Beethoven y Goethe, el genio frente a frente

Beethoven y Goethe coincidieron en la ciudad balneario de Teplitz en el verano de 1812, en lo que el premio Nobel Romain Rolland definió como «el encuentro de los dos soles» y al que dedicó un libro que en España tradujo el poeta Luis Cernuda, una traducción que ahora ha rescatado la editorial gaditana Firmamento.

Después de aquel encuentro, Beethoven escribió al editor de sus partituras diciéndole que «a Goethe le agrada el aire de la corte, más de lo que conviene a un poeta», mientras que Goethe escribió al compositor Carl Friedich Zelter contándole: «He conocido a Beethoven en Teplitz. Su talento me ha llenado de asombro; sólo que, por desgracia, es una personalidad completamente desenfrenada».

«Goethe y Beethoven» es el título que Romain Rolland puso a la serie de ensayos en los que trazó un retrato conjunto de los dos genios siguiendo la vida de ambos a través de su correspondencia y del testimonio de Bettina Brentano, escritora que trató de despertar en los dos artistas un recíproco interés, con el convencimiento de que entre ambos llegaría a fraguar la amistad. 

Rolland advierte en estas páginas que ha tratado de retratar a ambos hombres «con su grandeza y con su pequeñez, y que de esta última «hay en los genios tanta y aún más que en los hombres ordinarios», y a continuación cuenta que el poeta escribió sobre el músico: «No tiene culpa, sin duda, cuando encuentra el mundo detestable, pero tampoco consigue así que sea, en verdad, más rico en goces para él o para los demás», para después achacar el laconismo del compositor y su progresivo aislamiento social a su sordera.

No obstante, Beethoven consignó en sus cartas la fascinación que le causaba la poesía de Goethe «no solo por su contenido sino por su ritmo… Me dispone y excita a la composición esta lengua que se organiza con tan elevado orden, como arquitectura levantada por la mano de los espíritus; en sí misma lleva ya el secreto de las armonías».

El director de la editorial Firmamento, el poeta y traductor Javier Vela, ha dicho a EFE que esta obra de Romain Rolland «explora la relación artística entre ambos genios y anticipa valiosas claves históricas, críticas y biográficas de completa vigencia en nuestros días». 

El interés de la obra, según Vela, va más allá de la relación de los dos creadores, porque «Rolland sabe dotar a sus ensayos de una amenísima trabazón narrativa que nunca da la espalda al lector, y ofrece al público general una estupenda vía de acceso a la obra y la personalidad creativa de dos de los mayores artífices de la literatura y la música de todos los tiempos«.

Sobre la traducción de Luis Cernuda ha señalado el editor que es «fidelísima y plenamente actual, a la altura no sólo del escritor sino también del melómano que fue Cernuda; su sensibilidad y su intuición poéticas le ayudaron sin duda a trasladar con solvencia las perspectivas y reflexiones críticas deslizadas por el Nobel francés».

«La versión española de este texto forma parte de una serie de encargos alimenticios que Cernuda tuvo que realizar a comienzos de los años treinta, tras instalarse en Madrid a su regreso de Francia, una época en la que compaginaba su trabajo como librero con su oficio de traductor», ha señalado Javier Vela. Sobre la actividad como traductor de Cernuda, el editor ha explicado que «aunque sus versiones del alemán y el inglés sean más conocidas, su relación con la lengua francesa no fue tan episódica como se suele creer, y además de a Rolland, tradujo textos aislados de Prosper Mérimée, Gérard de Nerval, Paul Éluard y Alfred Jarry«. 

La traducción «fue también el vehículo que le permitió acercarse a ciertos autores griegos cuya lengua desconocía», según Vela, quien ha concluido afirmando que «su traducción de Goethe y Beethoven merecía desde hacía mucho tiempo una buena edición, a la altura de sus mejores lectores».

Imagen: Ilustración de “Goethe y Beethoven”

FUENTE RESPONSABLE: Zenda. Editor: Arturo Pérez-Reverte

Sociedad y Cultura/Literatura/Historia/Biografías/Ensayos.

Lidia Poët, la primera abogada de Italia.

Después de que la apartaran de los tribunales por ser mujer, Lidia Poët luchó durante toda su vida para ejercer la abogacía y conseguir que las mujeres pudieran ocupar cargos públicos, convirtiéndose en una precursora del feminismo y abriendo camino para las abogadas y funcionarias públicas que vendrían después.

Lidia Poët nació en Traversella, una aldea de la provincia de Turín cercana a los Alpes italianos, el 26 de agosto de 1855. La joven creció en el seno de una familia acomodada que le puso todas las facilidades para estudiar primero en el Colegio de las Señoritas de Bonneville, en Suiza, y después en la escuela de secundaria Giovanni Battista Beccaria, en Mondovi.

Al completar su formación, Lidia Poët obtuvo el título de Maestra de Escuela Secundaria y el certificado de Maestra de inglés, alemán y francés. Sin embargo, sus aspiraciones de convertirse en abogada, al igual que su hermano Giovanni Enrico, la impulsaron a continuar los estudios y a matricularse en la Facultad de Derecho de la Universidad de Turín.

ACEPTADA PARA EJERCER LA ABOGACÍA 

Tras cursar la carrera y presentar una tesis sobre la condición de la mujer en la sociedad y el derecho al voto femenino, Poët se graduó el 17 de junio de 1881. Durante los dos años siguientes, continuó su aprendizaje en la oficina del abogado y senador Cesare Bertea, asistiendo a sesiones en los tribunales y a la práctica forense. Después de aprobar los exámenes prácticos y teóricos de calificación en la profesión legal, Lidia Poët solicitó entrar en la Orden de Abogados y Fiscales de Turín.

El ingreso de Poët no estuvo exento de polémica ya que, hasta entonces, los únicos miembros de la orden habían sido hombres y no todos estaban de acuerdo en que una mujer pasara a formar parte del grupo. 

Los abogados Federico Spantigati y Desiderato Chiaves se opusieron férreamente al ingreso de Poët. De hecho, uno de ellos llegó a renunciar a su puesto en la orden después de que la solicitud fuera aceptada, a modo de protesta.

Afortunadamente, Saverio Francesco Vegezzi, el presidente ,y Carlo Giordana, Tommaso Villa, Franco Bruno, Ernesto Pasquali, otros cuatro concejales, apostaron por que la joven se uniera a ellos, argumentando que “según las leyes civiles italianas, las mujeres son ciudadanas como los hombres”. Así, el 9 de agosto de 1883, Lidia Poët se inscribió en el Colegio de Abogados, convirtiéndose en la primera abogada de Italia. 

Lidia Poet

Recorte del periódico Corriere della Sera del 4 diciembre 1883.

INHABILITADA POR SER MUJER

Al percatarse de que una mujer había sido aceptada en la lista, la oficina del Fiscal General recurrió ante el Tribunal de Apelación de Turín, argumentando que las mujeres no podían ejercer la abogacía porque la profesión era un “cargo público”. 

En aquel momento, la admisión de mujeres en los cargos públicos debía estar especificada en la ley y como, en este caso, la ley guardaba silencio, los detractores de Poët aprovecharon para interpretar ese vacío como una negativa. 

La inhabilitación de Lidia Poët suscitó un intenso debate público.

El 11 de noviembre de 1883, apenas tres meses después de haber sido admitida como abogada, el Tribunal de Apelación determinó que la inscripción de Lidia Poët era ilegal y la inhabilitó. La abogada apeló ante el Tribunal de Casación de Turín, pero este confirmó la decisión del tribunal inferior, dejando a Poët fuera de los tribunales. 

La inhabilitación de Lidia Poët suscitó un intenso debate público. 

La mayoría de los periódicos italianos, unos 25 aproximadamente, se posicionaron a favor de la abogada y defendieron que las mujeres pudieran ocupar cargos públicos. Otros tres se mostraron en contra y sostuvieron que los hombres que apoyaban a las mujeres eran únicamente «célibes solteros». 

Placa conmemorativa de Lidia Poët en Turín. CC

UNA VIDA DE LUCHA FEMINISTA 

Negándose a renunciar a su profesión, Lidia Poët se unió al despacho de su hermano y siguió colaborando como abogada, aunque no pudiera asistir a los tribunales ni ejercer plenamente su cargo. La letrada se implicó profundamente en la defensa de los derechos de los menores, de las mujeres y de los marginados, además de defender firmemente el sufragio femenino

Como feminista pionera, Poët se unió al Consejo Nacional de Mujeres Italianas (CNDI) desde su fundación en 1903, implicándose en la lucha por la igualdad y dirigiendo el trabajo de la sección jurídica en los primeros congresos de 1908 y 1914. También participó en varios Congresos Penitenciarios Internacionales, dedicados a los derechos de los reclusos y los menores. 

El 17 de julio de 1919, al final de la Primera Guerra Mundial, la promulgación de la Ley número 1.176 permitió a las mujeres acceder a los cargos públicos (excepto en el poder judicial, en los cargos militares y en la política).

Así, treinta y seis años después de haber sido inhabilitada, Lidia Poët fue admitida de nuevo en la Orden de Abogados y Fiscales de Turín y, a los 65 años, se convirtió oficialmente en la primera mujer abogada de Italia, abriendo el camino para todas las abogadas y fiscales que vendrían después. 

Imagen de portada: Lidia Poët

FUENTE RESPONSABLE: Historia National Geographic. Por Atiana Palomar S. Periodista Especializada en Cultura.19 de febrero 2023.

Sociedad y Cultura/Italia/Historia/Biografías/Mujeres pioneras/ Historia del feminismo.

Montesquieu, el filósofo ilustrado que desarrolló la teoría de la separación de poderes.

GRANDES HISTORIADORES

Este escritor francés del siglo XVIII, autor de ‘El espíritu de las leyes’ y teórico de la división de poderes en el Estado, encontró gran parte de la inspiración para sus teorías políticas en la historia de la antigua Roma.

Charles-Louis de Secondat nació el 18 de enero de 1689 en el castillo de La Brède, próximo a Burdeos. Su familia, perteneciente a la antigua nobleza de la Guyena, hacía apenas dos generaciones que se había incorporado a la nobleza de toga, la noblesse de robe; ésta era llamada así por prosperar en el desempeño de las magistraturas públicas, que entonces se compraban y vendían.

Al ejercicio de las leyes se encaminó su formación, estudiando Derecho en la Universidad de Burdeos, y en 1714, tras la muerte de su padre, fue designado consejero del Parlamento de esta ciudad. Dos años después heredaba del barón de Montesquieu, su tío, este título y una de las presidencias del citado Parlamento.

Retrato anónimo de Charles-Louis de Secondat, barón de Montesquieu. Foto: PD

EL PENSAMIENTO POLÍTICO DE MONTESQUIEU

En 1721 publicó en Ámsterdam, de forma anónima, las Cartas Persas, un retrato satírico de la sociedad europea a través de los ojos de dos viajeros orientales, que supuso su inmediato triunfo en el mundo de las letras. Los salones de París le abrieron sus puertas, y allí residió durante un tiempo hasta que, tras ingresar en la Academia Francesa y vender en 1728 la presidencia del Parlamento (un cargo burocrático poco compatible con su curiosidad e intereses), emprendió un largo viaje por Europa. Recorrió Austria, Italia, Suiza, Holanda y, en especial, Inglaterra, estudiando las instituciones y tradiciones políticas de los distintos países, esfuerzo que alimentó su reflexión posterior.

Portada de El espíritu de las leyes publicado en 1748.. Foto: PD

En 1731, de nuevo en Francia, se instaló en La Brède, donde escribió sus dos obras mayores. La primera, Consideraciones sobre las causas de la grandeza y decadencia de los romanos, vio la luz en 1734. Cuando ya se habían sucedido siete ediciones de la misma apareció, en 1748, El espíritu de las leyes, que conoció un éxito fulminante, con más de veinte ediciones en dos años.

LAS FORMAS DE GOBIERNO DE MONTESQUIEU

Las Consideraciones, que trazan la historia de Roma desde sus orígenes hasta la crisis del Imperio bizantino en el siglo XIV, constituyen un hito en el análisis racional del pasado. Montesquieu, en efecto, no considera la intervención de la providencia como motor del cambio histórico, sino que busca las causas de este en la propia sociedad romana. Si su grandeza radicó en las instituciones y las virtudes republicanas, su decadencia provino (entre otros motivos) de una expansión tan colosal como rápida, que dio el poder a los jefes militares abriendo con ello paso al Imperio, régimen que supuso el fin de las antiguas libertades.

Montesquieu desarrolló las ideas que tenía John Locke acerca de la división de poderes..Foto: PD

Esta aproximación de Montesquieu al estudio del pasado, sumada a sus conocimientos de derecho, de historia antigua y medieval y de las instituciones políticas, en especial de las inglesas (gran propietario de viñedos, exportaba sus caldos a Inglaterra y Holanda), se halla en la base de El espíritu de las leyes.

La obra marca el nacimiento de la sociología política, con la investigación de los fundamentos de las formas de gobierno –de las que Montesquieu distingue tres: la monárquica, sustentada en el honor; la republicana, asentada en la virtud; y la despótica, que descansa en el temor–, las cuales dependen, en su opinión, de factores como las tradiciones culturales, la economía, la geografía o el clima.

Tras analizar estas tres principales formas de gobierno (monarquía, república y despotismo), Montesquieu concluye en El espíritu de las leyes que la separación de poderes es imprescindible para garantizar tanto el equilibrio entre los mismos como los derechos y las libertades de las personas. De ahí que se le conozca como «el padre de la división de poderes».

CONDENADO POR LA SORBONA

Montesquieu consideró como modelo ideal el de la monarquía parlamentaria inglesa, en el que existen poderes que limitan la voluntad del príncipe. Hay en este punto un eco del gobierno de la Roma republicana, «admirable, porque desde su nacimiento, sea por el espíritu del pueblo, la fuerza del Senado o la autoridad de ciertos magistrados, estaba constituido de tal modo que todo abuso de poder podía ser corregido» (Consideraciones, capítulo VIII).

El espíritu de las leyes fue condenado por la Universidad de la Sorbona. Foto: iStock

Aunque no publicó con su nombre las dos obras citadas para evitar problemas con la Corona y con la Iglesia, El espíritu de las leyes fue condenado por la Sorbona y en 1752 Roma lo incluyó en el Índice de libros prohibidos. Tres años después, el 10 de febrero de 1755, casi ciego al cabo de una vida dedicada a la lectura y la escritura, Montesquieu fallecía en París.

Imagen de portada: El juramento de los Horacios, cuadro pintado por Jacques Louis David en 1784 y expuesto en el Toledo Museum of Art de Ohio.Foto: PD

FUENTE RESPONSABLE. Historia National Geographic Por Alfonso López. 8 de febrero 2023.

Sociedad y Cultura/Biografías/Ilustración

Guardar

Artemisia, la mujer que combatió en la Batalla de Salamina.

La reina de Caria, Artemisia I, fue la única mujer que participó en las batallas navales de cabo Artemisión y de Salamina en el año 480 a.C. 

Su gran valentía y determinación le valieron una gran reputación como estratega, de tal modo que fue la única mujer comandante de una flota en el ejército del Gran Rey persa Jerjes I. Llegado el momento, y a pesar de que Artemisia le ofreció el mejor consejo para derrotar a los griegos, el monarca no la escuchó y envío a toda su flota a una derrota segura.

Artemisia I de Caria está considerada la primera mujer que fue almirante de una flota de la historia, además de hacer gala en situaciones difíciles de un gran sentido común. Y es que tal vez si el rey persa Jerjes I, en el año 480 a.C., le hubiera hecho caso la historia hubiera seguido otros derroteros.

En un mundo eminentemente masculino, Artemisia llegó a comandar una flota de cinco barcos que se enfrentarían a los griegos en el cabo Artemisión y en Salamina. Pero Jerjes I decidió hacer caso omiso del sabio consejo que le dio su comandante antes de la batalla y, en consecuencia, los griegos hundieron sin compasión la flota persa.

ORIGEN DESCONOCIDO

Algunos historiadores, como el macedonio Polieno o el romano Justino, ya hacían referencia a aquella mujer legendaria por su astucia y por su valentía, de la que, sin embargo, se sabe muy poco. 

Se cree que Artemisia nació en la ciudad de Halicarnaso en una fecha incierta del siglo V a.C. A pesar de sus orígenes helenos, la costa de Caria, en Asia Menor, fue anexionada al Imperio Aqueménida por el general Harpago, al servicio del soberano persa Ciro II, tras sofocar una rebelión dirigida por el rey lidio Creso en el año 545 a.C. 

Tras la conquista, las ciudades estado de Asia Menor disfrutaron de cierta autonomía, pero no dudaron en levantarse en armas contra Darío I, que acabó por convertir Halicarnaso en una satrapía del Imperio, gobernada por el padre de Artemisia, Lígdamis I.

La mayoría de historiadores opina que Artemisia nació en la ciudad de Halicarnaso en una fecha incierta del siglo V a.C.

Mapa que muestra el mundo griego durante las Guerras Médicas.Mapa: Juan Jose Moral (CC BY-SA 2.5 )

A día de hoy, el origen del nombre de Artemisia sigue sin estar muy claro. Hay investigadores que creen que hay que buscar su procedencia en la región de Frigia, en Asia Menor, y otros consideran que sus raíces proceden del persa, en cuyo caso la raíz arta, art o arte podría significar «grande» o «sagrado», en clara relación a la diosa griega de la caza, Artemisa. De hecho, muchos expertos se inclinan a aceptar una etimología cuyo significado sea «pura» o «doncella», como lo era la divinidad helena, una de las más antiguas y veneradas del panteón.

UNA HÁBIL ESTRATEGA

En sus Estratagemas, el macedonio Polieno dice que Artemisia heredó la personalidad de su madre, que era cretense, y que desde muy pronto se sintió atraída por la estrategia militar. 

Dio claras muestras de su habilidad en este terreno, según sigue narrando Polieno, cuando urdió un original plan para tomar la ciudad de Latmos: 

Artemisia encabezó una procesión religiosa y marchó a Latmos con la excusa de llevar a cabo allí un sacrificio ritual. Los habitantes, deseosos de contemplar el espectáculo, salieron en masa de la ciudad, y, mientras disfrutaban de la actuación, los hombres de Artemisia tomaron Latmos.

Pero más allá de esa anécdota, el episodio por el cual la estratega ha pasado a la historia fue por su participación en la Segunda Guerra Médica, cuando Jerjes I quiso invadir Grecia como castigo por la derrota que los griegos habían infligido a los persas en la batalla de Maratón en el año 490 a.C.

Jerjes I quiso invadir Grecia como castigo por la derrota persa en la batalla de Maratón en el año 490 a.C.

Relieve que representa al rey persa Jerjes I en el Museo Nacional de Irán, Teherán.

Relieve que representa al rey persa Jerjes I en el Museo Nacional de Irán, Teherán.Foto: Darafsh (CC BY 3.0)

Ante la inminente invasión, las polis griegas se unieron para hacer frente al colosal ejército persa, que trasladó la contienda a mar abierto. No era una sorpresa. De hecho, era lo que había previsto el general ateniense Temístocles, quien había impulsado la construcción de una enorme flota de más de 200 trirremes. 

El primer choque entre ambas escuadras tuvo lugar en el cabo Artemisión, donde Aquemenes, hijo de Darío I y hermano de Jerjes, había perdido un tercio de sus barcos a causa de una terrible tempestad. Aun así, la flota persa triplicaba en número a la de los griegos.

EL VALOR DE ARTEMISIA

Y aquí entraría en acción Artemisia. Su protagonismo aumentó justo en el momento en que los griegos parecían estar perdiendo la batalla. La retaguardia griega había conseguido retrasar el avance de los persas en el desfiladero de las Termópilas, pero, a pesar de ello, los griegos se vieron obligados a replegarse hacia el istmo de Corinto y la isla Salamina. El ejército del Gran Rey persa logró tomar y destruir Atenas, pero Jerjes dudaba entre librar un combate naval contra los griegos en Salamina o, por el contrario, concentrar sus esfuerzos en tierra firme, con su infantería apoyada por su inmensa flota.

El protagonismo de Artemisia aumentó justo en el momento en que los griegos parecían estar perdiendo la batalla.

La batalla de Salamina según una ilustración del siglo XIX realizada por Walter Crane. Foto: PD

Jerjes consultó a sus comandantes qué decisión tomar. Todos estuvieron de acuerdo: había que aprovechar que la flota griega se había retirado a Salamina para atacar y hundirla. 

Todos menos Artemisia. 

Aún a sabiendas de que su opinión contraria podía costarle la vida, la comandante se armó de valor y desaconsejó a Jerjes entrar en aquella bahía tan estrecha con la flota. También le instó a resguardar sus naves. Artemisia era consciente de que los marinos griegos eran superiores a los persas, como «lo son los hombres a las mujeres». Una apreciación que puede resultar curiosa en boca de una mujer que demostraba en aquellos decisivos momentos una sensatez mayor que la de sus pares masculinos. 

EL FIN DE UNA LEYENDA

A pesar de tener a sus compañeros en contra, Artemisia insistió en su idea de no entablar combate en Salamina mientras todas las miradas estaban puestas en Jerjes, temiendo su reacción. 

El Gran Rey no montó en cólera, pero tampoco hizo caso de la sugerencia de Artemisia, sino que prefirió tener en cuenta la opinión mayoritaria que abogaba por atacar a los griegos sin saber que aquello les conduciría al desastre. Y es que, tal como había profetizado Temístocles, la enorme cantidad de barcos persas que se adentraron en esa bahía de reducidas dimensiones hizo que se estorbasen continuamente los unos a los otros, lo que provocó que su superioridad numérica quedara reducida a la nada.

La Batalla de Salamina. Cuadro pintado por el artista Wilhelm von Kaulbach en 1868 en el que puede verse a Artemisia en el centro, disparando con su arco.Foto: PD

En medio de la cruenta batalla en aguas de Salamina, Artemisia, a cuya cabeza los griegos habían puesto precio, se encontró aislada del resto de la flota. 

Advirtiendo cómo se acercaba hasta su nave un barco enemigo para embestirla, la comandante prefirió adelantarse y atacar a uno de sus aliados para hacer creer a lo griegos que realidad era uno de los suyos. 

Cayendo en el engaño, los helenos dejaron de acosarla y Artemisia pudo escapar. Finalmente, tras la debacle de Salamina poco más se sabe de Artemisia. De hecho, su rastro se pierde en Caria, su patria, adonde al parecer regresó.

Siglos más tarde, el patriarca de Constantinopla, Focio el Grande, plasmó una historia sobre el final de Artemisia en su obra Myrobiblion

Según se cuenta en ella, la reina de Caria se enamoró de un hermoso joven llamado Dárdano, pero, al no ser correspondida, la despechada Artemisia se arrancó los ojos. 

Posteriormente, y siguiendo los dictados de un oráculo, la reina saltó desde lo alto de una roca en la isla de Léucade perdiendo de este modo la vida en el acto.

Imagen de portada: Efigie de Artemisia en una medalla del libro iconográfico Promptuarii Iconum Insigniorum realizado en 1553 por Guillaume Rouille´. Foto: PD

FUENTE RESPONSABLE: Historia National Geographic. Por José M. Sadurni. 2 de diciembre 2022.

Sociedad y Cultura/Historia/Antigua Grecia/Guerras/Mujeres pioneras/Leyendas/Biografías.

Lyudmila Pavlichenko, la francotiradora soviética que mató más de 300 nazis´.

LADY MUERTE

Con tan solo 25 años, la francotiradora soviética abatió a 309 soldados nazis bajo el objetivo de su precisa mirilla durante la Segunda Guerra Mundial ganándose el apodo de «Lady Muerte» y convirtiéndose en heroína de la URSS.

Si deseas profundizar en esta entrada; cliquea por favor donde se encuentre escrito con “azul”. Muchas gracias.

Nacida el 12 de julio de 1916, Lyudmila ( o Liudmila) Pavlichenko fue una de las primeras generaciones que vivió la URSS prácticamente desde su nacimiento. Su infancia transcurrió en una pequeña localidad ucraniana, donde asistió a la escuela y empezó a mostrar una gran competitividad en actividades físicas, en particular cuando se enfrentaba a los chicos de su edad. Desde pequeña quiso demostrar que las chicas podían hacerlo igual o mejor que ellos.

En 1930, la familia decidió trasladarse a Kiev, la actual capital de Ucrania. Con 14 años, Liudmila empezó a trabajar en la Arsenal Factory, una fábrica histórica de producción y reparación de armamento del Ejército Rojo. 

La propia empresa ofrecía opciones de ocio a sus trabajadores y, tras dejar el curso de aviación, Pavlichenko optó por formarse en un club tiro, su primer contacto con las armas. De él salió con la insignia de Tirador de Voroshílov, un certificado de los conocimientos y la preparación adquiridos que incluían formación en otras habilidades del ámbito militar.

ESTALLA LA II GUERRA MUNDIAL

Al mismo tiempo que trabajaba, Liudmila Pavlichenko terminó la secundaria y se matriculó en la Universidad de Kiev para cursar la carrera de historia con la intención de convertirse en maestra. 

Justo había aceptado un trabajo en la Biblioteca de Odesa que le permitiría terminar su tesis cuando, en junio de 1941, Hitler lanzó las primeras ofensivas de la Operación Barbarroja, durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). La Alemania nazi pretendía seguir su imparable avance por el territorio soviético.

Inmediatamente, se presentó como voluntaria para ingresar en el Ejército Rojo, y parece ser que el hecho de ser mujer le puso los primeros obstáculos. 

Sin embargo, la insistencia de Pavlichenko hizo que el oficial de reclutamiento comprobara sus credenciales, tras lo cual fue admitida y destinada a la 25ª División de Fusileros del Ejército Rojo como francotiradora. No fue la única. Alrededor de 2.000 mujeres desempeñaron el mismo rol en las tropas soviéticas, aunque solo 500 de ellas sobrevivieron a la guerra, y solo Liudmila alcanzó el récord por el que sería recordada.

Liudmila Pavlishenko fotografiada en 1942 ataviada con el uniforme y sosteniendo el fusil en una trinchera. Foto: CC

Uno de los puntos calientes de la ofensiva alemana fue el tramo sur de la frontera rusa señalado por el río Prut, actualmente línea fronteriza de Rumanía. Allí fue enviada su unidad que, tras resistir los primeros envites, se vio obligada a retirarse hasta Odesa, donde Liudmila participó en su primera batalla

Fue herida a los diez días de combate y evacuada al hospital donde se recuperó para volver a reincorporarse. Al regresar al frente, había sido ascendida a cabo y al término del asedio de la ciudad, aunque la deshecha soviética era una realidad, Pavlichenko había causado 187 bajas al enemigo: su nombre empezaba a convertirse en una leyenda.

Durante el verano de 1941, la fuerza con la que los alemanes empujaban la frontera soviética hacia el este parecía imparable. En el frente sur, la retirada de Odesa no se detuvo hasta llegar a la península de Crimea, y en octubre de 1941 las tropas rusas se atrincheraron en Sebastopol dispuestas a resistir el asedio nazi. 

La estratégica ciudad situada en mitad del Mar Negro se convirtió en el escenario de una lucha que se alargaría ocho meses. Sebastopol también cayó, pero Liudmila Pavlichenko terminó esta batalla convertida definitivamente en un mito. Fue ascendida de nuevo y puesta al cargo de un pelotón de francotiradores que ella misma debía escoger y preparar.

LADY MUERTE

Mientras el número de enemigos abatidos por ella aumentaba, sus misiones se volvían más arriesgadas. A veces debía contraatacar el fuego enemigo de un francotirador, y se vio inmersa en duelos directos. 

En una ocasión, pasó tres días enfrentada a un francotirador alemán al que finalmente también abatió.

Fue herida por fuego de mortero en junio de 1942 en Sebastopol y trasladada al hospital para recuperarse. 

A esas alturas, Lyudmila era ampliamente conocida también en las filas nazis, por lo que se convirtió en un objetivo militar y empezó a ser apodada como Lady Death (Lady Muerte) por la prensa extranjera. No era para menos, ya que después de menos de dos años en activo dejaba tras ella 309 enemigos abatidos, entre ellos 36 francotiradores. Era oficialmente una heroína.

A lo largo de su trayectoria en el Ejército Rojo, a Pavlishenko le fueron otorgadas numerosas condecoraciones. Una de las más importantes fue la Estrella Dorada que la acreditaba como Héroe de la Unión Soviética y que luce en esta imagen.  Foto: CC

Las autoridades soviéticas se dieron cuenta de la importancia de su figura. Por un lado, no podían permitirse que fuera abatida para no dañar la moral de las tropas, y por el otro se habían dado cuenta del potencial que tenía su trayectoria, de modo que fue retirada de la primera línea de guerra para desempeñar otra misión muy importante para la Unión Soviética: la propaganda.

HEROÍNA Y EMBAJADORA SOVIÉTICA

Condecorada con la Orden de Lenin, Liudmila Pavlishenko se unió a una delegación rusa que viajó por Estados Unidos y Canadá. 

El objetivo era presionar a ambos gobiernos y conseguir su apoyo para que atacaran a las fuerzas alemanas, abriendo así un segundo frente en Europa. La Unión Soviética necesitaba aliviar la carga de combatir a solas a Hitler. 

Y de este modo, ella y sus dos acompañantes –el secretario de la Juventud Comunista y el francotirador Vladimir Pchelintsev– se convirtieron en los primeros ciudadanos soviéticos en ser recibidos por el presidente de los Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt, en la Casa Blanca.

En EE.UU., trabó amistad con la primera dama, Eleanor Roosevelt, quien la convenció para llevar a cabo una gira por el país durante el verano de 1942 para dar a conocer sus experiencias como mujer en la guerra. 

Aunque no fue una empresa fácil –Pavlishenko apenas hablaba inglés–, fue capaz de ponerse delante de audiencias multitudinarias y dar discursos que a menudo acababan vitoreados por el público

La prensa norteamericana se hizo eco de su trayectoria. Sin embargo, poco acostumbrados a ver una mujer en uniforme y con una gran experiencia en combate, durante las ruedas de prensa los periodistas hacían preguntas y comentarios sobre su vestuario, el maquillaje y otras cuestiones sin relación alguna con sus proezas bélicas.

Junto al secretario de la Juventud Comunista (Komsomol) de Moscú, Nikolai Krasavchenko, y el francotirador Vladimir Pchelintsev, Liudmila dio una gira que la llevó a Estados Unidos y Canadá en 1942 en busca de apoyos para la apertura de un segundo frente en Europa, algo a lo que los norteamericanos eran reticentes. Foto: CC

Respondió con aplomo a los comentarios fuera de lugar e hizo el trabajo que le había sido encomendado. Su gira causó una fuerte impresión en la opinión pública americana, pero no fue suficiente para convencer a las administraciones de la necesidad de implicarse más en el conflicto. Todavía habrían de pasar dos años hasta el despliegue de la Operación Overlord, el Desembarco de Normandía, en junio de 1944.

En su visita a la Casa Blanca, conoció a Eleanor Roosevelt, la mujer del presidente de los Estados Unidos, con quien trabó una buena amistad. En 1957, en plena Guerra Fría, la ex primera dama estadounidense visitó a Pavlichenko en Moscú. Rodeadas de una seguridad a la altura de la tensa década de 1950, tuvieron unos instantes de intimidad para ponerse al día. Nunca volvieron a reencontrarse. Foto: CC

LA POSGUERRA DE LYUDMILA

De vuelta a su país, fue condecorada de nuevo como Heroína de la Unión Soviética, una de las mayores distinciones militares y, a pesar de que nunca regresó al frente, siguió vinculada al Ejército dando formación a cientos futuros francotiradores hasta el final de la guerra. A partir de 1945, terminó su carrera universitaria y desempeñó diversos trabajos vinculados a la Armada y al Ejército.

Como muchos otros veteranos de guerra, Liudmila sufrió las consecuencias de haber participado en un cruel acontecimiento como la Segunda Guerra Mundial

Hacia el final de su vida sufrió un trastorno de estrés postraumático y depresión, y falleció el 10 de octubre de 1974 a causa de un derrame cerebral a los 58 años.

Imagen de portada: Foto: CC

FUENTE RESPONSABLE: Historia National Geographic. Por Guiomar Huguet Pané. 2 de febrero 2022.

Sociedad y Cultura/Historia/Segunda Guerra Mundial/Mujeres pioneras/Biografías.

Simone Weil, la filósofa pacifista que luchó en la guerra civil española.

ACTIVISTA Y MÍSTICA FRANCESA

Idealista obsesionada con la justicia social, Weil participó en el conflicto español contra Franco y formó parte de la Resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial. Su obra filosófica, entre la mística, el activismo y la política, está considerada una de las más profundas e importantes del siglo XX.

Si deseas profundizar en esta entrada; cliquea por favor donde se encuentre escrito con “azul”. Muchas gracias.

A los cinco años, Simone Weil renunció a tomar azúcar para solidarizarse con los soldados franceses que luchaban en la Primera Guerra Mundial. A los diecinueve, tuvo una acalorada discusión con Simone de Beauvoir sobre la hambruna en China, que marcó el fin de la relación entre las filósofas. 

A los veintisiete, viajó en tren a Barcelona y se unió a la Columna Durruti para luchar en la Guerra Civil española contra el levantamiento militar encabezado por Franco. “La guerra no me gusta, pero lo que más me indigna de ella es la actitud de los que se cruzan de brazos”, escribió en una carta al escritor Georges Bernanos. 

Nacida el 3 de febrero de 1909 en el seno de una familia judía, intelectual y laica, Weil creció entre la tradición francesa, la griega y la cristiana. 

Su padre, Bernard Weil, fue un reputado médico, y su hermano, André Weil, uno de los matemáticos más destacados del siglo XX. El ambiente intelectual que se respiraba en el hogar de los Weil hizo que la conciencia social de la joven Simone despertara a una edad muy temprana, iniciando así su inquietud filosófica y su búsqueda de la justicia y la verdad. 

ESTUDIANTE JUNTO A SIMONE DE BEAUVOIR 

A los dieciséis años ingresó en el prestigioso Lycée Henri IV, donde fue alumna del filósofo y periodista Alain (seudónimo de Émile-Auguste Chartier), que la formó en la interpretación de los clásicos y la introdujo en el pensamiento filosófico. Dos años después entró en la Escuela Normal Superior de París con la mejor nota y el mejor expediente, seguida de la feminista Simone de Beauvoir

Estudió filosofía, literatura clásica y ciencia. Compartió clase con de Beauvoir, pero la relación entre ambas no fue ni muy cercana, ni muy duradera. En un texto autobiográfico, la autora de El segundo sexo escribió: “Una gran hambruna había sacudido China y me dijeron que ella (Simone Weil) prorrumpió en sollozos cuando recibió aquella noticia; esas lágrimas me obligaron a respetarla aún más que por sus dotes para la filosofía. La envidiaba porque tenía un corazón capaz de latir por todo el mundo”.

En un encuentro, las filósofas debatieron sobre aquella terrible hambruna. “No sé cómo entablamos la conversación”, contaría de Beauvoir, “me explicó en un tono cortante que una sola cosa contaba hoy en toda la Tierra: una revolución que diera de comer a todo el mundo. 

De manera no menos perentoria le objeté que el problema no es hacer felices a los hombres, sino encontrar un sentido a su existencia. Ella me miró fijamente y dijo: cómo se nota que usted nunca ha pasado hambre. Este fue el final de nuestras relaciones”.

Retrato de Simone Weil en su juventud. Foto: Stefano Bianchetti / Bridgeman Images

PROFESORA COMPROMETIDA CON LAS CAUSAS SOCIALES

Tras graduarse de la Escuela Normal Superior a los veintidós años, Simone Weil empezó a trabajar como profesora de filosofía en varios liceos para mujeres. En los centros, Weil tuvo problemas con sus superiores, que criticaban sus acciones políticas y su metodología como docente.

La joven maestra Weil hacía piquetes, se negaba a comer más de la cantidad otorgada a las familias sin recursos a las que ayudaba el Gobierno y escribía en periódicos de izquierda. Durante aquella época, tuvo la ocasión de viajar a Alemania y vislumbrar con sus propios ojos la preocupante situación en la que se encontraba el país. 

En uno de sus artículos, Weil criticó el ascenso del partido nazi y vaticinó consecuencias inevitables cuando llegaran al poder.

Ante la negativa a ceñirse al sistema de enseñanza que se le pedía, Weil fue transferida de un liceo a otro varias veces. Inmutable ante aquel rechazo, la activista siguió desarrollando su compromiso político: cooperó en la formación de obreros dando charlas y clases sindicales, continuó escribiendo en revistas políticas y ayudó a los refugiados que huían de Hitler y Stalin. 

En una ocasión, Weil escondió a León Trotski (que viajaba junto a su esposa, su hijo mayor y dos guardaespaldas) en el piso familiar de sus padres en la calle Auguste Comte de París. 

Durante aquellos días, el político y la filósofa debatieron sobre los medios necesarios para instigar la revolución y sobre el valor de las vidas humanas en la dictadura del proletariado.

DE PARÍS A LA FÁBRICA RENAULT

A los veinticinco años, Weil dio por finalizada su carrera como docente: quería ponerse en el lugar de los trabajadores de clase obrera, “los que sufren”, para comprender los efectos psicológicos que acarreaba el trabajo industrial. 

La joven dejó su vida acomodada en París y se fue a trabajar primero a la fábrica eléctrica Alstom cortando piezas y después a la fábrica Renault en las cadenas de montaje. 

“Allí recibí para siempre la marca de la esclavitud, como la marca a hierro candente que los romanos ponían en la frente de sus esclavos más despreciados. Después, me he considerado siempre una esclava”, escribió Weil. La filósofa criticó el efecto “espiritualmente adormecedor” que las máquinas provocaban en sus compañeros y sintió una primera unión con Dios, confirmando la creencia de que “la religión consuela a los afligidos y a los miserables”. 

Al cabo de un tiempo, Weil fue despedida de la fábrica por su torpeza y su debilidad física. De aquella impactante experiencia de servidumbre industrial, la filósofa concluyó en una carta a su amiga Albertine Thénon: “Al ponerse ante la máquina, uno tiene que matar su alma ocho horas diarias, el pensamiento, los sentimientos, todo. Y estés irritado, triste o disgustado… tienes que tragártelas, debes reprimir en lo más profundo de ti mismo la irritación, la tristeza o el disgusto”. 

Simone Weil en la fábrica Renault, 1935. Foto: Stefano Bianchetti / Bridgeman Images

SIMONE WEIL, MILICIANA EN LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA 

Tras dejar la fábrica, Simone Weil regresó a París, pero no por mucho tiempo. 

Al enterarse del inicio de la Guerra Civil española, la joven viajó a Barcelona para participar en un conflicto que la interpelaba por sus ideales, al igual que hicieron otros jóvenes intelectuales europeos de la época, como el escritor George Orwell o la fotógrafa Gerda Taro.

Pacifista radical, impulsada por su pasión y su deseo de justicia, Weil llegó a España como periodista voluntaria y pronto se unió a la Columna Durruti, con quienes luchó en el frente de Aragón

“En la CNT, en la FAI, se daba una mezcla sorprendente en la que se admitía a cualquiera y, en consecuencia, había inmoralidad, cinismo, fanatismo, crueldad, pero también amor, espíritu fraternal y, sobre todo, reivindicación del honor, algo muy hermoso entre los hombres humillados; me parecía que quienes se les unían animados por un ideal superaban a aquellos a los que los movía la inclinación a la violencia y el desorden”, escribió.

Sin embargo, al igual que le sucedió a George Orwell, pronto su concepción idealizada de la batalla se disipó. Fusil en mano, unida al bando que creía correcto, Simone Weil descubrió la crueldad de la guerra, que se instala en los cuerpos y las mentes de todos los participantes. 

Horrorizada tras ver cómo sus compañeros fusilaban a hombres del bando contrario, escribió: “Nunca he visto a nadie expresar ni siquiera en la intimidad repulsa, asco o simplemente desaprobación ente la sangre inútilmente derramada”. 

Después de sufrir un accidente en el frente de Aragón, la filósofa regresó a Francia. Tenía pensado volver a España poco después, pero finalmente cambió de idea. Tal y como le explicó a Georges Bernanos en una carta: “He dejado de sentir al necesidad interior de participar en una guerra que ya no era, como me pareció al principio, una guerra de campesinos hambrientos contra terratenientes y un clero cómplice de los terratenientes, sino una guerra entre Rusia, Alemania e Italia”.

De sus cuarenta y cinco días en el conflicto se conservan treinta y cuatro páginas de los apuntes que escribió en su Diario de España, un cuaderno Moleskine en el que registró sus impresiones sobre la guerra y frases en español, además de algunas fotografías y cartas. 

“Partimos como voluntarios, con ideas de sacrificio, y nos metemos en una guerra que parece de mercenarios, en la que sobre crueldad y falta la consideración debida al enemigo”, concluyó. 

DESPERTAR MÍSTICO Y SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

Después de vivir la guerra en España, Simone Weil se reafirmó en su pacifismo radical. Escribió sobre el terrible efecto que la guerra producía en el alma de las personas y abandonó el activismo para seguir el camino de la búsqueda de la verdad

Viajó a Italia, donde quedó maravillada tras contemplar la belleza espiritual de la comuna de Asís y tuvo una de sus primeras experiencias místicas. 

Pese a sentir una profunda conexión con Dios, Simone Weil se resistió a formar parte de la Iglesia cristiana porque la veía como una colectividad en la que el individuo quedaba supeditado a la masa, al igual que sucedía en los regímenes totalitarios de Europa. 

La filósofa se había criado en una familia de origen judío, pero rechazaba explícitamente el judaísmo y, al igual que con el cristianismo, la identidad comunitaria judía.

De todos modos, pese a no haber recibido nunca una formación judía, tanto su familia como ella se vieron obligados a abandonar París en 1940 por el temor a ser clasificados como “no-arios”. 

Instalada en Marsella, Simone Weil reflexionó sobre el proyecto de reconciliación necesario entre la modernidad y la tradición cristiana y retomó las labores físicas, trabajando como obrera agrícola. Al año siguiente, huyó a Estados Unidos con sus padres y su hermano, pero regresó a Londres poco después, impulsada por la necesidad de incorporarse a la Resistencia francesa.

Obsesionada con prestar sus servicios a su patria, que había sido ocupada por el régimen nazi, Simone Weil pidió que la enviaran en una misión. 

Sin embargo, solo fue aceptada para trabajar como redactora en los servicios de Francia Libre, escribiendo informes y revisando textos. En 1943 abandonó la organización.

Sello francés de la filósofa Simone Weil.Foto: Cordonpress

FINAL DE LA VIDA Y LEGADO FILOSÓFICO DE SIMONE WEIL

Durante la última etapa de su vida, la filósofa profundizó en la espiritualidad cristiana (desde un acercamiento heterodoxo) y se interesó por la no violencia de Gandhi. 

En 1943 fue diagnosticada de tuberculosis e ingresó en un sanatorio de Ashford. Pese a estar enferma, Simone Weil renunció a comer cualquier cosa que superara las raciones de la Francia ocupada e insistió en dormir en el suelo, buscando maneras de solidarizarse con su país.

El 24 de agosto de 1943, a los treinta y cuatro años, la pensadora falleció de un paro cardíaco mientras dormía. Todas sus obras fueron editadas y publicadas por sus amigos de manera póstuma, un total de veinte volúmenes que cautivaron los filósofos e intelectuales por su ética de la autenticidad, su brillante lucidez y su desnudez espiritual. 

Sus obras más importantes son La gravedad y la gracia, una colección de reflexiones y aforismos espirituales; Echar raíces, ensayo en el que explora las obligaciones del individuo y el estado; Opresión y libertad, un texto político y filosófico sobre la guerra, el trabajo en las fábricas y otros temas; y Esperando a Dios, su autobiografía espiritual. 

Su filosofía, de una sensibilidad extraordinaria, y su profundo análisis del mundo y de la condición humana siguen cautivando y resonando hoy en lectores de todo el mundo. No en vano, su íntimo amigo y editor póstumo Albert Camús, definió a Simone Weil como “El único gran espíritu de nuestro tiempo”

Imagen de portada: Foto: PVDE / Bridgeman Images

FUENTE RESPONSABLE: Historia National Geographic. Por Aitana Palomar S. 3 de febrero 2023.

Sociedad y Cultura/España/Francia/Historia/Filosofía/Mujeres pioneras/ Segunda Guerra Mundial/ Biografías.

Marcel Proust en siete conferencias.

Bernard de Fallois es un catedrático reconvertido en editor que tuvo el privilegio, durante sus años de doctorado, de acceder a las carpetas de Proust que conservaba su sobrina Suzy Mantet, en donde «descubrió a principios de los años 1950 los manuscritos de Jean Santeuil y de Contre Saint-Beuve», publicados en Gallimard cuando contaba tan solo 26 años. 

Quien fue profesor un día —como señala el propio De Fallois evocando un proverbio que gustaba citar a Marcel Pagnol—, profesor toda la vida. Son muchas las cuestiones que el mencionado descubridor del Jean Santeuil aborda en estas siete conferencias en las que trata de dilucidar la poética de Marcel Proust para explicar cabalmente su obra.

En realidad, son nueve epígrafes los que estructuran estas Siete conferencias sobre Marcel Proust, reunidas bajo el sello editorial de ediciones del Subsuelo, con traducción de Lluís María Todó, Supongo que el dividirlo en siete partes, poniendo casi como exentas los epígrafes titulados «Los lectores de Proust» y «Las Lecturas», se corresponde con las intenciones del ponente de establecer una analogía con la heptalogía de En busca del tiempo perdido.

La primera llamada de atención que De Fallois hace al lector es la practica imposibilidad de seguir con Marcel Proust el método Saint Beuve, ya que el que pretenda conocer todo lo que aconteció al autor parisino en su vida tiene una ardua tarea lectora por delante. 

En primer lugar, leer «la correspondencia general y cronológica establecida por [el] académico norteamericano Philip Kolb […] Miles de cartas», sin contar las correspondencias particulares, por ejemplo: «las cartas a su madre [], y las que escribió a Raynaldo Hahn, a Lucien Daudet, a Robert de Montesquiou, a madame Strauss, [y] a la condesa de Noailles, etc». 

A ello hay que sumar los testimonios de las personas que lo conocieron, como Robert Dreyfus, Danil Halevi, Jean Cocteau y Paul Morand, así como una docena de biografías, entre las que nuestro conferenciante destaca la primera «creo que fue la de León Pierre-Quint», la de André Maurois, titulada significativamente En busca de Marcel Proust, el voluminoso estudio del biógrafo inglés George D. Painter y, también, la que considera como más completa, la realizada por Jean-Yves Tadié. 

Al lado de todas estas obras, el profesor-editor no se olvida de señalar sumariamente las numerosas monografías, tesis y estudios que se han realizado sobre los diferentes aspectos de la vida y obra del preclaro autor de la Recherche.

Una abrumadora relación que le sirve para posicionarse —no solo para advertir y aleccionar al lector— y oponerse al método Sainte-Beuve y a los que pretenden encontrar en la vida de un determinado escritor los esenciales significados de su escritura. 

De Fallois señala el hecho paradójico de que Proust cuestionase abiertamente esta forma crítica de abordar una obra literaria, por medio de la cual conviene conocer «ciertas cuestiones» personales del escritor si se pretende interpretar adecuadamente los verdaderos alcances de sus valores creativos y, en cambio, en la mayoría de las ocasiones, se abordase desde estos presupuestos la lectura de En busca del tiempo perdido, deslizándose permanentemente la dilucidación de sus contenidos ficcionales a los aspectos biográficos, o analizándose estos a la luz de aquellos.

Paradoja en la que incurre, a pesar de sus declaradas intenciones y bienintencionados propósitos hermenéuticos, el propio De Fallois. El catedrático-editor no deja de utilizar una y otra vez en sus sucesivas conferencias, a la hora de abordar las complejas cuestiones que suscita la Recherche, los denostados argumentos biográficos que con tanto ardor proustiano cuestiona. 

Evidenciando lo difícil que resulta deslindar en Marcel Proust lo biográfico de lo ficcional y lo ficcional de lo biográfico, al estar urdidas sus fabulaciones y alegorías con escritura autográfica, siendo en su caso extremadamente dificultoso y complejo abordar su obra creativa desde una perspectiva meramente formalista o narratológica.

Bernard de Fallois se apoya en Proust y en su teoría de los dos yo para explicar esta dicotomía, entre la obra y la vida, o si se prefiere entre los elementos ficcionales y los avatares biográficos. El autor de Por el camino de Swann, como señala nuestro conferenciante, diferencia en un escritor «el yo humano, mundano, social, individual, y el yo profundo del creador que nadie conoció jamás en vida». 

Esta escisión entre el yo mundano y el yo creador la presenta De Fallois como una de las ideas originales de Proust, que sustenta y fundamenta su poética, y al que atribuye el honor de haber sido el primero en formularla. Pero el profesor-editor se olvida de que ya Henry James en la novela corta La vida privada (1892) plantea esta cuestión, entre el escritor aparente, de éxito social, superficial y fatuo y el verdadero creador, oculto a la sociedad de su tiempo, que escribe las obras maestras en total aislamiento. 

Claro está que Proust otorga otra dimensión, quizá por influencia ruskina, a ese «yo profundo», hermanando con el yo creador que a lo largo del tiempo ha ido —y va— tejiendo las grandes obras artísticas capaces de trascender la usura implacable del tiempo: «El hombre de genio tan solo puede dar nacimiento a obras que no morirán si las crea a imagen, no del ser mortal que es, sino del ejemplar de humanidad que lleva en él». 

Por lo que la misión más elevada del crítico es la de descubrir ese «ejemplar de humanidad» imperecedero que el escritor deja entrever, la mayoría de las ocasiones connotativamente, en los tamices de su escritura.

Este planteamiento de los dos yo se refuerza, de manera análoga, con la teoría de los dos tiempos que gobierna el tiempo humano y que fundamenta la escritura de la Recherche. Entre los dos yo y los dos tiempos se produce una simetría inequívoca que sustenta los arquitrabes y arbotantes de la insondable catedral proustiana. 

Es sabido que a Proust le gustaba comparar su magna obra con una catedral. Esta compleja teoría del tiempo la explica simplificadamente De Fallois en apenas unos párrafos:

«El tiempo cronológico, el que sirve para contar, y el tiempo real, que no es continuo, que sufre eclipses, cortes de corriente, y que es el verdadero.

Así como existe el yo exterior, el que conocen los demás, y el yo real del creador, del mismo modo existe el tiempo del que creemos acordarnos y el que nos viene según el azar, y que es el verdadero».

No resulta extraño que, debido a este núcleo generador, el autor de Los placeres y los días pensase titular inicialmente su obra —precisamente debido a la coexistencia intermitente de estos dos tiempos— Las intermitencias del corazón, divididas a su vez en dos partes, El tiempo perdido y El tiempo recobrado. 

Título y estructura narrativa que se apoya en una teoría del tiempo que recuerda la dureza formulada por su primo político el filósofo Henry Bergson y que Proust, de alguna manera, reformula literariamente en su teoría de la memoria involuntaria.

Es entre estos dos yo, el del personaje real y el de ficción, y entre estos dos tiempos, el cronológico y el de la creativa durée literaria, entre los que se mueve el lector de la obra proustiana. Un movimiento que adquiere complejidades glosemáticas, ya que el yo desdoblado del Narrador vuelve a desdoblarse en el yo del lector, así como los dos tiempos que gobiernan nuestra vida. 

Todo un proceso de interiorización que hacen que la lectura de En Busca del tiempo perdido no sea un mero entretenimiento, ni mucho menos inocua. Quizá, porque como señala Bernard de Fallois refiriéndose a Marcel Proust: «la realidad verdadera no está jamás en el objeto, no está ni en Odette, ni en Morel, ni en François le Champí, sino en la mente que los transfigura».

Siete conferencias, aunque en realidad sean nueve, que, siguiendo las exigencias del imperecedero morador de la rue Hamelin, pueden considerarse esenciales.

—————————————

Autor: Bernard de Fallois. Título: Siete conferencias sobre Marcel Proust. Editorial: Ediciones del Subsuelo. Venta: Todostuslibros.

Imagen: Cubierta de portada de “Siete conferencias sobre Marcel Proust”.

FUENTE RESPONSABLE: Zenda. Apuntes, Libros y Cía. Por Ricardo Labra. Editor: Arturo Pérez-Reverte. 28 de enero 2023.

Sociedad y Cultura/Literatura/Biografías/Filosofía/En memoria/»7 Conferencias».

Juan Gil-Albert, poeta de guerra

Su amistad con Miguel Hernández y la influencia de Pablo Neruda.

Cuando soy feliz, creo en Dios.

(Juan Gil-Albert)

Los poetas levantinos Juan Gil-Albert y Miguel Hernández son poetas de la Generación del 36. No por ser Gil-Albert menos conocido que su paisano Hernández, deja de ser menos importante como poeta de guerra.

Si deseas profundizar en esta entrada; por favor cliquea adonde está escrito en “azul”. Muchas gracias.

Sabíamos que Juan Gil-Albert y Miguel Hernández coincidieron en la «Ponencia colectiva» del II Congreso Internacional de Escritores en Defensa de la Cultura inaugurado el 4 de julio de 1937 en Valencia; pero no cuándo ni dónde se conocieron.

Posteriormente, a toro pasado, 29 años después del primer encuentro, Juan Gil-Albert recordará a Miguel Hernández en Madrid en 1936, en su artículo: «Notas de un carnet. Miguel Hernández», Valencia, Ediciones La Rueda, 1965; y posteriormente en el Homenaje a Miguel Hernández, de la Revista de Occidente N.º 139, de 1974, donde escribe que conoció a Miguel un mes de abril de 1936 en la casa-imprenta de Manuel Altolaguirre y Concha Méndez situada en calle Viriato número 73, Madrid, donde nuestros dos jóvenes poetas publicaron sus libros de sonetos en Ediciones Héroe. Hernández, publicó El rayo que no cesa (E. R. C) el 24 de enero de 1936, y Gil-Albert Misteriosa presencia (M. P.). 

A esta casa también acudían José Moreno Villa o Luis Cernuda, por ser vecino de los Altolaguirre. Escribió Gil-Albert que intercambiaron sus libros: (E. R. C) y (M. P.). Sin embargo, esta afirmación, propia de la memoria en el tiempo, no es del todo cierta, ya que el libro de (M. P.), se publicó un mes después del encuentro de abril del 36, el día 4 de mayo.

La fecha exacta del encuentro entre nuestros dos poetas no la sabíamos hasta que, en una carta del sacerdote y profesor valenciano, Alfonso Roig, dirigida a Josefina Manresa de fecha 04-04-1968, le da cuenta que un ejemplar de (E. R. C), dedicado, era propiedad de D. Juan Gil-Albert, firmado con fecha 6 de abril de 1936, día de la semana que era lunes. Por consiguiente, y como la publicación de (M. P.) fue en mayo, un mes después del encuentro del 6 de abril, no fue posible el intercambio de los poemarios aludidos por Gil-Albert, además el libro no llegó a ser distribuido, por cierre de la imprenta Héroe de Madrid.

Busqué el referido ejemplar de El rayo que no cesa, dedicado por Miguel Hernández a Juan Gil-Albert en el Archivo Alfonso Roig, digitalizado en la Biblioteca Valenciana Nicolau Primitui, y no está referenciado. Pero, por fortuna, en una exposición dedicada al sacerdote Alfonso Roig Izquierdo (1903-1987) en el Museo Valenciano de la Ilustración y la Modernidad (MUVIM) en otoño de 2017, titulada «Alfons Roig i la Generació del 27», se mostró el famoso y perdido ejemplar de El rayo que no cesa, que Gil-Albert le había regalado al sacerdote por la amistad que tuvieron. ¿Quién le puede negar a un sacerdote la petición de un capricho bibliófilo de esta índole? Además, existen cartas del sacerdote a Josefina Manresa pidiéndole leer la correspondencia de Miguel, pero Josefina no se la envió para su lectura.

Alfons Roig y Josefina Manresa se conocieron epistolarmente por mediación del poeta oriolano Manuel Molina. El padre Roig había conocido en 1955 en Roma a María Zambrano, y esta le dedicó el artículo «Presencia de Miguel Hernández» de 9-07-1978 en El País. Roig y Zambrano, mantuvieron correspondencia desde 1955 a 1985, de la que existe un epistolario en editorial Debast, edición de Rosa Mascarell.

En cambio, el ejemplar de Misteriosa presencia, que dice Gil-Albert haber entregado a Miguel, no se halla en el Legado de Miguel Hernández digitalizado por la Diputación de Jaén, porque, como he comentado, se publicó el 4 mayo, confirmado por varios autores como Jaime Siles (Congreso 2004-29), Alfredo Martínez de la Universidad de Queensland, o Manuel Parra Pozuelo en la revista AUCA, N.º 28, de junio 2013, donde además escribe Parra que el propio Gil-Albert trastocó deliberadamente el orden de publicación de Cadente horror por los sonetos de Misteriosa presencia; este como su opera prima, tal vez para inscribirse en el gongorismo de la Generación del 27. En este orden equivocado aparece en todas las bibliografías consultadas.

En julio de 1937, con motivo del II Congreso, celebrado en el hemiciclo del Ayuntamiento de Valencia (donde participaban 26 escritores españoles, con otros extranjeros), se encuentran de nuevo, ambos forman parte de texto de la «Ponencia colectiva» firmada por: Antonio, Sánchez Barbudo, Ángel Gaos, Antonio Aparicio, Arturo Souto, Emilio Prados, Eduardo Vicente, Juan Gil-Albert, J. Herrera Petere, Lorenzo Varela, Miguel Hernández, Miguel Prieto, Ramón Gaya y Arturo Serrano Plaja; y leída por este último. Entre los hispanoamericanos se hallaban: Nicolás Guillén, Octavio Paz, César Vallejo, Vicente Huidobro, Raúl González Tuñón, entre los más destacados.

Después del II Congreso no se volvieron a verse ni a escribirse. Miguel viajará a Rusia para el V Festival de Teatro Soviético; y Gil-Albert continuará en Valencia, después marchará a Barcelona y al exilio de Francia, México y Argentina.

En el poemario El hombre acecha de 1939 (del que conocemos la edición no distribuida de la Casona de Tudanca, Santander, de 1981) se cita a un Juan en la penúltima estrofa del poema «Llamo a los poetas», pero como no cita los apellidos, no se puede confirmar si se trata de Juan Gil-Albert, pero estoy seguro de que sí es Gil-Albert, sobre todo por la coincidencia del segundo apellido de Hernández, que era Gilabert que se diferencia prosódicamente por el guion de Gil-Albert. La teoría de que fueran Juan Rejano o Juan Larrea no se sustenta porque Miguel no los conoció personalmente.

No he encontrado cartas ni en los archivos ni legados de ambos «amigos». La ausencia de correspondencia o notas me la confirmó Jesucristo Riquelme el 13-03-2019, que ha publicado un libro ampliando el epistolario titulado Epistolario general de Miguel Hernández, EDAF, 2019. Gil-Albert sí mantuvo correspondencia con Josefina Manresa, al menos tenemos la nota de fecha 29 de abril de 1985, un años después del fallecimiento de Manuel Miguel (Manolillo) ocurrida el 23 de mayo de 1984 a los 45 años.

Biografía resumida de Juan Gil-Albert

El poeta y ensayista Juan Gil-Albert Simón se llamaba Juan de Mata Gil Simón, nacido en Alcoy (Alicante) el 1 de abril 1904, adaptó los apellidos de su padre Ricardo Gil Albert y se lo agregó como compuesto (Gil-Albert). Hijo de Vicenta Simón Belenguer, una familia perteneciente a la alta burguesía industrial alcoyana, sus primeros años de formación corrieron a cargo de un profesor particular y en un colegio de monjas de Alcoy. Cuando cuenta con nueve años, la familia se traslada a Valencia en pos de su padre, que abre allí un almacén de ferretería, e ingresa como interno en el Colegio de los Escolapios. Los veranos los pasaba en la finca alcoyana de El Salt. A mediados de 1934 se traslada a Madrid y se pone en contacto con los poetas de la Generación el 27, aunque a Juan se le catalogará de la Generación del 36.

En mayo de 1936, en Madrid, el impresor y poeta Manuel Altolaguirre le publica sus primeros libros en la editorial Héroe. Poeta bastante tardío, su primer poemario será Misteriosa presencia, en 1936, una colección de sonetos de tema amoroso, seguido del poemario surrealista Candente horror, y el poemario Son nombres ignorados, impreso en Barcelona sobre la consciencia de la guerra. La propuesta de María Paz Moreno señala la importancia del culturalismo en tanto que Juan Gil-Albert «necesita del culturalismo para llegar a sí mismo».

En enero de 1937 cofunda en Valencia la revista Hora de España, cuya redacción está formada por Juan Gil-Albert, Rafael Dieste, Sánchez Barbudo y el murciano Ramón Gaya. A mediados de 1937, se unieron a ellos en la redacción la filósofa, María Zambrano, y Arturo Serrano Playa. Cuando Valencia se convierte en capital de la República, la casa de Juan Gil-Albert se convierte en centro de reunión de los intelectuales republicanos. Participa en la organización del II Congreso Internacional de Escritores en Defensa de la Cultura, participa en la redacción de la famosa «Ponencia colectiva», y coincide con Miguel Hernández tanto en la ponencia como en el congreso, celebrado en julio en el salón de Actos del Ayuntamiento de Valencia, donde previamente se había trasladado el gobierno de la Segunda República.

Finalizada la guerra pasará a Francia y será ingresado en el campo de concentración Saint-Cyprien (Pirineos Orientales), posteriormente, una vez liberado, se traslada a México donde se convertirá en secretario de la revista Taller dirigida por Octavio Paz (al que había conocido en Valencia en 1937). También colabora con críticas de cine en la revista Romance. Colabora también en Letras de México y El hijo pródigo, con poemas y prosa. A fines de 1942 viaja a Buenos Aires y colabora en los diarios argentinos Sur y en la página literaria de La Nación. Allí conoce a Jorge Luis Borges. Publicará El convaleciente (1944).

Regresó del exilio a Valencia en el verano de 1947, viviendo ahora un exilio interior fuera de las corrientes dominantes hasta la muerte de Franco. Era propietario de una casa familiar en Alcoy. Años después, hará apariciones públicas y conocerá al poeta de Oliva, Francisco Brines, a Ricardo Bellveser, Carlos Rovira, a Luis Antonio de Villena, se integrará en la vida poética y a los homenajes. En 1983 el Instituto Alicantino de Cultura pasó a llamarse Juan Gil-Albert, dependiente de la Diputación de la misma ciudad. Fallecido en Valencia el 4 de julio 1994, a los 90 años.

Antecedentes de Candente horror, la influencia de Pablo Neruda

El poeta chileno Pablo Neruda (Premio Nobel de Literatura en 1971), es una figura clave en las obras primeras de Juan Gil-Albert, según Manuel Aznar Soler. Componer Residencia en la Tierra le supuso a Neruda casi diez años (1925-1935) de trabajo de inspiración. Pertenece Neruda a ese grupo de poetas que encabezan la renovación vanguardista de la poesía impura y con el que destacan los sudamericanos: César Vallejo, Vicente Huidobro y Raúl González Tuñón.

A finales de la década de los 20, el poeta vive en remotos países en calidad de cónsul de Chile, y se deja sentir en su obra la soledad que sufrió en esos lugares: el ocio se convierte en poesía. En 1935, Pablo Neruda se instala en Madrid y se relaciona con el Grupo de los del 27. Ese mismo año publica un manifiesto titulado «Por una poesía sin pureza» (atacando los preceptos juanramonianos —poeta puro—, con quien no se llevaba bien) en donde asegura que todo cabe en el proceso poético (incluyendo los temas más abruptos o las imágenes más desagradables o exóticas); principios poéticos recogidos en el manifiesto fundacional de la revista madrileña Caballo verde para la poesía, 1935. Piensa Neruda que todo es poetizable, en poesía no se ha de rechazar deliberadamente ningún tema. Tutor de la poesía impura. En modo alguno debe llevarnos esto a pensar que este tipo de poesía son composiciones venidas a menos.

Residencia en la Tierra influyó, sin duda alguna, en Juan Gil-Albert, que lo debió leer. Encuentra Gil-Albert en R. T. un mundo abierto a la palabra y a las imágenes para librarse de la tiranía de la métrica y poder abrirse al surrealismo. Así, encontramos violentas imágenes que evocan un mundo de destrucción. En definitiva, la obra refleja la visión confusa de un mundo caótico y laberíntico que se desmorona por sí mismo. Para intentar salvarse, el poeta busca apoyo en el amor, en la visión positiva. También conoció Neruda a Miguel Hernández a quien le influenció de poesía impura para algunos poemas que no gustaron a su amigo Ramón Sijé.

La ciudad para Neruda es un espacio nefasto que le produce esa sensación de confusión, caos e incoherencia y, para resaltarla, hace uso de conceptos paradójicos, ya que, persigue captar la arbitrariedad de las cosas y los sentimientos. Un buen ejemplo de ello es el poema «Walking around».

El poeta chileno no llega nunca a la oscuridad, pues deja siempre una especie de rendija de luz-lógica que permite la compresión intuitiva del poema. El surrealismo de Residencia en la Tierra, a pesar de su aparente hermetismo, es descifrable y el lector puede desentrañar los secretos de la obra con un poco de atención y perspicacia. De hecho, muy lejos queda esta poesía de la que profesa César Vallejo en Trilce (1922) o Vicente Huidobro en Altazor o viaje en paracaídas (1931), o Raúl Gonzales La rosa blindada (1936), en homenaje a la insurrección obrera de Asturias en la España republicana del 34. Aun así, percibo un lenguaje muy personal como en Candente horror con clara influencia de las corrientes anarquistas y libertarias de la época.

Residencia en la Tierra supone un recorrido por la vida del poeta y sus frustraciones, y nos dan cuenta de su evolución anímica de un hombre solitario e introspectivo. Posteriormente, escribiría una tercera residencia que incluye «España en el corazón» en donde se duele por la Guerra Civil española y por la muerte de su amigo Federico García Lorca. Miguel Hernández le dedicó a Neruda «Oda entre sangre y vino a Pablo Neruda» y el prólogo de El hombre acecha (1939) con referencia a su hija Malva Marina, enferma de hidrocefalia. Miguel Ángel García Guerra escribe en Portal Solidario:

Los expertos en la obra de Pablo Neruda (Selena Millares, Enrico Mario Santi, Alain Sicard, Saúl Yurkievich) estuvieron de acuerdo en que la influencia del poeta chileno solo se detecta claramente en la Generación del 27 y queda diluida o prácticamente inexistente en los creadores españoles posteriores. Esta fue una de las conclusiones de la mesa redonda, en la que participaron estos especialistas, celebrada ayer por la mañana en la tercera jornada del Congreso internacional Pablo Neruda en el corazón de España, que se está celebrando en la Diputación desde el lunes (Córdoba, del 15 al 19 de noviembre de 2004).

Para Selena Miralles, hay que diferenciar entre presencia e influencia de Neruda en la literatura española. Desde esta óptica, el poeta chileno tiene mucha presencia, pero solo una gran influencia en la Generación del 27, siendo su obra «Residencia en la Tierra» (1933), la que tiene mayor protagonismo en la literatura española. Los poemarios «Canto general» u «Odas elementales» no se reflejan en los autores españoles.

La tesis del profesor José Carlos Rovira, de la Universidad de Alicante, es precisamente que en toda la obra poética de Neruda emerge la tradición española, como no puede ser menos. Como el propio Rovira afirma en la reedición de la antología Fuentes de la constancia (Cátedra 1984:20):

Y hay que zambullirse continuo y desordenado en mares lejanos que se llaman Platón, Píndaro, Anacreonte, Teócrito, Dante, Ronsard, Leopardi, Nietzsche, Proust, André Gide… y en mares próximos que se llaman Maragall, Azorín, Unamuno, Gabriel Miró, etc. Con quien tuvo Gil-Albert relación personal un año antes de su muerte [Madrid, 1929].

Mucho se ha escrito sobre un texto como Candente horror (febrero de 1936), que tan solo contiene 18 poemas de vanguardia surrealista del poeta alcoyano Juan Gil Albert (1904-1994), el cual, según Jaime Siles (2007:42), «es el primer libro de poemas escrito por Juan Gil-Albert y, como tal, hay que verlo». Se explica así en la prosa —o poema en prosa— que lo abre y que es un extracto de las «Confesiones a tres jóvenes comunistas» (aunque su primer libro fue La fascinación de lo irreal, publicado en 1927). Si tomáramos este primer libro como generacionista, Gil-Albert pertenecería por derecho propio a la Generación del 27. También escribe Siles que Candente horror es un libro de rebelión política y social (2007:47). Manuel Valero Gómez, nos dice que Candente horror «es un libro de una belleza trágica, que representa la colisión entre la realidad objetiva y el mundo interior del poeta», comentado en su tesis doctoral sobre la presencia de Gil-Albert en la poesía española del siglo XX (2014:85).

Son poemas en prosa, en clave surrealista, denuncias de la situación de penuria social en que vivían los obreros, particularmente en la zona industrial de Alcoy, con su importante industria textil, que bien conoció Gil-Albert por ser hijo de un empresario dedicado a la industria de la ferretería (leer Memorabilia), y por vecindad conocía los problemas sociales y económicos de la comarca, de la región levantina y española. El título del poemario Candente horror lo toma el poeta de «La noche» verso 13 «un candente horror para sus vidas».

Con múltiples lecturas he elaborado una hermenéutica profana de los poemas, incluido el prólogo del propio poeta, que muy bien pudo llamarse: «Dedicatoria a tres amigos comunistas», puesto que no aprecio prólogo, al menos, con el propósito en el que se escriben. Mis comentarios nunca podrán contener la totalidad del sentido de los poemas, porque para ello habría que entrar en el pensamiento del poeta y sus vivencias. Mis comentarios aportarán una especie, llamémosle andamio semántico, para que el lector se apoye en ellos y le facilite su propia interpretación. Aunque, también, me he servido de otros andamios semánticos analíticos como los trabajos de Manuel Aznar Soler, Pedro J. de la Peña, José Carlos Rovira, Pedro García Cueto, M.ª Paz Moreno y Joaquín Juan Penalva.

Para acercarnos el sentido del horror poetizado hemos de situarnos en el contexto histórico la convulsa Segunda República española y meses antes de la Guerra Civil, que valiéndose de un lenguaje surrealista como instrumento de expresión, destila, en algunos versos hermetismo y metáforas surrealistas, lo cual le permite al poeta ahondar en sus visiones, pensamientos y angustias, de lo que percibe la voz poética como la insurrección socialista de la llamada Revolución de Asturias del también llamado «Octubre Rojo» de 1934, durante el denominado «bienio rectificador» (republicanos de derechas que pretendían revisar la Constitución progresista de 1931), llamado también «bienio negro» por las izquierdas que perdieron las elecciones de noviembre de 1933, que constituye el periodo comprendido entre las elecciones generales de noviembre 1933 y las de febrero de 1936 durante el que gobernaron los partidos de la derecha conservadora republicana encabezados por el PRR de Alejandro Lerroux, aliado con la derecha católica de la CEDA y del Partido Agrario.

Como dijera Luis Antonio de Villena en varios artículos (amigo personal que fuera de Juan Gil-Albert), en la poesía gilalbertina se oculta un filósofo en el lenguaje lírico, juicioso de que el lenguaje poético es más complejo que el lenguaje en prosa. Fue olvidado tras su exilio a México, pero este metafísico del verbo hubo de ser rescatado de los abismos del olvido en los años setenta gracias a Francisco Brines, por su amistad con el editor catalán Jaime Gil de Biedma y Carlos Barral, a partir de la publicación de Fuentes de la constancia (Ocnos, 1972) edición de José Carlos Rovira, el cual llama poderosamente la atención de los críticos (la segunda reedición es de Cátedra de 1984).

La profesora María Paz Moreno (Universidad de Cincinnati) en su libro fundamental para conocer al poeta alcoyano, Culturalismo en la poesía de Juan Gil-Albert, IACJGA, Alicante, 2000, afirma que son:

[…] pocos los estudios de extensión y profundidad considerables […] En 1977, la revista sevillana «Calle del Aire» le dedica su primer número, donde se recogen algunos artículos que siguen siendo aún hoy fundamentalmente dentro de la crítica gilalbertina […] Sin embargo, todavía hoy predomina un gran desconocimiento en torno a la figura de Gil-Albert y el valor de su obra […] César Simón, sobrino de Gil-Albert y autor de una tesis doctoral sobre él, ofrece un acercamiento esencial en «De su vida y obra» (1984), que constituye un estudio de tipo tradicional, valioso por ser el primero de este tipo sobre Gil-Albert y porque asienta las bases para estudios posteriores.

Notas

García Cueto, P. (2015). Los homenajes a Juan Gil-Albert. Sinepsada.

Gil-Albert, J. (1982). Concierto en mi menor, La trama inextricable, Memorabilia, Obras completas en prosa. Valencia: Instituto Alonso el Magnánimo.

Fernández Palmeral, R. (2019). Glosada de candente horror. Amazon.

Peña, P. J., de la (1982). Juan Gil-Albert. Madrid: Júcar.

Valero Gómez, M. (2014). La presencia de Juan Gil-Albert en la poesía española del siglo XX. Tesis doctoral. Universidad de Granada.

Imagen de portada: Enrique Climent; Retrato de Juan Gil-Albert, 1940 (detalle)

FUENTE RESPONSABLE: Cultura. Por Ramón Fernández Palmeral. 20 de septiembre 2022.

Sociedad y Cultura/Literatura/Poesía/Biografías

 

Alexandra David-Néel, la primera mujer occidental en el Tíbet.

 

La historia está llena de viajeras famosas. Pero tal vez una de las más intrépidas sea Alexandra David-Néel. Su gran logro fue convertirse en la primera mujer occidental que accedió a la ciudad de Lhasa, la capital del Tíbet, un lugar que a principios del siglo XX estaba prohibido a los extranjeros.

Viajera indomable, Alexandra David-Neel falleció el 8 de septiembre de 1969 a la edad de cien años. Fue la primera occidental que entró en la ciudad prohibida de Lhasa, la capital del Tíbet, cuando ésta era aún inaccesible a los extranjeros. Alexandra David-Néel fue nombrada lama y durante su apasionante existencia escribió más de treinta libros acerca de religiones orientales, filosofía y, por supuesto, sobre sus viajes.

FEMINISTA Y VIAJERA

Louise Eugénie Alexandrine Marie David nació en la población francesa de Saint-Mandé el 24 de octubre de 1868. Era la heredera de una gran fortuna y parecía que estaba destinada a seguir los pasos de la mayoría de jóvenes europeas de buena familia de las últimas décadas del siglo XIX: casarse, tener hijos y quizás escribir o pintar, nada por lo que pudiera ser recordada en el futuro. Pero Alexandra tenía otras intenciones. Su infancia se vio influida por las diferentes mentalidades de sus padres: él, un masón que dirigía una publicación republicana; ella, una católica conservadora belga. Alexandra, que era hija única, recibió de su madre una firme formación religiosa; en cambio, su padre le proporcionó una educación revolucionaria, tanto que incluso en 1871 la llevó a ver el fusilamiento de los últimos reos de La Comuna de París para que nunca olvidara lo que era la vida real.

Alexandra, que era hija única, recibió de su madre una firme formación religiosa; en cambio, su padre le proporcionó una educación revolucionaria, tanto que incluso en 1871 la llevó a ver el fusilamiento de los últimos reos de La Comuna.

A los 15 años, Alexandra intentó embarcarse sola rumbo a Gran Bretaña, pero su familia, horrorizada, se lo impidió; y es que a finales del siglo XIX las mujeres «decentes», y ya no digamos las jóvenes, debían viajar acompañadas. Pero Alexandra acabó saliéndose con la suya. La joven viajó por la India y Túnez antes de cumplir los 25 años, y visitó España montada en bicicleta. Por aquel entonces estuvo muy de moda la Sociedad Teosófica dirigida por la famosa Madame Blavatsky, dedicada al espiritismo, al ocultismo oriental y al estudio de las religiones comparadas, de la cual Alexandra se hizo miembro. Fue seguidora del geógrafo y anarquista francés Elisée Reclus, el cual amplió las ideas anarquistas que ya le había inculcando su padre, a las que añadió además un ideario feminista. Alexandra le dedicó su primer libro, un ensayo titulado Pour la vie (Elogio a la vida,) que escribió en 1898. Al año siguiente, Alexandra escribió un tratado sobre el anarquismo, y el propio Reclus fue el autor del prólogo. Ante el rechazo de los editores (y aunque la obra sería traducida a cinco idiomas), el libro fue publicado por un amigo.

Foto: Cordon Press

LAMA, YOGUI Y «LÁMPARA DE SABIDURÍA»

Convencida de que nunca sería respetada como escritora, conferenciante o incluso como cantante si continuaba soltera, el 4 de agosto de 1904 Alexandra se casó en Túnez con Philippe Néel, ingeniero jefe de los ferrocarriles tunecinos. Aunque su vida conyugal fue a veces tempestuosa, siempre estuvo impregnada de un respeto mutuo. A pesar de vivir en el norte de África, un lugar que le fascinaba, y de hacer continuos viajes en barco y ferrocarril, Alexandra se dio cuenta de que la vida de casada no era para ella. Nunca se consideró una mujer «felizmente casada». A pesar de que tenía libertad para viajar en solitario, para escribir libros y para impartir conferencias, Alexandra se sentía angustiada, padecía continuas jaquecas y crisis nerviosas.

Finalmente, el matrimonio se rompió el 9 de agosto de 1911, cuando Alexandra decidió emprender su segundo viaje a la India. Este hecho, unido a que ella no deseaba tener hijos, acabaría precipitando la ruptura. Durante su periplo, Alexandra visitó Egipto, Ceilán, India, Sikkim, Nepal y Tíbet. A pesar de que ella dijo que estaría de vuelta en 18 meses, la realidad es que Alexandra estuvo fuera ¡14 años! En todo aquel tiempo, y aunque su matrimonio se había terminado, la pareja mantuvo una fluida correspondencia hasta la muerte de él en 1941. Por desgracia, la mayoría de estas cartas se perdieron durante la Guerra Civil China. Durante la travesía hacia Egipto, Alexandra escribiría a Philippe: «He emprendido el camino adecuado, ya no tengo tiempo para la neurastenia».

Durante todos los años que Alexandra estuvo de viaje, la pareja mantuvo una fluida correspondencia hasta la muerte de él en 1941. Por desgracia, la mayoría de las cartas se perdieron durante la Guerra Civil China.

Cerca de Madrás, en el sur de la India, Alexandra se enteró de que el decimotercer Dalai Lama había tenido que huir del país, por aquel entonces sublevado contra China, y que residía en el Himalaya. A partir de aquel momento se marcó como objetivo encontrarse con él, algo que conseguiría en 1912. Alexandra continuó viaje hasta Nepal, donde llegó en 1912. Una vez allí, el marajá le regaló unos elefantes para que pudiera recorrer cómodamente el país. De esa forma llegó hasta Sikkim, un pequeño reino en los Himalayas, donde conoció a un joven tibetano llamado Aphur Yongden. Primero lo contrató como criado, luego fue su discípulo y, tras finalizar su aventura por el Tíbet, se convirtió en su hijo adoptivo. Ambos comenzaron a viajar por las cumbres con la intención de llegar hasta la ciudad soñada, Lhasa, por aquel entonces bajo el mandato de funcionarios británicos, un lugar cerrado e inaccesible a los extranjeros. Alexandra y Yongden se dirigieron a Japón, Corea, Pekín y regresaron al Tíbet. De nuevo en el país, Alexandra vivió dos años y medio en el monasterio budista de Kumbum, donde fue nombrada lama. «Viví en una caverna a 4.000 metros de altitud, medité, conocí la verdadera naturaleza de los elementos y me hice yogui. Cómo había cambiado mi vida, ahora mi casa era de piedra, no poseía nada y vivía de la caridad de los otros monjes». Allí recibiría el nombre de Lámpara de Sabiduría.

EL «PASEO» HASTA LHASA

Pero la prohibida Lhasa seguía siendo el objetivo final de Alexandra. La exploradora intentaba llegar una y otra vez, pero siempre acababa siendo arrestada y devuelta a la India. Al final, para poder acceder a la ciudad, Alexandra trazó un plan. Ella y Yongden se hicieron con una pequeña pistola, unas monedas de plata y algo de comida. Se disfrazaron de mendigos y empezaron a peregrinar. «Les dijimos a todos que íbamos en busca de hierbas medicinales. Yongden se hizo pasar por hijo mío. Me teñí la piel con ceniza de cacao, usé pelo de yak que teñí con tinta china negra, como si fuera la viuda de un lama brujo. Decidimos viajar de noche y descansar de día. Viajar como fantasmas, invisibles a los ojos de los demás. Alguna vez tuvimos que hervir agua y echar un trozo de cuero de nuestras botas para alimentarnos», relata la exploradora en Viaje a Lhasa. Cuando por fin llegaron a las puertas de la ciudad, una tormenta de arena les ayudó a pasar inadvertidos. A pesar de la dureza del viaje (estaban esqueléticos, demacrados y vestidos con harapos), al final lo habían conseguido. Tras cuatro meses y dos mil kilómetros a pie por el Himalaya, Alexandra logró su objetivo. Era el año 1924, y Alexandra David-Néel se había convertido en la primera mujer occidental en entrar en la capital del Tíbet.

David-Néel (centro) en Lhasa, en 1924.

Me teñí la piel con ceniza de cacao, usé pelo de yak que teñí con tinta china negra, como si fuera la viuda de un lama brujo. Decidimos viajar de noche y descansar de día, narra la exploradora en Viaje a Lhasa.

El «paseo» al que se había referido Alexandra en una carta dirigida a Philippe Néel, fue en realidad una auténtica odisea. Alexandra volvió a Europa convertida en una heroína. Fue portada del Times que la definió como «la mujer sobre el techo del mundo». También recibió numerosas condecoraciones y premios: la Medalla de honor de la Sociedad Geográfica de París y la Legión de Honor. Establecida de nuevo en Francia, Alexandra compró un terreno en Digne-les-Bains, una pequeña localidad al pie de los Alpes franceses, donde construyó su casa, a la que bautizó como Samten Dzong (fortaleza de meditación). Este lugar sería desde entonces su refugio. Allí escribió más de treinta libros sobre sus aventuras, dio charlas, recibió a personalidades y siguió leyendo textos budistas. Hoy, la casa puede visitarse y se ha construido un museo junto a ella. A los 67 años de edad, Alexandra se sacó el carné de conducir y viajó en el Transiberiano hasta China, país que recorrió durante diez años. Al cumplir los 100 renovó el pasaporte. «Por si acaso», aseguró. Esta viajera incansable murió a punto de cumplir los 101 años en Samten Dzong, y sus cenizas fueron esparcidas junto a las de su querido Yongden, fallecido 14 años antes, en el río Ganges.

Imagen de portada: Alexandra David-Neel

FUENTE RESPONSABLE: Historia National Geographic. Por J.M. Sadurni. Colaborador.

Sociedad y Cultura/Biografías/Mujeres Pioneras

Una inventora en Hollywood.

Nacida en Viena como Hedwig Eva Maria Kiesler, fue conocida en Hollywood como Hedy Lamarr. Pasó a la historia del cine como una de las más bellas y reconocidas actrices que no llegó a conseguir un Óscar. 

Sin embargo, sí logró el “Óscar a la invención”, ya que, además de su faceta cinematográfica, fue una inventora que puso sus conocimientos al servicio de los ejércitos aliados durante la Segunda Guerra Mundial y fue precursora de la tecnología sobre la que se sustenta el actual sistema WiFi.

A los 16 años dejó aparcada su vocación por la ingeniería y comenzó sus estudios de artes escénicas en la escuela berlinesa del director de cine y teatro Max Reinhardt. Pronto inició su carrera cinematográfica con Dinero en la calle (Georg Jacoby, 1930) y se haría mundialmente famosa por su actuación en la película Éxtasis (Gustav Machaty, 1933), en la que aparece completamente desnuda, primero al borde de un lago y después corriendo por la campiña checa. Fue la primera actriz en escenificar un orgasmo mostrando su rostro, por lo que le llovieron censuras y condenas, incluidas las del Vaticano.

El magnate de la industria armamentística germana Friedrich Mandl se enamoró perdidamente de ella y arregló con sus padres un casamiento de conveniencia, en contra de su voluntad y cuando todavía no había cumplido los veinte años de edad. Hedy calificaría posteriormente la época de convivencia con su marido filonazi como la condena a un verdadero infierno.

No obstante, aprovechó las reuniones de trabajo y cenas a las que Mandl la forzó a asistir para aprender y recopilar información de los clientes y proveedores de su marido acerca de las características de la última tecnología del eje Berlín-Roma en cuestión de armamento. Años más tarde, despertada nuevamente su pasión por la ingeniería, utilizaría todos los conocimientos adquiridos para idear y patentar la técnica de conmutación de frecuencias, que cedió más tarde al Gobierno de Estados Unidos.

En 1937, Hedy pudo escapar al fin de las celosas garras de Mandl y del castillo de Salzburgo donde vivía como en una “jaula dorada” en un episodio rocambolesco que la llevó hasta París y del que existen diferentes versiones -incluida la confesión de la propia actriz-, cada una de las cuales hubiera servido para un trepidante guion cinematográfico. 

Ya en París y con los guardaespaldas de su marido pisándole los talones, consiguió viajar a Londres, a donde llegó con lo puesto y con unas pocas joyas que había conseguido reunir poco antes de su precipitada huida. Con la venta de las mismas pudo obtener el dinero del pasaje con el que pudo fugarse a Estados Unidos. 

Lo hizo en el mismo barco en el que regresaba Louis B. Mayer, el magnate de la Metro Goldwyn Mayer (MGM), a quien convenció de que la contratara como actriz. A cambio, el empresario le sugirió que cambiara su nombre por el de Hedy Lamarr. Al llegar a tierra, ella tenía un contrato de siete años y un nuevo nombre, y él la esperanza de convertirla en otra Greta Garbo o Marlene Dietrich.

Tras el estreno de su primer largometraje en Estados Unidos, Algiers (John Cromwell, 1938), compartiendo pantalla con Charles Boyer, empezó a destacar en películas como La dama de los trópicos (Jack Conway, 1939), coprotagonizada con Robert Taylor, y con Esta mujer es mía (W.S. Van Dyke, Frank Borzage y Josef von Sternberg, 1940), en la que tenía a su lado a Spencer Tracy.

En la década de 1940 trabajó con directores de la talla de King Vidor (Camarada X, 1940; Cenizas de amor, 1941), Jacques Tourneur (Noche en el alma, 1944), Robert Stevenson (Pasión que redime, 1947) y Cecil B. DeMille (Sansón y Dalila, 1949, con Victor Mature en el papel del gigantón filisteo).

En total, protagonizó una treintena de películas, pero no siempre tuvo el acierto de elegir bien (tampoco acertó demasiado en sus relaciones amorosas, encadenando otros cinco matrimonios después del de Mandl). 

Sin ir más lejos, parece ser que rechazó dos obras de arte como Luz de Gas (Torold Dickinson, 1940) y Casablanca (Michael Curtiz, 1942), y se quedó a las puertas de interpretar el papel de Escarlata O’ Hara en Lo que el viento se llevó (Victor Fleming, 1939). 

Trabajó en el cine hasta 1958. En 2017, Alexandra Dean realizó Bombel, un revelador documental a partir de materiales de archivo, que incluían algunos testimonios de la propia Hedy, con los que se adentraba en la más que interesante vida de la actriz, exponiendo sus luces y sus sombras.

Y es que su vida no se limitó a los entresijos cinematográficos. A raíz del trágico hundimiento de un barco lleno de refugiados por parte de un submarino alemán en septiembre de 1940, decidió volcarse en encontrar la forma de poner en práctica lo que había aprendido en sus estudios de ingeniería y en el “espionaje” que había llevado a cabo en las empresas de su primer marido. 

Ofreció sus ideas y su trabajo al recientemente creado National Inventors Council, pero su oferta fue amablemente rechazada por las autoridades militares, que le aconsejaron que centrase su colaboración promoviendo la venta de bonos de guerra, como hacían otras actrices de éxito.

Sin embargo, Hedy, lejos de desanimarse, ideó, junto a su representante artístico, una exitosa campaña en la que cualquier persona que adquiriese 25.000 o más dólares en bonos podía recibir un beso de la actriz: en una sola noche se recaudaron más de 7 millones de dólares. 

Pero la inconformista actriz vienesa no encontró demasiada satisfacción en esta actividad, que consideraba menor. En realidad, lo que ella deseaba era aportar sus conocimientos técnicos para mejorar las comunicaciones entre los ejércitos aliados, aspecto clave en una guerra con un gran movimiento de tropas por tierra, mar y aire. 

Así, mientras de día atendía sus compromisos cinematográficos y participaba en cierta medida del glamour de Hollywood, por la noche se afanaba en sus trabajos de ingeniería, tratando de crear un sistema de comunicación secreto que ayudara a luchar contra el nazismo.

El artilugio ideado por Lamarr partía de una idea tan sencilla como eficaz: se trataba de transmitir mensajes fraccionándolos en secuencias cortas, que cambiaban de frecuencia de forma aparentemente aleatoria, y podían espaciarse de forma irregular, de tal modo que era prácticamente imposible recomponer el mensaje si no se conocía el código base. 

El receptor estaba sintonizado a las frecuencias elegidas para la emisión y tenía el mismo código de cambio, saltando de frecuencia sincrónicamente con el transmisor. Para resolver el problema de la sincronización, Hedy Lamarr se alió con el pianista y compositor George Antheil, que había logrado sincronizar sin cables las 16 pianolas que formaban parte de la orquesta mecánica diseñada por él mismo poco tiempo atrás. 

Este procedimiento fue el inicio de lo que hoy día se conoce como “transmisión en espectro ensanchado por salto de frecuencia”, técnica que permite las comunicaciones inalámbricas a largas distancias de que disponemos en la actualidad, pero, en aquel momento, de lo que se trataba fundamentalmente era de interferir los torpedos de los submarinos alemanes, los llamados “asesinos silenciosos de Hitler”, y de construir por parte del ejército aliado otros proyectiles teledirigidos por radio e imposibles de detectar.

Hedy y George solicitaron el registro de su patente el 10 de junio de 1941 y la obtuvieron 14 meses después, cuando EE.UU. ya había entrado en la guerra.

Sin embargo, de acuerdo con lo afirmado por la propia Hedy, el invento no se utilizó de forma inmediata: «La marina rechazó mi invento. Sus altos jefes me dijeron ‘Eso déjelo para nosotros’ (…). ¡Qué estúpidos! (…). Pero más tarde, cuando venció la patente, la misma marina se apropió del invento. Después de vencida, yo tenía seis meses para reclamar y renovarla…, ¡pero no lo sabía!». 

En 1957, los ingenieros de la empresa Silvania Electronics Systems Division desarrollaron el sistema patentado por Hedy y George, solucionaron ciertos puntos vulnerables que se habían detectado en su mecanismo y aprovecharon los avances habidos en los transistores para transformarlo de mecánico en electrónico. Poco después sería adoptado para las transmisiones militares.

La primera aplicación conocida se produjo durante la crisis de los misiles de Cuba, en 1962, en que la fuerza naval enviada por Estados Unidos empleó la conmutación de frecuencias para el control remoto de boyas rastreadoras.

Después de Cuba se adoptó la misma técnica en algunos dispositivos utilizados en la guerra del Vietnam y, más adelante, en el sistema de defensa por satélite (Milstar). En la actualidad, muchos sistemas de comunicación y de transmisión de datos sin cable emplean sistemas de espectro ensanchado, entre ellos todas las tecnologías inalámbricas de que disponemos en la actualidad, como el Wifi, el BlueTooth y los teléfonos móviles.

Cuando al fin le llegaron los reconocimientos como inventora, para Lamarr ya era demasiado tarde. En 1997, al comunicarle la concesión del Pioneer Award de la Electronic Frontier Foundation (EFF), conjuntamente con George Antheil (que lo obtuvo a título póstumo), la octogenaria Hedy no se inmutó y se limitó a comentar de forma escueta: “Ya era hora”. 

Tan solo tres años después su hijo cumplió el deseo de llevar sus cenizas a su Viena natal, a pesar de que había conseguido la ciudadanía estadounidense medio siglo atrás.

Hedy Lamarr fue bella entre las bellas, pero nadie como ella añadió a su belleza natural una inteligencia poco común, la audacia del genio creativo, el arrojo para no detenerse ante nada de lo que se le pusiera por delante y el inconformismo necesario para vivir su vida o, al menos intentarlo, sin más dictados que los de sus adentros.

Imagen de portada: Gentileza de HoyesArte.com

FUENTE RESPONSABLE: HoyesArte.com Por José Gonzáles Núñez. 23 de junio 2022.

Sociedad y Cultura/Segunda Guerra Mundial/EE.UU./Austria/Biografías/Cine/Hedy Lamarr