La autoestima es la clave del bienestar y la calidad de vida de las personas. De hecho, quienes tienen muy dañada su autoestima no consiguen relacionarse.
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La autoestima es la clave del bienestary la calidad de vida de las personas.
De hecho, quienes tienen muy dañada su autoestima no consiguen relacionarse de forma positiva y constructiva con su entorno ni con ellos mismos. Esto genera una serie de conflictos, problemas y trastornos psicológicos que les impiden ser felices y funcionales en sociedad. Por este motivo, fortalecer y cuidar la autoestima es de vital importancia para enfrentarnos a la vida y realizarnos como seres humanos plenos. Para ello, es fundamental el equilibrio y una buena fórmula para ayudarnos es estructurar nuestro estilo de vida sobre un patrón muy sencillo de seguir. De este modo, habrá tiempo para el trabajo, para el tiempo libre y el descanso, los pilares que nos ayudan a sentirnos bien.
La regla del 8-8-8
En este sentido, la regla del 8-8-8 puede ayudarnos a dar a cada cosa el tiempo necesario y encontrar el equilibrio que cada actividad requiere a lo largo del día para que el cuerpo y la mente alcancen la estabilidad emocionaly física que requieren. Este método, ayudaría a corregir hábitos dañinos, como la falta de sueño o la adicción al trabajo.
La fórmula plantea la siguiente ecuación: 8 horas de trabajo, 8 horas de ocio, 8 horas de sueño = felicidad. “El simple hecho de aprender a distribuir las horas del día en estos tres grupos ya habremos conseguido un gran paso”, asegura la psicóloga Sara Navarrete en declaraciones a la revista Telva.
Las 8 horas de trabajo son el “momento top”, el momento de máxima productividad y se debe dedicar a las tareas que requieren de más esfuerzo y concentración. Es lo que se llama aprovechar el momento flow para luego centrarte en lo más fácil y desconectar cuando las ocho horas estén llegando a su fin. Esto reducirá el estrésy mejorará la productividad.
Meditación contra los malos pensamientos para ser más feliz. (Unsplash/William Farlow)
Al acabar la jornada laboral, es necesario dar comienzo a las 8 horas de tiempo de ocio, aquellas en las que se logre desconectar al 100%. Para lograrlo es necesario encontrar actividades que te gusten y aporten satisfacción, como dar un paseo, practicar alguna actividad física, apuntarse a algún curso o ir al teatro o el cine. Además, es un modo de mejorar la salud cognitiva y potenciar nuestra salud cerebral.
La regla del 8-8-8 nos ayuda a dar a cada cosa el tiempo necesario y encontrar el equilibrio.
Por último, están las 8 horas de sueño. Una cuidada rutina de sueñoes esencial para rendir en el trabajo y en el tiempo libre. “Procura no acostarte muy tarde, cenar al menos una hora antes de ir a la cama, no tomar café o estimulantes por la tarde, tomar un baño antes de acostarte, o leer durante 15 o 20 minutos antes de apagar la luz.
Todo esto te ayudará a tener un sueño reparador. Evita ver películas hasta tarde si tienes que levantarte temprano, y más si son de acción o miedo», explica Navarrete antes de añadir que el recomendable aparcar «el móvil al menos una hora antes de acostarte».
Imagen de portada: La regla del 8-8-8 para mejorar la autoestima: el pilar de nuestro bienestar (iStock)
FUENTE RESPONSABLE: El Confidencial. Alma, Corazón y Vida. 5 de febrero 2023.
Sociedad y Cultura/Psicología/Salud/Salud Mental/Vida saludable/ Meditación/Estrés/Trabajo/Buen dormir.
Los seres humanos llevamos buscando el elixir de la eterna juventud casi desde que fuimos conscientes de la muerte misma. En el siglo IV antes de cristo, Herodoto ya hablaba de una mítica ‘fuente de la juventud’ que el rey de Etiopía enseñaba a los embajadores del rey de Persia y casi 2.000 años después, Ponce de León se lanzó a buscar la «fuente milagrosa» en un viaje que le llevó a descubrir la Florida y, paradójicamente, morir en el intento.
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Hoy por hoy, como somos menos dado a los viajes a través de la selva, los que buscan la inmortalidad lo hacen en los laboratorios, los hospitales y las start-ups. Y lo hacen pese a que otros tantos grupos de investigaciónllevan añostratando de encontrar los límites de esa longevidad humana.
Ahora, Nature Communicationspublica otro estudioque defiende que ese límite probablemente esté en torno a los 150 años.
Descubrir los límites para conseguir superarlos
Johnny Cohen
¿Qué es envejecer? Lo que ha hechoSingapur Geroes analizar cómo se recupera el cuerpo humano de enfermedades, accidentes o cualquier otra cosa que ejerza presión sobre sus sistemas biológicos. Recopilaron datos sanitarios de más de medio millón de personas de EEUU, Reino Unido y Rusia; y estudiaron los marcadores sanguíneos vinculados al estrés.
Lo que descubrieron es que, efectivamente, la recuperación tras los eventos estresantes se alargaba a medida que las personas envejecían. Según sus datos, de media, una persona de 80 años necesita tres veces más tiempo para recuperarse del estrés que una persona de 40 años.
¿Cuánto podemos vivir? En esto, a diferencia de otras ocasiones, los investigadores son más modestos y hablan de probabilidades. Extrapolando sus datos, la gente de Singapur Geroha encontrado que la resiliencia del cuerpo humano caería por debajo de lo viable entre los 120 y los 150 años. Es decir, en algún momento de esa horquilla el cuerpo humano perdería toda la capacidad de recuperarse de cualquier factor de estrés potencial.
¿Qué implica esto? En los últimos años, hemos conseguido por primera vezdar pasitos en la reversión de la edad biológica. Y este tipo de modelos, con todas sus limitaciones, nos ayudan a dibujar un mapa para un territorio ( el de la longevidad) en el que empezamos a adentrarnos.
Imagen de portada: Ravi Patel
FUENTE RESPONSABLE: XATAKA. Por Javier Jiménez. 27 de mayo 2021.
Sociedad y Cultura/Salud/Medicina/Estrés/Cuerpo Humano.
Distintas épocas, pero males parecidos. Hoy analizamos los escritos de un pensador alemán muy conocido en los que alertaba sobre el peligro de estar enganchado a la última hora.
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Una de las razones es que la confianza en los medios de comunicación tradicionales ha decrecido muchísimo, a raíz de la proliferación de ‘fake news’, lo que a su vez ha desembocado en el auge de teorías de la conspiración. Pero más allá de la pandemia, otros temas candentes de la actualidad, como la invasión de Rusia en Ucrania o los efectos del cambio climático, hacen que estar al tanto de las noticias sea exponerse a una realidad amarga y apocalíptica, en la que parece que nada va bien. Ante tanta acumulación de malas noticias,es probable que muchos ciudadanos del mundo prefieran no informarse a diario.
Y aunque los tiempos son muy distintos a hace dos siglos, hay un filósofo que ya predijo los efectos negativos de una sobreabundancia de información en la sociedad. Precisamente, fue un pensador que estaba interesado en otros temas más existenciales, como el alma humana o la angustia. El alemán Arthur Schopenhauer, a quien muchos estudiosos consideranel padre del pesimismo filosófico, fue uno de los primeros en advertir de las consecuencias de estar expuestos a un ruido informativo continuo.
Lo «nuevo» no siempre es cierto
«No se puede cometer mayor error que pensar que lo último que se ha escrito siempre es lo más correcto; que lo que se escribe más adelante es una mejora de lo escrito anteriormente y que todo cambio hacia delante significa progreso», escribía en su obra ‘Sobre escritura y estilo‘, publicada en España en 2002. Este fragmento, que a simple vista no parece hablar directamente del estrés informativo, es recuperado por el escritor y pensador norteamericano Eric Wiener, en un reciente artículo de ‘Médium‘ en el que argumenta cómo más de un siglo antes de la invención de Internet, Schopenhauer ya hablaba de los peligros conceder demasiada importancia y relevancia a la literatura periodística, es decir, a estar al tanto de la actualidad, a «lo nuevo».
«Cada época tiene su propio Internet. En tiempos de Schopenhauer, era la Enciclopedia»
«Como los lectores hambrientos de Schopenhauer», esgrime Wiener, «confundimos lo nuevo con lo bueno, lo novedoso con lo valioso. Los humanos no somos máquinas de procesamiento de información, como tampoco de caza y recolección. Así como necesitamos tiempo para digerir nuestra presa o nuestra ensalada de col rizada, también necesitamos tiempo para dar sentido a la información que hemos consumido. La información no digerida es peor que la falta de información y un exceso de datos es más peligroso que una ausencia de ellos».
Estatua del filósofo Arthur Schopenhauer del artista Friedrich Schierholz en Frankfurt (Fuente: iStock)
El ‘best-seller’ norteamericano asocia el comentario de Schopenhauer a la falta de atención que produce el estrés informativo como causa directa. A raíz de consumir cantidades ingentes de información a diario, nos hemos vuelto cada vez más adictos a la nueva última hora sin tener tiempo para contrastar, investigar o corroborar si lo que leímos anteriormente era cierto. Y, por otro lado, eso hace que disfrutemos cada vez menos de la lectura pausada y la concentración atenta, pues cualquier tarea que implique un esfuerzo intelectual o cognitivo se hace muy compleja al vernos sometidos a un bombardeo continuo, ya no solo de noticias u opiniones sobre estas mismas noticias, sino de notificaciones sobre cualquier otro asunto, sea del tiempo meteorológico o de nuestros contactos sociales.
«El exceso de datos actúa como una niebla espesa que nubla nuestra visión», remarca Wiener. «Internet ha puesto al descubierto este problema fundamental, que no es nada nuevo. Cada época tiene su propio Internet, sus propias distracciones. En tiempos de Schopenhauer, era la Enciclopedia, publicada por primera vez en Francia durante el siglo XVIII. ¿Para qué pensar en un problema cuando la solución está disponible en un libro?» Esto podría aplicarse a la tarea de forjarse una opinión sobre cualquier asunto mínimamente polémico que sacude nuestra actualidad diaria. Muchos cometerán el pecado de acudir a sus líderes de opinión favoritos o en los que más confían, esperando que les den la razón a su versión de los hechos que ya está sesgada. Es por ello que el consumidor (y prosumidor) de redes sociales acaba delimitando aún más su campo de visión crítico: ve y comprende la realidad científica, social o cultural a través de los ojos de otra persona que él considera confiable, sin preguntarse si tal vez los argumentos que toma prestados están equivocados.
«La información es meramente un medio hacia la comprensión y posee poco o ningún valor en sí misma'», escribió el pensador alemán
A este respecto, Schopenhauer tiene una frase en la que deja bastante claro su postura: «Es cien veces más valioso si has llegado a la conclusión pensándola tú mismo». Y, del mismo modo, alentaba a la lectura «solo cuando tus propios pensamientos se sequen». Si sustituimos hacer ‘click’ o ‘scroll’ por «leer», quedaría aplicado a la realidad de hoy en día. «Confundimos datos con información, información con conocimiento y conocimiento con sabiduría», concluye Weiner. «‘No se les ocurrió’, escribió Schopenhauer, ‘que la información es meramente un medio hacia la comprensión y posee poco o ningún valor en sí misma'»
«Inundados por las voces de los demás, somos incapaces de escuchar la nuestra propia», concluye el escritor. La forma en la que consumimos información también puede ser muy peligrosa, puesto que cuando antes dedicábamos solo un momento concreto del día para informarnos (generalmente en la hora de la comida con el telediario), mientras que ahora lo hacemos permanentemente al vivir pegados a nuestro ‘smartphone’. De ahí que algunas autoras como Karla Starr hablen de un supuesto «derecho a la ignorancia»que esgrimir para reducir ese estrés informativo y poder esgrimir sin pudor ni vergüenza que no quieres opinar sobre la última noticia del momento. En su lugar, lo que haría Schopenhauer sería más bien sentarse a pensar sobre ella. Podemos deducir que, debido a su carácter pesimista, también utilizaría ese derecho a la ignorancia, puesto que ante tal maraña de informaciones, resulta muy difícil separar lo verdadero de lo falso. Esta, precisamente, es la tarea a la que se encomienda el buen periodismo hoy en día.
Imagen de portada:Arthur, fotografiado en 1859 por J. Schäfer (Fuente: Wikimedia).
FUENTE RESPONSABLE: Alma, Corazón y Vida. Por Enrique Zamorano. 12 de julio 2022.
Sociedad y Cultura/Filosofía/Fake news/Estrés/Pandemia/Cambio Climático/Ucrania.
Hoy repasamos los estudios que confirman la relación que tiene este trastorno mental con la memoria y, en particular, con aquellos hechos del pasado que tuvieron una significación positiva.
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En España, cerca de 2,1 millones de personas sufre un cuadro depresivo, lo que representa un 5,4% de la población. Más allá de este frío y abultado dato, hay historias humanas que se ven truncadas por una tristeza aguda que se manifiesta de diferentes formas, alterando las relaciones sociales, las perspectivas de futuro y la calidad de vida de quien la padece. Ahora más que nunca se pone el acento en la salud mental, un tema que ha adquirido mucha más notoriedad a raíz de la pandemia y que se ha visibilizado gracias, en parte, a las nuevas generaciones que cada vez están más dispuestas a hablar de ello para acabar con su doloroso estigma. Quizás, una de las particularidades del estado de ánimo depresivo, es que tiende a borrar progresivamente los recuerdos felices de quien la sufre. Como si fuera un parásito, infecta a su huésped haciendo que cada vez se acuerde menos de lo bueno que le ha pasado en la vida. Son muchos los estudios que corroboran esta relación entre depresión y memoria, hasta el punto de emparentar sus efectos al de otras enfermedades que merman la capacidad de recordar del paciente, comoel alzhéimer.
Debido a un estado de ánimo continuado de tristeza o apatía, la persona ya no puede recordar momentos en los que se sentía diferente .
«La depresión afecta negativamente a la memoria episódica, al recuerdo de los sucesos vividos», explica el neurobiólogo y catedrático de la Universidad de Salamanca, José Ramón Alonso, en una entrada en su blog. «La explicación más aceptada es que las responsables son alteraciones neuronales generadas por el estrés. El estrés es parte de nuestros mecanismos de adaptación y defensa, y en una etapa inicial prepara al organismo para una respuesta de lucha o huida. Si el estrés se vuelve crónico, si no es un suceso puntual sino algo que se mantiene en el tiempo, los glucocorticoides, como el cortisol, sobreestimulan las neuronas que están procesando la información para esa respuesta».
Entonces, «las neuronas ‘aceleradas’ entran en situación de riesgo y empiezan a desconectarse para evitar la muerte causada por una estimulación excesiva». Por tanto, «el resultado es que la memoria, con parte de sus circuitos neuronales fuera de juego, empieza a funcionar mal», asevera el neurobiólogo. «Así que la primera idea es que la depresión es una enfermedad larga que genera estrés o que puede ser favorecida por una situación de estrés, lo que a su vez altera los procesos de memoria».
La «memoria congruente con el estado de ánimo»
Otra de las explicaciones que ofrecen los psiquiatras a esta pérdida de memoria aguda relacionada con la depresión es que debido a un estado de ánimo continuado de tristeza, apatía o indefensión, la persona ya no puede recordar otros momentos en los que su ánimo era diferente, más positivo y enérgico.
A esto lo llaman en psicología «memoria congruente con el estado de ánimo»,lo que demuestra una asociación entre nuestros propios pensamientos en un momento determinado y lo que somos más proclives a recordar. «Es más probable que recuerdes momentos tristes y sientas que nunca pasa nada positivo. Pero, en realidad, solo olvidas las cosas buenas»
En cualquier caso, ambas explicaciones coinciden en que la depresión acaba derivando en una espiral de sentimientos negativos de los que parece imposible salir. «Este efecto es muy negativo, ya que es más probable que recuerdes momentos tristes y se perpetúa el ciclo de sentir que nunca pasa nada positivo cuando, en realidad, solo estás olvidando las cosas buenas», admite la periodista estadounidense Lauren Vinopal, en un artículo reciente en‘Mel Magazine’donde se explora esta problemática en este trastorno mental. Por otro lado, nuestro cerebro trata de protegerse mediante la disonancia mental, lo que puede hacer que no nos sintamos conectados del todo a nuestra mente, cuerpo y pensamientos, causando esta pérdida de memoria.
Es el argumento que esgrime Brent Metcalf en la citada revista, quien piensa que la disonancia cognitiva, a menudo presentada por personajes en películas como producto de una división de la personalidad a raíz de un trauma significativo, «en la realidad puede mostrarse como un efecto muy sutil en el cerebro», en este caso, «sentir que no estás del todo en conexión con tu cuerpo, tus pensamientos y tu entorno».
Lo bueno: se puede recuperar
La buena noticia es que, a diferencia de las enfermedades degenerativas que implican una pérdida de memoria en la mayoría de los casos irreversible, en el caso de la depresión sí que se puede tratar y poner atajo. El centro de la memoria en el cerebro es el hipocampo, que a su vez es el área más afectada por el efecto del cortisol, la hormona del estrés. Toda la toxicidad de los glucocorticoides de los que hablamos más arriba va esta zona, por lo que si la depresión se vuelve crónica, su tamaño cada vez será más reducido.
Pero tanto como se reduce, puede volver a agrandarse debido a su gran plasticidad. «Con terapia, ejercicios de memoria y estrategias cognitivas adecuadas puede volver a su tamaño original para mejorar nuestra atención y recuerdo», explican desde‘La Mente es Maravillosa’. Lo malo es que cada persona experimenta esta pérdida de memoria de manera distinta, pues no hay nada más subjetivo que la constancia que tenemos de nuestros propios recuerdos, por lo que se necesita un abordaje integral para mitigar los efectos de la depresión y a la vez recuperar los recuerdos felices perdidos.
Imagen de portada: iStock
FUENTE RESPONSABLE: Alma, Corazón y Vida. Por Enrique Zamorano. 30 de junio 2022
Sociedad y Cultura/Salud Mental/Trastornos mentales/Estrés/ Pandemia/Blog/Alzheimer/Enfermedades Mentales
Las tensiones nerviosas y los conflictos emocionales son otro de los factores que influyen como disparador de un crecimiento del azúcar en sangre. Cómo manejarlos según los especialistas
LAS EMOCIONES PUEDEN GENERAR UN PICO DE DIABETES
La diabetes es una patología que genera graves complicaciones asociadas al deterioro en la calidad de vida y a una elevada mortalidad, con una disminución de 5 a 10 años en la expectativa de vida.
Es por eso, y por ser generalmente “una enfermedad silenciosa durante varios años”, es que en 1991 la Federación Internacional de Diabetes y la Organización Mundial de la Salud estableció el 14 de noviembre como el Día de la Diabetes, con el fin de concientizar acerca de las causas y el tratamiento de esta afección a la que ya se la considera una epidemia.
A nivel global, esta enfermedad afecta a más de 463 millones de personas, de las cuales 32 millones son de América del Sur y Central de acuerdo a la Federación Internacional de Diabetes.
En Argentina, la prevalencia de diabetes es del 12,7 por ciento y esta tendencia continúa creciendo: según la 4ta Encuesta Nacional de Factores de Riesgos realizada por la Dirección Nacional de Promoción de la Salud y Control de Enfermedades Crónicas No Transmisibles, en 15 años la diabetes aumentó en un 50 por ciento.
Asimismo, se registró un aumento en los porcentajes de otros factores que potencian el riesgo asociado a la enfermedad como la obesidad, el exceso de peso, la baja actividad física y la presión arterial elevada.
Se estima que 1 de cada 10 argentinos mayores de 18 años tiene diabetes y dado que, por varios años permanece sin síntomas, aproximadamente 4 de cada 10 personas que la padecen desconocen su condición.
La diabetes originada por las tensiones nerviosas y emocionales, es la “diabetes emotiva”
Y los pronósticos a mediano plazo no son alentadores: se estima que para el año 2030, 1 de cada 10 adultos podría padecer diabetes.
Más allá de las causas físicas y/o orgánicas que generan esta enfermedad, está comprobado que las emociones afectan los niveles de glucemia. Por eso, la diabetes originada por las tensiones nerviosas y los conflictos emocionales, es la llamada “diabetes emotiva”.
“La experiencia con pacientes demuestra que aunque un diabético no haya comido durante más de 15 horas, puede tener una glucosa en sangre arriba de lo normal por haber pasado una situación de angustia, ira o ansiedad. Esto tiene una explicación hormonal muy clara: cada vez que nos ponemos nerviosos sube un neuroquímico llamado adrenalina, y esta sustancia estimula directamente la glándula suprarrenal aumentando el cortisol. Estas dos sustancias normalmente suben el azúcar en la sangre, sacándola del hígado, y así se producirá un cuadro de hiperglucemia en un diabético”, explica la doctora María Alejandra Rodríguez Zía (MN 70.787).
Como en varios tratamientos médicos, controlar esta patología se basa en la relación médico paciente: “si se establece un equipo de trabajo, cada una de las partes responde con el 50 por ciento de la tarea y, por tal motivo, es preciso el pleno compromiso del paciente con el procedimiento.
Muchos pacientes llegan a autocontrolarse y, con el tiempo, son sus propios médicos y solo acuden al profesional para actualizar los tratamientos. En este punto, cabe destacar que es fundamental el control emocional para que un paciente logre la autodependencia”, subraya la especialista.
La diabetes es una enfermedad crónica que debe controlarse con responsabilidad
En este sentido, Rodríguez Zía menciona que las emociones no distinguen entre los tipos de diabetes. “Afecta tanto al diabético tipo I como al tipo II, ya que ante cualquier emoción que suba la adrenalina en primer término y, luego, el cortisol, sube el azúcar en la sangre. Si bien entonces afecta a ambos tipos, puede tener niveles diferentes si el paciente es insulino dependiente, que puede subir bastante más según los controles, tanto de insulina como de alimentación. En cambio, el diabético tipo II, como no depende de la insulina inyectada, puede ser más leve”.
Ahora, si estas situaciones de estrés o emocionales se prolongan en el tiempo, dado que no son un schock agudo, van a aumentar los niveles crónicos de glucosa en sangre, si no existe un control médico, obviamente, porque esto se puede evitar. “Esto va llenando el cuerpo de un proceso denominado glicosilación, que es el proceso que determina que luego aparezcan problemas oculares, renales, pie diabético, entre otras complicaciones. Pero esto se puede controlar manejando, por un lado, las emociones y por supuesto con los controles propios de la diabetes a nivel clínico”, cuenta la doctora.
Es por eso que, si un diabético sabe que va a enfrentarse a una situación emocional fuerte tiene que consultar a su médico, quien determinará si necesita una atención terapéutica, si necesita ayuda medica del tipo psicofármaco, o bien colaborar con la bioquímica de sus neurotransmisores.
“Cuando esto lo amerita, en un caso de insomnio crónico, por ejemplo los diabéticos que no pueden dormir aunque no coman nada, siempre están con glucosas altas. Estos cuadros hay que tratarlos sí o sí porque si no aparecen las complicaciones”, ejemplifica la experta.
“Lo ideal es que el paciente con diabetes sepa adelantarse a estas situaciones, tanto sea con las comidas como con el ejercicio, que son generadores de estrés extras no programadas; o a las emociones imprevistas. Esto va a llevar a tener que modificar su medicación en forma aislada, sólo por esa situación. Se tiene que controlar su glucemia y donde se requiera plantear una corrección, ya sea con insulina (tipo I) o con medicación (tipo II), por supuesto concurrir al médico o a la terapeuta, que ayude con el tema emocional”, agrega Rodríguez Zía.
“Siempre va a ser mejor un control de la emociones, que la debacle que genera la glucemia alta”
Si bien hay eventos de estrés inesperados, en la vida de quienes padecen una enfermedad crónica ya es normal saber que hay que prepararse para esos acontecimientos. “Si la persona ya está prevenida por un profesional, tomará una medicación extra o aumentará la dosis de insulina a demanda. En caso del diabético tipo II aumentará su hipoglucemiante oral hasta que pueda controlar el manejo de la emoción en sí misma o, sino tratarla con psicofármacos para disminuir los niveles de adrenalina y cortisol, hasta lograr dominar todo el episodio. Siempre va a ser mejor un sueño reparador, un control de la emociones, que la debacle que le ocasiona su cuerpo al tener la glucemia alta en forma crónica”, finaliza la médica.
Imagen de portada: Gentileza de El Día- La Plata- Argentina
A pesar de una pandemia que cambió radicalmente las vidas de miles de millones de personas, el «Informe mundial de la felicidad» indica que eso, la felicidad, se mantiene estable en el mundo, un testimonio de la resiliencia de la raza humana.
Como estudiosa del mundo clásico, no me parecen nada nuevas las discusiones sobre la felicidad que suelen darse en medio de crisis personales o sociales como la que vivimos.
Hic habitat felicitas o «Aquí mora la felicidad», proclama una inscripción hallada en una panadería de Pompeya, unos 2.000 años después de que su dueño viviera y probablemente muriera en la erupción del volcán Vesubio que destruyó la antigua ciudad romana en el año 79 d. C.
¿Qué significaba la felicidad para ese panadero pompeyano?
¿Y cómo puede ayudar la antigua idea romana de felicidad en nuestra búsqueda de lo mismo hoy?
Felicidad para mí, pero no para ti.
Los romanos consideraban a Felicitas y a Fortuna, una palabra relacionada, diosas.
Ambas tenían templos en Roma en los que quienes buscaban sus favores depositaban ofrendas y hacían promesas.
Felicitas fue también retratada en monedas romanas desde el siglo I a. C. hasta el IV d. C., lo que indica su posible conexión con la prosperidad de las arcas del Estado.
Los emperadores romanos intentaron asimismo asociar su figura a la de estas diosas, como muestran algunas de las monedas que acuñaron.
FUENTE DE LA IMAGEN,
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Grabado de una estatua de Felicitas incluida en la Enciclopedia Iconográfica de Ciencia, Literatura y Arte, publicada en 1851.
«Felicitas Augusti» se leía, por ejemplo, en una moneda de oro del emperador Valeriano, iconografía que parece mostrar que era el hombre más feliz del Imperio y favorecido por las diosas.
Al invocar a Felicitas en su propia morada y negocio, el panadero pompeyano quizá estaba intentando atraerla, con la esperanza de que la bendición de la felicidad recaería sobre su vida y venta.
Pero esta idea del dinero y el poder como fuente de la felicidad encerraba una cruel ironía.
Felicitas y Felix fueron nombres habituales para esclavos de ambos sexos. Por ejemplo, Antonius Felix, gobernador de Judea en el siglo I d. C., era un antiguo esclavo.
La antigua ciudad romana de Pompeya.
No hay duda de que su suerte cambió. Mientras que Felicitas era el nombre de la esclava que fue martirizada junto a Perpetua en el año 203 d. C., hoy ambas adoradas como santas por el cristianismo.
Los romanos veían a los esclavos como prueba del estatus superior de sus dueños y como la encarnación de su felicidad.
Vista de esta manera, la felicidad parece un juego de suma cero, entrelazado con el poder y la dominación. La felicidad en el mundo romano tenía un precio y los esclavizados lo pagaban para entregar el don de la felicidad a sus dueños.
Baste decir que para los esclavizados, sea donde sea que habitara la felicidad, no era en el Imperio romano.
¿Dónde reside realmente la felicidad?
¿Es posible imaginar en la sociedad actual que la felicidad sólo exista a costa de otro?
¿Dónde reside la felicidad, si los casos de depresión y otras enfermedades mentales aumentan y las jornadas de trabajo duran cada día más?
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Durante las últimas dos décadas, los trabajadores de Estados Unidos han trabajado más y más horas.
Una encuesta de Gallup reveló el año pasado que el 44% de los empleados a jornada completa trabajaban más de 45 horas a la semana, mientras que un 17% llegaba o superaba las 60.
El resultado de esta cultura del exceso de trabajo es que la felicidad y el éxito realmente parece ser también una ecuación de suma cero.
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Hay un coste, habitualmente humano, cuando el trabajo y la familia libran un tira y afloja por el tiempo y la atención en el que la felicidad es siempre la víctima.
Esto ya era así mucho antes de la pandemia de covid-19.
Los estudios sobre la felicidad se vuelven más populares en tiempos de alto estrés social.
Quizá no sea casualidad que el más longevo de ellos, el de la Universidad de Harvard, surgiera durante la Gran Depresión de la década de 1930.
En 1938, un grupo de investigadores midió la salud física y mental de 268 estudiantes y les siguieron el rastro a ellos y a sus descendientes durante 80 años.
¿Cuál fue su principal descubrimiento? «Las relaciones estrechas, más que el dinero o la fama, mantienen a la gente feliz a lo largo de sus vidas».
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Esto incluye un matrimonio y una familia feliz, y una comunidad cercana de amigos.
Significativamente, las relaciones destacadas en el estudio son las basadas en el amor, el cuidado, y la igualdad, más que en el abuso y la explotación.
Igual que la Gran Depresión motivó el estudio de Harvard, la actual pandemia empujó al científico social Arthur Brooks a lanzar en abril de 2020 una columna semanal sobre la felicidad titulada «Cómo construir una vida».
En el primero de sus artículos, Brooks bucea en los estudios de que la fe y trabajar con un sentido, además de las relaciones estrechas, pueden mejorar nuestra felicidad.
Encontrar la felicidad en el caos.
Los consejos de Brooks se relacionan con los descubrimientos del «Informe mundial de la felicidad» de 2021, que detectan «alrededor de un 10% de aumento en el número de personas que dijeron haber estado preocupadas o tristes el día anterior».
La fe, encontrarle un sentido al trabajo y las relaciones contribuyen a desarrollar sentimientos de seguridad y estabilidad, ambas han sufrido con la pandemia.
El panadero pompeyano que escogió colocar esa placa en su lugar de trabajo probablemente hubiera estado de acuerdo en que hay una relación significativa entre la felicidad, el trabajo y la fe.
Y, aunque no vivió una pandemia, o al menos no han encontrado constancia de ello, no era ajeno al estrés social.
Es posible que su elección decorativa refleja una corriente oculta de ansiedad, algo comprensible si se tiene en cuenta la convulsión política en Pompeya y en el Imperio en los últimos 20 años de vida de la ciudad.
Sabemos que, cuando tuvo lugar la erupción del 79 d. C., algunos pompeyanos estaban todavía reconstruyendo sus casas o reparando los daños ocasionados por el terremoto del 62 d. C.
La vida del panadero estuvo seguramente llena de elementos que le recordaban la inestabilidad y la posibilidad de un desastre inminente. Quizá la placa que colocó fue una manera de combatir esos miedos.
Después de todo, ¿sentiría la gente realmente feliz la necesidad de colocar una placa proclamando la presencia de la felicidad en su hogar?
O quizá estoy analizando demasiado ese objeto, y era simplemente un adorno fabricado masivamente, una versión del siglo I del «Hogar, dulce hogar» de nuestra época, que el panadero o su mujer compraron como capricho.
En cualquier caso, la placa contiene una verdad importante: la gente del mundo antiguo tuvo sueños y la aspiración de ser feliz, como la gente de hoy.
El Vesubio pudo poner punto final a los sueños de nuestro panadero, pero la pandemia no tiene por qué tener ese efecto en nosotros.
Y aunque el estrés de este último año y medio hayan podido resultar abrumadores, no ha habido un momento mejor para reevaluar nuestras prioridades y recordarnos que debemos poner a las personas y nuestras relaciones primero.
Nadejda Williams es profesora de Historia Antigua en la West Georgia University. Esta nota apareció originalmente en The Conversation y se publica aquí bajo una licencia de Creative Commons.