Zenda recomienda: Cristal, ironía y Dios, de Anne Carson

Jueves en Zenda. Jueves de poesía. Jueves, en este caso, de Cristal, ironía y Dios, uno de los libros más compleja y minuciosamente urdidos por la escritora canadiense Anne Carson (Toronto, 1950), originalmente publicado en el año 2002 —su primera parte, ‘The Glass Essay’, había aparecido en 1995— y traducido ahora por primera vez al español por Jeannette L. Clariond en el seno de la editorial Vaso Roto, uno de los sellos que en los últimos años están realizando el trabajo de volcado de la amplia y exigente obra de la autora. De un modo similar a como lo haría anteriormente en Plainwater —publicado íntegramente en español bajo el título de Agua corriente por el sello Cielo eléctrico; Vaso Roto editó también una parte del libro, la correspondiente a Tipos de agua—, Carson despliega en Cristal, ironía y Dios toda su fuerza imaginativa, construyendo un híbrido siempre retador a medio camino entre lo propiamente poético —y reclamando, de hecho, una ampliación de este campo semántico—, lo narrativo y lo ensayístico. Se trata de una obra de enorme ambición, erudita y siempre divertida, con el sentido del humor propio de una autora única en las letras contemporáneas.

La propia editorial apunta, acerca del libro: «Durante su infancia, las tres hermanas Brontë, junto con el hermano, Branwell, crearon un mundo de ficción formado por tres países imaginarios: Angria, Gondal y Glass Town. Es a partir de Glass Town que Carson desarrolla la primera parte de este libro cumbre, titulada «Ensayo de cristal», siendo las siguientes: «La caída de Roma», «El libro de Isaías» y «El género del sonido».

De principio a fin, Carson despliega su perspicacia y lucidez crítica. Utiliza su vasta cultura para dialogar con autores de la antigüedad como Aristóteles y así exponer su punto de vista desde un saber y no desde cualquier moda, rabia, ira o indefensión.

Ya en la adolescencia, Carson tuvo conciencia de lo que significa ser mujer, una mujer que se vale de su intelecto para pensar el mundo, y ante todo el mundo femenino por el que aboga respaldada por la mitología clásica, la filosofía y, sobre todo, por una vida inmersa en la lectura. Anne Carson se ha forjado un pensamiento propio que ahora nos ofrece tamizado por su ironía, su transparencia y su ingenio.

Sin duda este libro hace de Carson la escritora necesaria para repensar nuestra postura, nuestra apuesta, nuestra voz, nuestra fuerza por tantos años acallada».

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Autora: Anne Carson. Traductora: Jeannette L. Clariond. Título: Cristal, ironía y Dios. Editorial: Vaso Roto. Venta: Todostuslibros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

Imagen: Cubierta de portada de “Cristal, ironía y Dios”

FUENTE RESPONSABLE: Zenda. Apuntes, Libros y Cía. Por ZENDALIBROS.COM 9 de febrero 2023.

Sociedad y Cultura/Literatura/Anne Carson/Libro recomendado.

¿Ser protagonista, espectador o pianista?

Nadie es eterno. Nadie lo será jamás. Sólo unos pocos, narcisistas empedernidos, aspiran a serlo. 

¿Quién quiere ser eterno? ¿O qué supone pasar a la historia, cuando nuestra eternidad no se materializa al estar vivos, sino, paradójicamente, al morirnos? 

Cuando los vivos que nos conocieron son los encargados de recordarnos. De contar no ya quiénes fuimos, sino cómo fuimos; de contar nuestros defectos y nuestras virtudes sin que sintamos el más mínimo efecto de palabras lastimeras, injustas, desmerecidas o, por el contrario, bien avenidas. 

Bien certeras y clarificadoras que reúnen y resumen a la perfección nuestro ‘yo’. O al menos una versión del ‘yo’ que hemos querido —en vida— desenmascarar. 

Pero hay tantos prismas, tantas aristas de un mismo rostro, tantas las personas que nos miran y analizan que resulta agotador adaptarse a la visión de cada espectador. Pasa como con toda obra de arte. Y en este sentido, poco hay más interesante que contemplar una o varias obras acompañado de otra persona. 

Por ejemplo, cuando se recorren los pasillos laberínticos de un museo y uno se detiene ante un lienzo que le sobrecoge, pero su acompañante pasa de largo, porque a éste le estremece más el de al lado. La mayoría de las veces la visión que tiene uno sobre la obra resulta ser la antítesis de la intención del creador, pero eso nos da igual. La emoción que hemos sentido es lo que importa. 

Esa emoción intacta. Única. Eterna. Sólo las emociones son eternas. Sólo las emociones nos sobreviven y nos superan, pues son más inefables que nosotros. 

Más perfectas, más definidas. Carentes de aristas. Carentes de versiones de ellas mismas. Y en todo caso, antes de que nosotros pasemos a la historia, lo que pasará primero será nuestro testimonio. 

Nuestro discurso acerca de lo que hemos contemplado, sentido o vivido, como cuando recordamos la obra, pero olvidamos el nombre del autor. Y esa sensación es la que transmitimos a nuestro acompañante haciéndole partícipe de nuestra interpretación. Describimos minuciosamente lo que nos ha hecho sentir. Y si el acompañante es de los buenos, de los que se prestan a escuchar atentamente, quedará embelesado y le costará olvidar lo pronunciado y lo recordará con el paso de los años. 

Y si el lector es ávido, jamás olvidará las palabras que ha leído, cuya impresión, lejos del papel, ha ido a parar a un lugar más verdadero y, a su vez, más abstracto. 

Ese espacio que sólo nos pertenece a nosotros pues somos nosotros quienes lo habitamos. Sin compañía alguna, en completa soledad, donde además de Verdad, hallamos también Libertad. 

Un espacio similar al que describió Anne Carson en su Podrías I, que decía: “Si no eres la persona libre que quieres ser busca un lugar donde puedas contar la verdad sobre ello (…). La franqueza es como una madeja que se produce a diario en el vientre, tiene que desenrollarse en algún lado (…). No se trata de encontrar un lector, se trata de contar. Piensa en una persona de pie, sola en un cuarto. La casa está en silencio. La persona lee un pedazo de papel. No existe nada más. Todas sus venas se pasan al papel. Toma la pluma y escribe en él unos signos que nadie más va a ver, le confiere así como una plusvalía, y todo lo remata con un gesto tan privado y preciso como su propio nombre”. 

En esa escena íntima en la que únicamente se necesita un papel en blanco y una mano que dirija la pluma no se piensa siquiera en la eternidad. 

Ni que ese papel vaya a transcender como podría hacerlo, en consecuencia, el nombre de quien lo firma. A esa persona que escribe ni se le pasa por la cabeza pasar a la historia, pues su máxima aspiración, en ese instante, es ser espectador de su vida, de su obra de arte. Tomar distancia y desligarse. 

Desdoblarse por medio de la caligrafía manchada de tinta. Salirse de sí para contemplarse y entenderse. Para poder mirarse, sin juicios, sin reproches, y comprenderse descubriendo y desnudando el ‘yo’. “No se trata de encontrar un lector”, afirma Carson, “se trata de contar” y de contarse, añadiría.

¿Y no sucede que a veces nos gusta más ser espectador que protagonista? 

Gustaba a García Márquez recordar la anécdota del bar de Zúrich en el que se refugió del temporal de nieve que asolaba la cuidad a la espera del próximo tren que tenía que coger. 

Según Gabo, la penumbra reinaba en el local, un hombre tocaba el piano protegido más por la sombra que por la luz y a pocos metros de él, bailaban los clientes, parejas de enamorados, al son de lo que el pianista interpretaba. 

Viéndolo, Gabo supo que de no haber sido escritor, le habría gustado ser ese pianista que escondía su rostro y sólo tocaba para que los enamorados se amaran más. El que años más tarde sería galardonado con el Nobel de Literatura, a quien casi todo el mundo podía conocer y reconocer, pasó desapercibido en ese bar donde los únicos protagonistas eran los amantes y el pianista sin rostro ni nombre, y él, un mero espectador. Un desconocido más.

Les contaré otra anécdota. Hace tiempo fui al piso de un amigo al que hacía tiempo que no veía. Bebimos, reímos, nos contamos lo que no queríamos decir, callamos lo que sí, y sobre las dos, tres de la mañana, noche cerrada, nos sentamos en el alféizar de su ventana. A partir de ese momento, no hicieron falta las palabras. El vinilo había dejado de sonar. La botellas vacías estaban esparcidas por el suelo, y el cenicero, atiborrado de colillas. 

No hacía frío, pero tampoco calor. Afuera, sólo veía un desierto pavimentado con coches aparcados. Nadie subía, nadie bajaba. Y en los pisos de enfrente, detrás de las ventanas encendidas pensaba que podía haber otras parejas, jóvenes, adultas, ancianas; otros amigos, otras familias. 

Todo lo que me rodeaba era lejano, distante, frío, incluso el cielo estrellado. Todo, salvo él. A quien tenía cerca y podía sentir a pocos centímetros de mí. Nos miramos y sonreímos. “Estáis de foto”, dijo una voz que provenía del compañero de piso que acababa de entrar y al que ni siquiera habíamos oído llegar. 

Se quedó un rato ahí plantado, observándonos en la penumbra. Estudiándonos. Queriendo pasar desapercibido y, al mismo tiempo, seducido por lo que estaba viendo. 

Quería irse, no molestar, pero también quedarse y seguir mirando. Sentarse, esconder su rostro y tocar una pieza sólo para nosotros. Este compañero de piso, era el pianista que sin piano tocaba. 

Y nosotros, los amantes que sin bailar, bailaban, que sin tocarse se rozaban y sin querer se querían. Esa noche, supe que de no haber sido protagonista, hubiera querido ser la espectadora de la escena que representaba. Imagen de una fotografía jamás sacada.

Imagen de portada: Casablanca (Archivo)

FUENTE RESPONSABLE: Zenda. Apuntes, Libros y Cia. Por Beatriz Duarte. Editor: Arturo Pérez-Reverte. 31 de enero 2023.

Sociedad y Cultura/Vida/Emociones/Gabriel García Márquez/Anne Carson.

Anne Carson actualiza las Bacantes de Eurípides.

La poeta canadiense tradujo Bakkhai, un clásico que no caduca y que gira alrededor del goce y el deseo.

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De origen oral, la historia y mitología de Dionisio y las mujeres que lo veneran (Bakkhai: Bacantes) nos llega a través de la tragedia griega, representada por primera vez en el 405 A.C. Eurípides no fue el primer poeta en trabajar en los temas en torno a Dionisio. Antes de él lo hicieron Tespis, Iofonte, Esquilo y Polifrasmon, entre muchos otros, así como el folclor popular.

En esta nueva versión, la poeta canadiense Anne Carson no sólo traduce la obra, sino que restaura el llamado de Dionisio sobre la necesidad de volver a lo primigenio a través del deseo del ser humano de tomar la voluntad como el primer motor de la vida, el goce y la entrega al hedonismo y a la tierra.

A diferencia de cualquier trabajo ensayístico preliminar sobre traducción, Carson nos entrega un nuevo poema de su autoría, titulado “desearía ser dos perros, así podría jugar conmigo”, donde se introduce y libera a Dionisio para la posteridad de nuestros días (“Exit Dionysos”): “Él es un dios joven. / De oscura mitología, / siempre llegando // a un nuevo lugar / para alterar el status quo, / con un asomo de sonrisa. // Los Griegos lo llamaron ‘extranjero’ / e invadieron con montajes / polis tras polis // con historias como esa / en las Bacantes de Eurípides. / Una obra estremecedora”.

Generalmente representado como una deidad del vino y del éxtasis de la embriaguez (fiestas dionisíacas, bacanales en Roma), para Anne Carson “Dionisio es dios / del comienzo / antes del comienzo”. Lo que plantea en principio una dificultad ontológica, posible de pronunciar y dejar vivir solo a través de la poesía: “Los comienzos son especiales / porque la mayoría son falsos. / La nueva persona en la que te conviertes / con ese primer sorbo de vino / ya estaba allí”.

Dionisio representa algo más que la voluntad o el deseo, y mucho más que un principio (según la autora, ya estaba presente en las tablillas de la Lineal B del siglo XII A.C.). Se trata del deseo antes del deseo, “el lamido del comienzo para saber que no sabes”.

Bakkhai cuenta la historia de un hombre (el rey Penteo) que, luego de encerrar e injuriar a Dionisio, termina siendo descuartizado por las bacantes y su propia madre, vistiendo las ropas de una mujer. Esto ha despertado distintas interpretaciones sexuales, de índole represivas, y asimismo es una de las polisémicas lecturas que ha respaldado Carson en su poema inicial: “Mira a Penteo / girando alrededor con un vestido, / tan satisfecho con su disfraz de niña / al borde de las lágrimas. / ¿Debemos creer / que este deseo es nuevo? / ¿Por qué guardaba / ese vestido en el fondo / del clóset, por cierto? / El disfraz es carne”.

En lo que respecta a la obra original, construida generalmente a partir de narraciones polifónicas sin principio, el trabajo poético y modernizador de traducción de Carson, de corte métrico más desenfrenado y libre, se percibe mejor en las odas corales. De acuerdo a la tradición, Eurípides utilizaba el trímetro yámbico para las partes de diálogo de la obra y los metros líricos en las odas corales.

Conocedora de estos principios, los riesgos que se introducen en las odas corales se perciben ya desde la configuración visual y por tanto rítmica de los textos (pausa versal o sangría, elementos inexistentes en las tragedias), tal como Ezra Pound introdujo estos mismos avances en la traducción que hizo al inglés de la poesía China en Cathay.

El ejercicio de la traducción de clásicos en la literatura, al menos en los casos afortunados, demuestra cómo las sensibilidades y necesidades poéticas cambian y se reformulan con el paso del tiempo.

Sin dudas Carson sintió de manera más natural las formas menos tradicionales (cerradas) para explorar y actualizar la tragedia de Eurípides; de la misma forma que Seamus Heaney en su versión de Beowulf combinó la aliteración de las kenningar, fusionando el inglés antiguo con modismos contemporáneos.

Bakkhai de Eurípides, Versión de Anne Carson. Traducción de Bernardita Bolumburu. La Pollera Ediciones, 163 págs 

Imagen de portada: Anne Carson

FUENTE RESPONSABLE: Juan Arabia. 6 de agosto 2022.

Sociedad y Cultura/Literatura/Anne Carson