María Huertas: “Muchas mujeres internas en el psiquiátrico solo habían transgredido los patrones de género”

La psiquiatra recupera en ‘Nueve nombres’ la biografía de nueve mujeres encerradas en el Manicomio de Jesús (València), que, lejos de estar enfermas, fueron víctimas de la violencia machista de sus maridos, de violaciones, del desprecio de una sociedad que las señaló por ser madres solteras, del poder de la Iglesia católica o de la pobreza. Nueve relatos que reescriben, en realidad, cientos de historias.

Sin vestidos ni calzado propio. Sin hábitos ni útiles de aseo ni de arreglo personal. Sin autonomía para la alimentación. Sin objetos personales. Sin recuerdos. Sin historia. Sin familia. Sin la casa en la que habían nacido, vivido, crecido. Sin capacidad de administrar bienes y sin capacidad de gestión ni decisión. Sin amigas. Sin relaciones. Sin sexualidad. Sin emociones. Sin criterio ni juicio. Sin libertad. Sin palabra. Sin derechos ciudadanos y hasta sin derechos humanos.

Sin. Sin. Sin. Sin nada. “Nada de nada”.

Era marzo de 1974, cuando más de 200 mujeres llegaron en varios autobuses al Hospital Psiquiátrico de Bétera. Provenían del “obsoleto y vetusto” Manicomio de Jesús, desde donde se las trasladó “de un día para otro, sin ser informadas de adónde iban ni por qué, cuándo o cómo”. 

Abandonaron aquel espacio cuya “terrible” realidad ya había sido recogida años atrás en el diario Sábado Gráfico y sobre la que Eduardo Bort denunciaba en Jornada la presencia de “ratas que asustaban a las enfermas”, la existencia de “celdas oscuras y nauseabundas” o “el caso del joven atado a una reja con una cuerda”.

En Bétera, fueron recibidas por un equipo de profesionales, entre las que se encontraba María Huertas, una médica psiquiatra recién licenciada que formaba parte de una “minoría ruidosa” de profesionales dispuesta a despatologizar a aquellas mujeres; liberarlas de las “camisas químicas que las mantenían mudas y quietas, enajenadas”, presas de un “circuito cerrado” en el que se convirtieron en víctimas de los métodos científicos de la psiquiatría de la época; y, ante todo, devolverles los derechos que les habían sido negados. 

Entre ellos, “la validación de su palabra” y “la libertad de decidir, de hacer, de expresar, de ir y venir, de relacionarse. De todo”, tal y como se explica en el libro.

Los esfuerzos de aquellos años en los que María Huertas estuvo trabajando en el Hospital Psiquiátrico de Bétera culminaron durante el confinamiento con la recuperación de Nueve nombres (Temporal, 2021). 

Compuesto por la recomposición de nueve historias y un epílogo, este libro es la prolongación de un ejercicio de justicia que ya había comenzado en 1974: “La sociedad que no había entendido sus problemas y les había respondido con la exclusión y el encierro tenía una deuda impagable con ellas, y nuestra función era saldarla en lo posible”.

Huertas atiende a El Salto en una céntrica cafetería de València. 

Aunque apenas se retrasa unos minutos, se disculpa: “Crees que cuando te jubiles tendrás más tiempo libre, pero no es verdad. Sigo sin llegar a todo”. 

No obstante, reconoce que precisamente el tiempo regalado por la cuarentena y el fin de su etapa laboral fue uno de los motivos por los que decidió rescatar de su memoria estas nueve vidas. “De un día para otro encontré un vacío tremendo y me puse a hacer un repaso; pero, en vez de escribir sobre mi última etapa, no sé muy bien por qué volví a los inicios, a esas mujeres que fueron las primeras personas con las que me encontré y que marcaron el resto de mi vida profesional”, admite.

Entre las razones que la impulsaron a reconstruir aquellas biografías, destaca también su lucha por “visibilizar” a las centenares de mujeres a las que el Manicomio de Jesús convirtió en “personas inexistentes”. 

Denuncia que, como consecuencia de la opacidad a la que fueron relegadas, “el maltrato que sufrieron también se tornó inexistente a ojos de la sociedad”; y asegura que para evitar que en la actualidad “se siga maltratando a las mujeres (y a las personas en general) desde la salud mental” es “importantísimo” continuar con la labor de divulgación e incidencia.

María Huertas asegura que para evitar que en la actualidad “se siga maltratando a las mujeres (y a las personas en general) desde la salud mental” es “importantísimo” continuar con la labor de divulgación e incidencia.

Más de cuatro décadas después, decidió trasladar a las páginas su compromiso con aquellas mujeres a las que incluso se les despojó de su propio nombre. 

Su “objetualización” fue tal que, privadas de cualquier signo identitario, algunas ni siquiera atendían cuando se las llamaba por el nombre que aparecía en su historial. Huertas y sus compañeras tardaron en descubrir que, “durante años, muchas habían sido llamadas por nombres que no les pertenecían”.

Cuando el nuevo equipo psiquiátrico intentó encontrar alguna pista de la biografía de aquellas mujeres se dieron de bruces con unos expedientes desiertos, formados por “dos hojas de escuetas anotaciones”. 

Ni rastro de los 20 o 30 (¡30!) años que muchas permanecieron confinadas en el Manicomio de Jesús, presas de un “régimen carcelario” que imponía una “disciplina férrea” y un “encierro sin expectativas”, “aisladas en una colectividad muda para la comunicación, chillona para las protestas y embotada por tratamientos abusivos”. “Años vacíos” en los que su única opción fue intentar “sobrevivir en la exclusión”.

Dormían hacinadas en habitaciones de 80 camas distribuidas en tres filas, casi pegadas las unas a las otras. Sin armarios ni mesillas. Sin un espacio personal. Comían sin cubiertos en una larga mesa, en una sala que hacía las veces de comedor y espacio en el que coser. Pasaban su ‘tiempo libre’ (si es que se le puede llamar así) en un rincón del patio o rezando, compartiendo “con desconocidas su soledad colectivizada”.

Las lobotomías “se aplicaban habitualmente —más como castigo que por presunto efecto terapéutico— a las personas que se mostraban más rebeldes, y dejaban lesiones irreversibles en el cerebro, en el comportamiento y en sus vidas.

Atrapadas en una “pasividad obligada”, fueron sometidas a una continua violencia psíquica que las atiborraba a base de medicación farmacológica. 

Se sucedieron los tratamientos físicos, eléctricos y quirúrgicos: inyecciones de insulina, trementina o cardiazol; tandas de electroshocks; argollas; lobotomías que “se aplicaban habitualmente —más como castigo que por presunto efecto terapéutico— a las personas que se mostraban más rebeldes, y que dejaban lesiones irreversibles en el cerebro, en el comportamiento y, en definitiva, en la vida de muchas de sus compañeras internadas”. 

Celdas de castigo, o ‘jaulas’, cubiertas de paja y excrementos de internas. “Tratos humillantes y vejatorios, degradación y miseria”.

Algunos de los profesionales con los que se encontraron el nuevo Hospital Psiquiátrico de Bétera se creían, escribe Huertas, “capaces de cambiar la estructura social opresora, el régimen tardofranquista, el paradigma patriarcal y mísero capitalista, la vida cotidiana, las relaciones, el consumo, los horarios, el espacio y el tiempo”.

Comenzaron por cambiar las abusivas prácticas psiquiátricas. Devolvieron a las mujeres internadas su autonomía personal: decoraron a su gusto sus propias habitaciones, se les facilitaron útiles de aseo y pudieron elegir su ropa (interior y exterior). 

Preparaban ellas mismas la comida, entraban y salían del hospital, asistían a reuniones, asambleas, charlas y talleres. Hablaban y hablaban y hablaban. Habían pasado muchos años sin hacerlo. Para Huertas, lo “transformador y movilizador” de aquel proceso fue reconocer la capacidad de las internas: “Nos dedicamos a convivir con ellas, escucharlas, acompañarlas y conocernos unas a otras, en lugar de ‘tratarlas’”.

“A tratarlas como personas, que es lo que eran y son ellas”, proclama la autora. El equipo médico se empeñó, en definitiva, por “convivir” con las internas recién llegadas al Hospital Psiquiátrico de Bétera. “Hablábamos de nuestros problemas y de los suyos, de cómo podían participar. Ellas eran las protagonistas en realidad y nosotras estábamos allí para apoyarlas, ver qué era lo que querían e intentar que cada una de ellas siguiera el camino que escogiera”, explica.

El silencio impuesto a la fuerza a base de “tratamientos biológicos, físicos o químicos” era empleado para conseguir que “en los manicomios, además de ser privadas de su libertad, perdieran la palabra”

Huertas reconoce que no fue sencillo conseguir que expresaran su voluntad, pues “al principio aquellas mujeres no podían ni hablar, estaban en unas condiciones que no tenían palabra”. 

El silencio impuesto a la fuerza a base de “tratamientos biológicos, físicos o químicos” era empleado con la eficacia de la más útil de las herramientas para conseguir que “en los manicomios, además de ser privadas de su libertad, perdieran la palabra”. “Las tenían calladas porque la palabra es subversiva y expresa lo que se siente y desea”, sostiene Huertas.

“Es curioso, porque la palabra es aquello que se nos ha negado a las mujeres a lo largo de toda la historia. Nos han definido desde el mundo masculino y nunca se nos ha escuchado”, reflexiona, y se indigna: “Se nos oye, pero no se nos escucha; y además se nos califica de repetitivas, habladoras, quejosas y, por supuesto, de locas, histéricas, neurasténicas”.

Por rebelarse contra aquel mutismo forzoso e iniciar un proceso de escucha de las internas, María Huertas y sus compañeras fueron objeto de numerosas murmuraciones por parte del resto de personal del hospital, que las acusó de “dar excesiva libertad a ‘las locas’”, por no medicarlas ni someterlas a una estrecha vigilancia, “como era su obligación”. 

Aunque Huertas fue (y sigue siendo) muy crítica con la “ideología y formación más tradicional” de aquellos médicos, no tarda en poner el foco sobre la psiquiatría actual, pues asegura que antaño “no se contaba con el arsenal farmacológico del que se dispone hoy y, por tanto, las multinacionales de medicamentos tenían poco interés en la psiquiatría”.

“En estos momentos, se están realizando contenciones y se están dando electroshocks en todos los hospitales, justificándolo bajo el argumento de que la sofisticación actual ha conseguido eliminar a la brutalidad de los tratamientos de décadas atrás”, alerta Huertas.

“En estos momentos, se están realizando contenciones y se están dando electroshocks en todos los hospitales, justificándolo bajo el argumento de que la sofisticación actual ha conseguido eliminar a la brutalidad de los tratamientos de décadas atrás”, alerta Huertas, que se cabrea al afirmar que “las camisas químicas que impone la farmacoterapia son tremendas”. 

“Se piensa que la medicación es la solución a todo y únicamente se intentan tratar los síntomas, pero no se escucha lo verdaderamente importante: qué es lo que le pasa a esa persona, cuál es su manera de pensar, cuál es su contexto, cuáles son sus proyectos vitales, qué cargas familiares tiene, qué le está pasando con su pareja, sus hijos o sus vecinos”, censura.

Junto al “medicar por medicar” de la psiquiatría actual, alarma de un marcado “sesgo de género tanto en salud mental como en atención primaria, donde se tratan gran cantidad de problemas de salud mental de las mujeres”. 

Los “patrones absolutamente distintos a nivel fisiológico y emocional” de las mujeres son ignorados y, consiguientemente, “se las psicologiza y medicaliza inmediatamente, en lugar de escucharlas o pedirles pruebas diagnósticas, algo que sí que ocurre en el caso de los hombres”.

Huertas sitúa estas prácticas en torno a “una serie de estereotipos sobre las mujeres que perjudican su salud física y mental” y que se remontan, como mínimo, “a principios del siglo pasado, cuando se publicaron libros y libros dedicados a demostrar que los cerebros de las mujeres son similares a los de un niño, un delincuente o un hombre loco, y, en definitiva, inferiores a los de los hombres”: “Siempre se ha atribuido a las mujeres una mente más frágil, únicamente preparada para la costura y las labores que tienen que ver con la crianza de los hijos. 

Y todas sus enfermedades mentales se han atribuido a su supuesta inferioridad; desde la filosofía, la ciencia y la religión se ha considerado que tienen (tenemos) una mente enfermiza porque tienen un aparato reproductivo que, curiosamente, permite que la humanidad subsista”.

Opuestas a estos planteamientos, María Huertas y su equipo hicieron caso omiso del ruido reprobatorio procedente de aquel sector para el que resultaban sumamente incómodas. Cuando los efectos enajenantes de la medicación empezaron a diluirse, descubrieron que muchas de las mujeres internadas no padecían ninguna enfermedad mental. 

Recuperaron la capacidad de razonar y emocionarse; la palabra negada; la oportunidad de (re)iniciar su proyecto vital alejadas de la exclusión. Descubrieron que habían sufrido una injusticia que se había prolongado durante décadas y que, de no haber sido por el cierre del Manicomio de Jesús, las habría “condenado de por vida”

“Casi la mitad de las mujeres volvieron a sus familias. Se montaron dos pisos de compañeras: uno en el 75 y otro en el 81. Algunas fueron a residencias de su pueblo, y otras, muy mayores, a familias de acogida en Bétera con personas que conocían y que las integraron como la abuelita de la casa”, recompone Huertas en Nueve nombres.

No estaban enfermas. En su mayoría, habían sido víctimas de la violencia machista de sus maridos, de violaciones, del desprecio de una sociedad (y un régimen) que las señaló por ser madres solteras, del poder de la Iglesia católica, de la pobreza. 

No estaban enfermas, habían sido “alienadas, presas en una férrea estructura de sinrazón que las calificaba de irrazonables a ellas; maltratadas y sometidas a un régimen de violencia que las acusaba de peligrosas”.

“Ningún hombre podría estar dentro de un manicomio por tener un hijo soltero, salir demasiado de casa, pintarse o ser demasiado sociable”, contrapone Huertas.

En este sentido, la enfermedad —el pecado— de gran parte de las mujeres internas en el Manicomio de Jesús había consistido en la “transgresión de los patrones de género que se les habían impuesto”. 

“Eran víctimas de la familia; de la estructura patriarcal que lo engloba absolutamente todo (la Iglesia, el ejército, el Estado, lo social, lo filosófico) y que se refleja en la familia y el interior de las casas como espacio de convivencia primordial”.

Nueve nombres es la confirmación de que aquellas mujeres consiguieron recuperar sus nombres, esos que “les habían perdido en el manicomio, algunos equivocados, otros sustituidos por el apellido. 

Y pasaron a llamarse como a ellas les gustaba, con los diminutivos que utilizaban su madre o su abuela”. Ana, Amparo, María Jesús, Felipa, Dolores, Aurora, Blanquita, Margarita, María. 

Memoria de nueve historias que son, en realidad, decenas y decenas de mujeres.

Imagen de portada: Archivo. Muchas de las mujeres internas en el psiquiátrico no estaban enfermas, habían transgredido los patrones de género que se les habían impuesto.

FUENTE RESPONSABLE: País Valencia. El Salto.España. Por María Palau. 5 de febrero 2023.

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Por qué unos países se desarrollaron y otros fueron conquistados.

La colonización de un pueblo por otro no tuvo nada que ver con las diferencias genéticas o raciales entre unos y otros, sino que se debió a particularidades biogeográficas.

En el libro Armas, gérmenes y acero: Breve historia de la humanidad en los últimos 13.000 años, Jared Diamond busca dar respuesta al interrogante planteado en relación al porqué algunos pueblos se han desarrollado y otros no, o en todo caso por qué lo han hecho en distinto grado.

El desarrollo al que se refiere no es el estrictamente económico, sino que busca responder desde una perspectiva histórica y antropológica, por qué los seres humanos en algunas partes del mundo permanecieron en la edad de piedra, mientras que otras sociedades desarrollan tecnologías que les permitieron conquistar otros pueblos y civilizaciones, hasta convertirse en las grandes potencias que hoy lideran el mundo. No obstante, este abordaje propuesto resulta también de utilidad para analizar las categorías económicas propias del actual desarrollo.

¿Quién es Jared Diamond?

Diamond nació en Boston, Estados Unidos, en 1937. Actualmente es profesor de Geografía en la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA), pero inicialmente se graduó en fisiología y antes de dedicarse a la geografía se interesó también en la ornitología. 

Ese libro fue publicado en 1997 y rápidamente se convirtió en un best-seller internacional, se tradujo a diversos idiomas y recibió varios premios, entre ellos, un Pulitzer. A lo largo de este trabajo, intenta descifrar las razones por las cuales las civilizaciones denominadas euroasiáticas, en general, han sobrevivido y conquistado a otras. 

A lo largo de su argumentación, Diamond refuta la idea de que la hegemonía de los pueblos euroasiáticos originarios se deba a la superioridad genética, moral o intelectual

Por el contrario, sostiene que las diferencias de poder y, particularmente, la posesión de tecnología entre las diferentes sociedades humanas tienen su origen en las diferentes condiciones medioambientales que son amplificadas por ciertos mecanismos de retroalimentación a partir de los cuales, sí algunas diferencias culturales o genéticas han favorecido a los europeos y asiáticos, ellas mismas fueron generadas por la influencia del propio ámbito biogeográfico.

A partir de la narración de los principales hechos de la batalla de Cajamarca, el autor se pregunta: ¿Cómo pudo haber tanta diferencia entre dos culturas para que Pizarro con un ejército de 168 hombres derrotara a miles de nativos? 

¿Por qué fueron los españoles los que llegaron a Sudamérica y no al revés?

¿Cómo fue la colonización?

Para Diamond, la captura de Atahualpa, el último emperador inca, a manos de Pizarro y sus hombres ilustra el conjunto de factores inmediatos que tuvieron como resultado la colonización del Nuevo Mundo por los europeos en vez de la colonización de Europa por los indígenas americanos. 

Las razones inmediatas del éxito de Pizarro incluyen:

* La tecnología militar basada en las armas de fuego, las armas de acero, los caballos.

* Las enfermedades infecciosas endémicas en Eurasia.

* La tecnología marítima europea.

* La organización política centralizada de los estados europeos.

* La escritura.

A partir de estas ventajas, los pueblos de origen euroasiático, especialmente los que continúan viviendo en Europa y Asia oriental, además de los trasplantados a América del Norte, dominan el mundo moderno en lo relativo a riqueza y poder

Otros pueblos, como los habitantes autóctonos de Oceanía, América y el extremo meridional de África, han dejado de ser dueños incluso de sus propias tierras y han sido diezmados, sometidos y en algunos casos exterminados por los colonizadores europeos.

Riquezas y poder

Así, la pregunta sobre la desigualdad en el mundo moderno puede reformularse del modo siguiente: ¿Por qué la riqueza y el poder se distribuyen como lo están ahora y no de otra manera? ¿Por qué los indígenas americanos y africanos y los aborígenes australianos no fueron quienes diezmaron, sometieron y exterminaron a los europeos y los asiáticos?

Estas diferencias tecnológicas y políticas ya existentes hace cientos de años fueron la causa inmediata de las desigualdades del mundo moderno

De ese modo, los imperios que disponían de armas de acero entre otras tecnologías de avanzada pudieron conquistar o exterminar a las tribus que tenían armas de piedra y madera. La historia de las interacciones entre pueblos distintos es lo que configuró el mundo moderno mediante la conquista, las epidemias y los genocidios. 

Estas colisiones crearon conflictos que no se han apagado todavía al cabo de muchos siglos, y que continúan aún latentes en algunas de las zonas más turbulentas del mundo.

Una idea antes extendida y que todavía comparten ciertos sectores en la actualidad es que esos resultados regionalmente tan dispares reflejan diferencias innatas en la inteligencia, la modernidad biológica o la ética del trabajo

Según esa creencia, se supone que los euroasiáticos son más inteligentes y trabajadores, mientras que los aborígenes, americanos, australianos, los papúes y otras tribus son menos capaces y ambiciosos. No existen pruebas que corroboren estos postulados. 

Diferentes tipos de sociedades

Por el contrario, la explicación sobre las diferencias en los tipos de sociedades que coexisten en el mundo moderno se origina en las discrepancias medioambientales existentes

La acentuación de la centralización política y la estratificación social se vio impulsada por el aumento de la población humana, propiciando a su vez el auge y la intensificación de la producción de alimentos. Pero, sorprendentemente, muy pocas especies de plantas silvestres y animales salvajes son aptas para su domesticación y conversión en cultivos y ganado. 

Esas pocas especies salvajes estaban concentradas originalmente en sólo una decena de pequeñas regiones del mundo, cuyas sociedades humanas, en consecuencia, gozaron de una ventaja decisiva para el desarrollo de la producción de alimentos y excedentes, una tecnología avanzada y gobiernos de grandes Estados. 

Esas diferencias explican por qué los euroasiáticos que vivían cerca de la región del mundo (Creciente fértil) con las especies domesticables de plantas y animales más valiosas para la supervivencia humana, acabaron expandiéndose por el planeta, mientras que otras civilizaciones no lo hicieron.

De esta forma, estos factores medioambientales permitieron en definitiva a estas civilizaciones una difusión superior de alimentos y de las técnicas de producción, así como también en la trasmisión de conocimientos y nuevas tecnologías. 

Estas ventajas les permitieron producir más comida que en otras partes del planeta, lo cual dio lugar a un notable crecimiento demográfico y a la correspondiente división del trabajo

De este modo, el producir más calorías por trabajador, permitió sostener a una clase social que no estaba enfocada en la obtención de comida al tiempo que se incrementaba la densidad poblacional. 

Tener una clase que no estuviera dedicada a la producción de alimentos permitió la creación de una estructura burocrática, dedicada a la organización política y a la acumulación de conocimientos, así como también un ejército dedicado a la defensa y posteriormente a la conquista.

La acumulación originaria

Diamond plantea que la colonización de un pueblo por otro no tuvo nada que ver con las diferencias genéticas o raciales entre unos y otros, sino que se debió a particularidades biogeográficas, especialmente a las diferencias en cuanto a superficies habitables y lotes de especies de animales salvajes o plantas silvestres disponibles. 

Las asombrosas diferencias entre la historia a largo plazo de los pueblos de los distintos continentes no se han debido a diferencias innatas entre los propios pueblos, sino a diferencias en sus respectivos medios.

Esta perspectiva permite observar con claridad como la denominada acumulación originaria del capital y la violencia a ella asociada configuró las primeras estructuras de poder económico que resultaron determinantes en la conformación del mundo actual. 

Esta acumulación primigenia no es otra cosa que el proceso histórico de escisión de los trabajadores de los medios de producción, la cual se constituye como originaria dado que configura la prehistoria del capital y el modo de producción correspondiente al mismo. 

El descubrimiento de las comarcas auríferas y argentíferas en América, el exterminio, esclavización y soterramiento en las minas de la población aborigen, la conquista y saqueo de las Indias Orientales, así como la transformación de África en un coto reservado para la comercialización de esclavos, caracterizaron los albores de la era capitalista y constituyeron factores fundamentales en esa acumulación originaria reproducida en gran parte hasta nuestros días a través de diversos mecanismos de sucesión. 

Tener en cuenta este proceso histórico permite comprender mejor el origen de las relaciones de poder vigentes y ayuda a entender cómo el mundo moderno y sus desigualdades han llegado a ser como son. 

Además, este recorrido histórico de raigambre antropológica efectuado por Diamond destaca como la acumulación de conocimientos, la difusión de los mismos y la incorporación de estos en los procesos productivos, de la mano de la cooperación colectiva y la planificación estatal en un marco de competencia entre diversas civilizaciones, han resultado fundamentales para el progreso humano

En su conjunto, resulta una lección de utilidad a la hora de plantear las estrategias del desarrollo económico y social en nuestros días y en nuestras latitudes.

Imagen de portada: Gentileza de

FUENTE RESPONSABLE. Página 12 por Pablo Caramelo.* Economista UBA. @caramelo_pablo

Sociedad/Cultura/Centros de Poder/Conquista/Acumulación capitalista.