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PEQUEÑAS GRANDES POTENCIAS – PARTE I
Las repúblicas marítimas, señoras del mediterráneo en la edad media.
Durante la Edad Media, una serie de ciudades portuarias de los mares Tirreno y Adriático y del golfo de Génova prosperaron a través del comercio marítimo y el poderío naval, razón por la cual se las conoce como las repúblicas marítimas o marineras.
La historia nos ha dado numerosos ejemplos de que no solo los grandes tienen las de ganar en el juego del poder; y de que algunos estados, a pesar de su reducido tamaño, han estado entre los más importantes de su tiempo. Es el caso de las llamadas repúblicas marítimas o marineras, que nacieron en la costa de los mares Tirreno y Adriático y en el golfo de Génova durante la Edad Media, algunas de las cuales sobrevivieron hasta la llegada de Napoleón. Aunque el concepto está ligado sobre todo a cuatro de ellas -Amalfi, Génova, Pisa y Venecia-, hubo hasta ocho incluyendo a Ancona, Gaeta, Noli y Ragusa; esta última se encuentra, de hecho, entre las más longevas de la historia.
Si bien su evolución singular difiere mucho, todas se caracterizaban por ser entidades municipales que, en lugar de expandir su dominio por los territorios circundantes, manifestaban su poder a través del control de las rutas comerciales marítimas, su fuerte radicación comercial en países extranjeros y generalmente la posesión de una potente flota de guerra. Además, su forma de gobierno era por lo general más o menos republicana, aunque en el caso de las más poderosas como Venecia, fueron adquiriendo paulatinamente tintes oligárquicos.
MAPA DE LAS REPÚBLICAS MARÍTIMAS – Foto: Gepgepgep (CC)
SIEMPRE HAY UN PEZ MÁS GRANDE
Las ocho repúblicas tuvieron, de hecho, tiempos y evoluciones muy diferentes. La mayoría acabaron sucumbiendo a sus estados vecinos más poderosos y solo tres -Génova, Venecia y Ragusa- sobrevivieron hasta la Edad Contemporánea.
Amalfi, nacida a mediados del siglo IX, fue la primera gran república marítima y gozó al principio de los privilegios de ser un socio preferente del imperio Bizantino, a medida que los venecianos se mostraban cada vez menos sumisos al poder de Constantinopla.
El geógrafo árabe Ibn Hawqal dijo de ella que era “la ciudad más próspera de Lombardía, la más noble, la más ilustre por su condición, la más rica y opulenta”. Sin embargo, pagó cara su situación geográfica: en el siglo XI fue conquistada por la vecina Salerno y finalmente pasó a formar parte del reino normando de Sicilia. Gaeta, que ejercía un papel similar como socio bizantino en el mar Tirreno, tuvo una cronología similar y cayó también en manos de los normandos.
Ambas, a lo largo del tiempo, dejaron de ser repúblicas para convertirse en ducados, si bien los poderes del duque estaban fuertemente limitados por la aristocracia.
La República de Noli floreció de forma mucho más tardía respecto a las demás, en la época de las Cruzadas. Situada en el extremo occidental del golfo de Génova, se convirtió en un importante astillero y puerto de partida para las naves que partían hacia Tierra Santa.
Sin embargo, desde el inicio pesó sobre ella la superioridad de la vecina Génova, de la cual se convirtió en un protectorado a principios del siglo XIII. A pesar de ello conservó una autonomía muy considerable, lo cual la convierte en un caso particular entre las repúblicas marítimas de temprana desaparición.
Pisa y Ancona tuvieron también un florecimiento tardío, aunque no tanto, alrededor del año mil.
La primera fue, en alianza con Génova, una de las principales potencias navales que se enfrentaron a los sarracenos por el control del Mediterráneo occidental. Sin embargo, una vez reducido el enemigo común, afloró la rivalidad entre ambas repúblicas; Pisa, que además debía plantar cara a Florencia y Milán, terminó sucumbiendo a su rival toscana a principios del siglo XV. Ancona, por su parte, se convirtió en un socio comercial preferente de Constantinopla tras la caída de Amalfi y Gaeta, pero cayó en el área de influencia de los Estados Pontificios en el siglo XVI.
GRANDES SUPERVIVIENTES
Génova, Ragusa y Venecia fueron las grandes supervivientes de las repúblicas marítimas; la última, en particular, fue independiente de facto durante más de mil años. Para Génova y Venecia, el secreto de esta larga historia fue su poderosa fuerza naval, su gran red comercial y su participación en las Cruzadas; una historia que solo un hombre como Napoleón Bonaparte consiguió truncar.
Génova y Venecia gozaron de una prosperidad duradera al convertirse en las supervivientes de sus respectivas zonas de influencia, a oeste y este de la península Itálica. Entre ambas potencias existió siempre una fortísima rivalidad, cuando no abierta hostilidad que las llevó al conflicto naval en numerosas ocasiones. Esto no les impidió aliarse más de una vez contra enemigos comunes, principalmente los otomanos que ponían en peligro los intereses comerciales de ambas.
La expansión de estos últimos por el Mediterráneo, junto con el inicio del comercio transatlántico a raíz de la llegada de los europeos a América, fue el inicio de un lento pero inexorable declive. Génova, tras vivir una nueva edad de oro gracias a los préstamos concedidos a la monarquía española de los Habsburgo, se vio cada vez más asfixiada por el creciente poder de Francia y en menor medida el Ducado de Saboya, hasta su caída en manos de Bonaparte el mismo año que su histórica rival.
Génova, Ragusa y Venecia fueron las grandes supervivientes de las repúblicas marítimas y sobrevivieron hasta la llegada de Napoleón.
Venecia es la más famosa y longeva de las repúblicas marítimas: en su momento de esplendor, tras la Cuarta Cruzada, controlaba gran parte del comercio en el Mediterráneo oriental y ejercía su autoridad en varios territorios e islas. A finales del siglo XIV, la Serenísima volvió su mirada hacia tierra firme y extendió su dominio sobre las vecinas ciudades del Véneto, logrando sobrevivir hasta la llegada de Napoleón en 1797.
LA REGATA DE LAS REPÚBLICAS MARÍTIMAS- Desde 1956 las ciudades de Amalfi, Génova, Pisa y Venecia organizan de forma anual la Regata de las Antiguas Repúblicas Marítimas, una competición de remo en la que reviven de forma deportiva su vieja rivalidad.-Foto: Mystère Martin (CC)
Si para Génova y Venecia su autoridad se basaba en su superioridad naval, en el caso de Ragusa (hoy llamada Dubrovnik) la diplomacia fue clave para conseguir mantener una autonomía casi total incluso cuando formalmente era súbdita de otros estados. Fundada en el siglo VII por refugiados de ciudades dálmatas destruidas por los eslavos, se convirtió en un importante puerto del mar Adriático, entran inevitablemente en conflicto con Venecia, que la conquistó a principios del siglo XIII.
Para evitar ser ahogada por su gran rival se convirtió voluntariamente en vasalla del reino de Hungría primero y del imperio Otomano después, pero en ambos casos mantuvo una autonomía casi total a cambio del pago de un tributo anual. Fue la última de las repúblicas marítimas en caer en manos de Bonaparte, en 1806.
LA CONQUISTA DE NAPOLEÓN
La caída de la república de venecia
En 1797 las tropas francesas de Napoleón conquistaron Venecia. Terminaba así una historia de once siglos de la que fue una de las potencias más ricas y longevas de la historia de Europa, cuyo imperio comercial dominó el Mediterráneo oriental.
El 12 de mayo de 1797, el Consejo Mayor de Venecia se reunió por última vez. En una sesión en la que no faltaron las acusaciones de una conjura jacobina, el doge -jefe de estado- Lodovico Manin exhortó a los nobles venecianos a rendir la ciudad a Napoleón Bonabarte, que diez días antes había declarado la guerra a la Serenísima, como era conocida en la época, y se estaba preparando para el ataque en Marghera, en la orilla continental de la laguna. A pesar de contar aún con su flota para defenderse del ataque, y con el argumento de evitar sufrimientos a la población, la capitulación fue finalmente aprobada.
Ese año, en el que Venecia debía celebrar los once siglos desde su nacimiento -cuando aún era un ducado del Imperio Bizantino, terminó la historia de la que había sido la mayor potencia marítima de Europa. Aunque en realidad era el último coletazo de una agonía que había empezado en el siglo XVI, con el inexorable avance otomano: los turcos le fueron arrebatando uno a uno todos sus enclaves en el Mediterráneo oriental, cortando las rutas comerciales de las que dependía su economía.
Venecia trató de reinventarse como nación continental, expandiéndose por la Llanura Padana, pero no podía competir con las grandes potencias de la era moderna como Francia y el Sacro Imperio Romano Germánico. Además, dentro de la propia ciudad crecía la oposición a un sistema de gobierno que, aunque de corte republicano, estaba en manos de los nobles.
El 12 de mayo de 1797, once siglos después de su nacimiento, terminó la historia de la República de Venecia.
EN EL CAMINO DE NAPOLEÓN
Consciente de su debilidad en el tablero europeo, Venecia mantenía una delicada neutralidad en los conflictos entre las potencias continentales. Sin embargo, su nuevo y modesto imperio terrestre jugó en su contra, ya que se encontraba en medio del camino que el general Napoleón Bonaparte quería tomar para atacar a los austríacos. En 1796 el general atravesó los Alpes con su ejército y ocupó el norte de Italia; y Venecia, aunque mantenía su independencia, tuvo que aceptar la presencia de las tropas francesas en su territorio.
Sin embargo, su decisión de conceder asilo al pretendiente monárquico al trono galo -el futuro Luis XVIII- fue entendida como una provocación por parte del Directorio que gobernaba en Francia. Las tropas napoleónicas fueron tomando cada vez mayor poder en las ciudades del Véneto, ganándose el apoyo de los nobles locales que deseaban liberarse del dominio veneciano y asegurando el control de las fortalezas. También en la propia capital, algunos notables vieron la oportunidad de sustituir el sistema de gobierno aristocrático.
La mecha que hizo saltar por los aires esa frágil situación fue una sublevación anti francesa que estalló en los territorios vénetos en abril de 1797. Venecia consiguió una momentánea victoria que no supo aprovechar para expulsar al ejército francés, el cual reconquistó rápidamente sus posiciones. Napoleón no perdonó esa revuelta contra su autoridad y el 25 de abril, el día de la fiesta de San Marcos -patrón de Venecia- lanzó su amenaza final: “Seré un Atila para el estado véneto”.
La presencia de las tropas francesas motivó una sublevación en abril de 1797, que sirvió de excusa a Napoleón para declarar la guerra a Venecia.
FUENTE: National Geographic – Historia – Por Abel de Medici