Leonor, la musa real que llevó a Machado por una blanca vereda.

Baeza, la ciudad jiennense a la que se retiró el poeta a la semana de enviudar en Soria, bautizará un parque con el nombre de su joven esposa: Leonor Izquierdo Cuevas.

Escribió alguna vez Antonio Machado: “Dicen que el hombre no es hombre / mientras no oye su nombre / de labios de una mujer. / Puede ser”. 

El poeta que nació en un patio claro de Sevilla donde maduraba el limonero oyó su propio nombre en Soria, tan lejos de su origen pero donde consiguió hacerse por primera vez no solo hombre, sino también poeta, porque fue en aquella remota ciudad –y en la pensión donde empezó a hospedarse tras ganar la oposición a profesor de Francés en un instituto- donde iba a conocer al breve amor de su vida, entonces una niña todavía: Leonor Izquierdo Cuevas

La chica tenía 13 años y él iba a cumplir 32. Es posible que ambos se conocieran en la pensión que regentaba un familiar de Ceferino e Isabel, los padres de Leonor, cuando también estos llegaron a Soria capital en el otoño de 1907. 

A Ceferino lo habían jubilado como guardia civil en el Castillo de Almenar, a solo 25 kilómetros de allí, que fue donde había nacido Leonor. La primera pensión cerró y fueron los padres de Leonor los que volvieron a montarla, en otra calle. 

El flechazo entre el poeta sevillano y la chica debió de producirse casi de inmediato. 

A Antonio debió de recordarle la muchacha, por la ingenuidad de su juventud, a su propia hermana Cipriana, muerta con 14 años nada más arrancar el siglo, en el año en que él se fue a París tras los pasos de su hermano Manuel… 

El caso es que, tan tímido como era, no tuvo otro recurso que dejarle donde ella lo viera un poema sobre una monjita que terminaba así: “Y la niña que yo quiero, / ¡ay! preferiría casarse / con un mocito barbero”. El joven barbero existía, de hecho, pero Leonor prefirió al poeta.

Tuvieron que esperar a que Leonor cumpliese los 15 años porque era la edad legal, con permiso paterno, para contraer matrimonio. 

La boda, en la iglesia de Santa María la Mayor de Soria, se celebró el 30 de julio de 1909. La madrina fue doña Ana Ruiz, la madre de Machado que tres décadas después habría de cruzar la frontera francesa en silla de ruedas mientras, desorientada por la edad y la violencia, le preguntaba a su Antoñito si faltaba mucho para llegar a Sevilla… 

El padrino, Gregorio Cuevas, tío materno de Leonor, dentista de profesión. Según el periódico local Tierra Soriana, a la boda asistió el claustro de profesores del instituto y un buen número de familiares y amigos de la pareja. 

El redactor deja caer, sutilmente, la falta de respeto de un grupo de gente que increpa a los contrayentes por la diferencia de edad… Pero Machado jamás haría referencia a ello, ni siquiera cuando veinte años después, en 1932, vuelve a Soria para recibir el título de Hijo Adoptivo de la ciudad…

Lo cierto es que la felicidad –tal vez la única felicidad plena de su vida- le iba a durar muy poco al poeta, que ya había publicado Soledades, galerías y otros poemas. 

Porque, como todo el mundo sabe, Leonor iba a morir de tuberculosis el 1 de agosto de 1912, recién aparecida la primera edición de Campos de Castilla, que no llevaba aún los poemas del llamado “ciclo de Leonor”, pues esos textos surgieron del drama que supuso, tan infructuosamente, intentar conservarla a este lado de la vida. 

Como no fue posible, Machado la convirtió en una auténtica musa, eternizando así a pesar de lo ocurrido más allá de la literatura… En una carta remitida muchos años después desde Segovia a su amigo Pedro Chico, escribe don Antonio: “Si la felicidad es algo posible y real –lo que a veces pienso- yo la identificaría mentalmente con los años de mi vida en Soria y con el amor de mi mujer, cuyo recuerdo constituye el fondo más sólido de mi espíritu”.

París: amor y enfermedad

Tras la boda, la idea era llegar a Barcelona para pasar allí la luna de miel, pero el plan se le truncó a la pareja por la Semana Trágica, de modo que se quedaron casi todo el verano en Fuenterrabía. Al regresar a Soria, Machado consigue una beca para seguir cursos de Filología Francesa en París y así perfeccionar sus conocimientos del idioma. 

De modo que la pareja parte hacia la capital del Modernismo a comienzos de 1911. Machado ya conocía aquella gran ciudad por su primera estancia de juventud, pero ahora, con Leonor, iba a ser distinto. Lo fue, de hecho, hasta que la víspera del 14 de julio, la fiesta nacional de allí, se manifestó la enfermedad en forma de hemoptisis. 

Leonor tuvo que ser hospitalizada, hasta que después de un mes y medio el doctor le recomienda que vuelva a España. 

Antonio, desesperado, escribe una carta a su amigo Rubén Darío en la que le pide prestado algún dinero para volver a Soria. 

El año que falta para la muerte de Leonor es un verdadero infierno para el poeta, que hasta se obsesiona con provocarse él el contagio para no tener que sobrevivir a su joven mujer. 

El primer poema que surge por todo aquel drama a punto de convertirse en tragedia es bien conocido: “A un olmo seco”, en el que después de identificarse con el moribundo árbol a orillas del Duero -por donde él había conocido tan poco tiempo antes a la joven Leonor- y después de celebrar “la gracia de su rama verdecida” por “las lluvias de abril y el sol de mayo”, pide “hacia la luz y hacia la vida, / otro milagro de la primavera”.

Baeza, la ciudad del viudo

Pero no pudo ser. Ocho días después del entierro, el abatido Antonio Machado abandona Soria. 

El periódico El Porvenir Castellano, que dirigía su amigo José María Palacio –casado, por cierto, con una prima de Leonor-, había informado del sepelio el 5 de agosto, con una esquela en primera página y la referencia de que los restos de la joven reposaban en el cementerio de El Espino, inmortalizado también por el poeta en aquella “Carta a José María Palacio”: “Palacio, buen amigo, / ¿está la primavera / vistiendo ya las ramas de los chopos / del río y los caminos? En la estepa / del alto Duero, Primavera tarda, / ¡pero es tan bella y dulce cuando llega!…”, escribirá el poeta, sorprendido por la lentitud de una primavera tan diferente de la andaluza… E irá añadiendo: “¿Tienen los viejos olmos / algunas hojas nuevas?”… El poeta sigue preguntando en la carta, y deja para el final el verdadero, dolorido, directo cometido de la misiva: “Con los primeros lirios / y las primeras rosas de las huertas, / en una tarde azul, sube al Espino, / al alto Espino donde está su tierra”. 

El encargo de Machado, como tantas de sus palabras sacralizadas con el tiempo, se convirtió en tradición. Y lo cierto es que Soria acabó encontrando su lugar en el mapa poético de las letras españolas… ¿Qué ciudad de nuestro país puede presumir de que algún gran poeta le haya dedicado versos como estos? “Es la tierra de Soria árida y fría. / Por las colinas y las sierras calvas, / verdes pradillos, cerros cenicientos, / la primavera pasa / dejando entre las hierbas olorosas / sus diminutas margaritas blancas”. 

También Baeza (Jaén) iba a encontrar ese lugar en el mapa poético a pesar de que recibe a Machado en el peor momento de toda su vida. “Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería. / Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar. / Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía. / Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar”, escribiría Antonio desde la ciudad más castellana de Andalucía en la que podría haber recalado, la del viejo casino provinciano… 

La ciudad que este próximo 22 de febrero, en el 84º aniversario de la muerte en Colliure (Francia) del poeta, en 1939, va a inaugurar un parque con el nombre de Leonor Izquierdo Cuevas, en el desarrollo de la Semana Machadiana que se celebra allí con conferencias, recitales y actuaciones musicales.

“Una noche de verano…”

Leonor estaba llamada a convertirse ya en una musa no solo para Machado, sino para las letras españolas. 

Sabemos poquísimo de su vida, de su personalidad, de su físico, más allá de alguna descripción de quienes la conocieron y de alguna fotografía. 

Pero su nombre remite al amor dolorido como antes lo había hecho Laura en los poemas de Petrarca, o Elisa en la de Garcilaso disfrazado del pastor Nemoroso… “Una noche de verano / -estaba abierto el balcón / y la puerta de mi casa- / la muerte en mi casa entró. / Se fue acercando a su lecho / -ni siquiera me miró-, / con unos dedos muy finos, / algo muy tenue rompió. / Silenciosa y sin mirarme, / la muerte otra vez pasó / delante de mí. ¿Qué has hecho? / La muerte no respondió. / Mi niña quedó tranquila, / dolido mi corazón, / ¡Ay, lo que la muerte ha roto / era un hilo entre los dos!”.

Maldito verano aquel. Desde Baeza, Antonio iba a reescribir, para mejorarlo tanto, su poemario Campos de Castilla, cuya versión definitiva no iba a publicarse hasta 1917. 

De aquellos años baezanos será aquel poema inolvidable del dolor por la muerte de su joven esposa convertido en esperanza: “Soñé que tú me llevabas / por una blanca vereda, / en medio del campo verde, / hacia el azul de las sierras, / hacia los montes azules, / una mañana serena. / Sentí tu mano en la mía, / tu mano de compañera, / tu voz de niña en mi oído / como una campana nueva, / como una campana virgen / de un alba de primavera. / ¡Eran tu voz y tu mano, / en sueños, tan verdaderas!… / Vive, esperanza, ¡quién sabe / lo que se traga la tierra!”. 

Desde luego, la tierra no se tragó el nombre de Leonor Izquierdo, que sigue tan vivo en la poesía.

Imagen de portada: Antonio Machado y su esposa; Leonor. (Archivo)

FUENTE RESPONSABLE: El Correo. Sevilla; España. Por Álvaro Romero. 5 de febrero 2023.

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110 años de ‘Campos de Castilla’, el poemario abierto de Antonio Machado.

En la obra cumbre del poeta sevillano, que nunca terminó de cerrarse, se conjuga su personal simbolismo con la visión esperanzada en un país abocado, sin embargo, a la guerra fratricida que terminó por expulsarlo a él definitivamente.

Seguramente no hubo en la primera mitad del siglo XX un poeta español que comprendiera nuestro país como lo hizo el sevillano Antonio Machado (1875-1939). Y tampoco un poemario que resumiera las esencias de este suelo, a caballo entre el difuminado pasado glorioso y la miseria del porvenir, como el titulado en 1912 Campos de Castilla

Aquel libro iba a llamarse Tierras de España, un título mucho más literal, pero su autor, profesor de Francés desde hacía ya cinco años en Soria, prefirió a última hora una fórmula mucho más poética que tuviera consonancia con un movimiento con el que él mismo, tal vez sin pretenderlo, tenía ya más relación que cuando de joven se había vinculado, desde París, al Simbolismo y por consiguiente al Modernismo: la Generación del 98

Evidentemente, ni los Campos eran exactamente campos, sino paisajes y paisanajes, ni Castilla era estrictamente Castilla, sino aquella España que eran dos y sobre la que él llegó a advertir: “Españolito que vienes / al mundo, te guarde Dios. / Una de la dos Españas / ha de helarte el corazón”.

A aquellas alturas de 1912, Antonio Machado había cambiado la bohemia parisina de sus primeros años de poeta y las galerías de su propia alma, que protagonizaron su libro Soledades, se habían ido llenando de realismo hasta el punto de que el primer poema elegido para el nuevo libro, nunca concluido del todo, fue el famoso “Retrato”, que remataba con una contundente declaración de intenciones: “Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito. / A mi trabajo acudo, con mi dinero pago / el traje que me cubre y la mansión que habito, / el pan que me alimenta y el lecho en donde yago. / Y cuando llegue el día del último viaje, / y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, / me encontraréis a bordo ligero de equipaje, / casi desnudo, como los hijos de la mar”. Aquel poema que abría el libro se había publicado por primera vez el 1 de febrero de 1908 en El Liberal, cuando el poeta se había instalado definitivamente como docente en un instituto de Soria, después de haber aprobado sus oposiciones. 

Casi el resto del poemario en aquella primera edición de finales de abril de 1912 lo había ido componiendo en aquellos años sorianos en que había descubierto un nuevo paisaje que en nada se parecía a sus raíces sevillanas y tampoco a los años madrileños de juventud: la Castilla profunda del Moncayo azul tenía mucho más que ver con la España vaciada, adusta y pobre de la intrahistoria que habían ido reescribiendo sus compañeros prosistas de generación y, para él, con el descubrimiento del amor que representaba Leonor Izquierdo, aquella chica de apenas 14 años que él había conocido al hospedarse en la pensión a la que llegó como profesor en el otoño de 1907…

Pero quiso el destino que la publicación de Campos de Castilla, en la primavera de 1912, coincidiera con la última etapa de la enfermedad –tuberculosis- de su joven esposa. 

Tanto fue así, que el libro apareció apenas tres meses antes de que Leonor muriera –con 18 años- y Machado empezó a añadir tantos poemas interesantes a partir de entonces que, hoy en día, la edición más definitiva del libro es la de 1917, que apareció con el nombre de Poesías completas, luego reeditada a su vez en 1928, en 1933 y en 1936, poco antes de que la guerra incivil, tal y como su amigo Unamuno la había bautizado y que él se había encargado sutilmente de profetizar, lo obligara a retirarse a Valencia y luego a un vergonzoso exilio francés que no le dio más que para llegar, tan ligero de equipaje como había adelantado en aquel “Retrato”, con su propia madre, Ana Ruiz, anciana y preguntándole si faltaba mucho para llegar a Sevilla… y con aquel último verso arrugado en el bolsillo: “Estos días azules y este sol de la infancia…”.

“Mi infancia son recuerdos…”

El famosísimo poema que abre el libro, de tan serenos alejandrinos, es el único que trata sobre el origen del poeta, sobre sus raíces sevillanas en aquella casa de vecinos que había sido el Palacio de las Dueñas. “Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla, / y un huerto claro donde madura el limonero; / mi juventud, veinte años en tierra de Castilla; / mi historia, algunos casos que recordar no quiero”. El poeta ya se autodefine aquí como un escritor de fondo que no estaba llamado a continuar la estética rimbombante sino la profundidad filosófica de quien a evolucionar en la síntesis que había heredado de su propio padre, el folklorista Demófilo que había rescatado tantas coplas del pueblo… “Desdeño la romanza de los tenores huecos / y el coro de grillos que cantan a la luna. / A distinguir me paro las voces de los ecos, / y escucho solamente, entre las voces, una”.

El resto del libro, al margen del extenso romance narrativo que se llama “La tierra de Alvargonzález”, se centra mucho más líricamente en “el corazón de Iberia y de Castilla” que cruza el Duero, en los “campos de Soria” y en el Guadarrama… aunque, como el libro en sí no se reconoce hasta los valiosos añadidos que el poeta escribe ya de vuelta a Andalucía, Campos de Castilla no sería lo que es hoy sin los poemas escritos ya en Baeza… Y es que Machado, nada más enviudar, pide su traslado desde Soria a Andalucía para tratar de olvidar, de cicatrizar su herida, aunque se trajera a esa ciudad jiennense toda la fuerza castellana que iba a seguir representando, por extensión, la potencia de España, un país al que amaba y criticaba tanto. En Baeza va a permanecer Machado desde 1912 hasta 1919… Y ahí va a escribir lo mejor de toda su producción, que se incluye en aquel libro que solo una vez se tituló Campos de Castilla pero que para la legión inagotable de sus lectores sigue llamándose así 110 años después…

“Castilla miserable, ayer dominadora”

El libro, aunque no cancelara definitivamente la esencia simbolista que tanto caracteriza a su autor, tiene ya claramente una visión noventayochista, una mirada crítica sobre la España decadente de principios del siglo XX en contraposición con la grandeza de un imperio al que el poeta –como sus compañeros del 98- no es que quisiera volver por ansias imperialistas, sino por un afán regeneracionista que tanto tenía que ver con la política de Joaquín Costa y con la visión educativa de su maestro Francisco Giner de los Ríos, el fundador de la Institución Libre de Enseñanza en cuya Residencia iba a formarse la Generación del 27… “Castilla miserable, ayer dominadora, / envuelta en sus andrajos desprecia cuanto ignora. / ¿Espera, duerme o sueña? ¿La sangre derramada / recuerda, cuando tuvo la fiebre de la espada? / Todo se mueve, fluye, discurre, corre o gira; / cambian la mar y el monte y el ojo que los mira. / ¿Pasó? Sobre sus campos aún el fantasma yerra / de un pueblo que ponía a Dios sobre la guerra”. El recuerdo de la grandeza pasada va agrietando, por contraste, la miseria del presente, imbuida por la postración de una población sin ambiciones en el espejo del anticlericalismo del autor: “La madre en otro tiempo fecunda en capitanes / madrastra es hoy apenas de humildes ganapanes. / Castilla no es aquella tan generosa un día, / cuando Myo Cid Rodrigo el de Vivar volvía, / ufano e su nueva fortuna y su opulencia, / a regalar a Alfonso los huertos de Valencia; / o que, tras la aventura que acreditó sus bríos, / pedía la conquista de los inmensos ríos / indianos a la corte, la madre de soldados, / guerreros y adalides que han de tornar, cargados / de plata y oro, a España, en regios galeones, / para la presa cuervos, para la lid leones. / Filósofos nutridos de sopa de convento / contemplan impasibles el amplio firmamento…”

A aquella visión crítica del español de entonces contribuyen, ya desde Baeza, los grandes poemas del libro, no solo aquel titulado “Del pasado efímero” en el que retrata a “este hombre del casino provinciano / que vio a Carancha recibir un día”, el que “tres veces heredó; tres veces ha perdido / al monte su caudal: dos ha enviudado” y “solo se anima ante el azar prohibido, / sobre el verde tapete reclinado, / o al evocar la tarde de un torero, / la suerte de un tahúr, o si alguien cuenta / la hazaña de un gallardo bandolero, / o la proeza de un matón, sangrienta”, sino aquel otro que lleva por título “El mañana efímero” y que comienza tan célebremente: “La España de charanga y pandereta, / cerrado y sacristía, / devota de Frascuelo y de María, / de espíritu burlón y de alma quieta, / ha de tener su mármol y su día, / su infalible mañana y su poeta”.

Un poeta esperanzado

Incluso este último poema, que retrata tan ácidamente la España panderetera, termina con una característica muy machadiana a pesar de toda su melancolía de tardes polvorientas y eternas fuentes simbolizando el inexorable paso del tiempo: la esperanza. “Mas otra España nace, / la España del cincel y de la maza, / con esa eterna juventud que se hace / del pasado macizo de la raza. / Una España implacable y redentora, / España que alborea / con un hacha en la mano vengadora, / España de la rabia y de la idea”.

En rigor, esa esperanza machadiana se hace extensiva, a pesar de tantos pesares, a su propia vida personal, pues la regeneración del propio libro Campos de Castilla, a partir de aquella primera edición de 1912, comienza por los poemas conocidos como del “ciclo de Leonor”, desde la esperanza en la recuperación de su esposa hasta la esperanza en que la muerte no sea definitiva. En este sentido, el primer poema de ese ciclo aglutina algunos de las características más esenciales de la propia obra y de toda la poética machadiana. El poema dedicado al olmo seco enfrenta al hombre triste al ser vivo moribundo que es también el árbol, se recrea en el paisaje castellano, dilucida sobre el futuro del árbol caído y se esperanza gracias al milagro de “la rama verdecida”. “Mi corazón espera, / también, hacia la luz y hacia la vida, / otro milagro de la primavera”.

En ese ciclo de poemas que terminará con Machado viudo, la esperanza sigue latiendo cuando se acuerda de su difunta esposa, aunque tantas veces se tambalee por la contemplación de sí mismo: “¿No ves, Leonor, los álamos del río / con sus ramajes yertos? / Mira el Moncayo azul y blanco; dame / tu mano y paseemos. / Por estos campos de la tierra mía, / bordados de olivares polvorientos, voy caminando solo, / triste, cansado, pensativo y viejo”. Otras veces, sin embargo, el mismo sueño es vehículo de esperanza cierta: “Soñé que tú me llevabas / por una blanca vereda, / en medio del campo verde, / hacia el azul de las sierras, / hacia los montes azules, / una mañana serena. / Sentí tu mano en la mía, / tu mano de compañera, / tu voz de niña en mi oído / como una campana nueva, / como una campana virgen / de un alba de primavera. ¡Eran tu voz y tu mano, / en sueños, tan verdaderas!…”.

La esperanza machadiana transita hasta lo religioso, pues el Cristo en el que él quiere creer no se parece al de la tradición de su propia tierra –“el Cristo de los gitanos, / siempre con sangre en las manos, / siempre por desenclavar”-, sino al absolutamente vivo que anduvo en el mar: “¡Oh, no eres tú mi cantar! / ¡No puedo cantar ni quiero / a ese Jesús del madero, / sino al que anduvo en el mar!”.

Se hace camino al andar

El poeta previo al filosófico Juan de Mairena decide desde el principio incluir, crecientemente, “proverbios y cantares” en su Campos de Castilla. Ese carácter esperanzado que es un valor transversal en toda su poesía se hace más patente en algunas de estas composiciones, que lo convierten en poeta universal: “Caminante, son tus huellas / el camino, y nada más; / caminante, no hay camino, / se hace camino al andar. / Al andar se hace camino, / y al volver la vista atrás / se ve la senda que nunca / se ha de volver a pisar. / Caminante, no hay camino, / sino estelas en la mar”.

En esa línea sentenciosa que ya no abandonará jamás y que explotará en Nuevas canciones (1924), los proverbios lo revisten de sabiduría: “El que espera desespera, / dice la voz popular. / ¡Qué verdad tan verdadera! / La verdad es la que es, / y sigue siendo verdad / aunque se piense al revés”. El gusto por la síntesis lírica y la profundidad filosófica se irá abriendo camino sin cesar: “Anoche soñé que oía / a Dios, gritándome: ¡Alerta! / Luego era Dios quien dormía, / y yo gritaba: ¡Despierta!”. El poeta de estos proverbios es también el autor de las

parábolas en las que se desenvolvía como nadie por lo que contenían de lirismo, de narración, de fábula, de profundidad bíblica, de metáfora vital y hasta española, de canto a la esperanza que nunca ha de perderse, ni siquiera 110 años después: “Era un niño que soñaba / un caballo de cartón. / Abrió los ojos el niño / y el caballito no vio. / Con un caballito blanco / el niño volvió a soñar; / y por la crin lo cogía… ¡Ahora no te escaparás! / Apenas lo hubo cogido, / el niño se despertó. / Tenía el puño cerrado. / ¡El caballito voló! / Quedóse el niño muy serio / pensando que no es verdad / un caballito soñado. / Y ya no volvió a soñar. / Pero el niño se hizo mozo / y el mozo tuvo un amor, / y a su amada le decía: / ¿Tú eres de verdad o no? / Cuando el mozo se hizo viejo / pensaba: todo es soñar, / el caballito soñado / y el caballo de verdad. / Y cuando vino la muerte, / el viejo a su corazón / preguntaba: ¿Tú eres sueño? / ¡Quién sabe si despertó!”. Pues eso: quién sabe.

Imagen de portada: Antonio Machado

FUENTE RESPONSABLE: El Correo de Andalucía; Sevilla, España. Por Álvaro Romero. 28 de agosto 2022.

Sociedad y Cultura/España/Literatura/Poemario/Antonio Machado

 

 

 

León en el «camino» de Antonio Machado

“Verás la maravilla del Camino…”. En un soneto olvidado y peor interpretado, el autor de Soledades habla sin nombrarla de una ciudad emblemática en la ruta Jacobea en el que tal vez sea el poema más hermoso que dedicara a otra tierra que no fuera la suya.

Qué razón tenía Unamuno cuando exclamó: «¡Hay que reescribir la historia!», contrariado ante la ligereza y frivolidad con la que historiadores, críticos, estudiosos e investigadores lanzaban sus opiniones sobre un determinado acontecimiento, un escrito, o un suceso para convertirlo de inmediato en sentencia irrefutable, que a su vez es repetida por otros hasta adquirir categoría de axioma, entrando a formar parte del acervo cultural de un pueblo.

Vista de la ciudad de León desde el Portillo. Las choperas que lo rodeaban hoy han desaparecido. (Foto: Mª Dolores García)

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Una muestra de esta inveterada costumbre de afirmar sin investigar tuvimos la oportunidad de encontrarla en un soneto de Antonio Machado que se publicó, junto con otros cuatro, por primera vez en las páginas de la revista Alfar deA Coruña, en 1925 y tres años después (1928) en la segunda edición de Poesías completas, dentro de una serie llamada “Sonetos”, con el nº CLXV, II, en la parte final de “Nuevas canciones” (1917-1925), con algunas variantes del aparecido en “Los complementarios”.

VERÁS LA MARAVILLA DEL CAMINO

Verás la maravilla del camino,

 camino de soñada Compostela

 -¡oh monte lila y flavo!-, peregrino,

en un llano, entre chopos de can­dela.

Otoño con dos ríos ha dorado

el cerco del gigante centinela

de piedra y luz, prodigio torreado

que en el azul sin mancha se mo­dela.

Verás en la llanura una jauría

 de agudos galgos y un señor de caza,

cabalgando a lejana serranía,

vano fantasma de una vieja raza.

Debes entrar cuando en la tarde fría

brille un balcón de la desierta plaza.

Manuscrito de su publicación en 1912

Cuando los estudiosos se enfrentaron a la interpretación de este poema no dudaron en afirmar que el otoñal paisaje que describía no podía ser otro que el de su amada Soria. Incluso hubo alguno que señaló Segovia como la referencia más segura.

Así, el profesor Antonio Sánchez Barbudo, en su libro Los poemas de Antonio Machado (Lumen 1981), pág. 335, sostiene que la ciudad a la que se refiere Machado es Soria: “un recuerdo de Soria, a la que no se nombra. (…) Una Soria estilizada, idealizada en el recuerdo, apenas reconocible; pe­ro bellísima”.

José Mª Valverde, en su Nuevas canciones y de un Cancionero apócrifo, Clásicos Castalia 1971, pág. 180, da otra vuelta de tuerca más y afirma con más detalles que “la ciudad que se pinta tal como la vería, de paso, un imaginario peregrino, se ha en­tendido que podría ser Soria. Pero quizá sea más exacto ver Segovia, con sus dos ríos cercando el  Al­cázar —el sitio que luego apare­cerá en algunas poesías a Guio­mar—. El balcón sería entonces el del poeta, dando a la plaza de San Esteban”. Y continúa diciendo: “ El color flavo, en v. 3  —Siena natural, aproximadamente—, puede ser igual de Soria que de Segovia”.

¿Para qué darle más vueltas? O es Soria o es Segovia, ciudades recurrentes en la singladura machadiana pero tan lejanas del Camino como su conocimiento de la geografía jacobea. Por otro lado, las palabras “camino” y “peregrino”, aparecen una y otra vez en toda su obra y esto les hace no ver más allá del folio que tienen delante. Lanzan conjeturas sobre la ciudad a la que Machado hace alusión y se enzarzan en una serie de disquisiciones que sólo llevan a crear mayor confusionismo, hasta el punto de obcecarse en su creencia de que se trata de Soria o Segovia, aun cuando ninguna de ellas está en el “camino de soñada Compostela”, en evidente alusión al “Camino Jacobeo”. De este modo van tejiendo una sarta de suposiciones más o menos floridas que otros, sin empacho alguno, las repiten en libros, artículos y conferencias, en lugar de contrastarlo con los manuscritos originales, por si hubiera alguna alusión, aclaración o notificación sobre el poema en cuestión. Pero sigamos esta retahíla de elucubraciones.

El profesor de la Facultad de Ciencias de París y catedrático de enseñanza media, además de académico de la Real Academia Española de la Lengua, Bernard Sesé (Neuilly-sur-Seine, Francia 1929),  en su monumental A. Ma­chado, el hombre, el poeta, el pensador, (Gredos, 1980, 2v.) pág. 532, apunta: “Es de nuevo el paisaje de Segovia —y no de Soria, como piensa A. Sánchez Barbudo— el que vemos, estilizado, en el bellísimo soneto (….) donde volvemos a encontrar la invocación al peregrino, una de las más antiguas obsesiones de Machado y que es, hay que repetirlo, como el doble de su conciencia desarraigada”.

No cabe duda que lo más fácil a la hora de otorgar una interpretación a la ciudad del poema —intentando mostrar por otro lado, lo bien que se conoce la obra machadiana— es hacer referencias permanentes a estas dos ciudades donde el poeta vive y en las que escribe la mayoría de sus poemas. De este modo el comentarista piensa que no corre jamás el riesgo de equivocarse y todo fluye como el agua de los ríos del soneto. Es más, Valverde se inclina por Segovia porque al hablar de los dos ríos, cree que Machado se está refiriendo al Eres­ma y al Clamores, que confluyen a la vera del Alcázar, como pueden verse en varios poemas dedicados posteriormente a Guiomar, al igual que el balcón que, siguiendo con el juego de interpretaciones, podría ser el de la casa segoviana del poeta, asomado a la plaza de San Esteban.

Cinco años más tarde (1976), en su libro (Antonio Machado, edt. Siglo XXI, pág. 113), y después de haber consultado el original de Los complementarios, Valverde rectifica y ya no piensa en Soria o Segovia como ciudad, muy a su pesar, a juzgar por la manera de pasar de puntillas sobre su error y ante el irrefutable testimonio de los versos tachados por el poeta sevillano. Sin embargo, los estudiosos de Machado continuaron atribuyendo durante años el soneto, según sus gustos y preferencias, a una de estas dos ciudades. Una excepción es Manuel Alvar, que en su edición de Poesías completas (Espasa Calpe,1987), sigue a Valverde y aclara: “El poema se publicó en «Nuevas canciones» con variantes con respecto al texto de «Los complementarios». Así v. 2, “si vas hacia la santa Compostela”, v. 3, “¡Oh el monte lila y flavo!…”; v. 11, “camino de lejana serranía,”, v. 13, “Debes entrar cuando en la tarde fría”; v. 14, “dore un balcón…”.

Los indicios

El lector familiarizado con el Camino Jacobeo francés y las ciudades por las que transita (nunca Soria o Segovia, alejadas totalmente de la ruta) bien podría llegar a deducir que “la maravilla del camino” que el peregrino se encuentra en ruta a “soñada Compostela” pudiera ser la ciudad de León, circundada también por los ríos Torío y Bernesga, con las sempiternas choperas que acompañan el lento discurrir de sus aguas. Si además añadimos que posiblemente el poeta viniera de tierras castellanas (desde Palencia), como más tarde se supo, haría su entrada por el alto del Portillo, de ahí su verso —¡oh monte lila y flavo!— jugando con los colores rojo-amarillentos que el atardecer deposita en las arcillosas lomas de La Candamia, vestidas en otoño de tonos pardos y lila. 

Por otro lado, la mención al “peregrino” vuelve a tener su lógica desde su doble vertiente, la alegórica que aparece siempre en la obra de Machado como eterno caminante, y la del auténtico peregrino que concluye aquí una etapa del Camino y se le muestra una nueva a las puertas de la ciudad, una ciudad que se le abre desde esta loma a sus pies, mostrándole la fértil vega leonesa.

Es posible que don Antonio alcanzara a ver el bello crucero labrado en piedra y erigido en el alto del Portillo —el mismo que a mediados del siglo pasado fue trasladado a los jardines de San Marcos de la capital, donde desde 1998 puede verse en el monumento al peregrino del escultor Martín Vázquez de Acuña—, que complementó al primitivo crucero con la figura en bronce de un peregrino que acaba de llegar a León y deja sus sandalias al lado de sus ulcerados pies, mientras descansa su cabeza con los ojos cerrados contra el fuste de la cruz.

Pero, ¿qué más podía ver Machado desde este alto? Él nos habla de “un llano, entre chopos de candela” que si atendemos a lo que escribe de ellos Victoriano Crémer eran: “(….) ¿Qué digo chopos?, verdaderos galgos y no del paisaje, como quería Ortega, sino de los más celestes pastos. Porque llegaban al cielo. Más de treinta o cuarenta metros sobre el nivel de la naturaleza humana, se erguían fieles a su destino de bebedores de eminencias siderales, ágiles, góticos, floridos, levemente móviles, como dirigiendo la orientación de las brisas. En muchos kilómetros cuadrados no cabía contemplar espectáculo más sugestivo que el de esa arboleda en que desembocaba el caminante así que recorría el caminejo descuidado y cruzaba el puentecillo….”

Y continúa el poeta sevillano:

(“Otoño con dos ríos ha dorado / el cerco del gigante centinela / de piedra y luz, / prodigio torreado / que en el azul sin mancha se modela”).

Ese gigante centinela de “piedra y luz” sólo puede tratarse de la esbelta silueta de la catedral, con sus torres destacándose en la llanura, calificativos que por otro lado se repiten, una y otra vez, en los escritos de especialistas, escritores, arqueólogos, poetas cuando se refieren a la Pulcra: “prodigio de piedra y luz” la llama Mª Elena Gómez Moreno, o “maravilloso prodigio de luz y piedra”, que apunta Madrazo… o la hermosa descripción que la escritora inglesa Gertrude Bone en Old Spain, hace cuando divisa la ciudad y su alfoz en 1925, un año después que Machado lo hiciera :

“Atrevida y bella, la Pulchra Leonina se eleva sobre la pequeña ciudad de León como Ely sobre sus prados, divisada desde la lejanía en una llanura de horizontes marinos en cuya enorme extensión una montaña y una ciudad se perciben altas y solitarias, como en las tierras remotas nunca visitadas. 

Al final del ancho valle del río que atraviesa la ciudad, las montañas se ven azules y soleadas como las de Morven, en la transparente atmósfera de octubre, y el río (estanques de azul celeste unidos sobre el fondo plano gris de las piedras) envía una vibración de colores desgarrados bajo millas de chopos dorados”.

Vista antigua de León desde El Portillo, que pudo ver el poeta sevillano a su llegada a la capital desde Palencia por carretera. La chopera en primer plano recuerda a la metafórica jauría de galgos de Ortega y Cremer.

Luego vuelve la mirada a la llanura para ver una jauría de galgos, esos que anteriormente mencionara Crémer refiriéndose a los “agudos chopos”:

“Verás en la llanura una jauría / de agudos galgos y un señor de caza, /

cabalgando a lejana serranía, / vano fantasma de una vieja raza”

los mismos que Ortega contempló en su visita a León en julio de 1915.

(…) León es la ciudad de los chopos, del árbol fiel a toda meseta, árbol leonés y castellano. Dondequiera se encuentran sus fustes gentiles, acompañando un rato la carretera solitaria, agrupándose en torno a un manantial que las palomas frecuentan. Altos, esbeltos, sacudidos de hoja, algunos como altísimas banderas enrolladas. Es el galgo de los árboles. ¿Chopo, galgo?”…

Como puede verse, todas las alusiones a una ciudad concreta se encaminan hacia León, y no a Soria o Segovia, por las que no pasa el Camino de Santiago. Pero todas estas conjeturas más o menos fundamentadas necesitan ser avaladas por pruebas documentales mucho más sólidas que las que se pueden colegir de descripciones y paisajes alusivos a esta ciudad.

Machado con Ortega y Pérez de Ayala en el mítin republicano en Segovia el 14 de febrero de 1931.

“Verás la maravilla…”

Indagando en la biografía machadiana, León apenas tiene presencia en su vida y la ciudad pasa fugazmente por sus recuerdos en dos ocasiones. La primera alusión a ella la encontramos en 1931, en una breve nota autobiográfica:

«Desde 1919 paso la mitad de mi tiempo en Segovia y en Ma­drid la otra mitad, aproximada­mente. Mis últimas excursiones han sido a Ávila, León, Palencia y Barcelona (1928)».

«El motivo del incremento de visitas a León se debe a que su hermano menor, Francisco, funcionario de prisiones, fue destinado como director de la cárcel de esta ciudad desde  el 19 de noviembre de 1929, fecha en la que toma posesión de su cargo, procedente de Barcelona donde permaneció escasos días, hasta enero de 1931. Su difunta hija Leonor nos recordó con especial cariño. « En León, nos dijo, conoció a los escritores Francisco Pérez Herrero y en especial al poeta Victoriano Crémer” Aqui comenzó a escribir un hermoso poema que, al igual que el de su hermano Antonio, fue atribuido a Toledo, incluso a la audiencia de Soria, y lleva por título El reloj de la cárcel”, que comienza: “Hay una luz redonda / en la plaza desierta; / el reloj de la cárcel / con su campana vieja. / Sus tañidos al viento / toda la plaza llenan, / cuando suenan las horas / parece que se quejan”.

Su hija Leonor hace especial énfasis en señalar que “el poema, que luego dio título a un libro, lo escribió en León para el reloj de la cárcel de Puerta Castillo de esa ciudad, donde mi padre fue director dos años y conoció y trabó estrecha amistad con un poeta muy especial que pasando el tiempo se convertiría en el gran Victoriano Crémer.”

La segunda la encontramos en su manuscrito Los complementarios, un cuaderno a modo de borrador que Machado comenzó a escribir en 1912 durante su estancia en Baeza y continuó en Segovia. Consta de 208 páginas con dos portadas sucesivas —en la segunda de ellas podemos leer: Apuntes / Antonio Machado / 1912 / Madrid-Baeza / 1919-1924 / Segovia /Madrid—, en las que fue anotando durante más de diez años, sus proyectos, esbozos de poesías, copias de textos, correcciones… Machado mismo, en la última página, afirma: “Contiene borradores y apuntes impublicables, escritos desde 1912, en que fui trasladado a Baeza, hasta el 1 de junio de 1925, en que terminamos, Manuel y yo, el primer acto de Desdichas de la fortuna o Julianillo Valcarcel…”.  Y más adelante, página 46: “Todo lo que contiene este cuaderno son apuntes que nadie tiene derecho a publicar. Pueden, sí, ser utilizadas las ideas. Pero téngase en cuenta que el autor, antes de darlo a la luz, lo hubiera revisado y puesto en correcta forma literaria”.

Pues bien, es en este cuaderno donde volvemos a encontrar (pg 177) una nueva referencia a León: «8 de noviembre de 1924. Salimos de Segovia Cardenal, Adellac y yo para Palencia y León». No dice más, ni escribe nada referente a la ciudad, ni comenta en su obra y notas si ha estado antes o después en ella, sin embargo por la fecha de su primera publicación, 1925, y el mes en que dice estuvo en León —noviembre— de 1924, bien pudo ser esta la vez que la vista de la ciudad en otoño inspiró a Machado este hermoso soneto.

Una lectura más detenida nos dará nuevas pistas de su paso por estas tierras, de sus amistades, así como de otro poema que copia de La verdadera poesía castellana de Julio Cejador, que lleva por título “Los prados de León”, sin que en él se mencione ni se haga alusión a esta ciudad.

En el “Cancionero” incluido en Los complementarios (pg, 89 v) hay un poema titulado “Caminando en noche de luna” que vio la luz en “Nuevas canciones” (grupo de “Viejas canciones”) y que posteriormente recogió Ricardo Gullón de un manuscrito de Machado a Juan Ramón Jiménez, que debajo del último verso escribe:

«La Bañeza, 1919 (copiada en 1922)». Posiblemente escrito durante ese año en que dice que pasaba la mitad de su tiempo entre Madrid y Segovia “con excursiones a Ávila, Palencia, León y Barcelona…”.

Respecto a las referencias a personajes leoneses a los que conoció o admiró por su obra poética o social, Machado nos habla en Los complementarios del poeta Froilán Meneses Burón, nacido en León en 1826 y muerto en 1893, al que le dedicó estos versos: “Aunque tú no lo confieses, / alguien verá, de seguro, / lo que hay de romance puro / en tu romance, Meneses”.

Otro leonés al que hace mención en el apartado “Historia y Política” de Los complementarios es a Gumersindo de Azcárate, (León 1840-1927), catedrático de Legislación comparada, republicano, salmeronista y, como filósofo, adscrito a las doctrinas de Grocio y Spencer. Dirigió la Institución Libre de la Enseñanza. De él dice Machado: “Anciano venerable, pero demasiado anciano”.

Y de nuevo son los manuscritos originales de Los complementarios quienes nos deparan la sorpresa y el hallazgo definitivo del nombre exacto de la ciudad a la que don Antonio hacía alusión en su hermoso soneto.

En el folio 178 v, y fechada entre vv. 12-13 “1902”, aparece el borrador de uno de los sonetos añadidos a “Nuevas Canciones” en 1928, “Verás la maravilla del camino”:

Verás la maravilla del camino

si vas hacia la santa Compostela,

(¡oh monte lila y flavo!) peregrino,

en un llano, entre chopos de candela.

Otoño, con dos ríos, ha dorado

el cerco del gigante centinela

de piedra y luz, prodigio torreado,

que en el azul sin mancha se modela.

Verás en la llanura un jauría

de agudos galgos y un señor de caza,

camino de lejana serranía,

vano fantasma de una vieja raza.

Debes entrar cuando la tarde fría

dore un balcón de la desierta plaza.

Reproducción original del soneto según borrador del propio poeta de 1902, fecha de este escrito al que sometió a numerosas tachaduras para agilizar la rima (M. A. Nepomuceno).

Detalle del renglón en que Machado tacha León (“Entra en León cuando en la tarde fría…” Los dos últimos versos, los copió debajo de las iniciales de su nombre A. M. 1902.

José Mª Valverde, en su libro antes citado, Antonio Machado, señala: “¿Significa esto que el poeta pone la fecha de su experiencia recordada, y no la de la redacción de los versos, que en este caso difícilmente sería 1902?”. Por su parte Alvar indica que estas variantes fueron el resultado de una serie de tentativas rechazadas.

En efecto, si se observan la serie de tachaduras, correcciones y cambios efectuados en el poema y en especial en los dos últimos versos podemos encontrarnos con variantes como: “Aguarda para entrar la tarde fría / en el balcón de la (“una” sobrepuesto) desierta plaza”. Estos versos aparecen tachados y en su lugar, escritos en el margen, figuran estos:

“Entra en León cuando en la tarde fría / brilla un balcón de la desierta plaza”

…que también fueron tachados. Como también está tachado otro que dice: “Aguarda para entrar la tarde fría”.

Por fin encontramos la misteriosa ciudad a la que se refiere Machado y que tantas elucubraciones produjo en los estudiosos mencionados anteriormente. “Entra en León…”, que al final eliminó porque realmente todas las claves ya las había dejado escritas en el soneto, sólo había que leerlo con cuidado y conocer la ciudad y alrededores, es decir ser un verdadero iniciado en el Camino.

Valverde, al consultar los originales, un lustro más tarde —el único de esa terna que debió de hacerlo— se topa con la cruda realidad y añade escuetamente: “Por si fuera poco, ocurre que la ciudad había sido vista como Soria —por Sánchez Barbudo— o como Segovia —por mí—, pero un verso tachado dice “Entra en León, cuan­do la tarde fría”. Volviendo inexplicablemente a equivocarse en la trascripción del verso al no incluir la segunda preposición (en) que figura en el verso original, como puede verse en la imagen del facsímil: “Entra en León cuando en la tarde fría”. 

Y ante el fiasco bochornoso de haber errado de plano con el nombre de la ciudad concluye y pasa de puntillas diciendo: “Como botón de muestra de los enredos de este cuaderno, basten estos.”

¿Enredos?, ¿qué enredos? ¿Es que ahora a la falta de rigor en la investigación se la llama enredo y culpa sin sonrojo al autor? Menos mal que se le ocurrió visitar los manuscritos del sevillano. Si no, posiblemente, a estas alturas aún habríamos seguido hablando de los maravillosos paisajes de Soria o Segovia, y de la cantidad de peregrinos que pasan por allí todos los días (!), en sueños, claro.

De cualquier forma, no es habitual encontrar en Machado referencias a otras regiones que no sean Castilla y Andalucía. Cataluña aparece nombrada, como sucede con Asturias, Galicia, Aragón, Extremadura, Navarra, Santander y Zamora. Va­lencia es la excepción, al aparecer cantada en el poe­ma «Canción»: («Ya va su­biendo la luna…») y en “Amanecer en Valencia”, pertenecientes ambos a Otros poemas.

Los símbolos del poema

Una vez más Machado vuelve, en este soneto, a sus símbolos más queridos como camino, peregrino, balcón, desierta plaza, y estructura el soneto en tres partes que comienzan con los verbos “verás”, versos primero y noveno, y “debes entrar”, verso número trece. Vuelve de nuevo el verbo ver (verso noveno) para trasladarnos ante un imaginario cuadro en el que se ve, en la llanura, a la “jauría de agudos galgos” y “el señor de caza” que cabalga hacia una hipotética sierra, lo mismo que lo haría el fantasma de sus antepasados (“de una vieja raza”), una raza ya desaparecida a la que parece añorar en sus recuerdos.

Concluye el poema con dos versos escritos debajo de una fecha, 1902, y de sus iniciales A. M., versos por otra parte tachados y añadidos una y otra vez en el original, que nos muestran los frustrados intentos por conseguir un mejor ritmo en la estructura del poema.

Estos versos, que son la quintaesencia de todo el soneto, nos introduce en León en la que él considera la mejor hora para visitarla: “Debes entrar cuando en la tarde fría”, y nos da aún un dato más para ese encuentro que al poeta debió de causarle una imborrable impresión: el balcón iluminado en una “desierta plaza”, símbolo tan caro al poeta, posiblemente uno de esos balcones de Sierra Pambley, tan unido a la memoria de su amigo leonés Gumersindo de Azcárate, jurista, pensador, historiador, catedrático y político krausista, dentro del dédalo de calles y callejuelas que era el casco antiguo de la ciudad de León especialmente a comienzos del pasado siglo.

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BIBLIOGRAFÍA

  • Antonio Sánchez Barbudo: Los poemas de Antonio Machado, Barcelona, Lumen, 1976.
  • Antonio Machado: Nuevas canciones y de un Cancionero apócrifo, edición, introducción y notas Jose Mª Valverde, Valencia, Castalia, 1971.
  • Antonio Machado: Los complementarios. Edición Manuel Alvar. Madrid, Cátedra, 1980.
  • Bernard Sese: Antonio Machado (1875-1939), tomo II, Madrid, Gredos, 1980.
  • Concha Zardoya: Poesía española del siglo XX, Tomo I, Madrid, Gredos, 1974.
  • Miguel Díez y Mª Pilar Díez Taboada: «Poema sobre León de Antonio Machado», Revista de la Casa de León, 1981.

Sierra Pambley, en la plaza de la Catedral. (“entra en León cuando en la tarde fría, brille una luz en la desierta plaza”) (verso tachado).

Imagen de portada: Antonio Machado

FUENTE RESPONSABLE: Zenda. Apuntes, Libros y Cía. Por Miguel Ángel Nepomuceno. Editor: Arturo Pérez-Reverte. 9 de septiembre 2021.

Sociedad y Cultura/Historia/Literatura/Poesía.

 

Anoche cuando dormía, antología poética de Antonio Machado.

Fue el autor más joven de la conocida como Generación del 98. En Madrid y París convivió con escritores como Rubén Darío, Juan Ramón Jiménez y Ramón María del Valle-Inclán. Casi una década pasó entre el modernista Soledades y Campos de Castilla, su consagración como poeta. Colliure fue su última morada; su tumba se convirtió en el mayor símbolo del exilio republicano.

Anoche cuando dormía, antología poética de Antonio Machado

Zenda reproduce 5 poemas incluidos en Anoche cuando dormía, antología poética de Antonio Machado publicada en la colección «Poesía portátil» de Random House, de la cual ya hemos publicado versos de Alejandra Pizarnik, Rafael Alberti, Federico García Lorca e Idea Vilariño .

Anoche cuando dormía

Anoche cuando dormía

soñé, ¡bendita ilusión!,

que una fontana fluía

dentro de mi corazón.

Di, ¿por qué acequia escondida,

agua, vienes hasta mí,

manantial de nueva vida

de donde nunca bebí?

Anoche cuando dormía

soñé, ¡bendita ilusión!,

que una colmena tenía

dentro de mi corazón;

y las doradas abejas

iban fabricando en él,

con las amarguras viejas

blanca cera y dulce miel.

Anoche cuando dormía

soñé, ¡bendita ilusión!,

que un ardiente sol lucía

dentro de mi corazón.

Era ardiente porque daba

calores de rojo hogar,

y era sol porque alumbraba

y porque hacía llorar.

Anoche cuando dormía

soñé, ¡bendita ilusión!,

que era Dios lo que tenía

dentro de mi corazón.

Parábolas

I

Era un niño que soñaba

un caballo de cartón.

Abrió los ojos el niño

y el caballito no vio.

Con un caballito blanco

el niño volvió a soñar;

y por la crin lo cogía…

¡Ahora no te escaparás!

Apenas lo hubo cogido,

el niño se despertó.

Tenía el puño cerrado.

¡El caballito voló!

Quedóse el niño muy serio

pensando que no es verdad

un caballito soñado.

Y ya no volvió a soñar.

Pero el niño se hizo mozo

y el mozo tuvo un amor,

y a su amada le decía:

¿Tú eres de verdad o no?

Cuando el mozo se hizo viejo

pensaba: Todo es soñar,

el caballito soñado

y el caballo de verdad.

Y cuando vino la muerte,

el viejo a su corazón

preguntaba: ¿Tú eres sueño?

¡Quién sabe si despertó!

Orillas del Duero

Se ha asomado una cigüeña a lo alto del campanario.

Girando en torno a la torre y al caserón solitario,

ya las golondrinas chillan. Pasaron del blanco invierno,

de nevascas y ventiscas los crudos soplos de infierno.

Es una tibia mañana.

El sol calienta un poquito la pobre tierra soriana.

Pasados los verdes pinos,

casi azules, primavera

se ve brotar en los finos

chopos de la carretera

y del río. El Duero corre, terso y mudo, mansamente.

El campo parece, más que joven, adolescente.

Entre las hierbas alguna humilde flor ha nacido,

azul o blanca. ¡Belleza del campo apenas florido,

y mística primavera!

¡Chopos del camino blanco, álamos de la ribera,

espuma de la montaña

ante la azul lejanía,

sol del día, claro día!

¡Hermosa tierra de España!

Retrato

Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,

y un huerto claro donde madura el limonero;

mi juventud, veinte años en tierras de Castilla;

mi historia, algunos casos que recordar no quiero.

Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido

?ya conocéis mi torpe aliño indumentario?,

más recibí la flecha que me asignó Cupido,

y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario.

Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,

pero mi verso brota de manantial sereno;

y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,

soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.

Adoro la hermosura, y en la moderna estética

corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;

mas no amo los afeites de la actual cosmética,

ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.

Desdeño las romanzas de los tenores huecos

y el coro de los grillos que cantan a la luna.

A distinguir me paro las voces de los ecos,

y escucho solamente, entre las voces, una.

¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera

mi verso, como deja el capitán su espada:

famosa por la mano viril que la blandiera,

no por el docto oficio del forjador preciada.

Converso con el hombre que siempre va conmigo

?quien habla solo espera hablar a Dios un día?;

mi soliloquio es plática con ese buen amigo

que me enseñó el secreto de la filantropía.

Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.

A mi trabajo acudo, con mi dinero pago

el traje que me cubre y la mansión que habito,

el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.

Y cuando llegue el día del último vïaje,

y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,

me encontraréis a bordo ligero de equipaje,

casi desnudo, como los hijos de la mar.

Yo voy soñando caminos

Yo voy soñando caminos

de la tarde. ¡Las colinas

doradas, los verdes pinos,

las polvorientas encinas!…

¿Adónde el camino irá?

Yo voy cantando, viajero

a lo largo del sendero…

-la tarde cayendo está-.

«En el corazón tenía

«la espina de una pasión;

«logré arrancármela un día:

«ya no siento el corazón».

Y todo el campo un momento

se queda, mudo y sombrío,

meditando. Suena el viento

en los álamos del río.

La tarde más se oscurece;

y el camino que serpea

y débilmente blanquea

se enturbia y desaparece.

Mi cantar vuelve a plañir:

«Aguda espina dorada,

«quién te pudiera sentir

«en el corazón clavada».

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Autor: Antonio Machado. Título: Anoche cuando dormía. Editorial: Random House (Literatura portátil). Venta: Todostuslibros y Amazon

Imagen de portada: Antonio Machado

FUENTE RESPONSABLE: Zenda. Apuntes, Libros y Cía. Por Laura Di Verso. Editor: Arturo Pérez-Reverte. 5 de diciembre 2020.

Sociedad y Cultura/Literatura/Poesía/En memoria/Antonio Machado

 

Los últimos días y últimos versos de Antonio Machado.

De él decían que «hablaba en verso y vivía en poesía». Toda una vida dedicada a las letras, a escribirlas y venerarlas. Sus textos, que empezaron con un corte modernista, evolucionaron hacia un intimismo con rasgos románticos y simbólicos. La voz de Machado además, hacía acopio de la sabiduría ancestral para recoger la vida cotidiana de las clases populares.

Rescatamos algunos de los poemas de este artista que se consideraba «Poeta ayer, hoy triste y pobre» y «filósofo trasnochado». En estos versos leemos su representación de la infancia sobre letras:

Recuerdo infantil

Una tarde parda y fría

de invierno. Los colegiales

estudian. Monotonía

de lluvia tras los cristales.

Es la clase. En un cartel

se representa a Caín

fugitivo, y muerto Abel,

junto a una mancha carmín.

Con timbre sonoro y hueco

truena el maestro, un anciano

mal vestido, enjuto y seco,

que lleva un libro en la mano.

Y todo un coro infantil

va cantando la lección:

«mil veces ciento, cien mil;

mil veces mil, un millón».

Una tarde parda y fría

de invierno. Los colegiales

estudian. Monotonía

de la lluvia en los cristales.

antonio machado

Retrato de Antonio Machado por Joaquín Sorolla

Antonio Machado, el poeta nacido en Sevilla, docente en Madrid, encandilado por Soria y fallecido en Francia, fue miembro de la Real Academia Española desde 1927, pero nunca llegó a tomar posesión de su sillón. Él, como pocos, ha perdurado en el tiempo gracias a su poesía eterna. 

Imagen de portada: Retrato de Joaquín Sorolla

FUENTE RESPONSABLE: Cultura Inquieta. Por Lidia Caro

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