Un recorrido por la historia de Budapest, la ciudad amada por el séptimo arte y cuna de la música.

Bañada por el Danubio Azul, el corazón de Europa central late desde hace siglos con una tierra llena de cultura y una historia apasionante. Hungría, y más en concreto su capital, Budapest, ha sido y es una fuente de inspiración para numerosos artistas.

También para nosotros. Por eso, desde Cultura Inquieta os proponemos una serie de recorridos de la mano de algunos de los artistas húngaros más consagrados del mundo de la cultura.

Nuestra primera ruta pasea por los recovecos de la rica historia que ha forjado las calles y la identidad de Budapest, una urbe retratada numerosas veces en la gran pantalla que vibra con una rica tradición musical.

Nos citamos con Joseph Pulitzer (Makó, Hungría, 1847-1911), periodista que da nombre al célebre galardón, en el Parlamento de Budapest. El edificio nos recuerda, con su imponente y bella arquitectura, que un día fue la obra más grande de su época.

El Parlamento mira al Danubio.El castillo de Buda, sobre la otra orilla.

Construido entre 1884 y 1902, se erige a orillas del Danubio con su blanco impoluto y su enorme cúpula. Cuando cae la noche, la fachada ilumina el río y brilla como la corona que guarda en su interior.

Pulitzer, amante de la noticia aliñada con un toque de dramatismo, nos lleva entonces a cruzar el Danubio y dejar atrás la zona de Pest, para pasar a la conocida como Buda. Atravesamos el célebre Puente de las Cadenas (Puente Széchenyi), el primero que consiguió unir las orillas y crear lo que hoy conocemos como Budapest, mientras nos acercamos poco a poco al solemne Castillo de Buda.

El también llamado Palacio Real, nos explica Pulitzer, alberga la Biblioteca Széchenyi, la Galería Nacional Húngara y el Museo de Historia de Budapest. Caminamos escuchando al periodista contarnos las historias más truculentas de la época entre la realeza hasta llegar al Bastión de los Pescadores, mirador desde donde apreciamos la belleza de Budapest y de su Parlamento.

El Bastión de los Pescadores al atardecer, uno de los rincones más emblemáticos de la capital húngara.

Pulitzer nos comenta que la línea 2 del tranvía es perfecta para recorrer la ciudad, mientras se despide mostrándonos la Plaza de los Héroes, un diáfano espacio de impresionantes dimensiones desde donde nos imaginamos el glorioso pasado húngaro observados por las estatuas de sus siete fundadores.

Quedamos entonces con la actriz Zsa Zsa Gabor (Budapest, Hungría, 1917-2016), una de las máximas exponentes de los primeros años de Hollywood, industria que desde sus inicios se rindió a los pies de Budapest. La primera celebrity nos narra con nostalgia sus años dorados en la gran pantalla, recorriendo los escenarios de numerosas películas.

El topo, Blade 2, Van Helsing, Underworld y La liga de los hombres extraordinarios son algunos de los títulos de películas inspiradas por Budapest que la intérprete nos recita. Del largo listado destaca Múnich (Steven Spielberg, 2005), filme que cuenta los asesinatos cometidos en las Olimpiadas de 1972 y en la que podemos ver entornos como el Estadio Puskás Ferenc, la calle Petőfi Sándor con la casa Brudern y la de PALOMA Budapest.

La Plaza de los Héroes.

Interior de la Ópera de Budapest.

Nos despedimos de Gabor y seguimos la música que se escucha como un leve susurro hasta dar con Franz Liszt (Imperio Austrohúngaro, 1811-1886). El compositor de música clásica nos guía con su batuta y, como no podía ser de otra manera, nos dirige hasta la Ópera de Budapest. Su arquitectura neorrenacentista y sus dimensiones nos dejan casi tan impresionados como cuando asistimos al concierto que se está interpretando en su interior.

Movidos por las artes, Liszt nos lleva hasta el Teatro Nacional y terminamos el recorrido con una visita al Art Nouveau del edificio multidisciplinar Vigadó, un cierre perfecto para una jornada maratoniana en la que nos hemos enriquecido el alma y el corazón, enamorándonos de una ciudad que no deja indiferente a nadie.

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Interior del edificio Vigadó.

En nuestro primer recorrido hemos echado un vistazo a la historia de la capital húngara, nos hemos sentido estrellas de cine paseando por sus escenarios y hemos disfrutado de la música en todo su esplendor.

Imagen de portada: El Parlamento de Budapest, uno de los lugares emblemáticos de la ciudad y centro neurálgico de la democracia húngara.

FUENTE RESPONSABLE: Cultura Inquieta. Por María Toro.

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Día del inventor: la increíble historia de Biro

Se conmemora el 29 de septiembre por el nacimiento del creador del bolígrafo, más conocido como Birome. Húngaro de nacimiento, argentino por adopción, generó más de 300 patentes a nivel mundial en toda su vida.

En el origen está la sangre de dragón. Es viernes 29 de septiembre de 1905. Ladislao (Lázlo) Biro cumple 6 años, en su Budapest natal. El otoño en Hungría se despereza, el frío se siente. 

Pero el sol todo lo puede. A pesar de su cuerpo delgado y pequeño que arrastra desde que nació prematuro con poco más de un kilo, luce entusiasta. Acaba de recibir de regalo una tricota con una ancha franja roja. “Está teñida con sangre de dragón –pensó al verla–, con ella seré invulnerable”. Sabía que estaba destinado para cosas grandes.

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“Esa tarde puse a prueba sus poderes: caminaba por la calle cuando vi venir a un ciclista en sentido contrario. Aguardé a que estuviera a unos pasos y lo embestí de frente. El choque fue violento; él rodó por tierra y yo volé a un costado. 

Al levantarme apenas tenía algunas magulladuras, ninguna herida importante. ‘No hay duda posible’ –me persuadí– ‘soy invulnerable’. Parecerá extraño, pero la sangre de dragón influyó decisivamente en mi destino”, relató años después en su casa de Belgrano, en Buenos Aires.

“Siempre desde entonces conserve una ciega confianza en mi destino. Suceda lo que suceda, no me desanimo. Tal vez porque todavía siento que llevo mi tricota con sangre de dragón”, acotó.

Ladislao tiene 37 años. Trabaja como periodista independiente en Yugoslavia. Es el principio de 1939, y en poco tiempo el nazismo empezará a perseguirlo. 

Comparte hotel con Agustín P. Justo, que lo ve escribir en una hoja con un primitivo prototipo de bolígrafo, sobre el que venía trabajando desde el año anterior, Cansado de mancharse con su lapicera Pelikan. Por eso buscaba confeccionar un bolígrafo y lograr que el papel absorbiera la tinta al instante.

Eduardo Fernández, director de la Escuela Argentina de Inventores, cuenta que ese producto “aún era muy defectuoso, y sólo funcionaba ocasionalmente. 

Esta idea de un nuevo instrumento de escritura, basado en una bolilla, le había surgido a Biro, cuando viendo con frecuencia cómo funcionaban las grandes rotativas del diario para el cual trabajaba, se preguntaba recurrentemente, cómo podría hacer un instrumento que se basara en los principios de una máquina impresora, pero de forma más simple, reducida y eficiente; este razonamiento lo llevaría con el correr de los años, y de una enorme cantidad de pruebas, errores y mejoras continuas, al desarrollo definitivo del revolucionario bolígrafo”.

Pero dejaba traslucir su principal objetivo: no se manchaba con tinta al escribir. Juan P. Justo, que además de militar era ingeniero, le dejó su tarjeta personal y lo invitó a que fuera a la Argentina a fabricar su invento. 

Que allí habría un grupo de inversores esperándolo. Ladislao pensó que era un empresario. El conserje le reveló: “Es el presidente de Argentina”. Al año siguiente, en medio de la persecución nazi, fue a la embajada en París, retiró la visa y logró llegar a nuestro país.

Efectivamente, al arribar lo esperaba Justo junto a un grupo de inversores ingleses y húngaros. Rápidamente instaló su taller en la calle Fray Justo Santa María de Oro 3050, en Palermo, pionera mundial en su rubro. Pero en ese entonces aún no podía hacerlo funcionar de la mejor manera, más allá de que en 1941 ya lo había patentado.

Es 1942. Ofuscado por la falta de avance concreto, se va de vacaciones al noroeste argentino con su amigo y socio que llegó de Hungría con él, Juan Jorge Meyne. 

Tomando un café en el almacén de ramos generales de Tafí Viejo, en Tucumán, le llegó la idea final: un tubo capilar libre, sin resortes ni pistones. Así logró crear el correcto funcionamiento. En julio de 1942 patentó el bolígrafo. Pero todos lo conocen por la conjunción de su apellido y el de su socio: Birome.

“El desarrollo del bolígrafo es el resultado de haber podido superar una larga cadena de fracasos –declaró años después–. Peros esos reveses nunca me desmoralizaron, los tomé simplemente como lo que eran: un modo de conocer más a fondo cada problema, y acercarme un paso más a su solución”.

Argentino y mundial

“La birome es un invento netamente argentino», remarca Fernández sobre el producto que terminó con más de 120 patentes y que logró lo que pocas invenciones pudieron: que el nombre se convierta en el producto, como Paty o Gillette.

Una vez concretado el objeto, crean la “Compañía Sudamericana Biró–Meyne–Biro”, para la producción industrial de su invento, el primer bolígrafo del mundo. Más tarde se llamó Eterpen. En 1942-1943 comenzaron a fabricarla y venderla en la Argentina. Habían diseñado en tinta azul, luego se le sumó la negra, y más tarde la de color rojo. Pero el objetivo era popularizarlo en el mundo.

En la Segunda Guerra, conoce al banquero inglés Henry Martin que consigue un pedido de 150.000 bolígrafos para la Real Fuerza Aérea.

En 1944 viaja a Estados Unidos para negociar con la empresa Eversharp Faber la compra de la patente por 2.000.000 de dólares, “lo que lo convertiría en el primer tecno-emprendedor del hemisferio Sur, en alcanzar el éxito a escala global”, acota Fernández.

En la década del ’50 le vende la licencia para fabricarla en Europa al barón francés Marcel Bich. Históricamente se lo conocería como Bic, tomando las primeras tres letras del apellido galo.

Ladislao vendería otras 30 licencias, y solo se quedaría con la producción en Sudamérica. En los ’60 la empresa quiebra, y aparece Sylvapen, que entabla la fábrica en Garín, e incorpora a Biro como socio accionista y director técnico. Entre esa década y los ’70, el éxito sería total. La gran clave la definían sus compradores: la simpleza.

Hoy ya casi no se fabrica en la Argentina. La mayor parte ocurre en China, donde llevan producidas unas 38.000 millones de biromes a la mitad del valor que cuesta en la India. La competencia se hace imposible. Los tiempos han cambiado.

“Durante toda mi vida, nada me ha parecido más incierto que la palabra futuro, pero siempre tuve mis planes para alcanzarlo”, afirmó en sus últimos años. Biro murió el jueves 24 de octubre de 1985. 

A lo largo de sus 86 años, generó más de 300 patentes a nivel mundial. Además del bolígrafo, Fernández menciona: el sistema de cierre retráctil para bolígrafos, la tinta para bolígrafos, la primera boquilla para cigarrillos con carbón activado, la caja de velocidades automática para automóviles, una cerradura inviolable, el perfumero a bolilla, el primer lavarropas automático, el principio de sustentación magnética para trenes, y un sistema para el enriquecimiento del uranio.

“Mi especialidad es no especializarme en nada”, llegó a declarar quien fuera luchador, mal alumno, boxeador, pendenciero juvenil, soldado rebelde, participante de la “Revolución de las Rosas de Otoño” (en la Budapest de 1918), vagabundo, pintor, escultor, periodista, agente secreto del gobierno francés, estudioso de las hormigas y de las abejas, hipnotizador, despachante de aduana, lector voraz, casanova irrenunciable, corredor de automóviles, fumador empedernido, amante del café, optimista tenaz, abstemio, filósofo aficionado, agnóstico compasivo, agente de seguros, crítico de arte, efímero estudiante de medicina, fugitivo de los nazis, empresario, pero por sobre todo, un inventor profesional de tiempo completo.

“Biro fue el primer inventor profesional en la Argentina y en el hemisferio Sur, su éxito internacional le otorgó gran prestigio a la Argentina, y aún hoy es un gran ejemplo y estímulo para las nuevas generaciones de inventores argentinos«, lo define Fernández.

Fue húngaro de nacimiento, argentino por adopción, pero siempre miró al mundo como una unidad. 

Por eso alguna vez confió: “Yo creo que a pesar del avasallador avance de la técnica, que ha sobrepasado catastróficamente la evolución del propio ser humano, llegaremos tarde o temprano a la solución definitiva, la única posibilidad racional: un gobierno internacional, elegido entre los hombres más sabios del planeta, científicos, técnicos y filósofos, sometidos previamente a un riguroso examen psicológico. ¿Utopía? 

No lo creo. Los programas espaciales con cooperación internacional, implican los primeros pasos en esa dirección”.

Imagen de portada: Ladislao Biró

FUENTE RESPONSABLE: Tiempo Argentino. Por Gustavo Sarmiento. 29 de septiembre 2022.

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