Lucía Lijtmaer: «El mejor sexo con la misma persona y siempre enamorados como el primer día es imposible, pero nadie lo dice».

Son dos mujeres las que cuentan su historia en Cauterio, el nuevo libro de la española Lucía Lijtmaer, (Buenos Aires, 1977). Una de ellas, Deborah Moody, existió hace cuatro siglos, huyó de Inglaterra y fue la primera mujer en fundar una colonia en el nuevo mundo.

Deborah relata su pasado enterrada en la arena, inmóvil. La otra es una mujer contemporánea joven, sin nombre, que también ha dejado su ciudad, Barcelona, y vaga por las calles de Madrid. Y aunque las separan 400 años, las dos tienen heridas abiertas por la misma causa: el desengaño amoroso, la destrucción del deseo y dejar atrás la vida hasta entonces conocida.

«Quemar para curar» es lo que tenía en la cabeza la escritora cuando escogió un cauterio para titular la novela; una herramienta de los inicios de la medicina que cauteriza el daño. «El libro quiere funcionar como algo que pica, que escuece, pero que es necesario para detener una infección».

Lucía Lijtmaer es parte de los diálogos del Hay Festival Querétaro que se realiza entre el 1 y el 4 de septiembre en esa ciudad mexicana.

¿Si la novela es un cauterio qué es lo que quieres sanar?

El centro de la novela es la idea del amor como mitología, el amor como narración es un arma a las que las mujeres se agarran, no solo ellas, pero en este caso son dos mujeres, con la intención de salvarse.

Y son decepcionadas por la idea tradicional del amor en pareja, del amor romántico, eso es lo que tienen que sanar y luego reconducirse, cada una con sus estrategias, muy distintas entre sí.

¿Por qué las decepciona el amor romántico?

Pasa a veces con este ideal que tenemos, que nunca es lo que esperas, muta y siempre hay una gran decepción. Una vez que te rompen el corazón, hay que reconstruirse desde ahí y entender que todo ese relato del amor no es necesariamente el que pensabas.

Hay una cuestión que no ha variado en los últimos siglos sobre cómo concebimos el amor y que a veces, cuando todo ese cuento se rompe, estamos inconsolables, el personaje contemporáneo está desconsolado, hasta que se puede rearmar.

Ella dice que el amor es una monstruosidad ¿cuáles son las atrocidades de este amor tradicional?

Me divierte que pueda pensar así, porque cuando uno está en esas situaciones, le parece una aberración enamorarse. No puedes ni plantearte volver a compartir, volver a confiar.

Ella entiende que el amor es monstruoso, porque de alguna manera, cuando amas y cuando estás enamorado, no es muy distinto a estar enfermo.

Cauterio

FUENTE DE LA IMAGEN – ANAGRAMA

Es algo que te invade, que es irracional y te hace tomar decisiones irracionales, basadas muchas veces en el deseo y sobre todo en la vulnerabilidad.

El amor te convierte por defecto en alguien vulnerable, y a ella en ese momento le parece monstruoso.

Antes de enamorarse tiene una vida plena, activa, creativa, y cuando se le plantea entrar en «el club de la monogamia», dice que «es mejor pertenecer que no hacerlo. Le da sentido a todo. Es un club pegajoso, cómodo, monocorde, como un sedante». ¿Compartes esa visión?

Quería narrar la pareja tradicional, que cuando la abrazas, te abraza de vuelta.

Cuando te echas una pareja estable, vives con ella y tienes una vida más o menos establecida, mucho menos disidente que estar soltera, que estar en poliamor, o tener una vida más difícil de explicar.

Vas a casa de tu suegra y es algo fácil de explicar, si eres una mujer monógama en pareja de larga duración; a eso me refería.

Es un club monocorde con ciertos rituales, todos muy parecidos, que no han cambiado en los últimos 100 años. Se generan rutinas, que a todas luces del status quo mundial de lo sentimental, son lo correcto. No cambian los anuncios de televisión, ni las narrativas cinematográficas al respecto.

Cuando una mujer heterosexual de mi generación dice que desea una pareja, todos presuponemos que desea eso. Y luego las aspiraciones son mucho más variadas.

El deseo juega un rol importante en ambas. Deborah dice:»sólo me siento viva cuando él me posee», pero su marido pronto se aleja, ¿qué pasa cuando se deja de ser deseada?

Eso es lo que la rompe totalmente y la modifica, porque ella se casa por deseo, es fundamental para ese matrimonio, siente un deseo tremendo y acelera la boda, para ella su cuerpo es importante: habla de que las trenzas le aprietan el pelo, el corsé le corta la carne, toda esa rotundidad corporal.

El deseo en ambas muestra la necesidad de hablar de dos sujetos deseantes.

En el caso del personaje contemporáneo, también usa su deseo de una manera autodestructiva, pues cuando se separa tiene una serie de amantes que le dan igual, con los que se acuesta para obtener una cierta agencia, la de sentirse deseada por los guiris, los extranjeros que pasan por Barcelona, una ciudad muy turístificada.

Quería mostrar las dos cosas, el deseo primigenio, erótico y el uso del propio cuerpo como algo autodestructivo.

¿Por qué lo planteas como autodestructivo?

Porque es una mujer que acaba de ser abandonada, es casi una zombi, en el fondo ellas son dos zombis.

Una está literalmente bajo tierra contando su vida pasada y la otra vaga por la ciudad sin saber por qué, ni a dónde va. En una ciudad que no la representa, donde no tiene ningún tipo de alivio, ningún tipo de sostén.

Ya no quiere tener amigas, ni contacto con nadie y me gustaba la idea del sexo de una manera aleatoria, con quien quiera, como quiera, pero claramente ella no está bien, por eso es un sexo autodestructivo, no por la promiscuidad.

¿Por qué ambas postergan su propio proyecto en beneficio del proyecto del otro: las carreras políticas de los maridos?

Me generaba mucha incomodidad la idea de someter a la mujer, que sea un instrumento para la carrera política. En esa incomodidad nace la rebelión que yo propongo para ellas y la idea de crear un proyecto propio.

En el caso de Deborah con otras mujeres, en el caso de la mujer contemporánea a través de la venganza; son los dos recursos que se encuentran ahí.

Los dos me parecen muy útiles en el mundo contemporáneo, en nuestra sociedad. Ya sea por la idea de la reparación, que es muy necesaria y de la construcción de espacios de disenso para generar narrativas propias, que es lo que hace el feminismo contemporáneo.

En el momento en el que te narras puedes avanzar, si no se cuenta, no existe.

La venganza pareciera estar totalmente censurada, pero tú la planteas como una forma de sanar. ¿Cómo funciona para ti?

Es mi recurso narrativo favorito, me encantan las películas donde hay venganza femenina, me fascina desde siempre y en toda la literatura que me ha formado como escritora es fundamental.

Lucía Lijtmaer

FUENTE DE LA IMAGEN – ANA PORTNOY

Con la venganza se obtiene líricamente la última palabra, sobre todo en personajes silenciosos; cuando se vengan, se revelan una serie de cosas que me generan muchísimo disfrute.

Y si te soy sincera, lo primero que escribí fue la venganza del personaje contemporáneo, porque pensé, si va a sufrir tanto, necesito escribir como se venga antes de todo.

¿Te has vengado alguna vez?

No creo en la venganza en la vida personal, solo en la simetría y en la reciprocidad.

Pero ¿es un recurso que podemos tomar las mujeres?

¿Sabes qué pasa? Siempre que pienso en una venganza femenina en la vida real, creo que en algún momento la van a castigar.

Por eso en la realidad prefiero usar la idea de reparación, porque ante una injusticia, es necesaria para poder sanar. Pero en lo literario, la venganza me parece fabulosa.

Tendría que ser una venganza muy bien pensada para que no la castigaran…

Como un crimen perfecto, para que no te pillen.

La de la novela es bastante perfecta, y aunque no la vamos a revelar, ¿en qué te inspiraste?

Pensé en toda la violencia inmobiliaria y en cómo cuando una pareja rompe, lo más importante es tener una casa. ¿Qué pasaría si todos tus fantasmas amorosos ocuparan esa casa?

Buscando piso en Madrid vi lo desesperada que está la gente por alquilar como sea, ahí lo vi claro.

¿Sientes que después de siglos de discriminación estamos en una época de cierta dosis de venganza?

Creo que no, pues, en general, lo único que hemos hecho las mujeres en los últimos 50 años es luchar por nuestro derecho a ejercer la libertad de nuestro cuerpo y un papel político y social, porque hemos sido ciudadanas de segunda y lo que hacemos es reivindicar aquello que tendríamos que tener de pleno derecho.

En todo caso, lo que estamos viendo es un castigo a estos intentos de reparación en los grandes movimientos de ultra derecha en Estados Unidos, en las nuevas leyes penalizando el aborto.

Creo que vivimos una oleada ultraconservadora que se viene gestando desde los años 70, con la popularización de los movimientos por los derechos civiles y que se está oponiendo a los últimos grandes avances, que son poder nombrar lo que nos pasa con la violencia sexual, con la desigualdad laboral y tantos etcéteras que podría añadir.

¿Cómo hay que reaccionar ante esta oleada ultraconservadora?

Como hemos hecho siempre, narrando, nombrando y tejiendo redes.

Sola no puedes con amigas sí, es un muy buen lema y todo lo que se ha conseguido es porque ha habido una serie de movimientos que tienen que ver con lo colectivo, mujeres más jóvenes que nombran, que ponen el cuerpo, que cuentan y se manifiestan; ahora no puedes meter a esas chicas jóvenes en casa y decirles que su cuerpo no es suyo.

¿Cuáles destacarías como los hitos de este movimiento?

Por supuesto el MeToo, pero el #Cuéntalo a nivel mundial, ponerle nombre a la violencia sexual y al acoso, que es sistemático y está a la orden del día. Todos los movimientos decoloniales que ponen voz a que el feminismo no es blanco y que es plural y lo ha sido siempre y hay que romper una idea monolítica.

Todo lo que tiene que ver con las reivindicaciones en favor de los derechos de autonomía de los cuerpos, lo que se ha hecho en Latinoamérica, especialmente el movimiento pañuelo verde en Argentina, en Irlanda y Polonia, donde las mujeres han salido a la calle y han roto la barrera que les ponía la Iglesia y los movimientos ultraconservadores, son tres grandes cuestiones que han sido fundamentales.

¿Dirías que en su mayoría tienen que ver con el cuerpo, con su protección, su libertad, su autonomía?

Cada vez que hay un retroceso social, lo primero que se pone en jaque son los cuerpos de las mujeres. Esto lo dice Margaret Atwood sobre El cuento de la criada, cuando la gente se escandaliza por lo que cuenta; ella dice que no es nada que no haya pasado antes en la historia mundial.

Lo primero que se hace en las guerras es conquistar el cuerpo de las mujeres a través de la violación. Lo primero que hace un régimen dictatorial es el control de la natalidad a través del control del cuerpo de las mujeres.

Entonces es fundamental el acceso de las mujeres a la libertad sexual, no es únicamente un tema de parir o no parir, sino del control sobre su deseo, porque como dice la analista feminista Luciana Peker, lo que les jode es el deseo y tiene razón.

¿Porqué les jode?

Porque una mujer que disfruta es una mujer peligrosa. Por la autonomía, por el hecho de que no te necesite para obtener su placer; no digo que sea consciente, probablemente es un miedo inconsciente, pero claramente tiene que ver con eso.

La independencia es la posibilidad de no necesitar al otro, de gozar en libertad, es algo evidente, pero está muy arraigado.

¿Crees que los hombres están entendiendo esto o que se sienten amenazados?

Me resulta difícil generalizar, creo que todo gran avance exige un reajuste, y evidentemente, nadie quiere perder los privilegios, entiendo el miedo, incluso entiendo la resistencia.

Pero en cuanto examinas la idea de la violencia, de ser ciudadanas de segunda, de no tener los mismos derechos que tiene el otro con la más absoluta libertad, es necesario entenderlo y sumarse, porque es mucho más divertido sumarse para cambiar las cosas.

Yo creo que las reticencias son aprovechadas por la ultraderecha, es el miedo en lo que crecen estos movimientos, el miedo al cambio y al desconocimiento, sobre todo.

¿Cuáles son los futuros posibles?

La novela no hace ningún planteamiento futurista, creo que deja preguntas más que soluciones; el colapso ecológico, por un lado, ya que el personaje contemporáneo está aterrado y es parte de su autodestrucción el plantearse la idea nihilista de que todo termine. También cuestiona lo qué pasa con con el amor tradicional, si podemos superarlo o siempre repetiremos las mismas historias.

Y por último, si la idea de un futuro compartido en proyectos ajenos a lo tradicionalmente político puede tener una vía de subsistencia, o solo el egoísmo y el individualismo nos harán sobrevivir.

Al final hay una posibilidad de unión en proyectos futuros que dan cierta esperanza. Sin duda la unión hace la fuerza y la unión cívica, en este caso, es lo que veo como la mejor posibilidad de futuro.

En cuanto al amor tradicional, ¿cómo podríamos proyectarlo?

No hay una única solución, hay tentativas de futuros, pero no mucho más; escuchar opciones y vivencias y ver qué sirve, en el fondo es ensayo-error. También entender que la felicidad no es unívoca, quizá tengamos que deconstruir el anhelo de perfección en el amor, eso sí que nos hace infelices.

Hay un libro de Liv Stromquist que se llama No siento nada, que habla del amor contemporáneo y la imposibilidad de la satisfacción constante; a mí me me ayudó mucho, porque te das cuenta de que no se está siempre satisfecho y que no pasa nada por eso.

¿La búsqueda de la perfección, es más una tendencia de las mujeres o también de los hombres?

Es una cuestión del capitalismo contemporáneo, del capitalismo en el amor, la necesidad de consumo, de emoción constante, eso también afecta a los hombres.

Todo tiene que ser excelente todo el tiempo: el mejor sexo con la misma persona, en larga duración, y siempre enamorados como el primer día es imposible, pero nadie lo dice.

Tenemos que hablar más honestamente de lo que nos pasa, y narrarse con honestidad implica romper todos esos tabús.

Cuál sería el tabú que propondrías derribar hoy, en esta entrevista.

La idea del amor como salvación y como mantra de vida. Aceptar que no siempre es así, o no todo el tiempo. Aquello que viene de otras generaciones, de que el amor es para siempre y que cuando no es así, es una la que fracasa; romper eso cuanto antes.

Puedes leer toda nuestra cobertura del Hay Querétaro haciendo clic aquí.

Imagen de portada: Lucia Lijtmaer (Por Ana Portnoy)

FUENTE RESPONSABLE: Diana Massis. HayFestivalQueretaro@BBCMundo. 2 de septiembre 2022.

Sociedad y Cultura/Literatura/Derechos de la Mujer

 

 

 

 

 

«Todos los niños llevan dentro la semilla de la genialidad y tienen un enorme potencial».

La educadora mexicana Elisa Guerra está metida en un ejercicio urgente: cuestionar la escuela actual, víctima de la mayor crisis de su historia, y proyectar la escuela del futuro.

Lo ha hecho como coautora del informe de la UNESCO «Reimaginar juntos nuestros futuros: Un nuevo contrato social para la educación». Pero también lo hace en su día a día como fundadora de una escuela, como autora de textos educativos y como maestra.

A sus alumnos también les ha propuesto repensar la educación durante un ejercicio en el aula, un podcast titulado «Las primeras letras», en el que están escribiendo un libro en conjunto que parte así: «Un día los niños se levantan y ya no hay escuela, pero los padres no se acuerdan de que existía. ¿Qué es eso?, dicen los padres, ¿cómo que una escuela?

El niño o la niña está asustadisima: ¿me volví loca?, ¿estoy todavía dormida? Le habla uno de sus compañeros que le dice: «Estoy histérico, mi mamá no me quiere llevar a la escuela, no sabe qué es eso».

La consigna con los chicos es que cada uno termine el cuento. ¿Cómo es esa escuela y cómo logran los niños convencer a los adultos de reinventarla?

El informe de la UNESCO proyecta «una educación que repare las injusticias, al tiempo que transforma el futuro», que debe sustentarse «en los derechos humanos y en los principios de no discriminación».

«No se trata de un manual ni de un modelo, sino de un punto de partida para una conversación fundamental» que ya ha comenzado en distintos rincones del mundo, especialmente después de la pandemia.

Elisa Guerra, nombrada Mejor Educadora de América Latina y el Caribe por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en 2015, y dos veces finalista del Global Teacher Prize, es parte del Festival Hay Querétaro, donde compartirá sus experiencias y dialogará sobre lo que vendrá.

Línea

El punto de partida del informe es alertar sobre un futuro de incertidumbre, guerras, crisis migratorias o cambio climático. ¿Cómo le transmitimos eso a los estudiantes sin que les desalienten o les indigne?

Espero que se sienta el toque de esperanza. No quisimos que fuera alarmista, fatalista, sino que cree conciencia, pero al mismo tiempo que inspire para la acción. Decirles que tenemos problemas pero también soluciones. No es una sentencia, es una advertencia para inspirar en lugar de atemorizar. La ciudadanía global tiene que ver con tener los conocimientos, las habilidades y con hacer, ahí viene la parte activa, el activismo. Ya no es suficiente saber, tenemos que hacer algo al respecto.

¿Cómo se educa para la incertidumbre cuando la escuela todavía es un lugar lleno de reglas, con horarios, con sanciones?

Una de las premisas más importantes es la necesidad, por un lado, de proteger la escuela y por otro, de transformarla. Protegerla porque ha recibido muchos embates. La pandemia la dejó embarrada en el pavimento y hay mucha especulación de si finalmente va a ser sustituida por plataformas digitales.

Nosotros creemos que el espacio de la escuela es sagrado, porque es el único lugar donde se pueden presentar experiencias de aprendizaje que tienen el potencial para impactar el desarrollo humano.

Libro de Lisa Guerra "Las voces de los árboles"

FUENTE DE LA IMAGEN – ANA ROGU

¿Cómo se proyecta entonces el futuro de esta escuela añeja?

Hay un modelo de escuela, de organización, una arquitectura y una gramática escolar que tiene por lo menos 150 años y que ya nos quedó corta.

Cuando hablamos de transformarla, no es una metamorfosis completa, pero va más allá de una reforma.

Me gusta decirles a los docentes que imaginen que llegamos a nuestras escuelas vacías y hay que volver a inventarlas. Esto ya lo hicimos, pues el modelo viene de la Revolución Industrial, cuando más familias llegaron a las ciudades a trabajar en las fábricas y respondía a necesidades de esa sociedad.

Tendríamos que partir de cero, como si hubiéramos estado en una guerra, llegáramos a las ruinas y nos preguntáramos: ¿reconstruimos el edificio exactamente igual?, ¿tomamos los cimientos, pero aprovechamos para hacer algo más cercano a nuestra realidad?

Es muy difícil, porque si el agua tiene memoria y el río regresa a su cauce, siento que la escuela también tiene memoria y tiende a regresar donde ya estábamos.

Hasta ahora los estudiantes se sientan en una clase cuadrada, uno detrás de otro, a mirar una pizarra. ¿Cómo sería ese nuevo dibujo?

No existe un modelo perfecto y único para todos. Hoy tenemos un molde que se repite en todo el mundo, independientemente de los contextos y no quisiera cambiarlo por otro molde.

El reporte habla de construir juntos nuestros futuros, en plural, porque no hay un solo futuro, ni un solo camino.

Tendríamos que pensar en lo que necesitamos. Por ejemplo, mayor colaboración entre los docentes. Pero no se puede si estamos metidos en un cubo concreto todo el día y nos vemos apenas unos minutos en el salón de maestros entre clase y clase.

En realidad el niño no es el centro de la escuela, el centro de la escuela es el currículo, la campana, el libro de texto, el programa que se tiene que cumplir… eso marca la vida escolar.

En términos generales, creo que necesitamos que los muros de la escuela sean mucho más permeables, los externos para salir a la comunidad y para permitir que la comunidad entre, y los del interior también tienen que hacerse más flexibles.

¿Podrías dar un ejemplo de esa flexibilidad?

Tenemos una semana al año donde se mezclan niños de todos los grupos y escogen un taller, lo llamamos claustro.

Un grupo crea un restaurante desde el menú: aprenden a cocinar, a costear los platillos. Otros van a la producción de un programa de televisión. Otros escogen medicina, aprenden primeros auxilios, visitan hospitales, platican con los médicos. Los estudiantes quieren más proyectos así.

Una escuela abierta a la innovación, porque los docentes nos topamos con una pared: no lo puedes hacer, no está en el programa, no tiene suficiente investigación, no está respaldado por la ciencia. Y si nunca se ha hecho, ¿cómo va a estar respaldado por la ciencia?

Cuando se desarrollaron las primeras vacunas en la pandemia, se dio autorización de emergencia para utilizarlas sin que la investigación estuviera completa. Estamos en una crisis mundial de pobreza de aprendizaje según el Banco Mundial, la UNESCO y UNICEF. Si esto no es una emergencia educativa, no sé qué puede ser.

En ningún momento de la historia de la escuela, ésta ha estado tan amenazada, ha sufrido tanto y ha tenido tantos reveses, una crisis encima de otra. Si tenemos ideas y queremos aplicarlas, ¿no se podrá dar algo así como una autorización de emergencia?

Durante la pandemia la sala se transformó en google classroom, Zoom o Teams, y el reporte alerta sobre que la educación se sustente en empresas lucrativas, que utilizan nuestros datos, y plantea un sistema público digital para la enseñanza, ¿cuál es tu opinión?

No estoy en desacuerdo con el uso de las plataformas, que en nuestro caso nos ayudó muchísimo. Tenemos que dejar de verlas con determinismo: si nos gusta qué bueno, y si no, no lo usemos, no es una bestia que estamos intentando domar.

Podemos pensar maneras en que sea incluyente y no atente contra nuestros derechos.

Elisa Guerra

FUENTE DE LA IMAGEN – ROX DE LUNA

También se critica el solucionismo tecnológico, la idea de que lo digital va a eliminar todos los problemas. La tecnología tiene que estar al servicio de la pedagogía y no al revés. No por usarla voy a convertir una mala pedagogía en buena pedagogía.

La tecnología es un micrófono: si tienes bonita voz va a ampliarla, pero si no cantas bien, no te acerques, porque no va a hacer que tu voz suene melodiosa. Hemos tenido mucha confusión al pensar que modernizar la educación es subir las lecciones que no funcionaban en el aula a la plataforma. Si no funcionan en el aula, no van a funcionar.

¿Cómo dirías que es el cerebro de los niños de hoy? ¿Cómo se los cautiva?

Hemos subestimado la capacidad y el potencial cerebral de nuestros niños, aunque hemos avanzado en las neurociencias cognitivas aplicando cada vez más sus hallazgos al aula.

Los niños tienen un potencial lingüístico tremendo que no se ha traducido a la lectura. Les enseñamos a leer a los seis años, porque nos queda mejor como sistema: pueden sentarse en un salón, quedarse quietos por más tiempo, separarse de los padres sin llorar y prestar atención en grupos grandes al cuidado de un solo docente.

Los niños pueden aprender a leer antes, no de la manera en que les enseñamos a los seis años, pero estamos tan habituados y nos da tanto miedo salirnos de esa cajita que seguimos haciéndolo, aunque ya no sea lo óptimo. Como ese ejemplo, hay muchísimos más. Yo creo que al niño le hemos dado un rol de súbdito en la educación y no se vale.

El súbdito se tiene que sentar, escuchar, no puede hablar, no se puede mover.Sin embargo, el reporte propone incluir la emoción, permitir los errores, desarrollar el pensamiento crítico. ¿Cómo se lleva eso a la práctica?

Muchas veces les digo a los docentes: hagamos las cosas sin pedir permiso, lo que tú puedas dentro de tu aula.

Una de las razones por las que no damos a nuestros niños la atención que quisiéramos es el número extraordinariamente grande de chicos en un grupo y eso difícilmente lo podemos cambiar.

Me gusta hacer alianzas, con los padres, los maestros y con los mismos niños, decirles: cuando tengas una situación particular, aquí estoy, háblame, generar esa confianza. También dar espacios de mindfulness en el aula, o movernos rápido con una música elevada para reactivar la circulación, la respiración, oxigenar el cerebro, despertarnos.

Buscar otros lugares para enseñar, hacer a un lado el currículo para atender cosas más importantes, no tener miedo a brincarte un tema. Suena como anatema, ¡excomulgados los docentes que se brincan un tema!, pero a veces vas a sacrificarlo para avanzar después en los demás.

Leí el libro de un maestro que dedica el primer mes a conocer a los estudiantes. Si tenemos esas conexiones, los papás con los hijos, los maestros con los hijos, los estudiantes entre ellos, creo que hay mejores oportunidades de transformar la escuela.

Muchos padres se frustran porque no pueden escoger la mejor escuela para sus hijos o ven que sus hijos sufren por bullying, ¿qué les dirías?

No podemos quedarnos cruzados de brazos esperando que las autoridades resuelvan todo. Ya vimos con la pandemia que no pueden.

Quisiera que el mensaje sea que desde tu trinchera puedes hacer algo. A lo mejor no vas a mover al elefante, pero puedes dar pequeños pasos.

Si no puedes elegir la escuela y no puedes cambiarla, con la pandemia ya nos convertimos también en docentes de nuestros propios hijos. No dejar que con la vuelta a la presencialidad eso se pierda. Los padres pueden ser co-educadores con pandemia y sin pandemia. Y, de hecho, lo que pase en la casa es más poderoso que lo que pasa en la escuela en el desarrollo de cada niño.

Las tareas (los deberes) es un tema controversial. Una queja es que después de 7 horas en el colegio -el equivalente a una jornada laboral- tengan que seguir en casa. ¿Cuál es tu visión?

Si el objetivo es crear un hábito de estudio por las tardes, no debería de ser más de una hora.

Muchas veces no se utilizan para afianzar el conocimiento, sino para cubrir lo que no se alcanzó en el aula, pero no es culpa del estudiante, tampoco del docente. Puede ser la organización escolar, la sobrecarga curricular.

Elisa Guerra

FUENTE DE LA IMAGEN – ROX DE LUNA

¿Y las sanciones?

En primer lugar, cambiar el nombre, quizás a consecuencias, y enfocarse en resarcir el daño.

En el caso de algún chico que haya agredido a otro, lo primero es concientizar en cómo vas a resarcirlo. En toda comunidad tiene que haber reglas de convivencia, pero también cierta flexibilidad para considerar las situaciones únicas de cada estudiante. Y un punto aquí, no a que las consecuencias sean hacer más tareas, leer 20 minutos o no tener recreo, eso es contraproducente, porque estudiar o leer se convierten en un castigo, algo espantoso que no haces más que cuando te lo exigen.

¿Y cómo damos la oportunidad de enfrentar la consecuencia y de resarcir el daño? Cuando alguien va a exceso de velocidad y un agente de tránsito lo detiene, le dice: «Venía usted con exceso de velocidad, ¿tiene algún problema? Ay, no me di cuenta, oficial, qué barbaridad».

El oficial extiende una multa, uno la tiene que pagar y fin de la situación. No se pone a gritarnos: ¡qué estaba usted pensando! ¡cómo es posible!, pero muchas veces hacemos eso con los niños. A los niños, los padres y los docentes, los abusamos. Si ya venía lastimado emocionalmente, en lugar de investigar qué está pasando y cómo apoyar, estamos haciendo el problema más grande.

El reporte habla de aprender, pero también de desaprender, ¿qué es lo que hay que desmontar en la educación?

Tiene que ver con la interculturalidad y la aceptación de la diversidad. Hay cosas que hemos aprendido que no hacen más que perpetuar las injusticias sociales.

Se ha dicho mucho que el niño no nace odiando o con un prejuicio hacia otros, es algo que se aprende, pero es ya estructural, los docentes y los padres lo tenemos y no nos damos cuenta.

El primer camino es concientizarnos y analizar nuestras actitudes y pensamientos, porque somos parte del problema y perpetuamos las exclusiones. Tenemos que desaprender la imagen antropocéntrica de que los seres humanos estamos al centro de la vida y que el planeta existe para y por nosotros.

Somos una parte del ecosistema, pero hay otros seres vivos que tienen derechos y no están para rendirnos pleitesía, porque incluso cuando decimos que hay que cuidar el planeta, lo hacemos como si fuera nuestra propiedad, como cuando le decimos al niño «cuida tu chamarra para que no se te pierda».

¿Cuáles son los derechos de los niños hacia 2050, en ese futuro que intentamos visualizar?

Todos, incluyendo los que tienen necesidades educativas especiales o alguna condición de aprendizaje, todos los niños llevan dentro la semilla de la genialidad y tienen un enorme potencial. Su primer derecho es tener un ambiente óptimo que les permita desarrollarlo.

Ese potencial se va a ver diferente en cada uno, pero nuestra responsabilidad como educadores, como padres, es generar ese ambiente que les nutra, y que a nosotros, como adultos, también nos permita desarrollarnos.

No podemos pensar en la educación como un periodo en la vida, que se acaba cuando se sale de la escuela con un diploma. Sigue toda la vida. Otro derecho de los niños es que tanto sus padres como sus maestros sigan aprendiendo, que sean mejores para orientar, auxiliar, apoyarlos. También el derecho de acceso a la escuela, a las tecnologías que favorecen el aprendizaje, el derecho a encontrarse tanto en su casa como en la escuela con un ambiente libre de violencia, un ambiente de acogida.

Puedes leer toda nuestra cobertura del Hay Querétaro haciendo clic aquí.

Imagen de portada: Elisa Guerra (por Rox de Luna)

FUENTE RESPONSABLE: Diana Massis. HayFestivalQueretaro@BBC Mundo. 1 septiembre 2022

Sociedad y Cultura/Educación/HayFestival

 

«Los hombres abortan masivamente a hijos que ya nacieron»: Alma Delia Murillo.

«No te conozco, no sé el color de tu piel, la forma de tu mirada, tu estatura, tu peso, tus manos, tu voz. No sé nada de ti. Y sin embargo soy tú».

Poco después de cumplir 40 años, la escritora y columnista mexicana Alma Delia Murillo partió en busca de su padre al que por décadas creyó muerto.

Y de alguna manera nos llevó a todos con ella. Porque la obra en la que relata su travesía, «La cabeza de mi padre», está repleta de imágenes -unas duras, otras poéticas- con las que es muy fácil identificarse. Su viaje es tan real como metafórico, tan personal como universal.

Murillo tenía 7 años cuando su padre se esfumó. «Fue por cigarros y no volvió, como decimos aquí».

Su infancia estuvo marcada por ese abandono y por la pobreza, por el hambre y el esfuerzo, pero también por los libros y los juegos, las peleas y los arrebatos de una familia numerosa. «Crecer con siete hermanos es la cosa más divertida del universo», dice, y su sonrisa es tan grande que no cabe en la pantalla de zoom.

Autora de 4 novelas, trabajó durante dos décadas en el mundo corporativo hasta que decidió juntar coraje, dejar atrás «esa frustración que le mordía el alma», y dedicarse a su pasión: la literatura.

Su vida merecía ser contada, y con «La cabeza de mi padre» le hizo justicia escribiéndola.

BBC Mundo habló con ella en el marco del Hay Festival Querétaro, que se realiza en esa ciudad mexicana entre el 1 y el 4 de septiembre.

Línea

Empecemos por la foto de tu padre decapitado que ocupa la portada del libro, esa foto a la que alguien le arrancó la cabeza. ¿Tenías conciencia de que era una imagen tan universal?

¿Ay, sabes? Eso yo lo intuía. Intuía que en todas las familias -o al menos en muchas- podía haber algo así.

Pero ahora que la novela lleva unos meses circulando, no salgo del pasmo de la cantidad de gente que se siente identificada con la foto, que no es la original, sino una propuesta, pero se le parece mucho.

Son muchísimas las personas que se me han acercado y me dicen, oye, en mi casa también, la foto de mi abuelo no tiene la cabeza, la foto de mi papá no tiene la cabeza.

Para mí, era una imagen fundamental. De niña la vi un montón de veces.

Es una foto en que la cabeza se arrancó con furia. No está recortada de forma elegante. No hay Photoshop ni retoques; es la foto de una cabeza arrancada con violencia, y tiene una enorme carga simbólica.

No solo la de un padre que se va y es decapitado, sino la de cuál es la familia que late en el corazón de México y de muchos países latinoamericanos, ¿no?

Nuestras familias andan así, medio decapitadas.

Las cifras que aparecen en el libro hablan por sí solas. Destacadas que en México hay unos 26 millones de hijos sin padre, según las cifras oficiales. 

¿Qué efectos crees que tiene esto en la sociedad mexicana?

Un efecto brutal.

Yo elegí una estadística que es la más conservadora, pero hay cifras que dicen que hasta en el 40% de los hogares mexicanos el papá se fue.

En México, todos somos hijos de Pedro Páramo, digo yo, el personaje de la novela de Juan Rulfo. Todos fuimos abandonados por él y somos su hijo, Juan Preciado, buscándolo. O Juana Preciado, claro. Porque también habemos muchas hijas buscando al padre.

Y eso por supuesto que tiene un montón de consecuencias.

El arquetipo nacional del padre ausente se vuelve determinante a nivel colectivo, porque crea historias de supervivencia muy duras, donde las madres -como la mía- se hacen cargo solas contra viento y marea, supliendo los dos roles, siendo proveedoras, pero teniendo que además que educar.

Este país está hecho de eso.

De mapas, como dice tu propia madre.

Completamente.

Y también está esa cosa súper permisiva de que los hombres se pueden ir.

Llegas a decir que los hombres abortan de facto a sus hijos y sin necesitar ninguna ley…

Ni ley ni pañuelo verde, y ni nadie los juzga ni los considera inhumanos, o diabólicos.

Es muy distinto del tratamiento que recibe una mujer que abandona. Ella sí que es diabólica y no tiene humanidad.

Imagínate lo que ha costado promover la ley de la interrupción legal del embarazo. Mientras escribía este libro justo se despenalizó el aborto en México, y yo pensaba, pues si los hombres abortan masivamente -como mi padre- a hijos que ya existen, ni siquiera al cigoto o la mórula. No, a niños y niñas ya nacidos.

Es así y no está prohibido, ni vemos a la Iglesia o las asociaciones políticas saliendo a marchar contra los hombres que abortaron a sus hijos.

Por muchos años tú crees que tu padre está muerto, y cuando te enteras por casualidad de que no es así, escribes que «es más digno tener un padre muerto que un padre que no te quiere y duele menos». ¿Crees que las familias monoparentales siguen siendo un estigma?

Sí, claro. Esto es pasar de ser una estadística a contar una historia, y contar la historia duele.

Con la estadística uno se puede camuflar en medio de los números y ya está, pero cuando hablas del abandono en una comida, en una reunión, cuando se te aparece en el formulario de solicitud de empleo o del pasaporte esa línea que dice «nombre del padre», esa ausencia da vergüenza.

Es como el elefante en la habitación, porque nos sentimos inadecuados. Quedamos del lado de los incompletos.

Alma Delia Murillo

FUENTE DE LA IMAGEN – ANA HOP

Compartir eso, hacerlo parte de nuestra identidad pública sigue siendo difícil, y aunque a mucha gente no le guste, lo voy decir: tiene que ver con esta narrativa patriarcal donde las emociones no se ponen en el discurso público. Nosotras sí, las mujeres estamos mucho más dispuestas a hacerlo.

Es curioso que mientras buscas a tu padre, de alguna manera encuentras también a tu madre. El relato que haces de ella es muy completo, e incluye algo que es muy contraintuitivo de la idea de familia ideal que tenemos en América Latina, que es cuando ella decide ausentarse. Es una paradoja súper bonita.

Me emociona que me lo digas… No sé si lo había pensado así.

Mi madre me hizo un regalo enorme. Me regaló la libertad. Cuando me iba a ir de la casa, me preguntó «cuándo te vas… para no estar». Me dejó el espacio para irme, para no dudar. Me regaló no mirarla, desapareció para que yo tuviera la fuerza de irme sin mirar atrás.

Es algo muy generoso, pero duro también, como un regalo envenenado pienso a veces, porque estamos hablando de nuestros orígenes, y uno no quiere traicionarlos.

Y yo, como tantos otros mexicanos, le debo tanto a mi madre. Yo pude estudiar en la universidad porque ella limpiaba casas, porque trabajaba como empleada doméstica, y cada vez que lo cuento en público o escribo alguna columna al respecto, no sabes la cantidad de gente que me dice entre vergüenza y no que ellos tienen la misma historia.

Ella fue muy generosa. También me regaló su alegría, que a mí me sigue pareciendo inexplicable e inaudita. En medio de todo lo que vivió, de la muerte de su primer hijo, de las quemaduras que sufrió una de mis hermanas, de las carencias y las humillaciones, siempre fue una mujer con alegría.

Por eso al final intento devolverle el poder de elegir que no tuvo, porque se pasó 20 años pariendo y criando, y le digo «eres libre, vete, no seas solo una mamá, sé una mujer».

Y efectivamente, la muestras como mujer: «Mi madre se enamoró como bestia.

Yo lo vi… Se enamoró y se incendió en sí misma». ¿Se habla muy poco de las madres enamoradas, no?

Es que en México y en todos nuestros países, existe esta adoración a la madre, la Virgen, la Santa Madrecita, que es intocable, perfecta, pura, pero esa es una forma de castradura ¿no?

La madre también puede ser una señora enamorada, desesperada. Yo creo que mi madre estaba en una calentura, en un arrebato sexual.

De niña me enojé por eso, pero ahora digo, ay, qué bueno que lo vivió y qué bueno haber sido testigo.

Hablemos del viaje para encontrar a tu padre. O más bien de los viajes, porque la travesía es en varias dimensiones…

Sí, en realidad es una serie de búsquedas y viajes. No es sólo el road trip por esa carretera de Michoacán buscando a un padre al que no veía hacía 40 años, sino también un viaje en que se vuelve a contar el origen, de dónde vienes y quién eres.

Y cuando eres como yo, una mujer que creció en una zona marginal, en un país latinoamericano, morena, de pelo negro, pues tienes una historia que contar que va a implicar desde luego clasismo, violencia, violencia de género, ¿no?

Pero cuando me preguntan si escribí una novela feminista, me hace gracia. Es que digo no, no es que uno se siente con su pila de libros de teoría feminista, sino que te sientas a contar una experiencia. Y cuando las mujeres contamos nuestra experiencia, está atravesada por eso.

El viaje también está marcado por una especie de recorrido social, de lo que llamamos movilidad social, que es un fenómeno complejo y que en un país como México es muy difícil de conseguir.

Hay estadísticas demoledoras, que dicen que por las siguientes tres generaciones la gente se queda en el mismo decil social, socioeconómico, el mismo nivel de ingresos que sus padres.

Aparte de la violencia más explícita que describes y que tú misma sufriste, hay otra más cotidiana, cuando te refieres a esa frase tan típica de «tan solita que estás», y rematas diciendo » la insensatez más incomprendida es elegirte a ti misma». No se puede dudar que hay avances en temas de género, pero ¿avanzan más rápido los discursos que la realidad?

Es que sigue sucediendo, ¿no?

Mira, si tienes un oficio como el mío, por ejemplo, tan neurótico, en el que yo necesito estar sola para escribir, quiero silencio y soledad, el juicio ha sido siempre muy duro: de egoísta, narcisista, vanidosa, en fin.

Pero yo necesito eso y punto. He intentado vivir en pareja y me sale fatal.

Y sí, es cierto que hay avances, claro que los hay. En México se ha despenalizado la interrupción del embarazo y empieza a haber cierta paridad en las cámaras, en el gobierno, en los gabinetes, hablamos de nuestros temas, se hacen públicos.

Pero, ¿sabes qué? El otro día lo discutía con una amiga. A pesar de que todo esto pasa, los feminicidios siguen aumentando. Estamos hablando de 3 mil al año. Y cada vez hay más.

¿Qué es eso? ¿Qué es este discurso? La curva tendría que ser inversamente proporcional, pero no. Y eso es porque las leyes, las decisiones, el poder judicial, penal, las industrias, las empresas, siguen mayoritariamente en manos de este modelo masculino y de hombres.

¿Y cómo se rompe esta cadena?

Uf, es tan difícil.

Ahora mismo estoy en un proyecto, escribiendo guiones para un podcast sobre feminicidios. Diez feminicidios. Y ha sido brutal. ¿Sabes qué es tan duro y tan, tan palpable y material? Como el tema de la impunidad atraviesa todos los casos.

Al final, la conclusión es que los hombres matan porque pueden, porque saben que no les va a pasar nada, porque las fiscalías no persiguen los casos. Porque incluso a feminicidas confesos los liberan.

Estamos ahora viviendo una cosa horrible, que es que en algunos estados del interior de México se ha visto una tendencia de quemar a las mujeres. Vivas. Con fuego directo o con ácido. Van 47 en este año. Porque pueden.

Entonces creo que, claro, nos podemos meter en temas más soft y discutir que si la educación, la permisividad, la cosa cultural, pero a mí me gusta interpelar a los hombres, voltear y decirles a ellos, «oigan, ¿no tendrían ustedes también que estarse preguntando por qué lo hacen, por qué pueden, por qué no funcionan las leyes?».

Sí, la impunidad la tienen que desbaratar en términos legales, jurídicos, en las fiscalías, pero también la tienen que desbaratar los varones. Creo que ahí está el corazón de esto.

¿La falta de empatía que describes en el libro cuando hablas del racismo sigue la misma lógica del discurso más avanzado que la realidad? Hablas de los castigos que sufrías en el colegio, de la humillación por llegar con piojos…

A ver… En México, sobre todo en los últimos dos años, hay una discusión encarnada porque muchísima gente en la opinión pública dice que en este país no hay racismo, pese a que organismos como la Comisión Nacional para Prevenir la Discriminación dicen que todo está marcado por el color de la piel.

Es parecido a lo que dice el colectivo chileno Las Tesis: ¿por qué todas las mujeres conocemos a alguien de quien han abusado y los hombres no conocen a ningún amigo que lo haya hecho? Porque no lo ven.

Si lo traslapamos al asunto del racismo, y este como castigo a la pobreza y al color de piel, pues no lo ves si estás del lado de los de piel más blanca. Y eso me parece importante decirlo. Yo ni nombre le pongo, solo les estoy contando mi experiencia.

Yo he visto cómo reacciona una sociedad con una madre como la mía, que tiene ocho hijos y cómo aplauden y le hacen portadas en la revista Hola a otras mujeres que tienen seis o siete hijos, pero tienen un apellido y una herencia patrimonial.

Esos hijos sí están bien, pero los de la pobreza no.

Volvamos a la cabeza de tu padre. ¿Qué pasa cuando lo encuentras? Tú misma dices que «el verdadero milagro es cambiar de punto de vista». ¿Te cambió a ti?

Sí, sí. O sea, es la sensación de estar completa.

Tatuaje de un pañuelo rojo

FUENTE DE LA IMAGEN – ALMA DELIA MURILLO

Alma Delia Murillo se tatuó el pañuelo rojo que se llevó como recuerdo cuando conoció a su padre.

Lo digo en el libro: si cortar cabezas es difícil, ponerlas en su lugar es una proeza demoledora.

Yo me pasé 40 años andando, escribiendo, pensando que a lo mejor me hice escritora porque tenía una necesidad de tejer textos para contar esta historia, para nombrarla. He hecho años de terapia aprendiendo que hay un yo narrativo que se puede componer.

Y la sensación que tengo es esta: creo que mi padre está aquí y está completo. Sí, tengo papá, pero además, como estoy tan loca, a veces hablo con él.

Tengo enmarcado el pañuelo rojo que era suyo y que me llevé cuando lo conocí poco antes de que muriera. Un amigo lo convirtió en una pieza.

De pronto paso por ahí y le digo «bueno, bueno, cabrón, te estás poniendo a mano, ¿no?»

Lo siento aquí, presente.

Este artículo es parte de la versión digital del Hay Festival Querétaro, un encuentro de escritores y pensadores que se realiza en esa ciudad mexicana del 1 al 4 de septiembre. Sigue aquí toda la cobertura.

Imagen de portada: Alma Delia Murillo

FUENTE RESPONSABLE: HayFestivalQuerétaro@BBC Mundo. Por Carolina Robino. 31 de agosto 2022.

Sociedad y Cultura/México/Familia/Literatura/Derechos de la Mujer