Antropocracia, el “factor exceso”

Examinar la historia de la especie humana supone recorrer un trayecto promovido, desarrollado y resuelto por la sobreabundancia de unas funciones cerebrales más atentas en numerosas ocasiones a los productos generados por la imaginación virtual que a la referencia sensorial procedente del entorno mundano. 

De esta manera, la historia humana se ha convertido y se convierte muy a menudo en la crónica de una desmesura dispuesta y argumentada por un cerebro cuyas estructuras neuronales permiten concebir y diseñar una visión figurada del mundo y del sujeto, donde la representación de los objetos y la certeza objetiva del propio cuerpo se pueden transformar en meras apariencias para la “mirada interior”, mientras que las ideas virtuales que la imaginación escenifica pueden llegar a adquirir realidad subjetiva y emocional.

Estas funciones cerebrales manifiestan sin duda una eventualidad desmedida, una potencia que supera y desborda la dimensión concreta de unas criaturas naturales, los sapiens sapiens, homínidos llegados a una significativa complejidad cerebral tras el azaroso proceso evolutivo de la especie. 

Seres naturales sobredimensionados, enfrentados a una realidad física de la que forman parte y que con denodada tenacidad se obstinan en analizar e interpretar, tratando de imponer su dominio para acomodar la situación a sus particulares necesidades y objetivos, por mucho que la realidad material del universo muestre una férrea y maquinal neutralidad en la que los seres humanos aparecen como unos simples y transitorios pasajeros de la imparable flecha del tiempo. 

Viajeros fortuitos, en efecto, que, aunque sorprendidos y extrañados, no dejan de examinar críticamente el obligado e inesperado trayecto, demandando un itinerario favorable y manteniendo la arrogante pretensión no ya de mantenerse en el viaje mientras dure, sino de encontrar satisfactorio el recorrido.

Mas ¿cómo ha sido posible trazar y poner en práctica un propósito tan manifiestamente desprejuiciado y autónomo? Pues bien, la respuesta se halla en haber conquistado el fuego, poseer el lenguaje y, después, durante numerosos y pacientes milenios, haber ido perfeccionando las técnicas líticas hasta lograr descubrir y alear los metales, extenderse por toda la geografía planetaria, engendrar las formas artísticas y las creencias simbólicas, descubrir la agricultura y la domesticación de otras especies animales, fundar civilizaciones y culturas. 

Una laboriosa y tenaz empresa de dominio que otorgó una peculiar identidad a los Homo sapiens, una filiación cuyo atributo esencial radica en la convicción de ostentar el cetro que nos distingue como la especie superior. Un sentimiento de orgullosa preeminencia y supremacía que se conceptualiza como antropocracia: el sentimiento arrogante y compartido de considerarse los aristos, los mejores, la clase principal, la especie noble del planeta Tierra.

No obstante, el mundo, la realidad natural, no acostumbra a congeniar ni a mostrarse magnánima con la voluntad y los afectos de las criaturas, inteligentes o no. Ni los conoce, ni le preocupan, pues tales manifestaciones no se valoran dentro de su función y finalidad. Y, ante esta actitud impasible y mecánica de la naturaleza, a los antropócratas sólo les cabe mantener una actitud paciente o rebelde incluso. 

Por ello, Albert Camus llega a emplazar la esencia de lo humano en la rebelión permanente contra la condición impuesta, sea natural, metafísica o sociohistórica. Invoca, como origen de la rebeldía, una pretensión franca e intrépida de libertad, fundada sin duda en el inalienable sentimiento antropo crático que constituye la marca y el sello de lo humano.

La lógica del rebelde camusiano, aun pensándose, como rebelde existencialista que es, miembro de un universo que considera absurdo e injustificado, no flaquea por ello y se mantendrá fiel a su propia divisa: la búsqueda de ser feliz. 

Un comportamiento típicamente antropo crático, la actitud que corresponde a un ser autoconsciente y demasiado orgulloso para poder aceptar sin condiciones su minúsculo papel en la representación del mundo de la vida, rol personal sobre el que sabe que no debe hacerse demasiadas ilusiones, pero que tampoco renuncia a interpretar sin una cierta sobreactuación altiva. 

Antropocracia, arrogancia humana que, aun sabiéndose desplazada para siempre del eje central del universo y reconociéndose también en las miserias y atrocidades pasadas, presentes y futuras, no abdica de la enaltecida calidad de su linaje.

Esta disposición sentimental, eminente y propensa al arrebato, da igual si mundano o místico, y con tendencia al egocentrismo y la autocracia, ordena y dispone tanto el discurso como la acción humana. Pretender eludir o rechazar este talante entrañado y connatural no resulta posible, porque sólo sería el vano intento de querer negar el núcleo afectivo —instinto acrisolado y depurado— que nos define y determina: el amor a sí mismo, la característica esencial que nos distingue y califica ontológicamente como los seres inmoderados que somos. 

Se podrá en todo caso, y como mucho, intentar y pretender aquilatar el exceso, analizarlo, discutirlo, resolver serenarlo, pero no se extinguirá.

Poseer y experimentar las funciones cerebrales sensorioafectivas y lógicoanalíticas, así como la capacidad para la proyección virtual, nos ha distanciado en buena medida del origen animal, donde prevalece el impulso franco del instinto, aunque sin haber perdido tampoco la fidelidad a ese origen. Siendo, por tanto, seres duales, seres desdoblados, que, comprendidos en el flujo dinámico y totalizante del universo, hemos llegado a argumentar la dialéctica de los opuestos: mente/cuerpo, materia/espíritu, azar/determinismo, bien/mal. 

Allí donde sólo subsiste el movimiento continuo e indiscriminado del cambio permanente, el sentimiento antropo crático introduce e impone taxonomías y valores, clasificaciones que nos conciernen y que, por artificiosas y subjetivas que puedan resultar, se mantienen como dogmas o como simples hipótesis de trabajo, pero sin renunciar a ellas.

El mantenido fuero antropo crático proclama exigencias y alega condiciones propias frente a la atrabiliaria acción universal, y propone asimismo sus particulares visiones y concepciones del mundo y de la vida. Modelos diversos, enfrentados e irreconciliables incluso, mas atentos todos ellos a la defensa del fuero común. 

El antropocracia, sin importar cuáles sean su fe y sus supuestos, siempre está decidido a “salvar las apariencias”, tanto las de los “astros errabundos” como las de su particular condición existenciaria, convertida en el fiel de una balanza donde la felicidad y la infelicidad ocupan cada una su platillo representando el valor o la depreciación que se le atribuye a la vida.

Y cuando de la existencia personal se trata, cuando el propósito y el objetivo es el vivir cotidiano, es entonces cuando el sentimiento antropo crático se individualiza y se hace práctica permanente: afronta retos, desarrolla pasiones, vanidades, envidias y competencias, inspira ideales, lealtades y traiciones, heroísmo y crueldad. 

Sin el talante antropocrático del entrañado amor a sí mismo y su radical ímpetu, no hubiera sido imaginable que un pesimista extremo como Arthur Schopenhauer, para quien la felicidad representaba ser un mero “eufemismo”, al entender que únicamente “el dolor y el sufrimiento” son reales —siguiendo la estela budista—, se dedicase a escribir nada menos que una Eudemonología o “arte de ser feliz”, en franca y abierta contradicción, como él mismo reconocía, frente a su propio pensamiento filosófico. De modo explícito, el decadente negador de la vida que era Schopenhauer para el Nietzsche maduro, no renunciaba en absoluto a algún posible retazo de felicidad, aunque se tratara de una modesta felicidad negativa, que Aristóteles explica con sencillez: “El prudente persigue lo que está exento de dolor, no lo que es agradable”. Es decir, hacer de la resignación virtud, pero no una entrega sin condiciones.

Porque, después de todo, lo que los antropócratas, o sea, nosotros, deseamos en principio y exigimos, aunque se esboce con cautela, será tener una existencia que nos parezca digna de ser vivida y lo más acorde posible con el sentir propio, subjetivo sí, pero atento siempre, o mientras se pueda, a evidenciar su condición antropocracia. Condición variada y llena de matices tal como refleja la intrincada diversidad de los ámbitos felicitarios individuales, cuya carga querencial mantiene como referencia constante el amor a sí mismo y el sentimiento antropocrático.

La aparición y desarrollo de la antropocracia en el transcurso de la peripecia humana, esa desmesura de creer merecer un tratamiento distinguido y respetuoso por parte de un mundo y de una existencia cuya neutra imparcialidad, incluso vejatoria a veces, no cesa de afirmarse en el espíritu humano, aun habiendo llegado a aceptar el franco desplome de las creencias míticas y metafísicas, habiendo desposeído de la mayúscula inicial al alguna vez infatuado concepto de humanidad y reducido el ser humano por el conocimiento científico a ser una forma más de vida de un planeta ignorado y perdido en un universo anónimo. 

Y no obstante, quebrados los antiguos fundamentos culturales y emocionales que alentaban y exaltaban el culto de la antropocracia, los usos y fueros antropocráticos permanecen vigentes y siguen animando y modelando los pensamientos, las conductas y las visiones humanas. Y no cabe enmienda.

Imagen de portada: El Homo sapiens se caracteriza por un sentimiento de orgullosa preeminencia y supremacía: antropocracia, el sentimiento arrogante y compartido de considerarse los aristos, los mejores, la clase principal, la especie noble del planeta Tierra.

FUENTE RESPONSABLE: Letralia. Por Javier Olalde. Poeta español (Asturias, 1944). Estudió Literatura Hispánica y es licenciado en Filosofía. Su primer libro de versos, Ensueños y agonías, apareció en 1965. A continuación, publicó Leído en el gris (1968) y Alguno habló de soledad (1970). Ejerció el periodismo durante varios años. Y, tras mantener un largo y voluntario silencio editorial, ha publicado Toda la tarde andada (2017), Mi modo de ser árbol (2018), poemario recomendado por la Asociación de Editores de Poesía, y Extravagancia infinita (2019), un libro innovador en el que se unen y entrelazan los poemas con las reflexiones filosóficas.30 de enero 2023.

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Humanidad ampliada: un mundo moldeado por dos grandes fuerzas, la tecnología y el consumo.

Guillermo Oliveto, especialista en el análisis y la comprensión de las conductas humanas, escribió “Humanidad Ampliada”, un libro publicado en octubre de 2022 por Editorial Planeta.

Sí deseas profundizar en esta entrada lee por favor adonde se encuentre escrito en color “azul”. Muchas gracias.

El libro “Humanidad Ampliada” fue escrito por Guillermo Oliveto y pensado junto a Almatrends, porque les parecía que “era necesario entender cómo se reconfiguraría el futuro de la sociedad contemporánea después del shock 2020/2021, una instancia límite a nivel global de la que tanto la tecnología como el consumo salieron potenciados.”

Big Data, Algoritmos, Burbujas, Cámaras de Eco, Fake News, Inteligencia Artificial, Hábitat Viral y Hábitat Emocional (ambos desarrollados por Sil Almada), Caverna Digital, Clase Media, Hipertrofia del deseo, Sociedad de la Decepción, Hipercomplejidad, El consumo como ansiolítico, Utopías, Distopías, y Retrotopía, Sensatez, Esperanza Realista y el Buen Vivir, son algunos de los conceptos que se presentan en un ensayo que invita, sobre todo, a pensar.

Durante la pandemia, mientras la mayoría de la sociedad temía por su día a día, Guillermo y Sil Almada, fundadora de Almatrends Lab, supieron correrse de la escena y mirar desde afuera qué es lo que estaba sucediendo. Pensador del futuro, siempre creyó que la normalidad tal como la conocíamos regresaría pronto. Aunque con algunos ajustes, la vida cotidiana se parecería mucho más a la que teníamos de lo que en ese momento podía suponerse. Algo que en general la sociedad veía como lejano, impensable y hasta imposible.

«No me considero predictor del futuro, pero si un pensador del mismo. Trabajo para analizarlo y proyectarlo. Es muy importante tomar perspectiva de los fenómenos y analizar cómo sigue la película.»

Guillermo Oliveto, analista y pensador de las conductas humanas, ensayista.

Pero antes de comenzar a analizar el futuro y las distintas versiones del mundo pos pandémico que podemos leer en su libro, tuvo que comprender el presente que estábamos atravesando y también el pasado; porque el ensayista explica que: “lo que viene no se puede pensar, si no se comprende lo que ocurrió.”

Guillermo cuenta que entendió que lo que se estaba viviendo en la pandemia era un “momento limite inédito y una instancia de reflexión”. Es por eso que, a partir de un proceso introspectivo, logró ubicarse en el lugar de un pensador humanista, para desde esa mirada entender los hechos.

Además, para poder definir los futuros posibles que desarrolla en su texto, se apoyó en las tendencias globales del laboratorio “Almatrends”. Todas sus hipótesis se nutren de múltiples fuentes de información, así como de la generación de data y research propios. Están por ello, basadas en evidencias.

¿Por qué el nombre “Humanidad Ampliada”?

El libro plantea un mundo marcado y moldeado por dos grandes fuerzas, la tecnología y el consumo, y explica cómo las personas se comportan frente a ellas, específicamente durante y post shock pandémico. El autor enfatiza: “el titulo plantea que estas dos fuerzas, la tecnología y el consumo, amplían la condición humana pero el desafío es que no la desvirtúen.”

Adictivos o reacios

El autor explica que no sirve demasiado criticar el rápido avance de la tecnología y tampoco del consumo, porque “igualmente van a suceder y no vamos a modificar nada”. Sí es importante saber a qué decir que si y a qué decir que no, desarrolla Guillermo en su texto. Agrega que en muchos aspectos son las personas, de manera individual, quienes tienen la responsabilidad de poner sus propios límites y saber cuáles son las alertas.

Más allá de esto, él, en su libro, intenta alejarse de esta dicotomía que suele estar presente en el común de la sociedad (tecnología sí o no, consumo sí o no), para concentrarse en un debate más complejo, que explique el funcionamiento de estas dos fuerzas y el comportamiento humano frente a ellas.

El mundo post pandemia

Sin duda, Guillermo explica que sin el shock que atravesó al mundo hace dos años atrás, la evolución tanto de la tecnología como del consumo, hubiese sido más lenta. Aclara que: “iba a ocurrir igualmente, pero al ser más lento, definitivamente no estaríamos viviendo hoy la Revancha de la Vida que domina las conductas de aquellos que tienen la capacidad económica para concretar sus deseos: desde volver a viajar, hasta llenar la cancha o agotar en horas los tickets de los recitales.”

Guillermo señala que “después de tanto malestar, el bienestar no tiene precio” y por eso en una parte de la sociedad se está viviendo una especie de “años locos”. Cita como ejemplo el último verano europeo, que fue uno de los más caros de la historia y en simultáneo un boom. Del mismo modo lo que ocurre a nivel local con los bares, restaurantes y los inéditos 10 River de Coldplay.

El grueso del libro es muy útil para reflexionar sobre los futuros posibles e intentar responder una pregunta que atraviesa todo el ensayo de punta a punta: ¿Vamos bien o vamos mal?. Guillermo explica que, entre los estudiosos del tema, había dos hipótesis sobre el comportamiento de la sociedad post pandemia: la primera era que se volverían más austeros por el temor a enfrentar otro momento límite sin ahorros y la segunda era que salieran más gastadores por haber tomado conciencia de la finitud. “Yo considero que por lo menos hasta el día de hoy, está absolutamente comprobado que la opción ganadora fue la segunda”, concluye Guillermo.

Para Guillermo, la frase que resume su libro es: “Para una humanidad ampliada es necesario tener una mentalidad ampliada”

Se pregunta (y nos desafía a preguntarnos): ¿Aquellos que critican a la tecnología, están dispuestos a dejar pasar la posibilidad de que la Inteligencia Artificial permita detectar enfermedades de forma prematura y así mejorar y extender la calidad de vida? ¿Y los que se rasgan las vestiduras frente a la sociedad de consumidores acaso contemplan que el consumo es el 70% del Producto Bruto Mundial y por ende el principal motor del empleo? ¿Los que quieren volver al pasado recuerdan que hace apenas 2 siglos el 90% de la población global era pobre y analfabeta?

Estos provocadores interrogantes, entre muchos otros, llevan al lector por un camino de reflexión que dista de ser lineal y que se atreve a lidiar con un mundo que ha dejado de ser complejo para volverse ahora hipercomplejo.

La tecnología y el consumo amplían la condición humana contemporánea, la potencian, la expanden y la llevan hacia posibilidades desconocidas en los 200.000 años de historia del homo sapiens.

¿Estamos analizando con profundidad hacia donde nos dirigimos? Humanidad Ampliada, fue pensado y escrito como un nuevo aporte de este autor, al proceso de pensamiento que los futuros posibles traen como oportunidades y también cómo desafíos. ¿Vamos bien o vamos mal? 

Imagen de portada: Contenido LAB “Humanidad ampliada”

FUENTE RESPONSABLE: La Nación. Lifestyle.16 de noviembre 2022.

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