Cátaros, los herejes exterminados por la inquisición.

LA «IGLESIA VERDADERA»

Durante siglos los cátaros llevaron una vida cristiana en sus castillos al margen de la «corrupta» Iglesia oficial, hasta que el papa decidió aniquilar la «peste» que amenazaba su poder.

A principios del siglo XIII, Inocencio III, el papa más importante de la Edad Media, dedicó gran parte de sus energías a exterminar una «peste» que se había instalado en el corazón mismo de la Cristiandad. Era el catarismo, un movimiento cristiano disidente que desde hacía dos siglos había surgido en diversos puntos de Europa. Muy pronto, la aparición más o menos simultánea de las comunidades de cátaros, considerados herejes, se convirtió en una auténtica pesadilla para el Papado y para la Iglesia de Roma.

Desde muy pronto Inocencio III instruyó a los príncipes cristianos acerca de cuál debía ser la conducta a seguir contra los cátaros: «Si alguno recibe, defiende o favorece a los herejes deberá ser inmediatamente considerado como infame, y no podrá ser admitido para los oficios públicos ni podrá recibir herencia alguna. Si fuera juez, sus sentencias serán consideradas nulas; si clérigo, será inmediatamente degradado y perderá todo oficio y beneficio, y, en todo caso, los bienes del hereje serán confiscados…».

¿Qué tenían esas Iglesias esparcidas por Europa para motivar un celo y una persecución tan notables? ¿Hasta qué punto podían constituir una amenaza para la Iglesia Católica? ¿Cuál era su funcionamiento y grado de penetración en la sociedad de su tiempo?

DE BIZANCIO AL LANGUEDOC

No puede hablarse, en rigor, de una única «Iglesia cátara», con una organización estructurada y una doctrina compartida y uniforme. Hay que pensar, más bien, en varias Iglesias dispersas, extendidas de forma desigual, unidas no tanto por estructuras jerarquizadas como por vínculos de hermandad y solidaridad, al estilo de las Iglesias cristianas primitivas. Y, en el plano ideológico, con posiciones doctrinales que, partiendo de algunos rasgos comunes, presentaban, sin embargo, diferencias y matices significativos.

Para empezar hay que recordar la existencia en Oriente de un conjunto de Iglesias surgidas de forma más temprana, a mediados del siglo X en Bulgaria, y más concretamente en la actual Macedonia, bajo el reinado del zar Pedro I (927-969). Este movimiento sería conocido como bogomilismo, por el nombre del primer propagador de la herejía, el pope Bogomilo (palabra que significa «amigo de Dios»).

Carcasona fue gobernada desde finales del siglo XI por la familia de los Trencavel, que erigieron un imponente circuito de murallas. En 1209 Simón de Montfort conquistó la plaza en el contexto de la cruzada contra los cátaros.Foto: Wikimedia Commons

En cuanto al Imperio bizantino, la herejía se extendió a comienzos del siglo XI prácticamente por toda Asia Menor. El jefe más reconocido de esta última Iglesia fue un médico, Basilio, que murió en 1111 quemado en una hoguera levantada en el hipódromo de Constantinopla: fue la primera pira del Imperio de Oriente.

Pero la nueva religión mantendría su vitalidad a lo largo del siglo XIII, durante el cual tenemos constancia de la existencia de dos Iglesias cátaras en Constantinopla, la griega y la latina, más otras cuatro en regiones próximas. Por último, cabe destacar el caso de los territorios eslavos de Dalmacia y Bosnia, que fueron manifiestamente cátaros a lo largo de tres siglos y llegaron a tener el catarismo como religión de Estado.

Otras comunidades cátaras surgieron de forma más tardía en el reino de Francia y sus territorios vasallos (Champaña, Borgoña, Flandes),Aquitania,Alemania (sobre todo en Lieja y en Renania), Italia (con numerosas y activisimas Iglesias, sobre todo en el norte), los condados catalanes al norte de los Pirineos y, naturalmente, en lo que más tarde sería conocido con el nombre de Languedoc.

CÁTAROS, LOS HOMBRES BUENOS

Nos referimos, concretamente, a las tierras comprendidas dentro de los lindes del condado de Tolosa, los vizcondados de Carcasona, Béziers y Albi, el vizcondado de Narbona y el condado de Foix. En estos últimos territorios occitanos, sin duda los más importantes en cuanto a implantación de la Iglesia de los bons homes, está atestiguada la presencia de cátaros ya en el siglo XI y, sobre todo, durante los siglos XII y XIII. Sabemos que en todo su conjunto se formaron cinco «obispados» y más de cincuenta «diaconados», aparte de numerosísimas casas o conventos en multitud de pueblos y ciudades.

El dominico Bernard Délicieux es juzgado en 1319 por denunciar los abusos de la Inquisición en su represión del catarismo. Óleo de J. P. Laurens. 1887. Toulouse. Foto: Wikimedia Commons

La extensión numérica del catarismo occitano ha dado pie a algunas controversias y resulta difícil de establecer con un cierto grado de fiabilidad. Aun así, no parece descabellado cifrarla alrededor de una quinta parte de la población total del Languedoc.

El número relativamente reducido de personas ordenadas por la Iglesia disidente –otra cosa sería la masa de creyentes y seguidores– no podría explicar un desasosiego tan enorme por parte de la Iglesia de Roma si no fuera por una circunstancia muy relevante: el arraigo del catarismo en todas las capas sociales y su especial penetración en algunos sectores dominantes de la sociedad, en particular entre los nobles y los terratenientes.

La Iglesia oficial estaba especialmente preocupada por el arraigo del catarismo entre todas las capas de la sociedad, desde simples campesinos a poderosos nobles.

El caso concreto de Toulouse, estudiado por Michel Roquebert, resulta significativo a ese respecto. En la oleada represiva de 1246-1248, sobre una población de unas 40.000 almas, la Inquisición tan sólo condenó a prisión perpetua a 185 creyentes, es decir, menos del 5% de los tolosanos.

Sin embargo, muchos de ellos eran miembros de las grandes familias ciudadanas, notables que eran asimismo terratenientes o castellanos arruinados de la zona del Lauragais y que tenían casa propia en Toulouse. Y concluye Roquebert: «Multipliquemos la cifra de habitantes por diez; es como si hoy fueran encarcelados, por un delito de opinión, 1.850 personajes notables tolosanos…».

LOS BUENOS CRISTIANOS

¿Cuál era la organización de esas comunidades cátaras? En el plano inferior de su estructura estaban los creyentes, es decir, la masa de los seguidores de la Iglesia que no habían recibido aún el bautismo, el consolament, pero que seguían con devoción los ritos y las predicaciones, y aspiraban a que dicho sacramento no les faltara en el momento de la muerte: de este modo tenían la seguridad de que el espíritu que anidaba en su cuerpo carnal, aprisionado, podría salvarse y ascender al paraíso.

En un segundo plano, el más relevante de todos, cabe situar a los miembros propiamente dichos de la Iglesia, aquellas personas que, tras un período de noviciado, que solía durar entre uno y tres años, habían recibido en vida el consolament como sacramento de ordenación y seguían al pie de la letra las prescripciones de su fe.

Abadía de Saint-Hilaire. Este monasterio benedictino fue fundado a finales del siglo VIII y recibió la protección de los condes de Carcasona. Durante la cruzada albigense se acusó a los monjes de herejía, y la abadía fue saqueada y donada a la comunidad de Prouille. Foto: Wikimedia Commons

Ellos se llamaban a sí mismos simplemente «cristianos» y en el Languedoc el pueblo los llamaba bons homes o bones dones; la Iglesia católica, por su parte, los denominaba «herejes revestidos» (haeretici induti) o, en menor grado, «perfectos», es decir, herejes «completos» o «consumados». El conjunto de esos buenos cristianos constituía la Iglesia de Dios,la Gleisa de Dio, como se la llamaba en occitano. Su misión principal era predicar, efectuar las oraciones rituales, dar el consolament y garantizar la sucesión apostólica –la continuidad de la Iglesia– de acuerdo con las llamadas reglas de justicia y verdad.

Residían en comunidad y trabajaban con sus manos, vivían en la pobreza y con total austeridad, y se atenían a estrictas normas de continencia alimentaria y abstinencia sexual. También vestían con humildad: en tiempos de paz llevaban un hábito negro de burel, los cabellos largos y barba; en tiempos de clandestinidad usaban vestimentas de color oscuro, generalmente azul negro, a menudo con capuchón.

Castillo de Peyrepertuse en el Languedoc. A principios del siglo XIII el señor de la fortaleza, Guillaume de Peyrepertuse, se distinguió por su apoyo a los cátaros, hasta que en 1217 hubo de someterse a Simón de Montfort. El castillo cayó bajo dominio real en 1239. Foto: Wikimedia Commons

Las mujeres también vestían de oscuro y ocultaban siempre sus cabellos con una toca, algo muy usual en esa época. Iban por el mundo en parejas del mismo sexo, a menudo integradas por un buen cristiano y un neófito (sòci). Llevaban consigo el Libro con los textos del Nuevo Testamento y algunas glosas para sus sermones, así como algo de ropa y de comida, y, a menudo, una escudilla para asegurarse de que en todo momento comían en un plato incontaminado de carne.

Al frente de toda comunidad de buenos cristianos estaba un anciano o, en el caso de las comunidades femeninas, según los documentos, una anteposita, es decir, una priora o superiora. Solía ser la persona más antigua en la fe de todos los miembros de su colectivo, y presidía los actos comunitarios y litúrgicos, dirigía la plegaria y ejecutaba el rito cotidiano de la partición del pan. Era, también, responsable de la administración de la casa.

UNA VIDA DE FE Y POBREZA

En un grado inmediatamente superior se encontraba la figura del diácono, la persona que, en tiempos de paz, visitaba las casas religiosas de su zona, era responsable de tutelar su disciplina y buena administración y realizaba todos los meses en cada comunidad el ritual del servici o apparelhamentum (preparación, puesta en disposición), una especie de penitencia colectiva. No sabemos de la existencia de ninguna diaconesa, a pesar de que es sumamente conocido el protagonismo de las mujeres en la Gleisa de Dio, muy superior al de las monjas en la Iglesia de Roma.

Siguiendo el orden jerárquico cabe hablar, asimismo, del hijo mayor y el hijo menor, coadjutores del obispo. El hijo mayor sustituía al obispo en caso de muerte o incapacidad, y era reemplazado, a su vez, por el hijo menor. Más tarde, un nuevo hijo menor era elegido por todos los asistentes en la correspondiente asamblea y consagrado.

Albi, a orillas de río Tarn, fue uno de los principales focos del catarismo, hasta la toma de la ciudad por los cruzados en 1209. La catedral de Santa Cecilia se erigió a finales del siglo XIII, a modo de fortaleza sobre una población aún hostil. Foto: Wikimedia Commons

Por último, en el máximo nivel –puesto que entre los cátaros no existían ni arzobispos, ni cardenales ni papas– estaba la figura del obispo. Era el responsable de su diócesis y la persona que poseía la facultad de conferir la ordenación a los nuevos religiosos. No conocemos tampoco la existencia de obispos de sexo femenino.

Normalmente, todos los miembros de la Iglesia vivían en comunidad –hombres y mujeres por separado–, en una casa religiosa u ostal situada siempre en el interior de los pueblos, en contraste con los monjes católicos que solían buscar lugares lo más alejados posible de la gente para, así, establecer –según se decía– una mejor comunicación con Dios. Allí, los cátaros trabajaban con las manos, compartían el rezo de sus numerosísimas plegarias y practicaban sus ritos. En algunas ocasiones, dichas casas ejercían también funciones de hospedaje u hospital.

Eran, pues, establecimientos religiosos equivalentes a lo que más tarde serían los conventos católicos de las órdenes mendicantes, aunque más pequeños y numerosos, y mucho más abiertos en su concepción puesto que, muy a menudo, vivían o trabajaban en ellos no sólo las personas ordenadas o los novicios, sino también simples creyentes que pasaban allí una temporada, a menudo en compañía de sus hijos.

UN SACRAMENTO SALVADOR

El hecho de que los cátaros propiamente dichos constituyesen una minoría y que sus seguidores tan sólo aspirasen, mayoritariamente, a recibir el consolament a las puertas de la muerte plantea la interesante cuestión de cuáles podían ser los vínculos que los mantenían unidos a su Iglesia. Como es natural, estos nexos, más allá de las relaciones personales o la asistencia a las predicaciones y a algunos otros ritos, existían de forma natural en la vida cotidiana. Dos instituciones originales dan prueba de la persistencia de dicha unión: el melhorier y la convenensa.

En cuanto al melhorier, denominado en las fuentes católicas melioramentum o adoratio, consistía en una práctica –muy visible a los ojos de cualquier espectador y, por lo tanto, arriesgada– por la cual los creyentes mostraban su respeto hacia los miembros de la Iglesia y solicitaban su bendición e intercesión. 

El rito incluía tres prosternaciones por parte del creyente, y un diálogo que incorporaba varias fórmulas estereotipadas y dos invocaciones finales. Así, el feligrés que efectuaba el melhorier decía: «Señor, ruega a Dios por este pecador y que Él me conduzca a un buen fin», mientras que el cátaro que lo recibía respondía: «Dios te bendiga, te convierta en un buen cristiano y te conceda un buen fin». La ceremonia acababa con un beso de la paz o caretas.

Un cátaro impone el consolamentum a un fiel moribundo ante el horror de dos frailes franciscanos que se alejan. Biblia moralizada del siglo XV. Foto: Wikimedia Commons

Por su parte, la convenensa (llamada en latín convenientia, o sea, «acuerdo, convención») era en sus inicios la promesa, el pacto, que efectuaba todo buen cristiano de respetar las reglas de su Iglesia. 

En tiempos de persecución, el pacto se convirtió en la garantía que tenía cualquier creyente, como resultado de su firme compromiso con la Iglesia y de la Iglesia con él, de recibir el consolament en la hora de su muerte, incluso en el caso de que, a causa de la gravedad de sus heridas, no fuese capaz de hablar ni de rezar el Padrenuestro o, lo que venía a ser lo mismo, de pronunciar las respuestas del ritual.

En la etapa final de la vida de la Iglesia cátara, la convenensa acabó sirviendo para dar respuesta a un angustioso interrogante que se planteaban muchos creyentes: si ya no quedan bons homes, ¿cómo salvaremos nuestras almas? 

La respuesta de los últimos miembros de la Iglesia, concretamente de Guilhem Belibasta –el último cátaro conocido de Occidente– cuando se hallaba en la diócesis de Tarragona, fue la siguiente: en el momento de la muerte, incluso si se hallaba en la más completa soledad, si el creyente había efectuado en conciencia la convenensa –es decir, se había comprometido a ella de todo corazón–, recibiría la visita «de un bon home espiritual, es decir, un ángel», que le conferiría el consolament.

Cuanto hemos descrito hasta aquí era aplicable en una situación de normalidad, cuando las armas de combate de la Iglesia católica contra la imparable herejía eran únicamente de carácter pacífico. El panorama cambió por completo cuando los pontífices romanos, apurando su enorme capacidad de presión sobre los nobles católicos, impusieron sucesivamente sobre las tierras del actual Midi francés dos mecanismos represivos: la cruzada contra los albigenses o cátaros (1209-1229) y los tribunales de la Inquisición (a partir de 1231), creados, precisamente, para combatir la herejía.

EL FINAL DE LOS CÁTAROS

La cruzada significó la muerte en la hoguera de miles de cátaros, y tuvo una enorme trascendencia en los planos político y militar, pero no logró su teórico objetivo de acabar con la herejía. 

En cierta forma ocurrió más bien todo lo contrario: aun diezmados en sus filas, los cátaros se beneficiaron de la identificación que se produjo, en contra de «los franceses», entre las tierras invadidas por los cruzados y la Iglesia perseguida, así como de la fama de mártires que se ganaron a pulso por los reiterados testimonios de su inamovible fe llevada hasta las últimas consecuencias.

Expulsión  de los cátaros de Carcasona en 1209. Miniatura de las Grandes Crónicas de Francia, 1415. Foto: Wikimedia Commons

La Inquisición ya fue otra cosa. Su implacable y sistemática labor en todas y cada una de las poblaciones, a lo largo de todo un siglo, fue destruyendo paulatinamente no sólo las vidas de los bons homes, sino, y más importante aún, las bases sociales de la Iglesia herética.

Santo Domingo de Guzmán fue el fundador de la inquisición y el principal predicador de la destrucción de los cátaros. En este retablo de Pedro Berruguete pintado en 1499 los libros católicos saltan milagrosamente del fuego mientras que los herejes se queman en una ordalía para demostrar la falsedad del catarismo. Museo del Prado, Madrid. Foto: Wikimedia Commons

Sus miembros tuvieron que ocultarse, cortarse las barbas y cambiar sus hábitos, y adoptaron la práctica de pronunciar sus sermones y celebrar sus ritos en los claros de los bosques o en las eras de las casas de labranza; de esta forma evitaban a sus huéspedes que las autoridades demolieran hasta los cimientos sus hogares y los convirtieran en un depósito de basura por haber sido «receptáculo de perfidia». Desde luego, los últimos cátaros pagaron con sus vidas su contumacia en la fe que predicaban y su fidelidad al principio de no mentir jamás.

Así finalizó la Iglesia de los cátaros su paso por la historia: en la década de 1320 en el Languedoc, algo más tarde en Italia y a mediados del siglo XV en Bosnia. Una Iglesia cristiana disidente que, en definitiva, no tenía otro objetivo que volver a las fuentes del cristianismo originario, a la autenticidad del mensaje evangélico que un día predicó, en las tierras de Galilea y de Judea, Jesús de Nazaret.

Imagen de portada: Desde su castillo, los condes de Foix fueron ardientes partidarios del catarismo.Foto: Wikimedia Commons

FUENTE RESPONSABLE: Historia National Geographic. Por Antonio Dalmau;  escritor y especialista en historia de los cátaros. 23 de febrero 2023.

Sociedad y Cultura/Edad Media/Historia del Cristianismo/Cátaros/Inquisición.

Makuria, el misterioso reino cristiano de la nubia medieval

REINOS DESAPARECIDOS

La Nubia de época medieval es una gran desconocida. En aquella desértica región, situada entre Egipto y Sudán, coexistieron y prosperaron diversos reinos, entre ellos Makuria. Con capital en Vieja Dongola, Makuria fue un floreciente reino cristiano que pervivió durante ocho siglos, pero que finalmente cayó en un imparable declive debido al empuje musulmán.

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En 1959 dieron comienzo en Egipto las obras de construcción de la gran presa de Asuán, un proyecto faraónico que amenazaba con sumergir bajo las aguas del Nilo un gran número de templos y monumentos que jalonaban la región de Nubia. 

Así, para evitar lo que habría sido una pérdida de patrimonio irreparable, un equipo internacional patrocinado por la UNESCO inició un plan de una ambición sin precedentes con el objetivo de trasladar algunos de los monumentos amenazados para evitar, de este modo, su desaparición. 

Pero entre los que iban a ser salvados, casi todos ellos de época faraónica, hubo algunos que resultaron ser diferentes al resto: los vestigios de los reinos medievales que prosperaron en la región, entre ellos Makuria.

En aras de llevar a cabo este proyecto de salvamento, un equipo de arqueólogos polacos viajó hasta Faras, una ciudad de la Baja Nubia, para excavar su catedral; otro grupo de arqueólogos británicos inició unas excavaciones en la ciudadela de Qasr Ibrim, mientras sus colegas de la universidad de Ghana hacían lo propio en la parte oeste del yacimiento de Debeira, en la orilla oriental del Nilo. 

Todos estos trabajos permitieron a los investigadores recabar valiosa información acerca de la vida de los habitantes de Nubia (un territorio situado entre los actuales Egipto y Sudán) durante la Edad Media.

VIEJA DONGOLA, UNA CAPITAL MEDIEVAL

La capital del legendario reino de Makuria fue Vieja Dongola, una ciudad localizada en la orilla oeste del Nilo. A pesar de que fue fundada en el siglo V d.C. para servir de fortaleza, Vieja Dongola no tardó en convertirse en un bullicioso centro comercial y punto de partida para las caravanas que se dirigían hacía Darfur y Kordofan. 

Con la llegada del cristianismo en el siglo VI, la ciudad se convirtió en una próspera capital, y en sus dos kilómetros cuadrados de superficie se levantaron murallas, iglesias, dos palacios y un monasterio del que se han conservado los baños y decoraciones parietales. 

Restos de la iglesia de las Columnas de Granito, en Vieja Dongola.Foto: Lucio A (CC BY 2 0)

Vieja Dongola alcanzaría su apogeo entre los siglos IX y XI, pero sería en el siglo XIV, a raíz de los ataques musulmanes, cuando su esplendor empezó a decaer. 

Sería precisamente en ese siglo cuando hicieron su aparición las primeras crónicas sobre la capital de Makuria, que es mencionada en un manuscrito titulado Libro del Conosçimiento de todos los reinos et tierras et señorios que son por el mundo, et de las señales et armas, atribuido a un monje español. 

Esta obra sigue los pasos de otras similares escritas en el mismo período como el Libro de las maravillas de Marco Polo o el Libro de las maravillas del mundo escrito por un personaje ficticio llamado Juan de Mandeville.

LA CRISTIANIZACIÓN DE MAKURIA

Pero ¿cuál fue el origen de Makuria? Este fue uno de los tres reinos surgidos tras la caída del reino meroítico de Kush, que había controlado la región entre los años 800 a.C. y 350 d.C. (los otros dos reinos fueron Nobatia, al norte, y Alodia, al sur). 

Makuria ocupó la zona occidental del Nilo, desde la tercera catarata hasta algo más allá de la cuarta, y dominó la región de Napata, una de las más importantes del antiguo reino de Kush. 

De hecho, los habitantes de Makuria fueron desplazados por los nubios de Kordofan, asentados en el valle, a partir del siglo IV. Un siglo después se fundó Vieja Dongola, desde donde una monarquía hereditaria gobernaría la región hasta el siglo XI.

Restos de la sala del trono en Vieja Dongola. Este edificio fue convertido en mezquita en 1317.Foto: LeGabrie (CC BY-SA 4.0)

Al finalizar el siglo V, y con la difusión del cristianismo por toda el área, Makuria llegó a un acuerdo con el Imperio bizantino, algo que al emperador Justiniano le venía muy bien para frenar la expansión de los persas sasánidas. 

Fruto de ello fue el abandono de la religión pagana por parte de los makurianos y su consiguiente cristianización. Algunos se decantaron por la vía calcedonia que profesaba el emperador bizantino y otros por la miafisita, que era la preferida por su esposa Teodora. 

En cualquier caso, el cristianismo echó raíces en Makuria, y el reino llegó a ensanchar sus fronteras desde la primera catarata del Nilo hasta la sexta.

SALADINO Y LAS INVASIONES MAMELUCAS

En el siglo VII, Makuria se vio amenazada por las fuerzas árabes que habían conquistado Egipto. Vieja Dongola fue asediada en 652, pero sus habitantes lograron repeler a los atacantes. 

Así, ante la imposibilidad de conquistar la ciudad, los musulmanes firmaron con el rey makuriano Qalidurut, el baqt, un tratado por el cual el monarca cristiano admitía su vasallaje mediante el pago de un tributo a cambio de disfrutar de una amplia autonomía y un ventajoso acuerdo comercial. 

Una fructífera relación que perduraría durante siglos. Makuria continuó, así, sin trabas su expansión, y en el año 707 se anexionó el vecino reino de Nobacia.

En el siglo XII, con la dinastía fatimí en el poder, Egipto mantuvo estrechas relaciones con Makuria. Los fatimíes, que eran chiítas, no contaban con muchos aliados entre los mayoritarios sunitas, por lo que no dudaron en forjar alianzas con sus vecinos cristianos del sur. 

Pero la dinastía fatimí de Egipto fue derrocada por los califas sunitas de Damasco. 

Así, tras la llegada de Saladino, futuro sultán de Egipto y de Siria, fundador de la dinastía ayubí, hubo una incursión nubia en apoyo de los fatimíes en 1172. Saladino entonces envió un ejército dirigido por su hermano Turan-Shah a invadir Nubia. 

Sin embargo, al darse cuenta de que el país era muy pobre, pensó que no valía la pena conquistarlo e hizo retirar a sus tropas. El lento declive de Makuria había empezado. 

Mural de la catedral de Faras en el que puede leerse el nombre de uno de los gobernantes de Makuria llamado Moses George (Mouses Georgios).Foto: PD

Durante los siglos siguientes, Makuria siguió su imparable declive. 

Las hambrunas, las sequías y los cambios en las rutas comerciales provocaron la decadencia del antiguo reino cristiano. A todo esto hay que añadir que en 1276 los mamelucos invadieron Makuria y llegaron hasta las puertas de Vieja Dongola. 

Desde entonces, la venida a menos Makuria se convirtió en tributaria del Sultanato Mameluco de Egipto.

Al final, su esplendor se apagó definitivamente en el año 1397, cuando el reino, ya muy debilitado por las guerras intestinas, se vio asolado por una terrible epidemia de peste. 

Un duro golpe del que Makuria ya no pudo recuperarse. De este modo, tanto Makuria como sus reinos vecinos de Nobatia y Alodia se sumieron en el olvido cuando toda la zona cayó definitivamente bajo el dominio musulmán.

Imagen de portada: Tumbas abovedadas islámicas (qubba) junto a las ruinas de Vieja Dongola, en el desierto de Nubia.. Foto: Hans Birger Nilsen (CC BY SA 2 0)

FUENTE RESPONSABLE: Historia National Geographic. Por J.M. Sadurni. 9 de febrero 2023.

Sociedad y Cultura/Historia del Cristianismo/Islam/Curiosidades

SIMBOLO DEL CRISTIANISMO

La cruz, de castigo ejemplar a la promesa de la vida eterna.

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La imagen de la cruz es identificada inmediatamente con el cristianismo, pero se trata de un símbolo que se extendió mucho después de la muerte de Jesús. La evolución de la simbología cristiana refleja la historia de esta fe y el profundo cambio de mentalidad que se dio en el mundo tardoantiguo.

Aunque se haya convertido en el símbolo por antonomasia del castigo romano, en sus orígenes la crucifixión fue concebida muy lejos de Roma. 

Los primeros registros que se tienen de este procedimiento como método de ejecución datan del Imperio Aqueménida -aunque probablemente se usara ya en Asiria- y responden a la fe zoroastriana, que se extendió notablemente bajo el mandato persa: según sus creencias, el fuego y la tierra son sagrados y enterrar o quemar a un criminal contaminaría estos elementos, por lo que se les clavaba a leños de madera para dejarlos morir y que las aves carroñeras dieran cuenta de sus restos.

Los romanos entraron en contacto con esta práctica durante su expansión por el Mediterráneo: griegos y cartagineses la conocían por mano de los persas, y el propio Alejandro Magno la practicó contra los supervivientes de ciudades que se habían opuesto con más tesón a su conquista. Para estos pueblos no zoroastrianos, la crucifixión representaba un método de ejecución particularmente cruel y humillante. El condenado podía morir en cuestión de horas o al cabo de varios días, dependiendo de las circunstancias, pero en cualquier caso resultaba una imagen terrible que servía de escarmiento y advertencia: en el siglo I a.C., tras aplastar la revuelta de esclavos liderada por Espartaco, unos 6.000 prisioneros fueron crucificados a lo largo de la Vía Apia.

A partir del siglo V d.C. la cruz se difunde ampliamente como símbolo del cristianismo. Previamente el más usado por los cristianos era la figura de un pez.

Por ello, la cruz despertaba en el mundo antiguo un horror particularmente intenso. Solo a partir del siglo V d.C. se difunde ampliamente como símbolo del cristianismo, y ello es debido al cambio de mentalidad que ejerce la fe cristiana y al interés del hombre que la favorece: el emperador Constantino el Grande.

El pez, primer símbolo cristiano

Durante los siglos siguientes a la muerte de Jesús, el cristianismo sufrió una persecución generalizada, interrumpida a veces por algunos períodos de tolerancia. 

Las particularidades de esta religión la convertían en una amenaza para el poder romano, por lo general bastante tolerante en lo que se refería a las costumbres de los pueblos conquistados: su negativa a rendir culto a los emperadores y a los dioses oficiales, considerados garantes de la prosperidad del Imperio, era vista como un desafío a la autoridad de Roma.

Las ejecuciones de cristianos, a menudo realizadas por medio de la crucifixión, daban a la cruz un significado infamante, pues era un método reservado a los peores criminales. 

San Agustín de Hipona, que vivió en el siglo IV d.C. -pocas décadas después de que Constantino promulgara el Edicto de Milán, que garantizaba el fin de las persecuciones-, describe que en los primeros tiempos el símbolo del cristianismo era un pez, que representaba la búsqueda la verdad profunda oculta a simple vista, como los peces se ocultan bajo las aguas. Por otra parte, su nombre en griego -ΙΧΘΥΣ, ictys- se corresponde con la sigla de Iēsous Christos Theou Yios Sōtēr: Jesucristo, Hijo de Dios, el Salvador”.

Puerta medina de Túnez

PUERTA MEDINA DE TÚNEZ

El ictys sigue siendo un símbolo usado por los cristianos de Oriente y África, como se muestra en esta puerta de la medina de Túnez. Su origen se encuentra en el Nuevo Testamento, en el que Jesús se refería a sus apóstoles como «pescadores de hombres».

El ictys era un símbolo de reconocimiento mutuo entre cristianos cuando esta religión era practicada clandestinamente: al encontrarse, uno de ellos dibujaba una línea curva y, si el otro la dibujaba a la inversa completando el símbolo de un pez, podían estar seguros de que ambos eran cristianos. Al ser un símbolo secreto, si uno de ellos resultaba ser un espía era descubierto enseguida; además, a ojos de extraños no era más que un simple garabato y no delataba la presencia de una comunidad cristiana.

Este símbolo siguió siendo usado durante muchos siglos. En las medinas del norte de África, las puertas están decoradas con muchos símbolos que sirven para identificar a la comunidad que vive en esa casa y, entre otros aspectos, la fe que profesan: la media luna para los musulmanes, la estrella para los judíos y el pez para los cristianos.

El emperador Constantino legalizó el cristianismo en el año 313 mediante el Edicto de Milán. En el año 380 Teodosio promulgó el Edicto de Tesalónica, por el cual esta fe se convertía en la religión oficial del Imperio Romano.

Fusión de tradiciones

La adopción de la cruz como símbolo cristiano puede atribuirse con bastante certeza a las comunidades coptas de Egipto y es el resultado de dos factores: por una parte, una casualidad lingüística y por otra, una semejanza gráfica con el ankh, un símbolo que fue reciclado de la antigua religión egipcia.

Los coptos tuvieron un papel fundamental en el ascenso del cristianismo: Constantino tuvo que luchar por el poder contra su rival Majencio y buscó apoyos en los territorios de Oriente, donde el cristianismo era más fuerte. Según Eusebio de Cesarea, autor de una biografía sobre el emperador, antes de la decisiva batalla del Puente Milvio (312 d.C.) Constantino tuvo la visión de una cruz en el cielo y más tarde, “en sus sueños, el Cristo de Dios se le apareció con el mismo signo que había visto en los cielos, y le ordenó que abrazara ese signo que había visto en los cielos, y que lo usara como un talismán en todos los combates con sus enemigos”.

La donación de Constantino

LA DONACIÓN DE CONSTANTINO. Este fresco de la Basílica de los Cuatro Santos Coronados, en Roma, representa la Donación de Constantino, un decreto según el cual el emperador habría transferido al papa Silvestre I el gobierno de Roma y los territorios circundantes. Hoy se sabe que este decreto es una falsificación que tuvo como objetivo justificar el poder temporal de los papas: en la Europa occidental, el cristianismo sustituyó a la romanidad como elemento aglutinador.

Sin embargo, el símbolo que usó Constantino no era la cruz que conocemos sino un crismón, un anagrama formado por las letras griegas ji (representada como una X) y rho (representada como una P). Más adelante la letra ji fue sustituida por la tau (representada como una T), como abreviación de la palabra stauros -“cruz” en griego- significando “Cristo en la cruz”. Esta combinación guarda una gran semejanza con el ankh, el símbolo de la vida en la antigua religión egipcia, relacionado habitualmente con Isis. 

Según el mito, esta diosa había resucitado a su marido Osiris, quien se había convertido en el señor del Más Allá: esta analogía clara con Jesucristo habría ayudado a difundir la nueva religión reciclando conceptos arraigados desde hacía milenios en la mentalidad egipcia.

Los coptos fueron una de las primeras comunidades que abrazaron el cristianismo incluso antes de su legalización en el imperio -según la tradición, fue el propio evangelista Marcos quien la fundó en el siglo I d.C.-, siendo de gran importancia en la estructuración de la Iglesia como culto organizado. 

Su iconografía fusionaba las ideas cristianas con los símbolos usados en el Egipto faraónico -como el propio ankh o el disco solar que se convertiría en la aureola de los personajes bíblicos- y fue adoptada por la naciente Iglesia cristiana.

La cruz como promesa de la vida eterna

Gracias a su asociación con el ankh egipcio, la cruz, que había sido durante siglos un instrumento de tortura, se convertía en la promesa de la vida eterna. 

Una razón de mucho peso en la difusión del cristianismo sobre todo entre la gente más humilde fue precisamente que, en un tiempo en el que la mayoría de la población llevaba una vida muy difícil, daba sentido a sus padecimientos. 

La cruz se difundió como símbolo del cristianismo durante el siglo V, marcado por la creciente inseguridad -en especial la invasión de los hunos liderada por Atilay deterioro de las condiciones de vida.

A medida que el poder imperial se debilitaba, el religioso emergía como el nuevo elemento unificador, especialmente en el Imperio de Oriente o Bizantino, que lograría sobrevivir durante mil años más y en el que la Iglesia tendría un papel crucial; mientras que en Occidente, la lucha entre el poder regio y el papal marcaría toda la Edad Media. 

El símbolo de la cruz permanecería en ambos casos como la promesa de una recompensa de ultratumba a los sufrimientos de un mundo en el que las guerras y carestías eran la norma.

Imagen de portada: Gentileza de MNAC

FUENTE RESPONSABLE: NATIONAL GEOGRAPHIC. Por Abel G.M. Periodista especializado en el ámbito de la historia y los viajes.

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