Grandes maestros del arte sevillano actual (VII): Jesús Gavira Alba: ‘el escultor de lo jondo’.

Traemos hoy a esta Galería Virtual, al famoso escultor mairenero de nacimiento, trianero de adopción.

Decir que Jesús Gavira Alba es aficionado al flamenco, no es nada o no lo suficiente, porque el flamenco y sobre todo “lo jondo” ha sido y es prácticamente casi todo para él, una gran parte que ha formado su biografía sentimental y artística desde los primeros instantes de su vida.

Mausoleo a Antonio Mairena, en el Camposanto de Mairena del Alcor, diseñado por Jesús Gavira con su efigie y algunas alegorías simbólicas de él y de su hermano Antonio. FOTO: T.L.

De él, ha hecho su propio arte hermano, interpretado sus palos en escultura, sentido en ella profundamente el quejío, el pellizco, el estremecimiento, el drama, el erotismo, el frenesí,… que se produce y siente al son de las guitarras, las castañuelas, el “palillear” con los dedos de la mano, los “zapateos”, las “danzas” orgiásticas y catárticas de bailaores y bailaoras, las voces desgarradas de los o las cantaoras, esas Diosas y Dioses de un Olimpo ancestral, los sonidos profundos del cajón, las palmas a compás, el roce de los faralaes o las batas de cola en los tablaos,… tantas y tantas cosas que se viven desde dentro, que a un profano le sería difícil de explicar porque se desenvuelven en el terreno íntimo de la emoción.

Cartel de la Velá de Triana, a partir de su Monumento al Flamenco, en el Altozano. FOTO: facilitada por el autor.

Me pregunto que ¿y cómo no? habiendo nacido en una de las cunas que vive con mayor intensidad lo que supone el flamenco como es Mairena del Alcor.

Monumento a la Cultura Milenaria Andaluza, diseñado por él: con fuente, mármoles, piedras, bronces, relieves, bulto redondos, arquitectura del pedestal y elementos de la arqueología marinense, como la mujer y el niño recibiendo la transmisión del saber/de los saberes. FOTO: T.L.

Por ello mismo una de sus grandes líneas –si no la principal- que recorre la ya ingente producción artística de Jesús Gavira Alba (Mairena del Alcor, Sevilla, 1943), con 53 años de profesión detrás, no va a ser otra que reflejar en barro, en madera, en bronce o en piedra, en cartelería, etc. a los grandes intérpretes que ha conocido personal y casi generacionalmente, visto u oído en directo en cualquiera de los teatros, escenarios y peñas, allá por cuantas localidades organizaran Festivales, Concursos de cante, baile o toque.

Monumento a la Feria Antigua de Mairena del Alcor. Diseño arquitectónico, caballo y relieves de Jesús Gavira. Caballistas y otros relieves de su hermano Antonio. FOTO: T.L.

También vertida en sus homenajes a los maestros de estos Maestros, y por último, a las idealizaciones, metáforas, simbolismos que surgen a través de formas y figuras que representan las labores agrícolas, la siembra, la trilla, …y sobre todo de las fraguas, ese arte del fuego como el de la fundición en el que se vertirán muchas de sus obras.

Trofeo Giraldillo de la Bienal de Flamenco de Sevilla. Obra en bronce de Jesús Gavira. FOTO: del autor

Artes gitanas que tienen en la seguiriya, la soleá, los tientos, los tangos y las tonás sus pilares mayores. Artes payas que conforman el riquísimo árbol del flamenco y que Jesús Gavira modela como si los trazara al mismo ritmo que su interpretación.

Trofeo de la Bienal de Flamenco de Málaga, obra de Jesús Gavira. FOTO: proporcionada por el autor.

Mairena del Alcor, la localidad donde vio nacer al genial D. Antonio y a tantos y a tantos otros que serán o son inmortales, los ha retratado en vivo y en directo, y pocas veces, valiéndose de la documentación gráfica.

Estilización y una cierta abstracción en una de sus figuras femeninas.

Pero Jesús Gavira no se conforma con eso, sino que el Archivo y la Documentación forman parte de la investigación previa a algunas de sus obras, de la misma manera que los dibujos, las maquetas a escala y a escala real, los bocetos, los moldes, vaciados, la fundición: todos “los palos” que da en su taller, cuya arquitectura como la de sus monumentos, ha sido diseñada por él adaptándolo a las necesidades de los materiales que incluyen el modelado y moldeado con ceras, escayolas, fibra de vidrio, poliéster, ferralla, mármoles para las peanas y soportes y estructuras en las que debe realizar e incluso transportar sus obras monumentales.

La recovera antigua que sintetiza la relevancia de la mujer en muchos ámbitos incluido el económico. FOTO: Proporcionada por el autor

Otras veces parece que su obra es un arrebato que obedece al mismo origen espontáneo, como si la figura ya la tuviera dentro de su cabeza o de sus manos. Una sabiduría mitad innata, mitad adquirida pues desde su infancia ya mostró destreza en los otros palillos, en los de modelar y esculpir.

Monumento ecuestre a Fernando de Antequera de Jesús Gavira, en Antequera (Málaga). FOTO: proporcionada por él

Después, sus Becas para Perugia y Florencia, gracias a Piero Vanucci y a la Diputación de Sevilla, sus estudios en la Escuela Superior de Bellas Artes, sus experimentaciones propias, libros, viajes, técnicas,…todo lo que llevó a Manuel Marín Marín y tantos otros flamencólogos comparten, a incluirlo dentro de lo que llaman “La Razón Incorpórea” como la sangre que recorre el interior del artista, la transmisión a través de generaciones tanto en artes plásticas como en el flamenco. Mito, esencia, metafísica, lo inmaterial, lo eterno, …o como quisiéramos llamarlo porque estamos dentro de un contexto común, todo un mundo y una filosofía de vida.

El autor mostrando su diseño para el Trofeo Puerta del Príncipe, realizado para la Real Maestranza de Caballería de Sevilla. FOTO: T.L.

Una gran parte de su producción la volcó en retratar a los flamencos como se dijo, y en interpretar a través de ellos, los diferentes “palos”. Otra parte, la dedicó a la obra civil, monumental, religiosa, tauromáquica, funeraria, sedente, ecuestre, de cabeza, busto, torso, cuerpo entero, en bulto redondo, exenta, adosada, relieves, medallones, trofeos, … y en todos los géneros de los que se sirve un escultor para hacerla según su voluntad o del que se la encarga, predominando el bronce a la cera perdida, aunque viendo su estudio, y su extensísima opera omnia allí, en su santuario, sería difícil decantarse por alguna de estas piezas o técnicas que van emergiendo del fuego de su imaginación, de la fundición y de la fragua.

Excepcional retrato de la cabeza de Santa Ángela de la Cruz, en su versión en barro. FOTO: del autor

Según él mismo nos dice en las entrevistas para esta sección: en la cara tenemos veinticuatro músculos faciales, los cuales dan muchísimas posibilidades de expresión tanto para la alegría como para la tristeza, la sorpresa, la indiferencia, el placer, el dolor,…por eso no será nunca igual la representación plástica de una bulería que de una soleá, etc.

Retrato de Alberto Lista para su monumento instalado en Triana, cuya réplica se encuentra en los Jardines de la Fábrica de Tabacos de la Universidad de Sevilla. FOTO: del autor

Excepcional retratista, fue también profesor universitario, por eso enseñaba que debe empezarse a modelar la cabeza desde el cráneo, para pasar a los músculos del cuerpo (si es figura completa) y los aspectos característicos de la cara.

Una de sus últimas obras, que homenajea al flamenco y lo jondo que ama. FOTO: del autor

Entre los muchos que podemos citar aquí, porque son innumerables, destacan además de los dedicados a D. Antonio, al guitarrista “Niño Ricardo”, al gran pintor carmonense José Arpa Perea, a Aurora Pavón, al Defensor del Pueblo José Chamizo, a Álvarez Gámez, ….a Miguel Mañara, basándose para su efigie como tradicionalmente se ha hecho, en su mascarilla mortuoria.

Monumento al gran maestro de la guitarra Niño Ricardo. FOTO: del autor.

Muchas cosas se pueden seguir diciendo de Jesús Gavira –y de hecho lo han hecho ya personalidades como el actual Delegado del Gobierno Ricardo Sánchez, mairenense de pro y ex alcalde de la localidad sevillana, Manuel Curao, José Manuel Suárez-Japón, Paco Solís, … además de Manuel Martrín Martín, pues él tiene su peculiar filosofía, hecha con el trabajo continuo en donde vida y obra se imbrican. 

Nos despedimos con esos homenajes a la mujer –a las mujeres- como pueden ser sus monumentos a “Las Espigadoras”, “Aire Andaluz”, a “La Razón Incorpórea”, a la “Semblanza evolutiva de la Cultura Milenaria Andaluza” y a tantas obras que se sitúan en plazas públicas o colecciones particulares, de manera que a través de ellas puedan verse la multifacialidad de sus puntos de vista, otro de sus principios fundamentales que ha tenido en cuenta, como la distancia desde donde van a apreciarse los detalles. Por todo ello Sastipen tah mestipen!: Salud y Libertad, Hermanos.

Imagen de portada: El autor junto a su monumento al atleta olímpico Miguel Ángel Gómez Campuzano. FOTO: T.L.

FUENTE RESPONSABLE: Correo. Sevilla; España. Por Teresa Lafita Gordillo. Actualizado el 6 de febrero 2023.

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¿De dónde viene el mito de que las esculturas de la Antigüedad eran blancas?

Héroes esculpidos en piedra o diosas de mármol blanco: esa es la imagen que tenemos de las estatuas griegas y romanas. Pero en realidad, el arte antiguo era más colorido. El Renacimiento, una de las causas del mito.

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Al acercarse al templo de Afaia, en la isla griega de Egina, hace 2500 años, los visitantes se encontraban con la escultura de un joven arquero. Estaba pintado con colores brillantes, un recurso habitual en la Antigüedad para que las figuras parecieran lo más reales posible.

Muchos escritos documentan que las esculturas de mármol no se dejaban blancas, sino que se pintaban de colores. Sin embargo, hoy resulta difícil imaginar que brillaran originalmente a todo color. Hay muchas razones que explican el mito de que las estatuas antiguas siempre fueron blancas.

Los colores se han apagado

«La extraña idea de las esculturas incoloras se remonta al Renacimiento, cuando se valoraba más la forma que el color», declaró el arqueólogo Vinzenz Brinkmann en una entrevista con DW, en 2020.

De acuerdo con Brinkmann, en aquella época se encontraron muchísimas esculturas en Roma. Ellas eran blancas porque los colores se habían desvanecido, pero la gente no lo sabía. Así, las estatuas encajaban en el gusto de la época: una pureza inspirada en Dios, sin que el color o los accesorios ornamentales distrajeran de lo esencial.

Cuando se descubrían restos de pintura en los hallazgos, explicó Brinkmann: «A menudo se decía: estos son ingredientes posteriores de bárbaros que han rozado las estatuas», ocultando esa información deliberadamente para ajustarse a los ideales sociales.

Escultura del Museo de la Acrópolis, en Grecia, que evidencia rastros de pintura sobre el mármol.

Escultura del Museo de la Acrópolis, en Grecia, que evidencia rastros de pintura sobre el mármol. A la derecha, una réplica de la obra que muestra cómo podría haber sido el original en su momento.

Ideas modernas de racismo

Las estatuas blancas de la Antigüedad también encajaban perfectamente en la visión del mundo de los europeos blancos del siglo XVIII. El blanco representaba pureza y claridad, que correspondían al espíritu de la época. Los colores, en cambio, representaban la sensualidad, que estaba mal vista.

«Históricamente, las sociedades aplican sus propios criterios ideológicos a la hora de contemplar el mundo», afirma Nikos Stampolidis, director general del Museo de la Acrópolis, en entrevista con DW. «La gente de la época admiraba la sencillez del color blanco del mármol. Eso se correspondía con sus ideas de la superioridad de los blancos», dice.

En el siglo XX, los fascistas abrazaron la idea de que las antiguas figuras blancas simbolizaban la superioridad de la «raza blanca». Tanto Benito Mussolini como Adolf Hitler alabaron el arte y la arquitectura de las antiguas Grecia y Roma, y su resurgimiento en el Renacimiento. Para los nacionalsocialistas, estas figuras significaban la visualización perfecta de la mítica raza aria.

Estatua de Laocoonte y su hijo.

También se han encontrado rastros de pintura en la estatua de Laocoonte y su hijo, expuesta en el Museo del Vaticano.

Pintar las estatuas era una práctica cotidiana

Las excavaciones realizadas en Pompeya en el siglo XVIII podrían haber demostrado que pintar estatuas y esculturas era una práctica cotidiana en la Antigüedad. La ciudad quedó sepultada por una erupción volcánica en el año 79 d.C. Bajo la ceniza, los colores de las estatuas se conservaban bien.

Uno de los ejemplos más conocidos de una escultura antigua en la que se han encontrado restos de pintura es la «Kore del Peplo», una escultura de una niña, realizada hacia el año 530 a.C. La escultura, descubierta en el siglo XIX, en la Acrópolis, tenía restos de pintura naranja en el pelo. Y los arqueólogos lo documentaron; sin embargo, hicieron copias en yeso para enviarlas a exposiciones mundiales, lo que hizo que se consolidara la imagen de la estatua blanca.

La estatua original de Peploskore, una niña de unos 12 años, tenía el pelo de color naranja.

La estatua original de «Peploskore», una niña de unos 12 años, tenía el pelo de color naranja. La obra está exhibida hoy en el Museo de la Acrópolis, en Atenas.

No todo el mármol es igual

Para reconstruir estatuas antiguas con el mayor realismo posible, hay que tomar un determinado tipo de mármol, y sobre este material hay que intentar utilizar colores minerales o vegetales, tal como se hacían en la Antigüedad, explica Stampolidis, del Museo de la Acrópolis, a DW. Señala que cada clase de mármol tiene una composición cristalina diferente: «Unos son más grandes, otros más pequeños, unos tienen más o menos propiedades lumínicas».

Para Stampolidis, la investigación está lejos de haber terminado. Pero se abren así las puertas a un colorido mundo antiguo, hasta ahora desconocido.

Imagen de portada: Proyecto de reproducción de esculturas de la Antigüedad «Dioses de Colores», exhibida en Liebieghaus en Frankfurt.

FUENTE RESPONSABLE: Made for Minds. Por Sarah Hucal. 30 de enero 2023.

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Acrópolis/Arqueología

Jasenko Đorđević convierte las minas de los lápices en imposibles esculturas en miniatura.

Paradójicamente, hay talentos que son tan inmensos que tienen cabida en los sitios más ínfimos. 

Los lápices son la herramienta y el vehículo más conocido para empezar esas obras de arte que han hecho famosos y famosas a innumerables pintores y pintoras a lo largo de la historia. Pero para el artista bosnio Jasenko Đorđević, los lápices no son el vehículo para desarrollar su arte, son el soporte.

Sus intrincadas e imposibles esculturas de mina de lápiz están detalladas y toman forma en el frágil núcleo de grafito que hay en la punta. Atraído por el arte a pequeña escala desde que era niño, Đorđević experimentó con una variedad de medios antes de decidirse por la mina de lápiz.

Inspirándose en las miniaturas del artista Dalton Ghetti, pionero en esta forma de arte, Jasenko ha desarrollado un estilo propio que ha conseguido y perfeccionado a través de mucho ensayo y error.

«Desde que tengo memoria, siempre he mostrado interés por el arte, especialmente por las miniaturas. En preescolar y primaria tuve mis primeros encuentros con el dibujo y las formas, y ya entonces mis dibujos eran muy pequeños en comparación con el papel». 

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El artista confiesa que cuando empezó a interesarse por esta disciplina artística, Ghetti era el único que hacía estas esculturas y que, después de que él también se animara, otros artistas comenzaron a hacer lo mismo.

Su inspiración va desde el pop art o la naturaleza y obras famosas en el mundo de la arquitectura, hasta reproducciones de obras de arte conocidas. Aunque sus primeras piezas eran sencillas, hoy en día son mucho más complejas y requieren determinación.

Su proceso comienza con un boceto de cómo se supone que debe verse en el lápiz. En segundo lugar, estima cuáles son los puntos débiles de la escultura, los lugares donde podría romperse fácilmente.

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Según el diseño que elija y el tipo de lápiz (redondo o cuadrado), prepara las herramientas adecuadas (varios tipos de «bisturís quirúrgicos») y luego se pone manos a la obra. El proceso de tallado se divide en dos fases.

Durante la primera fase, que dura entre cinco y diez horas, trata de obtener el contorno aproximado de la escultura que implica cómo se verá el producto terminado. Después, toma un par de imágenes de alta resolución para ver si necesita correcciones adicionales. Las esculturas tienen aproximadamente 4 mm de diámetro y pueden ser de entre 10 y 20 mm.

En la segunda fase se realizan todos los detalles finos. Esta parte requiere un microscopio y puede alargarse hasta dos días, dependiendo de la complejidad de la escultura.

Como último paso, Jasenko hace un par de fotografías para su archivo y les asigna un número de serie. Un proceso tan minucioso como cada una de las impresionantes piezas que realiza.

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Imagen de portada: Miniatura de Jasenko Dordevic.Jasenko Đorđević: Instagram

FUENTE RESPONSABLE: Cultura Inquieta. Por Luiki Alonso. 3 de octubre 2022.

Sociedad y Cultura/Escultura/Miniaturas/Artesanía.

 

 

 

Los últimos escultores.

Si hoy en día entras en el taller de un escultor y le preguntas cómo es eso de esculpir, lo primero que te dirá es que ellos, hoy en día, por lo general, no esculpen, sino que modelan. 

Cincelar el mármol, el alabastro o el granito es una de las técnicas clásicas de esta disciplina artística, la que empleó el escultor griego que creó a la ‘Victoria Alada de Samotracia’, Miguel Ángel para su ‘David’ o su ‘Piedad’; Bernini para ‘Apolo y Dafne’; Rodin para ‘El beso’; Josep Llimona para ‘El desconsuelo’ o Eulàlia Fàbregas para ‘Serenidad’, pero no es la única técnica y mucho menos la más utilizada.

A día de hoy, exceptuando reductos como Carrara o Almería, con larga tradición en sustraer a la piedra “lo que le sobra” para sacar la forma buscada, como dijo Buonarroti, los escultores trabajan, sobre todo, con sus dedos sobre el barro. Porque sí, a día de hoy, aunque cuando oigamos hablar de escultura automáticamente pensemos en la Grecia helenística, en un palacio florentino del siglo XV, en el altar de una catedral barroca o en un cementerio romántico, lo cierto es que “la escultura sigue viva, como lo ha estado siempre en la historia de la humanidad desde la Venus de Willendorf, los menhires, los dólmenes o los crómlech de Stonehenge”, apunta el Catedrático de Historia del Arte de la UMH Kosme de Barañano.

“Que la escultura ha estado siempre viva lo atestigua también el hecho de que algunos artistas que no eran escultores, como Picasso, Renoir, Degas, Matisse, o, en la actualidad, Lüpertz, Baselitz, Barceló o Antonio López se han sumergido a ratos en ella”, añade. 

Martínez Montañés, Pedro de Mena, Damià Campeny, Manolo Hugué, Pau Gargallo, Martín Chirino, Josep María Subirachs o Eduardo Chillida forman parte, igualmente, de nuestro imaginario escultórico. Más cerca, en la actualidad, están Koldobika Jauregui, Jaume Plensa, Joel Shapiro, Lita Alburquerque o Miquel Barceló. Y entonces nos parece que la historia se acaba aquí, que ya no habrá más escultores, porque su media de edad está en los 70 años y porque los jóvenes que estudian en esta disciplina son cada vez menos.

El color le sirve a de Juana para dimensionar sus obras, como en ‘After Arcadia’.

No se puede negar que esta última afirmación es cierta, pero no la de que la escultura se vaya a acabar. “Cuando estudiaba en The Florence Academy of Art, los alumnos que escogíamos la especialidad de escultura éramos una minoría respecto a los que elegían pintura”, explica Eudald de Juana, escultor catalán de Figueres, Girona. A día de hoy, los matriculados en escultura en esta exclusiva academia ubicada en la matriz histórica del Renacimiento suponen el 26% respecto al total, según nos confirma el centro.

Quizá la escultura también sea minoritaria “porque es un oficio, hay que aprenderlo y experimentar constantemente hasta controlar técnicas y materiales. No puedes empezar por la creatividad, como al ponerte delante de un lienzo”, dice el escultor onuvense Martín Lagares. Y luego está toda esa infraestructura que se requiere: bloques de barro, horno para cocerlos, estructuras, moldes… “Eso no lo puede tener cualquiera en casa”.

El escultor Martín Lagares trabajando en su taller con una pieza de su serie ‘Besos’ en primer plano.

De Juana tiene solo 34 años, pero ya ha exhibido sus obras en galerías de Bélgica, Francia, Lisboa o Cadaqués, expone dos o tres veces al año, y tiene obras permanentemente en el Palau de la Música Catalana, el Museo europeo de arte moderno (MEAM) o el cementerio de Milán, auténtico museo al aire libre de arte funerario con obras de algunos de los escultores más reconocidos de los siglos XIX y XX. Los monumentos civiles y religiosos de Lagares (1976), riegan numerosas ciudades del sur de España; expone, de media, tres veces al año y su marca de la casa consiste en las ‘performances’ de modelado en directo en las que, en apenas 20 minutos, retrata el rostro -y la esencia- de quien posa para él.

“Voy desbordado de trabajo”, coinciden ambos cuando hablamos con ellos.

Estos días Lagares debe ultimar una figura ecuestre, un retrato y varios de sus característicos besos de barro, responsables de su éxito en Instagram dos años atrás, donde tiene casi 100.000 seguidores. 

Esta red social le supone el 50% de las ventas, muchas de las cuales vienen de Alemania, EEUU, Francia y hasta Corea; el resto llegan por la vía clásica: galerías, ayuntamientos y otras instituciones. La misma proporción sirve para de Juana, que igualmente roza los 100.000 ‘followers’. Sus encargos irán, sobre todo, a colecciones privadas de EEUU, Canadá, Francia, Alemania, Kuwait, Hong Kong y España.

El escultor Grzergorz Gwiazda experimenta con el papel y la pintura.

El resultado final de modelar el barro será para ambos una escultura de arcilla o bien, a partir de un molde de esta, una pieza de bronce o resina, material que se ha convertido en tendencia en los últimos años. Igual que la pintura sobre las esculturas, como hace en ocasiones de Juana para darles otra dimensión, o el polaco Grzergorz Gwiazda (1984), que también juega con el papel para dar forma a sus personajes disueltos, los que le han valido el título de ‘El Rodin del siglo 21’ por esa experimentación que borra las figuras y que, en su medida, también está presente en las esculturas oníricas de Eudald o en esa especie de Modernismo licuado por el tiempo de las de Martín.

IMPRESIÓN 3D E INTELIGENCIA ARTIFICIAL

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La impresión 3D es una de las grandes novedades aplicables a la escultura, que, según estos artistas podría servir para pequeños formatos y como refuerzo, pero no tanto, quizás, como única técnica, “ya que se pierde la frescura de trabajar con las manos”, opinan. En el extremo opuesto, el escultor Federico Clapis (1987) ha decidido centrarse en su producción digital en 3D para vender sus NFTs. Por otra parte, en 2018 el sistema de inteligencia artificial IBM Watson fue capaz de analizar la obra de Gaudí para construir una escultura con su mismo estilo y el programa Midjourney dibuja el concepto que le pidamos en dos o tres dimensiones.

Más allá de estos jóvenes escultores con más repercusión en las redes sociales, hay otros tantos que mantienen este arte vivo, como Vittorio Lavazzo, Bruno Walpoth, Takatoshi Kuronuma, Cesar Orrico o Fabio Viale, con un estilo de base naturalista, o Hahn Sutung, Justin M. Zielke y Jorge Palacios, que llevan más lejos la experimentación en concepto y materiales. Allí, en Instagram, se pueden ver sus galerías, descubiertas por el mundo algunas veces gracias a los curadores de arte como @watts.on, @love.watss o @aureta, cuyas menciones, gratuitas o de pago en sus perfiles, pueden hacer que el número de seguidores se dispare en cuestión de días.

Imagen de portada: ESCULTURAS DE EUDALD DE JUANA, ENTRE EL NATURALISMO Y LO ONÍRICO.

FUENTE RESPONSABLE: El Grito. Por Romina Vallés.

Sociedad y Cultura/Escultura/Actualidad/Innovación.

 

Amedeo Modigliani, uno de los grandes pintores del siglo XX.

Nació en una influyente familia judía sefardí en Livorno, Italia. Cuando era niño, a menudo se enfermaba y su madre lo educaba en casa y su pasatiempo favorito era pintar.

Después de casi morir de tifus y luego de tuberculosis, su madre lo llevó de gira por Italia, con una importante recorrida por Florencia para ver sus grandes obras de arte. 

Luego lo inscribió en lecciones con el maestro pintor Guglielmo Micheli. Modigliani pasó varios años en la escuela de Micheli y demostró ser un artista creativo y original. Micheli lo apodó “superhombre”, no solo por su habilidad artística sino porque a Modigliani le gustaba estudiar y citar las obras filosóficas de Nietzsche.

Después de un tiempo de aprendizaje del arte en Venecia, Modigliani se instaló en París en 1906 y vivió en la comuna de Montmartre para artistas pobres. ¡Estaba completamente dedicado a su arte, produciendo hasta cien obras por día!

Desafortunadamente, “Modi” (como se le conocía ahora) descendió al consumo excesivo de drogas y alcohol, en parte para lidiar con sus dolores y enfermedades crónicas.

En 1909, se dedicó a la escultura. (En 2010, su talla Tete se convirtió en la tercera escultura más cara jamás vendida, superando los 70 millones de dólares en una subasta).

Volvió a pintar en 1914. Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, Modi se alistó en el ejército, pero pronto lo echaron debido a la mala salud. 

Ese mismo año, tuvo una relación con la reconocida pintora británica Nina Hamnett. La había conocido en un café y se presentó simplemente como “Modigliani, pintor y judío”.

Tuvo varias otras relaciones de alto perfil, incluso con la poeta rusa Anna Akhmatova y la escritora inglesa Beatrice Hastings. Finalmente se asentó y se casó. Modi era famoso por ser poco convencional e inclasificable como artista, y por sus numerosos y ricos retratos.

Su pintura de desnudo Nu couché se vendió por más de $170 millones en 2015, entre las pinturas más caras jamás vendidas, mientras que Nu couché (sur le côté gauche) estableció un récord de Sotheby’s en 2018, vendiéndose por $157 millones.

Como resultado de sus enfermedades y adicciones, Modi murió a la temprana edad de 35 años. Al día siguiente, su afligida esposa, embarazada de su segundo hijo, saltó por una ventana y se suicidó.

Muchos creen que si Modi hubiera vivido más tiempo se habría convertido indiscutiblemente en el mejor pintor de todos los tiempos. Se cree que hoy en día hay más falsificaciones de las obras de Modigliani que de cualquier otro artista. Ya se han hecho dos películas sobre él, y actualmente Johnny Depp y Al Pacino están trabajando en una nueva película biográfica sobre su vida.

Imagen de portada: Amedeo Modigliani en su estudio en 1915. Foto de Paul Guillaume –Wikipedia – Dominio Público.

FUENTE RESPONSABLE: Aurora. Israel. 30 de agosto 2022. Grupo de Facebook Personalidades judías de todos los tiempos. Compilado por Raúl Voskoboinik.

Sociedad y Cultura/Pintura/Escultura/Arte/En memoria/Modigliani.

«El Búlgaro. Luis Freisztav» en Colección Amalita.

La muestra exhibe más de cien esculturas, muchas nunca antes vistas.

Fue un artista que llegó del mundo del trabajo y del suburbio: proletario, del conurbano –creció en San Martín–, escultor de un bestiario único en el arte contemporáneo argentino. Ya se puede visitar en la Colección Amalita El Búlgaro. Luis Freisztav, que reúne más de cien piezas del artista, algunas exhibidas por primera vez. La muestra, impulsada por Marcia Schvartz, gran amiga de El Búlgaro, reúne esas jaurías famélicas, esos sapos que serán príncipes, toda aquella cerámica y cartapesta que habla de una sensibilidad intensa y periférica que refiere a las crisis argentinas, a la condición humana y a una época, los años 80, en la que confluyen en Buenos Aires artistas irrepetibles. 

Para trabajar sin que la observen desde la calle, a principios de los años ochenta, Marcia Schvartz tapó los vidrios de la antigua panadería convertida en su casa-taller en el barrio del Abasto. Sin embargo, una tarde golpearon a la puerta: un hombre logró ver su obra por un resquicio del antiguo local. Quedó fascinado. Se presentó: su nombre era Luis Freisztav (1954 – 2008), lo llamaban «El Búlgaro» y era escultor.

En Colección Amalita se presenta El Búlgaro. Luis Freisztav, con curaduría de Guadalupe Fernández e impecable diseño de montaje de Roberto Fernández, que reúne más de un centenar de piezas hechas en cartapesta y cerámica, muchas de ellas, como las serpientes y algunos sapos, nunca antes exhibidos. Impulsada por Marcia, gran amiga de El Búlgaro durante veinte años, la exhibición pudo realizarse gracias al coleccionista Eduardo Mallea, vicepresidente de arteBA, y a Amalia Amoedo, nieta de Amalia Lacroze de Fortabat, que además acaba de lanzar una nueva residencia para artistas latinoamericanos en José Ignacio, en Casa Neptuna, un espacio diseñado especialmente por el artista Edgardo Giménez.

El bestiario de El Búlgaro, que incluye jaurías famélicas del conurbano, monos con chucherías, pirañas, palometas, sábalos y sapos príncipes a punto de eyectar sus vísceras o en ocasiones algo aplastados, ya con el último hálito de vida, es capaz de dejarnos entre las cuerdas. El Búlgaro tiene la singular capacidad de hurgar en lo más profundo de la condición humana.

Mono con espejo y tronco, ca.1992. Serie Monos con chucherías. Foto: Pepe Mateos

“Trabajaba por el Abasto, nos hicimos amigos íntimos, caminábamos por el barrio cuando todavía estaba el mercado. Comíamos en bodegones donde iban los camioneros. Nos fascinaba la mística del Abasto, en una época en que era un lugar medio prohibido, la gente no pasaba por ahí”, recuerda Marcia desde Tilcara, donde en febrero expondrá en el Museo Regional de Pintura José Antonio Terry, junto Marcelo Abud y la familia Ortega, con curaduría de Florencia Califano.

Cuando se conocieron, El Búlgaro hacía esculturas con alambre de fardo de cajones que compraba en el mercado y otras con cajones de frutas, como «La diosa del Abasto», de tres metros de altura, que Marcia guardó en su casa por un tiempo. 

El Búlgaro —contó en un texto que integra Liliana Maresca-documentos (compilado por Graciela Hasper, Libros del Rojas, 2006)— no tenía taller: trabajaba en un terreno baldío cerca de su trabajo. Hicieron proyectos juntos y además se ayudaban mutuamente (él le daba una mano a Marcia con las piezas grandes; ella, con temas vinculados al color de las piezas). Cuando en 1986 Liliana Maresca los invitó a sumarse a La Kermesse. 

El paraíso de las bestias (un trabajo multimedia colectivo en el que participaron Marcos López, Elba Bairon y Batato Barea, entre muchos otros artistas; también hubo actores, músicos, escenógrafos, directores de teatro y video-artistas) en el Centro Cultural Recoleta, hicieron «Defensores del Abasto». De Maresca, a quien conoció en una fiesta a la que lo llevó Marcia, también fue muy amigo.

Serpiente, ca. 2006. Cerámica. Colección particular. Foto: Pepe Mateos

El Búlgaro nació en el partido bonaerense de San Martín. Tras un breve paso por la escuela de Bellas Artes de su barrio, trabajó durante muchos años como mozo, fue cargador de papas, albañil y pintor de brocha gorda. En la muestra, se exhibe «Búlgaro maldito», un retrato en el que Marcia lo representa con sus rodillos y escalera, en su oficio. 

“Era un tipo brillante, muy lúcido. Tenía una gran formación política porque su madre era militante socialista”, recuerda la artista. Marcos López, quien también fue amigo suyo, lo recuerda como una persona “muy tímida, sencilla, modesta; dueño de un humor ácido, barrial y, al mismo tiempo, refinado”.

Sus inicios en la escultura estuvieron ligados al trabajo asalariado en los talleres de microfundición de Humberto Montes. Trabajó también como asistente del escultor Omar Estela en la realización del altar de la catedral de Avellaneda. “El Búlgaro viene de un universo proletario y pudo definir su obra a partir de su propio entorno. No pertenece a la clase media o a la clase media alta, de donde provienen la mayoría de los artistas. En ese sentido es muy importante su figura”, señala el historiador del arte Roberto Amigo, editor del catálogo que publicará Colección Amalita.

“Cuando se refería a sus sapos y perros, decía que él hacia un trabajo de sopre (alude a la palabra preso al revés), como si se tratara de una artesanía menor. No sé si se hubiera definido como un artista, creo que más bien lo hubiera hecho como un trabajador”, dice Marcos López, quien le tomó varias fotografías y lo considera artífice de piezas “con una fuerza expresiva y poética desgarradora”.

Palometas blancas, ca. 2006. Cerámica. Colección particular. Foto: Pepe Mateos.

López lo fotografió con sus sapos, con espejitos, y lo invitó a posar como modelo (caracterizado como jugador de fútbol) en la fotografía El vestuario, donde buscaba un personaje “de aspecto y personalidad barrial”. Además, le tomó un primer plano cerrado que es una joya: “Me miró totalmente consciente de una densidad en la mirada muy desolada. Era una persona muy sensible e inteligente. Con una formación de la calle: absoluta intuición”, recuerda del momento en que tomó aquella fotografía.

Admirado por Alberto Heredia y Norberto Gómez, El Búlgaro, en vida, vendió apenas un puñado de obras, pero jamás dejó de trabajar apasionadamente. “Es un gran artista del hacer y con un hacer que es radical en un medio donde en los años noventa se buscaba una imagen que carecía de la agresividad que tenía la suya”, señala Amigo. Y añade: “Hay que analizar su obra entre ciertas crisis sociales de los años noventa: en esos perros callejeros pulgosos que se muerden la cola y en sus monos violentos hay un clima de época muy fuerte. A pesar de hacer serpientes, sapos y monos, es un artista muy complejo”.

Dueño de una estética personal, El Búlgaro creó una iconografía nacida de su suburbio natal y de sus propias experiencias personales. De las calles de San Martín surgieron esos canes hambrientos que esperan algunas sobras de comida y que copulan a la vista de todos. Marcados por el dolor, el temor y la desconfianza, no son perros dóciles. Apenas pueden mantenerse en pie o en extrañas curvaturas que evidencian la fragilidad de sus huesos, el apetito sin saciar desde hace tiempo. Ensimismados, no condicen con el ideal de mascota fiel y faldera: las suyas son expresiones poderosas, miradas que interpelan y dejan sin aliento.

Sapo, ca. 2006. Serie Y mañana será príncipe. Cerámica. Colección particular. Foto:Pepe Mateos

Con innumerables capas de lectura, su obra es una usina inagotable de nuevas percepciones. No hay hermetismo: se expande capaz de aludir al sufrimiento humano y a su contexto social desde distintas aristas. Surgidas por situaciones álgidas personales, sus piezas trascienden la anécdota autorreferencial para devenir icónicas. Imposible no estremecerse ante Alpiste fuiste, su parca imperturbable y atroz, hecha apenas con unos pocos elementos. 

No hay representación más potente en el arte contemporáneo argentino post dictadura de ese sino ineludible que El Búlgaro representó como un buitre calzado con bolsa mortuoria. Hizo esta escultura tras perder el conocimiento en Nueva York, cuando casi lo dieron por muerto, y sus amigos artistas se juntaron para trasladarlo en un avión sanitario hasta Argentina.

Amigo señala que no hay otro artista argentino que haya aludido a la condición humana desde la iconografía animal. Los sapos, en especial los vidriados, surgieron por el tratamiento médico que El Búlgaro hizo por su enfermedad pulmonar. Estuvo internado varias veces en terapia intensiva, fue sometido a un trasplante y tuvo que cargar una mochila de oxígeno en forma permanente.

Sin recursos económicos, y con un estado de salud frágil, no paró de crear. Trabajó con Marcia en los talleres de producción artística de la Escuela Superior de Bellas Artes Ernesto de la Cárcova. 

Como artistas invitados, les permitían usar los hornos para sus piezas de cerámica. “Iba con su mochila con oxígeno en el 124 desde La Paternal, tardaba como una hora y media. 

Era un héroe: un artista de verdad”, recuerda Marcia de esa época en la que producían a ritmo vertiginoso, “como máquinas”. Como si la muerte les pisara los talones, eran capaces de hacer tan sólo en una tarde una cantidad impensada de obras.

Fuiste alpiste, 2000. Técnica mixta. Colección particular. Fotografía Pepe Mateos

Imagen de portada: Gentileza de Página 12

FUENTE RESPONSABLE: Página 12 por Marina Oybin

Arte/Escultura/”El Bulgaro/Colección Fortabat