¿Ser protagonista, espectador o pianista?

Nadie es eterno. Nadie lo será jamás. Sólo unos pocos, narcisistas empedernidos, aspiran a serlo. 

¿Quién quiere ser eterno? ¿O qué supone pasar a la historia, cuando nuestra eternidad no se materializa al estar vivos, sino, paradójicamente, al morirnos? 

Cuando los vivos que nos conocieron son los encargados de recordarnos. De contar no ya quiénes fuimos, sino cómo fuimos; de contar nuestros defectos y nuestras virtudes sin que sintamos el más mínimo efecto de palabras lastimeras, injustas, desmerecidas o, por el contrario, bien avenidas. 

Bien certeras y clarificadoras que reúnen y resumen a la perfección nuestro ‘yo’. O al menos una versión del ‘yo’ que hemos querido —en vida— desenmascarar. 

Pero hay tantos prismas, tantas aristas de un mismo rostro, tantas las personas que nos miran y analizan que resulta agotador adaptarse a la visión de cada espectador. Pasa como con toda obra de arte. Y en este sentido, poco hay más interesante que contemplar una o varias obras acompañado de otra persona. 

Por ejemplo, cuando se recorren los pasillos laberínticos de un museo y uno se detiene ante un lienzo que le sobrecoge, pero su acompañante pasa de largo, porque a éste le estremece más el de al lado. La mayoría de las veces la visión que tiene uno sobre la obra resulta ser la antítesis de la intención del creador, pero eso nos da igual. La emoción que hemos sentido es lo que importa. 

Esa emoción intacta. Única. Eterna. Sólo las emociones son eternas. Sólo las emociones nos sobreviven y nos superan, pues son más inefables que nosotros. 

Más perfectas, más definidas. Carentes de aristas. Carentes de versiones de ellas mismas. Y en todo caso, antes de que nosotros pasemos a la historia, lo que pasará primero será nuestro testimonio. 

Nuestro discurso acerca de lo que hemos contemplado, sentido o vivido, como cuando recordamos la obra, pero olvidamos el nombre del autor. Y esa sensación es la que transmitimos a nuestro acompañante haciéndole partícipe de nuestra interpretación. Describimos minuciosamente lo que nos ha hecho sentir. Y si el acompañante es de los buenos, de los que se prestan a escuchar atentamente, quedará embelesado y le costará olvidar lo pronunciado y lo recordará con el paso de los años. 

Y si el lector es ávido, jamás olvidará las palabras que ha leído, cuya impresión, lejos del papel, ha ido a parar a un lugar más verdadero y, a su vez, más abstracto. 

Ese espacio que sólo nos pertenece a nosotros pues somos nosotros quienes lo habitamos. Sin compañía alguna, en completa soledad, donde además de Verdad, hallamos también Libertad. 

Un espacio similar al que describió Anne Carson en su Podrías I, que decía: “Si no eres la persona libre que quieres ser busca un lugar donde puedas contar la verdad sobre ello (…). La franqueza es como una madeja que se produce a diario en el vientre, tiene que desenrollarse en algún lado (…). No se trata de encontrar un lector, se trata de contar. Piensa en una persona de pie, sola en un cuarto. La casa está en silencio. La persona lee un pedazo de papel. No existe nada más. Todas sus venas se pasan al papel. Toma la pluma y escribe en él unos signos que nadie más va a ver, le confiere así como una plusvalía, y todo lo remata con un gesto tan privado y preciso como su propio nombre”. 

En esa escena íntima en la que únicamente se necesita un papel en blanco y una mano que dirija la pluma no se piensa siquiera en la eternidad. 

Ni que ese papel vaya a transcender como podría hacerlo, en consecuencia, el nombre de quien lo firma. A esa persona que escribe ni se le pasa por la cabeza pasar a la historia, pues su máxima aspiración, en ese instante, es ser espectador de su vida, de su obra de arte. Tomar distancia y desligarse. 

Desdoblarse por medio de la caligrafía manchada de tinta. Salirse de sí para contemplarse y entenderse. Para poder mirarse, sin juicios, sin reproches, y comprenderse descubriendo y desnudando el ‘yo’. “No se trata de encontrar un lector”, afirma Carson, “se trata de contar” y de contarse, añadiría.

¿Y no sucede que a veces nos gusta más ser espectador que protagonista? 

Gustaba a García Márquez recordar la anécdota del bar de Zúrich en el que se refugió del temporal de nieve que asolaba la cuidad a la espera del próximo tren que tenía que coger. 

Según Gabo, la penumbra reinaba en el local, un hombre tocaba el piano protegido más por la sombra que por la luz y a pocos metros de él, bailaban los clientes, parejas de enamorados, al son de lo que el pianista interpretaba. 

Viéndolo, Gabo supo que de no haber sido escritor, le habría gustado ser ese pianista que escondía su rostro y sólo tocaba para que los enamorados se amaran más. El que años más tarde sería galardonado con el Nobel de Literatura, a quien casi todo el mundo podía conocer y reconocer, pasó desapercibido en ese bar donde los únicos protagonistas eran los amantes y el pianista sin rostro ni nombre, y él, un mero espectador. Un desconocido más.

Les contaré otra anécdota. Hace tiempo fui al piso de un amigo al que hacía tiempo que no veía. Bebimos, reímos, nos contamos lo que no queríamos decir, callamos lo que sí, y sobre las dos, tres de la mañana, noche cerrada, nos sentamos en el alféizar de su ventana. A partir de ese momento, no hicieron falta las palabras. El vinilo había dejado de sonar. La botellas vacías estaban esparcidas por el suelo, y el cenicero, atiborrado de colillas. 

No hacía frío, pero tampoco calor. Afuera, sólo veía un desierto pavimentado con coches aparcados. Nadie subía, nadie bajaba. Y en los pisos de enfrente, detrás de las ventanas encendidas pensaba que podía haber otras parejas, jóvenes, adultas, ancianas; otros amigos, otras familias. 

Todo lo que me rodeaba era lejano, distante, frío, incluso el cielo estrellado. Todo, salvo él. A quien tenía cerca y podía sentir a pocos centímetros de mí. Nos miramos y sonreímos. “Estáis de foto”, dijo una voz que provenía del compañero de piso que acababa de entrar y al que ni siquiera habíamos oído llegar. 

Se quedó un rato ahí plantado, observándonos en la penumbra. Estudiándonos. Queriendo pasar desapercibido y, al mismo tiempo, seducido por lo que estaba viendo. 

Quería irse, no molestar, pero también quedarse y seguir mirando. Sentarse, esconder su rostro y tocar una pieza sólo para nosotros. Este compañero de piso, era el pianista que sin piano tocaba. 

Y nosotros, los amantes que sin bailar, bailaban, que sin tocarse se rozaban y sin querer se querían. Esa noche, supe que de no haber sido protagonista, hubiera querido ser la espectadora de la escena que representaba. Imagen de una fotografía jamás sacada.

Imagen de portada: Casablanca (Archivo)

FUENTE RESPONSABLE: Zenda. Apuntes, Libros y Cia. Por Beatriz Duarte. Editor: Arturo Pérez-Reverte. 31 de enero 2023.

Sociedad y Cultura/Vida/Emociones/Gabriel García Márquez/Anne Carson.

«Fue un capricho»: la historia de los 15.000 libros que el gobierno de Pinochet le quemó a Gabriel García Márquez.

El 28 de octubre de 1986, después de varios días de viaje, el Peban, un vapor de bandera panameña, atracó finalmente en el puerto chileno de Valparaíso. Mientras se preparaba para diligenciar los papeles de aduana, la tripulación recibió la noticia de que se procedería con la incautación de una parte del cargamento.

El capitán, que estaba seguro de que todo lo que llevaba en su barco estaba en regla, preguntó cuál era la mercancía que iban a retener.

La respuesta oficial fue la que menos esperaba: «Los libros», específicamente, 15.000 ejemplares de «La aventura de Miguel Littín clandestino en Chile», escrito por el ganador del premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez que habían sido enviados desde el puerto de Buenaventura, en Colombia.

Y que debían llegar a manos de Arturo Navarro, el representante de la editorial Oveja Negra -que publicaba los libros del Nobel en aquellos años- en Chile.

El libro narraba las peripecias que había que tenido que sortear el cineasta chileno Miguel Littín, quien vivía en el exilio desde el golpe de Estado que llevó a Augusto Pinochet al poder en 1973.

Littín había vuelto a Chile durante dos semanas en 1985 para filmar en la clandestinidad un documental sobre lo que estaba pasando en el país 12 años después de la irrupción militar.

Arturo Navarro

Arturo Navarro era el representante de la editorial Oveja Negra en Chile.

Luego estrenaría el documental «Acta Central de Chile» en el Festival de Cine de Venecia del 86.

Pero el libro de García Márquez iba más allá: contaba sobre todo detalles que no aparecían en la cinta como por ejemplo el encuentro de Littín, quien se había hecho pasar por un empresario uruguayo, con el propio Pinochet en los pasillos del Palacio de la Moneda, donde el presidente de facto no lo reconoció.

«Yo me enteré de la incautación de los libros dos semanas después porque estaba fuera del país», recuerda Arturo Navarro tomándose un café bajo la nave central del Museo Nacional de la Memoria en el corazón de Santiago.

Navarro había regresado de un viaje por EE.UU. a visitar a su familia cuando se encontró con un mensaje de alerta en el contestador automático de su casa. Era de su agente aduanero y le describía una situación crítica: «Arturo, me dicen que los libros fueron quemados».

Arturo Navarro. Esto fue un capricho de Pinochet: no quería ver un libro, mucho menos después del atentado, en el que básicamente describen cómo le habían metido los dedos en la boca»

Para Navarro, el cargamento era fundamental: era el principal producto que esperaba exponer durante la feria del libro de Santiago, que se iba a celebrar pocas semanas después del incidente.

Él, que había sido empleado de la Editorial Nacional Quimantú (ampliamente perseguida por el régimen) y había visto a los militares ejercer la destrucción de libros en primera fila, también sabía que el régimen de Pinochet había flexibilizado sus políticas de censura.

En ese contexto, creyó que la incautación debía ser más un malentendido que un acto de represión y decidió viajar a Valparaíso para resolver el problema personalmente.

«El libro ya había sido publicado en capítulos en Chile por una revista (Análisis) meses antes», señala Navarro. «Sin embargo, lo que me preocupaba es que de acuerdo a la prensa, la incautación de los libros se debía al mal estado de los contenedores, que me parecía una disculpa inusual».

Portada revista Cauce

FUENTE DE LA IMAGEN – ARTURO NAVARRO. La noticia salió en varios medios locales.

Los ejemplares habían quedado bajo el control de la jefatura de Zona en Estado de Emergencia, a cargo de militares.

Cuando Navarro se acercó al edificio castrense donde podría intentar rescatar los libros, percibió de inmediato la tensión que se sentía dentro del gobierno por esos días: un mes y medio antes, el 7 de septiembre, militantes del Frente Patriótico Manuel Rodríguez habían estado muy cerca de acabar con la vida de Augusto Pinochet, en un feroz atentado cuando este regresaba a Santiago desde su residencia en el Cajón del Maipo, a unos 50 kilómetros de la capital.

El asalto había dejado cinco escoltas muertos y varios heridos.

«En el edificio logré hablar con un militar de rango medio al que le pedí que al menos me permitiera devolver los libros a Lima», señala. «Pero después de hacer un par de llamadas, finalmente me dijo ‘Navarro, no se preocupe, que los libros ya los quemamos'».

La versión en los medios se mantenía: contenedores en mal estado, lo que podría explicar la incautación, pero nunca la incineración.

Para Navarro era claro que la orden había venido de arriba y, aunque no tuviera pruebas, no se iba a quedar quieto hasta que la gente supiera que el régimen de Pinochet había mandado a quemar 15.000 volúmenes de nada menos que un premio Nobel.

Diario Neerlandez

FUENTE DE LA IMAGEN – ARTURO NAVARRO. La noticia apareció en el diario neerlandés NCR.

«Yo sigo sosteniendo que esto fue un capricho de Pinochet: no quería ver un libro, mucho menos después del atentado, en el que básicamente describe cómo le habían metido los dedos en la boca», afirma Navarro.

La noticia lo dejó abatido y sin ejemplares para la feria.

Entonces convocó a ruedas de prensa para dar a conocer lo que había pasado, hizo la denuncia pertinente ante la Cámara Chilena del Libro y aunque dentro del país no hubo mucho eco, en el mundo sí publicaron la noticia.

Navarro guarda recortes de prensa de medios de Grecia, Holanda y Estados Unidos que hablan de los ejemplares calcinados.

Pero quedaba por saber qué era realmente lo que había pasado. «Yo de verdad no creía nada de lo que me habían dicho. Ni siquiera que los habían quemado».

Uno de sus colegas le recomendó que el mejor camino para obtener una respuesta del régimen era la vía diplomática, por lo que decidió acudir a la embajada de Colombia, país de donde originalmente habían salido los libros.

«Ahí conocí a Libardo Buitrago, el cónsul colombiano, quien se ofreció a ayudarme».

Documento.

FUENTE DE LA IMAGEN -ARTURO NAVARRO. Este es uno de los pocos documentos donde el régimen de Pinochet aceptó que había quemado libros.

Poco después, gracias a la presión de un país extranjero, le llegó al cónsul un papel muy revelador, una carta fechada del 9 de enero de 1987, firmada por el vicealmirante John Howard Balaresque, en la que no solo se confirma la incineración de los libros sino también las razones: a los ejemplares de «La aventura de Miguel Littín clandestino en Chile» se les impuso «una medida de censura previa» por considerar que el contenido «transgredía abiertamente las disposiciones constitucionales».

«Ese papel es el único documento oficial que existe en el que el régimen de Pinochet acepta que quemó libros y que lo hizo por censura. Algo imposible de obtener en esos tiempos», relata Navarro.

«Y ahora está acá, en el Museo de la Memoria».

El documento, con firma oficial, le sirvió a la editorial Oveja para poder cobrar el seguro por la pérdida, pero además implantó en la cabeza de Navarro una certeza que no lo abandonó nunca más: la cultura sería clave en el fin del régimen.

«Esta represión a los libros, a la cultura, se daría vuelta y terminaría siendo uno de los principales motivos por los que Pinochet saldría del poder. Porque fueron los cantantes, los artistas, los escritores quienes serían fundamentales en la campaña de votar No en el plebiscito de 1988 que acabaría con la dictadura», concluye.

Imagen de portada: GETTY IMAGES. Augusto Pinochet se hizo con el poder en Chile mediante un golpe de Estado el 11 de septiembre de 1973.

FUENTE RESPONSABLE: Alejandro Millán Valencia; Enviado especial Santiago de Chile. 3 de junio 2022.

Sociedad y Cultura/Literatura/Chile/Colombia/Censura/García Márquez.

 

 

 

La novela Cien años de soledad aterrizará en Netflix.

La emblemática obra del escritor Gabriel García Márquez tendrá su adaptación en el gigante del streaming. Los detalles del esperado proyecto.

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Se confirmó que Cien años de soledad llega a Netflix. Fue el propio Rodrigo García Barcha, hijo del reconocido escritor, quien en la octava edición del Festival Gabo en Colombia había confesado que se estaba trabajando en una adaptación de la obra para llevarla a la plataforma.

La idea era contar con un elenco latinoamericano y que sea íntegramente en español. Para la búsqueda de los protagonistas, se pensó en una convocatoria abierta a través de un sitio web que estará disponible durante un mes (desde el 23 de junio hasta el mismo día de julio) y aceptará la postulación de personas con y sin experiencia en actuación.

De Pablo Neruda hasta Bill Clinton: aparecen cartas dirigidas a Gabriel García Márquez

Cien años de soledad es una de las obras maestras del siglo XX y se ha convertido en un referente literario de Colombia para América Latina y el mundo. Es innegable que la cultura colombiana ayudó a establecer la narrativa del realismo mágico y, por esta razón, dedicaremos el tiempo y esfuerzo necesario para que, tanto los personajes como las locaciones, estén a la altura de la obra del Nobel colombiano” expresó Francisco Ramos, Vicepresidente de Contenido para América Latina en Netflix.

Cien años de soledad

Uno de los grandes desafíos que tendrá el amplio equipo es encontrar las locaciones ideales para la realización de la serie de 20 horas, según García Barcha, ya que deberán estar en sintonía con los lugares imaginarios del autor de la novela.

Imagen de portada: Gabriel García Márquez | INSTITUTO MEXICANO DE CINEMATOGRAFÍA-CEDOC.

FUENTE RESPONSABLE: Perfil. Argentina. Por Juani Fernández Juvé. 28 de junio 2022.

Sociedad y Cultura/Cinematografía/Gabriel García Márquez/Netflix

Gran sorpresa detrás del hallazgo de una “caja escondida” con las cartas de García Márquez.

La familia del Nobel colombiano buscaba unas fotografías a pedido de LA NACIÓN cuando encontró una caja con la correspondencia inédita del escritor; lo cuenta su nieta.

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CIUDAD DE MÉXICO.- Pocas añoranzas son tan hondas como las despedidas, de ahí que existan espíritus empeñados en regresar. Gabriel García Márquez pertenece a esa clase: se propuso burlar a la muerte, por eso vuelve de tanto en tanto. Su más reciente reaparición acaba de conocerse: a través de una “caja escondida” que contenía cerca de 150 cartas de figuras de la literatura, el cine y la política como Pablo Neruda, Carlos Fuentes, Robert Redford, Woody Allen, el Rey Juan Carlos, Fidel Castro y Bill Clinton. Estaban en bolsas de plástico, presumiblemente guardadas por Mercedes Barcha, esposa de Gabo. Algunas de ellas ya se exhiben en la casa donde hace ocho años moría el escritor en México.

Un mensaje de Woody Allen a Gabo, en el que expresa que espera volver a verlo pronto en Nueva York

Un mensaje de Woody Allen a Gabo, en el que expresa que espera volver a verlo pronto en Nueva York. RODRIGO OROPEZA.

Fue toda una sorpresa conocer que el hallazgo tuvo lugar cuando la familia del escritor buscaba unas fotografías que le había solicitado LA NACIÓN para ilustrar una nota sobre el día en que el colombiano más célebre recibió el Premio Nobel. 

Para esa historia, publicada en esta sección durante los homenajes en la Feria del Libro de Buenos Aires, se visitó en exclusiva la casa del sur de la ciudad con la guía y el testimonio de Gonzalo García Barcha, el hijo menor del autor de Cien años de soledad. “Mi padre y yo estábamos buscando fotos para el aniversario del Nobel, esas fotos eran para ti -confirma Emilia García Elizondo, nieta de García Márquez, cuando vi en uno de los libreros una caja blanca de plástico con una etiqueta con escritura negra que decía ‘nietos’. Decidí bajarla y abrirla. Ahí encontramos alrededor de 150 cartas provenientes de gente como Bill Clinton, Robert Redford, Carlos Fuentes, Richard Avedon, entre otros”, revela el momento del hallazgo.

Aproximadamente cuarenta de esas misivas son ahora objeto de una exhibición, Gabo a 40 años del Nobel: El escritor sí tiene quien le escriba, en la Casa de la Literatura Gabriel García Márquez, que funciona en el que fue el hogar del escritor, su esposa y sus dos hijos varones.

Emilia García Elizondo, en el escritorio de su célebre abuelo de la casa de México; la nieta de Gabriel García Márquez contó a LA NACION la trastienda del hallazgo de las cartas

Emilia García Elizondo, en el escritorio de su célebre abuelo de la casa de México; la nieta de Gabriel García Márquez contó a LA NACIÓN la trastienda del hallazgo de las cartas. Alberto Torres – CLGGM

Emilia, a cargo de la dirección de este espacio cultural, aún no entiende qué hacía ahí la correspondencia, datada entre 1973 y 2013. “No estaban dispuestas de ninguna manera en particular, y no tenemos una idea clara de por qué no fueron incluidas en el archivo completo del Harry Ransom Center, de la Universidad de Texas”, que conserva todo el legado desde 2014. Pero la familia tiene una teoría. “Creemos que Mercedes quizás sentía que algunos de los temas de las cartas eran algo delicados y prefirió resguardarlos. Aunque no estamos seguros de esto. Algunas trataban el tema de la enfermedad de Gabo”, cuenta la nieta.

Querido Gabo: la caja de cartas contenía envíos con la firma de Robert Redford, Carlos Fuentes, el Rey Juan Carlos, Fidel Castro, Bill Clinton y Richard Avedon, entre otros artistas y políticos de todo el mundo

Querido Gabo: la caja de cartas contenía envíos con la firma de Robert Redford, Carlos Fuentes, el Rey Juan Carlos, Fidel Castro, Bill Clinton y Richard Avedon, entre otros artistas y políticos de todo el mundo. Emilia García Elizondo.

Misivas como la de Pablo Neruda, que le confirma una cita en París con “Mario, Cortázar y los Donoso”, por ejemplo, recuerdan la relevancia de Gabo en la literatura a escala mundial. En una de esas cartas, de 1988, Robert Redford le agradece su visita al festival de cine de Sundance, en Utah, Estados Unidos, y lo felicita por su cumpleaños número 61. “Estás en una edad en la que probablemente no quieras que te recuerden por tu edad, pero si juegas bien tus cartas, puedes vivir para siempre”.

También para desearle felicidades el 6 de marzo, el Rey Juan Carlos se comunica por telegrama. Desde La Habana, Fidel Castro le cuenta a García Márquez que un periodista italiano lo entrevistó durante quince horas para la televisión: “Dice ser amigo tuyo”.

Argentina, vínculo en dos exhibiciones

De manera contemporánea, otra exhibición tiene a García Márquez como protagonista. La creación de un escritor global, que se desarrolla en el Museo de Arte Moderno, en Ciudad de México, incluye manuscritos de sus obras, libros, cartas, films, guiones, fotografías, objetos personales. Está organizada en siete núcleos temáticos que exploran su vida y trayectoria. 

La curaduría es del investigador y escritor Álvaro Santana-Acuña, profesor asociado de la cátedra de Sociología en el Whitman College de Washington. “Son casi 300 piezas, nunca antes exhibidas en América Latina, que representan una oportunidad irrepetible para conocer cómo Gabriel García Márquez se volvió un escritor global”, dice Santana-Acuña a LA NACIÓN. 

El académico destaca cómo la Argentina está presente en la narrativa de la muestra, a través de algunas “piezas estrellas”. Una de ellas, por ejemplo, es un manuscrito de una charla que Jorge Luis Borges ofreció en la Universidad de Texas. O la portada que la revista Primera Plana dedicó para promocionar Cien Años de Soledad y los avisos publicitarios de la editorial Sudamericana en Buenos Aires.

Paralelamente a la muestra de cartas en la casa de Gabo, se exhiben manuscritos, libros, cartas, guiones, fotografías y otros objetos personales. "Son 300 piezas nunca antes exhibidas en América Latina", dice a LA NACION el curador, Álvaro Santana-Acuña

Paralelamente a la muestra de cartas en la casa de Gabo, se exhiben manuscritos, libros, cartas, guiones, fotografías y otros objetos personales. «Son 300 piezas nunca antes exhibidas en América Latina», dice a LA NACIÓN el curador, Álvaro Santana-Acuña, gentileza de Alvaro Santana-Acuña

Hará falta tiempo para que se conozcan el resto de las cartas que la familia guarda y que se incorporen al archivo de la Universidad de Texas. “Quizás se puedan conocer en el futuro”, piensa Emilia García Elizondo. 

No sería extraño que ese deseo encuentre luz a partir de una certeza de Gabo, que supo que para enfrentar al olvido y las despedidas era necesario retirarse sin formalidades. “Yo nunca me despido porque el que se despide no vuelve”, dijo. Más que una superstición, puede que fuera su promesa.

Imagen de portada: El escritor sí tiene quien le escriba: carta de Robert Redford, una de las celebridades que tenía correspondencia con García Márquez. Emilia García Elizondo

FUENTE RESPONSABLE: La Nación. Cultura. Por Gisela Antonuccio. 24 de junio de 2022.

Sociedad y Cultura/Literatura/Gabriel García Márquez/Cartas

El escritor en su laberinto: la historia desconocida detrás del Nobel a García Márquez.

Gonzalo García, el hijo de Gabo, recibe a la LA NACIÓN en la casa de México donde conoció la noticia de la Academia Sueca y Rodolfo Terragno cuenta el proyecto que desvelaba entonces al colombiano: fundar un diario; hoy La Feria del Libro le rinde homenaje a 40 años del premio.

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Ciudad de México. También la materia de los sueños más codiciados puede convertirse en una visión desencantada. Aun para aquellos acostumbrados a sacar provecho de sus alucinaciones. Le sucedió a Gabriel García Márquez casi cuarenta años atrás, al recibir el anuncio del Premio Nobel de Literatura.

Hacía tiempo que el colombiano acariciaba la ilusión del galardón. Sin embargo, la mañana del 21 de octubre de 1982, cuando el célebre escritor de América Latina recibió la llamada de la Academia de Letras de Suecia, esa conquista activó en su mente un temor escondido, su premonición fatal. Ahí, quizás, estaba la significación más compacta de su final, perforando las oscuridades de su corazón: ¿Y si se trataba de la muerte?

La Academia de Suecia fundó su decisión de premiar al autor de Cien Años de Soledad “por sus novelas e historias cortas, en las que lo fantástico y lo real se combinan en un mundo ricamente compuesto de imaginación, lo que refleja la vida y los conflictos de un continente”.

Gabo y Mercedes recrearon la foto junto al árbol de caucho en la casa de Pedregal, México, donde en 1982 los "sorprendió" la noticia del Premio Nobel de Literatura

Gabo y Mercedes recrearon la foto junto al árbol de caucho en la casa de Pedregal, México, donde en 1982 los «sorprendió» la noticia del Premio Nobel de Literatura. Editorial PRH

Hace 40 años, en su casa del Pedregal, al sur de la Ciudad de México, donde se instaló y puso fin a las mudanzas de su exilio, Gabo debió entendérselas con lo real y lo fantástico como nunca antes; esta vez, no era él quien dominaba el lenguaje de las conspiraciones. 

Así lo hace pensar el encuentro con LA NACIÓN de su hijo Gonzalo García Barcha, diseñador gráfico y editor, a escasos metros del árbol de caucho donde su hermano Rodrigo tomó la famosa fotografía de sus padres -ambos en bata y ropa de cama- tras recibir la noticia. 

Gabo era muy supersticioso. Tenía explicaciones para no ganar el premio. Decía que no quería porque ningún Premio Nobel había sobrevivido más allá de cinco años. Era su excusa”, rememora. Camus lo obtuvo en 1957 y murió en 1960; Faulkner, en 1949 y falleció en 1962. 

Los recuerdos del hijo vuelven a pocas horas del homenaje que tendrá lugar este jueves en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, con la participación vía streaming del cineasta Rodrigo García Barcha desde Los Ángeles, la presencia de Jaime Abello Banfi, director de la Fundación Gabo, y de Ezequiel Martínez, director de la Feria, con motivo de los 40 años del Nobel a García Márquez.

La huida de la posteridad

Meses atrás, esta sala en la que ahora su hijo se entrega a los recuerdos, albergó para un público reducido el armario de Gabo, que exhibió el vestido que Mercedes se mandó a hacer para el Nobel. Gonzalo entrelaza sus manos -semejan las de Gabo- y se pierde en el afuera. 

El jardinero riega con esmero las rosas, como si Mercedes estuviera por regresar, para contemplarlas después de la siesta. El aire seco de la primavera azteca se vuelve fresco por un instante y las lagartijas huyen de sus escondites, como si quisieran recuperar el calor del que fueron arrancadas. El aroma a flores se mezcla con el de la madera lustrada de los muebles. 

Los tapizados blancos lucen inmaculados, como si escogieran la modestia a presumir el rastro incesante de visitantes. Entonces su hijo mira hacia arriba, quizás al primer piso de la casa donde García Márquez pasó sus últimos días, y dice: “El Nobel lo cambió todo”. Fue ahí, asegura, que comenzó la mayor tarea de Mercedes Barcha, la de buscar un respeto entre lo público y lo privado. “No somos figuras públicas”, evoca Rodrigo García a su madre en su libro Gabo y Mercedes, una despedida.

El libro que Rodrigo García, uno de los hijos de Gabo, escribió tras la muerte de sus padres, lleva en la portada la imagen que él mismo tomó el día que conocieron la noticia del Nobel

El libro que Rodrigo García, uno de los hijos de Gabo, escribió tras la muerte de sus padres, lleva en la portada la imagen que él mismo tomó el día que conocieron la noticia del Nobel. Editorial PRH

“Nadie pensaba en la posteridad en ese entonces”, reflexiona el hijo, que tenía veinte años. La poca oportunidad para cruzar palabras con su padre en Estocolmo, quizás, debió ser un presagio. 

“Gabo iba poniéndose cada vez más famoso. Entraba y salía mucha gente de la casa. Hubo un momento en que salir con él era un evento. Ya muy mayor siento que lo necesitaba. Le gustaba salir y sentir el contacto con el otro. Mi madre hacía los filtros, pero había gente que lograba franquearlos”. 

Esa “faceta alienante de la fama”, como refiere Rodrigo, fue la causa probable de que él y su hermano estudiaran y trabajaran fuera de México, volviendo cada tanto. Pero mientras esa fama crecía, y el nombre de Gabriel García Márquez ingresaba en la eternidad, para todos estuvo prohibido hacer planes póstumos.

“¿La posteridad? Nada lo decidió él”, revela Gonzalo. “Él no quería saber absolutamente nada del después. Era parte de su superstición. No se podía hablar de la muerte ni de lo que iba a suceder después de él. Mercedes era mucho más planeadora y por eso había un testamento. Pero no existía manera de hablar con Gabo de nada de eso. No dispuso nada. Nunca hubo ninguna disposición póstuma de su parte. Mi madre iba guardando cosas y hubo un momento en que la empezamos a guiar. 

Rodrigo los dirigió hacia el Harry Ransom Center (de la Universidad de Texas, donde se encuentra el archivo digital personal y familiar)”, cuenta. También esa aversión a la desaparición la narra Rodrigo, cuando cita a su padre: “Después de mí hagan lo que quieran”. García Márquez murió en 2014.

Un Nobel obsesionado con fundar un diario

“Gabo más o menos sabía que podía ganar el Nobel. De alguna manera -creo- lo estaba esperando. Aunque no tengo elementos para demostrarlo”, dice Jaime Abello Banfi, director de Fundación Gabo, quien conoció al escritor un año después del premio. Sostiene que desde antes de recibirlo, y aún después, “la mente de Gabo estaba ocupada en crear un periódico”. Iba a llamarse El Otro. “Fue Rodolfo Terragno quien lo convenció de no avanzar con la idea. Y qué bueno, porque hizo algo mayor, que fue la creación de la Fundación”, especula Abello Banfi.

El mismo historiador y político argentino recuerda en diálogo con LA NACIÓN aquellos días. Desde Francia, donde reside tras finalizar su mandato como embajador de Argentina ante la Unesco, Terragno dice: “Yo no lo conocía a Gabo cuando él me llamó desde Estocolmo, donde acababa de recibir el Nobel. Nos vimos una semana después, en París. La idea de hacer un diario le había rondado durante mucho tiempo. Cuando le preguntó a [la artista plástica] Soledad Mendoza quién había creado El Diario de Caracas ya tenía pensado hacer El Otro. Él decía que, ante todo, era periodista. Los dos tomos de Entre Cachacos, que reúnen artículos periodísticos suyos, son una prueba”.

Borges y Gabo

“El nombre de El Otro era una evocación a Borges -recuerda Terragno-. Nunca lo había oído hablar sobre Borges ni a Borges sobre él; ambos eran escritores de géneros, temas y estilos distintos; y políticamente estaban en las antípodas. Recitó uno de los dos sonetos de ‘El Ajedrez’. Me preguntó: ‘¿Qué más se puede decir del rey si ya se ha dicho que es postrero? ¿Qué más se puede decir del alfil si ya se ha dicho que es oblicuo? Borges agota la posibilidad de calificar’, dijo”. Así, recuerda Terragno, El Otro para Gabo debía contener solo adjetivos precisos; iba a prohibir, además, los adverbios terminados en “mente”, pues creía que solo demoraban las frases.

Para Gabo, Terragno debía ser el director. “Yo le decía que no le convenía crear un diario. Para mí habría sido un orgullo dirigir el diario de García Márquez, pero yo creía que a él no le convenía”, dice quien también es miembro de número de la Academia Argentina de Historia y de la Academia Estadounidense de las Artes y las Ciencias.

Para el historiador, el Nobel arriesgaba su prestigio. La carta del 6 de agosto de 1983, en la que le desaconseja que avance con esa idea, fue calificada como un “proyectil epistolar” en el libro Gabo no contado, del periodista colombiano Darío Arizmendi. Terragno guarda un recuerdo entrañable y a la vez amargo de aquel sueño, para el que incluso formaron periodistas de la que sería la redacción.

En 1985, después de tres años de distraer su mente del Nobel y soñar con el diario, ”la ficción terminó”. “Habíamos representado la fundación de un periódico, pero no habíamos encarado un plan de negocios ni la búsqueda de financiación. No habíamos pensando en importar maquinaria, ni siquiera habíamos constituido una sociedad. García Márquez no me necesitaba para crear y darle contenido a su diario”, concluye Terragno.

“Moriré siendo periodista”

Quizás la única vez que Gabo se permitió hablar de la muerte fue con Darío Arizmendi. “¿Quieres que me convierta en un viejito de pantuflas y me encierre en un cuarto para que no se me escape el aroma de la fama?”, le dijo al periodista. En las conversaciones con el periodista colombiano, García Márquez entonces se atrevió a pensar su posteridad. “No quiero que se me recuerde por Cien Años de Soledad ni por el Premio Nobel, sino por el periódico. Nací periodista y hoy me siento más reportero que nunca”, declaró.

En “El Otro”, el cuento de Borges, el escritor argentino se encuentra con su alter ego. Narra: “De pronto recordé una fantasía de Coleridge. Alguien sueña que cruza el paraíso y le dan como prueba una flor. Al despertarse, ahí está la flor”. Para Terragno, todos los periodistas que formaron parte de aquella redacción que nunca nació fueron de alguna manera “inducidos a soñar”. Mucho antes, también Gabo fue encandilado por una flor. Lo acompañó en la creación de Macondo y del resto de sus ficciones. Se dice que fue el día que leyó “Una rosa para Emilia”, de otro Nobel, William Faulkner. En Estocolmo, para recibir la medalla, lo acompañó una rosa amarilla. La superstición pervive sobre su escritorio, donde cerca de su iMac G3 aún hoy reposa un ramo de pétalos apenas abiertos, testigo póstumo de aquel encanto.

 cartas originales enviadas por Terragno a Gabo el 6 de agosto de 1983, después de un año de trabajo conjunto y formar periodistas para aquella redacción que no fue. Las fotos fueron tomadas por Terragno y compartidas con nosotros.

Cartas originales enviadas por Terragno a Gabo el 6 de agosto de 1983, después de un año de trabajo conjunto y formar periodistas para aquella redacción que no fue. Las fotos fueron tomadas por Terragno y compartidas con nosotros.Archivo familiar

Fragmento de la carta de Rodolfo Terragno a García Márquez

“El diario que imaginamos es posible y deseable, aún si no fuera tu diario. Contigo sería mucho más que un diario: un fenómeno cultural, una fuerza movilizadora de inteligencia. Con todo creo que si no modificas el proyecto, no debes seguir adelante. En esa entrega, arriesgarías demasiado. Quienes sueñan con un diario (…) aspiran a ser oídos, a ser apreciados, a ser citados; (…), buscan, en suma, prestigio y poder. En tu caso, prestigio y poder sería el capital que arriesgarías. Quizás el diario aumentara tu poder, haciéndolo más tangible y eficaz; pero éste solo cuenta si -aun cuando deseches la posibilidad de ser protagonista- aspiras a un rol político.

Estoy tratando de hacerme cargo de tu egoísmo. Con el mío, te incitaría a seguir; un medio de la trascendencia que tendría El Otro serviría a mi prestigio, sin costo para mí. Yo tomaría parte del crédito y no correría ningún riesgo. Sin embargo este negocio que para mí sería una ganancia para ti sería una pérdida (…). Te obligaría a seducir a ricos, te forzaría a chapalear en un barro cotidiano hecho de fallas mecánicos, problemas de liquidez y conflictos laborales (…). Tener una tribuna en lugar de tener todas. Devaluar tu imagen, porque la familiaridad siempre devalúa, y uno termina empequeñecido por las pequeñeces inevitables de toda rutina colectiva”.

HOMENAJE A GABO

Jueves 5 de mayo, a las 16.30. A 40 años de la entrega del premio Nobel de Literatura a Gabriel García Márquez. Participa: Jaime Abello Banfi, Rodrigo García Barcha (modalidad virtual) y Gloria Rodrigué Presenta: Ezequiel Martínez Organiza: Fundación El Libro y Fundación Gabo Sala: Alejandra Pizarnik Pabellón: Pabellón Amarillo.

Imagen de portada: Histórica imagen de la entrega del Premio Nobel a Gabriel García Márquez, en 1982; aunque quería el galardón, Gabo temía que fuera el final: los ganadores no sobrevivían demasiado después de recibir la medalla. Archivo familiar

FUENTE RESPONSABLE: La Nación. Cultura. Argentina. Por Gisela Antonuccio. Mayo 2022

Sociedad y Cultura/Literatura/Periodismo/Gabriel García Márquez

Sin empleo y en la quiebra: Así escribió el «Gabo» su obra maestra: «100 años de soledad»

El autor colombiano llegó a decir que la historia llegó a su mente en un viaje a Acapulco.

Gabriel García Márquez siempre le decía a los periodistas que la idea de escribir «100 años de soledad» se le ocurrió mientras conducía por la carretera a Acapulco para disfrutar de unas vacaciones en familia. De repente, se le vino una maravillosa epifanía que lo inspiraría a escribir la novela, dio la vuelta al automóvil y regresó a la Ciudad de México, donde vivía, para escribir el primer párrafo de la novela. 

Romántico el señor, ¿no? Siempre lo fue. Pero no era muy honesto. Así como en sus cuentos mezclaba la realidad con hechos mágicos (niños con rabo de cerdo, una epidemia de insomnio que ataca al pueblo de Macondo, y una lluvia que duró cuatro años, once meses y dos días), el «Gabo» solía contar episodios de su vida con un toque mágico. La verdad es que, en ese viaje a Acapulco, el aturo sí llegó a la playa, y la creación de su obra maestra no es tan mágica como imaginas. 

García Márquez llegó a su hotel en Acapulco a escribir el primer párrafo de la novela que cambiaría la literatura latinoamericana: «Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a descubrir el hielo…» La epifanía que tuvo mientras conducía en realidad fue un recuerdo viejo: se vio a sí mismo de chico, y su padre, como la oración lo indica, cuando lo llevó a descubrir el hielo. «100 años de soledad» es, sin lugar a dudas, una obra maestra que nadie puede negar, y quien trata de hacerlo, es porque no la ha leído, o no la ha entendido (o al contrario, la ha entendido demasiado bien). Y su historia de origen no es tan difícil de comprender, pero igual de interesante de leer. 

Seguramente te sorprenderá el link siguiente; por las imagines de la historia y el cuentista de la obra. Pincha el mismo, por favor. Muchas gracias.

Draw My Life Cien Años De Soledad

La novela está escrita a partir de las historias que le contó su abuela, momentos vividos por él mismo y vivencias de vecinos y amigos. “No hay línea en mis novelas que no esté basada en la realidad”, respondió García Márquez a su amigo Plinio Apuleyo Mendoza en una entrevista. Sus abuelos maternos fueron las figuras más influyentes en su literatura y estilo. Cuando era estudiante y leyó por primera vez «La metamorfosis» de Franz Kafka, se dio cuenta de que estaba escrito de la misma manera que su abuela le contaba historias, y pensó: “si esto se puede hacer, si escribir así es posible, entonces yo también puedo hacerlo ”. Y así comenzó su carrera literaria. Una vez que tuvo algunas novelas publicadas, pero aún no era un autor reconocido, vivió en un exilio autoimpuesto en la Ciudad de México, donde Álvaro Mutis, escritor colombiano y amigo de García Márquez, le obsequió un librito titulado» Pedro Páramo» del autor mexicano Juan Rulfo. 

Lo leyó en ese momento y no podía dormir por la noche, ni leer nada que no estuviera escrito por Rulfo en ese año porque todo lo demás parecía menos.

Estaba tan conmovido y sorprendido por la fuerza del libro que lo memorizó y pudo recitar capítulo por capítulo a sus amigos. «Pedro Páramo» fue quien inspiró la magnífica frase con la que García Márquez inició su obra maestra: “Muchos años después, el padre Rentería recordaría cómo la rigidez de su cama le impidió dormir esa noche, hasta que finalmente se vio obligado a levantarse de la cama. Fue la noche que murió Miguel Páramo ”. – Juan Rulfo 

No solo Pedro Páramo influyó en el primer párrafo de «100 años de soledad», sino también en el estilo general de la novela. Pero la verdadera historia de su creación va más allá de la lealtad, el amor y MUCHA paciencia. 

Todo se remonta a la única mujer de su vida: «La Gaba» para los amigos y para los no tan amigos, Mercedes Barcha, la esposa, cómplice y compañera de Gabriel García Márquez. Márquez, con la historia metida en la cabeza, le dijo a su esposa que le diera unos meses para terminar su novela. 

El autor no tenía un empleo y las carencias económicas no tardaron en hacerse presentes dentro de su familia, especialmente porque la pareja ya tenía 2 hijos: Rodrigo y Gonzalo. Aún así, «La Gaba» le dio los 18 meses que tardó Gabriel García Márquez en escribir su obra maestra. 

Fueron meses difíciles, donde Mercedes tuvo que endeudarse con muchísimas personas, incluyendo el carnicero, el panadero, ¡hasta los vendedores de verduras! Muchos amigos también los trataron de ayudarlos con comida, y cuando los gastos eran demasiados, la esposa hizo TODO para que su familia siempre tuviera un techo y comida. 

Casi los echan a la calle por deber meses de renta, hasta que Luis Coudurier, quien en ese entonces era oficial mayor de la alcandía de la Ciudad de México, los ayudó a mantener su renta después de una simple promesa.

Empeñaron todo, vendieron lo que podían, y su marido se dedicó a escribir 6 horas al día. «La Gaba» fue su ama de casa, esposa, contadora, tesorera, madre de sus hijos, y creadora de milagros. Pero en 18 meses, «El Gabo» terminó su obra maestra y en tan sólo un mes y medio de su publicación, se agotó la primera edición, y la novela es considerada una de las mejoras de la literatura hispanoamericana y universal. 

Imagen de portada: Gentileza de GETTY IMAGES

FUENTE RESPONSABLE: CHICMagazine. Cultura. Por Andrea Bouchot. Marzo 2021.

Sociedad y Cultura/Literatura/Gabriel García Márquez/Cien años de soledad.

 

La mujer a la que García Márquez le dedicó Cien Años de Soledad.

La actriz y escritora española María Luisa Elío apareció -junto a su esposo- en la primeras páginas del clásico del colombiano. El autor hizo el gesto en agradecimiento al rol que tuvo la ibérica durante la escritura de la novela: siempre estaba atenta a escuchar y leer sus avances. En España, Elío ha vuelto a la palestra por la edición de su obra reunida, que puede ser adquirida desde Chile.

En las primeras páginas de Cien años de soledad -de prácticamente cualquiera de sus ediciones- tras el árbol genealógico de la familia Buendía, suele venir la dedicatoria: “Para Jomí García Ascot y María Luisa Elío”. 

La segunda, una escritora española nacida en Pamplona en 1926, acaba de volver a la palestra por la edición de Tiempo de Llorar: Obra Reunida. Un libro que reúne gran parte de su escritura.

Su familia, republicana, debió exiliarse en México tras la derrota de su bando en la guerra civil española. Ahí fue donde Elío desarrolló gran parte de su trayectoria, como actriz y narradora.

María Luisa Elío.

A cargo de esa edición estuvo Soledad Fox Maura, y en declaraciones al sitio El Cultural, señaló: “Lo que me apasiona de ella es que Elío tiene una voz narrativa tan poderosa, tan bella e íntima que es muy fácil identificarse con ella y sentirse cercana a esa narradora/ protagonista y a los personajes que habitan sus palabras”.

“También es emocionante leer a una mujer nacida en Pamplona en 1926 con una voz en primera persona tan moderna, directa, y personal -agrega Fox Maura-. 

Con el trasfondo de la Guerra Civil y el dolor del exilio, el drama está servido. No nos cuenta cosas que ya sabemos, sino que es libre de centrarse en ella misma, en su mundo, sus emociones y su pasado”.

Como escritora, Elío publicó Tiempo de llorar (1988) y Cuaderno de apuntes (1995), además de relatos breves.

Su trabajo actoral se basó sobre todo en la televisión mexicana, pero también tuvo un rol en la pantalla grande con la película En el balcón vacío (1962), de corte autobiográfico. Fue dirigida por su marido, el también exiliado hispano Jomí García Ascot.

María Luisa Elío y Gabriel García Márquez.

Amiga de Gabo

Inquieta, Elío en México comenzó a vincularse con la bullente escena cultural latinoamericana de mediados del siglo XX. Su círculo incluía a gente como Octavio Paz, Leonora Carrington, Carlos Fuentes, Juan Rulfo, Emilio Prados, Remedios Varo, Alejo Carpentier y Álvaro Mutis. Entonces, era cuestión de tiempo para que conociera a Gabriel García Márquez.

Y así ocurrió. Fue durante la década de los 60, cuando el escritor colombiano Álvaro Mutis los presentó junto a sus respectivas parejas. 

Es decir, el cuarteto era Gabriel García Márquez, Mercedes Barcha, Jomí García Ascot y María Luisa Elío, y terminaron entablando un vínculo muy cercano y estrecho.

“Es una relación que ha traspasado generaciones porque yo mismo soy íntimo amigo de Gonzalo y Rodrigo, los hijos de García Márquez”, señala Diego García Elío, hijo de María Luisa, en declaraciones recogidas por El País. 

Al parecer, a María Luisa, socializar era algo que no le resultaba difícil. “Mi madre era una mujer guapa, apasionada y de carácter simpático y siempre estaba rodeada de amigos”, señala Diego.

Para inicios de esa década, el oriundo de Aracataca ya había publicado sus primeras obras: las novelas La hojarasca (1955), El coronel no tiene quien le escriba (1961), La mala hora (1962) y el volumen de cuentos Los funerales de la Mamá Grande (1962). Pero ya estaba masticando la escritura de su próxima novela.

Como señaló Enrique Lihn, la literatura es un ejercicio colectivo, por lo que es usual que un escritor muestre a sus cercanos lo que está escribiendo, con el fin de obtener un feedback. 

De este modo, “Gabo” consideró que sus nuevos amigos españoles eran los perfectos para leer lo que llevaba de Cien años de soledad.

Así, Fox Maura señala que más de una vez la misma Elío contaba: “García Márquez se pasó toda una noche contándosela antes de haber empezado a escribirla. Y a María Luisa le volvió loca”. 

De hecho, añade que la escena del cura que levitaba, al colombiano le generaba ciertas dudas, pero Elío fue quien le animó a que la mantuviera. “Gabo la llamaba a menudo para leerle los capítulos que iba escribiendo, y consultarle alguna duda”, añade la editora.

En julio del 2001, el mismo autor colombiano narró al matutino El País cómo fue esa trastienda en que la opinión de sus cercanos fue crucial para construir el libro. Y que por lo mismo, nunca dudó en que la dedicatoria del libro tenía que ser a ellos, Jomí y María Luisa.

Claro que primero, su mujer tenía que autorizarlo “Su papel fue tan importante que quiso dedicarle el libro, pero quería hacerlo bien, así que primero pidió permiso a su mujer, Mercedes Barcha ‘La Gaba’, y a Jomi, al que también se lo dedicó, para celebrar su amistad”, relata Fox Maura. El resto es conocido. Cien años de soledad salió en junio de 1967 y se convirtió en un fenómeno literario hasta nuestros días.

María Luisa Elío falleció en México, el 17 de julio de 2009. El libro Tiempo de Llorar: Obra Reunida, puede ser adquirido desde Chile vía Buscalibre.

Imagen de portada: Gentileza de La Tercera. República de Chile.

FUENTE RESPONSABLE: La Tercera PM. Cultura. Por Pablo Retamal N. Febrero 2022.

Sociedad y Cultura/Historia/Literatura/Gabriel García Marquez/María Luisa Elío/Cien años de soledad.

En el ropero de Gabo: una subasta altruista.

La nieta de Gabo escogió la ropa que el público podrá comprar desde el 20 de noviembre.

Lo recordamos: Gabriel García Márquez vistió liquiliqui al recibir el premio Nobel de Literatura de manos del rey de Suecia Carlos XVI Gustavo. Este traje –típico de los Llanos colombo-venezolanos– se exhibe en las salas del Museo Nacional de Bogotá.

Sin embargo, el resto del ropero del autor de Cien años de soledad salió a la venta esta semana. 

La subasta de los sacos de tweed y otras prendas será el primer evento de la “Casa de Literatura Gabriel García Márquez”, entidad encargada de mantener viva la memoria del colombiano en la calle De la Loma 19, san Ángel, Ciudad de México. O, simplemente, el hogar de “Los Gabos”.

La curadora es la nieta de Gabo y de Mercedes Barcha, la actriz Emilia García Elizondo. 

A partir del 20 de noviembre quien quiera adquirir algo del clóset de la pareja podrá suscribirse en una cuenta de Instagram destinada para la interacción con el público. Los dividendos de la subasta serán entregados a la Fundación FISANIM, dirigida por la artista Ofelia Medina, cuyo trabajo procura disminuir los índices de hambre de niños indígenas mexicanos.

Imagen de portada: Gentileza de Colprensa

FUENTE RESPONSABLE: El Colombiano. Por Ángel Castaño Guzmán