el punto.

Una imagen vale más que mil palabras. Esto que vemos debajo de estas  líneas es, aunque no lo parezca, nuestro planeta. En concreto, el vasto  Océano Pacífico, la masa de agua continua más grande que existe. El  Punto Nemo se halla marcado en rojo. Yup, es abrumador.

Tierra punto

Está tan lejos, es tan misterioso que H. P. Lovecraft utilizó una  localización muy aproximada para imaginar el hogar de Chtulhu, R’lyeh.

(No) hay vida más allá del océano

Los océanos están repletos de lugares tan lejanos de cualquier costa  que requerirían días e incluso semanas (quince días se pierden en el  calendario para llegar al Punto Nemo, y ese es el récord más veloz),  pero también los continentes. Cada uno tiene el suyo. El de Eurasia,  por ejemplo, está en China, cerca de la frontera de Kazajistán (una  frase que es una fiesta de gozo y alegría en sí misma). En África, está  en la República Centroafricana, cerca de Sudán del Sur.

Pero ambos son lugares comunes para los seres humanos. Están  habitados, tienen pueblos o ciudades cerca. Sólo son remotos en los  mapas, nada más, pero se puede llegar a ellos de forma razonable y breve.

Tierra.

¿Qué hay de los lugares realmente alejados del resto de almas humanas  a los que llegar se antoja una odisea alucinante? El más espectacular  de todos los habitados también está en medio del océano. En concreto, en  el Atlántico, y se llama Tristan da Cunha, una diminuta isla aún englobada bajo los territorios de ultramar del Reino Unido y disfrutada en su virginidad por apenas 300 habitantes. Su vecino más cercano, a 2.000 kilómetros, es la isla de Santa Elena (la de Napoleón), que a su vez está a 1.950 kilómetros de Namibia.

Es, literalmente, el culo del mundo.

Del mundo conocido y disfrutado por el ser humano. Hay numerosas  islas semejantes repartidas por los océanos, pero casi todas son  relativamente accesibles. La peculiaridad de Tristan da Cunha reside en  que no tiene aeropuerto y en que sólo se puede llegar a través de una  línea comercial marítima cuya frecuencia es de una decena de veces al año. Es decir, si llegas, ten claro que es para no salir en mucho (mucho) tiempo.

La isla Bouvet.

La isla Bouvet, vista a 200 kilómetros de altura. La nada le rodea: es el punto de tierra firme, habitado o sin habitar, más aislado y remoto del mundo (y de Noruega).

Europa.

Algo de perspectiva: esto es Europa a 200 kilómetros de altura, exactamente la altura a la que ha sido capturada la imagen anterior de la isla Bouvet.

¿Pero qué hay de esos otros lugares del mundo en los que podemos  poner pie y que están lejos de cualquier ser humano? Si quisiéramos  buscar un lugar donde montar una cabaña para estar en la más absoluta de  las soledades, tendríamos que trasladarnos hasta la isla Bouvet, un peñasco cubierto de nieve y hielo diminuto e imperceptible y reclamado, en pleno Atlántico Sur, por la simpática nación de Noruega (primera en llegar al Polo Sur).

La isla Bouvet está a 2.400 kilómetros del continente africano y a 1.700 por encima de la Antártida. Tendrías que navegar la distancia  equivalente entre Madrid y Londres para llegar al continente más  deshabitado de todos, y la distancia que separa a Barcelona de Varsovia  para llegar… A Tristan da Cunha, a su vez el lugar habitado más remoto  e inaccesible del mundo, cuyo aeropuerto más cercano está a 7 días en  barco (privado) y su costa continental más accesible a un incierta línea  de ridícula frecuencia en dirección Sudáfrica.

Visita a Lenin en lo más remoto de la Antártida

Pero en términos continentales, parece razonable plantearse que sea en la Antártida donde se encuentre el punto terrestre y no rodeado enteramente por agua  donde podamos vivir en paz, por fin, lejos de toda humanidad. Pues  bien, malas noticias: no es el Polo Sur. Allí se llegó a principios del  siglo XX y decidimos quedarnos. Hay gente viviendo de forma permanente,  de modo que tendríamos que andar toda la absoluta nada antártica para  encontrarnos con el punto de inaccesibilidad del Polo Sur: una estatua  de Lenin.

La más absoluta de las nadas: el punto de inaccesibilidad de la Antártida.

La más absoluta de las nadas: el punto de inaccesibilidad de la Antártida.

Sí, hay un busto de Lenin ahí.

Sí, hay un busto de Lenin ahí.

Los soviéticos también se animaron a explorar el continente helado en los cincuenta, y fueron los primeros en llegar al punto más alejado del mar dentro de la Antártida. Está a unos 800 kilómetros del Polo Sur y hay un refugio, ya cubierto por la nieve,  sobre el que sobresale un busto de Lenin, colocado allí para rememorar  la hazaña. Desde entonces, sólo un puñado de expediciones más han vuelto  al lugar de los hechos (la última en 2011), contándose entre ellas una impresionante aventura polar española en 2005.

Por último, merece la pena hablar del Ártico, el que parece el océano  más pequeño. Al fin y al cabo las costas de dos continentes están  cercas, ¿verdad? Sólo en los deformes mapas: la realidad es que en medio del océano se puede llegar a estar a más de 1.000 kilómetros (de hielo, de vacío existencial y físico) de la costa más cercana). Y se cree que nunca, nadie, lo ha pisado jamás.

Imagen de portada: Gentileza de MAGNET

FUENTE RESPONSABLE: Magnet. Por M.Ohorte. Noviembre 2021

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