Los gozos del mutante.

En mayo de 1961, el poeta Agustí Bartra le escribía una carta a su hijo. Roger Bartra vivía los momentos más intensos de su pasión política y llamaba a organizar la lucha armada para derrocar al gobierno. 

El poeta entendía el impulso revolucionario de su hijo, admiraba la vocación redentora, pero no veía en Roger la simpleza que exige la devoción guerrillera. Si en realidad ese fuera tu camino sufriría, pero te animaría a continuar el viaje, le decía. El poeta conocía profundamente a su hijo y sabía que su vida no podía comprimirse en una causa política por resplandeciente que pareciera. 

En su coqueteo revolucionario el padre veía un capricho momentáneo. La guerrilla no brota de tu esencialidad, le decía. “Tú sabes que no eres ni serás nunca un hombre político. Para serlo te faltan, fundamentalmente, empuje brutal y combativo, te sobran sensibilidad moral y espíritu estético.”

La carta sabia, conmovedora del padre identifica ese espíritu: que la rebeldía del hijo no podía someterse al régimen de una militancia heroica. Sabía que esa sensibilidad moral y artística lo convertiría en rebelde de sus propias rebeldías.

Mutaciones, el ensayo autobiográfico de Roger Bartra, es una de las piezas más admirables de historia intelectual mexicana. Un paisaje que bien retrata las polémicas centrales de las últimas décadas en México, pero, sobre todo, el autorretrato de un inconformista incansable que ha explorado las máscaras de la identidad, las fantasías del poder, el espíritu melancólico y los laberintos del cerebro. 

Casi imposible imaginar los cables que conectan estos fanales. La reinvención ha sido el estímulo de su inteligencia. Esta es una riquísima bitácora de metamorfosis. El antropólogo hace trabajo de campo en su propia vida para descifrar los misterios de sus sinapsis.

Bartra admite un impulso de vanidad en su ejercicio, pero, si es que eso está presente en el ensayo, lo que resalta en su relato es la fascinación del curioso que trata de descifrar los enigmas de su propia conciencia. Bartra se ríe de sus andanzas, toma distancia de sus etapas dogmáticas, se burla de sus tropiezos con la ingenuidad. 

El intelectual trata de identificar el hilo que conecta cada una de sus estaciones vitales. Al final del recorrido, no encuentra una fibra esencial sino un nudo con tres cuerdas. El primer flujo es una obsesión por la verdad. El segundo es la sensación de extranjería. El tercero, un impulso de rebelión.

Verdad, extranjería y rebeldía. El nudo de esas cuerdas late: se aprieta y se suelta a lo largo de la vida de Bartra. La luz de la verdad llega a deslumbrarlo. Bartra relata el tiempo de su fe y el desgarro de la apostasía. 

Cuenta de sus apuestas profesionales e ideológicas que terminan circundando con definiciones opresivas. Identifica la secuencia de sus emancipaciones políticas y académicas. Ir rompiendo lazos. Biografía de una inteligencia que no se anexa a ninguna otra, que no se subordina a causa o a método.

En algún momento, Edgar Morin pensaba nombrar sus memorias con el título de No soy uno de ustedes. Quería subrayar desde el principio que su vida había sido un proceso constante de deslinde, una terca disposición de desmarcarse de algún Nosotros. Los recuerdos de Bartra son resistencia a la propensión sectaria que reside en la política, en la academia, en la intelectualidad. Una burla de la cerrazón de las capillas que no toleran a los escépticos ni aceptan intrusos.

Tiene razón Rafael Rojas cuando advierte que Bartra es uno de los pocos intelectuales mexicanos que ha logrado dialogar fructíferamente consigo mismo. Bartra, en efecto, es autor y crítico de su obra. Mutaciones es la obra de un escritor que se lee y se examina con honestidad, lucidez y humor. 

Bartra da voz a sus edades. Regresa a sus cartas, a sus artículos, a sus entrevistas y a sus cuadernos personales. Es severo y, al mismo tiempo, generoso con los hombres que ha sido. No aplasta la riqueza de sus tiempos con la perspectiva del presente. Da la palabra al joven impetuoso y dogmático, recoge textos del académico de disciplina y del filoso polemista. 

El crítico de sí mismo no escribe estas memorias para proclamar: ¡Se los dije! No regresa a sus archivos para insistir, sino muchas veces para corregirse. Detecta sus puntos ciegos, repara en las afectaciones de su viejo estilo, se ríe de su ingenuidad.

El lector de estas memorias celebrará, sobre todo, su disposición a la aventura. Cambiar de aire, disponerse a caminar solo, atreverse a explorar nuevos territorios. La galería que se despliega en el mapa de sus curiosidades es asombrosa. El ajolote de la trampa nacionalista, las despobladas ciudades de De Chirico, las mallas de la imaginación política, los salvajes de Swift, el hombre lobo, los robots. En cada figura, una estampa que registra su búsqueda de verdad y su disposición por cambiar de rumbo.

Cuando Bartra descubrió el universo de las neurociencias y decidió zambullirse en esas aguas, no dejó de pensar que era un intruso invadiendo tarde y sin los instrumentos apropiados un mundo de expertos. Temía que, en ese campo de científicos de la máxima especialidad, sus contribuciones pudieran resultar irrelevantes. Si Bartra, que ha sido reconocido ya mundialmente por sus imaginativas aportaciones a lo que ha llamado “antropología del cerebro”, se atrevió a inmiscuirse en lo desconocido es porque sigue obedeciendo su impulso vital: el placer. 

Después de hacer la denuncia más profunda de las raíces simbólicas del autoritarismo, después de adentrarse en las expresiones de la melancolía y el invento cultural del salvaje, Bartra se dispuso a empezar de nuevo. Un poema de Baudelaire (y el eco, supongo, de las palabras de su padre invitándolo a abrazar su vena artística) lo llamaba a entender la mente.

Apretado, hormigueando, como un millón de helmintos,

en nuestros cerebros se embriaga un pueblo de demonios.

Y cuando respiramos, la muerte en nuestros pulmones

desciende, río invisible con sordos lamentos.

En clave de Baudelaire, Bartra imagina el cráneo repleto de neuronas demoniacas que se mueven como lombrices devorando dopamina. El mutante es ante todo una criatura que goza en la mudanza de sus pieles. Una persona que se deleita en el cosquilleo de la búsqueda y el sabor del hallazgo; en la felicidad de la independencia y la auto subversión. ~

Imagen de portada:Gentileza de Letra Libres.

FUENTE RESPONSABLE:  Letras Libres; México. Por Jesús Silva-Herzog Márquez. 1 de marzo 2023.

Sociedad y Cultura/Mutaciones/Ensayo/Reseña/Autobiografía intelectual/Roger Bartra.

«EL BAILE ES UNA DE LAS POCAS ACTIVIDADES QUE NOS QUEDAN PARA EXPRESARNOS EN TOTAL LIBERTAD».

A propósito del baile como expresión de alegría, de juego, de disfrute sin otro propósito que sí mismo: en definitiva, del baile como antítesis del utilitarismo. Agarrado, desgarbado, sincronizado y descompasado, pero libre. De esta actividad que alegra la vida, el cuerpo y el alma es de lo que habla el periodista musical Luis Costa (Barcelona, 1972) en su último ensayo, Dance usted’ (Anagrama), utilizando el emblema hecho canción de Radio Futura.


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¿Conviene fiarse de esos tipos humanos a los que no les gusta bailar?

Conviene tenerlos localizados y controlados. Pero no, claro que sí, antes me fío menos de un DJ al que no le guste cocinar. Y tampoco me creo a pies juntillas a quienes me digan que no les gusta bailar: habría que verlos a través de la mirilla.

Hace unos meses murió la ensayista Barbara Ehrenreich, que en su libro Historia de la alegría, recogía el baile como uno de los actos que más liberan a la persona. ¿Dónde reside el poder subversivo y contracultural del baile?

El baile es una de las pocas actividades que nos quedan para expresarnos en total libertad, mostrar nuestros sentimientos y celebrarlo en comunidad. Si esta parte de un entorno de control y de represión, la pista de baile –con la música como elemento catalizador de las emociones– se convierte en un poderoso espacio de asociación y de expansión de ideas. Un buen ejemplo es el de los Swingjungend (en castellano, «jóvenes del swing») en la Alemania nazi, que tuvieron su extensión en Francia o Polonia.

Cuando uno baila a solas en su casa, ¿qué pierde y qué gana?

No pierdes absolutamente nada, bailar solo puede ser bueno, a no ser que se desate una locura colectiva como la epidemia de baile de 1518, en Estrasburgo, en la que se pusieron a bailar decenas de personas durante días, llegando a fallecer algunas de ellas.

¿Qué sucede cuando el baile es colectivo?

Lo explica muy bien la neurobióloga inglesa Lucy Vincent en su último ensayo, Haz bailar a tu cerebro, donde nos habla de los beneficios cognitivos del ejercicio del baile. Cuando bailamos, ponemos en marcha nuestras neuronas y estimulamos la creatividad y la memoria. Además, cuando bailamos segregamos dopamina y oxitocina: bailar es antidepresivo y nos hace más felices. Cuando lo hacemos colectivamente, se produce un efecto espejo y de contagio donde nos vamos estimulando los unos a los otros.

¿Cuál sería la relación, el vínculo que se establece entre el cuerpo y la música?

Con el baile y su música se establece una relación mental y emocional, pero también puramente física. Ya no solo en el hecho de movernos al ritmo de la música que suena, sino por el efecto que las diferentes frecuencias del sonido tienen sobre nuestro cuerpo. Concretamente, por las frecuencias graves –las de los sonidos bajos– que, reproducidas en los potentes y especializados equipos de sonido de alta fidelidad –por lo general en los clubs y discotecas–, golpean nuestro estómago y recorren todo nuestro cuerpo, acariciándolo.

De las músicas que incitan al baile (ragtime, jazz, blues, rock…), ¿por cuál siente querencia y por qué?

Por todas: cada música tiene su poder liberador. Y cuanta más y más variada, mejor. La música soul es arrebatadora, una buena descarga de boogaloo te destrozará la cadera y, desde luego, ¿quién se resiste al buen rock? La música disco de los setenta, el northern soul, el mambo, la cumbia, el house, el techno

¿Cómo saber que uno baila bien?

Esto es muy relativo, y no soy quién para decirlo, por supuesto. Precisamente, en Dance usted hablo del baile libre, individual y puramente social. Lo advierto de entrada, en el prólogo, cuando insisto que a me interesa y exploro ese baile, no el profesional o aquel que precisa de técnica y aprendizaje. Que cada cual se mueva a su bola y se exprese a su aire. Dejarse llevar y disfrutar de la música y el baile, sin más.

¿Por qué causan tanta alarma social eventos como la rave de La Peza, donde había una reunión de personas unidas por la música?

Lo ignoro, pero no debería se ser así. La sociedad es tan hipócrita como controladora, e imagino que ese poder extático y liberador del baile es subversivo, disidente y peligroso a ojos del poder, siempre abocado al cerco y opresión de la sociedad.

Que se canta menos es un hecho, pero ¿también se baila menos?

Para nada, ahora se baila mucho más. No hay más que darse un garbeo por TikTok o Instagram para toparse con cientos de miles de personas echando unos bailes delante de la cámara. La cosa se desmadró con la pandemia y sus confinamientos, cuando el baile explotó; ahí nos dimos cuenta de su importancia y placer.

Imagen de portada: Luis Costa

FUENTE RESPONSABLE: Ethic. Por Esther Peñas.

Sociedad y Cultura/Ensayo/Arte/Baile/Libertad/Reflexiones.

Caminar no es caminar

Pío Baroja (1872-1956), adepto a vagar por calles y callejuelas, dejó una notable colección de textos fruto de sus caminatas. 

Cuenta, por ejemplo, que —sugestionado por un romanticismo en el que no terminaba de creer— llegó a París a finales del XIX en busca del «monstruo-ciudad» evocado en las novelas de Honoré de Balzac (1799-1850). Para ello asistió a mítines anarquistas, visitó tabernas apaches, cabarés y antros de toda condición. No lo encontró. 

Más allá de una fugaz visión del moribundo Oscar Wilde (1854-1900), solo dio con la brutalidad, prostitución, miseria y alcoholismo comunes a la época. Más tarde, haría lo propio por Londres con idéntico resultado. Y luego, siguió caminando. ¿Por qué? ¿Y por qué seguimos haciéndolo hoy? Los tiempos —y las ciudades— habrán cambiado, pero el magnetismo esquivo de lo urbano sobrevive. Y es que quién sabe lo que encontrará al doblar la esquina.

Imbuido de ese espíritu andariego Edgardo Scott (1978) nos trae Caminantes (Gatopardo, 2022), bello y evocador cuaderno de campo en torno al acto de caminar —qué es lo que nos invita a ello, qué es lo que esperamos encontrar— a través de las vivencias de escritores, músicos, artistas, pensadores y otras personalidades.

El escritor argentino residente en Francia consigue compilar en poco más de 120 páginas toda una panoplia de anécdotas, fragmentos literarios, reflexiones lúcidas, letras de canciones y hallazgos felices relacionados con esa actividad para la que todo bípedo funcional está dotado, y que, en esta era de teclados y pantallas, los humanos practicamos menos de lo que deberíamos: el caminar como actividad sustantiva capaz de dar pie —ejem— a otras formas de concebir la vida. Andar como fin, no como medio.

El ensayo establece varios estratos de caminantes a priori emparentados, pero en absoluto idénticos: los flâneurs —urbanitas irredentos, hijos bastardos de la ciudad que vibran al pulso de sus aceras, plazas y callejones—, los paseantes —ensimismados en un cavilar fantasioso, necesitan andar para que su mente crezca—, los walkmans —supervivientes rítmicos cuya arma contra el caos de la metrópolis es la música que sale de sus auriculares—, los vagabundos —los desheredados de la tierra mueven una pierna detrás de otra sin saber hacia dónde, cómo ni por qué—, y los peregrinos —concienzudos, con una misión clara y un destino al que dirigir sus pasos.

Página a página, seguimos el rastro del misterioso hombre de la multitud concebido por Edgar Allan Poe (1809-1849) y rescatamos la escritura nómada de la flâneuse vallisoletana Rosa Chacel (1898-1994) y otros caminantes destacados como Jorge Luis Borges (1899-1986), el filósofo Roland Barthes (1915-1980) o el poeta maldito Charles Baudelaire (1821-1867). 

Tomamos notas con Virginia Woolf (1882-1941) durante sus paseos londinenses y desvelamos los secretos tras el póstumo Descanso de caminantes de Adolfo Bioy Casares (1914-1999); cantamos a voz en grito con el indomable Eddie Vedder (1964) —líder de Pearl Jam— y el icónico Jim Morrison (1943-1971) —líder de los Doors—; pero también con el talentoso Damon Albarn (1968) —líder de Blur o Gorillaz, entre otros—, el profético Nick Cave (1957), la cantautora chilena Violeta Parra (1917-1967), e incluso coreamos los versos de Joan Manuel Serrat (1943). Y estos, para regocijo del lector apasionado, son solo algunos de los muchos nombres propios asociados al caminar.

Usan los ingleses un verbo —«wandering»— que resulta revelador no solo por su proximidad fonética con el fantástico «wondering», asociado a preguntarse, dudar o maravillarse, sino también por su propio significado: caminar despacio de forma relajada o sin una dirección o propósito claro. ¿No es una conexión extraordinaria? 

Con Caminantes, Scott nos invita —también de forma relajada y fenomenal— a deambular, a recuperar el sentido de la aventura que llevamos de serie instalado en los pies, a perdernos —y permítanme el regusto coelhiano de la metáfora— para encontrarnos a nosotros mismos. Decían nuestras madres y padres, y abuelas y abuelos, que el movimiento se demuestra andando. Y, ya que hablamos de Inglaterra, quizá la letra del famoso himno del Liverpool F.C. se equivoque, quizá no sea tan mala cosa eso de caminar en soledad, plantar cara a los ubicuos runners y, simplemente, dejarnos llevar.

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Autor: Edgardo Scott. Título: Caminantes. Flâneurs, caminantes, walkmans, vagabundos, peregrinos. Editorial: Gatopardo. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

Imagen: Cubierta de portada de “Caminantes” de Edgardo Scott.

FUENTE RESPONSABLE: Zenda. Apuntes, Libros y Cía. Por Miguel Garrido de Vega. Editor: Arturo Pérez-Reverte. 20 de febrero 2023.

Sociedad y Cultura/Literatura/Ensayo/No ficción

Cómo los milmillonarios provocaron la caída del Imperio romano.

El historiador José Soto Chica publica “El águila y los cuervos”, un revelador estudio donde explica cómo la avaricia de las élites, su resistencia a pagar impuestos y apoyar a la sociedad, acabó con el sueño de una Roma eterna

La causa del hundimiento del Imperio romano de Occidente fue la avaricia de las élites, las luchas intestinas que entablaron entre sí para alcanzar el poder y su creciente desapego del Estado, afirmado en la creencia equivocada de que podían prescindir de él y de las garantías que brindaba debido al respaldo que les proporcionaban sus propias fortunas. «En el 425 d. C., las rentas de la vieja aristocracia romana eran altísimas. Una sola familia obtenía 4.000 libras de oro al año, la mitad del presupuesto militar romano. Una suma que conseguían de sus tierras, propiedades y múltiples relaciones comerciales, más otro tercio que percibían en especie. Estamos hablando de un dinero bestial. Y esto sucede cuando el imperio se encuentra en un momento agónico, con las invasiones bárbaras, la pérdida de un cuarto de su territorio y una merma aguda de su población. En quince años ha perdido el 60 por ciento de sus ingresos», explica José Soto Chica. El historiador ha publicado El águila y los cuervos (Desperta Ferro), un revolucionario ensayo sobre el declive y la desaparición del Imperio romano que aporta una renovada mirada y una profunda reflexión sobre las verdaderas causas que condujeron a su final.

La historiografía ha aducido múltiples motivos en el pasado para explicar su derrumbamiento, desde la crisis económica, la caída demográfica, la difusión del cristianismo, la derrota de Adrianópolis o la irrupción de los pueblos germánicos. Pero nadie había reparado con anterioridad en la conducta ética y el comportamiento avaricioso que mostraron la clase senatorial romana y los nobles patricios. «Si me hubieras preguntado hace un decenio, ni siquiera yo te hubiera nombrado los motivos en los que reparo ahora», reconoce José Soto Chica, que se ha ganado el merecido marchamo de ser uno de los grandes especialistas españoles de este periodo con obras como «Imperios y bárbaros» o «Los visigodos. Hijos de un dios furioso».

El examen cuidadoso de la documentación le empujó a reparar en datos que antes habían pasado desapercibidos o a los que no se les concedió la relevancia que poseían. La detenida lectura alentó una intuición que después acabó fraguando en una tesis contundente que ahora expone en este libro de rigurosos contornos y márgenes.

«El Estado pide un esfuerzo a los milmillonarios, pero esta aristocracia no está dispuesta a contribuir y promueve golpes de Estado, apoya a usurpadores o concede su respaldo a los bárbaros, porque, piensan que es más barato pagarles a estos extranjeros y no al Estado para protegerse. Es en este preciso momento cuando se quiebra el Estado. Con anterioridad, estas mismas clases se habían involucrado con Roma y no dudaban en poner a su disposición los recursos que poseían para salvaguardar el Estado, como sucedió durante las guerras contra Aníbal. Esto no sucede en el Imperio romano de Oriente y es una de las razones que explican que sobreviviera mil años más», añade el historiador.

“Roma se perdió por la avaricia y la poca altura de miras de la élite”

José Soto Chica

José Soto Chica no es amigo de presentismos, pero tampoco evita las lecciones que nos ofrece el pasado y que deberían enseñarnos a actuar mejor hoy en día. En este momento, en medio de grandes convulsiones sociales, económicas, políticas y bélicas, con una minoría que acapara gran parte de los recursos y el dinero mundial, los paralelismos con lo que sucedió durante la última época de la Urbe Eterna son claros: «Esta aristocracia de millonarios entiende que no es necesario el Estado. Su influencia y poder, están convencidos, garantizan su bienestar. ¿Para qué pagar impuestos a fin de respaldar a la corte imperial y el ejército si puedo pagar a un bárbaro local para que me mantenga en la cúspide social?, reflexionan».

El error que cometen es sustancial y Soto Chica lo subraya: «No se daban cuenta de que las estructuras de un Estado son más complejas que eso. Fue un acto de soberbia por parte de ellos, porque en última instancia el dinero no te protege; quien tiene la fuerza es quien decide. El senador poseía los caudales, pero la espada la esgrimía el bárbaro». El historiador resalta en este punto una de las consecuencias de esa actitud quizá con la intención de ilustrar mucho mejor que las decisiones tienen consecuencias y que el egoísmo también lo pagan quienes lo practican: «El resultado es que los hijos y los nietos de estas clases terminaron acudiendo a la guerra, pero peleando por los bárbaros. No recapacitaron en un punto clave, que el Estado es vital, que la ley es importante y que Roma ofrecía un marco de prosperidad y de intercambio. Roma se perdió por la avaricia y la poca altura de miras de una clase dirigente que abogó por sus intereses particulares». Como colofón, con una mirada sobre los tiempos en que nos desenvolvemos, Soto Chica aduce: «Tenemos que aprender a desconfiar de las élites y a exigir responsabilidades, porque el sentido de la responsabilidad de todos nosotros ha perecido en la actualidad».

El autor, que recupera en este ensayo figuras principales, en ocasiones, rodeadas de cierto halo legendario, como Gala Placidia, Aecio, Valentiniano III o Alarico, precisa su discurso y comenta que «la Historia es la última trinchera de la libertad porque permite ver cosas de otra manera. La Historia es un banco de pruebas de la humanidad y te revela que las cosas se pudieron hacer de otra manera. Durante los siglos IV y V se construyeron las villas más alucinantes de todo el Imperio romano. Eran más grandes, más espléndidas que las de la época de César. En cambio, en el siglo VI ya no se levantan ni anfiteatros».

La cuestión que queda suspendida es el motivo y el historiador mismo responde a la pregunta: «La gente que tiene el dinero no lo pone en el ámbito público para contribuir al progreso de la ciudadanía. Antes el poder dependía de la estima que te tuviera la ciudad, pero ahora lo que prevalecen son los contactos imperiales. Por eso desplegaron ese lujo en las villas, porque es ahí donde recibes a esos contactos. Al mismo tiempo que vemos un mundo en crisis, con una clase media que se hunde, los pobres en crecimiento, vemos a una aristocracia desenvolviéndose en medio de esta riqueza. Esto sucede ahora. Las clases medias –subraya– se empobrecen en Europa y Estados Unidos, pero como el poder ya no se juega tanto en las elecciones, las élites económicas y políticas llegan a acuerdos».

“El rico prefería pagar a bárbaros que impuestos, fue un error”

José Soto Chica

Y Soto Chica introduce aquí una advertencia importante: «Por muy eterno que nos parezca un imperio, se puede venir abajo en poco tiempo. Creemos que no, pero también nuestro mundo puede retroceder».

Otro de los aprendizajes que nos deja esta lectura es sobre el buen y el mal gobierno. «La economía y el ejército son cruciales, la estabilidad social, igual, pero en última instancia las decisiones resultan fundamentales. Gala Placidia era genial, una política de primera, mujer de Ataúlfo, madre de emperador, pero comete el error de anteponer la ambición familiar por encima del Estado. Entre el año 425 y el 435 es cuando se pierde África, que es de donde provenía el sesenta por ciento de los ingresos de Roma. Ella escoge perder ese territorio antes que ceder su poder. Deja que Bonifacio, Félix y Aecio se enfrenten entre sí y liquiden los recursos que le quedan al imperio. Prefirieron que todo fuera mal con tal de mantener el control. Y claro que eran conscientes de lo que sucedería. El padre de Gala Placidia –indica– conocía bien la importancia de África, pero, a pesar de eso, ella promueve este enfrentamiento».

Para el historiador, este «es el punto de no retorno, porque Genserico cruza el estrecho de Gibraltar y se apodera de África. En 439 tomará Cartago y, desde ese momento, Roma es un imperio zombi. No tiene oro para mantener el ejército y sin soldados no puedes defender las provincias, y cuantas menos provincias tienes, menos impuestos y menos dinero… el Imperio romano no cae, se disuelve. Odoacro envía las insignias imperiales a Oriente porque lo que queda ya está allí».

Finalmente, Soto Chica deja una última reflexión: «La ambición no es mala, pero cuando no se adapta a los intereses generales es perjudicial. Las élites de ahora son conscientes de esto, aunque creen que el sistema lo aguanta todo. Eso es lo que pensaba la aristocracia senatorial, que aguantaría su avaricia y su falta de escrúpulos. Y no aguantó. Estamos en este momento. Hay esperanza, pero si no tomamos una decisión colectiva, nuestros nietos lo lamentarán y nos juzgarán por lo que hemos hecho».

Imagen de portada: El disco de Teodosio, del siglo IV, una de las joyas del periodo. Se conserva partido por la mitad, como si fuera una metáfora de Roma FOTO: LA RAZÓN.

FUENTE RESPONSABLE: La Razón. España. Por Javier Ors. 9 de octubre 2022.

Antigua Roma/Historia Antigua/Cultura/Libro/Ensayo.

 

 

Daniel Balderston, tras los manuscritos y textos privados de Borges.

En «El método Borges» (Editorial Ampersand) y «Lo marginal es lo más bello. Borges en sus manuscritos» (Eudeba), sus dos últimos libros, el investigador estadounidense llevó adelante un trabajo de crítica genética con los originales del gran autor argentino.

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Una vez más, el crítico, docente e investigador norteamericano Daniel Balderston estuvo en Buenos Aires para hablar del tema que lo atrapó hace más de cuatro décadas: la escritura de Borges.  

Como director del Borges Center y la revista Variaciones Borges de la Universidad de Pittsburgh, llevó adelante un trabajo de crítica genética con los manuscritos de este célebre autor que nunca aprendió a escribir a máquina.

El resultado es lo que considera el trabajo más importante de su carrera. Se trata del análisis de los principales manuscritos borgeanos reunidos en El método Borges, que publicó en nuestro país la editorial Ampersand, y su continuación, Lo marginal es lo más bello. Borges en sus manuscritos, recién publicado por Eudeba. Este último incluye cuadernos nuevos y es el producto del trabajo de un grupo de investigadores de varias partes del mundo que él coordinó.

-Según contás en El método Borges, sus manuscritos están bastante desperdigados. ¿Cómo es posible que al día de hoy el “archivo Borges” sea una tarea pendiente?

-Porque en vida de Borges los manuscritos se dispersaron, él no estaba demasiado interesado en conservar sus archivos, se deshacía de cosas. Pero también se nota en sus notas donde cuenta que regalaba sus manuscritos, muchas veces, a la gente a la que iban dedicados los textos. No me voy a meter en cuestiones de política patrimonial, pero sí podría decir que ha habido cosas que han llegado a venderse en las últimas décadas, cuando ya era una celebridad. Y el problema ahí es el valor. El manuscrito de un texto muy menor, desconocido, “Cuentos del Turkestán”, se vendió recientemente en París en una subasta por 10.000 euros. Entonces, cuando sus textos mayores pueden venderse por cientos de miles de dólares, hacer una recolección de las cosas que vayan apareciendo en el mercado es una tarea que sobrepasa las posibilidades individuales o colectivas.

-¿Qué pasó con los manuscritos de El tamaño de mi esperanza y de Inquisiciones, los libros de los que se arrepintió y que no incluyó en sus Obras completas?

-Sobreviven distintas versiones de parte de estos libros. El manuscrito de “La nadería de la personalidad” está en la biblioteca de mi universidad y otros textos de esta época están en manos de coleccionistas particulares. En el libro analizo dos manuscritos muy interesantes de principios de los años ‘20, “Judería” y “Trincheras” que él guardó y fue corrigiendo e incluso, poniéndoles fechas adicionales a esos poemas, cuando le cambia el nombre “Judería” por “Judengasse” en 1943, durante la Segunda Guerra Mundial, con plena conciencia de lo que estaba pasando. Es decir, en algunos casos él mismo guardaba y retocaba sus textos y esos materiales son absolutamente fascinantes.

-Fue un descubrimiento para mí enterarme de la existencia de Pierre Menard y que además fuera el autor de un libro de grafología. Me pareció que era algo en lo que había que detenerse.

-Existió y era un médico que había publicado artículos en revistas surrealistas sobre temas muy diversos, que quería aplicar el método grafológico al psicoanálisis y estuvo en contacto con Freud en Viena. Todo un personaje.

-A partir de los manuscritos en los que trabajaste, escritos en imprenta y con esa letra minúscula, en cuadernos escolares, ¿qué dice su caligrafía de su literatura?

-Lo primero que se puede ver en esos manuscritos es algo que planteó el crítico argentino Norman Di Giovanni. Él dijo que lo que se ve en esa letra de imprenta es la falta de escolaridad en el sistema educativo argentino ya que pasó su infancia y adolescencia en Ginebra, donde nunca se recibió de bachiller. Y en el sistema escolar es muy importante la letra cursiva. Creo que Borges se fue encerrando en su propio proceso de escritura, que esa letra microscópica solo servía para él mismo. Esos primeros borradores son, obviamente, para él. Los segundos borradores, pasados en limpio, están en una letra más grande, legible y con menos alternativas, es decir, que las segundas o terceras versiones se escribieron ya para llevar a la redacción de un diario o una revista. Los primeros borradores con múltiples opciones son característicos de sus borradores iniciales.

-Esta elección deliberada por la manuscritura, ¿tiene que ver con su modo de pensar, de elaborar sus textos de modo espacial, sin plan, sin esquemas?

-Él dice que la literatura consiste en borradores, que no hay texto definitivo. Entonces, las características que vamos viendo en sus cuadernos son consistentes con esa idea. La descripción de los cuadernos de Pierre Menard, con su “letra de insecto, papel cuadriculado y peculiares símbolos geométricos”, nos habla de sus propios textos, caóticos y enmarañados.

-El análisis de su forma de composición nos muestra que la obra de Borges es una obra abierta, en proceso, ya desde los inicios. ¿Borges se adelantó 30 años a las formulaciones de Barthes, del posestructuralismo?

-Yo diría que solo escribió un libro como tal, que es Evaristo Carriego. Todo lo demás son misceláneas, fragmentos que se retoman, reaparecen más tarde. Aún los libros iniciales son menos homogéneos de lo que declaran ser. Y sí, se adelantó incluso a la intertextualidad, que es un concepto que Kristeva saca de Bajtín, que lo estaba planteando en la Unión Soviética pero, obviamente, no había ningún contacto entre ellos. Es un teórico de vanguardia y un escritor muy radical, por cierto. No es un escritor que se aferre a las expectativas genéricas. Pensemos en lo que hace con el cuento policial. El escribe mucho sobre las leyes del género. En “Los laberintos policiales y Chesterton” dice: las seis reglas del policial son éstas y después las viola todas, como en “El jardín de senderos que se bifurcan”, “Emma Zunz”, “La muerte y la brújula”, “La forma de la espada” y antes en “Hombre de la esquina rosada”. El único cuento policial clásico es “Abenjacán el Bojarí, muerto en su laberinto”, donde los detectives amateurs, después del crimen, lo reconstruyen proponiendo dos hipótesis.

-Siguiendo con su anacronismo: ¿Borges fue el primer crítico de Kafka?

-Bueno, llegó a ver los textos de Kafka publicados en revistas alemanas en los años 16, 17 y 18. Su relación con el universo Kafka ya se nota en sus textos de los 20, cuando Kafka vivía pero todavía no era Kafka.

-Otro de los lugares donde escribía eran los libros de su biblioteca. ¿La biblioteca personal, más que soporte bibliográfico era una extensión de su obra?

-Hay excesivas bibliotecas en Borges, hay libros que le prestan, otros que regala, hay anotaciones de él en libros de sus amigos. Y sí, esas notas escritas en los libros tienen mucho que ver con las fichas bibliográficas de los cuadernos que venimos estudiando en los últimos dos años con un equipo de Mar del Plata y varios investigadores de todas partes del mundo, pero no tenemos acceso a la totalidad de los cuadernos ni de los libros anotados.

-Pensando en su disputa con el nacionalismo y su postulación de la literatura como libre juego de la imaginación, ¿Borges tuvo continuadores?

-Nacionalismo cultural hay mucho en la obra de él hasta cierto punto. Sin duda, cuando habla de eso en “El escritor argentino y la tradición” en 1951, lo que hay es una autocrítica de sus posiciones de décadas anteriores. Él es muy consciente de haber contribuido a ciertas ideas alrededor de lo nacional, con el culto a lo criollo y se muestra arrepentido de ciertas posiciones. Cuando habla ahí de “La muerte y la brújula” como un mejor acercamiento a la ciudad de Buenos Aires de los años ‘20, queda muy claro que estaba haciendo una autocrítica personal, pero también podemos decir, una crítica que tenía que ver con la coyuntura del peronismo. 

En “El fin”, el cuento donde hace mucha investigación sobre el Martín Fierro y la pulpería, uno de los textos consultados es una novela de Enrique Amorim, de donde saca la palabra “catre”, una referencia muy específica de la concepción por parte de los pulperos con mujeres de la zona, de hijos bastardos. Pero también está contando un diálogo entre Fierro y Moreno en relación a un diálogo de las sagas islandesas que había citado extensamente en Antiguas literaturas germánicas, escrito con Delia Ingenieros en 1951. O sea que está escribiendo un final posible para la vida Martín Fierro desde las técnicas narrativas de la saga islandesa.

-¿De quién fue el error en la cita sobre la ausencia de camellos en el Corán, de Gibbon o de Borges?

-Gibbon, en Decadencia y caída del Imperio Romano, en el tomo quinto, dice que Mahoma prefería la leche de vaca a la leche de camella pero no dice que no hay camellos en el Corán y Borges, brillantemente, inventa eso. 

Es un error, porque muchos, después, han encontrado camellos en el Corán pero, ese salto imaginativo es una referencia muy específica que él saca de contexto para su propio uso. Es una idea brillante, aunque no sea exacta, la ausencia del color local para crear un texto que tiene que ver con las circunstancias de su producción.

-¿Existe algún escritor en el mundo con una obra importante, con ese nivel de erudición?

-Fernando Pessoa, aunque un poco a la inversa. Porque Borges publica sus textos al poco tiempo de haberlos escrito, en cambio Pessoa no publica la mayor parte de su obra en vida.

Borges en su laberinto escrito a mano

La historia de los manuscritos de Borges parece salida de un cuento borgeano. En ellos abundan descripciones de manuscritos que son una descripción de los suyos propios, en un juego de espejos que no hace más que replicar, en su forma, la idea de infinito. Algo que se puede comprobar en el manuscrito de “El jardín de senderos que se bifurcan” al que le faltan dos páginas, como ocurre con el escrito por Yu Tsun, el protagonista del cuento.

Y este trabajo permite ver el origen de las citas y alusiones de gran parte de la obra de Borges, echando por tierra la teoría que sostenía que lo suyo era pura erudición inventada y exhibiendo el uso estratégico que hacía de las citas.

Pero también permite ver el proceso compositivo de Borges: un armado de red de citas de su propia obra, de lecturas, de fuentes (los rastros que deja en sus trabajos) y de variantes que le dan cohesión a una obra hecha de fragmentos. Borges publicó más de 2.700 textos que no eran otra cosa que fragmentos provisorios de un todo, ya que la reescritura incesante, para él, era el texto ideal.

Una escritura sin esquemas, en progreso, que se iba armando a medida que se sumaban las variantes para crear, como la define Balderston, una escritura de la incertidumbre.

Imagen de portada: Daniel Balderston. Foto: Diego Diaz

FUENTE RESPONSABLE: Tiempo Argentino. Por María Eugenia Villalonga. 28 de agosto 2022.

Sociedad y Cultura/Literatura/Jorge Luis Borges/Ensayo/Daniel Balderston

 

El huerto secreto, de Juan Carlos Santaella.

Crónicas del olvido.

1

Siempre he sostenido que Juan Carlos Santaella es uno de los más lúcidos ensayistas y críticos de las letras venezolanas. Sin aspavientos, guardado como un monje, nuestro escritor se mantiene atento desde su atalaya. Desde su casa los libros y los seres reales, como los imaginarios, lo visitan y lo revelan en silencio creador, para confirmar la densa materia de su inteligencia.

Quienes lo leíamos en los diarios, en los suplementos literarios, lo teníamos siempre como consulta. Destacaba su carácter intelectual, su capacidad académica sin abusar de las terminologías, como suele suceder hoy con quienes sostienen que es necesaria una exigente metodología para poder entrarle a un libro, sea éste bueno, regular o sospechosamente flojo. De esa tela hay mucho que cortarle porque algunos críticos, sumados al extremo teórico de las tesis ilegibles, se lanzan al ruedo para cotizar —con la verba atlética escolar— lecturas que pocos días después dejan de ser, de nombrarse, de respirar.

Juan Carlos Santaella sigue siendo un hombre joven. Nació en 1965 y desde hace mucho tiempo ha sido un nombre para destacar. Ha publicado, entre otros títulos: La literatura y el miedo (1990), con el que se alzó con el Premio Fundarte; El fuego y la hoguera, publicado por Monte Ávila en 1991, y Manifiestos literarios (1992), también con el sello de Monte Ávila, entre otros.

Con El huerto secreto (Monte Ávila, 1999), Santaella logra alcanzar una escritura que anima al lector por la cantidad de conocimiento crítico y una sensibilidad expresiva en el uso del idioma, al que convierte en objeto elegante.

2

El índice recoge los siguientes trabajos: Una introducción titulada “Los escritores felices no tienen historia”, luego el recorrido orgánico del volumen: “Ex Libris”, “La imaginación del ensayo: ¿qué sujeto nombra el ensayo?”, “Saber y poder de la crítica literaria venezolana”, “La literatura ya no va a la escuela”, “Oferentes de lo extraño”, “Mariano Picón Salas o la pasión autobiográfica”, “El huerto secreto”, “Ha muerto la poesía?: la inmensa minoría, poesía de fin de siglo, poesía y subversión”, “Las metáforas del futuro”, “Contra la lengua”, “Cuando la literatura ya no nos alcance”, “El sentido solitario de la crítica”, “La posmodernidad y sus discursos” y “Las aventuras del disimulo”.

Dada la importancia de cada uno de estos ensayos, mostraré al lector algunos fragmentos de ellos.

Buen provecho:

Los escritores no son héroes (…). El escritor es un héroe derrotado y sumido, por lo mismo, en una obstinante infelicidad (…). A partir de la infelicidad y de todas sus derivaciones secretas, surge el principio de la escritura, brota el poder de la palabra para dar testimonio de esta insoslayable pesadumbre. Con esto no quiero decir que la felicidad no sea, asimismo, un horizonte deseable en la vida y en la escritura de todo escritor (p. XI).


La relación mundo-escritor es una relación fundamentada en el miedo, la desconfianza, el odio y la segregación (…). La tragedia del escritor pertenece a un orden estrictamente espiritual (pp. XII-XIII).


Toda reflexión sobre el libro comienza por ser, de alguna manera, una reflexión sobre la memoria y también sobre el olvido (p. 1).


El libro deviene, así, en un objeto sagrado, en un artefacto cuidadoso que intenta explicar el sentido, el origen y las razones que mueven el alma atormentada de todos los pueblos (p. 3).


Como todos sabemos, la gran mayoría de las leyendas surgidas en torno al desarrollo de la colonización de América (amazonas, gigantes, animales fantásticos, riquezas insólitas, tesoros ocultos, etc.) se debieron a estas fábulas narradas en los libros de caballería. América inventada, narrada en un libro. Somos un continente que antes fue leído y escritor y que seguimos leyendo y escribiendo (p. 5).

Sigo con las citas porque bien valen la pena:

Después de muchos años soportando y padeciendo el rigor mezquino de los métodos, la implacable soledad interpretativa de las exégesis, el terror académico de los análisis literarios, pareciera que estuviésemos regresando, lentamente, a un tono y a una escritura de carácter ensayístico (p. 7).


Por lo que respecta al ensayo literario, éste sólo trata de reivindicar una serie de elementos que le son propios, vale decir, la brevedad, la audacia analítica, la parquedad, el humor, la sensualidad, las divagaciones conceptuales y la ponderada erudición. Al contrario de la crítica, sólo el ensayo es capaz de procurar en el ánimo del lector un proceso mediante el cual la escritura actúa como una sugestión infinita: no enseña, no prescribe, pero sí encanta y persuade en el placer de la letra escrita (p. 12).

(El fragmento anterior da pie para seguir en mi insistencia de afirmar que las tesis de grado, las notas críticas de algunos críticos, expertos en ladrillos y glosarios, sólo sirven para hinchar el ego de quienes las escriben y voltear los ojos de los autores “criticados”, tasados por experimentos que si bien intentan poner a pensar, hacen que el lector se aleje. De manera que no se trata de facilitarle las cosas al lector, no, se trata de que la lectura no exagere en el uso del diccionario de los métodos, en una demostración pedante de quien cree estar en un salón de clase de trigonometría verbal).

3

Podría seguir citando a Juan Carlos Santaella. Se puede recalcar con él:

Las palabras detentan el poder, y una palabra animada por un habla prepotente y definitiva es una palabra estéril, es una palabra paradójicamente muerta (p. 16).

La lectura de este libro de ensayos del autor venezolano revisa, escudriña la conciencia de quienes aún siguen siendo los amanuenses totémicos de la escritura crítica literaria. Quienes avalados por una larga lista de términos se convierten en impenetrables fantasmas.

Bien vale la pena volver a este libro, sabrosamente escrito, bellamente escrito, de nuestro autor Juan Carlos Santaella.

Imagen de portada: Gentileza de Letralia. Juan Carlos Santaella escudriña en este libro de 1999 la conciencia de quienes aún siguen siendo los amanuenses totémicos de la escritura crítica literaria.

FUENTE RESPONSABLE: Letralia. Tierra de Letras. Por Alberto Hernandez. 4 de julio 2022.

Sociedad y Cultura/Literatura/Ensayo/Venezuela.

Siri Hustvedt: «Me hice fuerte y ya no me interesa ser complaciente ni adaptarme a nada».

En diálogo con Télam, la novelista e intelectual estadounidense confiesa que le llevó décadas librarse de la misoginia y la condescendencia, advierte que los hombres todavía evitan considerar la paternidad desde lo identitario a pesar de los cambios evidentes en la crianza, y enaltece a los lectores que en la rutina intimista con el libro fabrican un antídoto contra un mal de época, “el peligro de que resuene una única voz”.

Con una mirada caleidoscópica que combina el arte, la literatura y la política, pero también la neurociencia y el psicoanálisis, la novelista e intelectual estadounidense Siri Hustvedt (Minnesota, 1955) confiesa que le llevó décadas librarse de la misoginia y la condescendencia, advierte que los hombres todavía evitan considerar la paternidad desde lo identitario a pesar de los cambios evidentes en la crianza, y enaltece a los lectores que en la rutina intimista con el libro fabrican un antídoto contra un mal de época, “el peligro de que resuene una única voz”.

A los 67 años y por teléfono desde España, a donde viajó para acompañar a su marido desde hace cuarenta años, el escritor Paul Auster quien fue distinguido con el título de doctor honoris causa de la Universidad Autónoma de Madrid, la ganadora del premio Princesa de Asturias 2019 dialogó con Télam sobre la relación con su madre, sus años de formación en los que tanto le costó encontrar un mentor y las marcas que la pandemia de coronavirus imprimió en las biografías, algunos de los temas que aborda en su nuevo libro de ensayos, “Madres, padres y demás” (Seix Barral), que su “familia real” con la “familia literaria”.

– Télam: Está en España por unos días. ¿Cómo se siente al retomar la rutina después de la pandemia? ¿Extrañaba las presentaciones y las ferias internacionales?

– Siri Hustvedt: En realidad, creo que la pandemia aún no se terminó y no sé bien a dónde vamos, es difícil predecirlo. Estuve en Dinamarca por dos días para cumplir con un compromiso que había agendado en 2020 y del que tuve que bajarme por la irrupción de la pandemia. Y no vi ni un barbijo, en todo el viaje. En Nueva York, todavía algunos lo usan: tenemos otra variante de Omicron. En España lo usan en algunos lados y en otros no. A simple vista, las cosas parecen algo más normalizadas y sí, es muy placentero haber vuelto a vivir en una ciudad como Nueva York y poder viajar a Europa. Espero que no haya más cuarentenas pero no creo que podamos predecir exactamente a dónde vamos. Entonces, mi sensación es ambivalente: estoy encantada de estar acá y, a la vez, tengo esta incertidumbre sobre el futuro.

«La maternidad se ha ahogado y se ahoga en barbaridades sentimentales con tantas reglas punitivas sobre cómo actuar y qué sentir que sigue siendo una camisa de fuerza cultural incluso hoy”

En “Madres, padres y demás”, la autora de novelas como «Todo cuanto amé» o «El verano sin hombres” indaga en lo autobiográfico sin el gesto facilista de pensar que en el relato del yo se cifra la clave de una época. “Quedé embarazada después de defender mi doctorado en Literatura Inglesa en Columbia. Mi experiencia con mi hija es personal, no pretendo representar la maternidad universal. Ese es el quid de la cuestión. La maternidad se ha ahogado y se ahoga en barbaridades sentimentales con tantas reglas punitivas sobre cómo actuar y qué sentir que sigue siendo una camisa de fuerza cultural incluso hoy”, define la autora en lo que considera “una metáfora muy meditada” porque “la crianza sacrificada es el arma moral que golpea a las madres por dentro en forma de vergüenza o culpa”.

– T.: Dedica uno de los ensayos de su último libro a recuperar la historia de vida de su madre y allí cuenta que cuando era adolescente estuvo nueve días presa durante la ocupación nazi de Noruega. La forma en la que ella rehizo su vida después de eso y cómo lo contaba le ha parecido una de las primeras muestras de una resiliencia que puso a pruebas muchas veces en 97 años. ¿Cómo marcó esa resiliencia su propia vida?

– S.H.: De chica me parecía una gran cosa poder contar que mi madre había estado presa porque la pintaba como muy valiente ante los nazis. Pero en realidad, ella siempre enfatizaba que habían sido solo nueve días y lo consideraba como una vieja aventura de los dieciocho. Sabía que había personas secuestradas que después eran llevadas a campos de concentración. En Noruega había pocos judíos, fueron impiadosos con ellos, los masacraron. Por otra parte, mi madre conocía a una familia asesinada y también a noruegos que habían estado en la clandestinidad y que habían sido llevado a campos de trabajo forzoso. Entonces, creo que en realidad nunca tomó esos nuevos días más que como una experiencia significante para su corta vida, pero los hizo sin victimizarse porque había víctimas reales y muy cerca.

– T.: “No hagas nada que realmente no quieras hacer”, solía decirle ella y, desde su infancia, esa frase resonó en su vida como un mantra. Como escritora, pero también en un sentido más amplio, como mujer ¿Qué cosas no quiere hacer Siri Hustvedt hoy?

– S.H.: Descubrí que no quiero hacer sentir bien a las personas ni adaptarme cuando siento que hay algo mal. Con la edad me hice fuerte y ya no me interesa ser complaciente ni adaptarme a nada. He logrado mejorar en eso de hacerme escuchar, de sacar afuera mi voz. Si noto condescendencia, misoginia o crueldad hacia mí o hacia alguien a quien quiero simplemente respondo. Me di cuenta de que eso es clave.

«He logrado mejorar en eso de hacerme escuchar, de sacar afuera mi voz. Si noto condescendencia, misoginia o crueldad hacia mí o hacia alguien a quien quiero simplemente respondo. Me di cuenta de que eso es clave»

– T.: Escribió sobre frases que la marcaron a lo largo de su vida y que resuenan en el tiempo. Los llama “tatuajes cerebrales”. Como aquella vez que un profesor le dijo “Hay frases tan buenas que me hubiera gustado escribirlas a mí” o cuando un periodista después de leer su primera novela aseguró que “Paul Auster la escribió”. ¿Cuál es su último “tatuaje cerebral”?

– S.H.: No me hice ninguno últimamente, creo que lo superé. Pero como hablábamos antes, la pandemia nos cambió y tal vez “Estamos en cuarentena”, sea el último, una suerte de marca. Durante aquellos días de aislamiento más cerrado, recuerdo haber escuchado a una mujer negra, que era música y que vivía de gira con su banda, decir que el encierro la había protegido de todas las amenazas y cuestiones que enfrenta una mujer negra que está de gira. Y es cierto, yo lo he experimentado en otro nivel. Cuando estás en casa, encerrada, escribiendo junto a tu marido y viendo solo a tus familiares más cercanos, estás lejos de todas esas cosas que en el día a día enfrentamos.

– T.: El domingo es el día del padre y entonces asistimos a todo tipo de comentarios y frases hechas o estereotipadas sobre la figura paterna. ¿Cómo cambió la paternidad en estos años?

– S.H.: Ahora que soy grande veo todo muy diferente. Crecí en los sesenta en Minnesota y por entonces era impensado ver un padre empujando un cochecito, hubiera sido muy femenino, desmasculinizante. Eso cambió dramáticamente: llevan los cochecitos, van a las plazas, los cuidan y se ocupan de ellos. Pero lo que no ha cambiado es lo siguiente: es muy raro que un hombre heterosexual se identifique, en primera instancia como padre. En cambio, muchas mujeres se etiquetan como madres aún cuando tienen una carrera profesional. ¿Qué quiere decir esto? Que para la gran mayoría de los hombres ser padre es una actividad secundaria, que el trabajo identitario es el otro.

– T.: Escribió un ensayo sobre el desencuentro que tuvo durante años con sus mentores y con la idea misma de mentoría. ¿Fue mentora de otros? ¿Le resultó más fácil asumir ese rol?

– S.H.: Escribí sobre los libros de personas a las que admiro y conocí a muchos escritores jóvenes, pero creo que nunca me puse en la posición de mentora porque no encajo en ese molde con exactitud. Por ejemplo, fui profesora de residentes de psiquiatría pero no era psiquiatra entonces no asumía ese rol. También conocí a muchas mujeres jóvenes que me veían como a una escritora que admiraban y me he sentido muy halagada, pero aún así creo que no tomé el rol de mentora.

«La lectura nos salva del peligro de que resuene una única voz»

– T: Al abordar el rol que la lectura jugó en su vida, da una definición que en esta época podría ser considerada polémica: “No somos lo que comemos, somos lo que leemos”. ¿De qué está hecha usted?

– S.H.: Esa frasecita es graciosa pero es real. Lo que leemos se acumula y lo que comemos, no. ¡Sale del cuerpo en forma de deshecho! A veces no recordamos exactamente las frases, las palabras o las tramas de los libros, pero hay un efecto en la acumulación de las lecturas. Y creo que, en función de eso, es terriblemente importante leer distintos tipos de libros, géneros y autores para que nos inunden esas voces, habilitar una discusión en nuestro interior. Una de las grandes ventajas de leer es que uno incorpora en su psiquis muchas perspectivas para poder seguir leyendo y escribiendo con ellas. La lectura nos salva del peligro de que resuene una única voz.

«ASISTIMOS A UN RETROCESO Y LOS DERECHOS DE LAS MUJERES ESTÁN AMENAZADOS»

Durante años y a los fines de la asociación rápida, a Siri Hustvedt se la llamaba «la mujer de Paul Auster», pero el peso propio de su obra y una época evidentemente más permeable a reparar en el trabajo literario e intelectual de las mujeres la convirtieron en “la Virginia Woolf del Siglo XXI”.

Más allá de las conceptualizaciones, Auster y Hustvedt llevan cuarenta años escribiendo y pensando. Él es poeta, guionista de cine, traductor del francés, ensayista y dejó una huella literaria con una familia de novelas de más de quince títulos que se tradujeron a cuarenta idiomas, como «La trilogía de Nueva York», «Leviatán», «El palacio de la Luna» y «El país de las últimas cosas». Ella, además de ser la autora de novelas como «Todo cuanto amé» o «El verano sin hombres”, escribe ensayos como «Vivir, pensar, mirar», dedicado a temas que la apasionan y que investiga en profundidad: la psiquiatría, el psicoanálisis y el arte.

“Yo leo absolutamente todo lo que hace y ella lee todo lo que escribo», contó Auster sobre cómo llevan aquello de compartir la vida y la profesión y, al final de su último y voluminoso libro, «La llama inmortal de Stephen Crane», incorporó una dedicatoria para Hustvedt: «Durante cuarenta años, fue la primera y más importante lectora que he tenido». Ella lo considera “el editor en casa”.

En 2020, decidieron dejar cierta comodidad que les daba la burbuja literaria para unirse a “Writers against Trump”, un colectivo de intelectuales que organiza debates y acciones en contra de la reelección del republicano y militaron activamente en la campaña que llevó a Joe Biden a la presidencia. Bajo el título de “Writers for democratic action” ese mismo grupo de escritores organiza ahora debates sobre la situación en Ucrania, el control de armas necesario para frenar las matanzas en los colegios y el avance de los grupos antiabortistas.

T.: En los ensayos de “Madres, padres y demás” reflexiona sobre la maternidad, la crianza, el feminismo y la misoginia. El derecho al aborto está siendo cuestionado hoy en Estados Unidos. ¿Qué cree que está pasando? ¿Es un retroceso?

S.H.: Sí, asistimos a un retroceso y los derechos de las mujeres están amenazados. La supremacía blanca, masculina y autoritaria ganó mucho espacio en mi país, en los diferentes estamentos del gobierno y también en la cultura política. La creciente diversidad en los Estados Unidos y la aparición de una generación de mujeres negras en posiciones de poder representa un enorme desafío para esos sectores autoritarios de mi país que buscan un retroceso en materia de derechos. Además, están muy bien organizados. Los movimientos antiaborto llevan décadas trabajando, aún cuando la mayoría de los norteamericanos quiere dejar Roe vs. Wade -la sentencia judicial de 1973, por el cual la Corte Suprema dictaminó que la Constitución de Estados Unidos protege la libertad de una mujer embarazada para elegir abortar sin excesivas restricciones- de forma muy similar a como la conocemos.

Imagen de portada:  Spencer Ostrander

FUENTE RESPONSABLE: Télam Digital. Argentina. Por Ana Clara Pérez Cotten. Junio 2022. 

Sociedad y Cultura/Literatura/Ensayo/Maternidad/Paternidad/ Siri Hustvedt/Entrevista

«El corazón del daño» de María Negroni.

Sobre cómo habitar la lengua materna

Momentos de una vida, en especial del mundo de la infancia, y una figura gravitante en el futuro de la escritora: la madre. Estos son los hitos de la formidable escritura condensada en El corazón del daño, de la poeta y ensayista María Negroni. Una narración invadida de poesía y habitada por la lengua materna. 

Tal vez lo más maravilloso que sucede al entrar a un libro sea el estado de ignorancia original, ese momento en el que no sabemos cuál de todos sus hilos van a comenzar a trenzar nuestra lectura. 

Qué palabras, qué imágenes tendrán la pregnancia suficiente como para convertirse en esas posibilidades que están a punto de ocurrirnos. La ignorancia propicia el acontecimiento de la lectura, permite el asombro, la acumulación, el alimento. Luego la salida del libro suele ser lenta y con repliegues. 

En ese silencio comienzan a decantar las claves de lectura que nos construimos, la agitación de habitar lo nuevo y desparramarlo sobre lo vivido.

Por eso las claves de lectura tienen una conformación tan extraña -y a veces tan antojadizas- como las propias imágenes de un texto. Pero en su capricho van revelando coincidencias, cruces irreales, armando repreguntas, proponiendo nuevas clasificaciones imposibles. La clave emerge como dispositivo sólido aunque es siempre deudora de las imágenes que decantaron de la lectura a fuerza de pura resonancia. 

Porque hay que saberlo: mientras leemos la voluntad es una falacia y la lectura es espectro: tanto si la pensamos como una distribución de imágenes gráficas de los sonidos como en ser una entidad fantasmática sobre la que en principio no tenemos dominio ni poder de comprobación. 

Del diálogo enloquecido entre imágenes y clave comienza a crecer el hilo de Ariadna que guiará la lectura hacia otros laberintos. 

No sería necesario aclararlo, pero ahí va por las dudas: esto no sucede con cualquier libro, y por eso se agradece tanto la porosidad, la textura, la sintaxis generosa y desobediente, el ritmo que expande la raíz y el rumbo del sentido cuando de pronto un libro se transforma en una experiencia. 

El corazón del daño, el último libro de María Negroni publicado por Literatura Random House es eso, una experiencia a decantar.

En este caso, la clave de lectura resuena en una entrada casi enciclopédica que gira alrededor de la idea de “Islas” y está en esa especie de inventario de amuletos que es su Pequeño mundo ilustrado. 

En algún párrafo dice así: “Las islas son también lugares raramente felices. Tristes, pero felices, como toda infancia, o mejor sería decir: como toda infancia recobrada. El mundo se vuelve allí superficie en blanco. 

Por eso, todos los náufragos sucumben a la compulsión lingüística: se desviven por nombrar. En su aislamiento, construyen fábulas de castigo o salvación: lo mismo da, con tal de cancelar la temporalidad y abrir espacios donde otra genealogía -cierta fantasía de autocreación- pueda tener lugar. La apuesta es a que todo suceda por primera vez, sin antecedentes, sin las jerarquías del poder o la historia.” Negroni construye una idea de isla y la llama camafeo, mundo perdido, diorama viviente que en su pequeñez maximiza, al mismo tiempo, las posibilidades de la visión trascendental. 

En El corazón del daño, Negroni vuelve a ser coleccionista de miniaturas pero esta vez las despliega sobre la imposible cartografía materna. 

La madre como fondo y forma, como piedra refractaria de analogías inconcebibles donde las miniaturas pueden ocupar todo el espacio existente. 

En El corazón del daño entran todos los hitos de una vida pero también sus fugas en forma de recortes, párrafos, poemas o versos. Es lo que se escribió antes, durante y después de la muerte de la madre. Entran cartas, poemas, fotos y rencores, entra el amor y el odio eterno, el genio y la figura, lo que la madre es en la hija y lo que ésta ha construido de ella usando sus mismas palabras. En el corazón del daño está la madre y en ella el centro de la pregunta: «¿Cómo transmitir a los otros el infinito aleph que mi memoria apenas abarca?» 

Negroni hace de la madre un aleph literario y personal, una isla en sí misma alrededor de la cual no se puede ser ni más ni menos que un náufrago en busca de ese lenguaje que vuelva a nombrarlo todo.

Y para eso hay que volver a la infancia suspendida en las palabras. María Negroni las recobra, las mastica y las escupe. Arma y desarma la palabra madre de mil maneras posibles, atravesando ciudades, amores y militancias de las que ha formado parte. Va y viene sobre las definiciones -las hay también de otros- sobre lo que es escribir, qué tipo de artefacto es un libro, una biblioteca, si la vida está en la obra o la obra es la vida. 

El corazón del daño es entrar a una dimensión personal, casi secreta, de una clase magistral de teoría literaria, gramática o lingüística donde la doctora titular de la cátedra se convierte en poesía atravesada por las preguntas de la materia. 

Maria Negroni se adentra tanto en las claves de otros como en las propias y no se queda con ninguna, sino que las sigue replicando, sigue tirando del hilo que generan y luego los abandona porque no quiere salir del laberinto. 

Todo lo contrario. Hay un intento de expandirlo a costa del poema y por eso el silencio aparece en medio de tantos sonidos. Leer a Negroni es quedarse sin aliento y hasta sin palabras. No es posible rearmar en línea recta lo que se ha leído. 

Quedan imágenes y sonidos como al evacuarnos de un sueño: “La pérdida es una varita mágica. Las cosas se borran, se anulan, se suprimen y a continuación se reinventan, se fetichizan, se escriben. 

Después se hacía de noche y la noche se lo tragaba todo: los puentes sobre el río, los rascacielos, los seres sin fe, la música del corazón y el corazón del tiempo”. 

La vida fuera de Buenos Aires, lejos del cuerpo de la madre, son los años en Nueva York. Rodeada de ríos, en medio de otras islas y fundaciones, Negroni nombra el espacio que Jim Jarmusch retrató. 

El libro fue Ciudad Gótica que ahora vuelve para injertarse en El corazón del daño. Detrás de cada oleada que acerca y aleja, detrás de cada libro está la fuerza gravitatoria de la figura materna. Por la deformación del espacio tiempo en el que el cuerpo de la narradora se encuentra inmerso, la fuerza de gravedad irrumpe en las frases pronunciadas por la madre: Guay que se te ocurra. Ahuecar. Vos sabrás. No sos quién. ¿Qué más se puede esperar del hijo de un almacenero?. A veces son solo palabras: Trifulca, lumbrera, poligrillo, bataclana. 

¿Cómo acallar a la madre? ¿Cómo dejarla hablar sin agotarse? ¿Llenando de palabras la propia vida? ¿Haciendo de la lengua materna un laberinto para perdernos en él? Desde la pérdida y en el perderse, Negroni volvió a escribir una isla donde poder seguir naufragando. 

Por eso en el corazón del daño también le da voz a María Zambrano: “Escribir es defender el silencio en que se está”. 

Imagen de portada: Gentileza de Radar Libros

FUENTE RESPONSABLE: Página 12. Por Luciana De Mello

Literatura/Poesía/Ensayo/Critica