Los amigos nos hacen (casi) inmortales, según la ciencia: es hora de dedicarles más tiempo.

LA VIDA COMPARTIDA SIEMPRE ES MEJOR

No es ninguna novedad que los ratos que pasamos con amigos dan forma a algunos de los recuerdos más reconfortantes que nos quedan a lo largo de la vida; pero, ¿y si también nos ayuda a recordar mejor?

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¿Cuánto tiempo hace que no te reúnes largo y tendido con algún amigo? 

¿Desde cuándo no sacas un rato para ese encuentro que tu amiga y tú lleváis meses posponiendo porque es que el trabajo, el ajetreo, las tareas de casa…? 

Hay que prestarle más atención a la amistad. No, no es otro dicho más ni tiene el carácter de esos post-its que vamos pegando por casa para no olvidar esto o aquello que luego olvidamos. Es una advertencia que tu propio cuerpo te está lanzando. 

Ni siquiera el tiempo debe ser una excusa para alimentar nuestro entorno, pues en este residen grandes beneficias para nuestra salud, en todos los sentidos. Según un nuevo informe del Global Council on Brain Health (Consejo mundial sobre la salud cerebral, GCBH, en su traducción al español) de AARP, una organización estadounidense sin ánimo de lucro e independiente, que atiende las necesidades e intereses de las personas mayores de 50 años, tener una vida social activa puede proteger tu cerebro a medida que envejeces. Y esta es la primera de las ventajas que conforman una larga lista para tener a buen recaudo.

No es ninguna novedad que los ratos que pasamos con amigos dar forma a algunos de los recuerdos más reconfortantes que nos quedan. Nada puede salir mal con ellos, así que hazte el favor de dejar todo lo que estés haciendo y proponles planes, devuélvele de una vez la llamada a tu amiga, deja ya el plano virtual y vuelve al café real, a las cañas reales, a las conversaciones cara a cara. ¿Que todavía crees que tienes algo más importante que hacer primero? Lee, lee.

El paradigma de la soledad

«Pasar tiempo con amigos y familiares es sorprendentemente importante para la salud cerebral a medida que envejecemos», indica Sarah Lock, directora ejecutiva del Consejo y vicepresidenta de AARP. Para Lock, «no es solo la cantidad de conexiones sociales que tengas. El tipo, la calidad y el propósito de tus relaciones pueden también afectar tus funciones cerebrales».

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Una encuesta llevada a cabo en 2016 por dicha organización para conocer los vínculos entre la socialización y la salud cerebral de los adultos estadounidenses de 40 años o más encontró que aunque la mayoría de las personas participantes tenían por lo menos alguna interacción social (de media, conversaciones con unas 19 personas en sus diferentes redes sociales), un sorprendente 37% dijeron que a veces carecen de compañía. 

Además, un 35% aseguraron que les resultaba difícil tener interacciones con otras personas, y casi 3 de cada 10 participantes aseguraron sentirse aislados. 

De esta forma, la encuesta ponía sobre la mesa la necesidad de revertir lo que parece estar convirtiéndose en un paradigma de la soledad. Que 1 de cada 5 adultos mayores de 40 años estén desconectados socialmente es síntoma presente de un futuro peligroso. Por eso es necesario empezar a remediarlo ya.

El peligro de no tener amigos

¿Que por qué es peligroso? 

Más allá de las consecuencias a escala colectiva que tendría una sociedad solitaria, los adultos que aseguraron en aquella encuesta que estaban contentos con sus amistades y actividades sociales eran más propensos a informar un aumento en su memoria y sus habilidades de pensamiento a lo largo de los cinco años previos a alcanzar esa satisfacción compartida, mientras que aquellos que no estaban satisfechos con su vida social y se sentían solos informaron lo opuesto: sus habilidades cognitivas iban empeorando.

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Por supuesto, antes de entrar en las muchas formas que existen para evitar esto último, es decir, para construir una red social sólida que ayude a sostener tu salud y bienestar, es importante señalar que no todas las relaciones son iguales. 

Al igual que uno mismo puede tomar decisiones poco saludables con respecto a tareas individuales relacionadas también con la salud, desde las pautas de una dieta hasta el ejercicio físico, también podemos tomar decisiones poco saludables cuando se trata de elegir amistades y, en definitiva, las relaciones en las que invertimos tiempo. 

«Cuando solo pensamos en satisfacer nuestras necesidades y no pensamos en las necesidades de nuestros amigos, entonces la relación probablemente no sea saludable», recuerda Marisa Franco, psicóloga con sede en Washington, DC, en Everyday Health. Franco lleva años investigando sobre la amistad y las relaciones, y su mayor conclusión es que una amistad sana es una calle de doble sentido: ambas partes deben cuidarla.

El poder de unas risas en compañía

Por lo general, no es difícil notar cuando una relación fluye descompensada. Basta con observarnos en ella: Sentirse cómodo con alguien incluye la risa, pero no una risa cualquiera, sino una espontánea. 

Sabemos que el acto de reírse es un beneficio para la salud, ya que alivia la presión arterial, aumenta los niveles de oxígeno y mejora el sistema inmunológico. 

El sentido de pertenencia satisface una importante necesidad de salud emocional y ayuda a disminuir los sentimientos de depresión y desesperanza.

Si las relaciones con tus amigos están basadas en esa reciprocidad de la que hablamos, te darán la libertad de reír a carcajadas y dejarte llevar, y eso se traduce en una pausa saludable de las tensiones y el estrés de la vida cotidiana. 

Reír con amigos, por tanto, es uno de los mayores placeres de la vida, y compartir estos momentos crea recuerdos y aumenta los lazos del vínculo.

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Por otro lado, independientemente de si es la risa y el humor lo que más te une a alguien o a un grupo de amigos, el propio hecho de sentirte incluido es beneficioso. 

Lo demostró en 2015 un estudio publicado en Psychiatry: el sentido de pertenencia satisface una importante necesidad de salud emocional y ayuda a disminuir los sentimientos de depresión y desesperanza.

La amistad y la inmortalidad

En este sentido, según otro estudio publicado también en 2015, en este caso en la plataforma científica PLoS One, pertenecer a un grupo social va de la mano de una mayor autoestima, porque las personas se enorgullecen de estas relaciones y obtienen significado de ellas. 

Como para no enorgullecerse de sentirse arropado, pues de eso se trata. Así, también en PLoS One encontramos otra investigación, algo más reciente (de 2018), que ha demostrado que el contacto físico también puede marcar la diferencia, descubriendo que recibir un abrazo alivia de manera general emociones negativas como el estrés. 

La amistad ofrece más probabilidades de tener niveles altos de resiliencia cognitiva (medida de capacidad cerebral conocida por proteger contra enfermedades como la demencia).

Por si fuera poco, otro estudio publicado en agosto de 2021 en la revista académica JAMA Network Open encontró que tener a alguien con quien tener buenas conversaciones puede ser parte de lo que protege la salud del cerebro. 

Llevado a cabo con un grupo de 2.171 adultos voluntarios, unos que señalaron tener a alguien en sus vidas con quien contar como un buen oyente y otros que dijeron no sentir tener a nadie a ese nivel. 

Entre ellos, los primeros tenían más probabilidades de tener niveles más altos de resiliencia cognitiva (una medida de capacidad cerebral) salud conocida por proteger contra el envejecimiento cerebral y enfermedades, como la demencia.

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Lo mismo encontró un grupo de investigadores tras una revisión del GCBH de los datos demuestra que tener vínculos estrechos con amigos y familiares, al igual que participar en actividades sociales significativas, puede ayudar a mantener tu agudeza mental y la solidez de tu memoria. 

De hecho, otras investigaciones con mujeres mayores ya habían abierto la posibilidad de estas nociones, encontrando que aquellas que tienen una gran red social encuentran un efecto protector sobre la cognición que les reduce el riesgo de demencia. 

Todavía se necesita más investigación para decir por qué en el plano biológico, pero mientras tanto, los datos son los que son y nos invitan a devolvernos nuestra cualidad de seres sociales. 

Los estudios demuestran que pasar tiempo con tus colegas e irte de vacaciones con ellos puede reducir también el riesgo de enfermedades del corazón, recogen en Mens Health de acuerdo con un informe de la Universidad de Harvard. «Las conexiones sociales como estas no solo nos dan placer, sino que también influyen en nuestra salud a largo plazo de maneras poderosas», subrayan los investigadores.

Imagen de portada:iStock

FUENTE RESPONSABLE: El Confidencial. Por Alma, Corazón y Vida. 12 de febrero 2023.

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La regla del 8-8-8 para mejorar la autoestima y afianzar el pilar de tu bienestar.

PSICOLOGÍA

La autoestima es la clave del bienestar y la calidad de vida de las personas. De hecho, quienes tienen muy dañada su autoestima no consiguen relacionarse.

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La autoestima es la clave del bienestar y la calidad de vida de las personas. 

De hecho, quienes tienen muy dañada su autoestima no consiguen relacionarse de forma positiva y constructiva con su entorno ni con ellos mismos. Esto genera una serie de conflictos, problemas y trastornos psicológicos que les impiden ser felices y funcionales en sociedad. Por este motivo, fortalecer y cuidar la autoestima es de vital importancia para enfrentarnos a la vida y realizarnos como seres humanos plenos. Para ello, es fundamental el equilibrio y una buena fórmula para ayudarnos es estructurar nuestro estilo de vida sobre un patrón muy sencillo de seguir. De este modo, habrá tiempo para el trabajo, para el tiempo libre y el descanso, los pilares que nos ayudan a sentirnos bien.

La regla del 8-8-8

En este sentido, la regla del 8-8-8 puede ayudarnos a dar a cada cosa el tiempo necesario y encontrar el equilibrio que cada actividad requiere a lo largo del día para que el cuerpo y la mente alcancen la estabilidad emocional y física que requieren. Este método, ayudaría a corregir hábitos dañinos, como la falta de sueño o la adicción al trabajo.

La fórmula plantea la siguiente ecuación: 8 horas de trabajo, 8 horas de ocio, 8 horas de sueño = felicidad. “El simple hecho de aprender a distribuir las horas del día en estos tres grupos ya habremos conseguido un gran paso”, asegura la psicóloga Sara Navarrete en declaraciones a la revista Telva.

Las 8 horas de trabajo son el “momento top”, el momento de máxima productividad y se debe dedicar a las tareas que requieren de más esfuerzo y concentración. Es lo que se llama aprovechar el momento flow para luego centrarte en lo más fácil y desconectar cuando las ocho horas estén llegando a su fin. Esto reducirá el estrés y mejorará la productividad.

Meditación contra los malos pensamientos para ser más feliz. (Unsplash/William Farlow)

Al acabar la jornada laboral, es necesario dar comienzo a las 8 horas de tiempo de ocio, aquellas en las que se logre desconectar al 100%. Para lograrlo es necesario encontrar actividades que te gusten y aporten satisfacción, como dar un paseo, practicar alguna actividad física, apuntarse a algún curso o ir al teatro o el cine. Además, es un modo de mejorar la salud cognitiva y potenciar nuestra salud cerebral.

La regla del 8-8-8 nos ayuda a dar a cada cosa el tiempo necesario y encontrar el equilibrio.

Por último, están las 8 horas de sueño. Una cuidada rutina de sueño es esencial para rendir en el trabajo y en el tiempo libre. “Procura no acostarte muy tarde, cenar al menos una hora antes de ir a la cama, no tomar café o estimulantes por la tarde, tomar un baño antes de acostarte, o leer durante 15 o 20 minutos antes de apagar la luz. 

Todo esto te ayudará a tener un sueño reparador. Evita ver películas hasta tarde si tienes que levantarte temprano, y más si son de acción o miedo», explica Navarrete antes de añadir que el recomendable aparcar «el móvil al menos una hora antes de acostarte».

Imagen de portada: La regla del 8-8-8 para mejorar la autoestima: el pilar de nuestro bienestar (iStock)

FUENTE RESPONSABLE: El Confidencial. Alma, Corazón y Vida. 5 de febrero 2023.

Sociedad y Cultura/Psicología/Salud/Salud Mental/Vida saludable/ Meditación/Estrés/Trabajo/Buen dormir.

El realismo depresivo, una nueva corriente filosófica y psicológica.

Contra la noción de felicidad.

Una tendencia, a camino entre la filosofía y la psiquiatría, ha emergido en los últimos tiempos como respuesta a la exigencia de que debemos de estar satisfechos para siempre.

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En la fantástica película de ‘Melancholia‘ (Lars Von Trier, 2011) una estelar Kristen Dunst empuja a su hermana en la ficción (interpretada por Charlotte Gainsbourg) y a su sobrino a permanecer bajo “una cueva mágica” construida por cuatro ramas. El Apocalipsis va a llegar de forma inminente. 

Esta escena cinematográfica final nos desvela una peculiar razón de ser frente a la tragedia que supone el hecho de saber que el mundo se acaba: el personaje de Dunst, al contrario que su hermana, sufre de una fuerte neurosis con tintes depresivos que ha llevado su vida familiar a la ruina. Pero es precisamente esa pulsión de muerte, esas ganas de que todo termine de una vez, la que le despierta y concede cierto heroísmo al final de la película, al menos el suficiente como para salvar a su familia de ellos mismos frente al desastre.

Momento cumbre de ‘Melancholia’. (Lars Von Trier, 2011)

Minutos antes, el marido se ha escondido en el granero y toma un frasco de pastillas que le hacen perder el conocimiento al instante para así no tener que presenciar el final. Él era el protagonista que acarreaba el papel racional y vitalista de la película, reprendiendo varias veces a Dunst por su errático comportamiento. Así pues, el mundo se acaba y parece que todo adquiere una perspectiva mucho más lejana: los sueños, las aspiraciones y las riquezas materiales se desvanecen a medida que pasan los minutos, ya no tienen ninguna validez, pues la muerte instaura su verdad demoledora y absoluta. Para los humanos, la vida parece ya no tener sentido: se va a acabar.

En nuestro mundo, la psicología llena un vacío dejado por la religión, sirve para dar explicaciones y esperanza de una vida mejor.

Esta actitud de Dunst que supo representar tan bien el director, aquejado también de diversas dolencias mentales y trastornos depresivos, ha tomado forma en los últimos años hasta el punto de que algunos autores, filósofos e investigadores, contemplen con no tan malos ojos la condición del deprimido, sobre todo en oposición a la noción de felicidad que se ha constituido como imposición categórica total dentro del sistema productivo capitalista.

Un mundo lleno de sonrisas

La felicidad como sentimiento de afirmación personal que se deja relucir en todas las relaciones sociales existentes: en el plano laboral (nadie quiere a un deprimido de empleado por el temor a que se coja bajas médicas, o voluntarias, o en cualquier caso que no resulte proactivo), en el plano virtual (la mayoría de las fotos y contenidos que se suben a plataformas como Facebook o Instagram poseen el afán de demostrar éxito y satisfacción, opulencia y exclusividad) o en el plano relacional o afectivo (vivimos tan dentro de la cadena que no podemos dedicar ni un solo segundo a ese tipo de personas que parecen estar desligadas de ella). 

Estos aspectos son algunos de los que se denuncian en Happycracia, de Edgar Cabanas y Eva Illouz, quienes aseguran que la felicidad se muestra como una especie de decisión individual por la que, si no eres feliz, es porque no quieres. Al igual que si no has conseguido el trabajo de tus sueños (en este caso porque no te has esforzado lo suficiente) o estás enfermo (no te has cuidado tanto como deberías).

Pero, ¿qué es la depresión? ¿En qué se diferencia de la tristeza común que todos sentimos en ciertos momentos de nuestra vida? Para saberlo, habría que acudir a la etimología. La palabra y su uso emergieron con el auge de las disciplinas psicoanalíticas del siglo XIX. Antes, el término que refería a esta condición era el de «melancolía» (curiosamente, la obra de Von Trier se titula así), y “depresión”, solo era su síntoma, cuando en la actualidad parece ser lo contrario. Dependiendo de los autores a los que se consulte, el motivo de esta inversión semántica es diferente.

Contra la psiquiatría y sus terapias.

Una de las más interesantes es la del psicoanalista británico Darian Leader, presidente del College of Psychoanalysis, quien recoge la tradición de otros pensadores como Michel Foucault, por la cual la clínica psiquiátrica no es más que otro dispositivo de poder biopolítico que instaura un sentido de dominación. “La depresión aquí es concebida como un problema biológico, parecido a una infección bacteriana. La cual requiere un remedio biológico específico. Los pacientes deben ser devueltos a sus estados anteriores, productivos y felices. En otras palabras, la exploración de la interioridad humana está siendo reemplazada con una idea fija de higiene mental. Hay que eliminar el problema, más que comprenderlo”, escribe Leader en su libro La moda negra: duelo, melancolía y depresión(2012), en un fragmento recogido de un gran artículo sobre el tema enReflexiones Marginales’.

Para Freud, su misión consistía en ayudar a los pacientes a aceptar y reflexionar sobre el infierno que suponía la vida.

Julie Reshe, filósofa y psicoanalista de la Universidad de Tyumen en Siberia, recoge una idea clave en un estudio académico publicado enAeonque no solo nos invita a pensar, sino que de alguna forma refrenda la teoría de la psiquiatría como dispositivo de control de los cuerpos y los deseos humanos mal dirigidos: “Las raíces de la tendencia moderna a la positividad pueden encontrarse en el pasado religioso, que una vez proporcionó a las personas ciertas pautas para la vida y la noción de salvación, ofreciendo una imagen sólida del mundo con un final feliz. En nuestro mundo secular, la psicología llena un vacío dejado por la religión, sirve para dar explicaciones y esperanza en una vida mejor”, escribe, dejando bien claro su pasado como paciente de depresión. 

En este sentido, hoy en día cabría comparar el mundo de la literatura de autoayuda con los viejos catecismos como torpes formas de aliviar una desesperación imposible de aliviar, como también pensaría el filósofo Kierkegaard. Reshe no habla desde la fría objetividad, sino que también se reconoce a sí misma como paciente y víctima del sistema psiquiátrico, habiendo combatido con los cuadros depresivos durante toda su vida. 

Así, por ejemplo, critica los tratamientos a los que se somete a los pacientes, la terapia cognitiva conductual (TCC), como una especie de sesión teatral en la que vas a escuchar lo que quieres escuchar por parte de una figura de rigor que ejerce de sacerdote de los nuevos tiempos o guía espiritual: es decir, un psiquiatra. 

También cita a Freud, el cual después de haber estructurado un pensamiento sólido y firme sobre la psique humana, acababa reconociendo que “la neurosis es una mentira” o que “el psicoanálisis como terapia no tiene ningún valor”. En este sentido, la filósofa afirma: “Para Freud, su misión consistía en ayudar a los pacientes a aceptar y reflexionar sobre el infierno que suponía la vida. No más allá, sino aquí, en la Tierra”.

El nacimiento del “realismo depresivo”.

Un ‘paper’ titulado ‘¿Más triste pero más sabio?y publicado por los psicólogos estadounidenses Lauren Alloy y Lyn Yvonne Abramson profundizaba en la rama psicológica que se centra en la tradición filosófica pesimista para exponer ciertos aspectos “útiles” de la depresión, si es que verdaderamente se puede sacar algo provechoso. En este sentido, la enfermedad concede a sus pacientes la facultad de ser más realistas, y por tanto, más sabios respecto al mundo que les rodea.

Las personas felices son más propensas a dejarse guiar por los estereotipos, a seguir la corriente.

Así, en un experimento realizado en estudiantes, los investigadores demostraron que los menos melancólicos eran más propensos a vivir bajo una falsa ilusión de control sobre sí mismos basada en el autoengaño en aras de mejorar su autoestima. Esta hipótesis del realista deprimido, apunta Resche, “no deja de ser conflictiva, porque pone en tela de juicio los principios del TCC”, lo que quiere decir que de ninguna forma sería tolerada por la psiquiatría más ortodoxa. 

El “realismo depresivo” se trata, pues, de una corriente de pensamiento a camino entre la filosofía y la psiquiatría, que desdice los preceptos de ambas o se origina a raíz de una intersección de las mismas. Hay más estudios. Joseph Forgas, psicólogo social, demostró en una investigación que esa tristeza patológica fomenta el pensamiento crítico en los individuos: “ayuda a reducir los prejuicios, mejorar la atención, aumentar la perseverancia y, en general, promueve un estilo de pensamiento más escéptico. En definitiva, “las personas felices son más propensas a dejarse guiar por los estereotipos, a seguir la corriente”.

Otra de las paradojas más llamativas de este “realismo depresivo” es la posibilidad de que se trate de un mecanismo mental de carácter evolutivo. Como que esa tristeza fuera semejante a la fiebre que provoca una infección biológica en el cuerpo. A partir de esta metáfora, algunos pensadores aseveran que la causa de la enfermedad no es para nada la fiebre, sino uno de los síntomas. Por tanto, “la fiebre no es producto del mal funcionamiento biológico, sino un mecanismo para combatir a la infección, aunque sea desagradable”. Del mismo modo, “la rumia depresiva podría ser una herramienta de análisis de problemas que esperan resolverse”, concluye Reshe.

Una ética de los cuidados

Por último, el personaje de Dunst en ‘Melancholia’, incapacitado para llevar lo que se dice una vida convencional, lanza un mensaje amargo a las almas presas de estos tiempos tan acelerados. Lo más importante, al fin y al cabo, son los cuidados que mantenemos entre nosotros, aunque en muchos casos consistan en una humilde y frágil estructura fabricada con cuatro palos de madera para resguardarse de un huracán que promete llevarse todo por delante. Como decía la filósofa española Marina Garcés, este es el progreso de una vida sana y “feliz” con los demás, hacia el que hay que apuntar, la verdadera revolución.

Imagen de portada: iStock

FUENTE RESPONSABLE: Alma, Corazón y Vida. Por Enrique Zamorano

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