Publicanos, los corruptos cobradores de impuestos de la Antigua Roma.

PRÁCTICA MILENARIA

Al ampliarse los confines del imperio, también aumentó la dificultad de gestionar tal magnitud territorial y los publicanos se convirtieron en un pilar del sistema fiscal, pero la falta de control y la ambición los convirtieron en auténticos especialistas de la corrupción.

En sus orígenes, Roma no contaba con la burocracia necesaria para gestionar los inmensos dominios territoriales que adquirió con el tiempo, por lo que tuvo que recurrir al sector privado para recaudar los impuestos y administrar las provincias. Para ello, se creó la figura de los publicanos, empleados estatales que acabaron por convertirse en un potente lobby que operaba impune y sin ningún tipo de control.

LAS LIMITACIONES DEL ESTADO

Los publicanos existían ya en el periodo republicano (509 a.C. – 27 a.C.), pero se trataba de pequeños empresarios contratados para limpiar y mantener los templos, y no de las poderosas sociedades de inversores en las que se convertirían a finales del siglo I a.C.

Fue durante la Segunda Guerra Púnica (219 a.C. – 201 a.C.) cuando los publicanos se convirtieron en una parte indispensable del estado. El conflicto se libraba en numerosos frentes y participaban en él un gran número de legionarios. El puñado de magistrados con los que contaba el Senado era insuficiente para gestionar el suministro de alimentos y material militar a los soldados, por lo que se tuvo que recurrir al sector privado.

Los dos magistrados más importantes por debajo de los cónsules, los censores, organizaron un concurso al que se presentaron numerosas sociedades de inversores. A cambio de una cantidad determinada que les pagaría el estado se comprometieron a proporcionar los pertrechos necesarios a las tropas.

Los pocos magistrados con los que contaba el Senado eran insuficientes para gestionar la magnitud de un conflicto bélico, por lo que se recurrió a los publicanos.

A partir de este momento, cada vez que Roma necesitaba a alguien que se ocupara de cualquier tarea que escapaba a sus posibilidades recurría a los publicanos. Con un imperio y una población en constante crecimiento, la necesidad de un funcionariado estable era cada vez mayor, y así, lo que en un primer momento fue un recurso de emergencia se convirtió en la norma. La administración de las provincias y el cobro de los impuestos fueron de este modo confiados a sociedades de publicanos.

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LA NUEVA BUROCRACIA

Convertidos ahora en administradores de facto del estado, los publicanos no tardaron en encontrar la mejor manera de sacar partido a sus inversiones. Los contratos públicos estipulaban una cantidad que era pagada al estado por los contratistas en el momento de la concesión, pero si se conseguía algo de dinero extra este terminaba en los bolsillos de los inversores. Por esta razón, las sociedades tendían a subir los impuestos y declarar solo parte de los ingresos obtenidos al estado. La diferencia era añadida a su fortuna, junto con los intereses que cobraban del estado en la devolución de su inversión inicial.

Las sociedades se crearon como poco más que un grupo de inversores, normalmente un grupo de amigos o conocidos, pero con la expansión del mercado crecieron hasta convertirse en auténticas empresas. Se tendía a limitar el número de participantes para no diluir los beneficios, que se repartían según la aportación económica de cada uno.

Los socios principales formaban el consejo directivo y la empresa contaba con una contabilidad propia que aseguraba la justa distribución de las ganancias entre los participantes. Los grupos más exitosos adoptaron incluso un nombre relacionado con su área de influencia: la Societas asiae, por ejemplo, se encargaba de cobrar los impuestos en la provincia de Asia, mientras que la Portus et scripturae siciliae se ocupaba de las tasas comerciales y el arriendo de tierras públicas en Sicilia.

UN MAL NECESARIO

La falta de personal y la dependencia del capital privado obligaron al Senado a recurrir a los publicanos tras las guerras para la gestión de las tierras conquistadas y la recaudación de sus impuestos. Las ricas minas de plata de la recién creada provincia de Hispania fueron los primeros recursos públicos de los que se adueñaron las sociedades, pero con el tiempo sus tentáculos se introdujeron en todos y cada uno de los aspectos de la administración.

La recaudación de los impuestos que debían pagar todas las provincias fue delegada en ellos y pronto también la de la propia península Itálica. Los reinos derrotados se convertían en ager publicus, o propiedad del estado, y eran administrados por los publicanos, con lo que estos pasaron a controlar la agricultura, la minería y la producción industrial de gran parte del imperio.

Gracias a un rápido enriquecimiento, esta sociedades se convirtieron en los banqueros del estado, a quien prestaban capital para los conflictos bélicos y las obras públicas

Para estas nuevas contratas se siguió con el sistema de concursos organizados por los censores, que otorgaban la concesión al grupo que aportaba más dinero a las arcas del estado. El contrato se debía renovar cada cinco años, pero las grandes sumas acumuladas mientras tanto permitían a la sociedad sobrepujar a la competencia y mantener el control de lo que se había convertido en una fuente prácticamente inagotable de beneficios.

Los publicanos actuaban asimismo como banqueros estatales, pues adelantaban los fondos que los gobernadores y el Senado necesitaban para sus guerras y obras públicas. Esta relación simbiótica se fortaleció con el tiempo y, si bien aseguró la supervivencia de Roma, lo hizo a costa de la explotación de los ciudadanos.

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FUNCIONARIOS CORRUPTOS

La falta de experiencia en el control de un territorio tan vasto y el escaso número de funcionarios propios dificultaban la supervisión de los publicanos. Teóricamente le correspondía al gobernador de cada provincia regular a los contratistas, pero al ser el lucro su motivación de la mayoría eran fácilmente sobornables.

Ya desde sus orígenes, este sistema destacó por los sonados escándalos que caracterizaron sus 400 años de existencia. Durante las Guerras Púnicas (264 a.C. – 146 a.C.) hubo contratistas que hundieron sus propios barcos mercantes y reclamaron al Senado una cara indemnización por naufragio tras presentar registros falsificados del cargamento. La presión popular obligó al estado a tomar medidas. De todos modos, solo se aplicó un castigo edulcorado enviando los culpables al exilio, pues en un periodo de máxima necesidad y con un conflicto bélico de por medio era muy desaconsejable enemistarse con este incipiente grupo de presión. Pero este fue solo el primero de incontables abusos.

Pero fue en la recaudación de impuestos donde se produjeron los mayores desmanes. La falta de control daba carta blanca a los publicanos, que contaban con toda la fuerza del estado y sus legiones para imponer tributos abusivos. Quiénes no podían pagar veían cómo su patrimonio era expropiado, y los que no tenían la suerte de ser ciudadanos romanos eran esclavizados para ser enviados a las minas en lo que era esencialmente una sentencia de muerte.

Se llegó al punto de que incluso los senadores se vieron envueltos en muchos de los escándalos de corrupción utilizando su influencia en beneficio propio

Otros tipos de corruptela se producían a nivel administrativo. Por ejemplo, aunque los senadores tenían prohibido participar en el negocio usaban sustitutos para invertir dinero en la sociedad. Una inversión con beneficios garantizados si el senador en cuestión era el encargado de asignar el contrato. Se daban casos de plazos demasiado cortos para que nadie más se presentara o concesiones a dedo a sociedades independientemente de lo que hubieran pujado.

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CONFLICTOS Y TRIUNFOS

Esta influencia en la sombra pronto puso en manos de los publicanos algunas de las instituciones más importantes de Roma. En su enfrentamiento con el Senado, los hermanos Graco se apoyaron en los sectores más ricos de la plebe, entre los que se encontraban los publicanos. Para recompensar su ayuda les entregaron el Tribunal de Extorsiones, que se encargaba de juzgar a los magistrados y contratistas privados acusados de corrupción.

Este tribunal era un arma de doble filo, por una parte daba inmunidad legal a las sociedades, y por la otra les permitía chantajear a los senadores con juicio y exilio si no actuaban conforme a sus intereses. Así sucedió tras la comisión reguladora de Publio Rutilio Rufo.

Este patricio había recorrido la provincia de Asia por orden del Senado. Allí se dedicó a revisar las cuentas de los publicanos, les obligó a devolver el dinero cobrado que no estaba incluido en el contrato público y liberó a numerosos ciudadanos esclavizados por las deudas derivadas de estos impuestos ilegales. A su vuelta a Roma, las sociedades tomaron represalias: lo llevaron frente al Tribunal de Extorsiones y con absurdas excusas legales lo condenaron a marchar al exilio.

Con el control del Tribunal de Extorsiones, los publicanos pudieron actuar con total impunidad, atacando a todo aquel que ponía en cuestión su poder

Otro senador que terminó mal fue un tal Aselio, que durante la cruenta Guerra Social permitió que los acreedores fueran llevados a juicio por sus deudores. Tras el perdón de algunas deudas, los publicanos reunieron a una turba, asesinaron a Aselio mientras realizaba un sacrificio y acabaron de este modo con los juicios.

El célebre historiador Tito Livio llegó a afirmar amargamente sobre este periodo que “allí donde se halla un publicano, el derecho público está ausente y la libertad no existe”.

HERRAMIENTAS DE CONTROL

Pese a todo, el contribuyente no estaba completamente indefenso ante los publicanos. Podía recurrir al cuestor o contable del gobernador con sus quejas, o directamente acudir a algún influyente político romano con quien tuviera lazos de dependencia para que actuara en el Senado.

En caso de que el publicano fuera hallado culpable, existía una cierta confusión legal sobre la pena que se le debía imponer. La multa por estafa era el cuádruple de la suma robada, pero el contratista podía aducir que como empleado del estado su posición era la misma que la de un magistrado, por lo que según la ley solo debía devolver el doble. Normalmente, si veían que tenían las de perder, las sociedades devolvían el importe en litigio antes del juicio, con lo que se evitaban el proceso legal.

Existía una cierta confusión legal sobre la pena que se le debía imponer si un publicano era hallado culpable, pues este siempre podía alegar o devolver el importe antes del juicio

Los municipios fueron más resistentes al azote publicano que los ciudadanos particulares, pues contaban con funcionarios propios que se podían ocupar de los impuestos y les permitían supervisar las tareas realizadas por los contratistas públicos.

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UNA LENTA DECADENCIA

La edad dorada de estos extorsionadores llegó a su fin cuando la República romana se convirtió en Imperio. Ya en el 70 a.C. se les había quitado el control sobre el Tribunal de Extorsiones, que pasó a tener una mayoría senatorial, pero fue con la unificación de la administración bajo los emperadores y la aparición de los funcionarios imperiales que empezó la decadencia de las sociedades.

El emperador no tenía ninguna necesidad de grupos de inversores que le proporcionaran fondos, pues contaba con todos los ingresos del imperio, además veía con malos ojos una corrupción que le privaba de rentas y creaba inestabilidad en sus dominios. Así pues se procedió al desmantelamiento gradual de la antigua administración en favor de una controlada directamente por la casa imperial.

Se creó la figura del procurador para la recepción de los impuestos de cada provincia, en las ciudades un nuevo equipo de curadores imperiales supervisaba las tareas encargadas a contratistas privados. Los recursos estatales fueron puestos bajo el control directo de funcionarios imperiales.

Los publicanos no desaparecieron de la noche a la mañana, el estado seguía sin ser capaz de controlar todos los aspectos de la administración, pero con la reducción de contratos su número fue menguando hasta desaparecer por completo en el siglo III d.C.

Imagen de portada: Este detalle del cuadro del pintor Masaccio titulado «El pago del tributo» (1427) muestra el momento en que San Pedro paga el impuesto reclamado a un publicano. Santa María del Carmine, Florencia. Fo

FUENTE RESPONSABLE: Historia National Geographic. Por Francesc Cervera. 16 de febrero 2023.

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Belisario, el general romano humillado por el emperador justiniano.

IMPERIO BIZANTINO

Con sus victorias sobre persas y ostrogodos, Belisario hizo realidad el sueño de Justiniano de restaurar la antigua grandeza del Imperio romano, pero eso no impidió que acabara cayendo en desgracia ante el emperador.

En el año 530, un imponente ejército persa se dirigió hacia Dara, una fortaleza situada cerca del Éufrates, en la frontera oriental de los dominios de Justiniano, soberano del Imperio romano de Oriente (o Bizancio, como también conocemos este reino). 

El monarca sasánida Kavades I había reunido una fuerza que duplicaba la de sus enemigos: 50.000 hombres, casi todos catafractos (jinetes acorazados) y arqueros montados. El éxito de los sasánidas, enfrentados con Roma desde hacía siglos, parecía asegurado. 

Pero Belisario, el comandante de las fuerzas bizantinas, supo responder al desafío. Ordenó cavar una línea de trincheras no lejos de las murallas de Dara y desplegó así sus tropas: la infantería en el centro, detrás de las estacas y la fosa; en las alas, los arqueros hunos a caballo; y en la retaguardia, la caballería imperial y los bucelarios, la guardia personal de Belisario. La táctica funcionó. 

Cuando los persas intentaron romper las líneas enemigas, fueron asaeteados por tres flancos al tiempo que los jinetes atacaban su retaguardia: en el campo quedaron cerca de 8.000 muertos sasánidas y los supervivientes huyeron a Nisibe bajo las flechas hunas. 

PALADÍN DEL EMPERADOR

Esta victoria bizantina fue también la primera del general Belisario, a quien puede considerarse como el último gran general de la Antigüedad. Belisario nació en la ciudad tracia de Germania hacia el año 500 o el 505, sin que se sepa mucho más de su infancia y juventud. En 525 lo hallamos en la guardia personal del emperador Justino I y, dos años más tarde, en la de su sobrino y sucesor Justiniano, quien lo promocionó a magister militum, uno de los puestos más elevados en el ejército romano. 

Es probable que el reciente matrimonio de Belisario con Antonina, íntima amiga de la emperatriz Teodora, desempeñara un papel crucial en su promoción; en todo caso, su ascenso pronto se reveló un acierto. 

Después de participar en varias escaramuzas en Armenia contra los sasánidas, fue nombrado dux de Mesopotamia (527) y luego magister militum de Oriente(529); mientras ejercía este último cargo, logró la victoria en la defensa de Dara.

Parte de las murallas de Constantinopla, la actual Estambul, tal como pueden verse hoy en día. Foto: iStock

Al año siguiente, los persas entraron en Siria y saquearon sus ciudades. 

Belisario, al frente de las tropas imperiales, los persiguió con el objetivo de expulsarlos del territorio romano. Consciente de la superioridad de la caballería sasánida, Belisario intentó evitar el enfrentamiento directo, pero los soldados, crecidos por su anterior victoria, le obligaron a presentar batalla cerca de Calínico. 

El resultado fue una derrota inapelable de los romanos, y Belisario tuvo que presentarse en Constantinopla para informar sobre lo sucedido. 

LA REVUELTA DE NIKA

Sin embargo, esta derrota no perjudicó su carrera. 

Justiniano acordó una paz con el nuevo rey persa, Cosroes I, para así concentrar sus fuerzas en otra ambiciosa empresa: la reconquista de los territorios del Mediterráneo occidental, que desde hacía un siglo estaban gobernados por pueblos germánicos como los ostrogodos en Italia, los visigodos y suevos en la península Ibérica y los vándalos en el norte de África. 

El sueño de Justiniano era la renovatio Imperii, la restauración del antiguo esplendor del Imperio romano. Y en este ambicioso proyecto, el emperador tuvo como brazo armado y principal instrumento a su general Belisario.

Pero antes, Justiniano tuvo que enfrentarse a un serio problema en la capital. 

Los nuevos impuestos que debían financiar la campaña habían alterado los ánimos de la voluble población de Constantinopla, y durante una carrera de carros en el hipódromo se produjo un grave altercado entre los seguidores de los equipos que contendían: los Azules y los Verdes, llamados así por el color de su indumentaria. 

Cuando el monarca intentó apaciguar los ánimos, ambas facciones hicieron causa común y estalló una revuelta civil al grito de nika, «victoria». La sedición se extendió por toda la ciudad y se quemaron edificios públicos e iglesias; los sublevados llegaron a proclamar un nuevo emperador: Hipacio. 

Carrera de cuadrigas en el circo. Ettore Forti. 1897. Foto: PD

En este punto, Justiniano ya se preparaba para huir cuando Teodora le espetó la célebre frase que le atribuye el historiador Procopio: «La púrpura [la tela roja reservada al soberano] es la mejor de las mortajas», lo que equivalía a una exhortación a defender el trono hasta la muerte. 

El emperador decidió sobornar a los Azules y enviar a sus generales Belisario y Mundo contra los Verdes, reunidos en el circo. Allí murieron treinta mil personas, y el usurpador Hipacio fue ejecutado. 

BELISARIO, VENCEDOR DE LOS VÁNDALOS

Gracias a esta reacción rápida y brutal, Justiniano salvó la corona y pudo emprender la reconquista del perdido Imperio de Occidente. 

En 533, Belisario marchó a África con un ejército de 15.000 hombres para combatir a los vándalos. Desembarcó cerca de Tapso (en la actual Tunica), donde se encontró con las tropas del rey Gelimero en un lugar llamado Ad decimum.

Los vándalos habían preparado una emboscada a las tropas imperiales, pero la coordinación brilló por su ausencia y los bizantinos lograron romper la barrera germánica y matar al hermano de Gelimero. 

Este enloqueció, lo que propició la huida de sus tropas; quince días después, Belisario entraba triunfante en Cartago. Ambos ejércitos se encontraron una vez más en Tricamerón, donde el general romano infligió otra derrota aplastante a sus enemigos y obtuvo la rendición de su rey. 

Ruinas de Cartago, en Túnez.Foto: iStock

En apenas unos meses, Belisario había acabado con el reino vándalo de África, que quedaba bajo la soberanía de Bizancio. Por ello, a su regreso a Constantinopla, con Gelimero cargado de cadenas y un ingente botín, pudo desfilar por las calles de la capital en el último «triunfo» oficial de la historia romana; pero lo hizo a pie, y no en un carro como los antiguos comandantes. Al llegar al palacio imperial, Belisario y Gelimero se postraron ante Justiniano, reconociendo que toda la gloria correspondía al emperador.

EL HÉROE DE ITALIA

Dos años después, Belisario emprendió una campaña contra el reino ostrogodo de Italia, regido por Teodato. 

Primero conquistó Sicilia, que lo recibió como libertador y estandarte de la romanidad, una acogida que se repitió en el sur de la península Itálica. Nápoles, sin embargo, opuso una tenaz resistencia al general, quien entró en la ciudad a través de un acueducto fuera de servicio. 

Después avanzó sobre Roma, cuya plebe le abrió las puertas ante una impotente guarnición goda.

La resistencia ostrogoda se reanimó bajo el mando de Vitiges, el sucesor de Teodato, que entre 537 y 538 asedió Roma. Aunque la defensa de la ciudad por Belisario le obligó a levantar el sitio, Vitiges no se rindió y siguió frenando como pudo el avance de las tropas bizantinas. 

En este empeño se benefició de las constantes disputas que el general romano mantenía con el eunuco Narsés, enviado también por Justiniano a Italia. 

Finalmente, Vitiges se vio cercado en Ravena y, en su desesperación, ofreció a Belisario la corona a cambio de su vida. El general simuló aceptar el trato sólo para entrar en la ciudad y entregarla a sus soldados. Y, del mismo modo que había hecho con Gelimero, envió al rey ostrogodo y su tesoro a Justiniano.

Belisario, caído en desgracia, es reconocido por uno de sus hombres. Óleo por François-André Vincent. 1776. Museo Fabre, Montpellier. Foto: PD

Pero cuando Belisario regresó a la capital del Imperio no encontró la misma recepción entusiasta que en la ocasión anterior. 

Justiniano empezaba a sentir celos de su victorioso general, e incluso a sospechar de que conspiraba contra él. El emperador decidió alejarlo de la corte y destinarlo de nuevo a Oriente, donde los persas habían vuelto a asolar Siria. Justo entonces, la epidemia de peste que afectaba al Imperio golpeó al soberano y lo puso al borde de la muerte; cuando se recuperó, se acusó a Belisario de conspirar para usurpar la púrpura.

LA CAÍDA EN DESGRACIA DE BELISARIO

La reacción de Justiniano supuso la confiscación de todos los bienes del general e incluso el sorteo de su preciada guardia personal, los bucelarios. 

A pesar de todo, Belisario fue enviado a Italia en 544, donde hizo frente durante cuatro años a un nuevo rey ostrogodo, Totila, que había recuperado buena parte de las conquistas bizantinas. 

Pero las intrigas de su antiguo rival en Constantinopla, el octogenario Narsés, le hicieron perder definitivamente el favor de Justiniano. Éste no proporcionó a Belisario tropas suficientes para la empresa y, al final, lo sustituyó por Narsés.

Totila destruye la ciudad de Florencia. Miniatura. Foto: PD

A su regreso, Belisario desempeñó varios cargos cortesanos, retirado de la vida militar. Pero cuando en 559 una horda de búlgaros se presentó ante Constantinopla, la presión popular forzó a Justiniano a reclamar de nuevo a Belisario

Viejo zorro, el general, con la guardia imperial y apenas trescientos veteranos, simuló que disponía de un gran ejército y tendió una emboscada a la vanguardia bárbara, que, en su huida, arrastró al resto del contingente búlgaro. Belisario había librado su última batalla.

Pero el emperador todavía le asestó una nueva humillación y lo hizo arrestar en su casa, acusado otra vez de deslealtad. 

Fue perdonado y vivió apartado de la política y del campo de batalla hasta que murió el 13 de marzo de 565, sólo seis meses antes que el más ingrato de los emperadores bizantinos.

Imagen de portada: Mosaico de San Vital de Ravena. En el centro, el emperador Justiniano I, y a su derecha, el general Belisario. Foto: Erce (CC BY-SA 3.0)

FUENTE RESPONSABLE: Historia National Geographic. Por Pere Maymó i Capdevila. Actualizado el 2 de febrero 2023.

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