«La empleada doméstica es una figura tremendamente incómoda en la cultura latinoamericana, presente en ciertas clases sociales en regímenes de semiesclavitud»: entrevista con Alia Trabucco

La niña muere y lo sabemos desde el comienzo. Nos lo cuenta Estela, la empleada doméstica, sirvienta, criada, muchacha de la limpieza o nana, según el país donde estemos.

En este caso es Chile, donde es habitual el término nana, especialmente cuando se cuida a niños, aunque después de años de lucha sindical por sus derechos laborales, ellas quieran ser llamadas trabajadoras de casa particular.

Cuando Estela llega a su nuevo trabajo, la señora está embarazada de la niña, y la niña muere cuando tiene 7 años.

Estela es la protagonista de «Limpia», la nueva novela de Alia Trabucco (Santiago, 1983). Ella viene del sur a la capital para trabajar un tiempo corto como interna, es decir, viviendo en la casa de sus jefes o patrones, la señora y el señor, los dueños de casa, para hacer las tareas domésticas y cuidar a la niña.

La autora de la aclamada novela «La resta» y del libro «Las Homicidas», que cuenta historias de mujeres asesinas, entra ahora en la vida de las empleadas domésticas:

«Una figura tremendamente incómoda en la cultura latinoamericana, presente en ciertas clases sociales en regímenes de semiesclavitud como es el caso de las trabajadoras de puertas adentro, como se dice en Chile, o cama adentro, como se dice en Argentina, porque supone la suspensión de la propia vida en favor de la existencia de otro».

Alia Trabucco formará parte de los diálogos del HAY Festival de Cartagena.

¿Por qué anuncias la muerte desde el principio, tienes una visión trágica de la vida?

Hay cosas trágicas, pero no tengo esa visión, porque no creo que sepamos los finales de las historias, salvo el único gran final de que vamos a morir y sin embargo, seguimos viviendo.

Esa contradicción está presente en las tragedias griegas, donde te dicen quién va a morir, a quién le van a sacar los ojos, quién se va a acostar con su madre.

Estela dice «la niña va a morir» y eso produce la suficiente curiosidad, ¿pero qué pasa en las páginas siguientes? Limpia, refriega, corta una cebolla, cocina, piensa, reflexiona y cuenta su propia historia.

«Me entrené como se entrenan los deportistas para aguantar el dolor», dice Estela, y se convierte en la que «preparaba pollo a la cacerola», «limpiaba las costras de caca de la loza del guáter» y «recogía los pelos atorados en la boca abierta del desagüe.» ¿Por qué habla con esa crudeza?

Me sirvió leer «Las criadas», de Jean Genet, una obra donde las empleadas están enojadas y son muy irónicas.

Me parecía valioso que no tuviera los típicos sentimientos que tiene que tener: gratitud, cierta sumisión, tal como está retratada en la literatura latinoamericana. Me preguntaba ¿qué pasa si el personaje tiene otro tipo de voz y otra actitud?

Y así surgió Estela, que tiene un espesor reflexivo y que al mismo tiempo ironiza con las expectativas de cómo tendría que hablar alguien como ella.

Tiene rabia, también siente cariño y siente desesperación. Vive en una gran soledad y tiene una tremenda lucidez a la que también tiene derecho.

FUENTE DE LA IMAGEN – EDITORIAL LUMEN

La señora llega con un vestido nuevo y Estela se lo prueba a escondidas pero su jefa la descubre, y le dice «lávalo». ¿El contacto con su piel lo ha ensuciado?

Hay una violencia en hacer que otro haga la limpieza, pero que no vaya a ensuciarte. El racismo y clasismo que hay detrás de eso me parece brutal.

Hay un momento en que Estela ironiza sobre el hecho de que le moleste a los patrones que ella lave su ropa al mismo tiempo, en la misma carga de la lavadora.

Son cosas que uno ve: comer por separado, otro tipo de comida, microviolencias que están presentes en este tipo de relaciones tan verticales, gestos que hablan de una manera de ser de nuestros países y que todavía no se subvierten, por más que ha habido impulsos democratizadores.

¿Tuviste alguna vez una nana?

Desde que soy independiente y vivo sola o en pareja, no. Pero cuando niña, tanto mi papá como mi mamá trabajaban fuera de la casa, y esa figura estuvo presente en mi infancia.

Es un tipo de trabajo que lentamente ha ido cambiando, al menos en su lógica de puertas adentro, pero sigue existiendo mucha desregulación, donde el adentro y el afuera, el trabajo y el cariño, se mezclan de una manera ambigua, cercana al modelo hacendal.

Al llegar Estela se siente una extraña, pero de pronto eso cambia «cuando comenzó a pedirme que le lavara a mano sus calzones, a decirme Estelita, la niña vomitó, échale cloro al piso, por favor». ¿Es este tipo de relación a la que te refieres?

Ha habido cambios importantes al nombrar el trabajo como lo que es, porque ir a la casa de alguien a limpiar, cocinar y planchar es ir a trabajar con un horario, un contrato, condiciones que han sido conquistadas hace muy poco.

Estuve revisando la historia del sindicato, sus demandas; es impactante la lucha que han dado y terrible la exclusión que han sufrido dentro de las propias clases populares, porque su labor no era vista como trabajo.

Tengo la impresión de que el puertas adentro ha tendido a desaparecer y se ha ido formalizando, porque Estela no tiene horario y ella simplemente no sale nunca de su lugar de trabajo.

FUENTE DE LA IMAGEN – GETTY IMAGES

¿Estas trabajadoras le facilitan a otras mujeres la posibilidad de desarrollarse fuera de la casa?

¿Por qué lo verbalizamos de ese modo? Es como si la que explota a la trabajadora es la mujer porque sale, ya que la responsabilidad de la casa es suya, pero en realidad es una explotación de la familia como institución profundamente opresora.

Yo misma lo repetí, pero luego me quedé pensando: ¿por qué el marido sale sin culpa? Tiene que ver con una estructura patriarcal que al otorgarle ese rol a la mujer la obliga a ponerse en esa posición.

¿Y cuántas de las filósofas, las grandes académicas, han tenido que recurrir a esto para cumplir el deseo de ser madres y no renunciar a sus vidas intelectuales y profesionales?

Es una contradicción que está sin resolver, muy presente en ciertas clases sociales y en cierto tipo de mujer que ha podido insertarse a este sistema con un costo tremendo para otras, sin pagar correctamente, sin estimar el trabajo.

¿Los padres delegan parte de la crianza y cuidado de sus hijos a las nanas, porque hacerlo todo es insostenible?

No emito juicio respecto de que la crianza sea algo hecho en colectivo. Me parece una locura que la sociedad esté en una vuelta conservadora de exigirle a las familias y a las madres ser unas súper madres, que estén en la crianza mañana, tarde y noche. Es un retroceso gigantesco para las mujeres.

Aparece como algo liberador y deseado, pero no están las estructuras para apoyar a las mujeres ni a las familias. Se les impone una exigencia brutal de ser no solo esposas y madres, sino trabajadoras excepcionales, ganar sus propios sueldos y ser exitosas profesionalmente mientras crían al 100% del tiempo.

Es necesario que la sociedad se haga cargo de la crianza también, establecer lazos comunitarios con la familia y fuera de ella a través de las instituciones, devolverles la confianza.

La demanda me parece irrealizable y profundamente machista, y se le está dando una vuelta de tuerca como si fuera feminista, con cosas que son armas de doble filo.

Siento que, en los años 80, las madres llevaban a sus hijas e hijos a salas cunas y a jardines infantiles con menos culpa que ahora.

Es tramposo y recomiendo la lectura del libro de Lina Meruane «Contra los hijos», sobre las exigencias neoliberales respecto de la maternidad.

FUENTE DE LA IMAGEN,©LORENA PALAVECINO PENGUIN RANDOM HOUSE

La niña también está muy exigida: debe tocar el piano, ser un as en matemáticas, valiente en la piscina… ¿El hijo como trofeo o manifestación de éxito de sus padres?

Es una niña totalmente atrapada, como sus padres, en exigencias de perfección y de éxito que ya caen sobre ella desde antes de nacer; es una especie de producto neoliberal también.

Sufre tremendamente y está angustiada, desesperada, y eso se manifiesta en cuestiones físicas como comerse las uñas, los padrastros y las cutículas y otros actos de violencia hacia su propio cuerpo que yo quise trabajar porque lo veo.

¿Dónde lo ves?

Veo, veo ansiedad, veo a padres angustiados y a hijos angustiados. He visto a niños que se sacan el pelo y que se dejan pelones en la cabeza. ¿Qué es esa ansiedad? Son seres vulnerables.

La niña por un lado es completamente insoportable y a la vez produce una gran angustia y una gran ternura, porque es frágil, pero sigue siendo el producto de sus padres y de esta sociedad, y es una especie de protopatrona desde la primera infancia, pero con toda esa autoagresión.

Me parecía interesante tratar una infancia más gris, porque suele ser abordada desde la pura inocencia.

La niña no come. ¿Es la manera que tiene de rebelarse?

Es desesperación, porque la rebelión requiere un poco más de conciencia. Son maneras de llamar la atención y mandar señales de alerta, de expresar una desesperación que está no vista, porque esa niña no es vista por sus padres.

FUENTE DE LA IMAGEN – GETTY IMAGES

«Una niña infeliz, una mujer que aparenta y un hombre que calcula», observa Estela. ¿Es la única que ve a la niña?

Efectivamente, la está mirando y es consciente de su soledad, algo que era bonito de explorar.

Está la idea de que una trabajadora doméstica está ahí, en la casa, y es tratada como si no tuviera ojos, como si no tuviera voz.

Me parecía desafiante que mirara con atención y lucidez, porque lo que se ve debe ser muchísimo. Es el tras las cámaras de una familia, el tras las cámaras de la sociedad: el sexo, la suciedad, la violencia, la exigencia, las pastillas de la patrona, las ratas.

Todo lo ve, ve la podredumbre.

También ve a la niña y empatiza, la quiere y sin embargo, no la quiere, me interesaba ese vaivén y explorar la posibilidad de un sí y un no verdadero.

Entonces, la que se rebela es Estela…

Su voz exuda rebelión, porque ella sí está consciente, y creo que es algo que resulta especialmente aterrador para algunas personas: la posibilidad de una trabajadora doméstica con este nivel de conciencia social, aterrador.

Como es habitual, ella tiene un dormitorio al lado de la cocina -«ahí viví yo durante siete años, aunque nunca, ni una vez, la llamé ‘mi pieza'»-. ¿Por qué se queda tanto tiempo en una casa que no es la suya?

Leí varios testimonios y trabajos académicos sobre trabajadoras puertas adentro en Chile y me llamó la atención este irse quedando.

Podría ser un trabajo temporal, pero está mal pagado, no es posible ahorrar, entonces dejarlo es difícil y para mujeres que no son de la ciudad implica pagar un arriendo.

FUENTE DE LA IMAGEN – GETTY IMAGES

Para la protagonista, el trabajo se va volviendo una trampa.

Estela se va quedando porque como le dice su madre es una trampa, no es por voluntad, ni porque esté contenta, es un camino para ayudar a su familia; lo vemos en los migrantes ahora, son caminos para ganarse la vida, pero ¿qué pasa con la propia? La pregunta es desoladora.

¿Y cómo son las bambalinas de la sociedad que observa a través de esa familia?

Ve una parte de la sociedad, porque es una familia burguesa contemporánea, no está en la familia popular ni en las familias de clase media.

Son profesionales jóvenes, exitosos, con dinero. Pero lo que está entrando por la ventana o por la televisión es un descontento hondisimo, que termina explotando, y que en Chile tuvo la posibilidad de canalizarse en un proceso constitucional y fracasó.

Entonces sigue ahí y es una bomba de tiempo.

Está muy tensa la sociedad chilena y no solo la chilena, estamos viviendo en un modelo insostenible que nos conduce colectivamente a la muerte. El descontento está en América Latina, está en Europa, en Estados Unidos, en todas partes, el modelo bajo el cual vivimos no da más.

«Limpia» es una palabra de muchas lecturas, ¿por qué la eliges?

Está el rol de limpieza de la mugre de otros; está la exigencia de ser pulcra, pero también es una orden: «¡Limpia!».

Incluso está la idea de un ser humano limpio, una exigencia que se le impone a la trabajadora, pero también a su patrona, el tener vidas sin impurezas, sin tropiezos.

Limpia contiene otra palabra: impía, que es la idea de pecar y transgredir.

Tiene algo misterioso, bonito, potente y algo violento también si se usa en otros sentidos: cuando se habla de limpieza étnica, que es un eufemismo del asesinato de quienes no pertenecen al mismo grupo; cuando se habla, como ocurre en Chile, de limpiar las calles, expulsar a vendedores ambulantes, personas sin casa o migrantes; aquellos que la sociedad califica como prescindibles o indeseables, y en ese sentido, como «sucios».

En la idea de limpieza hay una violencia radical, oculta un deseo de pureza que niega lo mezclado y lo impuro o sucio en la propia identidad.

Y a pesar de que todos conocemos el final de la vida, ¿cómo logramos seguir viviendo?

Nos hacemos las locas y los locos. Si no, sería invivible. Nos hemos negado a la muerte y tal vez si nos negáramos menos, tendríamos una relación más sana con la vida.

Antes las personas sabían que iban a morir, morían en sus casas; ahora, ¿quién muere en su casa? Se muere más en el hospital, entubado.

Si la muerte formara parte de la vida como una cuestión menos terrible, me pregunto si no incidiría positivamente en nuestro vínculo con el cuidado, con la naturaleza y en nuestros vínculos con los demás también.

BBC Mundo habló con Alia Trabucco en el marco del Hay Festival Cartagena de Indias, que se celebra del 26 al 29 de enero.

Imagen de portada:©LORENA PALAVECINO PENGUIN RANDOM HOUSE

Este es el tercer libro de Alia Trabucco.

FUENTE RESPONSABLE: Diana Massis 

HayFestivalCartagena@BBCMundo 24 enero 2023

Sociedad y Cultura/América Latina/Chile/Colombia/Empleo/ Explotación laboral.

La historia de los 1.700 gallegos que emigraron a Cuba buscando fortuna y acabaron de esclavos en las plantaciones de azúcar.

Se llamaban Orestes, Rañeta, el Tísico, Trasdelrío, José el Comido y Tomás el de Coruña, y eran un grupo de jóvenes que en 1853 decidieron dejar Galicia en busca de un futuro mejor en Cuba.

Podría haber sido una más de las miles de historias que marcaron a esa comunidad de España, que entre mediados del siglo XIX y mediados del XX, vio a generaciones enteras emprender rumbo a América, huyendo de la pobreza, el hambre o la guerra.

Sin embargo, Orestes, Rañeta, el Tísico, Trasdelrío, el Comido y Tomás el de Coruña protagonizan una historia de la emigración que no se ha contado, o al menos no se ha contado tanto.

Y son los protagonistas de «Azucre», la primera novela de la autora gallega Bibiana Candia, una ficción basada en una historia tan real como horrible: la de 1.700 gallegos que emigraron a Cuba en esos años y fueron esclavizados por Urbano Feijóo de Sotomayor, otro gallego afincado en la isla caribeña.

El libro empieza con una dedicatoria que es toda una declaración de intenciones: «A los emigrantes que no pudieron contar su historia y a los que se quedaron que nunca recibieron una carta».

Candia entendió que si esta historia no había llegado a la memoria popular fue porque sus protagonistas no habían podido contarla. Así que les dio voz a través de unos personajes entrañables que pierden su inocencia en un viaje brutal al horror.

Hablamos con la autora en el marco del Hay Festival Querétaro, que se realiza entre el 1 y el 4 de septiembre en esa ciudad mexicana.

Línea

Como gallega y hablando con una autora gallega, la primera pregunta es casi obligatoria, dado lo poco que se conoce popularmente esta historia: ¿cómo llega a ti?

Yo tampoco había oído hablar nunca de ella. Simplemente una amiga un día me preguntó si conocía la historia de los gallegos que se llevaron a trabajar el azúcar en el siglo XIX y fueron esclavizados.

Yo era muy escéptica al principio, pensaba que no era verdad.

Luego pensé que se trataba de una anécdota de unas pocas personas que mandaron y tuvieron mala suerte y que esa anécdota se engordó mucho a través del tiempo.

Pero ella me envió un mail con un par de links, entre ellos un documental de Radio Televisión Española. Es decir, esto no estaba oculto en ningún sitio.

Yo creo que me lo mandó con la idea de que escribiera un artículo.

Pero tirando del hilo, la cosa fue mucho más que un artículo… ¿por qué una novela de ficción?

Cuando vi lo que me envió dije: «pero esto es mucha gente, fue una empresa; no es una anécdota, es una cosa mucho más seria».

Me pongo a buscar información y encuentro artículos académicos, actas de cortes y un montón de documentación.

Empiezo a preguntar a mi alrededor y nadie tenía idea. A nadie le sonaba de nada, salvo gente muy metida en el tema histórico, especialistas en el siglo XIX, o personas en un nicho muy específico.

En ese momento, me surge como un enigma narrativo: si los gallegos tenemos esta tradición de literatura oral, y esta tradición de inmigración, cómo puede ser que esta historia no nos ha llegado por memoria popular. Hay algo aquí que no funciona.

Entonces llegué a la conclusión, después de darle muchas vueltas, de que efectivamente no nos había llegado porque en realidad sus protagonistas no nos la habían contado.

Los informes que tenemos valen para la parte oficial de la vida, pero lo que es el legado humano que trae una historia a la memoria popular es la voz en primera persona.

Así que no tenía sentido escribir un artículo, porque eso no iba a llegar a donde yo quería: ¿qué hay que hacer para que esta historia se conozca?

Lo que hay que hacer es recrear esas voces, recrear el relato popular, la memoria colectiva. Y para eso es necesaria una novela, una ficción y que la ficción, en cierto modo, enmiende la realidad.

Portada del libro "Azucre"

FUENTE DE LA IMAGEN – PEPITAS ED.

Y el producto es «Azucre», que es una novela histórica, técnicamente, pero no tan histórica desde el punto de vista formal, ya que los datos históricos están ausentes, y la voz recae totalmente en los protagonistas.

La prioridad era ver la situación desde los ojos de ellos.

Claro que la novela tiene una documentación formal muy seria. Aunque en el texto los datos no están, me tuve que estudiar todo lo que pasó para poder construir el mundo que les rodea y colocarlos a ellos en las situaciones adecuadas.

La clave era entender cómo se habían visto personas que salen de su aldea, que no conocían nada, y de repente los meten en un barco, los llevan al otro lado del mundo sin tener ni idea.

Muchos de ellos no habían visto el mar en su vida, no sabían leer, no sabían escribir, y aparecen en Cuba, que era como otro planeta, y están completamente indefensos ante lo que les va a suceder.

Esa era la historia potente realmente. Lo importante, lo crucial, lo fundamental eran las voces de ellos.

Son personajes además muy familiares para aquellos conectados con historias de emigración, aquellos jóvenes que emigran de su pequeña aldea y se enfrentan a un mundo absolutamente desconocido. Son los protagonistas de la historia colectiva de Galicia.

Al principio, cuando ya sabía que tenía que ser una novela, mi primer impulso fue pensar «yo no puedo escribirla, porque yo escribo literatura contemporánea, poesía. Yo no tengo la voz para contar esto».

Pero al instante pensé en mi abuelo, que era un señor labrador de una aldea cerca de Santiago de Compostela y que nunca tuvo un trabajo cualificado y que mal leía y escribía. Y pensé «claro, es que mi abuelo hubiera sido uno de ellos perfectamente».

Ahí fue cuando me di cuenta de que yo a ellos los conocía, sabía quiénes eran, pues son la memoria de mi abuelo, de mi bisabuelo, lo que ellos contaban de las romerías, de marcharse, de pasar hambre.

Y eso hace que, aunque tú no lo hayas vivido, sigues teniendo un contacto muy fuerte con toda esa memoria.

«Azucre» es casi una historia de horror y, sin embargo, te quedas pegado a la entrañabilidad e inocencia de sus personajes…

A mí lo que más me preocupaba cuando la escribí era que, del mismo modo que para mí ellos eran gente muy real, yo quería que los lectores se encariñaran con ellos.

Porque al ver la novela desde la contracapa tú ya tienes el spoiler entero, ya sabes que van a ir de esclavos. Cuando rompes esa tensión de la narración desde el inicio, tiene que haber un aliciente para continuar leyendo.

Entonces mi única baza era justamente conseguir que se encariñaran y que quisieran ver qué les va a pasar.

Me dijeron en una presentación que «Azucre» era una obra sobre la pérdida de la inocencia. Y me pareció que estaba muy acertado

Normalmente, cuando una persona se hace adulta de repente suele ser siempre por un trauma, o bien por una muerte, por una pérdida, por un ataque, por una guerra…

Y eso es lo que les pasa a ellos, que dentro de su pobreza y de sus condiciones de vida eran gente inocente, niños inocentes, que de pronto lo único que tienen por delante es la supervivencia.

Y sí quería que dentro del horror hubiese trazos de luz, porque si no sería insoportable de leer. Y parte de eso era que fuesen simpáticos, tiernos, que fuesen capaces de hacernos reír a pesar de todo lo que les estaba pasando.

Que también es parte de la realidad de las historias, incluso en los momentos más terribles.

Bibiana Candia

FUENTE DE LA IMAGEN – ÁNGEL MANSO

¿Sentiste que había como una especie de deuda para con ellos?

Totalmente. Yo creo que por un lado esta novela es un homenaje a ellos.

Es verdad que nuestra literatura le ha rendido muchos homenajes a la inmigración, pero a mí me parece que sobre todo hoy en día, que estamos más distanciados de sus generaciones, todavía es más necesario tener una idea muy clara y muy sólida de cómo fue la vida hace nada.

Creo que es importante tener claro de dónde venimos para saber quiénes somos.

Y toda esa historia que nos precede, tanto si la afrontamos como si no, nos va a afectar exactamente igual.

Por tanto, nos hace más adultos como sociedad ser conscientes de lo que tenemos por detrás, de que hubo gente muy próxima a nosotros, en unas generaciones muy próximas, que lo pasó muy mal.

Yo creo que en la construcción de nuestra memoria colectiva, nos han contado sobre todo la historia de los héroes y de las grandes gestas, y que la memoria de los antihéroes, de los pobres de la tierra, de los nadies, no niega pero sí matiza mucho esa historia de la épica.

Me parece que es muy importante tener claro que todas las gestas se construyen muchas veces sobre las vidas de muchos desgraciados.

Nosotros ahora, por fortuna, estamos en el lado más favorecido del mundo, pero esas cosas cambian, son cíclicas, y ahora hay otros Orestes y otros Rañeta que están tratando de encontrar un futuro mejor en otros puntos del mundo.

Lo vemos ahora en las historias y las penurias de tantos migrantes, incluidos los centroamericanos que atraviesan México para llegar a Estados Unidos.

Es una constante.

El siglo XIX fue el principio del comercio global. De hecho, el primer producto que globalmente atravesó el mundo para venderse fueron justamente las personas que salían de África y se llevaban a América.

Y desde entonces es exactamente igual.

El mundo se ha sofisticado tecnológicamente, pero los mecanismos que mueven el mundo son los mismos. Por lo tanto, siguen pasando las mismas infamias a nuestro alrededor.

Sigue habiendo personas desesperadas que buscan un futuro mejor y van a intentarlo por todos los medios. Y siempre va a haber también, por desgracia, gente sin escrúpulos que va a intentar aprovecharse de ellos.

Y esa gente está en el desierto de México, en las ofertas de trabajo para señoras latinoamericanas o del este de Europa que les dicen que vengan a España a trabajar en el servicio doméstico y luego se encuentran con la prostitución, que es una esclavitud terrorífica.

En el Mediterráneo lo tenemos todos los días, cuando hace un año veíamos a la gente tratando de huir colgada de los aviones en Afganistán…

Y esas historias, esas pequeñas historias, no van a estar en los libros.

Ese es un material fantástico para la literatura, que tiene un potencial enorme para contrarrestar la Historia con mayúsculas, que siempre va a ser como mucho más fría contando los sucesos.

Grabado de una plantación de azúcar en Cuba.

FUENTE DE LA IMAGEN – GETTY IMAGES. Grabado de una plantación de azúcar en Cuba.

Hablando de gente sin escrúpulos… estos chicos fueron esclavizados, por uno de los suyos, por otro gallego: Feijóo de Sotomayor. ¿Es un personaje que se intentó esconder de alguna forma?

Qué va, si tiene hasta página en Wikipedia.

Es un clásico de un señor que es diputado, que tiene completa impunidad y en realidad él sabía perfectamente que no le iba a pasar nada.

La empresa se disuelve, él se queda con todo el dinero que había recaudado hasta entonces y no tiene que indemnizar a los trabajadores, por supuesto. Y se decreta que si alguno de los trabajadores quiere solicitar una indemnización tiene que hacer una denuncia individual en un jurado de arbitraje.

Los casos, evidentemente, fueron mínimos.

Él no perdió ningún tipo de estatus por esta situación, que esto también es una historia muy moderna.

Hay gente que se aprovecha de su explotación de privilegio para conseguir un negocio, enriquecerse, hacerlo fraudulentamente o de manera criminal. Y después no ve consecuencias por sus actos.Y continúa además con su consideración social.

En la novela aparece básicamente como un fantasma, literalmente, por dos razones: porque para mí lo primordial eran las voces de ellos y porque además es un personaje sobradamente conocido, hemos conocido a muchos como él. Es un villano muy clásico.

Este artículo es parte del Hay Festival Querétaro, un encuentro de escritores y pensadores que se realiza del 1 al 4 de septiembre de 2022.

Imagen de portada: «Azucre» es la primera novela de la autora gallega Bibiana Candia. RICARDO DOMINGO/CORTESÍA FUNDACIÓN TELEFÓNICA

FUENTE RESPONSABLE: Mar Pichel. HayFestivalQuerétaro@BBC Mundo. 3 de septiembre 2022.

Sociedad y Cultura/España/Cuba/Migraciones/Explotación/Literatura/ Novela